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ENTRE EL BIEN Y EL MAL

Nietzsche escribió, aquello que se hace por amor está más allá del bien y del mal, y
tomó está frase para exponer los conceptos Bien y Mal tan presentes en la vida
cotidiana, todo se refuta entre lo que está bien y lo que está mal, creando una confusión
en el interior, porque aquello que está bien para unos está mal para otros, y entonces
estos conceptos se convierten en el desencuentro de la justicia, la cual a partir de esta
percepción se revela tiránica y el mundo se reduce en dos posturas reducidas a
concepto de moral más no de ética.
El bien y el mal desde la moral marcan lo que debe hacerse sin dar un explicación lógica
del porque, el bien y el mal desde la ética no tienen un significado de separación sino
de unión que hace consciente al ser humano de sus actos y de sus responsabilidades.
Si adán y Eva hubiesen aceptado su responsabilidad ante su equivocación Dios los
hubiese perdonado, pero al culparse uno al otro mostraron la incapacidad de hacerse
responsables de su libertad, por ello, les costará más trabajo caminar, porque la
humanidad no se acompaña con libertad sino para obtener beneficios y evadir sus actos.

El bien y el mal alejan al ser humano de su semejantes al convertirse en conceptos


abstractos, ¿qué es el bien, qué es mal?, y en estos cuestionamientos el ser humano
se diluye, se culpa, se distrae, trata de entender y desde ahí se conoce a sí mismo, al
otro y a Dios, se divide, y tergiversa, camina con miedo porque todo lo que haga sólo
tendrá un resultado, se comporte como quiera su caminar se irá hacia un camino bueno
o hacia uno malo, entonces el ser humano no tiene muchas opciones de vida, todo lo
que haga será para bien y/o para mal, pero, ¿esto realmente debe ser así?

En la sabiduría antigua el ser humano es un ser infinito, un ser eterno creado de la


unidad que se une con la dualidad, por ello en el libro del Génesis está escrito, Dios creó
el cielo y la tierra, marcando lo divino y lo humano, e hizo el firmamento e hizo las aguas
del cielo, hizo las estrellas e hizo los continentes, hizo las aves del cielo y los animales
terrestres, si ponemos atención se percibe que un elemento corresponde al cielo y otro
a la tierra, así hasta llegar a la creación del ser humano, donde toma la tierra para crearlo
y el aliento como soplo de vida, un aire, que corresponde al cielo, esto nos muestra que
el ser humano fue creado de lo celeste y lo terrenal, que todo en él lleva en sí misma
está dualidad que lo hace único.

El ser humano compuesto de la dualidad de la creación se revela unidad, y de esta


nacerán diversas percepciones de vida para formar la existencia, pero tiempo antes
cuando Dios creaba dice: Este fue el día primero… este fue el día segundo… y vio Dios
que era bueno, este fue el tercer día, en estás frases vemos que fue hasta el tercer día
que Dios acabó una parte de la creación el día primero y segundo todavía no estaba
terminado, hasta el tercer día, Dios vio que era bueno. El Bien y el Mal estaban implícitos
objetivamente de manera ética, se sabía al observar lo que estaba bien y mal, y a partir
de ahí se redefinía el siguiente paso, por lo cual el ser humano, al ser creado llevaba
esta “ética” en su interior, sabía lo que debía hacer con objetividad, era responsable de
sí mismo y por ende podía ser responsable de otra persona, pero, cuando toma del fruto
del árbol del Conocimiento palabra que viene de la voz Daat que significa unión, y no se
hace responsable de su acto sino que culpa a otro, provoca la división de esta
objetividad.

El nombre más cercano de este árbol es El árbol de la unión entre el bien y el mal,
porque como se mencionó líneas arriba se tenía conciencia objetiva, al no hacerse
responsable se forma una desunión entre el bien y el mal y la conciencia se convierte
en subjetiva, es decir, ¿quién puede decir que yo estoy mal? Se pierde la ética y todo
se vuelve moral, si se comete un delito no es porque yo lo haya querido es porque una
voz interior, la del alma lo solicitó, o porque el cuerpo lo dictaminó así en base a sus
instintos, el ser humano se fragmenta a sí mismo para no hacerse responsable de sus
propios actos, todos tienen la culpa excepto él. Esta falta de responsabilidad es lo que
separa al Hombre de Dios y de la naturaleza, entre más culpa a los demás más se aleja
de su esencia natural y más se pierde de la lógica humana divina que conlleva ayudar
a otro, y el egoísmo se hace presente, entonces, si alguien es pobre, no es porque algo
como sociedad se está haciendo mal, sino porque esa persona, es un flojo, un bueno
para nada, si alguien asesina a una persona, no es porque su pasado, su falta de
oportunidades, su rencor social del cual todos somos responsables lo hizo llegar a ese
punto, sino porque es voluntad de Dios, y así infinidad de actos y actitudes, todo esto
aleja no sólo de Dios y del prójimo sino de uno mismo, porque actuamos para justificar
nuestros actos y no para vivirlos y ser responsables.

