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ÍNDICE

Introducción............................................................................................................... 7

El hilo económico
25
Auge, consolidación y estancamiento en la construcción del espacio urbano
de Mérida: 1800-1975.............................................................................................27
José Fuentes Gómez y Magnolia Rosado Lugo

Orizaba, de villa cosechera a ciudad industrial.................................................83


Eulalia Ribera Carbó

Querétaro, de la tradición a la modernidad y de la modernidad a la globali-


zación..........................................................................................................................125
Carmen Imelda González Gómez

Agentes, instituciones políticas y espacio urbano


163
De la modernización porfiriana a la expansión urbana del México posrevolu-
cionario. Puebla, 1880-1945..................................................................................165
Carlos Contreras Cruz y Jesús Pacheco Gonzaga

575
576  C i u dad es pos c o lo n i al es e n m é xi c o

De capital estatal a parque temático patrimonio de la humanidad. Oaxaca,


1800-2000..................................................................................................................219
Carlos Lira Vásquez y Danivia Calderón Martínez

Taxco de Alarcón. Transfiguraciones urbanas de un centro minero..........309


Mario Bassols Ricardez

La construcción del espacio urbano en Ciudad Juárez, 1900-2000.............353


Sonia Bass Zavala y Consuelo Pequeño Rodríguez

Una urbe en crecimiento. La ciudad de México en el siglo xix....................399


Mario Barbosa Cruz

Imaginarios y proyectos urbanos


443
La ciudad de México en los imaginarios políticos, 1910–2010.....................445
Daniel Hiernaux Nicolas

Hilos, historias, ideas y proyectos. Aguascalientes,1792–2010.....................475


Gerardo Martínez Delgado

El Hermosillo imaginario de los proyectos incompletos,


siglos xix–xxi...........................................................................................................531
Eloy Méndez y Alejandro Duarte Aguilar

Sobre los autores.....................................................................................................567


HILOS, HISTORIAS, IDEAS Y PROYECTOS.
AGUASCALIENTES, 1792-2010

Gerardo Martínez Delgado

La compleja historia de una ciudad en dos siglos puede leerse de múltiples


maneras. Este capítulo propone varios hilos, planos y enfoques complemen-
tarios, explorando caracterizaciones de largo plazo, menos convencionales y
contrastes entre los diferentes ritmos de las formas en que Aguascalientes
se ha construido, vivido, administrado, apreciado y relacionado con su re-
gión inmediata y con el contexto nacional e internacional. Se inicia con una
lectura general y en su primera parte se hacen tres tipos de revisiones: a su
economía, en la que se descubre sobre todo una línea de continuidad; a las ca-
racterísticas y dimensiones de su población, indagando especialmente sobre
las razones del crecimiento en el siglo xx, el más espectacular y el menos en-
tendido en su dimensión mundial; y al espacio físico, para medir su expansión
y, principalmente, el uso y la distribución que se ha hecho de él.
Estos tres componentes son confrontados con una reflexión a la mitad del
camino sobre los modelos de ciudad que se han sucedido en dos siglos, distin-
guiendo éstos de los proyectos y las tendencias, a partir de los cuales se de-
sarrolla en la segunda parte una aproximación a los “imaginarios urbanos”,
el lado más subjetivo de estas historias donde se privilegia el seguimiento a
las imágenes, visiones, anhelos e intereses que sobre la urbe han tenido tres

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476  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

tipos de actores: una élite más o menos homogénea, los sectores populares y
los intelectuales o voces críticas.
Lejos de una historia lineal, las múltiples historias aquí contadas proponen
un ejercicio de reinterpretación de la historia de la ciudad de Aguascalientes
en dos siglos, esto desde enfoques variados y a veces contradictorios, en re-
corridos de ida y vuelta, buscando orden en el caos y proponiendo una entre
mil maneras de aprehender su presente y sus dos siglos pasados.

Una lectura general

Ubicada a 1,880 msn, en un valle del altiplano central mexicano, con pocas
elevaciones visibles a su alrededor, la villa de Aguascalientes comenzó a po-
blarse a fines del siglo xvi con el propósito de pacificar la zona de guerra
chichimeca y constituirse en presidio, en lugar de paso y resguardo para las
conductas que iban a las minas de Zacatecas. En 1575 sus habitantes ob-
tuvieron una cédula de la audiencia de la Nueva Galicia que confirmaba su
fundación, y por varias décadas, como en tantos otros casos, la villa perma-
neció casi despoblada y no sin peligro de desaparecer.1 La exitosa producción
de plata zacatecana (sobre todo entre 1615-1635 y 1670-1690, los grandes
ciclos de auge)2 aseguró su existencia y le otorgó cierta estabilidad a lo largo
del siglo xvii; aunque el lugar no dejaba de ser “tan sólo un punto en un am-
plio esquema de compra y distribución de mercancías que incluía la feria de
Jalapa, los grandes almacenes de la ciudad de México y el poderoso imán de
las minas del Norte”.3
Su estatus cambió en el siglo siguiente. En el xviii la constante y crecien-
te demanda de productos de las minas, la importancia concedida a la villa
en la reorganización militar que se emprendió en el Virreinato hacia 1780
y un crecimiento demográfico generalizado, la volvieron no sólo el centro
organizador de la producción agropecuaria regional, sino el asiento de ricos
comerciantes, sobre todo peninsulares.4

1
  Gómez y Delgado, Aguascalientes, 2010, pp. 18-25.
2
 Bakewell, Minería, 1976.
3
 Gómez, Españoles, 2003.
4
 Gómez, Españoles, 2003.
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Desde el ocaso del siglo xviii y hasta los albores del siglo xxi, la de Aguas-
calientes ha sido una urbe de medianas proporciones, con un crecimiento
demográfico casi permanente (a veces lento, a veces veloz, pero sostenido),
y con una diversificación económica constante en la que ha destacado el co-
mercio. Dueña de una centralidad en su contexto estatal, se hizo definitiva
muy pronto en el siglo xx y nunca ha sido puesta en entredicho (ni por los
centros mineros de Tepezalá y Asientos en sus mejores momentos, ni por la
medianamente rica e independiente Calvillo), su historia se entrelaza con la
del Estado y a veces se confunde, pero dista de ser la misma.
El temprano exterminio de la de por sí poca población indígena de la re-
gión se delata aún hoy en los rostros de su gente, de tez menos morena, en el
centro y el sur del país. En el mapa prehispánico, su zona aparece en el límite
entre Mesoamérica y Aridoamérica; en el turístico es modesta por su patri-
monio arquitectónico y pasado colonial, pero su historia y ubicación (a medio
camino entre la minera, rica y después turística Zacatecas, y la siempre recto-
ra Guadalajara) la colocan sin discusión entre las ciudades novohispanas fun-
dadas en el siglo xvi que marcharon paralelas en muchos sentidos, integrada
aunque en un eslabón siempre secundario, a diferencia de las apartadas zonas
del norte e incluso del alejado sur, que siguieron caminos y encontraron vín-
culos diferentes.
Ciudad media por diversas razones, como su tamaño, su crecimiento cons-
tante —promedio—, su lugar entre el conjunto nacional, su importancia
económica o su atractivo turístico, la de Aguascalientes ha tenido sus rit-
mos propios, sus apuestas, sus momentos, sus dinámicas de adaptación, de
promoción de proyectos, de tendencias y de las visiones que sobre ella han
tenido sus habitantes.
A veces ha sido precoz, como en su grado de concentración respecto a la
población de su Estado y la región, a veces radicalmente tardía, como en la
construcción de edificaciones verticales. En algunas etapas fue significati-
vamente exitosa frente a los contextos nacionales e incluso mundiales de
crisis económica; en otras, dependiente de modelos únicos y anquilosados. A
principios del siglo xx fue germen de artistas con papeles protagónicos en
la vanguardia del arte nacionalista,5 pero también ha sido un rincón notorio
de conservadurismo moral, como una extensión del Bajío. El peso agobiante

5
 Sheridan, Corazón, 1989, especialmente pp. 86, 124, 151 y 178.
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de Guadalajara sobre la región ampliada, junto a otra razones, han impedi-


do históricamente que se desarrolle una gran acumulación de capital. En
la década de 1920 recibió sin demasiados sobresaltos el aumento del flujo
migratorio de sus vecinos de los Altos de Jalisco —un movimiento que por
lo demás había sido natural en toda la historia de la región—, con quienes
compartía fuertes lazos culturales a pesar de las diferencias, pero se resistió
a la llegada de los “chilangos” en los años de 1980. Comparte con casi todas
las ciudades mexicanas su crecimiento por especulación, que en las últimas
décadas ha reducido las densidades urbanas drásticamente; pero como pocas,
se ha negado a romper con la centralidad de ciudad única.
Sin ninguna duda, los años de cambio más rápido y notorio fueron los de
las décadas de 1980 y 1990: la adopción de un nuevo modelo económico para
el Estado, junto a las corrientes de cambio que se venían acentuando desde la
década de 1960 a nivel internacional,6 tuvieron grandes repercusiones para
la ciudad, coincidiendo adicionalmente con un movimiento migratorio desde
la ciudad de México y otras, con el crecimiento demográfico natural, con
la expansión del área urbanizada, la multiplicación del parque vehicular y
con otros indicadores igualmente notorios.7 La intensidad de las transfor-
maciones, no obstante, debe ser leída y contrastada desde una perspectiva
de larga duración: la apuesta industrializadora fue diferente pero no nueva;
el crecimiento demográfico de esos años fue una expresión de tendencias de
mayor aliento; la extensión de la superficie urbanizada fue una alternativa al
crecimiento compacto tenido hasta entonces y, la del automóvil, es una histo-
ria que recorre, marca e incide en las ciudades del mundo a todo lo largo del
siglo xx, y no sólo en sus últimos años en que el uso se masifica.
En el siglo xix los mejores referentes de la ciudad de Aguascalientes pu-
dieron ser su Parián, su Jardín de San Marcos y la feria que alrededor de
ambos puntos fue ganando una fama que se extiende hasta la fecha.8 Pero
en el siglo xx tuvo tres grandes referentes económicos y sociales sucesivos
hacia el exterior, hoy agotados: el prestigio y dimensiones de sus talleres de
ferrocarril —los más grandes del país—; la producción de uva (y el esfuer-

