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LA ETICA DE LO VALORES

el hombre y los valores

Los hombres se mueven por lo que consideran valioso. La percepción de lo valioso


es distinta en unos y otros, aunque las cosas tengan un valor en sí mismas. La
percepción dependerá de los esquemas mentales de cada uno, tanto si son muy
claros y conscientes como si son mecánicos o inconscientes. Por ejemplo, un adicto
a la droga dará un valor a los estupefacientes distinto del que le da el médico que
trate drogadictos.

que entendemos por valor

Valor es todo lo que favorece la plena realización del hombre como persona.

El bien, lo bueno, es buscado por el hombre bajo un doble aspecto:

a) Como fin, lo cual significa que el sujeto, el hombre, tiene una tendencia activa
para conseguir el objeto, el bien.

b) Como valor, lo cual quiere decir que hay un orden afectivo, de amor, deseo,
admiración, hacia este bien.

Valor es un carácter de las cosas, que hace que sean más o menos estimables o
deseadas y que puedan satisfacer para un cierto fin. Por ejemplo, una moto es un
bien y, por tanto, tiene valores. Es estimable y deseada. Muchos desean tener una
moto, si no la tienen, y si ya la tienen, pueden desear otra mejor, que se les presente
como más valiosa. Con los valores de la moto pueden conseguir diversos fines: ir a
visitar a un amigo distante, llegar en menos tiempo al trabajo, sentirse "dueños" del
espacio al ir a gran velocidad, etcétera.

Los ejemplos de las cosas materiales tienen la ventaja de ser muy claros. Pero no
son sólo valores las cosas materiales. Hay valores estéticos: pintura, escultura,
música, etc., que son apetecidos por la belleza, que satisface al ser contemplada.
También hay otros valores morales, como hacer el bien a otros, ser agradecidos,
etcétera.

dimensión objetiva y subjetiva de los valores

Algo tiene valor según un doble aspecto: objetivo y subjetivo. El valor objetivo es el
más importante, puesto que las cosas son estimables porque tienen perfecciones
en sí mismas. Estas perfecciones reales son las que hacen que el hombre sea
atraído por ellas. La moto del ejemplo es una máquina que tiene unas perfecciones
propias (motor, suspensión, estética, etc.). La valoración de estas cualidades
dependerá ante todo de su real perfección. No basta con que le guste a alguien y
que luego, sin embargo, no tenga la velocidad suficiente, o se rompa con facilidad.

La dimensión subjetiva viene dada por el valor que el hombre le conceda. Esta
dimensión vendrá dada porque, para el sujeto, cumpla mejor el fin que pretende el

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sujeto. En el caso de la moto, la valoración será distinta para un piloto de carreras
que para un turista.

La base fundamental de los valores es la perfección propia de las cosas. Las cosas
valen en la medida de sus perfecciones: lo más perfecto vale más y, si es conocido
como valioso, atrae más. El término valor añade a la noción de bien la de la
tendencia del hombre hacia el bien. El valor se capta por el conocimiento, pero
también por el deseo, la admiración, etcétera.

Sería incorrecto reducir los valores a algo puramente interno del sujeto. Algo vale
porque es bueno y no es valioso simplemente porque agrade. La situación óptima
es cuando coinciden bien objetivo y valoración subjetiva, lo que sucede cuando hay
sensibilidad y rectitud de conciencia. La ética, en consecuencia, no dependerá de
modo absoluto de las valoraciones subjetivas. Habrá cosas que serán malas en sí
mismas, independientemente de las costumbres vigentes, aunque sean
mayoritarias. Negar la existencia de los valores objetivos proviene de la negación
de la existencia en el hombre de una naturaleza inmutable, o de la posibilidad de
conocer lo que es bueno en sí mismo.

LA ÉTICA DE LOS VALORES DE MAX SCHELER

Uno de los pensadores modernos que más han destacado en la axiología o filosofía
de los valores es Max Scheler, pensador de estilo pasional y emotivo, que buscaba
la "lógica del corazón". Hombre inestable, entró en la Iglesia Católica dos veces y la
abandonó al final de su vida. Su principal obra se llama Ética y su filosofía es,
principalmente, un análisis de la moral.

Para Scheler, los valores son algo no idéntico a las cosas, ni tampoco a los actos
psíquicos (es decir, ni algo objetivo, ni algo subjetivo), ni al temperamento, ni al
carácter. Son cualidades de un orden especial, que descansan en sí mismas, que
se justifican por sí mismas, son de orden ideal.

