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CONSOLACIÓN PARA UNA AMIGA

Hay muchas cosas en la vida que resultan incómodas por ser ajenas a nuestra voluntad, hay
muchas otras que resultan agradables por ir conforme a ella. Así como a algunas plantas les
es favorable la luz solar, a otras no ha de serles tanto. A nosotros mismos nos causa temor
aquello que no conocemos y nos causa agrado lo que ya conocemos. ¿Por qué entonces
debiéramos comportarnos uniformemente con aquello que nos ocurre?, ¿de dónde
habremos de sacar la fuerza necesaria para caminar este largo sendero, si el esfuerzo que en
él aplicamos no resulta más que una cosa insignificante y la creces no se ven pronto?
No quiero que malinterpretes mi intención, ni quiero ofenderte en manera alguna. Si
me he atrevido a escribirte de esta manera, en forma personal y cruda, es porque considero
que la confianza que ambos gozamos para con nosotros, lo permite; además que el
concepto que de ti tengo me permite verte como superior en intelecto frente a muchas otras
personas que conozco y eso me da un margen más amplio para argumentar en tu favor.
Tampoco quiero herir más tu ya herido ser, ni quiero ser partícipe de la crueldad que el
mundo ha puesto ante tus ojos en estos días, pero para los siguientes párrafos he de sacar a
flote aquellas palabras que, cuando estuvimos frente a frente, no encontré para hacerte
sanar y me temo que podrían ser duras. Me atrevo a recordar lo que había dicho Séneca,
pues para curar una herida y evitar que esta se infecte, habría que lavarla con dureza. Es
entonces que bajo este entendido me atrevo a iniciar mi consolación.

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Cuando me has contado tu problema me ha sorprendido de cierta manera aquello
cuanto me has dicho, pues tú, siendo como eres, ya habías pedido mi consejo en el tema
alguna vez. Por ello, con anterioridad te había señalado las faltas inmorales en que incurría
tu pensar, aún así decidí no juzgarte, so pretexto de que entendías que la decisión que
tomaras tendría consecuencias que te afectarían de diferentes maneras. Y aún mantengo mi
posición ante cualquier juicio a tu persona, pues sería el menos indicado para infundir un
regaño en temas de los cuales ni yo me salvo en cometer errores. Sin embargo, me he dado
cuenta de que así como has querido arrebatar al mundo un pedacito de goce, éste te lo ha
negado de una manera poco sutil. ¡Qué triste es el mundo cuando se trata de uno mismo!
¡Qué triste es el amor cuando se trata de no sufrir!
Hace años que hemos venido hablando de nuestras diferentes concepciones del
mundo y hace años que no podemos concordar del todo en ellas. Sin embargo has podido
aceptar algo de lo que te he dicho: la atención es para los humanos algo tan adictivo como
lo podría ser cualquier otra droga. Hay pocos punto que podrían sostener esta teoría, pero si
contamos los procesos bioquímicos que sufre nuestro cerebro con una y otra podría
delatarse que la dependencia de una u otra no son tan diferentes. Por ello debiéramos de
cuidarnos de no consumir más de lo que nos gustaría poder soportar. Por ello debiéramos
evitar que nuestra voluntad imite un tonel sin fondo en el que depositemos cualquier cosa.
Los excesos, si bien son llamativos y placenteros, no son para nada buenos en comparación
con otras cosas.
William S. Burroughs, escritor de la generación Beat, escribió en su libro Yonqui que
a un hombre le toma treinta día y dos inyecciones diarias para convertirse en un adicto a la
heroína y que cuando puede dejarla no quiere, pero cuando quiere dejarla no puede. Lo
mismo, podría asegurar yo, pasa con la atención en los humanos. Quizá no se suministre en
ampolletas inyectables, pero una continua y larga exposición a ella termina por tener el
mismo efecto en nosotros. Encuentro, pues, entre la droga y la atención cierta similitud y si
lo que digo es coherente y verdadero, entonces en ambos casos la abstinencia ha de ser algo
más que insoportable. El caso, es que en tu particular situación, eso que funge como
adicción lo has tenido bien en cuenta y, si nos atenemos a los métodos de recuperación que
gobiernan hoy en día, la aceptación es el primer paso. Sin embargo, yo no pienso en darte
una guía que te haga sentir mal contigo misma por el error que has cometido, pues sábelo

