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Todas estas publicaciones difundieron el pensamiento de Julio Castro sobre distintos temas
de la realidad educativa y social nacional y latinoamericano
El capítulo “El banco fijo en la Escuela Nacional” nos ilustra sobre el origen del famoso
Banco Varela en nuestra escuela y sus prescripciones y como la polémica ya estaba
instalada en ese tiempo de nacimiento de la escuela uruguaya. Cuando Julio Castro habla
del banco fijo se refiere a la etapa de la Pedagogía Tradicional, este pensamiento nacido en
el centro de Europa, llego al País en dos corrientes, la de Varela y la de Berra.
Desentrañando el proceso se ve bien claro que la disciplina tradicional respondió a algo.
Consecuencia del mismo sistema fue la creación de los bancos, tal como se han usado en
el País por más de 50 años. La disciplina se caracterizo por la quietud y el silencio. Se
adopto el mobiliario de clase de acuerdo ese fin. La enseñanza se reducía a oír y contestar,
en medio de actividades exclusivamente intelectualistas. Una de las características de la
Escuela Tradicional; basada en el empirismo y el racionalismo; fue su cerrado
individualismo, ni trabajos en grupos ni realizaciones que no surgieran del esfuerzo propio y
personal. Esto tuvo como consecuencia el ideal del aislamiento, el niño además de estar
callado, quieto, debía estar solo. A ese criterio respondieron los premios de estimulo, los
puntos, las competencias del mayor rendimiento personal, la “posición de clase”, el sentido
de dosificación cuantitativa de la enseñanza, de los programas y del contralor de la misma.
Un individualismo exacerbado presidia el espíritu de la escuela. Como el hombre realizaba
en el exterior la lucha por la vida, el niño, en la escuela, vivía también en un clima de lucha
por superación frente a los demás.
Cuando Julio Castro habla de la mesa colectiva se refiere a la Nueva Escuela: La escuela
nueva representa el más importante movimiento de renovación pedagógica después de la
creación de la escuela pública burguesa. Su rasgo fundamental consistía en la idea de
fundamentar el acto pedagógico en la acción, en la actividad del niño o la niña. Se considera
a Rousseau como precursor de este movimiento pedagógico, sus obras proporcionaron los
fundamentos filosóficos para una educación progresista e innovadora. Centraliza por
primera vez el tema de la infancia en la Educación a partir de sus planteos los niños y niñas
no serian considerados adultos en miniatura pues viven en un mundo propio que es
necesario comprender, el niño o niña nace bueno, el adulto con su falsa concepción de la
vida, es el que los pervierte. La teoría de la escuela nueva establece una renovación que
valoriza la autoformación y la actividad espontánea de la niñez. Propuso que la Educación
fuese instigadora del cambio social. Según la escuela nueva, la escuela debía concebirse
como un laboratorio de pedagogía practica, es decir un lugar de experimentación y creación
pedagógica, también debía organizarse como un medio propicio para el desarrollo de una
educación integral de niños y niñas, en una atmosfera lo más familiar y afectiva posible.
Desarrollar una coeducación, programar experiencias pedagógicas acordes a las
necesidades de los niños, debían funcionar como repúblicas que les permitiera desarrollar el
sentido crítico de libertad, participación activa y autonomía.
Aprender no es repetir
Algunos han dicho y otros sugerido que la escuela debe enseñar y desentenderse de
todo aquello que tienda a la formación de la personalidad. Con instruir trasmitiendo
conocimientos estaría cumplida su función. Suele afirmarse que la educación general
y total es resorte exclusivo de los padres, dejando de lado la idea de que no se puede
enseñar sin educar; que la acción docente de transmitir un conocimiento lleva implícita
una actitud en relación con la formación de quien ese conocimiento recibe.
De acuerdo con el autor, no se puede trasmitir un conocimiento sin acción sobre la
formación de la personalidad, ya que la enseñanza no es capacitar al niño para que
repita; no es inyectarle una dosis de conocimiento. Enseñar supone poner en
actividad el espíritu del educando para que realice una elaboración en torno al acto
de conocer. Más importante que lo enseñado es el proceso de elaboración que el
conocer exige. En el niño como en el hombre hay potencias anímicas en constante
actividad. Ellas son las que trabajan sobre el elemento que se enseña, no sólo
simulándolo para uso y dominio sino también relacionándolo, sometiéndolo a juicios
de valor, probándolo en la crítica, experimentando con él.
Como se comprende, toda esta actividad implica una acción del educador sobre el
alma de su alumno. Cuando se le enseña algo a un niño las categorías de los
elementos en juego son distintas. Cuando más fina, exquisita y esencial sea la acción
del educador, más ricas serán las consecuencias del acto educativo.
Cuando el educador logra de sus alumnos una actitud, un modo de vida frente al
mundo del conocer, habrá creado en ellos lo esencial.
Pero educar no es sólo trasmitir conocimientos. Es una acción de esencia más fina,
de más sutil y elevada jerarquía. Educar es contribuir a que el niño al elaborar sus
conocimientos vaya tomando su posición frente a los hechos, las ideas, las normas,
las costumbres, las personas. El niño tiene su mundo fantasioso y personal. A medida
que crece ese mundo propio va entrando en relación al que rige la vida de los demás.
Se produce así una asimilación lenta donde no son raros las crisis y los conflictos. Los
educadores tienen técnicas, métodos, procederes educativos capaces de realizar esa
tarea con eficacia.
