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El demonio locuaz versus la espiritualidad-pedagogía de la palabra

en el Sermón 38 de Isaac de la Estrella1

Pedro Edmundo Gómez, osb2

Isaac de la Estrella en el primero de sus dos sermones para el tercer domingo de


Cuaresma, al comentar Lc 11,14: “Jesús estaba expulsando a un demonio que era mudo.
Apenas salió el demonio, el mudo empezó a hablar…”, afirma que cada uno tiene un
“demonio familiar”, que es necesario conocer para pedir al Señor que lo expulse o al menos
que lo someta y poder así luchar contra él.
Al describir la táctica de su propio demonio, que hablándole lo hace “mudo, estúpido y
sordo”, propone una espiritualidad-pedagogía de la palabra que intentaré mostrar
comentando los parágrafos del 6 al 11.

“6. Jesús estaba pues ocupado y hasta hoy lo está en expulsar al demonio.
Amadísimos, que cada uno de nosotros ruegue por sí al buen Jesús, y le pida
asiduamente, que expulse enteramente de sí a su propio demonio, o al menos que lo
someta. Puesto que todos los demonios son enemigos nuestros y se regocijan de
nuestras desgracias, ya porque son autores de ellas, ya porque las conocen, y puesto
que andan errantes de aquí para allá y como al azar en gran número alrededor de
gran número de hombres, maquinándoles frecuentes engaños, cada uno de nosotros
tiene al menos un demonio familiar, que toma de él un cuidado muy atento, lo
observa por todas partes y en todo: esto, un monje no convienen que lo ignore, y la
Escritura no lo calla. 7. Yo, amadísimos, creo que conozco y reconozco muy bien a
mi propio demonio. Nada me es más conocido, porque nada me es más nocivo.
Nada me es más familiar, porque nada me es más habitual. No ignoro qué especie
de tentación me acosa más a menudo y más violentamente. Sé también en qué
aspecto trabajo más. De ahí que tenga motivo para exclamar, como hombre que ve
su debilidad y conoce a su enemigo: Señor Jesús, tú que eres el único poderoso,
arranca al débil de las manos de los más fuertes que él, al pobre y al indigente de
quien le roba (Sal 36,10). Arranca al indigente y libra al pobre de las manos del
pecador (Sal 81, 4). Arráncame de la mano del pecador y de la mano de aquél que
obra contra la ley y es injusto (Sal 70, 4). Amadísimos, cuando salmodio en el coro
estos versículos u otros semejantes, en verdad es contra él que dirijo secretamente
el salmo”3.
1
Cf. “Jesús expulsa a un demonio locuaz, que hacía mudo, estúpido y sordo a un monje -Algunos elementos
para una terapéutica de las enfermedades espirituales a propósito del Sermón 38 de Isaac de la Estrella-“,
Studia Monastica 59/1 (2017), pp. 25-63.
2
Abad de Cristo Rey, El Siambón, Tucumán, Miembro honorario de la ACIF, Córdoba.
3
Sermón 38,6-7, en El Misterio de Cristo. Sermones, Intr. B. McGinn, Trad. Monjas Benedictinas de Santa
Escolástica (Padres Cistercienses 15), Monasterio Trapense de Azul, Azul, 1992, pp. 230-231.
En estos dos párrafos se presentan los tres actores de la lucha-terapia espiritual4: 1)
Jesús: defensor, exorcista y domesticador, “Jesús estaba pues ocupado y hasta hoy lo está
en expulsar al demonio”, antes había dicho: “y lo expulsó cuando y como quiso”5, que en
otros sermones es presentado como atleta-defensor6 y doctor-médico7; 2) el demonio, a
quien se describe en su relación con el hombre: adversario, enemigo, “todo movimiento que
nos invita a caer”8, subrayando su acoso: “se regocijan de nuestras desgracias, ya porque
son autores de ellas, ya porque las conocen, y puesto que andan errantes de aquí para allá y
como al azar en gran número alrededor de gran número de hombres, maquinándoles
frecuentes engaños…”; y 3) el monje: luchador, enfermo-paciente9, que reconoce su
debilidad-trabajo y a su enemigo particular, “cada uno de nosotros tiene al menos un
demonio familiar, que toma de él un cuidado muy atento, lo observa por todas partes y en
todo: esto, un monje no conviene que lo ignore, y la Escritura no lo calla”. Este demonio
familiar es, como dice Domenico Pezzini, “una sorta di angelo custode alla rovescia”10.
Por eso Elías Dietz, ocso, en su estudio sobre la conversio señala que se trata de:
“La liberación del estado de aversio como personificado por el adversarius, es
decir, el demonio, que nos deja impotentes… una prolongada meditación sobre la
impotentia, ese estado de incapacidad…y sobre la necesaria ayuda de la gracia para
superarlo. El énfasis se traslada desde el esfuerzo de parte de quien se convierte,
hacia la curación, la cual solo puede ser hallada con Jesús”11.