Esta separación del Bien y del Mal ha provocado una falta de responsabilidad ética y ha
creado un caminar moral invadido de juicios y críticas, de posturas e ideologías que se
quedan en lo subjetivo y que no ayudan en lo absoluto al mejoramiento del mundo y
sobre todo no fundamental la paz, porque mientras unos matan en nombre de Dios, los
otros justifican matanzas en nombre de otro Dios, pero ninguno acepta que es poder y
ambición y sustituyen su ambición en verdades absolutas donde el Dios de cada uno
les dice que el otro está mal, haciendo estos conceptos subjetivos, pero si se retornará
a la conciencia primigenia se sabría que desde la ética objetiva con la cual el ser humano
fue creado, hacer daño y asesinar está mal, pero, como se percibe desde la moral, estos
actos están bien porque se tiene una causa.

Por otra parte la división del Bien y del Mal, al hacerse abstractos disuelven al ser
humano en ambigüedades inservibles para la realización social, todo se queda en
reflexiones filosóficas, teológicas, se crean congresos se crean conflictos y
separaciones de escuelas, de academias de pensamiento, vulnerando más el diálogo y
perdiéndolo, entonces el pensamiento se convierte en individual y el egoísmo se
manifiesta.

El Bien y el Mal desde la ética de la sabiduría de la creación no deben separarse y deben


de ser objetivos no subjetivos porque se pierde el valor humano, separar estos
conceptos conlleva fragmentar al ser humano, volverlo interesado e individualista
porque todo tiene algo de bueno y de malo desvaneciendo la responsabilidad.

El Bien y el Mal existen en la libertad y ésta en la ética de cada ser humano el cual debe
caminar sin dividir y sin convertir la Justicia en moral, es decir, en un acto que elimine la
propia responsabilidad.
CONOCIMIENTO Y VERDAD
El término “conocimiento” y la disciplina filosófica que lo estudia —la teoría del
conocimiento— han experimentado notables cambios hasta el presente. La teoría
clásica concibe el conocimiento en íntima unión con la verdad, como una captación
intelectual de realidades necesarias e inmutables. Con la llegada de la modernidad, la
difusión de un clima escéptico puso en duda esta pretensión, cuestionando la aptitud
misma del conocimiento para la verdad. Esta duda ha presidido toda la modernidad
hasta el presente. Para responder al desafío escéptico, las principales corrientes de la
llamada epistemología analítica contemporánea han intentado, sin éxito, explorar el
carácter justificante del conocimiento. En este intento, han destacado teorías
encaminadas a mostrar que el conocimiento recibe su justificación desde un
fundamento, como el fundacionismo y el coherentismo; teorías encaminadas a mostrar
que el conocimiento recibe su justificación desde sus fuentes, como el externismo y el
internismo; y teorías encaminadas a mostrar que la recibe por las facultades cognitivas
mismas como instrumentos de conocimiento fiables, como la epistemología de la virtud.
Todas ellas generan, a su vez, nuevas paradojas e imponen la necesidad de volver a
los fundamentos de esta disciplina, presentes en la teoría clásica, para descubrir la
conexión entre conocimiento y verdad, e intentar detener el desafío escéptico.

