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Selección de Carlos L. Zamora y Elda González
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Edición: Carlos L. Zamora
Corrección: Ana María Castellanos
Diseño interior y maquetación : Elda González Mesa
Cubierta: Elda González Mesa sobre dibujo de Mariano
Rodríguez
Digitalización de originales: Dayami Padrón Martínez
ISBN 959-7137-35-6
MANUSCRITOS
POESÍA
DIBUJOS
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Índice
BREVÍSIMO INTROITO
Carlos L. Zamora / 7
LEZAMA Y SU BIBLIOTECA COMO DRAGÓN
Araceli García Carranza / 12
LEZAMA, PINTURA Y POESÍA
Reynaldo González / 12
LETRAS CUBANAS
José Lezama Lima / 20
ODA A JULIÁN DEL CASAL
José Lezama Lima / 23
ANGEL GAZTELU: LIGERO PALPABLE
José Lezama Lima / 31
[A LAS LUCES DE AHORA]
José Lezama Lima / 37
[NIEBLA FUGA DE ÁLAMOS]
José Lezama Lima / 39
RAYA Y PEZ EN EL PAPEL RAYADO
José Lezama Lima / 41
PARA SAURA
José Lezama Lima / 44
[LOS AMIGOS...]
Mariano Rodríguez / 46
[QUEDA ESCRITA]
Eliseo Diego / 48
[Querido Lezama Lima:]
Nicolás Guillén / 49
LEZAMA PERSONA
Roberto Fernández Retamar / 51
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7
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Brevísimo introito
Carlos L. Zamora
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Lezama y su biblioteca como
dragón
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casos de libros filosóficos, literarios e históricos con anotaciones de su
puño y letra, fuentes inapreciables para los análisis intertextuales que
aún requiere el universo literario de José Lezama Lima.
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Lezama, pintura y poesía*
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abordamientos, y posiblemente sea el reto mayor de nuestro legado
literario. Hoy, a zancadas raudas, propongo un recorrido por sus pági-
nas como con la “mirada oblicua” que nos enseñara a valorar. Acerqué-
monos a observaciones que nos dejó en su ensayística y que de alguna
yuxtapuesta manera reaparecen en pasajes de sus libros de ficción
y de poesía.
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pero está implícita: realidad pretérita, ejemplo y saboreo de la imagen se
han sumado en una suerte de gobelino transitable.
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mente de quien sería declarado Almirante en el mar y virrey de las tierras
que hallase, luego de una travesía que cambió lo que hasta entonces se
conocía como la Historia. Con él iniciamos un viaje que irá tocando
poesía y pintura, fusionadas en el origen de lo ilusorio posible. Para
entonces Lezama enuncia su juego:
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En la obra de Lezama, además de la significación proteica atribuida a la
pintura, en vínculo tan estrecho con la poesía que va más allá de la
ejemplificación, a los significados, está la presencia de la plástica como
una constante subrayable. Además de las referencias implicadas en sus
argumentaciones, en Analecta del reloj aparece un nombre que devendrá
insistente: Cautelas de Picasso.5 En Tratados en La Habana el desfile
de lo pictórico trascendido por el verbo poético comienza con curiosi-
dades de gourmet: El bodegón prodigioso.6 En su celda monacal fray
Juan Sánchez Cotán ofrece a Lezama una posibilidad de establecer pa-
ralelos en un terreno que le resulta harto preferido: las golosinas de la
mesa. Velázquez y Zurbarán riñen allí con la modestia del fraile, entre los
brillos de las naranjas, perniles tentadores y algunas uvas que contribu-
yen a una digestión, pasaje tan agradecido por el paladar como por la
poesía. Pocas páginas más allá, el banquete deviene dionisiaco con Ba-
lada del turrón.7 Esencias, la vieja miel del camino, almendros genero-
sos y otros regocijos tientan a dioses griegos que frecuentan un paisaje
lunado del Bosco y un tapiz de Bagdad. Allí, un texto breve deja
magnificada la muerte de Matisse,8 otro enfrenta el nervioso trazo
picassiano en unos ángeles recientes, que el poeta observa en una revis-
ta sorprendida en escaparates habaneros.9
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passage du commerce Saint-André, de Balthus, casi por azar, porque
las ha podido admirar en álbumes que recalan en los perezosos círculos
habaneros, en Valoración plástica13 se devuelve al manierismo de Greco
y, también, a su azarosa existencia cuando debió reñir por el mecenazgo
cortesano e imponer la óptica peculiar de sus estiramientos y sus cielos
arremolinados. La documentación literaria de Lezama se inserta en el
discurso para añadir elementos contextuales y valoraciones en el tiem-
po. Cruzan lanzas Góngora, Ortega, Velázquez y Goya, más oscuros
cortesanos empeñados en agraciar al monarca, todos como en coro
junto al San Mauricio que el desconcertado Doménicos Theotocopoulos
ha generado como hallazgo pero se le convierte en dilatada discrepan-
cia. El poeta fabulador, buscador del hecho poético y a un tiempo de-
gustador de sucedidos múltiples, enhebra su trama y gana una página de
nutrida información y de exaltadas virtudes prosísticas.
