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000 - Guion para La Imaginación PDF
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com
LOS CUADERNOS DE CINEMA23 | GUION PARA LA IMAGINACIÓN | NÚM.000
© 2014 LA INTERNACIONAL CINEMATOGRÁFICA, IBEROCINE, A.C.
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1.
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de Difusión Radio Eléctrica de Montevideo), en el ámbito del Segundo Festival de
Cine Documental y Experimental, se reconoce “que son comunes los problemas fun-
damentales en la realización y desenvolvimiento de la cinematografía latinoamericana”.
Y se reconoce la necesidad “de un intercambio permanente y el conocimiento entre los
cineístas independientes de Latinoamérica”. Entre las cintas se cuentan la brasileña Rio,
Zona Norte, de Nelson Pereira dos Santos, la boliviana Vuelve Sebastiana, de Jorge Ruiz
y la peruana Carnaval de Kanas, de Manuel Chambi, obras marcadas por una intención
documental común. No por la intención de realizar películas documentales, sino de
servirse de equipos y procesos de trabajo propios del documental para reinventar la
ficción. Entre los participantes, además de Nelson, Ruiz y Chambi, están Danilo Trelles,
Leopoldo Torre Nilsson, Rodolfo Kuhn, Alejandro Saderman, Fernando Birri, Patricio
Kaulen y, como invitado especial, el impulsor del documental inglés, John Grierson.
Chile, marzo de 1967: Primer Encuentro de Cineastas Latinoamericanos, celebrado
en el ámbito del Quinto Festival de Cinema del Cine Club de Viña del Mar. Entre las
cintas: Deus e o diabo na terra do sol, de Glauber Rocha; Vidas secas, de Nelson Pereira dos
Santos; A falecida, de Leon Hirszman; Viramundo, de Geraldo Sarno; Memória do Can-
gaço, de Paulo Gil Soares; Tire dié y Los inundados, de Fernando Birri; ¡Aysa! y Revolución,
de Jorge Sanjinés. En los debates figura Estética del hambre, presentada por Glauber dos
años antes en Italia, en el seminario Terzo Mondo e Communità Mondiale de la Rassegna
del Cinema Latino Americano de Génova. Se pone en la mesa de discusión también un
documento en el que Alex Viany subrayaba: “empezamos a contar, dispersos en algunas
cuantas películas, con los elementos que podrán llevarnos a un cine verdaderamente bra-
sileño” (Cine brasileño: el viejo y el nuevo). Se pone también sobre la mesa de discusiones
un testimonio en el que Eduardo Coutinho decía que todos buscábamos “un lenguaje no
convencional que, en lugar de contar historias, presentara una reflexión sobre un tema”.
Venezuela, septiembre de 1968: I Muestra del Cine Documental Latinoamericano
de Mérida. Entre documentales, como Maioria absoluta, de Leon Hirszman, y películas
de ficción, como Ukamau, de Jorge Sanjinés, se confirma la constatación a la que se había
llegado un año antes en Viña del Mar: las películas realizadas en distintos puntos de
América Latina trabajaban una estructura narrativa idéntica. “Aunque aisladamente, sin
conocernos, estábamos todos trabajando en una misma idea, convencidos de un mismo
deber”. El deber, según Birri, de “sincronizarse con la realidad, entenderla, analizarla,
juzgarla, criticarla, expresarla y traducirla en un hecho, un filme”.
Chile, octubre de 1969. Nuevo encuentro en Viña del Mar: Tomás Gutiérrez Alea,
Memorias del subdesarrollo y La muerte de un burócrata; Jorge Sanjinés, Yawar Mallku;
Glauber Rocha, O dragão da maldade contra o sargento guerreiro; Miguel Littin, El chacal de
Nahueltoro; Raúl Ruiz, Tres tristes tigres; Aldo Francia, Valparaíso mi amor; Manuel Octavio
Gómez, La primera carga al machete; Fernando Solanas y Octavio Getino, La hora de los
hornos y el debate en torno a la idea de Tercer cine. Como invitado especial, uno de los
creadores del cine documental, Joris Ivens.
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Cortesía de José Carlos Avellar.
Fernando Birri.
2.
Dos famosas reacciones ante las primeras presentaciones públicas del Cinematógrafo
Lumière sirven para recordar la sensación de no pisar tierra firme que se adueña del
espectador durante la proyección de una película.
