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51: «Para ofrecer a los fieles una mesa más abundante en Palabra de
Dios, ábranse con más generosidad los tesoros de la Biblia, de modo que
en un determinado espacio de años se lea al pueblo la parte principal de
la
Sagrada Escritura.»
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repertorio. Son tres lecturas los domingos, en vez de dos; lo cual
tiene sus ventajas, acompañadas de algún inconveniente. Ventaja
es que a lo largo de tres ciclos se lean los evangelios casi íntegros,
buena parte de las epístolas y una cantidad notable de Antiguo
Testamento. Ventaja es que se vea la conexión entre el Antiguo y el
Nuevo Testamento. Inconveniente puede ser el que la segunda
lectura no encaja fácilmente en el tema, que las lecturas se han de
recortar para no alargarse, que no se pueden comentar las tres...
El hecho de que las lecturas se lean o proclamen en la lengua
del pueblo, además de otros factores, ha producido un notable
cambio en la predicación, que hoy es más homilética, más al
servicio del texto bíblico. En buena parte, las lecturas litúrgicas y la
homilía han influido en el renacido interés por la palabra de Dios.
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Frente a esas citas, encuentro en los evangelios unas palabras
de Cristo. Se trata de un enfrentamiento polémico de Cristo con el
satán, es decir, el rival del designio del Padre, el que propugna un
antiproyecto triunfal. Frente a hambre, pan: «Di que esas piedras se
conviertan en panes». Jesús replica: «No de sólo pan vive el
hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,
3-4). Es una cita del Deuteronomio (8, 3) que explica cómo Dios fue
educando a su pueblo en el desierto, como un padre a su hijo:
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La Palabra concentra en sí muchas palabras, es el «verbum
abbreviatum» que decían los autores antiguos; palabra concisa que
dice mucho, palabra resumida, como título concentrado de un largo
libro. «En múltiples ocasiones y de muchas maneras habló Dios
antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta
etapa final, nos ha hablado por su Hijo» (Hb 1, 1-2). Como esa
Palabra resume y condensa todas las palabras de la Escritura,
éstas desarrollan y articulan, refractan en muchos colores, quiebran
en muchas facetas la Palabra única y definitiva. Y esa Palabra, que
un día tomó forma humana, ya glorificada, se encierra en el pan
eucarístico. En forma de alimento nos comunica vida suya.
Antes de tomar ese pan menudo y enorme, blanco y misterioso,
unas palabras nos van a explicar algún aspecto de su misterio. El
misterio de Jesucristo se manifestó en unos cuantos años de vida,
unas cuantas enseñanzas, unos cuantos milagros. Aunque Juan
nos diga: «Otras muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una
por una, me parece que los libros no cabrían en el mundo», sólo
una parte del misterio llegó a manifestarse, o lo hizo de forma
concentrada. Para desentrañar el misterio entrañable, la liturgia
echa mano de los evangelios y, con ellos, de textos del Antiguo
Testamento: preparaciones, profecías y símbolos que expone a la
luz del Nuevo Testamento. Al ser iluminados con esa luz, explican
aspectos del misterio. Como un tapiz plegado, que ha de
desplegarse para mostrar la imagen, así un símbolo mencionado o
aludido del evangelio despliega su sentido en la imagen
correspondiente del AT, si la disponemos y enfocamos
correctamente. Todo el intento de la liturgia de la palabra es
aclararnos el misterio de Cristo: lo que es para nosotros, lo que nos
ofrece, lo que exige.
De ese modo, las palabras de la liturgia eucarística son
realmente «palabras de vida» y pertenecen a la celebración
eucarística como parte integrante.
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Espíritu Santo, ese hombre que comienza a existir está desde el
primer momento consagrado, es Hijo de Dios. No son títulos o
privilegios que se le añadan más tarde.
Algo así sucede cuando, a impulso del Espíritu, un retazo de
historia humana se hace palabra. Si hay literatura de evasión,
también existen grandes obras literarias: mitos y leyendas, épica e
historia, teatro y poesía lírica. Por medio de esos textos
comulgamos unas veces con el poeta que se ha expresado en ellos,
otras veces con una experiencia humana individual y general.
Grandes narradores y dramaturgos sienten un día que en su mente
es concebido un personaje; acaso de la historia, de la leyenda;
acaso pura ficción. Al principio ellos envuelven y hacen crecer al
personaje, y éste va cobrando una vida personal que el autor ha de
respetar. Esos personajes representan, encarnan experiencias
humanas importantes. Otras veces, grandes ansias, angustias,
esperanzas de los hombres, pasando por la mente del poeta, se
transforman en palabra poética. Las grandes obras literarias nos
suministran una experiencia vicaria que nos enriquece
humanamente. A nuestro modo, la revivimos, o convivimos con los
personajes y sus azares. Todo llega a nosotros en forma de palabra
poética, simplemente humana.
Hasta cierto punto, así es la Biblia. Un autor anónimo nos cuenta
escenas de vida patriarcal, otro relata la epopeya de la liberación,
otro canta la esperanza de retornar a la patria. La experiencia de
unos personajes y de un pueblo se transforma en palabra
permanente. Sólo que se añade algo cualitativamente diverso y
superior: como esa transformación se realiza a impulso del Espíritu,
lo que resulta, la palabra, nace consagrado, es Palabra de Dios.