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que de la realidad pasan a una trascendencia poética en el verso, la
prosa, el lienzo, el dibujo, los artilugios de la acuarela.
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del poeta, pero también el añadido de la convivencia con esos artistas.
Muchos de ellos asumían el magisterio lezamiano, participaban en Orí-
genes —sus portadas y viñetas lo evidencian—, se identificaban con
una obra que devenía prédica, en contrapuntos conversados que gene-
raban ideas, actualizaban criterios, enriquecían la vida y ayudaban a afron-
tar el desprecio o la indiferencia oficialista.
¿Hasta qué punto una copia, aunque ésta sea excelente, de un cuadro,
puede reemplazarlo sin deterioro de la obra original? He ahí la pregunta
obvia y perdurable que surge en los visitantes al Lyceum para ver la expo-
sición de arte inglés presentado en copias de cuidadosa factura. Antes de
abandonarnos a una radical negación romántica de imposibilidad
reproductora de cuadros, hagamos algunos distingos. Existen cuadros que
por el sereno despliegue de sus cualidades, por la forma de definición y
dominio en el cuidado de su materia y por el ocultamiento del salto y
relumbre de su temperamento, parecen más fáciles de reproducirse. Otros,
donde la acentuación de diferencias y rescates, de inicios y rupturas, de
puras segregaciones de temperamentos insulares, parecen brindar una
lejanía y un imposible para que otras manos vuelvan a repasar aquel con-
trapunto. (...) Ésa es una delicia de las copias, precisar en su juego de
aproximaciones, el fragmento insalvable, el color que al reproducirse en la
copia desmaya y se despide. Un verde que se puede reproducir en algu-
nos venecianos y un verde inalcanzable e irreproducible en el Greco.18
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(Obsérvese que Lezama escribe de “copias”, no reproducciones impre-
sas, pero la dubitación y la valoración resultan igualmente valederas en
cuanto a las posibilidades de información de que disponía en La Habana
de su tiempo.)
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Lezama, al que prefiero ver como el Elegguá de los religiosos afrocubanos,
con dos cabezas, una para mirar el bien y otra para mirar el mal, para la
vida y para la muerte, pues debe avizorar la irrupción de esos elementos
en su propiedad: las encrucijadas—. En ese libro que todos debemos fre-
cuentar, junto al poeta detectamos las habilidades artesanales y la apro-
piación de culturas que establecen los pasos del criollo y le ganan eco
esclarecedor. La fiesta lo es también de sus llamadas eras imaginarias, en
oposición a la historiografía tradicional. Allí la historia y la cultura se fusionan
para engendrar un allegro porvenirista, burlador de ignominias y rigideces.
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aparencial entre verbo poético y acción plástica. Soslaya que sea la explí-
cita referencia a la pintura en la prosa o el verso lo que establezca esas
coordenadas esenciales. Busca más allá, por medio de sus eras imagina-
rias, la raíz histórica de un vínculo que no es simplemente simpatía, o afán
exploratorio, o nominación dentro de un texto. Esa consanguinidad que
está dada en los orígenes, como en el danzante inicial se impuso el maqui-
llaje, el atributo que adiciona una apariencia de árbol o de gacela, y que
sirve al baile tanto como los gestos y los giros. Busca los vínculos de
Baudelaire y Valéry, la imantación que ejerce en Mallarmé y en Debussy
esa siesta de un fauno ya consagrada en música y poesía. Y no es el
ejercicio de la crítica y de la interpretación lo que mueve al poeta en el
acercamiento casi irresistible a la plástica, sino en la esencia de la expre-
sión de una sensibilidad que le viene intrínseca.