6
  Capel, “Redes”, 2003, pp. 211-248.
7
  De 55,038 vehículos en 1980 se pasó a 105,893 en 1990; 198,046 en 2000 y 397,205 en 2008. http://
www.inegi.org.mx/lib/olap/General_ver4/MDXQueryDatos.asp
8
  Véase por ejemplo: Gómez, et al., Historia, 2007, pp. 415.
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zo por colocar sus vinos en el mercado. En 1980 la producción alcanzó su


cenit, con 88 mil toneladas, pero en 1992 se había reducido sólo a 17 mil);9
y su tradición de bordados y deshilados a la que se incorporó desde los años
sesenta la tecnificación.10 En la década de 1940, en una tardía búsqueda de
identidad, se hizo del llamado Cerro del Muerto —la única elevación notoria
en la ciudad, 10 kilómetros al poniente de la Plaza Principal— el símbolo de
orgullo local. En la imagen idílica de un supuesto pasado de cuatro barrios,
el contraste más notorio con la aspiración presente de crecimiento y moder-
nidad, que a la fecha no ha dejado de alimentar el imaginario de un sector de
la población.11

Hilos e historias: economía, población y espacio

El hilo económico: una ciudad diversificada y comercial

A pesar de las condiciones cambiantes que, como en todas las ciudades occi-
dentales, fue sufriendo por sus dinámicas de incorporación plena al capitalis-
mo entre el siglo xix y el xxi, Aguascalientes ha sido una ciudad diversificada
en su economía, con predominio del comercio y los servicios. Su región cir-
cundante conservó por mucho tiempo su original vocación de productora
agrícola y ganadera —que cambió apenas en años recientes—, pero el núcleo
urbano central ha mantenido notable constancia en los rangos de ocupación
de los diferentes sectores; algunos indicadores permiten seguir este hilo: 30%
de población casi siempre ha trabajado en actividades de manufactura, 10%
en tareas agropecuarias y más de 50% en el comercio y los servicios.
En 1837, un informe oficial lamentaba el abandono del gran taller de teji-
dos de seda, lana y algodón que, conducido por el peninsular Jacinto López
Pimentel, había llegado a ocupar, se decía, 1,500 operarios. Se celebraba, a
pesar de todo, que de éste se habían desprendido 150 pequeños talleres de

9
  En 1950 en el municipio de Aguascalientes se producían apenas 288 toneladas y 450 más en el de
Rincón de Romos. Tercer Censo Agrícola, ganadero y ejidal, Aguascalientes, 1950. Los datos de 1980
y 1992 provienen de Salmerón, Intermediarios, 1998, cuadro 29, s/p.
10
 Salmerón, Intermediarios, 1998, pp. 104-105.
11
  Martínez, “Pasado”, 2009, pp. 19-33.
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lana y algodón (“que se hallan repartidos en la ciudad”, donde daban ocupa-


ción a 600 operarios), y que la producción artesanal se completaba con “308
talleres de las demás artes comunes, que proveen lo necesario al consumo, y
en los que se ocupan mil trescientos veinte y dos operarios”.12 El cultivo de
cuatrocientas huertas, pero sobretodo las actividades comerciales que en su
centro se celebraban, completaban el cuadro económico en la población de
poco más de 15,000 habitantes.
El decaimiento de las minas de Zacatecas fue definitorio para que la élite
que tenía asiento en la ciudad mermara su poder económico, pero a todo lo
largo del siglo xix fueron la agricultura y ganadería, desde la gran hacienda,
las actividades que junto con el comercio la mantuvieron viva.13 Después de
la segunda mitad de ese siglo, los cambios más importantes al interior de la
traza urbana y en la composición de la élite estuvieron dados por la nacio-
nalización y desamortización de bienes de la Iglesia, que aumentó la concen-
tración de la propiedad urbana en unas pocas manos (aunque incorporando a
nuevos personajes a la lista de propietarios) y marcó el fin de la economía y
tradición del barrio de San Marcos, único de indios en las inmediaciones de
la ciudad, cuyas tierras fueron ocupadas pocas décadas después por casas de
verano para algunos miembros de la élite.14
La Gran Fundición Central Mexicana, refinadora de plomo y cobre de ca-
pital norteamericano, fue en estricto sentido la primera fábrica que contó con
procesos modernos y producción a gran escala. Entre 1895 y 1925 estuvo
inserta en la primera etapa de expansión del capitalismo mundial, que encon-
tró en zonas periféricas lugares aptos para la producción de bienes interme-
dios y procesamiento de materias primas. La Fundición convivió con fábricas
y talleres de pequeñas y medianas dimensiones, que aunque dieron trabajo
a un gran número de operarios, en conjunto mantuvieron en el promedio
de 30% la población ocupada en la manufactura. A principios del siglo xx la
ciudad tenía cerca de 3,000 pares de brazos ocupados en actividades de lo que
hoy llamamos el sector secundario: alrededor de 1,000 obreros, variables, en
la fundición; 1,000 más en los talleres del ferrocarril y un número similar en
la producción de textiles, tabacos y harinas, 300 (predominantemente muje-

12
  “Noticias”, 1837, tomado de Rodríguez, Aguascalientes, t. iv, vol. i, pp. 110-111.
13
  Gómez y Delgado, Aguascalientes, 2010, pp. 57-64 y 114-115.
14
  Véase por ejemplo Lira, “Efectos”, 2000, pp. 247-294.
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res) en los tabacos de “La Regeneradora”, 250 en la tenería de Felipe Ruiz


de Chávez, 300 en las fábricas de tejido “San Ignacio”, “La Purísima” y “La
Aurora”, y algunas decenas más en “La Perla” y “Judith”, molinos de trigo y
maíz. Los obreros crecieron, pero en un ritmo igual o mayor lo hizo la pobla-
ción, de modo que se puede calcular para entonces que 15,000 de los 45,000
habitantes urbanos tenían una dependencia directa de la industria.15
Entre la tercera y octava década del siglo xx la industria fue modesta,
aislada de las políticas impulsoras de la producción para el consumo interno
implementada en México en el contexto de la segunda guerra mundial, pero
centrada en ella y apoyada por las actividades de corte industrial de los talle-
res del ferrocarril, que sin necesariamente producir bienes ni acumulación de
capital a inversionistas privados, daba vida y trabajo a un buen contingente
de la sociedad. El citado molino de harina “La Perla”, entre 1895 y 1948, la
fábrica de jabón de Juan Leal, pero otras muchas fábricas de regular tamaño,
mantuvieron los registros de población ocupada en la industria. No había
una industrialización espectacular, pero sí un conjunto de fábricas locales
que cubrían un número de necesidades internas (sobre todo las básicas, aso-
ciadas a la alimentación) y que alcanzaban a llevar sus productos a un círculo
regional intermedio.16
A partir de los años sesenta, a través de los pactos entre el gobierno esta-
tal y los empresarios, capitales formados en el comercio y en menor medida
en la producción agropecuaria se dedicaron a desarrollar una industria textil
con cierto grado de personalidad. En los ochenta, tras varios años de buscar
algún rumbo específico sin demasiadas ideas, la ciudad se incorporó a los
nuevos reacomodos del capitalismo, a una segunda gran tendencia de “reubi-
caciones masivas” de procesos “degradados” que entones llevó la elaboración
de productos acabados (señaladamente de la industria metalmecánica y elec-
trónica) a lugares fuera de los grandes centros de fabricación.17
Sin perder de vista que los años 80 y 90 fueron los de mayores cambios
físicos y sociales en la historia de la ciudad, la industrialización del período
es menos espectacular cuando se revisan con frialdad las cifras, guardando
distancia de la cercanía temporal de su impacto y del discurso político que se