Releer esta obra nos ayuda a enfrentarnos con algunas realidades que cuesta
percibir, cosas tan cotidianas como la simple organización del aula y su mobiliario. No
basta decir el banco fijo “ya fue”; hay que entender su significación, su filosofía, para
poder desterrarlo de verdad. Dice Julio Castro en esta obra: “Todo esto se comprende
claro, si se observan las consecuencias que tuvo el pensamiento pedagógico
tradicional en la formación de su mobiliario, especialmente en el banco fijo. La
disciplina se caracterizó por la quietud y el silencio; se adaptó el mobiliario de clase
de acuerdo a ese fin. Pero como además, la enseñanza se reducía a oír y contestar,
en medio de actividades intelectualistas, hubo necesidad de buscar el ambiente
propicio para lograr, lo más ordenadamente posible, esa quietud. Por otra parte, una
de las características de la escuela tradicional fue su cerrado individualismo: ni trabajo
en grupo, ni realizaciones que no surgieran del propio esfuerzo personal. Esto tuvo a
su vez, como consecuencia, el ideal del aislamiento. El niño además de estar callado
y quieto, debía estar solo.”
De acuerdo con lo anterior, así como el banco fijo concretó un criterio pedagógico en
el mobiliario escolar, la mesa colectiva expresa otro. Como el banco fue la solución
adecuada, la mesa lo es ahora.
Los partidarios del banco fijo, sostienen, entre otras, las siguientes razones para
fundamentar su opinión: El banco facilita el orden en la clase, pues la idéntica
situación de los alumnos, la tranquilidad que da una posición cómoda, la eliminación
de ruidos que nace de la inmovilidad del banco, son factores todos, que contribuyen
a serenar y tranquilizar el ambiente. Al estar todos los niños dispuestos en la misma
forma con relación al maestro, el papel de éste se hace más importante y las
actividades de la clase se refieren más directamente a él. La comunicabilidad entre
los niños es menor, de modo que no es tan fácil que la atención se disperse. Por otra
parte, el trabajo permite una mayor concentración del esfuerzo individual. Por su
parte, los partidarios de la mesa colectiva, no sólo parten de distintas razones de
orden práctico, sino que, además, se fundan en otros conceptos teóricos sobre el niño
y sobre la educación. Sostienen que el banco fijo busca la disciplina de la inmovilidad.
El banco no es del todo bien visto actualmente, precisamente por eso: porque impone
tal disciplina. Y como ésta no debe ser impuesta sino que debe nacer de la actividad
bien orientada, el argumento pierde valor. El papel del maestro en la clase no debe
ser ostensiblemente preponderante. A eso tiende el banco, refiriendo la posición de
los niños a la que ocupa el maestro. Pero éste no debe aparecer como el jefe de la
clase, obligando a los alumnos a adoptar sus actitudes de acuerdo a determinadas
reglas que nacen de su autoridad en permanente exposición. Si se busca centrar la
educación en el niño, hay que empezar por emanciparlo de la tiranía que impone la
presencia del maestro. Precisamente, los partidarios de la mesa, entre ello Julio
Castro, quieren facilitar la comunicabilidad, la interactividad y la colaboración entre los
alumnos.
Se podría seguir así repitiendo los argumentos de una vieja discusión que aún persiste
en la actualidad; en definitiva siempre, unos y otros van a partir de criterios
pedagógicos distintos. Los partidarios del banco, no lo son por el banco mismo, sino
porque se basan en un sistema de ideas del cual el banco es la concreción; los que
sostienen, en cambio, las bondades de la mesa colectiva están en idéntico caso. Nos
colocamos en posición de militancia en el grupo de los últimos porque entendemos
que la mesa representa un espíritu de la educación que triunfa a pesar de todo; una
concepción que se abre paso; una esperanza que apunta al porvenir, aspirando
alcanzar soluciones de libertad.
Es decir, que la discusión entre el banco fijo y la mesa colectiva planteada por Julio
Castro, hace más de cincuenta años, sigue vigente. No solo por el tema del mobiliario,
sino porque la educación uruguaya sigue buscando un rumbo hacia el cumplimiento
de sus más caros principios: gratuidad, obligatoriedad, laicidad, educación científica
y democrática, universalidad. Por ello, se hace sumamente necesaria la capacidad de
analizar, trabajar, reconstruir puentes, establecer nuevas experiencias e
investigaciones, ser creativos y audaces. Volver a leer atentamente este libro es un
aliciente para discutir los principios fundantes y plantearse los nuevos desafíos de
nuestra educación, además de continuar manteniendo vivo el pensamiento
pedagógico de uno de nuestros mejores educadores: el Maestro Julio Castro.
REFLEXIONES PERSONALES
No falta en la obra de Julio Castro la dosis necesaria de utopía, de deseo. Por ello,
nos sumamos a la voz del autor al decir: “aprender no es repetir”, lo que se traduce
en una invitación a cultivar la esperanza. Esto se basa en el supuesto de que esta
última no es esperar ingenuamente lo que vendrá, por el contrario, este planteo nos
invita a reflexionar cada día ¿Qué hacemos en nuestras aulas para que esto suceda?
Nos invita, además, a reflexionar constantemente sobre los beneficios y dificultades
del rol de ser maestros. De este modo, reflexionando conjuntamente con nuestros
antecesores podremos volver a encontrarnos con una vocación y responsabilidad
profesional, que hoy sabemos, podría ser llenada con un nuevo sentido.
Puede decirse, que su teoría se relaciona dialécticamente con la práctica, por lo que
no cae en discursos vacíos. Nos dejó su saber como legado y nos demostró, al igual
que otros pedagogos oriundos de nuestro país, que los docentes uruguayos tenemos
mucho que aportar a la construcción del pensamiento pedagógico, esto sin perder de
vista los aportes de nuestros antecesores, cuyos pensamientos son sumamente
vigentes. De esta manera, volver a considerar a nuestros grandes pedagogos y a sus
implicancias educativas como referencia, no es volver al pasado ni a sus prácticas, es
volver a significar la escuela con miradas de futuro.
BIBLIOGRAFÍA