El abad de la Estrella “descubre con curiosos detalles la fuerza sugestiva de su demonio


que aún no ha enmudecido en su espíritu”12, dando un testimonio personal de su buen
conocimiento y de cómo lucha contra él. El “demonio familiar” es caracterizado en la
oración sálmica como “fuerte”, “ladrón”, “pecador” (2 veces), “aquel que obra contra la ley
y es injusto”.

4
Cf. Sermón 8,10. 12-13.
5
Sermón 38,1, p. 229, Cf. Sermón 38,5.
6
Cf. Sermón 30,12.
7
Cf. Sermón 11,1-2; 31,15; 33, 6.11.13-14, 38,4.
8
Sermón 32,20, p. 193.
9
Cf. Sermón 10,8; 31,14. 17. 19; 27,4; 33,4; 29,14-17; 31, 19-20; 43,9; 51,18; 53,4.
10
Domenico Pezzini, “Introduzione”, Isacco della Stella, I Sermoni, Volume primo, Dalla Settuagesima alla
Pentecoste, Paoline, Milano, 2006, p. 19.
11
Elías Dietz, “Conversion in the Sermons of Isaac of Stella”, Cistercian Studies Quarterly 37 (2002), p. 242,
traducción de Ana Laura Forastieri, ocso.
12
Ignacio Aranguren, “El humanismo en Isaac de Stella”, Cistercium 115 (1969) p. 176.
El Sermón 29 nos puede ayudar a comprender la importancia de este conocimiento del
adversario, de este discernimiento-diagnóstico espiritual:
“13… Esto, lo constatamos en el libro de la experiencia con más certeza de lo que
lo aprendemos por la voz del predicador. Sin embargo es útil, hermanos,
determinar, por un discernimiento espiritual y una observación atenta, la fuente de
donde nace todo lo que brota en nosotros, los orígenes de los pensamientos y de los
sentimientos, las raíces de los deseos y de las voluntades lo mismo que de las
insinuaciones y de las delectaciones”13.

Isaac es un observador atento del origen de los pensamientos, con una especial atención
a la experiencia14, para distinguir: pensamientos–sentimientos, deseos-voluntades,
insinuaciones–delectaciones.
Distinguir que es lo nuestro y que no, para esto es clave por lo tanto el justo
conocimiento de sí mismo, según el Sermón 2, segundo para la Fiesta de Todos los Santos:
“13. Si quieres conocerte a ti mismo, poseerte, entra en ti mismo, no te busques
fuera de ti. Una cosa eres tú, otra lo que es tuyo, otra lo que esta derredor tuyo. En
derredor tuyo está el mundo; tuyo es tu cuerpo; tú fuiste hecho interiormente a
imagen y semejanza de Dios. Por lo tanto vuelve ‘prevaricador, adentro de ti,
donde tú eres, a tu corazón’ (cf. Is 46, 8). Por fuera eres un animal a imagen del
mundo; de ahí que se diga del hombre que es un pequeño mundo. Por dentro, eres
un hombre a imagen de Dios, de ahí que también puedas ser deificado…”15.