15
  Archivo Municipal de Aguascalientes (ama), Caja 221, expediente 21.
16
 Martínez, Aguascalientes, 2009, pp. 153-154 y 157-159.
17
 Wallerstein, Capitalismo, 2010 (1983), p. 26.
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ha construido a su alrededor. Las pocas variantes en los porcentajes de ocu-


pación económica de la población de la ciudad a lo largo del siglo xx guardan
similitud con las de todo el siglo anterior: en promedio, 10% ha trabajado en
actividades relacionadas con la agricultura y ganadería; 30% lo ha hecho en
el sector secundario (incluso, el punto mayor se alcanzó en la década de 1960,
con poco más de 40%, y la tendencia actual es por debajo de 30%), y el grueso
de su población lo ha hecho en el comercio y los servicios (ver cuadro 2).
Las plazas industriales en los 80 se multiplicaron, pero como casi un siglo
atrás, lo hizo en la misma o mayor proporción la población. La industria fue
modesta a mitad del siglo, pero en una población pequeña, era representati-
va. La agricultura fue enterrada por decreto en 1980,18 pero su participación
a la baja en la economía estatal frente al claro impulso industrial (que produ-
jo bienes de más valor, dedicados en mayor parte a la exportación) no alteró
significativamente la dinámica económica de la ciudad en lo particular.
Las cifras para casi todo el siglo xx, que son susceptibles de seriarse y dan
cierta confianza, dejan pocas dudas de la regularidad de la economía de la
ciudad: el estado en 1940 concentraba 56.40% de su población en actividades
del sector primario (aunque antes y después pudo ser ligeramente mayor); el
municipio (que entonces ocupaba 32.5% de la superficie del estado) tenía en
esas actividades a 34.07% de sus habitantes, pero en la ciudad sólo 9.13% de
ellos se ocupaba de labores agropecuarias, señaladamente en las huertas que
estaban en franco proceso de desaparición y en la ordeña de vacas en un nú-
mero no menor de establos.19 Desde entonces y hasta la fecha las variaciones
en los porcentajes son menores (ver cuadros 1 y 2).
No sin dificultades, la ciudad ha debido adaptarse y reinventar la dirección
económica de su comercio y de su industria en varios momentos, lo que le
ha dado etapas de decrecimiento, otras de ajustes exitosos y unas más de
crecimiento notable. El fin de sus talleres del ferrocarril en la década de
1990 fue relativamente poco resentido porque entonces la ciudad conocía
una expansión de industrias trasnacionales que llenaron el vacío. La menor
suerte de las minas de Zacatecas en el siglo xviii o el desgaste de la indus-
tria maquiladora de exportación en años recientes golpeó más su economía,

18
  Primer Informe de Gobierno de Rodolfo Landeros, véase: Salmerón, Intermediarios, 1998, p. 126.
19
  Muchas veces se anunció la determinación de sacar los establos del perímetro urbano. En mayo de
1952 se propuso mover al menos 97. El Sol del Centro, 20 de marzo de 1952.
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como lo hizo el desmantelamiento de la Fundición Central en 1925, que por


unos años —en combinación con los efectos de la revolución— pareció dejar
postrada a la ciudad.20

Cuadro 1. pea en el estado y el municipio: 1921, 1930 y 1940


Población pea pea pea pea
total primario secundario terciario
Estado 1921 107,581 27,136 18,515 5,163 3,458
68.23% 19.02% 12.74%
Estado 1930 132,900 34,471 22,729 5,808 6,384
65.93% 16.84% 18.52%
Municipio 82,184 20,030 9,935 4,641 5,454
1930 49.60% 23.17% 27.23%
Estado 1940 161,693 39,933 22,523 5,738 11,672
56.40% 14.37% 29.23%
Municipio 104,268 23,731 8,086 5,076 10,569
1940 34.07% 21.39% 44.53%
Fuente: para 1921, Salmerón, Intermediarios, 1996, cuadro 9. Para 1930 y 1940, cálculos pro-
pios a partir de Secretaría de la Economía Nacional, Censo de Población 1930 y Censo de
Población 1940, Aguascalientes. Aunque para estos años no se utilizaba el concepto “Población
Económicamente Activa”, se han adaptado y agrupado libremente los datos de “Ocupación
económica” para efectos de comparación.

Cuadro 2. pea en la ciudad: 1940, 1950, 1960, 1970, 1980, 1990 y 1995
Población total pea/po pea primario pea secundario pea terciario
Ciudad 82,234 21,113 9.13% 29.27% 61.6%
1940
Ciudad 93,363 27,143 9.43% 36.41% 54.16%
1950
Ciudad 126,617 37,619 6.81% 41.49% 51.7%
1960
Ciudad 181,277 48,168 9.9% 31.72% 58.38%
1970
Ciudad 293,152 94,157 (2,745) (25 030) (38,098)
1980
Ciudad 440,425 142,937/ 2.2% 36% 61.7%
1990 137,786 (3,032) (49,728) (85,026)
Ciudad 196,501 14.61% 28.88% 56.31%
1995 (27,807) (54,968) (107,175)
Fuente: para las décadas de 1940 a1970, Salmerón, Intermediarios, 1996, cuadro 24. Para
1980 y 1990, Ortiz, “Metropolización”, 2001, p. 282: en estos dos años se distingue de la
Población Económicamente Activa la Población Ocupada y la desagregación y porcentajes
corresponden a esta última. Para 1995, implan, Programa, 2001, pp. 96-98: en la desagrega-
ción de resultados no se incluyen 381 habitantes, que representan el 0.20% de la pea, dedica-
dos a una actividad “no especificada”.

20
 Martínez, Cambio, 2009, pp. 339-341.
484  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

En los polos de sus momentos de franco enganche con la industrialización


capitalista ha cifrado su futuro en una sola gran industria: lo hizo justamente
con la Fundición y los resultados se han señalado; lo hizo a partir de la dé-
cada de 1980 y lo ha afianzado recientemente con la ensambladora de autos
Nissan, con algunos señalamientos críticos aislados.21
Vista en el largo plazo, su posición económica y demográfica en el con-
junto nacional ha perdido lugares, en 1910 ocupaba el 9º sitio por su nú-
mero de población entre todas las del país (el orden era: Ciudad de México,
Guadalajara, Puebla, Monterrey, San Luis Potosí, Mérida, León, Veracruz y
Aguascalientes), en 1921 y 1930 apareció en el 11º, y a partir de 1950 fue per-
diendo terreno hasta llegar al 18º en 1990.22 Una lectura posible a la paradoja
de su menor nivel de población en el contexto urbano nacional cuando su
crecimiento demográfico era mayor y su éxito económico parecía desafiar
la crisis del país (entre 1980 y 1990), es que entre las ciudades que la fue-
ron superando dominaron las del norte y su frontera, que al tiempo habían
empezado a crecer significativamente: Torreón, Ciudad Juárez, Chihu-
ahua y Tijuana, enganchadas desde la Segunda Guerra Mundial a Estados
Unidos.23

Crecimiento demográfico y oleadas de migración

En los últimos dos siglos de su historia, ni la población ni el tamaño de la


ciudad de Aguascalientes han dejado de crecer —a excepción de algunos
cortos momentos en el siglo xix en que las guerras dejaron su impronta—, y
por algún tiempo no se prevé que suceda lo contrario, lo que no implica una
tendencia necesariamente “natural” o “lógica” (cuadro 3). Su crecimiento en
todo el siglo xix y aún en las primeras décadas del xx estuvo sostenido por
las permanentes migraciones del campo.24

21
  A propósito del anuncio de una nueva armadora que se instalará en la ciudad en 2012. Otto Gra-
nados ha recordado que la negociación para la primera planta, inaugurada en 1992, fue decidida por
el presidente mundial de nissan, y comunicada sucesivamente a Jaime Serra Puche, Secretario de Co-
mercio, al presidente de la República, Carlos Salinas de Gortari y, al final, al gobernador Miguel Ángel
Barberena. Granados, “Cómo”, Líder, septiembre 2011, pp. 38-39.
22
 Conolly, Contratista, pp. 104-105; Brambila, “Concentración”, 1984, pp. 78-79.
23
  Bassols, “Marca”, 2012, pp. 29-35 y 44-46.
24
  Martínez, “Funcionamiento”, 2007, pp. 34-46.
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Cuadro 3. Comportamiento demográfico de la ciudad de Aguascalientes, 1770-


2010, relación de su población con la de otras ciudades y del estado en general
Año Población Población % Ciudad / Población de otras ciudades del
Ciudad Estado Estado estado
1770 7,763 ----- -----
1820 15,427 ----- -----
1861 22,543 N.D. -----
1883 21,805 N.D. -----
1895 30,872 104,615 29.51%
1900 34,982 102,416 34.15% Rincón de Romos: 2,880
Jesús María: 2,724
Tepezalá: 2,683
Asientos: 2,683
1910 45,198 120,511 37.50% Asientos: 4,806
Rincón de Romos: 2,836
Tepezalá: 2,834
Calvillo: 2,585
1920 48,041 107,581 44.65% Calvillo: 2,943
Rincón de Romos: 2,571
Tepezalá: 2,571
Asientos: 2,483
1930 62,244 132,900 46.83% Rincón de Romos: 4,018
Calvillo: 3,295
Asientos: 3,178
1940 82,234 161,693 50.85%
1950 93,363 188,075 49.64%
1960 126,617 243,363 52.02% Rincón de Romos: 6,010
Calvillo: 5,735
1970 181,277 338,142 53.60%
1980 293,152 519,439 56.43%
1990 440,425 719,659 61.19%
2000 643,419 944,285 62.91%
2010
Para 1770, Gutiérrez, Padrón, s/f; 1820, Padrón; 1861, Epstein, Cuadro; 1883, “División”, Ar-
chivo Municipal de Aguascalientes (ama), Caja 98, Expediente 13; 1895, González, Estadís-
ticas, 1956. 1900-2000: inegi, Estadísticas, tomo i, 2009, pp. 94 y 108. Datos sobre las otras
ciudades del estado, 1900 a 1920, Gómez, Aguascalientes, 1988, t. iii, vol. 1, p. 14, 1960, viii
Censo, 1963.

