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Guerras de La Ciencia PDF
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Ziauddin Sardar
Al comienzo de 1995, los editores de la revista Texto Social ponían los toques finales a una
edición especial sobre “Guerras de la Ciencia”. Muchos consideran a Texto Social, editado
por el Centro de Análisis Critico de Cultura Contemporánea, de la Universidad de Rutgers,
y publicado por Editorial de la Universidad de Duke, una de las revistas principales de
teoría crítica. El doble volumen sobre “Guerras de la Ciencia” se producía a partir de, y
como respuesta a, cierto número de intentos recientes de montar una defensa agresiva de la
ciencia y cuestionar la integridad misma del enfoque de los “estudios culturales” y la crítica
de la ciencia.
La publicación de La Curva de Bell (1994) por Richard Herrnstein y Charles Murray había
reavivado la antigua controversia sobre CI (coeficiente intelectual) y eugenesia. Una
exhibición sobre “Ciencia en la Vida Estadounidense” en el Museo Smithsoniano de
Historia Estadounidense fue fuertemente atacada por varias sociedades científicas
profesionales por presentar una imagen de la ciencia algo menos que favorable. Una serie
de conferencias suntuosas, bien financiadas y altamente publicitadas, movilizaron una
amplia coalición de científicos y otros académicos para la defensa de la ciencia. La más
efectiva y de mayor publicidad fue la conferencia “El Escape de la Ciencia y la Razón”
patrocinada por la Academia de Ciencias de Nueva York, que tuvo lugar en Nueva York en
el verano de 19951. En la conferencia se declaró que existía una amenaza real contra la
ciencia por parte de sociólogos, historiadores, filósofos y feministas que trabajaban en el
campo de “estudios de ciencia y tecnología”. Se atacó a las teorías sociales de la ciencia, se
llamó “cadáver insepulto” a la epistemología feminista (teoría del conocimiento), y se
describió a la mayoría de los críticos de la ciencia como “charlatanes”.
Pero había sido Alta Superstición: La Izquierda Académica y sus Peleas con la Ciencia
(1994) de Paul Gross y Norman Lewitt, publicada un año antes, lo que más que nada
motivó la publicación de Texto Social sobre “Guerras de la Ciencia”. El biólogo Gross y el
matemático Levitt declaraban que la “izquierda académica”, “un amplio e influyente
segmento de la comunidad académica estadounidense”, era intrínsecamente anticientífica.
Esta hostilidad anticientífica se basaba no solo en el disgusto de la izquierda académica por
los usos que las fuerzas políticas y económicas hacen de la ciencia y la tecnología –tales
como máquinas militares, espionaje, contaminación industrial y destrucción del entorno.
Aún los científicos –no todos-- lamentan estos abusos de la ciencia y la tecnología. La
hostilidad ‘se extiende a las estructuras sociales a través de las cuales se institucionaliza la
ciencia, y a una mentalidad que se toma, sea verdad o no, como característica de los
científicos. Más sorprendentemente, hay una abierta hostilidad contra el contenido actual
del conocimiento científico y contra la creencia, que uno supondría universal entre gente
educada, de que el conocimiento científico es razonablemente confiable y se basa en una
metodología sana’2. Gross y Levitt tildaron a esta hostilidad de “medieval”, un claro
rechazo a “la más fuerte herencia de la Ilustración” y una negación del “progreso”.
Justo cuando se terminaba el trabajo de la revista, se recibió un nuevo artículo para que se
publicara específicamente en el número de “Guerras de la Ciencia”. Titulado
“Transgrediendo los límites: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad
cuántica”, escrito por Alan D. Sokal, profesor de física en la Universidad de Nueva York.
El artículo apareció en el número Primavera/Verano de Texto Social5.
