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1.

RICITOS DE ORO

Érase una vez una familia de osos que vivían en una linda casita en el bosque. Papá
Oso era muy grande, Mamá Osa era de tamaño mediano y Osito era pequeño.
Una mañana, Mamá Osa sirvió la más deliciosa avena para el desayuno, pero como
estaba demasiado caliente para comer, los tres osos decidieron ir de paseo por el
bosque mientras se enfriaba. Al cabo de unos minutos, una niña llamada Ricitos de
Oro llegó a la casa de los osos y tocó la puerta. Al no encontrar respuesta, abrió la
puerta y entró en la casa sin permiso.
En la cocina había una mesa con tres tazas de avena: una grande, una mediana y
una pequeña. Ricitos de Oro tenía un gran apetito y la avena se veía deliciosa.
Primero, probó la avena de la taza grande, pero la avena estaba muy fría y no le
gustó. Luego, probó la avena de la taza mediana, pero la avena estaba muy caliente
y tampoco le gustó. Por último, probó la avena de la taza pequeña y esta vez la avena
no estaba ni fría ni caliente, ¡estaba perfecta! La avena estaba tan deliciosa que se
la comió toda sin dejar ni un poquito.
Después de comer el desayuno de los osos, Ricitos de Oro fue a la sala. En la sala
había tres sillas: una grande, una mediana y una pequeña. Primero, se sentó en la
silla grande, pero la silla era muy alta y no le gustó. Luego, se sentó en la silla
mediana, pero la silla era muy ancha y tampoco le gustó. Fue entonces que encontró
la silla pequeña y se sentó en ella, pero la silla era frágil y se rompió bajo su peso.
Buscando un lugar para descansar, Ricitos de Oro subió las escaleras, al final del
pasillo había un cuarto con tres camas: una grande, una mediana y una pequeña.
Primero, se subió a la cama grande, pero estaba demasiado dura y no le gustó.
Después, se subió a la cama mediana, pero estaba demasiado blanda y tampoco le
gustó. Entonces, se acostó en la cama pequeña, la cama no estaba ni demasiado
dura ni demasiado blanda. De hecho, ¡se sentía perfecta! Ricitos de Oro se quedó
profundamente dormida.
Al poco tiempo, los tres osos regresaron del paseo por el bosque. Papá Oso notó
inmediatamente que la puerta se encontraba abierta:
—Alguien ha entrado a nuestra casa sin permiso, se sentó en mi silla y probó mi
avena —dijo Papá Oso con una gran voz de enfado.
—Alguien se ha sentado en mi silla y probó mi avena —dijo Mamá Osa con una voz
medio enojada.
Entonces, dijo Osito con su pequeña voz:
—Alguien se comió toda mi avena y rompió mi silla.
Los tres osos subieron la escalera. Al entrar en la habitación, Papá Oso dijo:
—¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Y Mamá Osa exclamó:
—¡Alguien se ha acostado en mi cama también!
Y Osito dijo:
—¡Alguien está durmiendo en mi cama! —y se puso a llorar desconsoladamente.
El llanto de Osito despertó a Ricitos de Oro, que muy asustada saltó de la cama y
corrió escaleras abajo hasta llegar al bosque para jamás regresar a la casa de los
osos.
2.EL PATITO FEO

En la granja había un gran alboroto: los polluelos de Mamá Pata estaban


rompiendo el cascarón.
Uno a uno, comenzaron a salir. Mamá Pata estaba tan emocionada con sus
adorables patitos que no notó que uno de sus huevos, el más grande de
todos, permanecía intacto.
A las pocas horas, el último huevo comenzó a romperse. Mamá Pata, todos
los polluelos y los animales de la granja, se encontraban a la expectativa de
conocer al pequeño que tardaba en nacer. De repente, del cascarón salió un
patito muy alegre. Cuando todos lo vieron se quedaron sorprendidos, este
patito no era pequeño ni amarillo y tampoco estaba cubierto de suaves
plumas. Este patito era grande, gris y en vez del esperado graznido, cada vez
que hablaba sonaba como una corneta vieja.
Aunque nadie dijo nada, todos pensaron lo mismo: “Este patito es demasiado
feo”.
Pasaron los días y todos los animales de la granja se burlaban de él. El patito
feo se sintió muy triste y una noche escapó de la granja para buscar un nuevo
hogar.
El patito feo recorrió la profundidad del bosque y cuando estaba a punto de
darse por vencido, encontró el hogar de una humilde anciana que vivía con
una gata y una gallina. El patito se quedó con ellos durante un tiempo, pero
como no estaba contento, pronto se fue.
Al llegar el invierno, el pobre patito feo casi se congela. Afortunadamente, un
campesino lo llevó a su casa a vivir con su esposa e hijos. Pero el patito
estaba aterrado de los niños, quienes gritaban y brincaban todo el tiempo y
nuevamente escapó, pasando el invierno en un estanque pantanoso.
Finalmente, llegó la primavera. El patito feo vio a una familia de cisnes
nadando en el estanque y quiso acercárseles. Pero recordó cómo todos se
burlaban de él y agachó la cabeza avergonzado. Cuando miró su reflejo en el
agua se quedó asombrado. Él no era un patito feo, sino un apuesto y joven
cisne. Ahora sabía por qué se veía tan diferente a sus hermanos y hermanas.
¡Ellos eran patitos, pero él era un cisne! Feliz, nadó hacia su familia.
3.EL GATO CON BOTAS

Érase una vez un molinero muy pobre que dejó a sus tres hijos por herencia
un molino, un asno y un gato. En el reparto, el molino fue para el hijo mayor, el
asno para el segundo y el gato para el más joven. Éste último se lamentó de
su suerte en cuanto supo cuál era su parte.