Su crecimiento acelerado en el siglo xx se sustentó sobre todo por los


procesos de transición demográfica que, con sus variables, explican el in-
cremento de población en todo el mundo y deben ser entendidos como un
motor definitivo de la urbanización.25 Si durante siglos la población mundial
aumentó con dificultades y paso lento, se debía a las altas tasas de mortalidad

25
  Las perspectivas dominantes confieren el cambio urbano del siglo xx de forma prácticamente ex-
clusiva al comportamiento económico. Por ejemplo Garza, “Evolución”, 2002, pp. 7-16.
486  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

que, en el mejor de los casos, empataban con las igualmente altas tasas de
natalidad. La transición, que inició en diferentes momentos en el mundo a
partir del siglo xviii, fue posible por la reducción de la mortalidad (atribuible
a la higiene y al avance de la medicina, entre otras razones) y por una prime-
ra etapa en la que las tasas de natalidad se mantuvieron altas y dispararon
las cifras de habitantes.26

Cuadro 4. Porcentajes de población urbana: comparativo Estados Unidos


de América, México país y estado de Aguascalientes, 1900-2000
Año Estados Unidos México* Aguascalientes***
1900 39.6 28.3 44.86
1910 45.6 28.7 48.34
1920 51.2 31.2 54.50
1930 56.1 33.5 54.73
1940 56.5 35
1950 64.0 42.6 (78.8 en más de 2,500)
1960 69.9 50.7
1970 73.6 58.7 60.80
1980 73.7 66.3 64.00
1990 75.2 71.3 68.40
2000 79.0
Fuente: para Estados Unidos “Migration”, en Shumsky, Encyclopedia, 1998, t. 2, pp. 466-
467. Para México: inegi, Estadísticas, 1995. México, considerando la población residente
en poblaciones de 2,500 habitantes y más. Para Aguascalientes, 1900 a 1930, cálculos
propios sobre base tabla 3, considerando como urbana la residente en poblaciones de
2,500 habitantes y más; 1970 a 1990, Narváez, “Balance”, 1993, p. 421, considerando a
los residentes en poblaciones de más de 5,000 habitantes.

En todo el Estado, en 1900 la tasa de mortalidad superó a la de natalidad


(37.9 y 22.2 respectivamente), en 1910 se emparejaron (41.5 frente a 42.9), y
a partir de 1920 la relación se invirtió: 54.8 nacimientos contra 31.5 muer-
tes por cada mil habitantes. La tasa de mortalidad bajó marcadamente hasta
quedar en 4.3 en el año 2000, pero la de natalidad se mantuvo en alrededor
de 50 entre 1920 y 1970, situándose en el año 2000 en 26.9.27 El aumento
permanente que produjo este proceso de transición demográfica en su expre-
sión local, aunado al crecimiento producido por las políticas de población que

26
  Vera y Pimienta, Transición, 1998.
27
  inegi, Estadísticas, tomo i, 2009, pp. 47-63.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  487

alentaban la fecundidad (hasta 7.3 hijos por mujer en 1960 en el promedio


nacional) no siempre se vio reflejado en la ciudad, que creció hasta 1970 a
ritmos más lentos que el de su población.28 Por años, la ciudad y el estado de
Aguascalientes alimentaron con su población el crecimiento de otras ciuda-
des y, a partir de 1980, su propio crecimiento fue mayor por el saldo positivo
de la migración: atrajo más población de la que expulsaba, esta vez sí, por las
empresas y oportunidades económicas que logró colocar.29
Visto en conjunto, la población de la ciudad creció aceleradamente desde
1970 y en los siguientes quince años se duplicó, una operación que en otro
momento le había llevado tres décadas, si se examinan las cifras de 1920 y
1950. No obstante, de lo anterior se quieren subrayar dos cosas: por una parte,
que el crecimiento mayor de las décadas de 1970 a 1990 no debería demeritar
lo que significaba para un habitante común y de mediana edad vivir en una
ciudad de 126,000 habitantes en 1960, cuando su infancia se había desen-
vuelto en la misma ciudad, pero con 60,000 habitantes. Por otro lado, que el
crecimiento de la población y la urbanización del siglo xx, ni explican toda
la historia de las urbes, ni dependen, como se ha querido sostener desde los
estudios de ciudades que han predominado, de la industrialización.
Ahora bien, en los dos siglos la población de la ciudad de Aguascalientes
mantuvo una composición social con un peso inmigratorio de corto alcance.
Los extranjeros han representado siempre un porcentaje menor de su po-
blación. Hacia 1900 sus 382 extranjeros, principalmente norteamericanos,
apenas aportaban 1% al total; en 1940 los 1,001 habitantes nacidos fuera del
país representaban 1.21% y en 2000, los 294 japoneses (por señalar un grupo
nacional que se volvió importante); se catalogaban, de acuerdo a Rebeca Pa-
dilla, como “no inmigrantes”, como visitantes temporales dedicados a activi-
dades empresariales que, aunque frecuentemente asentados con sus familias,
mantienen poco o nulo contacto con la sociedad local.30
Un padrón levantado por la Iglesia en la entonces villa de Aguascalientes
en 1820 contabilizó a 15,427 habitantes, de los cuales calificó como españoles
a 6,690, 7,836 indios, 859 mestizos, 7 mulatos y 35 sin especificación (princi-

28
 Herrera, Aguascalientes, 1996, pp. 126-127.
29
  Id.
30
 González, Estadísticas, 1956, pp. 34-35; Secretaría, Censo, 1940; Padilla, “Japón”, en Investigación,
2008, pp. 22-27.
488  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

palmente sacerdotes y, por tanto, posiblemente peninsulares).31 Las categorías


raciales y sociales, como ha señalado Manuel Miño, solían estar determina-
das por la percepción del encuestador o por la apariencia del censado;32 una
misma persona podía ser mestiza, indígena o española y, en ese sentido, un
buen número de españoles del padrón citado, lo mismo que los indios, po-
drían ser mestizos a los que el empadronador etiquetaba por su color de piel,
su indumentaria o la zona de la población en que vivía; los españoles cuanto
más cerca de la plaza principal tenían su casa, o indios cuanto más se acerca-
ran a los arrabales o al barrio de San Marcos, donde todos fueron empadro-
nados en esa categoría, a pesar de que es difícil que después de dos siglos de
existencia hayan conservado su pureza racial. El ínfimo número de mulatos
contabilizados parecería ilustrar en algo la extensión del mestizaje.
Si, como se piensa, bien leído el padrón podría revelar el alto grado de
mestizaje real que existía a inicios del siglo xix, esta composición se manten-
dría prácticamente intocada con el correr del tiempo. A lo largo de dos siglos,
la población de la ciudad, eso sí, como de casi cualquier otra, tuvo grandes y
constantes movimientos; de ella salieron permanentes flujos, principalmente
al Distrito Federal, pero también a otras ciudades del país y a los Estados
Unidos. 1940 a 1970, por ejemplo, fueron años con un saldo migratorio ne-
tamente negativo.33
Ella, en sentido inverso, ha sido permanente receptora de hombres y mu-
jeres nacidos en estados vecinos de Zacatecas y Jalisco, principalmente de la
zona norte de éste y del sur de aquel (plano 1). Desde sus primeros tiempos,
igual los apellidos de la élite que los de la gente común, se han confundido
sin importar las tres delimitaciones político-administrativas; pero fueron los
años veinte los que marcaron la primera recepción masiva de población forá-
nea a la ciudad; entonces se sumaron unos 2,000 zacatecanos y más de 6,000
jaliscienses,34 ocupando la zona cercana al barrio de Guadalupe al poniente;35
ambos grupos llegaron a una ciudad de 50,000 habitantes, representando al
momento un contingente cercano a 20% de la población asentada.
31
  Padrón del cumplimiento de Iglesia de la villa de Aguascalientes para el año de 1820.
32
 Miño, Mundo, 2001, p. 63; Grusinzki, Ciudad, 2004, pp. 404 y ss.
33
 Herrera, Aguascalientes, 1996, pp. 126-127.
34
  Quinto censo de población, estado de Aguascalientes, 1930, p. 34.
35
  En el caso de las familias originarias de Villa Hidalgo, Jalisco, por ejemplo, se asentaron en esa zona,
en los barrios de Guadalupe, San Marcos y en la colonia Altavista. Revista Añoranza, junio 1956.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  489

Plano 1. La ciudad, el Estado y el contexto urbano en el centro de México

Fuente: elaboración propia con información de inegi y software arc Viwe 3.2.
490  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

De un punto diferente —el Distrito Federal y su zona conurbada— en


los años ochenta provino la segunda gran migración a la ciudad de Aguas-
calientes a lo largo de dos siglos. A consecuencia de los sismos de 1985
que azotaron a la capital del país, más de 25,000 pobladores y empleados
de la paraestatal inegi hallaron en el oriente de la ciudad su nueva casa,
en viviendas construidas sobre tierras ejidales expropiadas.36 En la misma
década de 1980 volvió a ser muy notable el flujo de más habitantes de la
región: 40,000 zacatecanos y 30,000 jaliscienses; además de 6,000 potosinos,
6,000 guanajuatenses y casi 3,000 coahuilenses, que llegaron a una ciudad de
poco más de 300,000 habitantes y que también seguía expulsando gente.37
Fueron estos, sin duda, los años de mayor movimiento de población en la
ciudad.
La primera gran ola de los años 20 integró al seno de la ciudad a comer-
ciantes y ganaderos que ajustaron y ampliaron la estructura de la élite, y que
fueron claves para el desarrollo futuro de la urbe. La de los años 80, tuvo
implicaciones sociales de más calado, una difícil convivencia inicial entre los
“locales” y los “chilangos”, que al paso de los años ha proporcionado un am-
biente de mayor pluralidad social.