Un moderado examen crítico del artículo de Sokal hubiera levantado sospechas a los
editores. El artículo perseguía argüir que la unión de las teorías de mecánica cuántica y
relatividad general, hasta ahora incompatibles, produciría una ciencia posmoderna
“liberadora”. Contenía algunas aseveraciones deliciosamente estúpidas. Por ejemplo,
sugería que pi, lejos de ser una constante y universal, de hecho depende de la posición del
observador y, por tanto, sujeta a ‘ineluctable historicidad’. El relativismo presentado en el
artículo cruza los límites de la locura. La bibliografía adscrita al texto es un claro listado de
“quién es quién” de los críticos de la ciencia, y tiene poca conexión con el contenido del
artículo. Al conectar hábilmente los absurdos con citas de maestros posmodernos como
Derrida, Lyotard y Lacan, y citas aduladoras de los editores de Texto Social, Andrew Ross
y Stanley Aronowitz, Sokal logró salirse con la suya.
Sokal pronto reveló el engaño en las páginas de Lingua Franca6. El escándalo llegó a la
primera plana del New York Times, International Herald Tribune, Le Monde y otros
muchos periódicos. Las Guerras de la Ciencia se habían hecho públicas. Este era el último
salvo en la larga guerra entre científicos y sus críticos. Es una guerra fiera que ha producido
muchas bajas –tanto en términos de pérdida de carreras como de marginalización de
ideas—y afecta al alma misma de la ciencia. En primera instancia, podemos identificar en
la década de 1960 la publicación de Thomas Kuhn La Estructura de las Revoluciones
Científicas (1962) como el inicio de la guerra abierta entre defensores y críticos de la
ciencia. Kuhn mostró que lejos de ser una búsqueda de objetividad y verdad, la ciencia era
poco más que solución de problemas dentro de parámetros aceptados de creencias. Pero las
ideas de Kuhn no emergieron formadas; tenían un contexto histórico. Antes de ser una
guerra abierta, la hostilidad entre científicos y sus críticos se había estado caldeando justo
por debajo de la superficie, por décadas. Podemos rastrear las Guerras de la Ciencia desde
la creación del movimiento científico radical
Pero la Primera Guerra Mundial afectó seriamente esta creencia mitológica sobre la
pureza de la ciencia. Expuso las debilidades tecnológicas del Imperio Británico y condujo a
la intervención directa del gobierno en la administración de la ciencia. El monopolio de las
universidades como instituciones investigativas se rompió al establecerse instituciones
financiadas con fondos públicos y privados. Para muchos intelectuales y académicos,
particularmente de orientación marxista, se hizo evidente una relación entre ciencia y
economía. Esto condujo a la formación en 1918, de la Unión Nacional de Obreros de la
Ciencia (más tarde Asociación de Obreros Científicos) con una categórica agenda socialista
para la ciencia, que, junto a la planeación centralizada, se argüía; desencadenaría el
potencial liberador de la ciencia.
En los Estados Unidos, en la década de 1950, cuando Kuhn cursaba sus estudios
universitarios, hubo un período de represión política extrema. Había un reino real del terror
en las universidades estadounidenses; la gente podía ser atropellada y victimizada, sin
apelación, cuando un ‘Comité de Actividades Antiamericanas’ ejercía presión sobre sus
empleadores. Hemos oído de muchas víctimas de Hollywood en los juicios por
antiamericanismo del senador McCarthy; pero los académicos que los sufrieron fueron más
numerosos e igualmente importantes. El uso de la sola palabra ‘social’ se tomaba como
connotación de ‘socialista’, lo que equivalía a ‘comunista’. Los pocos académicos que
habían promocionado una historia social de la ciencia, no tuvieron audiencia; otros, fueron
amenazados. El más prominente historiador de la ciencia, Alexander Koyré, fue tan lejos en
su representación idealizada de Galileo que no solo negó un contexto social en el trabajo de
Galileo sino que dudó que realizara sus famosos experimentos. Cualquier cosa que
sugiriera, aun remotamente, cualquier influencia social en la ciencia o los científicos, Koyré
la descalificaba agresivamente como ‘marxista’. Debido a la influencia de Koyré, el
enfoque ‘externo’ de Bernal a la historia de la ciencia permaneció por completo por fuera
de los corredores de la academia.
