Nehemías 13: Cómo reconstruir la fe del pueblo —
«¿Por qué está la casa
de Dios abandonada?»
David Roper
Entonces reprendí a los oficiales, y dije: ¿Por qué está la casa de Dios abandonada? Y los reuní y los puse
en sus puestos (Nehemías 13.11).
Nehemías se le conoce por su participación
A en la reconstrucción de los muros de
Jerusalén, pero en realidad llevó a cabo
tareas mucho más difíciles que esta. Los primeros
seis capítulos del libro de Nehemías se centran en
la reconstrucción de los muros; los últimos siete se
ocupan de la trascendental tarea de servir como
gobernador de Judá. La reconstrucción de un
pueblo es una tarea mucho más ardua que la
reconstrucción de un muro.
El capítulo 13 describe la tarea más ardua a la
cual Nehemías hizo frente alguna vez. Esta era la
situación: Nehemías había recibido permiso
temporal del rey de Persia para volver a
Jerusalén. Después de reconstruir los muros,
y de servir como gobernador durante doce años,
Nehemías volvió al palacio del rey en Babilonia.
Después de quedarse allí un tiempo (no sabemos
cuánto), pidió permiso para volver nuevamente a
Jerusalén. Cuando regresó a esta ciudad, la encontró
en malas condiciones. Gran parte de lo que se
había avanzado tuvo que volverse a hacer.
Una aseveración que resume muy bien el
problema, y que se encuentra en el versículo 11 del
texto que estamos estudiando, es la pregunta que
hace Nehemías: «¿Por qué está la casa de Dios
abandonada?». La «casa de Dios» se refiere, por
supuesto, al templo. Antes que Nehemías saliera,
con su liderazgo y con la ayuda de Esdras, se llegó
a generar gran entusiasmo por el templo de Dios,
y por el culto y el servicio para el Señor en general.
Los capítulos 9 y 10 informan de un gran
servicio de dedicación llevado a cabo por el
pueblo. En la culminación de este, en la última
parte del capítulo 10, se informa de que el pueblo
se comprometió a hacer la voluntad de Dios y a
glorificarlo:
Y el resto del pueblo, los sacerdotes, levitas,
porteros y cantores, los sirvientes del templo,
y todos los que se habían apartado de los
pueblos de las tierras a la ley de Dios, con
sus mujeres, sus hijos e hijas, todo el que
tenía comprensión y discernimiento, se
reunieron con sus hermanos y sus
principales, para protestar y jurar que
andarían en la ley de Dios, que fue dada por
Moisés siervo de Dios, y que guardarían y
cumplirían todos los mandamientos, decretos
y estatutos de Jehová nuestro Señor (Nehemías
10.28–29).
Note algunas de las promesas que hicieron:
1) No entrarían en matrimonios con los pueblos
de otras naciones (10.30). 2) No profanarían el día
de reposo ni ningún otro día santo, evitando
comprar bienes de los pueblos extranjeros en esos
días (10.31). 3) Apoyarían la obra de Dios en gen-
eral, y proveerían para los levitas en particular,
con su dinero, y con sus ofrendas (10.32–29). Su
compromiso alcanzó la culminación en el versículo
39, con estas palabras: «no abandonaremos la casa
de nuestro Dios».
No obstante, como veremos, todo lo que
dijeron que no harían, eso hicieron; y todo lo que
dijeron que harían, no lo hicieron. ¿Por qué
sucedió esto? ¿Por qué abandonaron la casa de
Dios? El texto bajo estudio enumera una serie de
factores que incidieron para que el pueblo
abandonara la casa de Dios en los tiempos de
Nehemías. Al analizar el capítulo desde el punto
de vista de ellos, tal vez podamos beneficiarnos
con algunas reflexiones que sean aplicables hoy
día. Por supuesto que «la casa de Dios» ya dejó
de ser un edificio; y ahora es un pueblo: Su
iglesia. ¿Por qué abandonan algunos miembros la
iglesia?
1
 DEBIDO A LA IGNORANCIA (13.1–3)
Lea los versículos 1 al 3:
Aquel día se leyó en el libro de Moisés, oyéndolo
el pueblo, y fue hallado escrito en él que los
amonitas y moabitas no debían entrar jamás en
la congregación de Dios, por cuanto no salieron
a recibir a los hijos de Israel con pan y agua,
sino que dieron dinero a Balaam para que los
maldijera; mas nuestro Dios volvió la maldición
en bendición. Cuando oyeron, pues, la ley,
separaron de Israel a todos los mezclados con
extranjeros.