El espacio y el mapa

Vista en su aspecto gráfico y general, la ciudad de mediados del siglo xix,


como muchas otras, aparece integrada en sus actividades y en su relación
con el medio natural; en su centro convivían las viviendas con las actividades
comerciales y la elaboración de productos artesanales para el consumo de su
población. La cruzaban tres arroyos, se proveía con el agua de los manantia-
les que le dieron su nombre —situados al oriente —, y la rodeaban huertas y
huertos donde se cosechaban frutas y legumbres (plano 2).
La primera industrialización de finales del siglo xix y principios del xx
en la ciudad señaló un obvio reordenamiento y funcionalidad del espacio. La
fundición y los talleres ferroviarios encontraron en el norponiente y en el
oriente, respectivamente, los sitios adecuados para la disposición de agua y
el eficaz movimiento de materias primas y trabajadores (plano 3).

36
 Salmerón, Intermediarios, 1998, pp. 200-204.
37
 Herrera, Aguascalientes, 1996, pp. 126-127.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  491

Plano 2. La ciudad integrada de 1855

Fuente: elaboración propia con base en Epstein, Isidoro, “Plano de las huertas de
Aguascalientes”, 1855, amea, Mapoteca.

Antes, las fábricas textiles de San Ignacio y El Obraje se habían separado


—sobre todo la primera— de los límites propiamente urbanos, pero sin jalo-
nar hacia ellas más talleres ni viviendas, y sin marcar un rumbo definitivo en
las dinámicas espaciales de la ciudad. La fundición, los talleres y la estación
del ferrocarril (plano 3) fueron la razón de ser de la “descentralización” de la
actividad productiva que tradicionalmente había estado integrada junto con
la vivienda y el comercio, y también del funcionamiento de los tranvías como
primer medio de transporte público masivo.38

38
 Martínez, Cambio, 2009, pp. 248-272.
492  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

Plano 3. La ciudad de 1908 con sus proyectos de crecimiento

Fuente: elaboración propia con base en Schöndube & Neugebauer, “Plano de la ciu-
dad de Aguascalientes. Abastecimiento de agua para la ciudad de Aguascalientes.
Tubería de distribución en la ciudad. Proyecto presentado por la Empresa de Aguas
de Aguascalientes, 1908”.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  493

Las viviendas de élite y el comercio tuvieron hasta la mitad del siglo xx un


desplazamiento más modesto que la industria. En el primer caso fue, sobre
todo en la década de 1920, cuando nuevos y algunos viejos miembros de la
élite mudaron sus residencias del perímetro y calles circundantes a la Plaza
Principal hacia las avenidas que en dirección poniente-oriente se habían tra-
zado en relación a la estación del ferrocarril: la Álvaro Obregón, Alejandro
Vázquez del Mercado y Madero y, en menor medida, en otros rincones y
sectores, como la Privada Democracia —hoy Eduardo J. Correa—, la calle de
Saturnino Herrán —“El Codo”—, los chalets de la zona de la Fundición, de
las colonias Gremial y Héroes.39 La primera zona de habitación “suburbana”,
en cambio, fue promovida hasta 1955, en el sur, Jardines de la Asunción.40
El comercio permaneció por más tiempo en el corredor formado en la calle
Juárez, entre el Parián y la Plaza Principal, desde donde sólo se fue amplian-
do al eje norte-sur de José María Chávez y 5 de Mayo (la conexión con las
puertas de entrada y salida a la ciudad de México y Zacatecas), y extendien-
do por la avenida Madero, desde 1920.
En los años 40 la construcción de un fraccionamiento de clase media cul-
minó una larga batalla “higienista” —iniciada más de seis décadas atrás—
para acabar con dos elementos ecológicos integrales de la urbe: las acequias
y las huertas. El fraccionamiento Primavera se asentó sobre el viejo estanque
que surtía a las huertas y huertos del norte y poniente de la ciudad,41 alteran-
do el uso del espacio como tal vez no lo habían hecho los desplazamientos de
vivienda, industria y comercio hasta entonces (figuras 1 y 2, p. 495).
Aunque falta ahondar en mejores explicaciones, un nuevo proceso de
descentralización, esta vez definitivo, inició en la década de 1960 y se fue
regulando en los siguientes 20 años. Desde la investigación urbana, esta des-
centralización se ha asociado frecuentemente a la construcción de un anillo
de circunvalación que habría marcado el límite entre el viejo centro y los
nuevos espacios de desarrollo.42 En estricto sentido, como se ha señalado,

39
  Martínez, “Ciudad”, 2012.
40
  El Heraldo de Aguascalientes, 5 de octubre de 1955.
41
  La lucha inició en 1941, cuando vecinos de la zona comenzaron a pedir su desecación y la Liga de
Horticultores encabezó su defensa, Delgado, pp. 84 y ss. El fraccionamiento inició en 1946. “Fraccio-
narán la zona del estanque de La Cruz”, El Sol del Centro, 7 de agosto de 1946. “Céntrica zona residen-
cial inaugura en breve sus dos primeras calles”, El Sol del Centro, 3 de diciembre de 1948.
42
  Véase por ejemplo Salmerón, Intermediarios, 1998, pp. 82-84; Bassols, Política, 1997, p. 159.
494  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

estos procesos habían empezado mucho antes (al menos con la industria y
la vivienda), y el anillo fue por mucho tiempo un referente más simbólico
que real. Había sido propuesto por Carlos Contreras en 1948 como una con-
tención natural al crecimiento urbano;43 se anunció el inicio formal de su
construcción hasta 1956, con otras ideas, en la administración gubernamen-
tal de Luis Ortega Douglas, su mayor promotor, pero entre 1962 y 1968 el
proyecto estuvo prácticamente olvidado por el gobierno de Enrique Olivares
Santana, y sólo en 1971 fue concluido y pavimentado en su totalidad.44
Así, antes de que el anillo estuviera terminado, se descentralizó el trans-
porte, al que se le construyó una Central de Autobuses foráneos al sur po-
niente, en 1964, sobre la línea apenas dibujada de la vía.45 En materia de
salud, un año después se inauguró el primer edificio propio del imss, también
sobre la línea pero al interior del primer periférico.46 En la misma década se
dieron pasos en la descentralización de las instalaciones educativas (Instituto
Tecnológico de Aguascalientes, 1967) y en la construcción de un panteón
más allá de los límites urbanos (Jardines Eternos, 1969).47
A la industria, que mucho tiempo atrás había sido la primera en romper
la integridad de actividades en el espacio, se le señaló una nueva ubicación
en 1974, al promoverse el Parque Industrial, al sur, dentro de las políticas
nacionales que formarían poco después un corredor a lo largo de la carre-
tera Panamericana, que cruza la ciudad y el Estado de sur norte48 (plano 4,
p. 497). Con oposición y polémica, en 1977 una parte del abasto de mayoreo
dejó por primera vez su secular punto de comercio a inmediaciones del Mer-
cado Terán (localizado a una cuadra del Parián y tres de la Plaza Principal)
para trasladarse al sur, a la Central de Abastos.49

43
  Contreras, Plano Regulador de Aguascalientes, 1948.
44
  “El anillo de circunvalación es de vital importancia para la ciudad”, El Heraldo, 9 de diciembre de
1956; “Olvidados anillo de circunvalación y la Oriente-Poniente”, El Sol del Centro, 19 de agosto de
1962; El Sol del Centro, 29 de diciembre de 1970.
45
  La descentralización del transporte se había planteado por lo menos desde 1952, cuando se propuso
un terreno cercano al campo de aviación, El Sol del Centro, 2 de mayo de 1952; Acosta, Centro, 2007,
p. 297.
46
 Acosta, Centro, 2007, p. 297.
47
  Id.
48
 Bassols, Política, 1997, p. 185.
49
 Salmerón, Intermediarios, 1998, pp. 140-143.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  495

Figura 1. La ciudad en 1944,


fotografía aérea parcial.
En 1944 se había iniciado el
desecamiento del estanque
de la Cruz (nororiente), que
señaló el golpe definitivo a
la convivencia natural de la
ciudad con las huertas.
Fundación ICA, 1944, vuelo
195, 10.