Mientras que las cosas también eran difíciles para los radicales en Gran Bretaña
durante esa década de 1950, todavía era posible que Joseph Needham alabara a Mao Tse-
tung en su primer volumen de su Ciencia y Civilización en China. Aunque sufrió el
ostracismo en alto grado por su apoyo a los reclamos norcoreanos de guerra bacteriológica
por parte de los norteamericanos, hacia el final de la década se encontraba resguardado en
el Caius College de Cambridge. Aún así, era posible en Gran Bretaña ser radical y salirse
con la suya. Hacia el final de la década de 1960, el movimiento de ciencia radical de Gran
Bretaña había alcanzado prominencia; aunque solo unos pocos radicales se dedicaran de
hecho al trabajo académico. Entre ellos estaban Hilary y Steven Rose, quienes se ocupaban
en producir una síntesis marxista de la ‘ciencia y sociedad’; Robert Young, quien se
convertiría en el guru del movimiento de ciencia radical y el mentor de la Revista de
Ciencia Radical, que iba creando una interpretación social de Darwin y el darwinismo (que
causó ira en la industria hagiográfica de Darwin); y Jerry Ravetz, cuyo trabajo al margen de
la historia de la ciencia se ocupaba en gran parte del análisis de la locura militar y la
corrupción al interior de la ‘gran ciencia’.
Fue en esta atmósfera de Guerra Fría en la que Kuhn produjo su trabajo inspirador.
(Un) afortunado percance con un curso universitario sobre ciencias físicas para los
no científicos me dio la oportunidad de acercarme por primera vez a teorías y
prácticas científicas obsoletas que minaron radicalmente mis concepciones básicas
sobre la naturaleza de la ciencia y las razones para su éxito especial. Estas
concepciones las había adquirido en parte del entrenamiento científico mismo y en
parte de un interés no profesional que desde hacía mucho tiempo sentía por la
filosofía de la ciencia. De alguna manera, cualquiera que fuera su utilidad
pedagógica y ser en abstracto plausibles, estas nociones no se ajustaban a la
empresa que los estudios históricos mostraban. Sin embargo eran y son
fundamentales en cualquier discusión de ciencia, y su falla en representar la verdad
era por tanto digna de investigarse. El resultado fue un cambio drástico de la física
a la historia de la ciencia, y luego, gradualmente, de los problemas históricos
relativamente claros, otra vez, a las preocupaciones más filosóficas que
inicialmente me habían conducido a la historia.9
Por otra parte, la ciencia normal aísla a la comunidad científica del resto. Los
problemas socialmente importantes que no pueden reducirse a un formato de
resolución de rompecabezas, sugiere Kuhn, se ignoran y cualquier cosa por fuera del
ámbito conceptual e instrumental del paradigma, se ve como irrelevante.
Demarcación: que existe una distinción clara entre teorías científicas y otras
clases de sistemas de creencias.
Estructura deductiva de las teorías; que las pruebas de las teorías proceden
por deducir reportes de observación de postulados teóricos.
Precisión: que los conceptos científicos son más precisos y los términos
usados en ciencia tienen significado fijo.
Descubrimiento y justificación; que hay contextos separados de
descubrimiento y justificación, y que deberíamos distinguir las circunstancias
psicológicas o sociales en las que se produce un descubrimiento, de las bases lógicas
para justificar la creencia en los hechos que se han descubierto.