París, 30 de diciembre de 1895: el periódico Le Radical comenta la primera sesión
de cine (La salida de los obreros, La comida del bebé, La playa y los baños de mar, Los he-
rreros, etcétera, diez películas en total, de casi un minuto cada una, en blanco y negro,
proyectadas sobre una pantalla de poco más de un metro). Dice lo siguiente:
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que al fondo de una sala tan grande como se pueda imaginar existe una pantalla
para que la vea una multitud;
que cualquiera que sea la escena, y por muchas que sean las personas sorprendidas
en sus actividades diarias, podemos verla de nuevo en tamaño natural, con los colores, la
perspectiva, el cielo lejano, las casas, las calles, con toda la ilusión de la vida real;
que la puerta de una fábrica se abre y deja escapar un río de obreros y obreras,
algunos con bicicletas, otros con perros que pasan corriendo;
que es imposible saber si somos espectadores o si formamos parte de estas escenas
de impresionante realismo;
que podemos ver la ráfaga de viento que agita la ropa del niño y las hojas de los
árboles al fondo;
que podemos ver lo rojo del hierro incandescente que el herrero trabaja y lo blanco
de la espuma del mar sobre las rocas;
que vemos un mar verdadero, de colores, agitado, con bañistas y clavadistas.
El periódico dice que las películas son la naturaleza misma: todo vive, camina, corre. (1)
3.
Al principio, desierto. La tierra al revés. Blanco sobre blanco. Fabiano, Sinhá Vitória, el
niño mayor, el niño menor y la perra Baleia, manchas finas y frágiles, aparecen en un
paisaje vacío, hecho casi sólo de blanco intenso. Es como si la película todavía no hu-
biera llegado a la pantalla, como si sólo existiera la luz del proyector. Al final, de nuevo,
blanco sobre blanco. Los retirantes1 retoman el camino, ahora sin Baleia, para huir de la
nueva sequía y de la imposibilidad de pagar las cuentas al patrón. Sinhá Vitória lleva un
1
Migrantes que huyen de la sequía del Nordeste brasileño.
2
Cangaceiros eran los bandidos del Nordeste de Brasil.
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Imagen de promoción.
en un pequeño pedazo de tierra para cuidar ganado es menos una historia que un en-
treacto. Un extenso entreacto o pausa entre estos dos momentos en que la familia de
Fabiano se desplaza por el lecho de un río seco en busca de tierra para trabajar.
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4.
Pier Paolo Pasolini definió cierta vez el guion, la escritura transformada por el cine, como
una estructura que tiende a ser otra estructura esencialmente en movimiento. El guion es un
texto que no está dentro de sí mismo, que no se realiza en sí mismo; es una escritura que está
fuera de sí. Este no estar en ningún punto sino en el desplazamiento, que Pasolini identifica
en el texto escrito para hacer o pensar una película, es algo que en mayor o menor medida
caracteriza no sólo a la escritura, sino a todo lo que hacemos desde la invención del cine.
Durante la proyección de una película, empujado hacia fuera de sí mismo, el espectador es
extranjero en una tierra extranjera como aquella que crearon Walter Salles y Daniela Tho-
mas en Terra estrangeira: “El lugar ideal para perder a alguien o para perderse a sí mismo”.
El cine de la década de 1960 como una especie de guion para lo que se filma ahora:
imaginémoslo así. No se trata de prestarle a la década de 1960 la aureola de un pasado
glorioso, de un tiempo mágico que generó todo lo que vino después, sino de pregun-
tarnos si no habrá comenzado a dibujarse allí un espacio de pertenencia, un contexto
que podemos identificar como nuestro y que es lo suficientemente amplio como para
abrigar, en pie de igualdad, películas tan distintas entre sí (por el tiempo, por el tema,
por el estilo) como Vidas secas (1963), de Nelson Pereira dos Santos, y Cobrador, in God
we trust (2006), de Paul Leduc; como Deus e o diabo na terra do sol (1964), de Glauber
Rocha, y Nostalgia de la luz (2010), de Patricio Guzmán.
Imagen de promoción.
