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Epicureísmo

Introducción

1.- El fundador de la escuela epicúrea, Epicuro, nació en Samos el año 342/1 a. J. C.


Allí fue oyente de Pánfilo, un platónico, y después, en Teos, oyó las lecciones de
Nausífanes, discípulo de Demócrito, que ejerció considerable influencia sobre Epicuro,
pese a las posteriores afirmaciones de éste. La fundó en su propio jardín y Diógenes
Laercio nos dice que el filósofo legó en testamento la casa y el jardín a sus discípulos.1
A Epicuro no le interesaba ni la lógica, ni la metafísica, entre otras ramas de la filosofía,
simplemente se apoyaba en la física de Demócrito para fundamentar su ética.

Física y gnoseología

2.- La física con la que parte Epicuro es la de Demócrito. Realmente no agrega nada
nuevo, simplemente se limita a describir los principios de los átomos, retomar la teoría
del vacío y la infinidad de mundos posibles debido al choque aleatorio de los átomos
que se da por los vacios del espacio. El ser para Epicuro, al igual que Demócrito, se
compone de átomos (ser) y vacio (no-ser).

Ahora bien, el universal todo es un cuerpo, porque nuestros sentidos nos atestiguan en
cada caso que los cuerpos tienen una existencia real, y la evidencia de los sentidos,
según he dicho antes, debe ser la regla de nuestro discurrir acerca de cuanto no se
percibe directamente. De lo contrario, si lo que denominamos el vacío o el espacio o la
naturaleza intangible no tuviese existencia real, no habría nada en lo que pudiesen
estar contenidos los cuerpos, y a través de lo cual se pudiesen mover, mientras que, de
hecho, vemos que se mueven realmente. Añadamos a esta reflexión que ni a base de la
percepción ni de ninguna analogía que en ella se funde puede concebirse una cualidad

1
Copleston, Frederick, Historia de la Filosofìa. Vol. 1., BAC., Madrid, España, 2013, P. 353.
general propia de todos los seres, que no sea atributo o accidente del cuerpo o del
vacío.2

3.- Epicuro pensaba que los problemas dialecticos de la filosofía son superficiales y
sosos, por lo que los problemas de la razón son poco importantes para su sistema. Los
sentidos y las pasiones son realmente el criterio que se debe seguir para conocer la
realidad. El criterio básico de de la verdad es la percepción (ἡ αἴσθησις). El concepto
forma parte del segundo criterio de verdad y se aloja en la memoria.

Reprueban la dialéctica como superflua, pues en cualquiera cosa les basta a los físicos
entender los nombres. Y Epicuro dice en su Canon que los criterios de la verdad son los
sentidos, las anticipaciones y las pasiones; pero los epicúreos añaden las accesiones
fantásticas de la mente; bien que el mismo Epicuro dice esto en el Epítome a
Herodoto y en las Sentencias escogidas: «Todo sentido, dice, es irracional e incapaz de
memoria alguna; pues ni que se mueva por sí mismo ni que sea movido por otro, puede
añadir ni quitar cosa alguna. Tampoco hay quien pueda reconvenirlos: no un sentido
homogéneo a otro homogéneo, por ser iguales en fuerzas: no un sentido heterogéneo a
otro heterogéneo, por no ser jueces de unas mismas cosas: ni tampoco un sentido a otro
sentido, pues los tenemos unidos todos. Ni aun la razón puede reconvenirlos, pues toda
razón pende de los sentidos, y la verdad de éstos se confirma por la certidumbre de las
sensaciones.3

4.- El epicúreo se interesa por el estudio de la física para librarse de la superstición. No


hay un estudio de la naturaleza de manera contemplativa, sino simplemente para
reconocer que son simples conjuntos de átomos que recibieron su forma de manera
azarosa y sin teleología alguna. El mundo que los epicúreos describían era un mundo
totalmente mecánico y materialista. A diferencia de los estoicos, rechazan toda
providencia divina y toda necesidad racional del mundo y creen que el mundo pudo ser
o no ser, y que su formación fue fortuita.

Primeramente se ha de saber que el fin en el conocimiento de los meteoros (ya se


llamen conexos, ya absolutos) no es otro que el librarnos de perturbaciones, y con la
mayor seguridad y satisfacción, al modo que en otras cosas. Ni en lo imposible se ha de
gastar la fuerza, ni tener consideración igual en todas las cosas, o a los discursos

2
Laercio, Diogenes, Vida y obra de filósofos ilustres, Editorial Alianza, Madrid, España, 2009, 10, 39-40.
3
Ibid.
escritos acerca de la vida o a las interpretaciones de otros problemas físicos, v.gr., que
el universo es cuerpo y naturaleza intocable, o que el principio son los átomos, y otras
cosas así, que tiene única conformidad con las que vemos, lo cual no sucede en los
meteoros. Pero éstos tienen muchas causas de donde provengan, y un predicado de
sustancia cónsono a los sentidos. Ni se ha de hablar de la naturaleza según axiomas y
legislaciones nuevas, sino establecerlos sobre los fenómenos; pues nuestra vida no ha
menester razones privadas o propias, ni menos gloria vana, sino pasarla
tranquilamente4.