La unidad de la ciencia: que debería haber una ciencia para un mundo real;
ciencias menos profundas se pueden reducir a ciencias más profundas: la psicología
se reduce a biología, la biología a química, la química a la física.17
Ninguno de los grupos pro- o anti- Kuhn de la década de 1960 había notado
que otro libro, publicado justo después del de Kuhn, había cambiado el debate para
siempre. Este era Primavera Silenciosa de Rachel Carson (1965), en el que el daño
causado al entorno por la tecnología basada en la ciencia se presentaba vívidamente
al público. Se hizo patente que cuando consideramos quién paga los salarios de los
solucionadores de enigmas de Kuhn, quién controla la publicación de sus resultados,
la ‘ciencia normal’ académica de Kuhn había sido desplazada por la ciencia
corporativa, industrializada. Unos años más tarde, en uno de las obras más
originales publicadas después de Kuhn, Jerry Ravetz, un filósofo e historiador de la
ciencia, con débiles lazos con el movimiento radical en ciencia de Gran Bretaña,
argumentó que la ciencia industrializada era profundamente vulnerable a la
corrupción. El título del libro de Ravetz, Conocimiento Científico y sus Problemas
Sociales (1971; 1996) era descarado en ese momento. Como producto de Kuhn y
Carson, la idea de la ciencia como una actividad social que podía conducir a
problemas éticos, estaba ganando terreno. Pero argüir que el conocimiento mismo
podría presentar problemas sociales, parecía atrevido e ilógico. Para superar esta
contradicción, Ravetz sugirió que necesitamos abandonar la idea de que ‘la ciencia
descubre hechos’, o es ‘verdadera o falsa’, o que el conocimiento es un resultado
automático de la investigación. Más bien, el conocimiento científico genuino es el
producto de un largo proceso social, del que la mayor parte tiene lugar mucho
después de que la investigación termina. Esto significa que la ciencia, considerada
como investigación o academia en un amplio sentido, debe considerarse como
‘trabajo artesanal’. Si la ciencia se mira como artesanía, entonces, ‘verdad’ se
reemplaza con la idea de ‘calidad’ en la evaluación del producto científico. Calidad
enfatiza firmemente tanto los aspectos sociales y éticos de la ciencia como la
incertidumbre científica, en el orden del día. Ravetz mostró que en el conjunto de la
práctica de la ciencia contemporánea se pueden identificar cuatro categorías que son
altamente problemáticas: ciencia ramplona, ciencia empresarial (donde lograr
financiación es el nombre del juego), ciencia irresponsable y ciencia sucia; y todas
están involucradas con tecnologías desbocadas. Más aún, mostró que la calidad en
ciencia depende en gran parte de la moral y compromiso de los operadores
científicos y reforzada por el acervo moral del liderazgo de las comunidades
científicas. Ahora que el viejo idealismo de la ‘ciencia pequeña’ ha perdido su
fundamento social e ideológico y se ha evaporado, se requería un idealismo
correspondiente a la ‘gran ciencia’. “Sin dicho idealismo, la ciencia sería muy
vulnerable a la corrupción, llevando a un regla universal de mediocridad o peor”.18
FLT puede todavía ser solo un artefacto. Por ejemplo, no se han presentado
argumentos que se acepten como prueba que FLT esta presente en el cuerpo
como Piro-Gli-Ori-NH2 en cantidades ‘fisiológicamente significativas’.
Aunque se acepta que Piro-Glu-His-Pro-NH2 sintético es activo en ensayos,
no ha sido posible medirlo en el cuerpo. Los resultados negativos de los
intentos para establecer la importancia fisiológica del FLT se han atribuido
hasta ahora a la insensibilidad de los ensayos que se han usado más que a
la posibilidad de que FLT sea un artefacto. Pero algún cambio sutil
posterior en el contexto podría todavía favorecer la selección de una
interpretación alterna y la concreción de esta última posibilidad.19
En los últimos treinta años, hemos visto surgir un nuevo tipo de estudiosos
de la ciencia. La mayoría situados en el ‘Tercer Mundo’, estos estudiosos post-
coloniales, metidos en los que se conoce como ciencia post-colonial y estudios
tecnológicos, se propusieron reclamar la historia de la ciencia no occidental y poner
al descubierto el eurocentrismo de la ciencia occidental. Comenzó con el trabajo
empírico en historia de las ciencias islámicas, indias y latinoamericanas, para
mostrar la impresionante dimensión y amplitud de estas ciencias. Pero los estudios
post-coloniales van mucho más allá. Primero, buscan establecer la conexión entre
colonialismo, incluyendo el neocolonialismo, y el progreso de la ciencia occidental.