Podríamos hacer una lista infinita de películas vinculadas entre sí por el senti-
miento de pertenencia a un mismo espacio y tiempo, de que no existen como cuerpos
extraños al margen de todo. Las de Sanjinés, Birri y Alea; las de Leon, Joaquim y Ruy;
las de Diegues, Solás y Ruiz; las de Martel, Kogut y Llosa; las de Trapero, Brand y Ortiz
Ramos; las de Tata, Novaro y Carri; ¿y cuántas y cuántas más? Quizá pueda decirse que
los documentales de Ospina, Guzmán y Solanas o los de Marta, Carmen y Renate, los
de Coutinho, Maria Augusta y João Moreira Salles, más allá de sus diferencias de tema y
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estilo, están en diálogo con Tire dié, Viramundo y Memórias do cangaço. Que desarrollan
algo intuido en Redes, de Zinnemann, Gómez y Strand (1936), en Araya, de Benacerraf
(1959) y en el trabajo de Silvino Santos o de Benjamin Abrahão. Tal vez sea posible
decir que cuando nos referimos a un cine latinoamericano nos remitimos a un proceso
parecido al qué y al cómo se documenta en Del olvido al no me acuerdo, de Juan Carlos
Rulfo: al buscar la memoria de su padre, el cineasta se encuentra con personas que ya no
lo recuerdan y que cuentan otras historias. Otras, pero pertenecientes al mismo contexto
en el que vivió su padre y en el que también viven esas personas.
5.
Cuando, en 2003, Fernando Solanas realizó Memoria del saqueo, en cierto modo,
conscientemente o no, estaba filmando de nuevo La hora de los hornos. Uno y otro son
documentales marcados por la sensación de no pisar tierra firme.
La película, de principios del siglo XXI, parte de la movilización popular ocurrida
el 19 y el 20 de diciembre de 2001 en Buenos Aires e intenta pensar el país en imágenes
cinematográficas que tienen como “base formal el travelling, la cámara que viaja con el
camarógrafo y el gran angular, el lente que amplía el ángulo de visión y registra planos
generales”. Un ángulo de visión muy abierto y desplazamientos porque para el director
“un travelling de ritmo cadencioso y plástico es ideal para la reflexión”. Sin perder de
vista la manifestación en las calles de Buenos Aires, Memoria del saqueo propone una
información que no depende precisamente de lo que se ve en la imagen, sino del pun-
to de vista desde donde se invita al espectador a ver. La película traza una estructura
que permite que las imágenes puedan sentirse, más que comprenderse. El objetivo es
“emocionar por lo didáctico”: el tema “se acerca a una investigación sociológica, pero su
expresión es cinematográfica, y en el cine lo que cuenta es la emoción”.
En La hora de los hornos, Solanas tuvo en las manos una cámara de 16 mm
semiprofesional, que usó como si soñara con un equipo igual al que utilizó para filmar
Memorial del saqueo; la cámara digital semiprofesional también, pequeñita, casi invi-
sible, en medio de la acción para registrar fragmentos de gestos. La mano que golpea
una olla vacía. La boca abierta en un grito. El brazo que se levanta. El puño cerrado. La
patineta como arma contra el auto blindado de la policía. Gestos cortados a la mitad
bastan para componer este mosaico. Un médico empieza a explicar por qué los casos
de desnutrición infantil se intensifican dos o tres meses después de cada nuevo ajuste
económico... Y basta el principio de la conversación: el espectador no necesita nada más
para percibir/sentir las consecuencias inhumanas de la crisis económica.
Muchas cosas en Memoria del saqueo recuerdan La hora de los hornos: el mismo
montaje de planos rápidos que muestran fragmentos de acción, los mismos cortes brus-
cos, los mismos fondos negros para borrar la imagen, el mismo uso de intertítulos para
añadir un dato estadístico, para proponer una reflexión o para plantear una pregunta al
espectador. La misma narración dividida en capítulos, cada uno de ellos con un tema y
un título propios. El largometraje parece resultar de la edición de una serie de películas
cortas casi independientes entre sí: La deuda eterna, Crónica de la traición, El modelo
económico, La degradación republicana, La mafiocracia, Genocidio social. La estructura
se repite porque, para Solanas, las circunstancias son otras, pero la crisis argentina es la
misma. Los primeros años del siglo XXI devuelven el país al pasado, y por eso Solanas
sugiere una relación parecida a la de fines de la década de 1960. Se trataba de repetir la
estructura para volver a traer al país y al espectador al presente. Volver a lo didáctico,
“reescribir esta historia, contar a las generaciones futuras lo que sucedió”. Volver a la
emoción política, “los responsables de ese crimen de lesa humanidad son tanto nues-
tros gobernantes como el FMI, el Banco Mundial y los gobiernos que controlan dichas
instituciones”.
