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EN EL PAÍS HAY MÁS DE 1.700 PUNTOS PARA DEPOSITARLOS

Cuando los medicamentos contaminan el medio ambiente

Datos del autor: Sergio Silva Numa, Escritor para el espectador.


SILVA, S (2019). “Cuando los medicamentos contaminan el medio ambiente”. EL
ESPECTADOR. Consultado el 29/Septiembre/2019 en
https://www.elespectador.com/noticias/salud/cuando-los-medicamentos-contaminan-el-medio-
ambiente-articulo-883549
Salud 29 Sep 2019 - 9:00 PM
Por: Sergio Silva Numa - @SergioSilva03
El excesivo consumo humano y veterinario de medicinas ha alertado a varios investigadores por
las consecuencias que podría tener en algunos ecosistemas. Muertes de buitres y cambios de
comportamientos en especias han sido algunos de los efectos registrados. En Colombia, pocos
saben que hay puntos específicos para desechar los fármacos.
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235 pacientes de un hospital de Bogotá creían que los medicamentos que no usan se desechan en
la basura. / Getty.
Lindsay Oaks fue un tipo conocido en el mundo de la microbiología y la veterinaria. Desde que
en la década del noventa estuvo vinculado a la Universidad Estatal de Washington, en EE. UU.,
se ganó la admiración de sus colegas y alumnos. “Era un líder muy respetado y sus estudiantes lo
querían mucho. El aula fue el espacio donde sintió que podía contribuir más a su profesión”, fue
como lo describió esa universidad en el obituario que publicó cuando falleció en enero de 2011.
Con solo 51 años, Oaks había sido diagnosticado de un agresivo tumor neuroendocrino tres
meses atrás.
Entre las investigaciones que hizo hubo una que fue especialmente comentada a principios de
este siglo. Había sido publicada en el 2004 en la prestigiosa revista Nature, y exponía un
problema que hasta el momento no parecía ser inquietante: los efectos de los residuos
farmacéuticos en algunos ecosistemas. Junto a otros 12 colegas, Oaks había demostrado que el
diclofenaco, popular analgésico y antiinflamatorio, era el culpable de la disminución de buena
parte de la población del buitre de lomo blanco, también llamado buitre dorsiblanco bengalí
(Gyps bengalensis). “Los residuos de diclofenaco como causa de la disminución de la población
de buitres en Pakistán”, fue como titularon su estudio.
En términos simples, lo que hizo ese grupo de científicos fue examinar con lupa los motivos por
los que desde 1990 la población de esa especie había caído estrepitosamente. Las pistas
apuntaban a que las causas de las muertes eran insuficiencia renal y gota visceral, pero nadie
había podido explicar las razones de esas enfermedades. Oaks y su equipo intuyó que los
motivos podían relacionarse con los cadáveres de ganado, una de las principales fuentes de
alimentación de los buitres. Tras analizar muestras y entrevistar a 74 veterinarios y
farmacéuticos, habían despejado las dudas: el agente tóxico detrás de la mortandad eran los
residuos de diclofenaco, un medicamento muy usado por los granjeros para tratar a sus vacas.
“Es consecuencia ambiental inesperada”, fue la manera como calificó el episodio Oaks, que
entonces pertenecía al Departamento de Microbiología y Patología Veterinaria de la U. Estatal de
Washington. Además, dijo, la disminución de esta especie, clave para evitar la descomposición
de los cadáveres de ganado, podía tener serios efectos en la salud pública. Hoy, según la Unión
Internacional para la Conservación de la Naturaleza, el buitre de lomo blanco está en la categoría
de “peligro crítico”, dos "pasos" antes de la extinción.
El artículo que publicó Oaks fue uno de los primeros que proporcionó evidencia sobre una de las
consecuencias de los residuos de medicamentos en el ambiente. Diego Quijano, ingeniero
ambiental y estudiante del doctorado en Salud Pública de la U. Nacional, suele mostrarlo cuando
le piden hablar de una rama de investigación que, pese a ser relativamente nueva, poco a poco se
ha ganado un campo entre la ciencia: la ecofarmacogivilancia, una disciplina que trata de
entender los efectos adversos de los productos farmacéuticos en el ambiente.
En su baraja de ejemplos, Quijano tiene varios con los que intenta explicar la importancia de
estudiar más a fondo esa relación. Uno de los primeros es una investigación publicada en 1994
en la revista Chemistry and Ecology que demostró una posible feminización de la trucha arcoíris
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por los residuos en aguas residuales de etinilestradiol, un popular compuesto de tratamientos