Figura 2. La ciudad en 1956,


fotografía aérea parcial.
Fundación ica, 1956, vuelo
1321 A, 11.
496  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

Una nueva modalidad de comercio, el centro comercial de influencia nor-


teamericana, apareció en 1980, tiempo en que las oficinas de gobierno y los
edificios bancarios buscaron también otro sitio; en el primer caso, en 1982 se
construyó el Palacio de Justicia (antes, en 1974, se formó la Ciudad Militar),
y en el segundo, desde poco antes se promovió con regular éxito un “Distrito
Financiero” en la Avenida las Américas (otra vez al sur), al lado de una zona
habitacional de clase media.50
Desde otro punto de vista espacial, la superficie urbanizada en la ciudad
ha mantenido desde siempre un crecimiento constante, aunque muy lento
durante casi toda su vida y exponencial después de 1970. En 1955 la ciudad
cumplía todas sus necesidades en 865 hectáreas: 1,489 en 1970, 3,315 en
1980 y más de 12,000 en 201051 (cuadro 5, p. 498).
Es cierto que entre 1920 y 1970 se fue gestando un déficit de vivienda po-
pular muy grande que se resolvería en años posteriores con opciones dentro
y fuera de los límites legales.52 Pero el explosivo crecimiento después de 1970
tuvo cuatro ingredientes principales: el crecimiento real e importante de la
población en ese período; la abierta participación de las empresas inmobilia-
rias en la promoción de vivienda con sentido especulativo; el total privilegio
de la construcción horizontal, que por lo demás domina el panorama nacio-
nal frente a la opción racionalista de viviendas verticales que se extendió
después de la Segunda Guerra Mundial en Europa y algunos países latinoa-
mericanos; el imaginario simbólico formado en el siglo xx, según el cual el
tamaño de una ciudad está relacionado con su grado de avance, moderniza-
ción y calidad de vida, lo que no siempre, o no necesariamente es cierto.
En 1850, una fecha en que no parece evidente que haya habido proble-
mas de hacinamiento, por cada hectárea urbanizada había 180 habitantes.
En 1940 el promedio se mantenía intacto, y aún en 1970 la densidad era de
121.69 hab/ha. (en la ciudad de México la densidad en 1970 rondaba los 140
hab/ha., pero Mérida, en el extremo, presentaba niveles de alrededor de 40
hab/ha. desde por lo menos la década de 1960).53
50
 Kunz, Estructura, 1984; Bassols, Política, 1997, p. 98
51
 Salmerón, Intermediarios, 1998, cuadro 7, s/p.; Plan, 2008, p. 74.
52
 Bassols, Política, 1997, p. 173.
53
  Puede verse en este mismo libro el capítulo de José Fuentes y Magnolia Rosado: “Auge, consoli-
dación y estancamiento en el proceso de construcción social del espacio urbano de Mérida, Yucatán:
1800-1975”.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  497

Plano 4. Programa de Desarrollo Urbano, 1994. Zonificación primaria

En el plano se señalan los límites de crecimiento urbanos propuestos para 2010,


manteniendo el poniente como área de reserva agrícola y señalando una expansión
modesta por los otros rumbos, especialmente por el oriente. Al sur se indica la ciu-
dad industrial construida en 1974 y el eje sur-norte que sobre la carretera Pana-
mericana se definió como corredor industrial. Al sur y al poniente se distinguen las
cuatro áreas verdes más extensas de la ciudad (todas formadas después de 1980).
Fuente: Programa, 1994.
498  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

Entre 1990 y 2010, en cambio, la densidad bajó hasta niveles promedio de


60 hab/ha., lo que incrementó notablemente la extensión de la ciudad, que
ahora cubre más del 10% del territorio municipal, cuando en 1976 su super-
ficie equivalía apenas al 2% (cuadro 5). Dicho de otro modo, la población del
año 2010, repartida sobre la ciudad en una densidad como la de 1940, ocupa-
ría no 12,000, sino 4,000 hectáreas.

Cuadro 5. Superficie de la ciudad, porcentaje del territorio municipal


y densidad en la ciudad de Aguascalientes, 1750-2010
Año Superficie (has) % del territorio Densidad
municipal (Hab/has)
1750 18.2 0.01% 384.61
1850 111.1 0.09% 180.01
1940 450.1 0.38% 182.70
1955 865.4 0.74%
1970 1,489.6 1.27% 121.69
1976 2,408.3 2.06%
1980 3,315.7 2.83% 88.41
1986 4,361 3.73%
1990 6,610 5.65% 66.63
2001 9,491 8.12% 63.96
2005 11,260 9.63% 58.97
2010 12,466 10.66% 58.94
La superficie del territorio municipal considerada para el cálculo es la que se estableció
en 1992, de 116,872 hectáreas; la densidad de 1750 está considerada sobre una pobla-
ción aproximada de 7,000 habitantes y la de 1850 calculada sobre 20,000 pobladores.

Entre 1940 y 1970, la producción mercantil de vivienda por parte de inver-


sionistas privados se concentró fundamentalmente en los sectores medios y
altos de la población (unas pocas excepciones fueron las colonias Las Flores,
México y San Marcos, dirigidas a sectores de bajos ingresos). Entre 1970 y
1990 el gobierno federal echó a andar proyectos ambiciosos de producción
de vivienda (a través de indeco primero y de Infonavit y otros fondos), y
después de 1990 el capital inmobiliario ha dominado la escena constructiva,
con viviendas en serie dirigidas al mercado y con ambiciones especulativas.54
En 1978 un estudio oficial señaló que 20% de los lotes de la ciudad estaban

54
  Serna, “Periodo”, 1998, pp. 183-189; Bassols, Política, 1997, pp. 100-119.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  499

baldíos, “lo que supone problemas tanto de tenencia como de especulación”.55


En 2010 se calculaban en 2,000 las hectáreas baldías al interior de la ciudad,
o hasta 3,000, en un dato de 2012, lo que hace fluctuar en la actualidad los
porcentajes entre 17 y 24% en relación al total de la mancha urbana, es decir,
la misma tendencia que hace 30 años, sin contar las viviendas desocupadas
en toda la población.56
Los detalles sobre el espacio ocupado y los promotores de la urbanización
explican mejor estas dinámicas. Una parte importante de la urbanización de
los ochenta, promovida para dar asiento a los migrantes, se extendió sobre el
oriente, en terrenos ejidales expropiados con cierta previsión por el gobier-
no estatal. También sobre terrenos ejidales se fundaron colonias de inva-
sión (Progreso [1975], Las Huertas [1978], Cumbres, etc.).57 En la expansión
sobre terrenos particulares han privado dos tendencias: el aprovechamiento
directo de las viejas familias de la élite, dueñas de amplias superficies adqui-
ridas hace un siglo por sus antepasados (Escobedo-Loyola, Brenner, Morfín,
Guerra, Aizpuru, por ejemplo), y la compra y fraccionamiento que han hecho
las inmobiliarias, dominadas en un primer momento por los capitales acumu-
lados en la industria textil y el comercio (Rivera y Barba principalmente); y
en un segundo momento por los capitales hechos en la producción agrope-
cuaria, el comercio y en la coyuntura política (Reynoso Femat y otros).58
Al calor de la promoción industrial y el boom demográfico de los ochenta,
desde las instancias de gobierno se apoyó la autorización de fraccionamien-
tos y viviendas en un número notoriamente mayor a la demanda; si entre
1962 y 1969 se autorizaron 9 fraccionamientos y entre 1970 y 1979 fueron
52, en la década de 1980 se aprobaron 75 y en la siguiente 100.59
Los movimientos tendientes a la planificación, que en México vivieron sus
mejores años entre 1925 y 1938, tuvieron un impacto marginal en Aguasca-
lientes durante buena parte del siglo xx.60 En 1948, Carlos Contreras formó
un Plano Regulador, dirigido por las ideas de planificación maduradas en el

55
  Plan Estatal de Desarrollo Urbano, 1978, citado en Bassols, Política, 1997, p. 161.
56
  El Sol del Centro, 6 de abril de 2012; Hidrocálido, 10 de septiembre de 2012 (Consultado el 24 de
octubre de 2012).
57
 Bassols, Política, 1997, pp. 166-169.
58
  Serna, “Periodo”, 1998, pp. 159-160.
59
  Camacho, “Globalización”, 2010, p. 55.
60
  Véase Sánchez, Planeación, 2008, especialmente páginas 141-142 y 259-277.
500  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

mundo y en su propia carrera de más de 20 años. De él se aplicaron algunos


trazos más que sus ideas, con poco rumbo y tardíamente. Cuando el Estado
mexicano se interesó en la planeación de las ciudades del país (casi exclu-
sivamente en los años inmediatamente posteriores a 1976) Aguascalientes
mantuvo un crecimiento ordenado en comparación a otras urbes de similar
tamaño y características, pero en general, como concluyó un estudio dedica-
do a las políticas urbanas entre 1962 y 1992, no hubo una política urbana de-
finida, sino un conjunto de políticas fragmentadas, que en su mejor momento
fueron más bien desprendidas del proyecto de desarrollo industrial, y que
“fomentaron la centralización del poder político y económico en la ciudad ca-
pital…”. El estudio añadió: “El relativo éxito de las políticas urbanas imple-
mentadas, sobre todo en materia de planeación y vivienda popular, consistió
en su necesaria articulación a los requerimientos derivados de la expansión
económica de una ciudad, atravesada por las nuevas implantaciones trasna-
cionales, el fortalecimiento de una clase empresarial y su ligazón creciente a
una élite política local”.61
Dos aspectos adicionales, y no menos importantes de la ocupación del es-
pacio en la ciudad, son el de las zonas naturales sobre las que se ha extendido
y el de los edificios, infraestructura y áreas que, sobre todo, pero no exclu-
sivamente, se fueron construyendo en la segunda mitad del siglo xx para
cubrir nuevas necesidades urbanas o tratar de recuperar elementos perdidos,
principalmente ambientales. En el primer caso, merecen especial atención
los arroyos, cuyas corrientes bajan de los lomeríos del oriente de la pobla-
ción y corren en dirección poniente a descargar sus aguas al río San Pedro
(que con relativo éxito ha permanecido como barrera del crecimiento hacia
el poniente). Siguiendo la tendencia de la capital del país y otros lugares,
desde los años de 1960 se optó por la entubación de los tres arroyos que
históricamente estuvieron cercanos al área urbanizada (Arellano, Adoberos
y Cedazo). El crecimiento de los años ochenta acercó la ciudad a tres nuevas
corrientes, por el norte los arroyos El Molino y La Hacienda y por el sur el
San Francisco; y en todos los casos su convivencia con el asfalto vuelve a ser
complicada (plano 5).

