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De la tradición a la verdad

Gloria Copeland
«Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguna de sus bendiciones!
El Señor perdona todas tus maldades,
y sana todas tus dolencias. El Señor te rescata de la muerte, y te colma
de favores y de su misericordia. El Señor te sacia con los mejores
alimentos para que renueves tus fuerzas, como el águila».
(Salmos 103:2-5)

¿Existe en realidad un propósito divino tras las cosas malas que te suceden? ¿Es posible
que tus enfermedades y calamidades sean parte del plan de Dios para tu vida?

Antes de que puedas empezar a recibir la sanidad y el poder liberador de Dios, debes
saber la respuesta a esas preguntas y aclarar ese asunto de una vez por todas. Si tienes
alguna sospecha de que Dios es la fuente de tus tragedias, entonces no podrás creer que
Él pueda librarte de tus dificultades. Tu fe estará paralizada porque pensarás que si evitas
esas cosas, estarás oponiéndote a la voluntad de Dios.

Para que puedas recibir todos los beneficios que Dios desea darte, debes estar de
acuerdo con que Él es un Dios bueno. Debes creer que la voluntad de Dios para ti es la
salud, no la enfermedad; la prosperidad, no la pobreza; la felicidad, no la tristeza―¡el
100% del tiempo! El Salmo 103 es suficiente para demostrarlo. Pero si no es suficiente
para convencerte, también hay muchos otros. Por ejemplo, Salmos 136:1: «Alabemos al
Señor, porque él es bueno! ¡Su misericordia permanece para siempre!».

Si las tradiciones religiosas te han privado de la bondad de Dios, si te han enseñado que
Él permite dificultades en la vida para enseñarte algo, empieza hoy a desechar esas
tradiciones y reemplázalas con la verdad. Lee la Biblia y deja que Dios mismo te diga por
medio de Su Palabra que Él es el Dios que te sana (Éxodo 15:26). Escudriña las Escrituras
y descubre por ti mismo la verdad de que Dios es misericordioso (Salmos 86:5),
bondadoso (Jeremías 9:24) y compasivo (Salmos 145:8).

Rechaza las dudas y abre tu corazón para recibir la verdad acerca de tu Padre celestial.
Es la única cosa que podrá hacerte verdaderamente libre.

Lectura bíblica: Salmos 89:1-28

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