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de una vez: sólo el que es sabio evita los errores, el resto de los mortales los cometemos
diariamente. Es, pues, necesario que trabe mis argumentos a partir del hecho que el
problema lo has identificado.
¿Qué es, pues, aquello que ocasiona que quieras la atención de alguien más? ¿Qué
cosa hace que cuando obtienes esa atención, aunque no sea tan satisfactoria, quieras seguir
obteniéndola? Muchas razones y diferentes motivos hay, es menester que lo diga. Creo, sin
embargo, que uno ha movido tu ser a querer la atención de aquel hombre. Las razones
morales no han de ser uno, ni la atención de alguien sin ella, sino el deseo. Que más dañino
habita en uno mismo que el deseo. Del deseo surgen las ilusiones más bellas, pero también
las realidades más crueles. Por un deseo Agripina, madre de Nerón, obtuvo el título de
Emperador a su hijo, pero por ese mismo deseo fue víctima de matricidio. En nuestro caso
los deseos nos son diferentes. Bien es cierto que no hemos matado a nadie o que nadie nos
ha dañado tanto aún, pero igual hemos sido afectados por deseos, que si hubiésemos
sesgado de tajo y en tiempo, no habrían causado estragos, ni pesares en nuestro ser.
¿Qué es, entonces, aquello que nos lleva al deseo? ¿Por qué hemos de querer lo que
nos daña? Porque no lo sabemos y porque creemos que es un bien para nosotros. Ni somos
tan santos como para evitar buscar placeres, ni tan inteligentes para diferenciar el placer del
bien. Por ello, nuestros deseos, siempre encausados por la búsqueda del placer, nos resultan
la más excelsa empresa, el más noble motivo, pero cuando vemos que aquella ilusión que
hubimos imaginado, no llega a estar ni cerca de lo que en nuestra mente fue, tendemos al
sufrimiento. ¡Qué cosa más extraña nos ocurre al ser víctimas de la desilusión! Sufrimos
porque el mundo no se presentó ante nosotros como queríamos, sufrimos porque aquello
que imaginamos no fue real. Sin embargo somos inocentes y caprichosos, uno no llega al
clímax de sus sueños cuando está despierto, ni es tan libre en la vigilia como cuando está
hundido en ellos, sin embargo pocas o ninguna vez nos enojamos o lloramos porque
nuestro sueño no fue realidad. Aún así hay quienes quieren interpretarlos y ver en ellos un
auspicio de buena fortuna o de que algo bueno o malo les ha de pasar.
El deseo permea eternamente nuestra concepción del mundo, desde que nacemos y
durante nuestra juventud el mundo se ha encargado de condicionarnos a ver el placer como
aquello a lo que debemos aspirar siempre. Es más, nuestra época se ha empeñado de
generar un mercado de placeres de diferentes tamaños, estilos, calidad y precios tan grande