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poeta en su obra de ficción. Cuando hacia el final del tomo el lector en-
cuentra un texto que permite nuevos abordamientos de Paradiso y
Oppiano Licario, Confluencias,33 puede aprovechar esa tenaz labor de
recuerdo con mayor presteza, pues está asistido de esa forma, ese estilo,
ese modo que el poeta ha desarrollado. El lector de José Lezama Lima
que inicia su lectura por las páginas ensayísticas, va ganando y siendo
ganado por esa cantidad hechizada donde resulta imposible soslayar los
artificios de la pintura. Entonces se desplaza por los seductores pasillos de
la novela y de la poesía lezamianas. Por el momento solo he indicado y
con toda intención citado poco. Entiéndase como una provocación, una
invitación, una danza envolvente donde colores, aromas y palabras nos
incitan a penetrar en un gobelino diferente, el que nos tiene a todos como
protagonistas.
Reynaldo González
NOTAS
1
José Lezama Lima: Analecta del reloj, ed. Orígenes, La Habana, 1953,
p. 217.
2
José Lezama Lima: Oppiano Licario, ed. Arte y Literatura, La Haba-
na, 1977.
3
José Lezama Lima: La cantidad hechizada, ed. Unión, La Habana,
1970, p. 147.
4
Ídem, p. 148.
5
Analecta del reloj, ed. cit., p. 246.
6
José Lezama Lima: Tratados en La Habana, ed. Universidad Central
de Las Villas, Santa Clara, 1958, p. 53.
7
Ídem, p. 71.
8
Ídem, p. 65.
9
Ídem, p. 75.
10
Ídem, p. 128.
11
José Lezama Lima: Poesía completa (ed. ampliada de la publicada en
1970, con el cuaderno “Inicio y escape” y poemas no publicados en li-
bros), ed. Letras Cubanas, La Habana, 1985, p. 214,.
12
Tratados en La Habana, ed. cit., p. 152.
13
Ídem, p. 165.
14
Ídem, pp. 215 y ss.
24
15
Ídem, p. 98.
16
Ídem, p. 334.
17
Ídem, pp. 319, 320, 323, 344 y 361.
18
Ídem, pp. 295-296.
19
José Lezama Lima: La expresión americana, ed. Universitaria, S.A.,
Santiago de Chile, 1969.
20
Ídem, p. 75.
21
Ídem, p. 80.
22
Ídem, p. 158.
23
Ídem, p. 61.
24
Ídem, p. 88.
25
Ídem, p. 90.
26
Ídem, p. 151.
27
Ídem, p. 150.
28
Ídem, p. 153.
29
Ídem, p. 155.
30
Ídem, p. 156.
31
Su texto Corona de las frutas, en Lunes de Revolución, La Habana,
21 de diciembre de 1959, es una evocación de los bodegones, con el aña-
dido del colorido y la luminosidad tropicales, anunciadores de una jugosi-
dad diferente, que seduce y conforma el gusto insular.
32
La cantidad hechizada, ed. cit., pp. 361 y ss.
33
Ídem, pp. 435 y ss.
25
Letras cubanas*
26
Dibujo y texto de Fayad Jamís
27
28
Oda a Julián del Casal*
29
de Clesinger. Todo pasó
cuando ya fue pasado, pero también pasó
la aurora con su punto de nieve.
30
Su tos alegre sigue ordenando el ritmo
de nuestra crecida vegetal,
al extenderse dormido.
31
Cuando el gato termine la madeja,
le gustará jugar con tu cerquillo,
como las estrías de la tortuga
nos dan la hoja precisa de nuestro fin.
Tu calidad cariciosa,
que colocaba un sofá de mimbre en una estampa japonesa,
el sofá volante, como los paños de fondo
de los relatos hagiográficos,
que vino para ayudarte a morir.
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y el padre enloquecido colgado de un árbol.
Sigues trazando círculos
en torno a los que se pasean por la terraza,
la chispa errante de tu errante verde.
Todos sabemos ya que no era tuyo
el falso terciopelo de la magia verde,
los pasos contados sobre alfombras,
la daga que divide las barajas,
para unirlas de nuevo con tizne de cisnes.
No era tampoco tuya la separación,
que la tribu de malvados te atribuye,
entre el espejo y el lago.
Eres el huevo de cristal,
donde el amarillo está reemplazado
por el verde errante de tus ojos verdes.
Invencionaste un color solemne,
guardamos ese verde entre dos hojas.