En el versículo 4, hallamos que este suceso
ocurrió después de algunos de los demás sucesos
del capítulo. ¿Por qué, pues, se menciona de
primero? Creo que por lo menos una razón es que
muestra el problema básico del pueblo: No conocían
la voluntad de Dios. Parecen haberse sorprendido
cuando se enteraron de que la Palabra de Dios
prohibía lo que ellos estaban permitiendo.
Al avanzar por el capítulo, notamos que al pueblo
había que estarle recordando continuamente lo
relacionado con la voluntad de Dios. Nehemías
tuvo que recordarles sobre lo sucedido a sus
antepasados cuando profanaron el día de reposo
(vers. o 18). Tuvo recordarles lo que sucedió a
Salomón cuando tomó para sí mujeres extranjeras
(vers.o 26). Les citó Deuteronomio 6 y se refirió a
muchos otros pasajes y enseñanzas de la ley de
Moisés.
Estoy convencido de que detrás de todo
abandono de la casa de Dios hay una gran dosis de
ignorancia, sea que estemos hablando de asistencia
a los cultos, o de participación en las actividades.
Puede que algunos ignoren qué significa
realmente ser un miembro (esto es, una parte
funcional) de la iglesia del Señor. Puede que otros
ignoren el daño que la falta de asistencia y de
participación le causan a la obra de Dios.
He oído personas que dicen: «Yo puedo leer mi
Biblia en mi casa, y orar, y ayudar a los demás». Por
supuesto que puede, y espero que así haga. No
obstante, si su lectura de la Biblia y su oración en
casa y otros servicios suyos, de algo le han de
servir, ello será para saber que debería estar presente
cuando la iglesia se reúne, y para saber que debería
participar.
Un profeta de la antigüedad dijo: «Mi pueblo
fue destruido, porque le faltó conocimiento» (Oseas
4.6a), y esto es algo que sigue siendo cierto.
DEBIDO A QUE NO SE HAN APARTADO
DEL MUNDO (13.1–3)
En los versículos 1 al 3 se relata que el pueblo
oyó la lectura en público del libro de Moisés.
Por medio de este se dieron cuenta de que los
extranjeros no debían formar parte de la asamblea
de Dios. La lectura referida aquí proviene de
Deuteronomio 23.3–5:
No entrará amonita ni moabita en la congregación
de Jehová, ni hasta la décima generación de ellos;

¿QUÉ SIGNIFICA «ABANDONAR LA CASA DE DIOS»?

¿Qué significa «abandonar la casa de Dios»? En el caso del pueblo de los tiempos de Nehemías,
significaba faltar a los servicios que se llevaban a cabo en el templo a las horas señaladas, y no cumplir
con las ofrendas ordenadas; pero significaba mucho más que esto. Faltar a los servicios del templo no
era más que un síntoma del deterioro religioso general del pueblo. Era síntoma de que servir y
glorificar a Dios había dejado de ser una prioridad en su corazón y en su vida.
Hoy día vemos el mismo problema. El templo de Dios dejó de ser un edificio, y ahora es un pueblo:
la iglesia del Dios viviente (1era Corintios 3.16). Una importante expresión de la iglesia consiste en
reunirse para adorar (Hechos 2; 20). Lo lógico es, entonces, que nos interesemos en que todos los
miembros de la iglesia estén presentes cuando nos reunimos para estudiar la Palabra de Dios y para
alabarlo. Hacemos énfasis en Hebreos 10.25, y en pasajes parecidos.
Cuando tenemos miembros que asisten a los servicios del domingo por la mañana, pero que no
participan en clases bíblicas o en otras reuniones de la congregación, algo malo está pasando. No es
que sencillamente nos interese que un gran número de personas estén presentes en cada servicio. Nos
preocupa lo que la baja asistencia indica: Pérdida del interés y del entusiasmo. Otras intereses toman
el lugar de pasar tiempo con Dios y con Su pueblo. Muchos cristianos no participan con la intensidad
que deberían en la obra de la iglesia, especialmente en la salvación de las almas.
La falta de asistencia y la de participación van juntas. La asistencia no garantiza la participación,
pero la no asistencia casi automáticamente garantiza la no participación.