Por debajo de la pantalla, en los filmes-actos en los que se proyectaba La hora de los
hornos, una frase tomada de Frantz Fanon recordaba: “Todo espectador es un cobarde o
un traidor”. Esta sugerencia de un espectador no-espectador puede verse como una
representación metafórica del cine de Solanas. Las manifestaciones de los piqueteros en
las calles retoman esta invitación/provocación. Memoria del saqueo exige que el espectador,
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allí mismo, al ver la película, sea algo más que un observador pasivo. Se le invita a actuar
con la mirada, a darse cuenta de que pisa una tierra saqueada, a la que han arrebatado
hasta lo que aún no tiene, hasta el suelo del que podría surgir alguna forma de vida. Bajo
los pies, ninguna tierra firme: Ciénaga, indica Lucrecia Martel.
6.
Dos breves conversaciones sobre los pasaportes para señalar cuál es el espacio en el que
se forja la identidad latinoamericana.
Terra estrangeira, de Walter Salles y Daniela Thomas: sin trabajo, sola y sin ninguna
perspectiva, la brasileña que migró a Lisboa siente escalofríos cuando piensa en volver a
Brasil. Pero el tiempo sigue pasando y ella se descubre extranjera, quiere ir a cualquier
otro lugar del mundo. En busca de dinero para irse, decide vender su pasaporte, pero el
comprador rechaza el negocio: “Un pasaporte brasileño hoy no vale nada”.
Um passaporte húngaro, de Sandra Kogut: en Río de Janeiro, la brasileña que intenta
conseguir la nacionalidad húngara reúne la documentación sobre la llegada de sus abuelos
Imagen de promoción.
7.
El relato tiene algo que viene de Vidas secas y termina con algo que viene de Deus e o
diabo na terra do sol. Al hablarnos de una guerra de familias en el sertón3, Abril despe-
daçado de Walter Salles afirma, también, que lo que se narra aquí (y el modo de narrarlo)
pertenece a la misma tierra que dio lugar a Vidas secas.
El paisaje es casi el mismo, la familia es casi la misma (el padre, la madre, el niño
mayor, el niño menor) y la tragedia que vive la familia es casi la misma.
El padre habla poco. Si un día encontrara un río caudaloso, el padre de Abril
despedaçado bien podría hacer lo que hizo el padre de A terceira margem do rio, de Nelson
Pereira dos Santos: irse río adentro en una canoa y no volver a decir ni una palabra, no
volver a pisar la tierra, desaparecer para siempre. Habla poco, ya sea porque no sabe o
porque sabe que hablar mucho puede resultar en una suerte idéntica a la del padre de
Gabriel, el de O amuleto de Ogum, también de Nelson, es decir, asesinado por orden
de un hacendado incluso antes de que la historia comience verdaderamente. La madre
tampoco tiene casi nada que decir. Los padres de Abril despedaçado y los de Vidas secas
sólo hablan cómodamente cuando no necesitan palabras, cuando gruñen para arrear a
los bueyes.
Los niños hablan entre sí, pero no con sus padres. En tanto que niños, apenas si
tienen nombre. Los padres les dicen “niño”; el niño más pequeño recibe de los demás el
nombre de Pacú. El discurso, el habla, pertenece a los otros. La poca comprensión que
hay entre ellos se logra mediante gestos y miradas. Para el padre y la madre, la palabra
sólo sirve para dar instrucciones precisas: “trae la caña”, “cumple con tu obligación”,
“pide una tregua”, “arregla el techo”, “no hables con desconocidos”. La palabra estorba:
3
El sertón (sertão en portugués) es una vasta región semiárida y con poca población
del nordeste de Brasil.
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si al niño más pequeño le regalan un libro con ilustraciones del mar y si las imágenes del
mar le despiertan el deseo de usar las palabras, o si el niño más grande insiste en decir
algo, el padre, despedazado, grita la prohibición: “¡Cállate!”
La condición trágica es la misma: en Vidas secas la familia se ve presionada (por la
imposibilidad de articular una reacción contra el orden injusto en el que vive) a andar en
un círculo vicioso, de un lado a otro, cada vez que el sol calienta más que de costumbre,
en busca de una tierra donde trabajar con el ganado. En Abril despedaçado, la familia
se ve orillada (incluso por su imposibilidad de ver el orden en que vive como injusto)
a caminar sin moverse de sitio, a dar vueltas y vueltas en torno a la volandera, porque
la producción de los ingenios, que reduce el precio del piloncillo en la ciudad, obliga a
fabricar más para vender a un precio más bajo en el almacén.