En un valor se da, lo que él llama, exceso de objeto, que no equivale a realidad +


realidad, la que podría ser captada con la inteligencia, sino que es un aspecto -el
principal de la cosa misma- captable de otra manera. No podemos hablar de valores
objetivos, pero tampoco estamos ante un subjetivismo. Para Scheler, más que de
valor objetivo se deberá hablar de valor válido o valorado, que provoca el aprecio o
el desprecio.

La ética de Scheler es emocional, los valores se captan por el sentimiento de


valores, que no es meramente subjetivo, pero tampoco proviene de que en las cosas
haya esos valores objetivos.

Los valores -dirá Scheler- no se inventan, ni se acuñan; son simplemente


descubiertos, van apareciendo con el progreso de la cultura, en el ámbito
cultural de cada hombre."

Scheler sigue, en cierta manera, a San Agustín, que hablaba de una "lógica del
corazón., y al filósofo cristiano francés Pascal (s. XVII), que proponía también esa
lógica, como réplica a la lógica puramente racional y, por ello decía: "el corazón tiene

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razones, que la razón no entiende-; pero, en realidad, Scheler se aleja mucho de
estos pensadores cristianos.

desprecio.

La ética de Scheler es emocional, los valores se captan por el sentimiento de


valores, que no es meramente subjetivo, pero tampoco proviene de que en las cosas
haya esos valores objetivos.

"Los valores -dirá Scheler- no se inventan, ni se acuñan; son simplemente


descubiertos, van apareciendo con el progreso de la cultura, en el ámbito
cultural de cada hombre."

Scheler sigue, en cierta manera, a San Agustín, que hablaba de una "lógica del
corazón., y al filósofo cristiano francés Pascal (s. XVII), que proponía también esa
lógica, como réplica a la lógica puramente racional y, por ello decía: "el corazón tiene
razones, que la razón no entiende-; pero, en realidad, Scheler se aleja mucho de
estos pensadores cristianos.

Carácter "ideal" de los valores en Max Scheler

Scheler intenta hacer una filosofía de los valores. Según él, los valores no son
accesibles al entendimiento, sino más bien al sentimiento o a la intuición. Para él,
los valores tienen un ser objetivo, un ser en sí y no dependen por tanto del sujeto,
pero no son bienes en sí, ni fines en sí, sino que son sólo principios universales y
necesarios para la actuación humana.

Los valores son objetos ideales, que no necesitan darse efectivamente en la


realidad:

"Así como podemos hablar -dirá Scheler- de la esencia del color rojo sin
tener en cuenta que exista o no, de hecho, en una cosa roja (por ejemplo,
una rosa), también hay valores como esencias, prescindiendo de que
existan, o no, cosas buenas que los tengan."

Las cosas pueden estar habitadas por un valor, que mientras las cosas son
pasajeras, los valores son formas eternas, valores eternos. Se fundan, no en los
hombres ni en sus actos, sino en un espíritu personal infinito, que parece
identificarse con Dios.

El sistema ético de Max Scheler, a pesar de su tendencia a la objetividad, no es


adecuado para interpretar la moral cristiana, pues el valor ético de Scheler se queda
en el terreno de lo subjetivo y no pasa al orden'real. Es mérito, sin embargo, de
Scheler el querer separarse de una ética puramente subjetiva, como la de Kant (cfr.
K.Wojtyla, Max Scheler y la ética cristiana, BAC minor).

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Es un peligro de la filosofía de los valores de Scheler considerar el sentimiento como
modo de llegar a lo real, y, en consecuencia, al ser divino, principio y fin de la realidad
creada.

NIETZSCHE O LA SUBVERSIÓN DE TODOS LOS VALORES

Nietzsche enseña que tienen preferencia los impulsos vitales sobre la razón, por eso
se le conoce como el promotor de la subversión de todos los valores vigentes hasta
entonces en Occidente.

Especialmente destructor se manifiesta Nietzsche con respecto a los valores


religiosos del cristianismo, al que, por cierto, conoció muy deformadamente.

Lo bueno para él es lo que ayuda a la construcción del superhombre, y malo lo que


contribuye a mantener al esclavo en su situación. El origen de los valores es la
voluntad de poder.