SER VERITATIVO Y SER REAL


La pregunta por la verdad ocupa un lugar central en la filosofía clásica desde Platón y
Aristóteles. En términos generales, ambos autores coinciden en que la verdad tiene su
fundamento en el ser; está ontológicamente fundada. La verdad depende íntimamente
de la realidad; en Platón esa realidad son las ideas; en Aristóteles, los diversos modos
de ser del ente. Para Aristóteles, el ser verdadero es uno de los sentidos del ente que
tiene su causa en una afección del pensamiento. Esta afección no se produce
azarosamente, sino que es dependiente del modo de ser de las cosas. Como escribe
en un célebre pasaje: “no eres blanco porque nosotros pensemos verdaderamente que
eres blanco, sino que, porque tú eres blanco, nosotros, los que lo afirmamos, estamos
en lo verdadero”. Así pues, la verdad manifiesta y refleja el ser de las cosas por la
dependencia existente entre el ser veritativo y el ser real, un vínculo que precede a la
inteligencia, y que posibilita la adecuación de los juicios a la realidad.
La teoría de la adecuación, formulada por Tomás de Aquino, se inspira en esa
vinculación. Para éste, “la verdad se define como la adecuación entre el entendimiento
y la cosa. De ahí que conocer tal adecuación sea conocer la verdad” (1888-1889). En
su perspectiva, cuando el entendimiento capta la adecuación entre dos formas —la
forma conocida por el entendimiento y la forma real— detecta la verdad del juicio que
se le presenta a la mente. La verdad acontece propiamente cuando esta relación se
hace patente. Cabe decir así que el juicio veritativo, que afirma o niega una cosa de
otra, expresa esta adecuación.
La teoría de la adecuación da cuenta de la verdad de cualquier juicio. Con todo, algunos
autores señalan que el juicio veritativo no es la única, ni la más alta aprehensión posible.
Ya Platón y Aristóteles conciben un conocimiento no proposicional según el cual el
entendimiento tiene únicamente ante sí la posibilidad de conocer la verdad, de modo
que, o la conoce y tiene éxito, o no la conoce y fracasa, sin que en este caso se pueda
hablar de falsedad. En Platón, el conocimiento no proposicional es el conocimiento de
las formas en Aristóteles, el de los objetos simples o no compuestos como los objetos
matemáticos. Y, aunque falte evidencia textual para asegurarlo con mayor certeza, es
fácil advertir que entre estos objetos están los primeros principios del conocimiento, de
los cuales Aristóteles cree que no es posible equivocarse.
En este contexto, Tomás de Aquino habla de una intelligentia indivisibilium para
referirse a “las esencias simples de las cosas, como por ejemplo, lo que un hombre es,
o lo que un animal es”. Y señala: “en esta actividad, considerada en sí misma, no se da
verdad ni falsedad, lo mismo que acontece en las expresiones lingüísticas no complejas”
Muchos medievales comparten esta postura, lo que muestra que, aunque la teoría de la
adecuación haya pasado como modelo de la teoría clásica de la verdad, se concibieron
otras modalidades de verdad que fueron escasamente consideradas en siglos
posteriores
LA BELLEZA

La belleza está asociada a la hermosura. Se trata de una apreciación subjetiva: lo


que es bello para una persona, puede no serlo para otra. Sin embargo, se conoce
como canon de belleza a ciertas características que la sociedad en general
considera como atractivas, deseables y bonitas.
La concepción de belleza puede variar entre distintas culturas y cambiar con los
años. La belleza produce un placer que proviene de
las manifestaciones sensoriales y que puede sentirse por la vista (por ejemplo, con
una persona que es considerada atractiva desde el punto de vista físico) o el oído
(al escuchar una voz o una música agradable). El olfato, el gusto y el tacto, en
cambio, no están relacionados con la belleza.
Más allá de la manifestación sensorial, es posible considerar algunas cosas
abstractas y conceptuales como bellas. Una reflexión moral puede ser destacada
como un texto bello: lo que importa en este caso es qué se dice y no cómo se dice
(es decir, la belleza no está en el papel o en la pantalla de la computadora).
Uno de los cánones de belleza más extendido es la armonía. Los seres humanos
tienden a considerar que la armonía y las proporciones adecuadas son deseables.
Desde los orígenes de esta rama de la ciencia, se ha intentado establecer una
definición estable de lo que significa la belleza y se han obtenido dos líneas
firmemente marcadas: una que afirma que se trata de un concepto subjetivo, sujeto
a las experiencias e ideas de cada individuo en particular, y la otra que la reconoce
como algo estandarizado y firme, que responde a una serie de principios
establecidos como «normales».
Para poder definir este concepto es necesario realizarse previamente una serie de
preguntas, tales como: ¿A qué objetos se les puede aplicar la categoría de belleza ?
¿Cuáles son los códigos que trasciendan las normas culturales y temporales?
La rama de la filosofía que se ha encargado del estudio de la belleza se denomina
estética. Esta disciplina analiza la percepción de la belleza y busca su esencia.
El Mundo, el Alma y Dios
En las Meditaciones Metafísicas Descartes se propone probar la existencia del mundo,
del alma y de Dios, las tres sustancias de las que tradicionalmente se había ocupado la
metafísica, pero deducidas ahora de principios firmes e inquebrantables, sobre los que
pretendió reconstruir el cuerpo del saber. También Hume se ocupará de estas tres
sustancias en las Investigaciones, pero llegando a conclusiones bien distintas a las que
la metafísica tradicional y la cartesiana, así como sus predecesores empiristas, habían
llegado.