Por ejemplo, en varios libros, Deepak Kumar, 22 el historiador y filósofo de la
ciencia hindú, ha buscado demostrar que el colonialismo británico en la India jugo
un papel importante en la forma en que se desarrolló la ciencia europea. Los
británicos necesitaban mejorar la navegación y para eso construyeron observatorios,
patrocinaron astrónomos y guardaron registros sistemáticos de sus viajes. Las
primeras ciencias europeas que se establecieron en la India fueron, naturalmente,
geografía y botánica. Por toda la India progresó la ciencia europea principalmente
debido a las necesidades militares, económicas y políticas de los británicos, y no por
la consabida racionalidad de la ciencia y el pretendido compromiso de los
científicos de buscar verdades desinteresadas. Segundo, los estudios post-coloniales
de la ciencia buscan restablecer la práctica de la ciencia islámica, hindú o china en
tiempos contemporáneos. Hay, por ejemplo, todo un discurso de ciencia islámica
contemporánea23 dedicado a explorar cómo podría moldearse una ciencia basada en
nociones islámicas de la naturaleza, unidad de conocimiento y valores, interés
público y cosas por el estilo. Un discurso similar sobre ciencia hindú ha surgido en
la última década.24
Crítica a Kuhn
Aquí no hay cláusula de escape: los científicos tienen que enfrentar esta
nueva realidad. Pueden negar que la fe ciega en la ciencia, y que confianza y
seguridad que inspiraba al público, han desaparecido para siempre; pero esto no
cambia la percepción que el público tiene de la ciencia. La ciencia post-normal
requiere que la ciencia expanda sus fronteras para incluir diferentes procesos de
validación, perspectivas y tipos de conocimientos. En particular, requiere cerrar la
brecha entre la capacidad científica y las preocupaciones del público. Así la ciencia
post-normal se convierte en un diálogo entre todos los involucrados en el problema,
desde los científicos mismos a los científicos sociales, periodistas, activistas y amas
de casa, sin tener en cuenta sus cualificaciones o afiliaciones previas. En la ciencia
post-normal, la evaluación cualitativa del trabajo científico no puede dejarse a los
científicos solamente – ya que frente a la aguda incertidumbre y riesgos
inconmensurables, también son aficionados. Por tanto ‘debe haber una comunidad
ampliada de pares, y usarán hechos ampliados que incluirán aun evidencia
anecdótica y estadísticas recopiladas por la comunidad. Así la extensión de los
elementos tradicionales de la práctica científica, hechos y participantes, crea el
elemento de una suerte nueva de práctica. Esta es la novedad esencial de la ciencia
post-normal’.27 Conduce inevitablemente a la democratización de la ciencia. No
relega el trabajo de investigación a personal no entrenado; más bien, saca a la
ciencia del laboratorio al debate público donde todos pueden participar en discutir
sus ramificaciones sociales, políticas y culturales.
Algunos se sienten incómodos con la idea de que esta nueva práctica sea
ciencia. Pero la ciencia ha evolucionado continuamente en el pasado y
evolucionará más en respuesta a las necesidades cambiantes de la
humanidad… Las estrategias de solucinar-problemas tradicional de la
ciencia, las reflexiones filosóficas acerca de ellas, y los contextos
institucionales, sociales y educativos necesitan enriquecerse para resolver
los problemas que ha creado la civilización industrial basada en la ciencia.
Sentir incomodidad al descubrir las incertidumbres inherentes a la ciencia,
es un síntoma de nostalgia por un mundo simple y seguro que nunca
volverá.28
Notas