La subversión de todos los valores lleva al nihilismo, que es el sistema filosófico que
propugna Nietzsche y que en su obra La voluntad de poder, él mismo define:

"¿Qué significa el nihilismo?: "Que los valores supremos han perdido" su


crédito. Falta el fin: falta la contestación al "por qué". (...) El "nihilismo
radical" es la creencia en una absoluta desvalorización de la existencia,
cuando se trata de los supremos valores que se reconocen, añadiéndose a
esto la idea de que no tenemos el más mínimo derecho a suponer un más
allá o un en-sí de las cosas que sea "divino", que sea "moral viva".

"Esta creencia es una consecuencia de la "veracidad desa rrollada"; por


consiguiente, una consecuencia de la fe en la moral. (...) En resumen: la
moral ha sido el gran "antídoto" contra el "nihilismo" práctico y teórico. Tal
es la antinomia.

"Mientras creemos en la moral, "condenamos" la vida.


Los valores supremos, a cuyo servicio consagraba la vida el hombre, sobre
todo cuando eran muy difíciles y costosos, estos valores sociales se crearon
para su fortalecimiento y fueron considerados como mandamientos de Dios
como "realidades", como "verdaderos" mundos, como esperanza y vida
futura. Hoy, que conocemos la mezquina procedencia de estos valores, el
Universo nos parece desvalorizado, "falto de sentido"; pero éste es un
estado meramente de transición (...)"

CLASIFICACIONES DE LOS VALORES

Los valores son múltiples, tanto en su aspecto objetivo como en la apreciación que
de ellos hacen los diferentes sujetos. Pero, a pesar de su multiplicidad, no forman
una masa informe, sino que los valores aparecen ordenados. Hay seres más
valiosos que otros, e incluso el mismo ser será valorado distintamente por diferentes
sujetos.

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Los valores se presentan como irreductibles entre sí, pues ningún contenido valioso
puede subsumirse en otro, si ambos están en el mismo nivel, pues vivir un valor -
incluso vivirlo en grado sumo- no basta para cumplir con los demás valores. Cada
valor tiene sus propias exigencias y ha de ser cumplido en completa independencia
de los demás valores.

Aunque los valores sean irreductibles en sentido horizontal, sin embargo, se da una
jerarquía según la cual se tendrá la que Scheler llama la altura de un valor según su
dignidad o nobleza. La altura de un valor -dada la polaridad de éstos- presenta al
mismo tiempo la bajeza del antivalor correspondiente.

Un valor es superior a otro cuando dista más que éste de la indiferencia. El sujeto
es indiferente ante lo que no se le presenta como valioso y, por tanto, como atractivo.
Un valor es positivo cuando mueve al sujeto por atracción, y será negativo cuando
lo hace por repulsión. Lo esencial de un valor es su capacidad de sacar al sujeto de
la indiferencia, bien por atracción o por repulsión.

Desde el punto de vista ético hay que renunciar a un valor más bajo antes que
atentar contra otro superior.

Son múltiples las clasificaciones de valores, que, teniendo en cuenta lo que


acabamos de decir, se han propuesto por los diferentes autores. A modo de ejemplo
proponemos las de Max Scheler y la del pensador español Ortega y Gasset.

Según Scheler hay cuatro niveles o grados de valores:

1.º Lo agradable-desagradable, que está en conexión con el sentir sensible.

2.º Valores vitales. Comprenden en su esfera lo noble-vulgar.

3.º Valores espirituales: estéticos, jurídicos, del conocimiento puro.

4.º (Plano superior.) Valores religiosos: sagrado, profano.

ETICAS FORMALES

Ética formal, por su parte, es la que considera que lo que determina la bondad o maldad de la
norma moral es su forma. Toda norma moral va en imperativo, es categórica. Es decir, es
universal y necesaria. Válida para todos y sin excepción posible. ¿Cómo se yo que no debo
robar? Porque al intentar universalizar, convertir en norma moral válida para todos y sin
excepción, me encuentro con la norma "No robarás" que es conforme a la razón. Si
universalizo la contraria "Todos debemos robar" me encuentro con una norma que repugna la
razón.