El verde de la muerte.
33
tiene la misma hilacha de la manga
verde oro del disfraz para morir,
es el frío de todas nuestras manos.
A pesar del frío de nuestra inicial timidez
y del sorprendido en nuestro miedo final,
llevaste nuestra luciérnaga verde al valle de Proserpina.
34
Permitid que se vuelva, ya nos mira,
qué compañía la chispa errante de su errante verde,
mitad ciruelo y mitad piña laqueada por la frente.
35
Texto y dibujos de Salmuel Feijóo
36
Angel Gaztelu: ligero palpable*
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razo desde los orígenes hace pensar en una nivelación que se equipara o
redondea para el cuerpo abarcado, hecho en arco perfección, mante-
niendo su ligereza y sus cautelas:
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dos en ese poema, desde la solución del canto hasta la corrupción del
fruto, tienen una suerte especial, tocan, el poeta se siente tocado por
todas las contingencias que el dogna reune para una sola aplicación. La
misma cena, esplendor del deleite fuertemente unitivo, provoca una vi-
sión, por el sensualismo de sus luces, donde asoma el Padre: aderezas
en su cumbre de delicias esta cena memorable –en que es el manjar
más dulce la visión de contenplarte frente a frente.
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fluyen por el cuerpo del poema tienen más esencia en su alabanza. Se ha
verificado en esa cantidad de silencio un rescate, no se siente la rabia
óptica de las metáforas, ya que Gaztelu nunca ha sido codicioso de esos
accidentes del poema, pues su condición jerárquica de los objetos sen-
sibles, le lleva a creer más en el fruto, la llama o los ojos, que en el humo
azufroso accidentalista que se va desprendiendo de lo que cae blanda-
mente como lluvia sin humus. La caída no intensiva, mascada como
costumbre en poetas como Eliot, Neruda o Saint John Perse, línea de
cuantitativos incluidores, que confunden a Ceylán con el Paraíso.
Sigo de nuevo el dedo sobre el latín de San Jerónimo, que ahora subra-
ya un nuevo versículo: Y de su raíz salió una flor. En una expresión tan
evidente como la anterior veo yo apoyado el secreto donde adquieren
su gracia los sonetos de Gaztelu. Son ellos, sin duda, los mejores he-
chos por poeta alguno de su generación entre nosotros y constituyen
una flor muy fina de nuestra sensibilidad por sus espléndidos soportes
en la antigua capacidad de una forma para conducir sensaciones inicia-
das, como un predulio incisivo y rápido mantenido tan solo por la cuer-
da. Para alcanzar esa calidad tenía que saltar Gaztelu algunas definiciones
demasiado actuales, por ejemplo para Valery, la llama representa el ins-
tante; para alcanzar la antigua unión de nuestra mística, como el trata-
miento de San Juan de la Cruz al momento de la llama, donde ésta
recobra viva por la presencia del Espíritu, es decir, la llama en su cuer-
po, como tal su desenvolvimiento es puramente espacial. Por eso para
él, el soneto no es el aprovechamiento dichoso de un instante que persi-
gue a través de cómodas rendijas la liebre más fugitiva; por el contrario,
es un cuerpo despreocupado por la armonía integrada de sus miembros
que se otorga como la prolongación de una melodía inicial, una pureza
que por la llegada del Espíritu a esa brevedad temporal puede hacerse
visible, tocable. Por eso la ligereza palpable de su poesía no la hallamos
en un misterio de fluir arenoso, sino que es un cuerpo tocable, reconoci-
ble. Es una poesía que en cualquier momento puede conversar tranqui-
lamente. Se ha alejado de toda búsqueda para poseer la paz y dejarnos
un testimonio de luz evidenciable, secreta intención de su poesía, cada
vez que la criatura canta dentro de la esencia participada.
40
Texto de Ángel Gaztelu
41
42
A las luces de ahora*
la flor se reconcilia
con la amarga moneda.
Y el que pasa distante
penetra en su corola.
La abeja rosada que allí estaba
tiene que probar su destino
en el pico rojo de la paloma.
Cuando se acerca a la flor,
la abeja estaba dormida.
Sigue dormida en sus manos.
Dormitando cae en un suelo azul,
La abeja es ahora el azul y el rojo.
Y su sueño era el himno
que tejía su caída.
43
44
Niebla fuga de álamos,*
Pavoreal es la vida de jardines
sin ansias, nieves sonreídas,
proverbios y espadas.