2
 no entrarán en la congregación de Jehová para
siempre, por cuanto no os salieron a recibir con
pan y agua al camino, cuando salisteis de
Egipto, y porque alquilaron contra ti a Balaam
hijo de Beor, de Petor en Mesopotamia, para
maldecirte. Mas no quiso Jehová tu Dios oír
a Balaam; y Jehová tu Dios te convirtió la
maldición en bendición, porque Jehová tu Dios
te amaba.
Por todo el Antiguo Testamento, hay gran
énfasis en la necesidad de que los judíos sean
un pueblo apartado. Se hacía énfasis en que la
estrecha relación con los paganos que les rodeaban,
corrompería al pueblo de Dios y los haría perder su
peculiaridad, su propósito y, por lo tanto, la
aprobación y la ayuda de Dios. La historia inspirada
nos revela que esto es exactamente lo que sucedió
en ocasiones.
La presencia de los que no creían, influiría para
que abandonaran la casa de Dios. La casa de Dios
no tenía sentido alguno para los amonitas y los
moabitas. Puede que incluso ridiculizaran a los
judíos fieles en cuanto a su servicio en el templo.
Uno de los más graves problemas con que
tropieza la iglesia hoy día es el materialismo, esto es,
el énfasis en lo material por encima de lo espiritual.
¿Cómo ha llegado a suceder esto? Nos hemos dejado
influenciar por el mundo. Hemos adoptado el
sistema de valores de la sociedad. No es de extrañar
que la asistencia y la participación en el servicio a
Dios hayan llegado a tener cada vez menos sentido
para nosotros, y tengan cada vez menos atractivo.
No debemos objetar diciendo que la idea
de apartarse es una idea estrictamente
antiguotestamentaria, y que no es un concepto
neotestamentario. Considere 2a Corintios 6.14–18,
donde se cita el Antiguo Testamento, pero la
totalidad del pasaje se aplica a la iglesia:
No os unáis en yugo desigual con los incrédulos;
porque ¿qué compañerismo tiene la justicia
con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con
las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial?
¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y
qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los
ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios
viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré
entre ellos, y seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo. Por lo cual, salid de en medio de ellos,
y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo
inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros
por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas,
dice el Señor Todopoderoso.
Muchos pasajes nos hablan de la necesidad de
estar alerta para no ser influenciados por el mundo.
Entre ellos está, por ejemplo, Romanos 12.2a, que
dice: «No os conforméis a este siglo». También está
Santiago 4.4, que nos advierte: «Cualquiera, pues,
que quiera ser amigo del mundo, se constituye
enemigo de Dios». Y en 1era Juan 2.15–17, se nos
exhorta a no amar el mundo.
Permítame señalar rápidamente que apartarse
no significa aislarse. Debemos estar en el mundo
(Juan 17.11), pero no debemos ser del mundo (Juan
17.14–16). Si nos aisláramos, no podríamos ser la
sal de la tierra ni la luz del mundo (Mateo 5.13–14),
por lo tanto, no podríamos llevar a nadie a Cristo.
Apartarse significa que debemos seguir siendo
un pueblo diferente, con profundas convicciones.
Nuestra manera de pensar debe provenir de Dios,
no de los que nos rodean. No debemos entrar en
alianza alguna que ejerza influencia negativa sobre
nuestra vida espiritual.
Los siguientes seis versículos nos previenen
contra esa clase de alianzas.
DEBIDO A LA INMUNDICIA EN SUS VIDAS
(13.4–9)
No era solamente el hombre común el que
tenía la tendencia a ceder en sus convicciones;
también los dirigentes del pueblo la tenían. Los
versículos 4 al 9 nos relatan un evento difícil de
creer.
El versículo 4 habla de Eliasib, el sacerdote,
que era jefe de la cámara de la casa de Dios. Es
probable que este Eliasib sea el mismo del cual
habla el versículo 28, a quien se le identifica como
el sumo sacerdote. Tobías, un pariente de él, fue
uno de los que más se opuso a Nehemías en la
reconstrucción de los muros. Era un hombre ter-
rible. La expresión en el sentido de que Eliasib
había «emparentado» con Tobías, significa que
entre ellos había una relación, que posiblemente
era producto de algún matrimonio entre familiares.