El monje tiene que ir de los actos y los vicios a los pensamientos y de estos a los
demonios.

“8. Éste, se dice, era mudo (Lc 11,14). El mío es para mí extremadamente locuaz, y
teje fábulas interminables y absolutamente engañosas sobre la gloria de este
mundo, su belleza, sus delicias y sobre esto o aquello susurra mil sugestiones, hace
extrañas promesas, profiere extrañas amenazas; muchas veces se presenta
engañosamente, como posibles, cantidad de cosas que no puedo hacer; como
imposibles, cantidad de cosas que puedo hacer, propalando mil mentiras; me
cuenta cosas extraordinarias en bien y en mal que se habían dicho de mí; me hace
largos discursos, ya sobre mi ciencia, ya sobre mi piedad, ya sobre mi modo de
vivir, sobre mi familia, sobre mi encanto, sobre mi elocuencia, sobre mi distinción.
¿Qué más decir? A menudo se adueña tan bien de mis oídos y se instala allí tan
bien que ya no me resulta posible leer, ni escuchar una lectura. Así, hablándome,
me vuelve completamente mudo, me convierte en estúpido y sordo”16.

13
Sermón 29,13, p. 174.
14
Cf. Sermón 2, 1.21.
15
Sermón 2,13, p. 12.
16
Sermón 38,8, p. 231.
Isaac describe a su demonio: extremadamente locuaz, analiza sus actividades: habla,
fabula-susurra, promete-amenaza, engaña-miente, murmura-adula y se adueña de los oídos,
y señala sus consecuencias: vuelve mudo, estúpido y sordo, por eso E. Dietz lo estudia bajo
el título: “obstáculos para la oración y la confesión”17. Y D. Pezzini anota que esta genial
reflexión se elabora sobre un concepto paradojal: “…non e tanto il demonio a essere privo
di parola, anzi con la terribile loquacità (38, 8) rende muti quelli che sono diventati vittima
e possesso. Il risultato inatteso di questa riflessione sulla mutezza è, dunque, una pedagogia
della parola”18.
Con sus palabras mentirosas el demonio lo distrae y marea, le roba la lectura y la
escucha, y lo hiere en su razón y su habla. Por detrás de él estarían también otros demonios:
a) Filautía: amor a sí mismo, contra sí; b) Cenodoxia-vanagloria: búsqueda de la falsa
gloria y alabanza del otro; y c) Orgullo: creerse-hacerse superior, ciego a los defectos,
sordo a la crítica, y autónomo de Dios. Pezzini lo resume diciendo. “Si dichiara…
frequentemente tentato dal demone della vanità…”19, y sobre ella trata en otros lugares20.

“9. Tal vez, la razón por la cual se llama mudo al espíritu maligno que no cesa de
decir palabras malas, es que aquellos que él atormenta los hace mudos para la
alabanza de Dios y para los deberes propios de una lengua racional: Si alguno
habla, dice el apóstol Pedro, sean Palabras de Dios (1 P 4,11). Reconozco pues
que éste es el deber de una lengua racional, y no el decir palabras vanas o
mentirosas, palabras pendencieras o perniciosas, palabras de detracción o de
jactancia, de codicia o de lujuria, o también cualquier otra bufonería fuera de lugar
(cf. Ef 5,4): a pesar de todas estas palabras, una lengua gritona o charlatana -
exteriormente a oídos de los hombres, o interiormente en la conversación con su-
demonio familiar- permanece no obstante muda para Dios, como está escrito:
Porque callé mis huesos envejecieron, mientras clamaba todo el día (Sal 31,3).
Hay, pues para la lengua, tres modos de decir las palabras de Dios: alabar a Dios,
acusarse ante él, edificar al prójimo. Aquél que guarda silencio sobre esto es mudo,
cualesquiera sean sus gritos”21.

El demonio locuaz con sus palabras malas hace mudo (facultad desordenada) al monje,
pero Jesús le hace hablar (facultad ordenada) Palabras de Dios.