Ambas familias viven en la misma tierra, más del diablo que de Dios. El padre
destrozado es, como Fabiano y como Manuel, un vaquero que un día se dejó llevar por
el San Sebastián de Deus e o diabo na terra do sol en busca de la tierra donde todo es
verde, hay agua, comida y abundancia. Toño, que sale de casa para hacer que el sertón se
convierta en un mar, que sigue el mismo camino de Manuel, el vaquero, tras la muerte
de Corisco, del sertón hacia el mar. Toño es como Manuel y como Alex, que corre de
Brasil para descubrir Portugal en Terra estrangeira. Una condición trágica común expulsa,
impide echar raíces, convierte en extranjeros, destierra a los personajes, que todo el
Cortesía de VideoFilmes.
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Sin voluntad, los personajes susurran por los rincones de la casa descuidada; casi no se
mueven, se hunden en un pantano y se libran de los problemas con una buena cantidad
de vino; como dice uno de ellos, "el alcohol entra por una puerta y no sale por la otra".
El recuerdo de la primera película de Lucrecia Martel, La ciénaga (2001), funciona como
una puerta para la historia que nos cuenta en su segunda película, La niña santa (2004).
Una breve escena de Diarios de motocicleta, de Walter Salles (2004), puede también
tomarse como otra puerta para la película de Lucrecia: aquella en la que Ernesto se niega
a seguir la regla de usar guantes impuesta a los médicos del leprosario de San Pablo y
tiende la mano a un enfermo para saludarlo.
Imaginemos personajes con gruesos guantes para evitar cualquier contacto, incluso
un rápido toque accidental o un simple y formal apretón de manos; imaginemos que
este gesto es una representación de lo que en otro contexto se define como subdesarrollo,
enajenación, falta de voluntad para enfrentar las cosas directamente. Imaginemos, por
fin, un diálogo entre estas dos películas, un dialogo que permita que el gesto de Ernesto
en Diarios de motocicleta y el no gesto del Dr. Jano en La niña santa se perciban como
contradicciones oriundas de un mismo suelo.
En la historia de la gente que no quiere tocar nada, el conflicto surge cuando, entre
un grupo que está frente al aparador de una tienda de música, un hombre se le encima a
una joven. Él huye cuando ella vuelve el rostro para enfrentarlo, pero ella lo reconoce después
y, entonces, se pone frente a él ofreciéndose para que la toque. El gesto es simultáneamente
sexual y religioso; una mezcla de malicia y caridad cristiana: en la clase de catecismo, la
chica aprendió que Dios espera que cada cristiano salve a un pecador y (así lo parece),
descubre que su misión es salvar al hombre que la asedia sexualmente. La cuestión apenas
se sugiere y queda abierta en La niña santa. Abierta porque la película no se construye
propiamente como una narración, sino como una acumulación de situaciones que reiteran
lo que se esboza en este incidente. Más precisamente: la película es una suma de flagrantes
que insinúan más de lo que muestran. La cámara, al igual que los personajes, habla en
susurros, cuenta cosas a escondidas. En los tiempos del cine mudo, Dziga Vertov hizo
un cine-ojo y soñó con un cine-oreja. Aquí, en los tiempos del sonido digital estéreo con
bocinas distribuidas por la sala, Lucrecia hace un cine-oreja sin quitar el ojo de la imagen.
Susurros, intrigas, chismes: la profesora de catecismo, al parecer, se peleó con su
novio; el ex marido, dicen, va a ser padre de gemelos; en el congreso de médicos, se
comenta, hubo un escándalo sexual. Nada se sabe a ciencia cierta, no sólo porque los
personajes se niegan a tratar esos temas, sino porque la cámara no parece interesada en
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contar una historia; por lo menos no cuenta la historia compuesta por los incidentes a
los que se refieren los personajes; por lo menos no cuenta la historia como lo hacen casi
siempre las películas. El contar, aquí, está hecho de una suma de entreactos. La acción ya
sucedió y la cámara no la vio, o está por suceder y no es seguro que la cámara logre verla.
La narración en entreactos es lo que de verdad cuenta en la estructura de la escena, más
que en la acción en escena, así como la negativa a actuar de los protagonistas de La niña
santa (y en esto pisan el mismo suelo que los personajes de La ciénaga y que toda la gente
que protesta en la calle en Memorias del saqueo).
El médico que examina a la enferma no la toca; los hombres que se tienden la mano
no se saludan, no concluyen el gesto; la mujer que avanza con un impulso para abrazar a
alguien se interrumpe en el aire; el hombre huye de un beso con un gesto brusco, como
el de quien devuelve una agresión; los primos están dispuestos a tocarse, pero sin verse,
por debajo de la cobija de la cama de su abuela.