El versículo 5 dice que Eliasib «le había hecho
una gran cámara [a Tobías] en la cual guardaban
antes las ofrendas, el incienso, los utensilios, el
diezmo del grano, del vino y del aceite, que estaba
mandado dar a los levitas, a los cantores y a los
porteros, y la ofrenda de los sacerdotes». Eliasib le
había dado a Tobías una habitación en el templo,
donde podía quedarse cuando estuviera en la
ciudad. A Tobías ni siquiera se le debía haber
permitido entrar en los atrios del templo; sin em-
bargo, Eliasib no solamente lo dejaba entrar, sino
que le daba una habitación para huéspedes, a la
cual había llevado sus propios enseres (vers.o 8).
Nehemías estaba lejos de Jerusalén cuando
todo esto ocurría. Al volver, le desagradó lo que
encontró, de modo que «[arrojó] todos los muebles
de la casa de Tobías fuera de la cámara» (vers.o 8).
3
 Nehemías emprendió acciones de inmediato.
Imagínese usted la escena: un hombre mayor que
lanza a la calle la cama de Tobías… y el colchón…
y la cómoda… y el tocador… y las ropas… y luego
le dice a este: «¡Y no vuelvas más!». Esto me recuerda
cuando Jesús purificó el templo (Juan 2.15).
En el versículo 9 se lee: «y dije que limpiasen
las cámaras, e hice volver allí los utensilios de la
casa de Dios, las ofrendas y el incienso». Nehemías
hizo que limpiaran el lugar, y después lo volvió a
dedicar, restituyéndole su santidad.
Si de parte del sumo sacerdote había tan grande
falta de respeto por la casa de Dios, no debería
sorprendernos que el pueblo tuviera tan poco
respeto. Tenían que deshacerse de la inmundicia
para que pudieran resolver el problema.
La inmundicia sigue siendo una causa de que
la gente abandone la casa de Dios. Muchas perso-
nas que conocen muy poco acerca de la voluntad
de Dios, por lo menos conocen lo suficiente para
percatarse de que no están viviendo como Dios
desea. Este conocimiento les hace sentir demasiado
incómodos para venir a las clases bíblicas y a los
cultos. No desean oír la palabra de Dios siendo
comentada, ni que se les hable de los requisitos
para vivir piadosamente. ¡Ciertamente no llegarán
a participar en la obra de la iglesia mientras se
encuentren en esa condición!
La Biblia hace mucho énfasis en la pureza. En
Filipenses 4.8 se nos exhorta a tener pensamientos
puros (a pensar en todo lo que es verdadero, todo
lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo
amable y todo lo que es de buen nombre). Santiago
1.27 nos habla acerca de vivir una vida pura (sin
mancha del mundo). Pablo resumió este desafío en
1era Timoteo 5.22b, cuando escribió: «Consérvate
puro».
La iglesia tiene necesidad constante de
ser purificada, de que las personas se estén
arrepintiendo de sus pecados, resolviéndose a
vivir una vida mejor, una vida superior. Los
cristianos deben echar de su vida todo pecado, y
hacerlo del mismo modo que Nehemías echó los
muebles de Tobías de la cámara del templo. La
gente necesita restaurarse; para que después
puedan vivir una mejor vida. Esta es la mejor
manera de corregir el problema del abandono de la
casa de Dios.
Al leer los versículos 4 al 9, puede que usted se
pregunte por qué la cámara o las cámaras en que
habían de guardarse las ofrendas y los diezmos,
estaban tan vacías que podían convertirse en una
habitación de huéspedes para beneficiar a Tobías.
Nehemías investigó el asunto.
4
DEBIDO A LA CODICIA Y A LA
MEZQUINDAD (13.10–13)
Lea los versículos 10 al 13. El pueblo no estaba
pagando sus diezmos, ni dando sus ofrendas. Su
entusiasmo se disipó durante la ausencia de
Nehemías. El resultado fue que los levitas no
recibían las porciones que les correspondían. Los
levitas y los cantores tuvieron que salir de Jerusalén
e ir a casa a trabajar en sus propios campos
para evitar que sus familias pasaran hambre.
Note la expresión «habían huido»; esto es lo que
dice literalmente el hebreo. Era una situación de
emergencia. Los que estaban a cargo del servicio
del templo habían corrido a cuidar sus cultivos y a
alimentar sus familias.
Nehemías fue a la raíz del problema. En el
versículo 11a dice que «[reprendió] a los oficiales,
y [dijo]: ¿Por qué está la casa de Dios abandonada?».
Los gobernadores eran señores de la nobleza. Como
dirigentes políticos del pueblo que eran, debían
haberse asegurado de que se pagaran los diezmos.