—¿Qué será de mí? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo
sólo tengo un gato.

El gato escuchó las palabras de su joven amo y decidido a ayudarlo, dijo:

—No se preocupe mi señor, yo puedo ser más útil y valioso de lo que piensa.
Le pido que por favor me regale un saco y un par de botas para andar entre
los matorrales.

Aunque el joven amo no creyó en las palabras del gato, le dio lo que pedía
pues sabía que él era un animal muy astuto.

Poniendo su plan en marcha, el gato reunió algunas zanahorias y se fue al


bosque a cazar conejos. Con el saco lleno de conejos y sus botas nuevas, se
dirigió hacia el palacio real y consiguió ser recibido por el rey.

—Su majestad, soy el gato con botas, leal servidor del marqués de Carabás —
este fue el primer nombre que se le ocurrió al gato—. El marqués quiere
ofrecerle estos regalos.

Los conejos agradaron mucho al rey.

Al día siguiente, el gato con botas volvió al bosque y atrapó un jabalí. Una vez
más, lo presentó al rey, como un regalo del marqués de Carabás.

Durante varias semanas, el gato con botas atrapó más animales para
presentarlos como regalos al rey. El rey estaba muy complacido con el
marqués de Carabás.

Un día, el gato se enteró que el rey iba de visita al río en compañía de su hija,
la princesa, y le dijo a su amo:

—Haga lo que le pido mi señor, vaya al río y báñese en el lugar indicado. Yo


me encargaré del resto.

El joven amo le hizo caso al gato. Cuando la carroza del rey pasó junto al río,
el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:

—¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Carabás se está ahogando!

Recordando todos los regalos que el marqués le había dado, el rey ordenó a
su guarda a ayudar al joven. Como el supuesto marqués de Carabás se
encontraba empapado y su ropa se había perdido en la corriente del río, el rey
también ordenó que lo vistieran con el traje más elegante y lo invitó a pasar al
carruaje. En el interior del carruaje se encontraba la princesa quien se
enamoró inmediatamente del apuesto y elegante marqués de Carabás.
El gato, encantado de ver que su plan empezaba a dar resultado, se fue
delante de ellos. Al encontrar unos campesinos que cortaban el prado en un
enorme terreno, dijo:

—Señores campesinos, si el rey llegara a preguntarles a quién pertenecen


estas tierras, deben contestarle que pertenecen al marqués de Carabás.
Háganlo y recibirán una gran recompensa.

Cuando el rey se detuvo a preguntar, los campesinos contestaron al unísono:

—Su majestad, estas tierras son de mi señor, el marqués de Carabás.

El gato, caminando adelante de la carroza, iba diciendo lo mismo a todos los


campesinos que se encontraba. El rey preguntaba lo mismo y con cada
respuesta de los campesinos, se asombraba más de la riqueza del señor
marqués de Carabás.

Finalmente, el ingenioso gato llegó hasta el más majestuoso castillo que tenía
por dueño y señor a un horripilante y malvado ogro. De hecho, todas las
tierras por las que había pasado el rey pertenecían a este castillo.

El gato sabía muy bien quién era el ogro y pidió hablar con él. Para no ser
rechazado, le dijo al ogro que le resultaba imposible pasar por su castillo y no
tener el honor de darle sus respetos. El ogro sintiéndose adulado le permitió
pasar.

—Señor, he escuchado que usted tiene el envidiable don de convertirse en


cualquier animal que desee —dijo el gato.

— Es cierto —respondió el ogro—, y para demostrarlo me convertiré en león.

El gato se asustó de tener a un león tan cerca. Sin embargo, estaba decidido
a seguir con su elaborado plan.

Cuando el ogro volvió a su horripilante forma, el gato dijo:

—¡Sus habilidades son extraordinarias! Pero me parecería más extraordinario


que usted pudiera convertirse en algo tan pequeño como un ratón.

—Claro que sí puedo—respondió el ogro un tanto molesto.

Cuando el ogro se convirtió en ratón, el gato lo atrapó de un solo zarpazo y se


lo comió.Al escuchar que se acercaba el carruaje, el gato corrió hacia las
puertas del castillo para darle la bienvenida al rey:

—Bienvenido al castillo del señor marqués de Carabás.

—¿Cómo, señor marqués de Carabás? —exclamó el rey—. ¿También este


castillo le pertenece?

El rey deslumbrado por la enorme fortuna del marqués de Carabás, dio su


consentimiento para que se casara con la princesa.

Aquel joven que antes fue pobre se había convertido en un príncipe gracias a
la astucia de un gato. El joven nunca olvidó los favores del gato con botas y lo
recompensó con una capa, un sombrero y un par de botas nuevas.
4.PINOCHO

Érase una vez un anciano carpintero llamado Gepeto que era muy feliz
haciendo juguetes de madera para los niños de su pueblo.