45
Dibujo de Vicente Rojo
46
Raya y pez en el papel rayado*
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vente placentario. Sucesivos concéntricos en la pintura de Martínez Pe-
dro, que se rompen para convertirse en longitudes de onda, bastan para
expresar la alegría naciente de la vibración. Sobre un fondo, general-
mente de cobalto, que esquematiza la dimensión, la vibración comienza
a trocarse en un punto proporcional, pero como aquí el mar quiere mos-
trar una penetra-
ción terrígena en el
relativismo de sus
entrañas, tenemos
que esperar que la
dimensión, que es
una omnipresen-
cia, comienza a
mostrar la vitali-
dad de sus distan-
cias relacionables.
Es una tierra nues-
tra, sobre un fon-
do relacionable el
triángulo de las
manos unidas del
nadador, que re-
corre las marinas
e s c a l a s
homéricas, desde
las sirenas
gemebundas al
manatí sentimen-
Dibujo y texto de Luis Martínez Pedro tal. Al penetrar
nuestra tierra el
mar universal, se fijan las mutaciones de nuestros mitos. Horizontalizados
sobre una pared los peces remedan gallos. Al penetrar en el agua la
energía solar, comienza la ebullición figurativa. Los maestros de la ebu-
llición de la más importante de las hojas, consideran que hay tres mo-
mentos en el bullir: ojos de pescado, perlas y saltos de gallo, o llevado a
48
la manera de Martínez Pedro, el cobalto nos da la precisión del recorri-
do de la luz, una raya blanca la alegría del pez, o sencillamente lo que
viene hacia nosotros, y el encuentro en la composición es ese majestuo-
so esperar del cobalto o del negro, sosteniendo a veces esa cantidad de
color una extensa franja blanca, comienzo del movimiento, de la ebulli-
ción y de la precisa lección solar.
49
Dibujo de José Lezama Lima
50
PARA SAURA*
51
su pragmática para que los cronistas de Indias no pudieran relatar la
nueva iluminación de sus ojos. En su pesadilla la mandíbula de la niña se
ha trocado en los dientes del oso. En esa pesadilla alguien nos aprieta
incesantemente, como una pasta dentífrica que se aprieta, la lengua arde,
con el mechero en un hígado petrificado. Así, frente al ojo saltado de
Felipe II, Saura opone el ojo saltón de Goya. Frente al buitre del can-
grejo. Sale el cangre-
jo con sus risotadas
del infierno, nos co-
munica electricidad
con sus muelas, pa-
sea por el torso des-
nudo. El cangrejo
destroza al buitre
como un niño que
juega con inexorable
precisión.
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Los amigos…usted y unos pocos como usted, querido Lezama.
No van y vienen por mi vida: echan raíces, perduran. A veces, el
árbol de la amistad da la impresión de estar seco en algunas ra-
mas, y de pronto éstas brotan al igual de las otras. Cuando llega el
verano, el árbol entero me ampara bajo su follaje.
Mariano
23-X- 967
53
Dibujo de Mariano Rodríguez
54
Queda escrita en esta página mi gratitud a José Lezama Lima
porque en su casa de Trocadero, llena de los rumores de la ciu-
dad y la familia, me permitió conocer la antiquísima penumbra en
que se hacían costumbre los prodigios del oro, con la amistad de
muchos y memorables días de
Eliseo Diego
La Habana,
junio de 1965
55
56
Querido Lezama Lima:
1912
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Lezama persona*
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Los ojitos desaparecen por un instante
(Después de haber brillado como ascuas húmedas),
Tragados por la risa baritonal primero, luego aflautada
En el Bombín de Barreto.
O, grave
(Esto es más bien en sillones, frente a un obsesivo dibujo de Diago,
Un cuerpo que se curva o quizás se derrite),
La evocación sobre los tejados de La Habana,
La forifai en la mano de D’Artagnan,
cruzada con la otra en el cuadro de Arche
(Pudo haber sido Arístides Fernández),
Y detrás un parque que siempre me ha hecho pensar
En la plazoleta de nuestra Universidad,
De donde baja con risa la manifestación hacia la muerte.
7 de septiembre de 1965.
Roberto Fernández Retamar
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Títulos publicados por
Ediciones Bachiller
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Este libro ha sido impreso por el
Departamento de Ediciones de la
Biblioteca Nacional José Martí en
el mes de noviembre de 2006.
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