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Tulio Halperin Donghi: “Una nación para el desierto argentino”

Balances de una Época

En 1879 fue conquistado el territorio indio. Al año siguiente el conquistador del desierto era
presidente de la nación, tras doblegar la suprema resistencia armada de Buenos Aires, que veía así
perdido el último resto de su pasada primacía entre las provincias argentinas. La victoria de las
armas nacionales hizo posible separar de la provincia a su capital, cuyo territorio era federalizado.
Nada quedaba en la Nación que fuese superior a la Nación misma.

La Argentina es al fin una, porque ese Estado nacional, lanzado desde Buenos Aires a la conquista
del país, en diecinueve años ha coronado esa conquista con la de Buenos Aires.

No obstante Sarmiento observa que ciertos progresos alcanzan también a África e India. O sea
Sarmiento de alguna manera reconoce que Alberdi tenía razón: los cambios vividos en la Argentina
son, más que el resultado de las sabias decisiones de sus gobernantes posrosistas, el del avance
ciego y avasallador de un orden capitalista que se apresta a dominar todo el planeta. Y ese
progreso material necesariamente marcado por desigualdades y contradicciones, en que nada se
siente estable y seguro, es menos problemático que la situación política. Es ésta la que
verdaderamente “da que pensar”.

Con el triunfo de Roca se han resulto para siempre “los problemas que venían retardando hasta el
presente la definitiva organización nacional, el imperium de la Nación establecido sobre el
imperium de la provincia, después de sesenta años de lucha.” Dominará el lema de paz y
administración. El presidente tendrá tres grandes objetivos: creación de un ejército moderno,
desarrollo de las comunicaciones (ferrocarriles, telégrafo) y poblar los territorios ganados a los
indios.

Mientras la Argentina parece haber encontrado finalmente el camino que le había señalado
Alberdi, y haberse constituido en república posible, hay un aspecto de la previsión alberdiana que
se cumple mal: el Estado no ha resultado ser el instrumento pasivo de una elite económica cuyos
objetivos de largo plazo sin duda comparte, pero con la cual no ha alcanzado ninguna coincidencia
puntual de intereses e inspiraciones.

El sistema representativo tal como funciona en la Argentina (o seudo-representativo), ha


permitido la emergencia de una clase política integrada por “aspirantes que principian la vida, bajo
los escozores de la pobreza, buscado abrirse camino por donde se pueda, en cambio de los
suspirados representantes de la riqueza y saber de las provincias. El resultado es la mala
administración y el derroche.

Sarmiento esta preocupado porque la Argentina de 1880, la república ya verdadera, no se parece a


ninguna de las naciones que debían construirse, nuevas desde sus cimientos, en el desierto
pampeano; al preocuparse por ello, Sarmiento se muestra de nuevo escasamente representativo
del ánimo que domina ese momento argentino.

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