5.- Los epicúreos no niegan la existencia de los dioses, al contrario, la noción de su


existencia en el espíritu humano es innato. Para los epicúreos los dioses tienen la forma
humana y están compuestos de átomos. Los dioses tienen la forma humana porque es la
mejor de todas, y mediante esa forma pueden disfrutar de mejor manera los deleites de
los sentidos.

Pero, si la figura humana es superior, en cuanto a su forma a la de todos los seres


dotados de espíritu, y si la divinidad, por su parte, es un ser dotado de espíritu, ésta ha
de tener, ciertamente, la figura que resulta más hermosa de todas. Y, ya que se afirma
que los dioses son sumamente apacibles, pero que, por otra parte, no puede haber
nadie apacible sin virtud, ni la virtud puede afincarse sin la razón, ni la razón puede
albergarse en parte alguna que sea la figura humana, ha de reconocerse que los dioses
son de apariencia humana.5

Los dioses de Epicuro, a diferencia de los estoicos, no están interesados en las acciones
humanas, sino que se mantienen a distancia.

Y es que la divinidad no hace nada, no se halla inmersa en ocupación alguna, no se


esfuerza en trabajo alguno, se complace en su propia sabiduría y virtud, y tiene la
seguridad de que siempre disfrutará de placeres sumamente intensos, y además
eternos.6

4
Ibid.
5
Ciceron, Sobre la naturaleza de los dioses, Gredos, Madrid, España, 2016, P. 304.
6
Ibid., P. 306.
Ética

La razón por la que tomo esta física es que mediante esta forma materialista de ver el
mundo el hombre se libra del miedo de los astros, del otro mundo y de la divinidad, y
procurar así la paz del alma, la ataraxia. Para Epicuro el sabio es aquel que se ha
librado de toda superstición que mortifica el alma. El sabio no teme ni al destino, ni a la
muerte ni a los dioses. Pues como pretendió demostrar con su física: el mundo no tiene
leyes necesarias ni racionales, ya que todo ha sido constituido fortuitamente; los dioses
no están interesados en las acciones humanas; y no se teme a la muerte porque no se
cree en la existencia de una escatología de la salvación del alma, ya que el alma muere
con el cuerpo (los átomos se dispersan) y no hay temor de los castigos venideros.

Por obra de Epicuro hemos sido desembarazados de tales terrores y devueltos a la


libertad, no tenemos miedo de unos dioses que, a nuestro entender, no se producen
molestia alguna a sí mismos, ni se la buscan a otros, y rendimos un culto piadoso y
devoto a la excelente y preeminente naturaleza de tales dioses.7

Por qué razón se ha de tener miedo a morir, si la muerte es un puro extinguirse, es


ausencia de conciencia y de sentimientos, si ningún juicio ni castigo alguno nos espera
después? «La muerte no puede afectarnos en nada, pues lo que ya ha perecido carece
de sensaciones, y lo insensible no es nada para nosotros»8

Erradicado así toda superstición y toda metafísica cosmológica, no hay otra


preocupación que el poder disfrutar de los placeres. La ataraxia es el supremo bien, y
esto permite disfrutar plenamente de los placeres. El placer es el fin de la vida. Sin
embargo, esto no significa que el fin de la vida sea conseguir un conjunto de placeres
particulares momentáneos, sino obtener el placer de la serenidad del alma.

Afirmamos que el placer es el comienzo y el fin de la vida venturosa; porque hemos


reconocido este bien como el primero de todos y connatural a nosotros, y por
referencia al mismo es como iniciamos toda elección y toda repugnancia; y a esto
venimos a parar, como si juzgáramos todo bien tomando la pasión por modelo.9

7
Ibid., P. 308.
8
Laercio, O.P., Cit., 10, 139
9
Ibid.
Yo ciertamente no tengo cosa alguna por buena, excepto la suavidad de los licores, los
deleites de Venus, las dulzuras que percibe el oído y las bellezas que goza la vista.10

Que la felicidad se entiende en dos modos: la suprema, que reside en Dios y no admite
incremento; y la humana, que recibe incremento y decremento de deleites. Que el sabio
pondrá imágenes si las tiene, y vivirá con indiferencia si no las tiene. Que sólo el sabio
disputará rectamente acerca de la música y poesía. Que compondrá poemas, pero no
fingidos. No se conmoverá de que uno sea más sabio que otro. Si es pobre, podrá
lucrar, pero sólo de la ciencia. Que obsequiará al monarca en todo tiempo. Dará las
gracias a quien obrare rectamente. Que tendrá escuela abierta; mas no solamente para
juntar gran número de oyentes. Leerá en público, pero no por sola su voluntad y antojo.
Que establecerá dogmas, y no dudará. Semejante será aún durmiendo, y caso que
importe, morirá también por un amigo.» Así opinan éstos acerca del sabio.11

Los epicúreos tienen las siguientes virtudes capitales: prudencia, honradez y justicia. La
búsqueda de placer en Epicuro no significa un desenfreno grotesco que pervierte el alma
y el cuerpo, sino que es un placer que se disfruta con templanza.

Imposible vivir plácidamente sin ejercitar la prudencia, la honradez y la justicia; e


imposible vivir prudente, honorable y justamente sin que resulte una vida placentera.
Quien no viva conforme a la prudencia, la honradez y la justicia, no podrá vivir feliz.12

10
Ibid., 10. 4.
11
Ibid.
12
Ibid.

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