61
 Bassols, Política, 1997, pp. 225-226.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  501

Plano 5. La ciudad de Aguascalientes de 1910 a 2008, crecimiento físico

En el plano se señala el área urbanizada aproximada en 1910 en relación a la de


2008, indicándose las dos grandes industrias (al norponiente la Fundición Central
Mexicana y al oriente los Talleres del Ferrocarril Central Mexicano), así como los
arroyos que corriendo de oriente a poniente desdembocan en el río San Pedro, que
ha funcionado —con relativo éxito— como límite de la expansión por el poniente.
Fuente: Plano base proporcionado por el Instituto Municipal de Planeación, Aguas-
calientes, y tomado de Martínez, Cambio, 2009.
502  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

Plano 6. El área urbanizada de la ciudad, 1855-2007

El plano señala el desarrollo del área urbanizada entre 1855 y 2001, siendo notorio
el crecimiento después de 1970. Fuente: plano base proporcionado por el Instituto
Municipal de Planeación, Aguascalientes.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  503

A lo largo del siglo xx, la ciudad fue construyendo infraestructura depor-


tiva con pocos antecedentes. En un primer momento de introducción, alrede-
dor de la primera década del siglo, se construyeron frontones, un velódromo,
un hipódromo y se habilitaron campos para la práctica del béisbol; entre las
décadas de 1920 y 1940 se popularizaron los deportes, se formaron canchas
de tenis y básquetbol, un campo de golf y una ciudad deportiva que integró
un estadio de béisbol, uno de fútbol y un lienzo charro; en 1953 se inauguró
el primer club deportivo privado (a las afueras de la ciudad, por el norte).
La promoción de infraestructura cultural y turística tomó un impulso
claro hasta la década de 1960; entonces se acondicionó la Casa de la Cultu-
ra, el primer espacio de promoción y difusión cultural, en un viejo edificio
que había sido ocupado como escuela y antes como convento. A partir de
entonces la oferta cultural se amplió —aunque siempre limitada a las áreas
centrales–— y a la fecha sólo el Teatro Aguascalientes (1992) ha salido más
allá del segundo anillo de circunvalación.
Veinticinco kilómetros al sur de la urbe, en 1982 se ubicó un nuevo ae-
ropuerto con carácter internacional para satisfacer principalmente las
demandas de transporte de pasajeros y carga derivadas de la política de in-
dustrialización. La infraestructura de seguridad desde 1990 ocupó preferen-
temente el oriente de la urbe (academia de policía, bomberos, C4, etcétera),
mientras la recreativa lo hizo en el poniente (por ejemplo, la expansión del
área de la feria de San Marcos). Por su extensión e importancia, destaca la
formación de tres grandes parques urbanos en las últimas dos décadas de la
centuria: el llamado Héroes Mexicanos, de casi 100 hectáreas (1984-1986),
Parque El Cedazo, de 52 hectáreas (1992) y el México, de 122 hectáreas
(1995), que juntos han tendido a recuperar, al menos en parte, el equilibrio
ambiental que pudo haber tenido la ciudad en el siglo62 (plano 4, p. 497).

Modelos, periodos y tendencias: una breve discusión

En un sentido aproximado a lo objetivo, las ciudades tienen ritmos económi-


cos, comportamientos demográficos y dinámicas de crecimiento y ocupación

62
  El primer parque urbano de la ciudad fue el Miguel Hidalgo, acondicionado en 1964 sobre 5 hectá-
reas que antes fueron la Huerta Games Orozco. Acosta, Centro, 2007, pp. 118 y 158.
504  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

del espacio. Pero también tienen modelos, periodos, momentos y tendencias


propias, susceptibles de ser leídas desde distintos miradores. Conviene re-
flexionar y distinguir unos y otras.
La ciudad de Aguascalientes vivió, por ejemplo, una tendencia muy fuerte
de aumento de automóviles en circulación por sus calles después de 1980,
pero no fue un periodo ni un momento particular. Tuvo, en otro caso, dos
momentos de cambio fundamentales, uno hacia 1926-1940, marcado en su
región por la destrucción de la hacienda como unidad productiva y por la
guerra cristera, que repercutió en la ciudad con la llegada, asimilación y
participación de un número de inmigrantes considerable, y otro hacia
1960-1970, cuando se acentúo un proceso de “descentralización” de activi-
dades; ninguno de los dos podría dar forma a un periodo distintivo de la
ciudad.
Periodos urbanos en su historia pueden ser los de los años que siguieron al
movimiento de independencia y al de revolución, caracterizados por el freno,
a veces el retroceso y siempre la reconfiguración de sus actividades; este pe-
riodo también puede formar, visto desde el impacto económico en la ciudad,
el de su primera gran industrialización, abierto en 1895 por la Fundición
Central y cerrado en 1925 con su desmantelamiento, o, desde la perspectiva
arquitectónica, el de las décadas de 1920 a 1950, en que las influencias decó,
nacionalistas y funcionalistas se impusieron principalmente en viviendas y
edificios comerciales de la élite.
Los modelos, los grandes bloques en que puede dividirse su historia, son
más difíciles de identificar, son algo más que periodos y mucho más que ex-
presiones, íconos o modas particulares. La ciudad colonial constituyó sin
duda el modelo más perdurable en la historia de una urbe como Aguascalien-
tes, fundada en el siglo xvi; su trazo, su vinculación económica, sus ritmos,
sus símbolos, su composición social, su armazón político–administrativo, la
definieron y marcaron por casi tres siglos.63 El modelo que la sustituyó no
fue el ilustrado del siglo xviii sino, en todo caso, el de corte reformista-
liberal que se echó a andar en la década de 1850 para desacralizarla, para
borrar, sustituir o modificar sus herencias más visibles (templos, conventos
y hospitales religiosos), y para poner a circular los bienes de la Iglesia y las
congregaciones; estas ideas, cuyos impactos y ritmos están por estudiarse

63
  Ribera, “Imagen”, p. 205.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  505

más para el caso de Aguascalientes, nutrieron un número amplio de nuevas


vertientes desde los años de 1870 en la definición de un modelo identificable
por las ideas dominantes de confianza en el progreso, por tanto en la indus-
trialización, por tanto en la urbanización, por tanto en la higiene, el orden,
embellecimiento y el uso capitalista de la ciudad.
Un buen ejemplo del modelo echado a andar es el plano que en 1901 encar-
garon al ingeniero Samuel Chávez algunos políticos oportunistas, empresa-
rios y los dueños de la hacienda de Ojocaliente, para que pusiera sobre papel
sus ambiciones de enriquecimiento con la promoción de viviendas para obre-
ros alrededor de los talleres del ferrocarril. En un sentido, el plano fue más
que eso, un documento que expresó ideas urbanísticas inteligentes para el fu-
turo crecimiento de la ciudad, pero en otro, cumplió simplemente el cometido
de sus clientes y les mostró pronto la ingenuidad de sus proyectos: pensaban
urbanizar y modificar una superficie de terreno de un tamaño mayor al que
entonces tenía toda la ciudad, fraccionando 500 manzanas, que se sumarían a
las apenas poco más de 200 que existían.64
Las variantes de este modelo parecen haber afectado poco su sentido a lo
largo del tiempo. El ideal de modernización ha sido su signo más constante.
Tal vez la propuesta alternativa más clara deba leerse en el citado Plano
Regulador dibujado por el arquitecto Carlos Contreras en 1948; de haberse
aplicado, habría constituido un modelo distinto para la ciudad, uno guiado
por las ideas discutidas y experimentadas por más de medio siglo en el ám-
bito de la planificación mundial, que concebía una ciudad estética y arbolada,
pequeña, sin grandes edificios (en este caso, era la convicción personal de
Contreras), en convivencia con la naturaleza, con una reserva forestal y otra
de terrenos (por el norte) para un futuro —pero en todo caso modesto—
crecimiento urbano.65 Se trataba desde luego de un modelo de ciudad inserto
en las dinámicas capitalistas, pero menos apegado a algunos de sus íconos,
tendiente a controlar la especulación inmobiliaria, y que daba prioridad a la
relación estrecha con el ambiente natural.
Sin haber perdido su esencia marcadamente liberal a lo largo del siglo
xx, hacia la década de 1980 la ciudad entró en un modelo neoliberal que se
mantiene a la fecha: la apertura a la nueva etapa del capitalismo industrial;