Un día, hizo una marioneta de una madera de pino muy especial y decidió
llamarla Pinocho. En la noche, un hada azul llegó al taller del anciano
carpintero:

—Buen Gepeto —dijo mientras el anciano dormía—, has hecho a los demás
tan felices, que mereces que tu deseo de ser padre se haga realidad.
Sonriendo, el hada azul tocó la marioneta con su varita mágica:

—¡Despierta, pequeña marioneta hecha de pino… despierta! ¡El regalo de la


vida es tuyo!

Y en un abrir y cerrar de ojos, el hada azul dio vida a Pinocho.

—Pinocho, si eres valiente, sincero y desinteresado, algún día serás un niño


de verdad —dijo el hada azul—. Luego se volvió hacia un grillo llamado Pepe
Grillo, que vivía en la alacena de Gepeto.

—Pepe Grillo — dijo el hada azul—, debes ayudar a Pinocho. Serás su


conciencia y guardián del conocimiento del bien y del mal.

Al día siguiente, Gepeto envió con orgullo a su pequeño niño de madera a la


escuela, pero como era tan pobre, tuvo que vender su abrigo para comprar los
libros escolares:

—Pinocho, Pepe Grillo te mostrará el camino —dijo Gepeto—. Por favor, no te


distraigas y llega a la escuela a tiempo.

Pinocho salió de casa, pero nunca llegó a la escuela. En cambio, decidió


ignorar los consejos de Pepe Grillo y vender los libros para comprar un tiquete
para el teatro de marionetas. Cuando Pinocho comenzó a bailar con las
marionetas, el titiritero sorprendido con las habilidades del niño de madera, le
preguntó si quería unirse a su espectáculo de marionetas. Pinocho aceptó
alegremente.

Sin embargo, las intenciones del malvado titiritero eran muy diferentes; su plan
era hacerse rico con la única marioneta con vida en el mundo. De inmediato,
encerró a Pinocho y a Pepe Grillo en una jaula. Fue entonces que Pinocho
reconoció su error y comenzó a llorar. El hada azul apareció de la nada.

Aunque el hada azul conocía las razones por las cuales Pinocho se
encontraba atrapado, aun así, le preguntó:

—Pinocho, ¿por qué estás en esta jaula?

Pero Pinocho no quiso contarle la verdad, entonces algo extraño sucedió. Su


nariz comenzó a crecer más y más. Cuanto más hablaba, más crecía.

—Cada vez que digas una mentira, tu nariz crecerá — dijo el hada azul.

—Por favor, haz que se detenga—dijo Pinocho—, prometo no mentir de


nuevo.
Al día siguiente, camino a la escuela, Pinocho conoció a un niño:

—Ven conmigo al País de los Juguetes. ¡En este lugar todos los días son
vacaciones! —dijo el niño con emoción—. Hay juguetes y golosinas y lo mejor
de todo, ¡no tienes que ir a la escuela!

Olvidando nuevamente los consejos del hada azul y Pepe Grillo, Pinocho salió
corriendo con el niño al País de los Juguetes. Al llegar, se divirtió muchísimo
jugando y comiendo golosinas.

De pronto, las orejas de Pinocho y los otros niños del País de los Juguetes
comenzaron a hacerse muy largas. Por no querer ir a la escuela, ¡se estaban
convirtiendo en burros!

Convertidos en burros, Pinocho y los niños llegaron a un circo. El maestro de


ceremonias hizo que Pinocho trabajara para el circo sin descanso. Allí,
Pinocho se lastimó la pierna mientras hacía trucos. Enojado, el maestro de
ceremonias lo tiró al mar junto con Pepe Grillo.

En el agua, el hechizo se rompió y Pinocho volvió a su forma de marioneta,


pero una ballena que nadaba cerca abrió su enorme boca y se lo tragó entero.
En la oscuridad del estómago de la ballena, Pinocho lloró mientras que Pepe
Grillo intentaba consolarlo. Fue en ese momento que vio a Gepeto en su bote:

—Hijo mío, te estaba buscando por tierra y mar cuando la ballena me tragó.
¡Estoy tan contento de haberte encontrado! —dijo Gepeto.

Los dos se abrazaron encantados.

—De ahora en adelante seré bueno y responsable—, prometió Pinocho entre


lágrimas.

Aprovechando que la ballena dormía, Gepeto, Pinocho y Pepe Grillo


prendieron una fogata dentro de ella y saltaron de su enorme boca cuando el
fuego la hizo estornudar. Luego, navegaron hasta llegar a casa. Pero Gepeto
cayó enfermo, Pinocho lo alimentó y cuidó con mucho esmero y dedicación.

—Papá, iré a la escuela y trabajaré mucho para llenarte de orgullo— dijo


Pinocho.

Cumpliendo su promesa, Pinocho estudió mucho en la escuela. Entonces un


día sucedió algo maravilloso. El hada azul apareció y le dijo:

—Pinocho, eres valiente, sincero y tienes un corazón bondadoso y


desinteresado, mereces convertirte en un niño de verdad.

Y fue así como el niño de madera se convirtió en un niño de verdad. Gepeto y


Pinocho vivieron felices para siempre.
5.LA CENICIENTA

Érase una vez una hermosa joven que vivía con su madrastra y dos hermanastras que la obligaban a hacer
todo el trabajo de la casa. La pobre joven tenía que cocinar, limpiar y también lavarles la ropa.