LA ETICA KANTIANA DE EMANUEL KANT

La ética kantiana es una teoría ética deontológica formulada por el filósofo Immanuel Kant.
Desarrollada como producto del racionalismo ilustrado, está basada en la postura que la única
cosa intrínsecamente buena es una buena voluntad; por lo tanto una acción solo puede ser

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buena si su máxima —el principio subyacente— obedece a la ley moral. Central a la
construcción kantiana de la ley moral es el imperativo categórico, que actúa sobre todas las
personas, sin importar sus intereses o deseos. Kant lo formuló de varias maneras. Su principio
de universalidad requiere que, para que una acción sea permisible, debe ser posible aplicarla a
todas las personas sin resultar contradictoria. Su formulación de la humanidad como un fin en
sí misma exige que los humanos nunca sean tratados meramente como un medio para un fin,
sino también un fin en sí mismos. La formulación de la autonomía concluye que los agentes
racionales están obligados a la ley moral por su propia voluntad, mientras que el concepto de
Kant del Reino de los fines exige que las personas actúen como si los principios de sus propias
acciones establecieran una ley para un reino hipotético. Kant también distinguió entre deberes
perfectos e imperfectos. Un deber perfecto, como el deber de no mentir, es siempre
verdadero; uno imperfecto, como donar a la caridad, puede flexibilizarse y aplicarse en un
tiempo y espacio particulares.

El filósofo estadounidense Louis Pojman ha citado al pietismo como influencia en el desarrollo


de la ética kantiana, mientras que el filósofo político Jean-Jacques Rousseau señala al debate
contemporáneo entre racionalismo y empirismo y la influencia de la ley natural. Otros filósofos
sostienen que los padres de Kant y su profesor, Martin Knutzen, influenciaron su ética.
Aquellos influenciados por la ética kantiana incluyen al filósofo Jürgen Habermas, el filósofo
político John Rawls y el psicoanalista Jacques Lacan. El filósofo alemán G. W. F. Hegel criticó a
Kant por no proveer suficientes detalles concretos en su teoría moral para afectar la toma de
decisiones y por negar la naturaleza humana. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer
argumentó que la ética debería intentar describir cómo se comportan las personas y criticó a
Kant por ser normativo. Michael Stocker ha argumentado que actuar por deber puede
disminuir otras motivaciones morales como la amistad, mientras que Marcia Baron ha
defendido la teoría al sostener que no lo hace. La Iglesia católica ha criticado la ética kantiana
como contradictoria y considera que la ética cristiana es más compatible con la ética de las
virtudes.

La afirmación de que todos los humanos merecen dignidad y respeto como agentes
autónomos implica que los profesionales médicos deberían estar felices porque sus
tratamientos se realicen en quienquiera, y que los pacientes nunca deben ser tratados
simplemente cómo instrumentos para la sociedad. La actitud de Kant hacia la ética sexual
surge por su postura que los humanos nunca deben usarse simplemente como medios para un
fin, lo que le llevó a considerar la actividad sexual como degradante y a condenar ciertas
prácticas sexuales. Filósofas feministas han empleado la ética kantiana para condenar prácticas
como la prostitución y la pornografía debido a que no tratan a las mujeres como fines. Kant
también creía que, ya que los animales no poseen racionalidad, no podemos tener deberes
hacia ellos excepto el deber indirecto de no desarrollar inclinaciones inmorales mediante la
crueldad animal. Usó el ejemplo de mentir como una aplicación de su ética: debido a que
existe un deber perfecto de decir la verdad, nunca debemos mentir, incluso si parece que
mentir producirá mejores consecuencias que decir la verdad.

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ETICA EXISTENCIALISTA

Jean-Paul Sartre (1905-1980), una de las figuras culturales más representativas del siglo XX, y
cuya filosofía posiblemente sigue siendo de bastante importancia en nuestros días, más de la
reconocida. Fue identificado con el existencialismo, aunque no fue su creador. Nos dejó su
pensamiento en obras filosóficas, pero también expuesto en brillantes obras literarias para
que dedujéramos por nosotros mismos el medio de existencia individual del ser humano, con
su angustia, su libertad y su absurdo.

El existencialismo de Sartre rechaza la pertenencia a cualquier escuela de pensamiento, no


pacta con sistemas de creencias y no hace concesiones a la superficialidad, al academismo y al
alejamiento de la vida caracterizado por la filosofía anterior a su época. Para el existencialismo
de Sartre, las relaciones del hombre con Dios no deben incluirse en el marco filosófico ni a Dios
tampoco. Por otra parte, el humano cuenta como individuo centrado en su singularidad, no
como serie que acata los rasgos universales que la filosofía generalmente trataba de presentar.
Sartre arguye que la naturaleza humana no nos determina como individuos.