Además, debían haber dado el ejemplo; pero eran
los que más dinero tenían, era a ellos a quienes más
duramente les hubiera golpeado el bolsillo.
El versículo 11b nos dice que Nehemías hizo
volver a los levitas a Jerusalén. Se cercioró de que
se dieran los diezmos y las ofrendas (vers.o 12).
También organizó un plan para garantizar la
continuidad de esta práctica (vers.o 13). Nombró
hombres de confianza para 1) recolectar los diezmos
y 2) repartir lo correspondiente a cada uno de los
levitas. Nehemías era un hombre lleno de energía.
¡Veía lo que había que hacer, y lo hacía!
La codicia y la mezquindad siguen siendo
verdaderos problemas hoy día, porque frustran
la causa del Señor de mil maneras diferentes.
No tenemos los recursos financieros para
muchas buenas obras que podríamos hacer; no son
suficientes para pagar a los obreros que se necesitan;
no son suficientes para evangelizar el mundo.
Si no tenemos cuidado, podemos caer en un
entusiasmo momentáneo, como el de los judíos de
la antigüedad, y después, cuando el entusiasmo se
disipe, volver al antiguo problema de ofrendar en
forma reducida.
En el Nuevo Testamento no se nos manda
diezmar, pero sí se nos manda esto: «Cada primer
día de la semana cada uno de vosotros ponga
aparte algo, según haya prosperado, guardándolo,
para que cuando yo llegue no se recojan entonces
ofrendas» (1 era Corintios 16.1–2). También se
nos exhorta con estas palabras: «El que siembra
escasamente, también segará escasamente; y el que
siembra generosamente, generosamente también
segará. Cada uno dé como propuso en su corazón:
no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama
al dador alegre» (2a Corintios 9.6–7).
Con todas las bendiciones que tenemos, no
puedo concebir que alguien se comprometa a dar
menos del diez por ciento de su ingreso, ¿lo concibe
usted? Si nuestro corazón está lleno de interés en lo
propio, de codicia y de mezquindad, lo más prob-
able es que, o abandonemos la casa de Dios
por completo, o nos mantengamos al margen,
tal vez asistiendo a algunos servicios y
haciendo contribuciones insignificantes, pero no
entregándonos completamente a la obra del Señor.
La codicia es una de las causas por la cual las
personas pueden abandonar la casa de
Dios. Cuando Nehemías viajó por los alrededores
después de su regreso, descubrió otro mal que le
perturbó hasta el alma: habían perdido la reverencia
por el día de reposo.
DEBIDO A QUE CONSIDERAN EL DÍA DEL
SEÑOR COMO CUALQUIER OTRO DÍA
(13.15–22)
Esto es lo que leemos en el versículo 15: «En
aquellos días vi en Judá a algunos que pisaban en
lagares en el día de reposo, y que acarreaban haces,
y cargaban asnos con vino, y también de uvas, de
higos y toda suerte de carga, y que traían a Jerusalén
en día de reposo; y los amonesté acerca del día en
que vendían las provisiones».
La expresión clave aquí es «día de reposo».
Había muchas leyes explícitas relacionadas con
este día. Tal como lo indica la expresión, ellos
debían «reposar», y no trabajar ni viajar durante
este santo día; sin embargo, estaban llevando a
cabo en este día sus actividades como si fuera
cualquier otro día. Estaban preparando sus bienes
para vender, transportándolos a Jerusalén, y
después vendiéndolos sin consideración por el día
de reposo.
En el versículo 16 nos enteramos, además, de
que «había en la ciudad tirios que traían pescado y
toda mercadería, y vendían en día de reposo a
los hijos de Judá en Jerusalén». Los tirios eran
famosos negociantes. En el capítulo 10 se relata
que los judíos habían dicho que no comprarían de
negociantes extranjeros en el día de reposo, pero
esto fue lo que hicieron.
Una vez más Nehemías «[reprendió] a los
señores de Judá y les [dijo]: ¿Qué mala cosa es esta
que vosotros hacéis, profanando así el día de
reposo?» (vers.o 17). Por segunda vez, Nehemías
confrontó a los que debían haber estado resolviendo
el problema. No obstante, es probable que estos
señores hubieran estado ganando utilidades del
comercio que se llevaba a cabo en el día de reposo.
Además, las compras que se hacían en este día les
proveían los mejores y más frescos productos para
sus mesas.