Cansada de trabajar, la joven se quedó dormida cerca a la chimenea y cuando se levantó con la cara sucia
por las cenizas, sus hermanastras se rieron sin parar y desde entonces comenzaron a llamarla Cenicienta.

Un día llegó a la casa una invitación del rey a un baile para celebrar el cumpleaños del príncipe. Todas las
jóvenes del reino fueron invitadas y Cenicienta estaba muy feliz. Sin embargo, cuando llegó el día de la
fiesta, su madrastra y hermanastras le dijeron:

—Cenicienta, tú no irás, te quedarás en casa limpiando y preparando la cena para cuando regresemos.

Las tres mujeres salieron hacia el palacio, burlándose de Cenicienta.

Cenicienta corrió al jardín y se sentó en un banco a llorar. Ella deseaba con todo su corazón poder ir al
baile. De repente, apareció su hada madrina y le dijo:

—No llores Cenicienta, tú has sido muy buena y mereces ir al baile.

Agitando su varita mágica, el hada madrina transformó una calabaza en un coche, tres ratones de campo
en hermosos caballos, y a un perro viejo en un cochero. ¡Cenicienta no podía creer lo que veía!

— ¡Muchas gracias! —exclamó Cenicienta.

—Espera, no he terminado todavía —respondió el hada madrina con una sonrisa.

Con el último movimiento de su varita mágica, transformó a Cenicienta. Le dio un vestido y un par de
zapatillas de cristal, y le dijo:

—Ahora podrás ir al baile, sólo recuerda que debes regresar antes de la medianoche ya que a esa hora se
terminará la magia.

Cenicienta agradeció nuevamente al hada madrina y muy feliz se dirigió al palacio. Cuando entró, los
asistentes, incluyendo sus hermanastras, no podían parar de preguntarse quién podría ser esa hermosa
princesa.

El príncipe, tan intrigado como los demás, la invitó a bailar. Después de bailar toda la noche, descubrió
que Cenicienta no sólo era la joven más hermosa del reino, sino también la más amable y sincera que él
jamás había conocido.

De repente, las campanadas del reloj se hicieron escuchar, era la medianoche. Cenicienta se estaba
divirtiendo tanto que casi olvida las palabras del hada madrina.

—¡Oh, no!, debo irme— le dijo al príncipe mientras corría fuera del salón de baile. Ella salió tan de prisa
que perdió una de sus zapatillas de cristal en la escalinata.

Decidido a encontrar a la hermosa joven, el príncipe tomó la zapatilla y visitó todas las casas del reino.

Cuando el príncipe llegó a casa de Cenicienta, sus dos hermanas y hasta la madrastra intentaron sin suerte
probarse el zapato de cristal. Él se encontraba a punto de marcharse cuando escuchó una voz:

—¿Puedo probarme la zapatilla? —dijo Cenicienta.

La joven se probó la zapatilla y le quedó perfecta. El príncipe sabía que esta era la hermosa joven que
estaba buscando. Fue así como Cenicienta y el príncipe se casaron y vivieron felices para siempre.
6. RAPUNZEL

Había una vez una pareja que por mucho tiempo deseaba tener un bebé, hasta que por fin ese deseo se
hizo realidad. A través de la ventana trasera de la pequeña casa donde vivían, podían ver un espléndido
jardín que estaba lleno de las más bellas plantas y las más suculentas frutas y vegetales. El jardín estaba
rodeado por un alto muro, y nadie se atrevía a entrar a él, porque pertenecía a una bruja muy malvada.

Un día, la mujer se asomó a la ventana y vio en el jardín un huerto de espinacas frescas y verdes. Tanto
era su anhelo de probarlas que se enfermó gravemente.

El hombre, muy preocupado por la salud de su esposa, decidió tomar el riesgo de entrar al jardín de la
bruja. De manera que, en la noche trepó el alto muro que separaba el jardín, rápidamente desenterró un
puñado de espinacas y se lo llevó a su mujer. Ella inmediatamente preparó una ensalada, la cual se deleitó
en comer.

Las espinacas eran tan deliciosas, que al día siguiente su deseo se hizo aún más grande. Nuevamente, el
hombre quiso complacerla y se dispuso a trepar el muro. Pero tan pronto había desenterrado el puñado
de espinacas, para su horror, vio a la bruja parada frente a él:

—¿Cómo puedes atreverte a entrar a mi jardín y como un ladrón llevarte mis espinacas? Te juro que
pagarás por esto —dijo la bruja con un tono muy amenazante.

—Le ofrezco mis disculpas —respondió el hombre con voz temblorosa—, hice esto por necesidad. Mi
esposa está embarazada y al ver sus espinacas sintió un anhelo que se apoderó de ella, desde ese entonces
ha estado muy enferma.

La ira de la bruja disminuyó un poco, y dijo:

—Si las cosas son como dices, te permitiré tomar todas las espinacas que quieras, estas salvarán la vida
de tu esposa, pero bajo una condición: me tienes que dar el hijo que tu esposa va a tener. Yo seré su
madre, conmigo será feliz y nunca le faltará nada.

El pobre hombre estaba tan aterrorizado que no tuvo más remedio que aceptar. Tan pronto la esposa dio
a luz, la bruja se llevó a la niña y la llamó Rapunzel.