El existencialismo es un desafío filosófico a pensadores morales, según los cuales las acciones
correctas son el dictado de Dios a la naturaleza humana. No hay tal naturaleza humana, a lo
que podríamos agregar que tampoco Dios para concebirla. Para Sartre, son nuestros actos los
que determinan quienes somos y le dan significado a nuestras vidas.

El existencialismo da sentido a la vida de cada ser humano sin contar con sus creencias, cada
uno es libre y responsable de sus actos. La ética existencialista reconoce una libertad

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fundamental del individuo que lo proyecta al futuro, rechazando por inauténticos, los
prejuicios que corresponden a los valores y convencionalismos tradicionalmente inculcados.
Dice Sartre: “El hombre es el único ser en la naturaleza que no sólo es tal como él se quiere,
sino también como él se concibe después de existir… No es otra cosa que lo que él se hace. Es
éste el primer principio del existencialismo”.

En el ser humano “La existencia precede a la esencia.” Cuando un artesano quiere crear una
obra, primero piensa, prefigura la esencia de su creación. Con este ejemplo explica cómo la
existencia precede a la esencia en el ser humano, porque a los seres humanos nadie los ha
diseñado y nada hay que los haga malos o buenos. Para Sartre nuestra esencia, lo que nos
define, es lo que nosotros mismos construimos con nuestros actos.

Él considera que existimos para ir aprendiendo los inventos de los demás humanos, las cosas
abstractas, desde la idea de Dios hasta la existencia de una esencia humana previa. Cuando
hemos aprendido nos liberamos y nos realizamos libremente, siendo ésa nuestra esencia.
Nunca somos algo fijo y acabado. O es “mala fe” o es autoengaño considerarnos con un rol
social determinado o con un carácter que se cataloga como tímido, como atrevido, como
intelectual, etc. Siempre estamos intentando definirnos pero siempre somos libres para
romper con lo que somos y responsabilizarnos de lo que hemos hecho de nosotros mismos.

Sartre y Buda coinciden en este criterio y se apartan de la teoría freudiana de la determinación


inconsciente de nuestra personalidad y comportamiento. Sartre también reconoce que es
mala fe verse a uno mismo con todas las posibilidades de ser e ignorar los hechos y
circunstancias, siempre restrictivos, que condicionan nuestras elecciones. Para Sartre no
somos libres de nuestra propia “situación”, pero siempre lo somos para negar esta situación e
intentar cambiarla.

La filosofía de Sartre inicialmente dio demasiado énfasis a la libertad y a la consecuente


responsabilidad individual; pero, posteriormente hizo algunas concesiones que se acercaron a
los muy posteriores descubrimientos neurocientíficos relacionados a la preponderancia
emocional sobre la razón; pero, para él, en términos generales, el ser humano consciente es
libre para imaginar y elegir, y por lo tanto responsable de su vida. Siempre estamos inmersos
en procesos de elección porque la conciencia no está sujeta a ninguna causa, se
autodetermina. Cada persona está sola ante sus opciones, aislada de un mundo social que le
es hostil. La actividad humana se realiza a través de instituciones que retroactúan sobre los
individuos para reagruparlos, dividirlos, añadirles o quitarles poder. Para someterlos a reglas y
temores.

Esta forma de actividad a través de instituciones se aprecia claramente en este ejemplo que él
ofrece: “Me basta abrir la ventana: veo una iglesia, veo un banco, un café: he aquí tres
colectivos; este billete de mil francos es otro colectivo; otro más es el periódico que acabo de
comprar. Los objetos que median entre el individuo y la sociedad, como el autobús de las 7:49,

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agrupan personas extrañas entre sí, reunidos sólo por la función realizada; en este caso, por la
espera del vehículo que aparecerá en la esquina del bulevar”.

En ocasiones muy excepcionales, como la toma de la Bastilla o en el asalto al Palacio de


Invierno, los hombres encuentran juntos la solidaridad y se convierten en “grupo”. Estos
instantes históricos de creación colectiva no duran mucho y vuelve a predominar la burocracia,
se instala sobre las conquistas revolucionarias y las masas. Éstas, agotadas y carentes de
poder, vuelven a ser pasivas. El grupo se degrada y la influencia social los conduce otra vez a la
“serialización”, a la pérdida de identidad.