17
Elías Dietz, pp. 244 s.
18
Domenico Pezzini, p. 87.
19
Idem., p. 19.
20
Cf. Sermón 2, 14s; 5,10s.20; 26,12-13; 40, 19-20.
21
Sermón 38,9, p. 231 (PL 194,1819BC).
El demonio sugiere representaciones-pensamientos por medio de palabras. Palabras que
son vanas o mentirosas, pendencieras o perniciosas, de detracción o de jactancia, de codicia
o de lujuria, o de bufonería. Se podría decir que la clave es la palabra, tanto de la estrategia
del asedio del demonio como de la defensa del monje.
El deber de la lengua racional según señala es triple: alabanza a Dios, acusación de sí
mismo, edificación del otro. “Aquél que guarda silencio sobre esto es mudo, cualesquiera
sean sus gritos”. Aquí aparece la paradoja de que se es mudo para Dios y para los deberes
de una lengua racional, aunque se tenga una lengua gritona o charlatana, exteriormente a
los oídos de los demás o interiormente en el diálogo con el demonio familiar.
Esto lleva a considerar los dos modos de usar de la palabra, un ordenado, que surge de
la escucha de la Palabra de Dios, y otro desordenado del aturdimiento de las palabras del
enemigo, por eso Pezzini afirma que este Sermón “…è una lucida esposizione di quella che
potremmo chiamare una spiritualità/pedagogía della parola”22. Una palabra que no nace del
acoger, contemplar y meditar en silencio se convierte rápidamente en parloteo mudo,
muchas palabras y poca verdad, muchos sonidos y poca comunicación. Lo dice también en
el Sermón 50, segundo para la fiesta de los santos Pedro y Pablo, cuando explica porqué se
trabaja en silencio:
“¿Por qué en silencio? Porque en el mucho hablar no faltará el pecado (Pr 10,19);
porque el Apóstol nos advirtió esto (cf. St 1,19), porque antes que el Apóstol el
profeta dijo: Enmudecí, y me humillé, y callé también el bien, y mi dolor se renovó
(Sal 38,9). Nada disipa tanto el corazón del hombre como el mucho hablar. Nada
conduce más rápidamente al discurso vano o a la necedad en el hablar o incluso a
la conversación grosera como el mucho hablar. Por eso, para huir del mucho
hablar, callamos también del bien, a fin de no dar ocasión al mal”23.

La táctica del demonio, que no conoce el interior del hombre sí no es por la conducta
exterior, es el asedio-acoso y la excitación-estimulación. En otra traducción leemos:
“Me cuenta interminables historias, todas ellas sin una palabra de verdad, sobre los
placeres del mundo y su gloria, su belleza y así sucesivamente; me susurra mil
sospechas sobre este hombre y aquel; me dice que puedo hacer cosas que no puedo,
y que no puedo hacer aquellas que realmente puedo… Y de este modo mi atención
está tan ocupada, que no pude encontrar tiempo libre para leer o escuchar la
lectura. Así, hablándome, mi demonio me vuelve mudo -mudo y sordo y estúpido”.

22
Domenico Pezzini, p. 87.
23
Sermón 50,5, p. 302.
El buen uso de la palabra se cumple en la oración y en el canto.

“10. Oh Señor Jesús, expulsa a mi demonio y abre mis labios para la humilde
confesión de mis pecados, para que mi boca proclame dignamente tus alabanzas
(cf. Sal 50,17); de lo contrario la alabanza carecerá de belleza en la boca del
pecador (cf. Si 15,9): Tú has revestido, se dice, de confesión y de belleza (Sal
103,1). Porque la confesión embellece, y la belleza alaba. 11. Si, siendo pecador, es
decir disimulando mis pecados, tengo la desvergonzada presunción de alabar a
Dios, al punto el me dice: ¿Por qué tú, es decir tal como eres, proclamas mis
justicias, tú que callas tus injusticias, y pronuncias las palabras de mi alianza con
una boca no purificada por la confesión, y por lo tanto tuya? (Sal 49,16). Pues con
los labios se confiesa para conseguir la salvación (Rm 10,10). Por lo tanto, la
confesión purifica los labios; y la contrición, el corazón. Pero tú odiaste la
disciplina, porque la disciplina supone este orden: en primer lugar la contrición del
corazón, después la confesión de los labios, y a continuación la enmienda de la
acción. Así pues, tú que tienes el corazón duro, los labios mudos y las manos
indolentes, odiaste la disciplina y arrojaste a la espalda mis palabras (Sal 49,
17)”24.