Rapunzel se convirtió en la niña más hermosa bajo el sol. Cuando tenía doce años, la bruja la encerró en
una torre en medio de un espeso bosque. La torre no tenía escaleras ni puertas, solo una pequeña ventana
en lo alto. Cada vez que la bruja quería subir a la torre, se paraba bajo la ventana y gritaba:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!

La niña dejaba caer por la ventana su larga trenza dorada y la bruja subía la torre.

Muchos años después, el hijo del rey estaba cabalgando por el bosque. Al acercarse a la torre, escuchó
una canción tan hermosa que lo hizo detenerse. Era Rapunzel, que estaba pasando el tiempo cantando
con su dulce y hermosa voz. El príncipe quiso alcanzarla, y buscó una puerta en la torre, pero no encontró
alguna.

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Entonces, cabalgó al palacio. Sin embargo, la canción le había llegado tan profundo al corazón, que siguió
regresando al bosque todos los días para escucharla.

Un día, mientras estaba escondido detrás de un árbol, vio a la bruja acercarse y la escuchó decir:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!

Sabiendo cómo subir la torre, el príncipe regresó en la noche y gritó:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!


Rapunzel dejó caer su trenza pensando que era la malvada bruja y el príncipe subió.

Al principio Rapunzel se asustó, pero el príncipe le explicó que la había escuchado cantar y que su hermosa
voz le había robado el corazón.

Rapunzel perdió el miedo y cuando él le preguntó si lo tomaría como esposo, ella aceptó feliz.

Los dos pensaron que la mejor manera para que Rapunzel escapara de la torre, sería que el príncipe le
trajera un hilo de seda todos los días y que ella lo tejiera en una escalera para luego descenderla.

Pero un día, mientras Rapunzel estaba tejiendo la escalera, la bruja vino a visitarla y gritó:

—¡Rapunzel, Rapunzel, deja tu trenza caer!

Cuando la bruja malvada entró en la habitación de Rapunzel, vio la escalera y se enojó muchísimo:

—¡Me has traicionado! —dijo furiosa.

Sin decir más, la malvada bruja tomó un par de tijeras y cortó el hermoso cabello de Rapunzel. Al día
siguiente, cuando el Príncipe llegó con más hilo de seda, la bruja lo engañó arrojándole la trenza por la
ventana para que él subiera. Al entrar a la torre, no vio a su querida Rapunzel sino a la bruja.

—Nunca volverás a ver a tu Rapunzel— dijo la bruja en medio de carcajadas.

El príncipe estaba tan desesperado por encontrar a Rapunzel que, sin pensarlo, saltó de la torre y cayó
sobre unas espinas que lo dejaron ciego.

Durante muchos años, vagó por el bosque hasta que tropezó con un hermoso lago. Allí escuchó un canto
que reconoció al instante… ¡era la voz de su querida Rapunzel! Cuando Rapunzel vio al príncipe, se
abalanzó sobre él llorando. Sus lágrimas se posaron sobre los ojos del príncipe y pudo él volver a ver.
Rapunzel y el príncipe se casaron y fueron felices para siempre.
7.EL GANSO DE ORO

Había una vez un hombre que tenía tres hijos. Al más joven de los tres lo llamaban Tontín, y era
despreciado, burlado, y dejado de lado en cada ocasión.

Un día, quiso el hijo mayor ir al bosque a cortar leña, su madre le dio una deliciosa torta de huevo y una
botella de leche para que no pasara hambre ni sed. Al llegar al bosque se encontró con un hombrecillo de
pelo gris y muy viejo que lo saludó cortésmente y le dijo:

— Por favor dame un trozo de torta y un sorbo de tu leche, pues estoy hambriento y sediento.

—Si te doy pastel y leche, me quedaré sin qué comer —respondió el hijo mayor—. Y dejó plantado al
hombrecillo para seguir su camino. Pero cuando comenzó a talar un árbol, dio un golpe equivocado y se
lastimó el brazo con el hacha, por lo que tuvo que regresar a casa. Con ese golpe, pagó por su
comportamiento con el hombrecillo.

A continuación, partió el segundo hijo al bosque y como al mayor, su madre le dio una deliciosa torta y
una botella de leche. También le salió al paso el hombrecillo gris y le pidió un trocito de torta y un sorbo
de leche. El segundo hijo le contestó con desprecio:

—Si te doy, me quedo sin qué comer—. Sin más, dejó al hombrecillo y siguió su camino hacia el árbol más
frondoso. El castigo no se hizo esperar; no había dado más que unos pocos hachazos, cuando se golpeó
la pierna y tuvo que regresar a casa.

En ese momento, dijo Tontín: —Padre, déjame ir a cortar leña.

El padre contestó: —Tus hermanos se han hecho daño, así que déjalo ya. Tú no entiendes nada de esto.

Pero Tontín insistió tanto, que finalmente el padre dijo: —Anda, ve; ya aprenderás a fuerza de golpes.

La madre le dio una torta que había hecho con agua y harina y una botella de leche agria. Cuando llegó al
bosque, se tropezó con el viejo hombrecillo gris que lo saludó y le dijo:

— Por favor dame un trozo de torta y un trago de tu botella, pues tengo mucha hambre y sed.