Sartre introdujo en el pensamiento existencialista un nuevo componente conflictivo que


intimida y renueva el entorno consciente de cada individuo, “la mirada del otro”. Para Sartre,
el otro es el antagonista. Un nuevo observador que interfiere al observador. “Me veo en el
mundo absorto por las cosas como la tinta por el papel secante; pero, de repente, la mirada
del otro me saca de mi mundo.” El otro es el infierno, alguien que me objetiva remitiéndome a
mí mismo: “Lo que siento cuando oigo crujir las ramas detrás de mí, no es que haya alguien,
sino que soy vulnerable, que poseo un cuerpo que puede ser herido, que ocupo un espacio y
que no puedo, en ningún caso, evadirme del espacio en el que estoy sin defensa, que me ven.”

Sartre refleja experiencias de la rutina diaria de la gente en las ciudades. El individuo


“abandonado bajo millones de miradas”. Según el protagonista de su novela “La prórroga”, la
mirada del otro es perturbadora pero, además, garantía de su existencia, prueba que no es
una nulidad, que cuenta algo. “Debes haber sentido a veces, en el metro, en el vestíbulo de un
teatro, en el tren, la súbita e insoportable impresión de ser espiado por detrás. Te vuelves,
pero ya el curioso ha metido la nariz en su libro. Me resulta fácil decirte lo significa esa mirada.
Es nada, es una ausencia. Imagínate la noche más oscura; pues bien, es la noche la que te mira,
pero una noche encendida, la noche a plena luz, la secreta noche del día. Estoy chorreante de
luz negra… ¡Qué angustia al descubrir súbitamente esa mirada como un medio universal del
que no puedo evadirme! Pero ¡qué descanso también! Al fin sé que soy. Para mi propio uso y
tu mayor indagación, he transformado la frase imbécil y criminal de vuestro profeta, ese
“pienso, luego existo” que tanto me ha hecho sufrir, porque mientras más pensaba, menos me
parecía existir, en esta otra: “Alguien me ve, luego existo”. Ya no tengo que soportar la
responsabilidad de mi vaciamiento, pues el que me ve me hace ser. Yo soy como él me ve.”

La mirada del otro “es un intermediario que me remite de mí a mí mismo. Si espío por el ojo de
la cerradura y otro me sorprende, me avergüenza, me hace volver en mí. Es mi transcendencia
transcendida”. En la obra de Sartre, “San Genet, comediante y mártir”, la mirada del otro
ejerce una función social incriminatoria. Genet, el futuro ladrón y escritor, siendo niño de diez
años, está sólo en una habitación. Abre un cajón y empieza a deslizar su mano cuando alguien
de repente entra y lo mira. Ha sido sorprendido con las manos en la masa. Bajo esta mirada el
niño vuelve en sí. Todavía no era nadie y al momento se convierte en Jean Genet… Una voz,
declara públicamente: “Eres un ladrón”. La sociedad ha objetivado, catalogado y convertido a
un niño en un monstruo.

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Un componente complementario a la mirada del otro como percepción objetiva, es la
imaginación. La imagen es la forma de proporcionar intención al objeto de la percepción. “Una
imagen es un acto y no una cosa”. La nada de la conciencia y sus actividades conllevan a la
negación del mundo y a nuestra capacidad de imaginar un mundo distinto, con lo cual
nosotros también tenemos que imaginarnos a nosotros mismos en forma diferente a como
parecemos ser.

La imaginación nace de la ausencia, de un vacío que se llena con la evocación. “Es un


encantamiento destinado a hacer aparecer el objeto pensado, la cosa deseada, con el fin de
que se pueda tomar posesión de ella. En este acto, hay siempre algo imperioso e infantil, un
rechazo a tener en cuenta la distancia, las dificultades. Los objetos obedecen a estas órdenes
de la conciencia: aparecen. El mundo de lo imaginario es una nada colocada como ser o un ser
colocado como una nada.”

La conciencia para Sartre es “nada”, “ningún objeto”, porque es una actividad, un viento que
sopla de ninguna parte hacia el mundo; el ser, en cambio, siempre está en proceso de ser
algo. Vamos acumulando actos que conforman nuestra factibilidad y seguimos siendo libres
para ver nuestras posibilidades a la luz de nuevos proyectos y ambiciones, lo cual constituye
nuestra “trascendencia”. Un personaje de sus novelas dice, “existir es estar ahí, simplemente…
Hay quienes, creo, han comprendido esto, aunque han intentado superar esta contingencia
inventando un ser necesario y causa de sí; pero ningún ser necesario puede explicar la
existencia… Todo es gratuito, este jardín, esta ciudad y yo mismo.