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que nosotros mismo acudimos a trabajar gustosos para poder consumirlos a nuestro antojo.
Ora deseamos ropas o banquetes de cierta calidad, ora un viaje al otro lado del mundo.
Estoy, pues, convencido de que ello es causa primera de todos nuestros males, no la
existencia del mercado, sino el que seamos irremediablemente un tonel sin fondo que
alberga deseos. Desear conduce a la ilusión de que si cumplimos nuestro deseo, este ha de
ser óptimo y grandioso, además de que el sentimiento de plenitud que le acompañe será una
recompensa inigualable.
“Entonces qué, ¿me he de quedar quieta y sin ningún motivo que me guíe en esta
vida? ¿He, acaso, de dejar mis aspiraciones a un lado para seguir un camino que ni me has
mostrado, ni puede que me interese?” No, en absoluto. No quiero ni evitar que triunfes en
tu vida, ni que veas realizada la ilusión que tengas en mente para ti, pero todo lo que he
mencionado lo he visto, yo al menos, como cierto. No pretendo que dejes de lado aquello
que disfrutas, ni que evites obtener lo que creas que te llevará a donde quieres llegar. Mas
lo que sí pretendo es que te guardes de ver el mundo como lo ve el resto de los mortales,
para que salgas bien librada de las calamidades que en él habitan. Que el mundo es cruel y
hostil para los humanos, es cierto, pero que conspira a tu favor o en tu contra no lo es. Ni
porque desees algo mucho se volverá realidad, ni porque no lo pienses lo evitaras por
siempre.
En el cine nacional existe una película de un hombre que conoció a la Muerte y que
queriendo evitar la suya propia, la encontró de todos modos. El nombre de ese hombre era
Macario, temía a la muerte y cuando encontró una vela que representaba su vida, no pudo
evitar su muerte, aún cuando intentó evitar que ésta se apagara. Así funciona el destino.
Aquello que ha de ocurrir ocurrirá. Nosotros ni somos artífices de él, ni podemos
reescribirle para nuestro gusto. Por ello, es inocente y poco inteligente pensar que porque
nuestros deseos parecieren buenos para nosotros, en algún momento deberían cumplirse.
Antes deberíamos pensar que si el mundo funcionara de esa manera todos, podríamos
desear cualquier cosa y esta debería cumplirse. Pero si examinamos más a fondo este
razonamiento debemos tener en cuenta que en nuestro mundo, si esto fuera verdad, no
habría cambio para bien en lo que ocurriera, pues si todo pudiéramos ver cumplidos
nuestros deseos porque a nosotros nos parecen buenos, todos resultaríamos infelices, en

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tanto que nosotros mismos seríamos víctimas de los deseos de los demás. No hay, por
tanto, deseo que sea bueno que tenga por objetivo el placer.
“Qué pues, ¿hay deseo bueno? ¿O simplemente debemos cesar todos nuestros
deseos?” Hay escuelas orientales, como los budistas que aspiran al Nirvana, cuyo fin último
es encontrarse libres de todo deseo, pues ellos bien saben que todo deseo es la raíz del
sufrimiento. Los budistas buscan llegar a un estado tal que su ser esté fundido con el
mundo, desprenderse de sí mismos, de su ego para ser Uno. En ellos no cabe la idea de que
exista deseo alguno que les permita estar tranquilos, sino al contrario todo deseo los ata al
mundo y les mantiene en un constante estado de sufrimiento. Su solución es simple, pero
difícil de llevar a cabo: han de estar en un constante estado de meditación ascética para
intentar desligarse del mundo y sus deseos. Por mi parte considero que la virtud es aquella
aspiración a la que debiéramos encausarnos. Si debiéramos desear una cosa solamente, esta
ha de ser la virtud. En la escuela estoica, los deseos son tan infames como los son para los
budistas, pero sabemos que desear no desear, no sólo es insensato, sino además
contradictorio. El budista debe alejarse del mundo para evitar los deseos, debe verse
privado de todo aquello que le cause deseo; los estoicos, son útiles además a quienes les
rodean. En ambas escuelas encuentras aspectos encomiables, pero sólo puedo a hablarte de
la que yo sigo.
Para el estoicismo el mundo es hostil y oscuro, sólo en tanto que tú lo creas, de otro
modo no es más que un lugar neutro y poco malevolente. Es más, la naturaleza, si lo ves de
cierto modo, ha hecho todo por los humanos y nos ha dejado en el lugar adecuado para
poder desarrollarnos plenamente. Gracias a ella hemos sido capaces de alcanzar dotes
intelectuales y desarrollar cosas nunca antes vistas. Sin embargo, por causa de nuestros
deseos, hemos evitado alcanzar un punto culmen para la civilización. No somos, ni seremos
perfectos. A menos claro está que así nos lo propongamos. “Pero ¿y qué tiene que ver esto
con los deseos y la virtud?” Para el estoicismo la virtud es lo más encomiable que existe, es
el deseo que podemos desear, pues la virtud nos guarda de desear cualquier otra cosa que
pueda conducirnos por el mundo hostil y oscuro que está frente a nosotros. La virtud es por
tanto, aquello a lo que aspiramos.
“Aún así, no me has dicho nada de importancia, ni has tratado mi dolor como
prometiste hacerlo. Hablaste del deseo y el sufrimiento que causa y de cómo dos escuelas

