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PINEAU, PABLO (2001) “Formatos escolares: tradiciones y variaciones.

COMPLEMENTARIO.

Podemos diferenciar tres bloques temporales que poseen sus propias concepciones
acerca de la educación y se rigen por parámetros diferentes: siglo XIX que abarca la
Revolución Industrial y Francesa hasta 1870; las últimas décadas del siglo XX, y el siglo
XXI desde 1989.
El siglo XIX es el auge del capitalismo y la aparición de la democracia liberal. Retoma la
idea de expansión propuesta en el siglo XVIII, donde esta se encuentra asociada a todos
los campos (social, territorial, militar) y aparece una nueva idea de riqueza que no es algo
que se acumule sino que se produce. Con base en estas ideas, el s. XIX se mueve con la
idea del libre juego de la oferta y la demanda; este ciclo expansivo se cerrará con la crisis
de 1873 donde se detiene el desarrollo y se inicia la nueva lógica del siglo XX.
En este siglo (XIX), la forma de organización escolar es lo que se conoce como
conglomerado, entendiendo a este como un conjunto de acciones educativas con muy
poca articulación y vinculación entre sí.

Ya en el siglo XX, el motor de desarrollo tiene que ver con la oferta; tiene que haber
alguien que oferte, presione, proponga, para que la expansión se lleve a cabo. El Estado
se convierte en el expansor de este modelo y quien va a motorizar la oferta a través de un
Estado social, benefactor e interventor. La idea de este tiempo era que los mercados se
podían expandir eternamente, si trasladamos esta idea al campo educativo, se obtiene la
idea de que con buenas políticas, buenas planificaciones, buenos currículums, buenos
proyectos, buenos docentes, etc. el sistema iba a seguir creciendo e incluyendo a cada
vez más sujetos.
Esta ruptura de las barreras para el ingreso mediante buenas políticas, traía consigo la
idea de que incluirse en el sistema era gozar de derechos y beneficios del sistema social
solo por medio de la homogeneización. Esto quiere decir que si se aceptaban la pautas ,
formas, visiones sociales, éticas y estéticas, los sujetos podrían ingresar y se incluidos. La
idea del Estado, la idea de Nación se debía consolidar.
El s. XX hace ingresar al trabajador al mercado, lo convierte en consumidor a través de
pagarle lo máximo posible con la finalidad de aumentar su capital para que ingrese al
mundo del mercado como un consumidor. En las empresas se abarataban los costos
mediante modelos de producción como el fordismo y, al mismo tiempo, se aumentaba el
sueldo de los trabajadores. La tercera pata de este proceso la constituye la escuela como
agente reproductor de ciertas unificaciones estéticas comunes a todos los sujetos para la
homogeneización. La escuela es la encargada de cohesionar la sociedad, se pasa del
conglomerado al sistema, pues estos garantizan la distribución de este bien común, de
esta lógica homogeneizadora, al que todos tenían que acceder.
El trabajo aparece descrito como una tarea monótona que debe cumplirse en sus ocho
horas para luego tener el dinero y el tiempo libre para gastarlo.

El siglo XXI plantea la hipótesis que la expansión se realiza por la demanda por ello, las
políticas culturales de este siglo se basan en la demanda. Se pasa de una idea de
propaganda propia del siglo anterior, al marketing que se basa en que la demanda no hay
que generarla sino que ya existe: hay que encontrarla. De este modo, se trata de
encontrar qué es lo que el sujeto quiere consumir dejando de suponer que todos quieren
consumir lo mismo, entonces, generan pequeñas burbujas o nichos de consumo que se
agotan para crear nuevos.
En el plano educativo, se empiezan a pensar propuestas que respondan a las demandas
de los sujetos, de la comunidad. Esto lleva a la caída de los modelos de autoridad
tradicionales: la autorización curricular (enseño esto porque está en el curriculum),
autorización académica (enseño esto porque los que saben dicen que hay que enseñarlo)
y autorización dogmática (enseño esto porque la iglesia dice que lo tengo que enseñar).
Y la aparición de nuevas formas de autorización regidas por distintas demandas:
autorización psicológica (no enseño lo que es lo correcto, sino lo que él quiere aprender,
satisfacción de una demanda individual), autorización institucional o comunitaria (enseño
lo que el PEI dice), autorización de los padres (intentan satisfacer las demandas de los
padres con una idea de la educación como una atención familiar).
El riesgo de estas nuevas formas de autorización por demanda es bajar la intenciones del
para qué se educa y limitarse al efecto pedagógico de satisfacer una demanda
rápidamente.

En el sistema educativo argentino, una de las premisas en su vinculación con el contexto


es que la distribución del capital cultural que el sistema educativo hacía era mucho más
igualitario que la distribución del capital económico que hacía el modelo económico, por
ello, la educación fue una vía de ascenso social importante pues era más fácil obtener
capital cultural que económico.
Frente a esta situación, se han planteado tres posiciones, la primera sostiene que esta
distribución desigual es correcta; la segunda, dice que hay que lograr que la distribución
del capital cultural que realizan las escuelas debe ser similar al que realiza el modelo
económico, es decir, lograr que las escuela de los pobres sean de los pobres y la de los
ricos, de los ricos (neoliberalismo). Y tercero, la que propone que mediante la distribución
de capital cultural, se modifique, transforme la distribución del capital económico.

La lógica imperante en este siglo es la de la red que aparece como la forma organizativa
que posee toda las ventajas que la lógica del sistema no tenía. El trabajador se muestra
como estresante y con un pensamiento de “nadie sabe qué pasará hoy en el aula”. Si bien
se hace una crítica a la homogeneización del siglo anterior, es importante rescatar la
categoría de lo común. Frente a un mundo de la diversidad que genera demandas, no
debemos perder de vista que hay algo que nos iguala y une “la humanidad”.

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