anticonceptivos. Otro de sus buenos ejemplos es un estudio de 2006 que demostró que la
Ivermectina, un medicamento usado en el ganado para controlar la presencia de nuches, ácaros o
piojos, estaba afectando las poblaciones del escarabajo de estiércol y cambiando sus
comportamientos.
Como esos, dice Quijano, hay estudios que muestran los efectos que tiene la excesiva
medicalización humana o veterinaria en algunas plantas. También hay evidencia de otro
problema que cada vez es más inquietante para la salud pública: la resistencia a los antibióticos.
Hace solo un par de semanas otro estudio publicado en la revista Aquatic Mammals evidenció
que el 88 % de los delfines de la laguna Indian River de Florida, EE. UU. presentaban patógenos
resistentes a los antibióticos. Los autores habían recolectado muestras de 171 ejemplares entre
2003 y 2015.
“Es probable que este problema se originara en una fuente donde se usaban antibióticos
regularmente”, había explicado al diario inglés The Guardian Adam Schaefer, líder de la
investigación.
Como cuenta Quijano, se trata de un inconveniente que tiene varias fuentes. El uso de fármacos
en animales, por un lado. El humano, por el otro. En esos caminos hay distintas rutas por las que
las medicinas pueden terminar en los ecosistemas: a través de la excreción o de los vertimientos
que llegan a aguas residuales por parte de algunas compañías fabricantes o de instituciones con
un alto porcentaje de consumo, como los hospitales.
Es difícil saber si en Colombia las consecuencias de ese consumo son notorias. Los análisis que
han tratado de evaluarlo son escasos. Uno de ellos fue publicado en Enviromental Science and
pollution research international por investigadores de la Universidad de Antioquia y de la
Universidad de Jaume. Tras examinar la presencia de este tipo de contaminantes emergentes en
dos embalses que alimentan de agua potable a Medellín, encontraron, entre otras cosas, que en el
60 % de muestras había rastros de ibuprofeno.
Entre esos caminos por los que los medicamentos suelen llegar a los ecosistemas hay uno
inquietante: el desecho de fármacos que pacientes no vuelven a utilizar. Quijano intentó analizar
esas prácticas en Colombia, junto a los profesores José G. Orozco Díaz y Esperanza Holguín
Hernández, de la U. Javeriana. En 2016 publicaron en la Revista de Salud Pública de U.
Nacional sus resultados en un artículo titulado Conocimientos y prácticas de pacientes sobre
disposición de medicamentos no consumidos. Aproximación a la ecofarmacovigilancia.
En pocas palabras, luego de realizar una encuesta a 392 pacientes en un hospital de Bogotá,
llegaron a la conclusión de que muy pocos sabían lo que debían hacer con las medicinas que no
consumían. Más del 60 % creía que esos fármacos que no consumían debían parar en la basura
corriente y solo el 5 % creía que las medicinas sobrantes debían entregarse en sitios
especializados. Y aunque casi el 90 % pensaba que los medicamentos desechados podían afectar
el ambiente, solo el 86 % conocía los Puntos Azules, esos contenedores que hay en algunas
droguerías y almacenes para depositar estos artículos.
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La conclusión de Quijano, Orozco y Holguín era clara: "Se evidenció un vacío de conocimientos
con respecto a la forma de disosición de los medicamentos. Menos del 15 % de la población
encuestada conoce los planes posconsumo de medicamentos vencidos, conoce o ha oído hablar
de los puntos azules o ha recibido información sobre la disposición de medicamentos sobrantes o
vencidos o sus empaques".
La cifra concuerda con los cálculos de Jorge Trujillo, director de la Corporación Punto Azul, la
organización que aglutina a varias compañías que trazaron un Programa de Posconsumo de
Medicamentos. Hoy reúne a 292 farmacéuticas (el 98 % del mercado) y este año lograron una
cifra récord: la recolección de mil toneladas de medicinas. Según él, estas empresas, encabezadas
por la ANDI, han invertido a lo largo de siete años unos $20 mil millones para cumplir con el
programa de posconsumo de medicamentos que exige Colombia.
Pero pese a que ya han distribuido 1.720 puntos para los pacientes dispongan los fármacos
vencidos y sobrantes que luego son llevados a un sofisticado proceso de destrucción y reciclaje,
Trujillo es franco con sus expectativas. "Aún falta una larga campaña de pedagogía", dice.
“Estamos tratando de hacer ese cálculo con precisión, pero creo que apenas recogemos el 10% de
los medicamentos que deberían depositarse en los Puntos Azules. España, por ejemplo, recoge
unas 4 mil toneladas anuales; nosotros, 500. Y, sin embargo, esta labor, que depende de la ayuda
de todos los ciudadanos, evitó que el año pasado se falsificaran unos 9 millones de
medicamentos.”.

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