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han visto al deseo como algo malo”. Pues bien, aquello a lo que quiero llegar toma más de
unos cuantos argumentos. Te he hablado del dolor y los deseos porque ellos, creo poder
percibir, han sido los causantes de tu mal. El pesar que acongoja tu alma es producto de un
infame deseo que has tenido metido en tu cabeza, la ilusión que éste ha producido te ha
llevado a un mundo ideal en tu mente y cuando la realidad te ha presentado el mundo como
es, te ha lastimado más de lo que pudiste esperar. No corro, por ello, a darte una palmadita
en la espalda, si no a que observes de cerca como actúa el mundo sobre nosotros y puedas
remediar tu herida, bajo el pesar de que una herida deja marca, pero ésta no duele.
¿Y por qué te he hablado de virtud entonces? Porque la virtud responde al
comportamiento más refinado en cuanto a moralidad, pero el problema que presenta es que
nadie es un virtuoso, sino el sabio. Antes te había mencionado que sólo el sabio no comete
errores, mientras que nosotros los cometemos todo el tiempo. Eso nos lleva al deseo y la
rectitud de la que te hablo parecería, no sólo absurda sino imposible de seguir. Te insto, sin
embargo, a que sigas un camino recto. Que el dolor que te aqueja sea un simple y febril
inconveniente, porque aquello que te aqueja, si me lo permites decir, no es más que un
insignificante dolor, comparado con la virtud que podrías tener. Si crees en Dios o te ha
llamado el budismo de alguna manera, la virtud encomia un camino similar. Podrás ver así,
que el dolor del que eres víctima representa una sórdida experiencia, pero no una
insuperable.
“Y qué, ¿lo que me quieres decir es que exagero desmedida ante aquello que me
acontece? ¿Acaso el dolor que me invade en estos momentos es insignificante para ti?”
Podría responder afirmativamente a ambas preguntas en cierta forma, pero no sería ni justo
ni sincero si lo hiciera. Considero, porque me he encontrado en situaciones, si bien no
iguales, bastante similares, que aquello que te acongoja no es poca cosa, pero tampoco es la
gran cosa. Y no quiero, de ninguna manera, depreciar tu sentir y hacerte menos ante esta
situación, pero debo decirte que tampoco es necesario que te duelas tanto por algo que
resulta insignificante en comparación con otras cosas. A que el dolor te esté matando, a que
lo que ves en este mundo no es más que desesperación, y si no es así, no importa, sé que te
sientes mal. Pero examinemos más de cerca tu dolor.
Según entiendo aquello que te lastima es el lugar que has ocupado ante los ojos de
quien ha atraído tu atención en más de una manera. Lo que te acongoja es que él ha sido, a