La cuestión de “un demonio mudo que los discípulos no pudieron echar por sí mismos
es una buena ocasión para reiterar la necesidad de la gracia25: ‘sin la presencia del poder
dado por Dios, de la gracia de su ayuda (cooperationis gatia) ningún demonio podría ser
echado’… (S 38,4)”26. La gracia restituye el uso natural y racional de la lengua, le devuelve
la posibilidad de la confesión27.
En el parágrafo 11 se señalan las condiciones objetivas de la lucha-terapia: seguir el
orden de la disciplina. Escribe Dietz que debemos notar:
“… la reaparición de los tres elementos tradicionales de la penitencia: contrición
del corazón, confesión de los labios y enmienda a través de las obras. Si bien esta
tríada aparece en varios Sermones, esta es la única vez en que Isaac cambia el
orden para enfatizar la confesión. Podría ser que esté forzando, simplemente, un
lugar común y un esquema favorito, para adaptarlo a un Sermón sobre la mudez
espiritual por medio de la imagen de los labios cerrados y la lengua atada. Sin
embargo, quizás a un nivel más profundo, hay una consistencia de pensamiento
detrás de su uso inconsistente de este motivo. Pareciera haber allí una cierta tensión
entre la total dependencia de la intervención de Jesús para echar al demonio mudo
y la necesidad de iniciativa de parte de quien se confiesa: ‘El Único que ahora
guarda silencio y escucha, está esperando que tú hables primero, que puedas ser
justificado, arrojándote ‘ante su rostro en confesión’ [Sal 94,2]’ (S 38,18). Es

24
Sermón 38,9-11, pp. 231-232 (PL 194,1819BD).
25
Cf. Sermón 6,16-18.
26
Elías Dietz, p. 244.
27
Cf. San Agustín, In Ps 66,6,7; 95,9; 146,14; 67; 55,14.
esencialmente la misma tensión que vimos en la imagen del mutuo salir de parte de
Jesús y de la mujer cananea en el Sermón 33”28.

Las consecuencias son: primero, se le devuelve al infirmus la estabilidad, es decir, se


pone fin a los movimientos y a la multiplicidad de los pensamientos, y segundo se le dona
la paz, el orden y la belleza: “la confesión embellece y la belleza alaba”. Leemos en el
Sermón 4,4:
“¿Por qué os asombráis? Cuando hayáis atravesado todas estas nubes que hemos
dicho por la vigilancia del alma y la pureza de corazón, después de haber hecho
callar todo pensamiento, es más, habiéndolo dejado atrás, aparecerá por fin la nube
brillante, la nube luminosa, no ya la agitada, la densa, no ya la nube de la
ignorancia sino la de la sabiduría”29.

Y en el Sermón 29, reencontramos la misma idea:


“17…como añade el salmo sagrado y como enseña el ciego del Evangelio, no me
queda otra cosa que vencer la maldad y gritar todavía mucho más fuerte al Señor
Jesús en mis tribulaciones, hasta que él me libre del peligro extremo (cf. Sal 106,2.
8), cambie la tempestad en suave brisa (cf. Sal 106,29), haga callar las olas que ha
desencadenado contra mí y me conduzca, gozoso por esta calma, al puerto que
invoco y deseo (cf. Sal 106,30)”30.