Tontín le respondió: —Sólo tengo una torta de harina y leche agria, pero si te apetece, sentémonos y
comamos.

Los dos hombres comieron y bebieron y luego dijo el hombrecillo:

—Como tienes buen corazón y te gusta compartir, te voy a hacer un regalo. Allí hay un árbol viejo, córtalo
y encontrarás algo en la raíz. Dicho esto, el hombrecillo se despidió.

Tontín se dirigió hacia el árbol, lo taló y cuando este cayó, encontró en la raíz un gran ganso que tenía las
plumas de oro puro. Lo sacó de allí, llevándoselo consigo y se dirigió a una posada para pasar la noche. El
posadero tenía tres hijas que, al ver el ganso, sintieron curiosidad por conocer qué clase de ave
maravillosa era aquella. La mayor pensó: «Ya tendré ocasión de arrancarle una pluma.» Tan pronto Tontín
había salido, tomó al ganso por un ala, pero el dedo y la mano se le quedaron allí pegados. Poco después
llegó la segunda, que no tenía otro pensamiento que arrancar una pluma de oro; pero apenas tocó a su
hermana, se quedó pegada a ella. Finalmente llegó la tercera con las mismas intenciones. Entonces
gritaron las dos hermanas:

—¡No te acerques, por tu bien, no te acerques!

Pero ella no entendió por qué no tenía que acercarse y pensó: «Si ellas están ahí, también puedo estarlo
yo», y se acercó dando saltos; pero apenas había tocado a su hermana se quedó pegada a ella. Así que
tuvieron que pasar la noche pegadas al ganso.

A la mañana siguiente Tontín tomó el ganso en brazos sin preocuparse de las tres jóvenes que estaban
pegadas. Ellas tuvieron que correr detrás de él, a la derecha o a la izquierda, según se le ocurriera ir.
En medio del campo se encontraron con el cura y, cuando este vio el cortejo, dijo:

—¿Pero no les da vergüenza muchachas, seguir así a un joven por el campo? ¿Creen que eso está bien?

Con estas palabras, tomó a la más joven de la mano con el fin de separarla, pero se quedó igualmente
pegado y tuvo que correr también detrás. Poco después llegó el sacristán y vio al señor cura seguir a las
jóvenes. Se asombró y gritó:

—¡Ay, señor cura! ¿Adónde va con tanta prisa? No olvide que hoy todavía tenemos un bautizo.

Se dirigió hacia él y lo tomó del abrigo, quedando también allí pegado. Iban los cinco corriendo uno tras
otro, cuando se aproximaron dos campesinos con sus azadones. El cura los llamó y les pidió que lo
liberaran a él y al sacristán. Pero apenas habían tocado al sacristán, se quedaron allí pegados y de ese
modo ya eran siete los que corrían tras Tontín y el ganso.

Pronto llegaron a una ciudad, donde el rey que gobernaba tenía una hija que era tan seria que nadie podía
hacerla reír. Para ese entonces él había firmado una ley diciendo que el hombre que fuera capaz de
hacerla reír podía casarse con ella. Cuando Tontín escuchó esto, fue con su ganso y todo su tren de
seguidores ante la hija del rey. Tan pronto ella vio a las siete personas correr sin cesar, uno detrás del
otro, de aquí para allá, comenzó a reír a carcajadas. Tontín se ganó el corazón de la princesa al haberle
devuelto su risa. Los dos se casaron y fueron felices para siempre.
8.LA BELLA DURMIENTE

Érase una vez un rey y una reina que vivían muy felices, pero anhelaban tener hijos. Después de muchos
años de espera, la reina dio a luz a una hermosa niña y todo el reino los acompañó en su felicidad. Hubo
una gran celebración y las hadas del reino fueron invitadas. Pero el rey olvidó invitar a una de ellas. Muy
resentida, el hada olvidada se presentó al palacio.

Pronto, llegó el momento en que las hadas le entregaban a la pequeña sus mejores deseos:

—Que crezca y se convierta en la mujer más bella del mundo —dijo la primera hada.

—Que cante con la más dulce y melodiosa voz —dijo la segunda hada.

—Que siempre se comporte con gracia y elegancia —dijo la tercera hada.

—Que sea bondadosa y paciente—dijo la siguiente hada.

Cada una de las hadas, colmaron a la niña de hermosos deseos hasta que llegó el turno del hada que el
rey olvidó invitar:

— Cuando la princesa cumpla dieciséis años, se pinchará el dedo con una aguja y ese será su final —dijo
con todo el resentimiento que su corazón le permitía albergar en sus palabras.

El rey, la reina y todo el reinado estaban atónitos, le suplicaron al hada que los disculpara por no haberla
invitado y se retractara de lo que había dicho, pero el hada se negó a ambas propuestas.

Había una última hada que faltaba por presentar su deseo. Queriendo ayudar a la pequeña, le dijo al rey
y a la reina:

—No puedo deshacer las palabras pronunciadas, pero puedo cambiar el curso de los eventos: la princesa
no morirá cuando su dedo se pinche con la aguja, pero caerá en un sueño profundo durante cien años.
Entonces, un príncipe vendrá y la despertará.

Al escuchar esto, el rey y la reina se sintieron mejor. Pensando que existía la manera de detener el destino,
el rey prohibió a todos los habitantes del reino utilizar agujas.