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tus ojos, injusto en el trato que te da, porque lo que de ti toma y lo que te retribuye ni es lo
justo, ni tampoco lo que esperas. Pero has de preguntarte qué es lo que has dado tú. Si, por
una parte, consideras que aquello que tú has puesto sobre la mesa es más de lo que él ha
dado, entonces podrías considerarlo injusto, más si lo que has puesto sobre la mesa no es
más que lo mismo que él ha retribuido o es menos, aún de lo que él ha dado, entonces no
hay injusticia alguna. Si, por otra parte, lo que esperas de él, él mismo no ha sabido darlo,
ni tampoco ha estado dispuesto, puede ser por dos razones: que no quiera hacerlo o que no
sepa que tú lo quieres. Si la primera es la que impera no hay razón para que continúes tras
de él, pues vanidosos como son los humanos, la atención que tu le brindas sólo hará de ti un
ser más en su vida, pero la importancia que deseas no la tendrás. Ahora, si la que impera es
la segunda razón entonces, deberás replantearte la manera en cómo deberías abordar
aquello que te duele.
Entonces bien, una vez que hemos retomado aquello que te acongoja desde los dos
posibles puntos de origen, me gustaría retomar el motivo real de la congoja: que él no te ve
como deseas que te vea y que la manera en que te trata no es la que tú esperas. No
busquemos más culpables, ni vayamos a juicios morales sobre quién es él, ni si lo que
haces es correcto. Dirijamos al hecho mismo de que lo que él piense de ti se ha vuelto algo
más importante que lo que tú piensas de ti. No quiero circular por los carriles de la
psicología barata, ni quiero ser terapeuta de una causa que ni yo puedo entender. Pero desde
aquello que yo sé puedo decirte que las pasiones que te atan al dolor son producto de un
deseo que quizá no deberías buscar.
La historia cuenta de la vida del emperador Claudio que él era un hombre tullido,
deforme y tartamudo, era duramente criticado por sus congéneres, su propia familia lo
despreciaba y en los asuntos públicos era visto como inferior. Nunca se le dio el lugar que
le correspondía. Sin embargo, en el mejor momento supo aprovechar la oportunidad que le
presentó la vida y se hizo con el trono del imperio romano. Tú, teniendo mejores cualidades
y belleza, no has de hacerte menos. Otra vida que merece ser menciona da es la de la
décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz, que viviendo en una sociedad que no apreciaba a
las de su género sino sólo como madres y mujer sumisa, tuvo que ingeniárselas para
cumplir su objetivo y poder ser libre y estudiar en una época en que las mujeres no lo
hacían. Tú teniendo un problema menos grave, no has de palidecer ante lo que la vida te

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presente. Encara pues el problema con la mejor actitud, sírvete del pensamiento que lo que
quien importa antes que otro eres tú y que si no estás dispuesta a verte en un pedestal a ti
misma, no deberías poner a nadie más en uno. No quiero decir, ni te insto a que la altanería,
la vanidad y la soberbia se apoderen de tu ser, sino que si no has dado una importancia vital
a tu propia persona, no deberías darle esa importancia a quien después pueda hacer de ti lo
que quiera. La pérdida de uno mismo resulta común y guiarnos por la opinión de otros
resulta fácil. No dejes, pues, que aquello que otro opine de ti, aunque no sea expresamente,
se apodere de ti y recubra lo que en verdad eres. No permitas pues que lo que tú ves que
otro retoma de ti se convierta en algo malo, sino que piensa mejor que aquello que tú has
dado a otro no ha sido menos y que tu integridad es mayor que la de quien lo recibió.
Ahora, ya que hemos tratado tu valor como persona, volvamos a mirar en tu problema
y veamos que s insignificante en comparación con la existencia. Pues, convencido de la
escuela como estoy, creo que una vez que miras la vastedad del universo, cualquier
problema que mires en tu puerta, se vuelve insignificante y efímero. ¿No crees que sea así?
¿Crees que lo que hago es despreciar tu sentir? Piensa conmigo un momento, si tú pudieras
prolongar tu vida indefinidamente y pudieras fácilmente sobrepasar la vida de aquel por
quien cargar ese pesar, no habría menos que un motivo para llorarle. Él, mortal como es
quedaría en el olvido, muchos más vendrían y se irían, y aquello que crees que es motivo de
llanto, no lo sería más. El dolor al que le dedicas espacio sería una ínfima y pequeña parte
de todo aquello que habrías de vivir. Aunque si la que prolongaras indefinidamente fuera su
vida y no la tuya, entonces sería aunque de importancia, también menor el dolor, o al
menos debería serlo, pues mientras el vivirá eternamente y tú no, deberías preocuparte por
aprovechar al máximo tu vida. Si de cuestión de longevidad se tratara el problema al que te
enfrentas debería tener menos sentido del que tiene ahora.
Continuemos, pues, con estos pensamientos hipotéticos. Recuérdate en la infancia
cuando aún gustabas de jugara con pequeños artefactos, cuando aún disfrutabas del dulce
velo que te impedía ver el mundo como en realidad es y trasládate rápidamente al momento
en que te diste cuenta de que eras en verdad una mujer. Si pones ambos momentos en
perspectiva, si haces una comparativa de las prioridades que imperaban en cada uno,
puedes fácilmente observar que dependiendo en qué momento te sitúes, las prioridades de
cada etapa parecerían insignificantes y hasta insulsas a cada una de tus personalidades en