A partir de lo expuesto podemos entender mejor la parte final del parágrafo 7:

“De ahí que tenga motivo para exclamar, como hombre que ve su debilidad y
conoce a su enemigo: Señor Jesús, tú que eres el único poderoso, arranca al débil
de las manos de los más fuertes que él, al pobre y al indigente de quien le roba
(Sal 36,10). Arranca al indigente y libra al pobre de las manos del pecador (Sal
81,4). Arráncame de la mano del pecador y de la mano de aquél que obra contra
la ley y es injusto (Sal 70,4). Amadísimos, cuando salmodio en el coro estos
versículos u otros semejantes, en verdad es contra él que dirijo secretamente el
salmo”31.

El orante, débil y agredido, súplica a Jesús, fuerte y poderoso, para que expulse-domine
al demonio locuaz, pecador e injusto. La oración es la cura de la misma facultad,
haciéndola que ejerza su actividad propia (súplica, confesión y alabanza) al someterla a la

28
Elías Dietz, pp. 246-247.
29
Sermón 4,4, p. 23.
30
Sermón 29,17, p. 176.
31
Sermón 38,7, p. 231.
razón32. La Salmodia cantada en su belleza es presentada como un remedio y un arma
espiritual33.
En el sermón siguiente al que estamos analizando encontramos algunos elementos ya
vistos y otros nuevos que los complementan.
“18. Veis, amadísimos, los sabios son prendidos en su propia astucia (cf. Jb 5,13),
la maldad es vencida manifiestamente por la Sabiduría (cf. Sb 7,30), y la
perversidad, dondequiera se pervierta, es confundida por las afirmaciones de la
Verdad. En cuanto a nosotros, hermanos, pidamos al buen Jesús, con una humilde
súplica, que se digne expulsar de nosotros toda especie de demonios, desatar
nuestra lengua de todo impedimento para la confesión, también nuestra voluntad y
nuestras afecciones de toda concupiscencia de este mundo, nuestra razón de toda
ignorancia, nuestra libertad de todo obstáculo, para que queramos, sepamos y
podamos estar siempre aquí con él y recoger con él, hasta que finalmente seamos
recogidos por él junto a él y junto a nuestros Padres…”34.

Humilde súplica al buen Jesús para que además desate nuestras facultades: lengua,
voluntad, afecciones, razón y libertad, de ataduras: impedimentos para la confesión,
concupiscencias del mundo, ignorancia y obstáculos, reorientándolas a Dios. Para Dietz “el
corazón del problema es la acusación de sí mismo ante a Dios, es decir, la confesión, sin la
cual, uno es indigno de alabar a Dios, como de edificar a otros”35. Y agrega:
“Sin embargo, este demonio mudo es rápido para crear obstáculos interiores a esta
saludable confesión: ‘Para evitar ser puesto en evidencia él somete la lengua a la
cupiditas, el miedo y la vergüenza’ (S 38,19). El miedo y la vergüenza, en
particular, dificultan la apertura del corazón en la confesión verbal. Efectivamente,
este demonio lleva al pecador a evitar una tal confesión libre de desconfianzas:
‘mientras estemos bajo el control de este [demonio] mudo y estúpido,
desconfiaremos estúpida y equivocadamente de los que son buenos y sabios’ (S
38,21)”36.

Oramos con Isaac para concluir:


“22. Arroja de nosotros este espíritu perverso y mudo, tú Señor, que eres la Palabra
del Padre, a fin de que por ti, Palabra de fuerza y de verdad, recibamos la palabra
de confesión y alabanza, tú que con el Padre y el Espíritu Santo, vives y reinas,
Dios por todos los siglos de los siglos. Amén”37.

32
Cf. Sermón 38,15.
33
Cf. Alcuino, De psalmorum usu II, I (PL 101,493AB); San Agustín, Enarraciones sobre los Salmos IV
(último), Obras de San Agustín XXII, BAC, Madrid, 1967, p. 931.
34
Sermón 39,18, p. 239.
35
Elías Dietz, p. 245.
36
Ibídem.
37
Sermón 38,22, p. 235.|

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