La princesa creció y se convirtió en una niña amable y de dulce corazón. Cuando cumplió sus dieciséis
años, vio a una anciana coser:

—¿Puedo intentarlo? —le preguntó.

La anciana le respondió:

— ¡Por supuesto, mi pequeña niña!

La princesa tomó la aguja e intentó enhebrar el hilo. En ese preciso momento se pinchó el dedo y cayó en
un profundo sueño. La anciana, que era en realidad el hada resentida, la llevó de regreso al palacio y el
rey y la reina la acostaron en su cama.

El reino que antes los había acompañado en la felicidad, los acompañó en la desgracia; todos cayeron en
un profundo sueño.

Pasaron cien años. Un día, por cuenta del destino, un príncipe llegó al palacio. Él no podía dar crédito a lo
que veían sus ojos: los guardas, sirvientes, gatos y hasta las vacas dormían y roncaban.

Al acercarse a la princesa, pensó que ella era el ser más hermoso del mundo y le plantó un beso en la
mejilla. Inmediatamente, la princesa se despertó y junto con ella, el rey, la reina, los guardas, los sirvientes,
los gatos y hasta las vacas abrieron sus ojos.

El príncipe y la princesa se casaron y vivieron felices por siempre.


9.LA BELLA Y LA BESTIA

Érase una vez un mercader que había perdido su enorme fortuna. Un día, debió viajar a un lugar muy
lejano y les preguntó a sus hijas qué querían a su regreso. Sus dos hijas mayores pidieron joyas y vestidos,
sin considerar la situación de su padre. Pero la hija menor, a quien todos llamaban Bella, dijo:

—Padre, solo te pido una rosa de pétalos rojos.

El mercader, en su camino de regreso, tuvo que atravesar un bosque muy espeso. Era una noche oscura
y buscó un lugar donde dormir. Después de un rato, divisó a lo lejos un enorme castillo y se dirigió hacia
él. Al acercarse a la puerta, esta se abrió por sí sola y al no escuchar respuesta, el mercader entró, fue al
comedor, se sentó a la mesa y comió los alimentos servidos en ella. Luego, encontró una habitación y se
acostó en una cama suave y esponjosa. Antes de dormir, se dijo:

“El dueño de esta casa y sus sirvientes, no tardarán en dejarse ver. Espero me perdonen la libertad que
me he tomado”.

Al día siguiente, al salir del castillo, se detuvo a admirar un hermoso rosal y arrancó una de sus rosas, con
la intención de llevársela a Bella.

De repente, una bestia de aspecto feroz que llevaba una ropa de seda fina saltó de un arbusto:

—¡Te di comida y una cama para dormir! ¡Y ahora, estás robando mis rosas! —dijo rugiendo.

El mercader estaba avergonzado y asustado, con voz temblorosa le ofreció disculpas. La bestia decidió
dejarlo ir solo si prometía enviar a una de sus hijas al castillo. El mercader estuvo de acuerdo y corrió a
casa. Desconsolado, les habló a sus hijas acerca del encuentro con la bestia. Las dos hermanas culparon a
Bella por la suerte de su padre:

—Esto no hubiera sucedido si hubieras pedido vestidos o joyas —dijeron.

Sintiéndose responsable, Bella aceptó quedarse con la bestia.

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La bestia trataba a Bella con mucha bondad; le ofreció la habitación más grande y le permitió recorrer su
hermoso jardín. En las noches, Bella se sentaba cerca de la chimenea y cosía mientras la bestia le hacía
compañía. Al principio, sentía miedo de la bestia, pero poco a poco empezó a agradarle.

La bestia, sin poder contener sus sentimientos, le pidió a Bella que se casara con él, pero ella se negó. No
podía olvidar su horripilante aspecto. Aun así, la bestia continuó tratándola con generosidad y mucho
amor.

Como Bella extrañaba mucho a su padre, la bestia le dio un espejo mágico y dijo:

—Mira el espejo y podrás ver a tu familia. Nunca te sentirás sola.

Un día, Bella miró el espejo y y vio que su padre estaba muy enfermo. Entonces, fue donde la bestia
suplicando y llorando:

—¡Por favor, déjame ir a casa! ¡Solo quiero ver a mi padre!

La bestia rugió encolerizada:

— ¡No! Nunca dejarás este castillo.

Al decirlo, salió de la habitación. Pero después de un tiempo, se acercó a Bella y dijo:

—Puedes ir a quedarte con tu padre por siete días. Pero debes prometerme que regresarás.
Bella, muy feliz, estuvo de acuerdo. Luego, se fue a quedar con su padre, quien pronto se recuperó con su
presencia.

Bella se quedó con su familia durante más de los siete días, se había olvidado de la Bestia y su castillo.
Pero una noche, tuvo una terrible pesadilla en la que vio a la bestia enferma de gravedad.

Bella regresó al castillo de inmediato, al ver a la bestia débil y enferma le dijo entre sollozos:

—Viviré contigo para siempre.

Con solo decir estas palabras, la bestia se convirtió en un apuesto príncipe y dijo:

—He vivido bajo una maldición todos estos años y solo el verdadero amor pudo romper el encanto.

La bella y la bestia se casaron y vivieron felices para siempre.