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ellas. Por ejemplo, a la tú infante, más pequeña y preocupada por vivir con goce el día, el
estrés de tu cotidianidad de mujer adulta, no sólo le sería insignificante, sino inentendible.
Mientras que a la tú adulta, le parecería insignificante, e incluso vergonzoso en algún
punto, el hecho de que la tú infante llorase por caprichos sin sentido. Si retomas la esencia
de ambas, verías que no hay problema alguno en realidad, sino el que tú haces de los
hechos que ocurren en tu contexto. ¿Por qué entonces deberías llorar por algo que en un
futuro te pueda resultar o gracioso o insignificante?
Bajo estos entendidos quiero que comprendas que lo que sientes en este momento es
meramente contextual, si no hubieras estado donde estás, si no hubieras conocido a quienes
conoces, nada de lo que sufres sería lo mismo. Es más nada de lo que vives sería igual.
Habría un cambio radical para bien o para mal, pero un cambio al fin. Lo que experimentas
en tu alma en este momento es una constante lucha de sentimientos adversos que tu ser se
encarga de sopesar, pero al parecer lo sopesa con mayor imprudencia de la que debería.
Haz, pues, un profuso y profundo examen de consciencia y piensa en lo bueno y lo malo
que ha acontecido a lo largo de tus días, al final verás que dependiendo la lente con la que
lo mires, será bueno o malo, pero si lo miras con una lente neutra no será ni lo uno ni l otro,
si no sólo hechos a los que tú has decidido asignarles un valor arbitrario a partir de tu
contexto. No quieras ver mal donde no habita, ni quieras ver bien lo que no es bueno, mejor
piensa que aquello que puede ser malo para ti también podría no serlo si así lo concibes.
Este es mi consejo como estoico. Me atrevo a confiártelo porque el proceso que yo vivo
ante la vida en este momento, es parecido.
Me queda bien claro que no puedo exigirte la disciplina que yo me exijo ante la vida,
porque nuestras metas son diferentes, pero también considero que si mi método no puede
hacerte ningún bien, al menos no te hará un mal. Te encomio, pues a que no te dejes
dominar por los sentimientos adversos que ves ahora frente a ti, pero tampoco sucumbas
ante las ilusiones que pueda formarte el porvenir. No te exijo que abandones tuis deseos
pero te pido que pienses de manera prudente si aquello que pululen dentro de ti es prudente
perseguirlos, si así lo consideras después de un largo y meditado examen, entonces sabes
que tienes mi apoyo. No quisiera terminar esta consolación sin antes entregarte un
pequeñito, pero muy útil secreto, esperando que te sea de utilidad: en la escuela, utilizamos
los hypomnemata como medio para razonar constantemente nuestros días, estos son escritos

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parecido a los diarios, pero con meditaciones profundas y bien prudentes de nuestro día a
día y de lo que en él ha acontecido. Los hacemos con el fin de que cuando nos enfrentemos
a estos momentos adversos, nos recordemos que aquello que llega a nuestra puerta no son
nuestros deseos si no la voluntad del mundo y que ésta es inapelable ante nuestros deseos.
Nosotros vivimos de manera que esperamos querer la vida como viene y no que venga
como queremos.
Así pues espero que mi consolación te haya sido de ayuda, que mis palabras no hayan
sido crueles y que no te haya aumentado el dolor, sino disminuido. Te reitero mi apoyo y
buenos deseos y espero que pronto goces de la alegría de la vida como habías venido
gozando hace algunos años. Por lo demás, te dejo con una frase de Séneca, mi autor
predilecto, espero que te haga sentido y toque tu alma como a mí me la ha tocado: “[…] nada
es eterno y pocas cosas duraderas; cada una es frágil a su manera, sus finales varían; por lo
demás, todo lo que ha empezado acabará también. Algunos amenazan con su aniquilamiento y
este universo que abarca todo lo divino y lo humano, un día cualquiera, si consideras lícito creerlo,
lo descompondrá [todo] y lo hundirá en el antiguo caos y en las tinieblas […]”

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