Tal como hizo anteriormente, Nehemías abordó
el problema con vigor y con gran sentido de lo
práctico. Ordenó que se cerrasen las puertas y
apostó hombres para vigilar que las mercaderías
no entraran (vers.o 19). Cuando algunos negociantes
establecieron su tienda fuera de los muros, en el
día de reposo, los echó de allí (vers.os 20–21). Por
último tomó medidas para que las puertas se
mantuvieran cerradas en los días de reposo, en el
futuro (vers.o 22).
Estas personas habían estado «abandonando
la casa de Dios» para comprar y vender y hacer
ganancias. Si estaban haciendo estas actividades
en el día de reposo, es obvio que no estaban
pensando en Dios.
Estoy seguro de que algunos dirán que no
podemos aplicar este problema al pueblo de Dios
hoy día, porque ya no estamos bajo las leyes del día
de reposo. Es cierto que ya no estamos sujetos a
estas leyes (Colosenses 2.14–16), y también es cierto
que las leyes que dio Dios en relación con el día de
reposo, son más severas que las que dio en relación
con el domingo, esto es, el día del Señor. No hay un
solo versículo en el Nuevo Testamento que diga
que no podemos hacer trabajo alguno el domingo,
ni que tengamos que reposar en este día.
Por otro lado si su idea del día de reposo es que
sencillamente se trataba de un día para descansar
del trabajo físico, entonces no ha entendido usted
el verdadero propósito que tuvo Dios para apartar
un día especial cada semana. El día de reposo fue
apartado como un día en que cesaba el trabajo
físico, pero no era solamente con el fin de darle al
pueblo un grato receso de sus labores. Había una
razón más importante, y esta es que se apartaba
para que el pueblo tuviera tiempo de pensar en
Dios, en cómo Este hizo el mundo, cómo los bendijo
y cuidó de ellos, lo que esperaba de ellos, y cuánto
se acercaban las vidas de ellos a los mandamientos
de Dios.
El pecado del pueblo, según se relata en los
versículos 15 al 22, consistía en que estaban tratando
el día de reposo como cualquier otro día. Estaban
frustrando el propósito que Dios le había dado, y
desobedeciendo de esta manera a Dios.
Si bien ya no estamos bajo las leyes
antiguotestamentarias del día de reposo, el primer
día de la semana ha de ser un tiempo especial para
nosotros. Es el día en que el Señor fue levantado de
5
entre los muertos, el día en que la iglesia fue
establecida. La iglesia primitiva se reunía para
partir el pan el primer día de la semana (Hechos
20). Era en ese día que ellos daban de sus propios
medios (1era Corintios 16.2). Es un día al que se le
conoce como el día del Señor (Apocalipsis 1.10). La
expresión «del Señor», que indica pertenencia, es
traducción de una palabra especial que insinúa
«que pertenece de un modo especial al Señor». El
único versículo del Nuevo Testamento, además de
este, en el cual se encuentra tal expresión, es
1era Corintios 10.21, donde se refiere a la mesa del
Señor.
No creo que haya que hacer mucho análisis
para darnos cuenta de que la gente de hoy día,
incluso algunos del cuerpo de Cristo, tratan el día
del Señor como cualquier otro día. Se usa igual que
otro día, para llevar a cabo actividades comerciales,
y para trabajar. Se le considera sencillamente otro
día para viajar, y para visitar amigos y seres
queridos. Es sencillamente un día más para hacer
lo que nos plazca.
Una encuesta llevada a cabo por una
congregación donde yo predicaba reveló que más
de tres cuartas partes de la población de nuestra
comunidad, no estaban asistiendo a servicios de
adoración los domingos. El Nuevo Testamento no
nos da detalle alguno sobre cómo debemos emplear
los domingos, excepto el énfasis en la necesidad de
adorar y en dar instrucciones sobre cómo adorar.
No obstante, me preocupa en gran manera cuando
veo cómo este día se está secularizando cada vez
más en nuestra sociedad, y cuando veo tantos
miembros de la iglesia que parecen estar aceptando
esta tendencia.
Un asunto de especial cuidado para mí es lo
que les estamos enseñando a los jóvenes. No me
voy a referir al problema de los miembros adultos
que trabajan los domingos para ganarse su vida y
la de sus familias. Espero que su actitud sea la de
uno a quien no le gusta la situación, y que está
tratando por todos los medios de que le hagan un
cambio en su horario, con el fin de no tener que
faltar a ningún servicio de la iglesia; pero dejaré
ese asunto a sus conciencias individuales. Por otro
lado, ¿qué está sucediendo con nuestros jóvenes?