El Mundo
Tenemos una tendencia natural a creer en la existencia de cuerpos independientemente
de nuestras percepciones, tendencia compartida tanto por el vulgo como por los
filósofos, al menos en cuanto a las acciones ordinarias de la vida cotidiana de éstos se
refiere. Esto equivale a decir que "creemos" que los objetos y las percepciones son una
sola cosa, o que nuestras percepciones están causadas por los objetos, a los que
reproducen fielmente, y que si bien las percepciones "nos pertenecen", los objetos están
fuera de nosotros, perteneciéndoles un tipo de existencia continuada e independiente
de la nuestra.
Pero si analizamos la cuestión filosóficamente, dice Hume, tal creencia se muestra
enteramente infundada. En realidad, estamos "encerrados" en nuestras percepciones,
y no podemos ir más allá de ellas, ya que son lo único que se muestra a nuestra mente.
Las percepciones, como hemos visto, son de dos tipos: impresiones e ideas. Las ideas
se producen en nuestra mente como copia de las impresiones. Pero ambas son meros
contenidos mentales que se diferencian sólo por su vivacidad. Podemos hacer cuanto
queramos, pero no podremos nunca ir más allá de nuestras impresiones e ideas.

El Alma
Para la tradición metafísica la existencia del alma, una sustancia, material o inmaterial,
subsistente, y causa última o sujeto de todas mis actividades mentales (percepción,
razonamiento, volición...) había representado uno de los pilares sobre los que ésta se
había desarrollado. Si bien con el racionalismo de Descartes deja de ser principio vital,
continua siendo, como sustancia, principio de conocimiento, y sigue gozando de los
atributos de simplicidad e inmaterialidad, representando finalmente la identidad
personal.
Habiendo rechazado la validez de la idea de sustancia ¿podemos seguir manteniendo
la idea de alma, de un sustrato, de un sujeto que permanece idéntico a sí mismo, pero
que es simple y distinto de sus percepciones? ¿De qué impresión podría proceder tal
idea de alma? No existen impresiones constantes e invariables entre nuestras
percepciones de las que podamos extraer tal idea del yo, del alma. No hay ninguna
impresión que pueda justificar la idea de un yo autoconsciente, como si el yo
permaneciera en un estado de autoidentidad inquebrantable:
“El yo o persona no consiste en ninguna impresión aislada, sino en todo aquello a lo que
hacen referencia nuestras distintas impresiones e ideas”.

Dios
Dada su postura sobre el mundo y el alma, la tesis defendida sobre la sustancia divina
estará en consonancia con las conclusiones anteriores. En la sección XI de la
"Investigación sobre el entendimiento humano" Hume estudia el tema de Dios y la vida
futura, teniendo en cuenta las críticas realizadas a la idea de sustancia y al principio de
causalidad. En virtud de ello, Hume no reconocerá validez alguna a las demostraciones
metafísicas de la existencia de Dios, considerando que dicha existencia no es
demostrable racionalmente.
Si la idea de sustancia es una idea falsa, ya que no le corresponde ninguna impresión,
ya podemos adjetivarla como "externa", "pensante" o "infinita", que ello no hará que sea
menos falsa. Así, es inútil partir del análisis y las determinaciones de la sustancia para
intentar demostrar la existencia de una sustancia infinita, de Dios. Los argumentos "a
priori", que van de la causa al efecto, basándose en el principio de causalidad, incurren
en un claro uso ilegítimo del principio, ya que éste sólo se puede aplicar, sólo tiene
validez, en el ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa,
de Dios o sustancia infinita, por lo que no podemos asegurar que haya conjunción
necesaria alguna entre ésta y sus efectos, ya que nunca hemos podido observar esa
conjunción en la experiencia.
A pesar de ello Hume analiza con más detalle las inconsecuencias del único argumento
que le parece tener alguna capacidad de convicción: el que, partiendo del orden del
mundo, llegar a la existencia de una causa última ordenadora. El argumento afirma que
de la observación de la existencia de un cierto orden en la naturaleza se infiere la
existencia de un proyecto y, por lo tanto, de un agente, de una causa inteligente
ordenadora. Hume añade que este argumento atribuye a la causa más cualidades de
las que son necesarias para producir el efecto; se podría inferir del orden del mundo la
existencia de una causa inteligente, pero en ningún caso dotarla de más atributos de los
ya conocidos por mí en el efecto, error en el que incurre el argumento de un modo
manifiesto: una vez deducida la causa, se vuelven a deducir de ella nuevas propiedades,
además de las ya conocidos, que no tienen fundamento alguno en mi impresiones.

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