Supongamos una lectura: el paso del Mar Rojo. Una comunidad
vive la experiencia de la liberación, superando obstáculos
desmesurados, guiada por un jefe carismático que actúa en nombre
de Dios. Un autor, o varios sucesivamente, dan forma literaria a la
experiencia: con entonación épica, con datos legendarios, con
símbolos quizá de ascendencia mítica. A través de ese texto,
generaciones sucesivas comulgan con la experiencia originaria.
Más importante: comulgan también con su Dios, el Señor se les
comunica. Porque si Dios dirigió el gran paso, el Espíritu movió al
literato. Siglos más tarde, un israelita sufre angustiosamente el
abandono de Dios, pasa por una crisis de fe, busca inútilmente
respuesta a sus preguntas:
77,19-21:
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rodaba el estruendo de tu trueno,
los relámpagos deslumbraban el orbe,
la tierra retembló estremecida;
tú te abriste camino por las aguas,
un vado por las aguas caudalosas,
y no quedaba rastro de tus huellas.
Mientras guiabas a tu pueblo como un rebaño,
por la mano de Moisés y de Aarón.
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formula «mito y rito». Los gestos, o ceremonias, o rito, constan de
posturas, movimientos, acciones. Los llamamos gestos porque
suelen tener un significado natural o convencional. A veces los
gestos se organizan en una especie de pantomima o acción
dramática. Paralelamente discurren las palabras que lo explican.
MITO/RITO RITO/MITO:También podemos empezar por el mito,
que narra con símbolos un hecho primordial, fundacional de ciclos
periódicos. Por ejemplo, el ciclo de la vegetación. Los mitos incluyen
con frecuencia a divinidades entre sus personajes; pero ese dato
no es indispensable. Es normal que empleen un lenguaje simbólico,
de símbolos elementales. Esa historia que se cuenta al recitar el
mito se puede escenificar, estilizada, en una representación, que es
el rito.
Mitos de divinidades no se encuentran en el AT; símbolos de
ascendencia mítica no los evitan los autores bíblicos, porque saben
capturarlos y depurarlos para explotar su vigor impresionante. El
AT, de ordinario, nos ha transmitido por separado la narración
histórica o legendaria, las plegarias y los ritos, de suerte que no es
fácil combinarlos correctamente para reconstruir sus liturgias. Sin
embargo, podemos encontrar unos cuantos ejemplos. Es muy
conocida la ceremonia de oferta de primicias en Dt 26. Se celebraba
en los santuarios locales, conmemorando en el don de la cosecha
anual el don fundacional de la tierra; el pueblo responde al don de
la cosecha con el pequeño don simbólico de las primicias, al don de
la tierra con la recitación o confesión de su historia dirigida por Dios.
(Hay que notar que, en hebreo, ofrecer es «hacer entrar,
introducir», y cosecha es «entrada, metida», lo que se mete en el
granero o bodega). Aunque el texto es bien conocido, no estará de
más releerlo aquí:
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fe; de la fiesta han de participar también dos categorías sociales
que no poseen terrenos: el levita y el emigrante. La dimensión
social se funde con la religiosa. ¿Se puede vaciar de sentido este
rito? Quitemos la gran profesión de fe, y la ceremonia se
empequeñece, aunque no pierda todo su sentido. Quitemos las
referencias a la historia, y el rito amenaza con quedarse en
ritualismo, sin sentido explícito. De ahí podría pasar fácilmente a un
acto de magia, ejecutado para asegurar la nueva cosecha.
Quitemos la participación de las clases necesitadas, y el rito queda
desvirtuado, porque se pondría al servicio del egoísmo, negaría al
Dios liberador de oprimidos y protector de desvalidos. Podríamos
llamar a dicha pérdida de sentido «ritualización»; el rito sería
«ritualismo».
Jr 7, 8:
Os hacéis ilusiones con razones falsas, que no sirven: ¿De modo que
robáis, matáis, cometéis adulterio, juráis en falso, quemáis incienso a
Baal, seguís a dioses extranjeros y desconocidos, y después entráis a
presentaros ante mí y en este templo que lleva mi nombre, decís:
Estamos salvados, para seguir cometiendo tales abominaciones?
4:
No os hagáis ilusiones con falsas razones, repitiendo: El templo del
Señor, el templo del Señor, el templo del Señor.
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Am 7, 12-13:
Vidente, vete, escapa al territorio de Judá; allí puedes ganarte la vida y
profetizar. Pero no vuelvas a profetizar contra Betel, que es el santuario
real y nacional.
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Ez 3, 4-7:
Hijo de Adán, anda, vete a la casa de Israel y diles estas palabras, pues
no se te envía a un pueblo de idioma extraño y de lenguas extranjeras
que
no comprendes. Por cierto que, si a éstos te enviara, te harían caso; en
cambio, la casa de Israel no querrá hacerte caso, porque no quieren
hacerme caso a mí.
Is 40, 7:
se agosta la hierba, se marchita la flor, cuando el aliento del Señor
sopla sobre ellos; se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra
de nuestro Dios se cumple siempre.
Is 55, 10-11:
Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después
de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé
semilla
al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi
boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi
encargo.
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resultados concretos de las lecturas de la misa, por otra parte no
podemos imponerles nuestras medidas de tiempo e intensidad. Sí
podemos esperar que las palabras cumplirán su misión.
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adquieran la ciencia suprema de Jesucristo [Flp 3, 81, pues desconocer
la
Escritura es desconocer a Cristo. Acudan de buena gana al texto mismo:
en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios; en la lectura espiritual o bien
en otras instituciones ... » (Dei Verbum, 25).
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