10. HANSEL Y GRETEL

Un humilde leñador vivía con sus dos hijos y su nueva esposa en un bosque a las afueras del pueblo. El
niño se llamaba Hansel y la niña, Gretel. Todos los días el leñador trabajaba sin descanso. Sin embargo,
llegó un momento en el que no le alcanzaba para el sustento de su familia. Preocupado, el leñador le dijo
a su esposa una noche:

—No tengo lo suficiente para comprar pan y mantequilla, ¿qué haré para alimentarnos y alimentar a los
niños?

—Esto es lo que haremos —respondió la mujer—, mañana por la mañana, llevaré a Hansel y a Gretel a la
entrada del pueblo y los dejaré ahí; una familia acaudalada se apiadará de ellos y vivirán una vida muy
cómoda y feliz. Entonces, solo tendremos que preocuparnos por nosotros.

—Jamás lo permitiré —dijo el hombre—. ¿Cómo crees que puedo abandonar a mis hijos?

—Debes hacerlo —refutó la mujer—. Si no lo haces, todos vamos a tener hambre.

Los dos niños, incapaces de dormir por el hambre, habían escuchado la conversación. Llorando, Gretel le
dijo a su hermano:

—Hansel, no puedo creer lo que hemos escuchado.

—No te preocupes Gretel —respondió Hansel con voz tranquila—. Tengo una idea.

Al amanecer, la malvada mujer despertó a sus dos hijastros gritando:

—¡Levántense ya, no sean flojos! Vamos al mercado a comprar alimentos.

Luego, les dio a los pequeños un trozo de pan y les dijo:

—Este es el almuerzo; no se lo coman enseguida, porque no hay más.

Gretel guardó el pan en su delantal. Hansel puso el suyo en el bolsillo de su abrigo y lo desmenuzó en
secreto, con cada paso que daba, arrojaba las migas de pan en el camino.

—Espérenme aquí —dijo la madrastra cuando se encontraban en medio del bosque—, ya regreso.

Sin embargo, pasaron las horas sin que volvieran a saber de la mujer. Tan grande era su maldad que los
había abandonado sin tomarse la molestia de dejarlos en el pueblo.

Hansel y Gretel se sentaron en la oscuridad y compartieron el pedazo de pan de Gretel. Pronto, los dos
niños se quedaron dormidos. Cuando despertaron en medio de la noche, Gretel comenzó a llorar y dijo:

—¿Cómo encontraremos el camino a casa?

Hansel la consoló diciéndole:

—Espera a que salga la luna, luego seguiremos mi camino de migas de pan hasta la casa. Sin embargo,
cuando salió la luna no pudieron seguir el camino porque las aves del bosque se habían comido las migas.
Los dos pequeños se encontraban perdidos en el bosque.

Después de muchos días y noches de vagar por el bosque, los niños hallaron una casita que estaba hecha
con pan de jengibre.

—¡Comamos! —dijo Hansel—, mordisqueando el techo mientras Gretel probaba parte de la ventana.

De repente, la puerta se abrió y una anciana salió cojeando apoyada en un bastón. Hansel y Gretel estaban
tan asustados que dejaron caer los pedazos de jengibre que habían estado comiendo. La anciana sonrió
muy amablemente y les dijo:

—Soy una viejita muy solitaria, me siento muy feliz de verlos.


La anciana los condujo al interior de su casa, cocinándoles una maravillosa cena. Luego, los llevó a dos
lindas camitas, y Hansel y Gretel durmieron cómodamente. Pero la amable anciana era en realidad una
bruja que usaba su casa para atrapar a los niños y convertirlos en muñecos de jengibre.

Temprano en la mañana, la bruja encerró a Hansel en una jaula mientras dormía. Luego despertó a Gretel
y le dijo:

—Levántate floja, y ayúdame a preparar el horno. ¡Voy a convertir a tu hermano en un muñeco de


jengibre!

Gretel lloró al escuchar las palabras de la bruja, pero no tuvo más remedio que hacer lo que le ordenaba.
Cuando la niña encendió el fuego del horno, la bruja le dio una nueva orden:

—Métete adentro y mira si el horno está lo suficientemente caliente.

En el momento que Gretel estuviera dentro, la bruja tenía la intención de cerrar el horno y convertir a la
pobre niña en una muñeca de jengibre. Pero Gretel conocía las crueles intenciones de la bruja y respondió:

— No sé qué hacer, ¿cómo entro al horno?

—La puerta es lo suficientemente grande, mírame entrar —respondió la bruja muy molesta.

Luego, abrió la puerta del horno mágico y se metió adentro. Gretel instantáneamente cerró la puerta. Una
vez dentro del horno, ¡la bruja se convirtió en una muñeca de jengibre!

Gretel liberó a Hansel de su prisión. A la salida de la casa de la bruja, Hansel tropezó con un baúl lleno de
joyas. Los dos niños se llenaron los bolsillos de oro, perlas y diamantes. Felices, recorrieron el bosque
hasta que vieron a su padre en la distancia.

El angustiado hombre abrazó a sus hijos con fuerza, todos los días salía a buscarlos. Tanta era su pena que
no quiso volver a saber de su malvada esposa. Hansel sacó las joyas de sus bolsillos, y dijo con emoción:

—Mira papá, nunca tendrás que volver a cortar leña.

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