¿Cómo puede alguno justificar el hecho de trabajar
en horas cuando debe estar reunido con los santos?
Los adolescentes que conozco no tienen a
nadie que dependa de ellos. Puede ser que estén
trabajando para comprarse lujos, o ahorrarse algún
dinero, pero nada que sea realmente necesario
para la vida. ¿Será posible que hayamos estado
enseñando a nuestros adolescentes, con el ejemplo,
6
si no por otro medio, que el día del Señor es igual
que cualquier otro, y que no importa en qué
empleen el resto del domingo, siempre y cuando
hagan acto de presencia en el edificio de la iglesia
durante una hora en algún momento del día para
participar de la cena del Señor?
Dios merece más que una hora aislada del
domingo. No hay manera, después de leer Hechos
2, Hechos 20 o Hebreos 10, de llegar a la conclusión
de que los cristianos neotestamentarios corrieran
al lugar de reuniones para estar ahí tan solo una
hora el domingo.
Yo no podría resolverle a usted todos los
desafíos personales que se le planteen en relación
con el día del Señor, pero creo que deberíamos
preguntarnos si somos como los judíos del tiempo
de Nehemías, que tratan el día del Señor como
cualquier otro día de la semana. Esta manera de
pensar podría llevarnos a abandonar la casa de Dios.
DEBIDO A QUE SUS MATRIMONIOS LOS
ALEJAN DE DIOS (13.23–28)
Esdras había tratado el problema de los
matrimonios mixtos unos veinticinco años antes
de Nehemías, y el pueblo se había comprometido
a evitar tales situaciones. Ahora, al explorar la
tierra, el gobernador Nehemías descubría que el
problema se había extendido nuevamente.
En el versículo 23 se lee: «Vi asimismo en
aquellos días a judíos que habían tomado mujeres
de Asdod, amonitas, y moabitas». Las estrechas
relaciones con incrédulos que se mencionan en los
versículos 1 al 3, habían dado como resultados
matrimonios mixtos. El versículo 24 revela que
muchos de los niños judíos ni siquiera hablaban el
idioma hebreo :«y la mitad de sus hijos hablaban la
lengua de Asdod, porque no sabían hablar judaico,
sino que hablaban conforme a la lengua de cada
pueblo».
Esta situación preocupaba a Nehemías por
varias razones, los matrimonios mixtos de esta
clase estaban en violación directa de la voluntad de
Dios, pero lo que parece haberle preocupado más
era el efecto producido en los hijos. La mitad de ellos
hablaban la lengua de Asdod, que era una ciudad
filistea, de modo que debieron de haber hablado el
idioma filisteo.
Muchos de nosotros hemos visto a hijos criados
en casas donde los padres hablan un idioma
extranjero. Cuando esto se combina con lo que
oyen de los maestros, los amigos, y otros —
especialmente cuando son pequeños— ellos hablan
parte en un idioma y parte en otro.
Por supuesto que no era un idioma lo que le
preocupaba a Nehemías, sino la capacidad de los
israelitas para seguir siendo un pueblo diferente.
Le preocupaban los procesos mentales de los hijos. El
idioma es resultado de los pensamientos. Si el
idioma era afectado por esos matrimonios mixtos,
entonces sus procesos mentales eran afectados por
tales matrimonios mixtos. En resumen a Nehemías
le preocupaba que tales hijos se alejaran del Señor.
El versículo 25 dice que riñó con ellos, y los
maldijo e hirió a algunos de ellos, y les arrancó los
cabellos, y les hizo jurar, diciendo: «No daréis
vuestras hijas a sus hijos, y no tomaréis de sus hijas
para vuestros hijos, ni para vosotros mismos».
Aparentemente, esto molestó a Nehemías más que
cualquier otra cosa que hemos visto. Ahora, no
crea que Nehemías se metió en una pelea. Las
palabras que se usan aquí significan que usó todos
los recursos que tenía a su disposición como
gobernador, para ponerle freno a esta práctica.
1) La palabra «reñir» insinúa que llevó el asunto a
los tribunales. 2) La expresión «los maldije» no se
refiere a malas palabras, sino al juicio de Dios. A
los judíos se les había dicho en el capítulo 10, que
si no cumplían su compromiso, les caerían las
maldiciones de Dios. 3) La palabra «herí» indica
que mandó azotarlos como violadores de la ley.