Estas manos que se acercan a escondidas pero no se tocan, estos pequeños casi
gestos en medio de las casi escenas, se vuelven más expresivos al lado de su contracampo,
de la historia de personajes que quieren tocarlo todo y reafirman este deseo en todo
momento. El no apretón de manos del Dr. Jano y el detalle de la mano de Ernesto al
saludar al enfermo en el leprosario de San Pablo. En los gestos, en la forma, en el modo
de composición, las dos películas proponen imágenes críticas de maneras opuestas de
relacionarse con la tierra en que se vive: extender la mano abierta; retirar la mano para
evitar el contacto directo. El paralelo es singularmente expresivo porque los personajes,
el Ernesto de Walter Salles y el Jano de Lucrecia Martel, son médicos y argentinos.
9.
Una cuestión que nos acostumbramos a reconocer como propia del cine latinoameri-
cano, como una puerta o ventana para relacionarse mejor con las historias relatadas en
las películas de Latinoamérica, es la construcción de la identidad (en oposición a lo que
nos acostumbramos a reconocer como una cuestión propia del cine europeo, es decir,
mantenerse fiel a la identidad construida siglos atrás).
La cuestión de constituirse como identidad abierta, como una búsqueda de uno
mismo que no necesariamente llega a una imagen definida: la tierra firme que pisa el
latinoamericano sería entonces el proceso de invención de una tierra en trance, en movi-
miento hacia.
Esta cuestión que nos acostumbramos a reconocer como específicamente latinoa-
mericana (¿una crisis de identidad?, ¿un nuevo modo de pensar la identidad?) existe hoy
en día en todas las cinematografías nacionales, cada vez más presionadas por la acción
colonizadora de Hollywood. No es tanto una crisis, sino un modo (¿cinematográfico?) de
decir que lo que nos identifica es el intento de construir una identidad fuera de sí misma.
10.
Imaginemos la película como un guion para que el cine se realice realmente en la ima-
ginación del espectador. Así como en cierto momento, en una inversión del proceso,
imaginamos el cine primero para después preocuparnos por cómo llegar a él; así como
imaginamos un cine latinoamericano para, a través de éste, imaginar a Latinoamérica,
imaginemos que una película no se agota realmente en sí misma, sino que existe como
una invitación o como la provocación de otra en la imaginación del espectador. El ver-
dadero objetivo del arte es crear a otro artista. Y así, en el cine, mientras ve una película,
el espectador está, al mismo tiempo, allí y en otro sitio, en la realidad de la sala de
proyección o en la realidad/otra de la película y, al mismo tiempo, fuera de la realidad,
encaminándose hacia lo que aún está por crearse en su imaginación.
Dos observaciones de Glauber Rocha para recordar cómo, en el cine, el espectador,
sin quitar los pies de tierra firme, vive en la tierra/otra del cine. Una, de 1966, parece un
complemento a su Estética del hambre: “La noción de Latinoamérica supera la noción de
nacionalismos. Hay un problema común: la miseria. Hay un objetivo común: la liberación
económica, política y cultural, para hacer un cine latinoamericano. Un cine empeñado,
didáctico, épico, revolucionario. Un cine sin fronteras, con lengua y problemas comunes”.
Otra, de 1971, parece un complemento a su Estética del sueño: “Sólo las nuevas
realidades crean nuevos lenguajes, porque los lenguajes son la expresión de las nuevas rea-
lidades. Pero es posible que un lenguaje se anticipe a una realidad. Un poeta, un científico,
un creador puede anticiparse a una realidad que aún no es manifiesta”.
Entre el espejo crítico de la realidad y la proyección de una realidad/otra soñada,
deseada, intuida, entre Le Radical (tamaño natural, con colores, perspectiva, cielo distante,
casas, calles, con toda la ilusión de la vida real) y el Nijegorodskilistok (la sombra de la vida,
un mundo sin colores y sin sonido donde perdemos la noción de espacio y tiempo), el
espectador vive todo el tiempo en una tierra en trance. Vive entre la nostalgia del bosque
donde Carapiru camina integrado a los animales y las plantas en Serras da desordem, de
Andrea Tonacci (2007), y la aridez del asfalto o los matorrales que crecen al lado de la
carretera por la que caminan, desintegrados, los personajes de O andarilho, de Cao Gui-
marães (2007). En la pantalla, al perder piso, el espectador se encuentra en su tierra.
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NOTAS