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GORGE MOORE

George Edward Moore (1873-1958), filósofo británico, conocido por su papel en el desarrollo
de la filosofía occidental contemporánea, su contribución a la teoría ética y su defensa del
realismo filosófico Murió el 24 de octubre de 1958 en Cambridge.

La filosofía de Moore, era en esencia una actividad por partida doble. En primer lugar, implica
análisis, es decir, el intento de clarificar las proposiciones enigmáticas, o conceptos, mediante
apuntes de proposiciones menos enigmáticas o conceptos que debían ser equivalentes, según
la lógica, a los originales. Moore estaba perplejo, por ejemplo, ante la afirmación de algunos
filósofos de que el tiempo es irreal. Al analizar esta declaración, mantenía que la proposición el
“tiempo es irreal “era por lógica equivalente a “no hay hechos temporales” (“Leí el artículo
ayer” es un ejemplo de un hecho temporal). Una vez clasificado el sentido de asentar una
afirmación que contiene el concepto problemático, el segundo cometido es determinar si
existen o no las razones justificativas para aceptar esta afirmación. La atención diligente de
Moore al análisis conceptual como un medio de conseguir claridad le situó como uno de los
fundadores del énfasis contemporáneo analítico y lingüístico en la filosofía.

La obra más famosa de Moore, Principia Ethica (Principios éticos) (1903), se relaciona con su
afirmación de que el concepto de lo bueno se refiere a una cualidad sencilla, indefinible e
imposible de analizar respecto a las cosas y situaciones concretas. Es una condición no natural,
porque se aprehende no por el sentido de la experiencia sino por un tipo de intuición moral. La
bondad es evidente, sin duda, razonaba Moore, en aquellas experiencias como la amistad y el
placer estético. Los conceptos morales de derecho y deber son entonces examinados en
términos de producir todo aquello que posea bondad.

Algunos de los ensayos de Moore, como La refutación del Idealismo (1903), contribuyeron al
desarrollo del realismo filosófico moderno. Empirista en su aproximación al conocimiento, no
identificó la experiencia pura, de origen kantiano, con el sentido de la experiencia, y evitó el
escepticismo que a menudo acompaña al empirismo. Defendió el punto de vista del sentido
común que sugiere que la experiencia resulta del conocimiento de un mundo externo,
independiente de la mente.

Moore también escribió Ética (1912), Estudios filosóf

ALFRED AYER

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Alfred Ayer sostiene que los juicios de valor no afirman nada ni sobre algún objeto del mundo
(como aseveran las posturas objetivistas) ni sobre el estado personal de ánimo del enunciador
(como supone el subjetivismo): sólo expresan ciertas emociones. Pero expresar no es lo mismo
que aseverar: decir “Robar dinero es malo” es como decir “¡¡Robar dinero!!”, con un particular
tono de horror. “Malo” no agrega ninguna información: sólo manifiesta un sentimiento de
desaprobación, del mismo modo que “¡Ay!” no es una afirmación acerca de un dolor que se
siente, sino la expresión de ese dolor. Al no ser afirmaciones, estos juicios no son ni verdaderos
ni falsos. Los conceptos éticos son pseudo-conceptos, que no agregan ningún tipo de
información sobre la acción evaluada. Niega, a su vez, que se pueda argumentar sobre valores:
cuando creemos hacerlo sólo argumentamos sobre los hechos que rodean a nuestras
valoraciones.

 Zavadivker, Nicolás (2011). La ética y los límites de la argumentación moral. El desafío del
emotivismo, San Miguel de Tucumán, Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de la Tucumán. [1]
 Ayer, Alfred (1971). Lenguaje, verdad y lógica, Eudeba, Buenos Aires.
 Russell, Bertrand (1993). "Ciencia y ética", en Ensayos filosóficos, Altaya, Barcelona.
 Zavadivker, Nicolás (2008) “Alfred Ayer y la teoría emotivista de los enunciados morales”,
en revista Anuario Filosófico nº 3 de la Universidad de Navarra. [2]
 Stevenson, Charles L. (1971). Ética y lenguaje, Paidós, Buenos Aires.

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