4) La idea de que les arrancó los cabellos, es una
referencia a que ordenó que les raparan las cabezas,
lo cual era una señal de gran vergüenza. Después,
hizo que el pueblo renovara el pacto. Por último,
les recordó las consecuencias de la desobediencia
(vers.os 26–27).
Reiterando lo dicho, este no era un pecado que
estuviera cometiendo solamente el pueblo, sino
también los dirigentes. Esto es lo que se lee en el
versículo 28: «Y uno de los hijos de Joiada hijo del
sumo sacerdote Eliasib era yerno de Sanbalat
horonita; por tanto, lo ahuyenté de mí». Un
sacerdote debía casarse únicamente con una mujer
pura de su propio pueblo (Levítico 21.1–15).
¡Sanbalat se había opuesto aún más que Tobías, a
Nehemías y al plan de Dios! Evidentemente, este
hombre no se arrepintió, por esta razón, lo echó del
país y del sacerdocio. ¡Qué vívido cuadro se
presenta aquí! Con el celo que le caracterizaba,
Nehemías eliminó esta mala influencia de en medio
del pueblo.
Una vez más se pone de manifiesto la relación
con «abandonar la casa de Dios». ¡Qué difícil es ser
fiel cuando el cónyuge lo aleja a uno de Dios! ¡Qué
difícil es participar como debe ser en la obra y el
servicio del Señor! Si bien en el Nuevo Testamento
no tenemos las mismas leyes matrimoniales,
tenemos pasajes como los siguientes:
No os unáis en yugo desigual con los incrédulos;
porque ¿qué compañerismo tiene la justicia
con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con
las tinieblas? (2a Corintios 6.14).
La mujer casada está ligada por la ley mientras
su marido vive; pero si su marido muriere,
libre es para casarse con quien quiera, con tal
que sea en el Señor (1 era Corintios 7.39; énfasis
nuestro).
También, tenemos muchas pruebas de que
nuestro matrimonio puede influir en que
abandonemos o no la casa de Dios.
Parte de la encuesta mencionada anteriormente
tenía que ver con la participación, y otra parte se
centraba en el porcentaje de personas responsables
de cada familia, que eran cristianas. Los resultados
demostraron que, por regla general, los miembros
de participación más activa se encontraban
en familias donde todos los responsables eran
cristianos. Para usted no fue necesaria esta encuesta
para informarle de esto, ¿verdad que no? La ante-
rior es una verdad bastante obvia.
Si usted está casado con alguien que no es
cristiano, o con alguien infiel que no apoya su
deseo de servir al Señor, le compadezco. Haga lo
mejor que pueda. Si tiene, hijos haga todo lo posible
por enseñarles y criarlos como se debe. Esfuércese
por superar las influencias negativas, de modo
que, hablando espiritualmente, la mitad del
lenguaje que hablen no sea el lenguaje de Asdod y
la otra mitad el lenguaje del Señor. Sobre todo, no
permita que un cónyuge que no es miembro, le
impida hacer lo que debe en la iglesia del Señor. Si
tiene la esperanza de que algún día llevará a esa
persona que ama, al Señor, entonces usted debe ser
fiel en la asistencia y debe participar activamente
(2a Pedro 3).
Permítame estas palabras a los jóvenes: cásese
con un cristiano, un verdadero cristiano, un
cristiano estable. La persona con la cual usted se
case será una importante influencia, ya sea, para
que usted siga siendo fiel, o para que «abandone la
casa de Dios».
CONCLUSIÓN
Hemos observado que las personas «abandonan
la casa de Dios» debido a la ignorancia, a que no se
han apartado del mundo, a la inmundicia en sus
vidas, a la codicia, a que consideran el día del
Señor como cualquier otro día y a que eligen
cónyuges que les apartan del Señor.
Por lo menos dos verdades se destacan en este
capítulo. La primera es que Nehemías realmente
amaba la casa de Dios. Espero que así amemos
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nosotros la iglesia del Señor. La segunda es que Algunos de ustedes han estado pensando por
cuando algo debía hacerse, en relación con la largo tiempo en bautizarse, o en rectificar su vida
voluntad de Dios, Nehemías no esperó. Actuó de delante de Dios. Deje de posponerlo. Si debe
inmediato. hacerse, entonces hágalo ahora mismo. ■

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