64
 Chávez, Plano, 1901; Martínez, Cambio, 2009, pp. 209-214.
65
  Contreras, Plano Regulador de Aguascalientes, 1948. Sánchez, Planeación, 2008.
506  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

la privatización del servicio de agua domiciliaria puesta en marcha desde


1984 pero formalizada en 1993;66 y la participación abierta y creciente de
las empresas inmobiliarias en la construcción y promoción de vivienda para
todos los niveles. Al modelo lo han acompañado una serie de expresiones de
la apertura económica con América del Norte, la privatización de empresas
estatales y el fortalecimiento de un puñado de grupos económicos: el fin de
los Talleres del ferrocarril que marcaron un sello distintivo a la ciudad y su
población en todo el siglo xx; la expansión de tiendas de productos básicos y
del hogar por todos los rumbos de la urbe, que favorecen el crédito al consu-
mo; o una marcada presencia de restaurantes, tiendas de franquicia y cadenas
que marcan ciertas zonas del paisaje urbano (McDonalds, Burger King, Wal-
mart, Sam’s Club, Comercial Mexicana, Vip’s, Liverpool, Sears, Starbucks,
Cinépolis, etcétera).

El plano simbólico: ideas, visiones, debate


y proyectos sobre la ciudad

El sentido más simbólico de la ciudad es el plano final que se quiere privile-


giar en este capítulo. Es la historia, o más bien las historias de la urbe que
ven, perciben, critican, imaginan, discuten y proyectan sus habitantes. No es
la historia de la ciudad, pero sí una que se entrelaza con los otros planos y
que es tanto o más sugerente e informativa que otras de la participación y
sentido de lo urbano de sus habitantes. En ella se confunden a veces los mo-
delos urbanos impuestos con los grandes proyectos sugeridos o concretados,
las ideas, las percepciones y la variación en los gustos o en las necesidades
que los diferentes sectores de la población van encontrando.
Los participantes directos de la discusión pública sobre la ciudad en el siglo
xix se reducían a un círculo estrecho, aunque desde luego, todos los sectores
imaginaban y podían participar en diferentes escalas en su construcción. Esta
historia del imaginario sobre la ciudad puede comenzar a finales del siglo
xviii, cuando una bonanza generalizada permitió a hacendados, mineros, clé-
rigos y comerciantes que se desenvolvían alrededor de la ciudad, patrocinar

66
  Martínez, “Concesión”, 2003, pp. 54-65.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  507

y promover la construcción de muchos templos, signos inconfundibles de


acumulación de riqueza aprovechada en contribuciones a la ciudad.67
Entre los artífices de estos proyectos ideológicos, económicos y urbanos
francamente delimitados en el modelo colonial, estuvieron los clérigos Ma-
nuel Colón de Larreátegui, Mateo José de Arteaga y Rincón Gallardo,68 José
Xavier Tello de Lomas, así como el Licenciado Francisco Flores de Robles y
el capitán Juan Francisco Calera; hombres de acción, de dinero y de influen-
cia, contribuyeron a levantar en apenas treinta años, entre 1763 y 1792,69
las iglesias de San Marcos, de la Tercera Orden de los Franciscanos, de San
Juan de Dios, La Merced, San Juan Nepomuceno y, las más importantes por
su costo y valor arquitectónico, la del Señor del Encino, la de Guadalupe y
el Camarín de la Purísima Concepción, en el templo de San Diego. El caso
de Francisco Calera, que invirtió parte de su fortuna en el lujoso Camarín,
es quizá el más ilustrativo de esta élite plenamente colonial y piadosa, que se
sentía orgullosa de retribuir parte de los beneficios que había obtenido —en
este caso en el comercio— en favor del culto divino, de su propia salvación y,
de paso, en favor de la ciudad que era centro de operaciones de su compañía
y movía mercancías desde Veracruz, la ciudad de México y sus alrededores,
hasta Aguascalientes, Zacatecas y más al norte.70
Si a finales del siglo xviii se implementaron en alguna ciudad medidas
urbanas de inspiración ilustrada (la búsqueda de orden, un primer esfuerzo
de higienización, etcétera), en Aguascalientes siguieron siendo mucho más
notorios los rasgos típicamente coloniales, como la abundante expresión de
la ciudad barroca tardía, que con sus construcciones religiosas delineó el
perfil urbano que aún hoy no se desdibuja del todo y le confiere buena parte
de su sentido al llamado centro histórico.
Apenas consumada la independencia nacional, en 1821, la villa de Aguas-
calientes conquistó por primera vez su título de ciudad (aunque en la práctica
lo era), y poco después, su élite dio una nueva muestra de cierta integración y

67
  Martínez, “Crecimiento”, 2001, pp. 41-42.
68
 Gutiérrez, Historia, 1999, pp. 220-229.
69
  Este rango considera como fecha inicial la de la dedicación del templo de San Marcos, y como final
la del inicio de la construcción del Camarín de San Diego, aunque en realidad San Marcos se empezó
a construir alrededor de 1750 y el Camarín se concluyó en 1797. Cfr. Martínez, “Crecimiento”, 2001,
pp. 41-42. Gutiérrez, Historia, 1999; Sifuentes, et al., Camarín, 1998.
70
 Rojas, Instituciones, 1998, pp. 161-162; Gómez, Españoles, 2003, p. 190.
508  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

fortaleza al luchar, desde su cabildo, y obtener provisionalmente en 1835 su


propia independencia del partido de Zacatecas. Conseguida, en 1837 el pri-
mer gobernador del entonces Departamento mandó formar un “Cuadro Es-
tadístico” que diera razón de la población y los recursos con que se contaba.
Importa destacar que el documento, aunque debía exagerar la bonanza de
todo el Departamento, muestra una imagen que de la ciudad conservaba en
la mente la élite en estas primeras décadas del siglo xix. Había al menos un
dejo de complacencia por la urbe que se tenía; las calles estaban bien empe-
dradas e iluminadas, los edificios públicos parecían bellos, existían sitios de
recreo público (los baños termales) y había huertas y talleres en abundancia
que daban trabajo y sustento a una población sana y pacífica.71
Sin olvidar las razones que provocaban esta idealización, se debe enfatizar
la conformidad que se sentía entonces por esa ciudad típicamente colonial, de
calles chuecas y casi nunca tan bien empedradas como se pretendía, de arro-
yos y acequias que la cruzaban por todos sus puntos y de iglesias que eran
las referencias centrales, las que definían el paisaje urbano y las que seguían
llenando de orgullo a la mayor parte de sus pobladores.
La conformidad, no obstante, no tenía sentido de pasividad, pues está claro
que había también deseos de ampliar el desarrollo comercial y de mejorar la
ciudad; prueba de ello son, por ejemplo, la creación, por parte del gobernador
Flores Alatorre en 1837, de cuatro comisiones de vecinos para mejorar los
ramos de la Industria y el Comercio, las Ciencias y las Artes, el de Agricul-
tura, y el de Policía y Ornato, o la construcción seis años antes del jardín de
San Marcos, concebido con cierta precocidad para “el engrandecimiento de
la ciudad” y para “proporcionar un paseo para el regalo de sus habitantes”.72
Aunque hubo proyectos exitosos, como el del jardín de San Marcos, o el de
la construcción de un Parián en 1828 —con el cual se fortaleció poco a poco
la categoría de Aguascalientes como ciudad rectora y punto de distribución
de la producción de un radio regional intermedio—, en general a lo largo de
buena parte del siglo xix se tropezó con múltiples dificultades que no permi-
tían que los anhelos se concretaran.
De la complacencia y la conformidad se transitó en los años de la Reforma
liberal a una imagen crítica de la ciudad colonial. Aunque falta ahondar en las

71
 Gómez, Creación, 1994, pp. 40-43.
72
 Gómez, Mercaderes, 1985, pp. 30-31.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  509

particularidades del caso de Aguascalientes, en ciudades como Guadalajara,


Morelia y desde luego la ciudad de México el ataque reformista contra la
propiedad eclesiástica tuvo implicaciones profundas en la distribución de la
propiedad del suelo, en el aprovechamiento civil de viejos edificios religiosos,
pero, sobre todo, en la destrucción de una buena parte de construcciones de
la iglesia católica que en otro tiempo habían sido el orgullo de las elites, el
mejor destino para invertir excedentes de sus fortunas; y una generación
después no eran más que el símbolo de todo lo que se combatía: los privile-
gios de la iglesia, el fanatismo, la opresión colonial, lo caduco.73
Lo cierto es que fue especialmente en la década de 1870 cuando empeza-
ron a asentarse y a converger ciertos procesos y a darse ciertas condiciones
que contribuyeron decisivamente a empujar cambios en la ciudad, pero, antes
y principalmente a estimular variantes en la forma en que era vista la ciudad
por sus élites. De esa perspectiva por la que se había transitado desde finales
del siglo xviii —a medio camino entre la complacencia, la conformidad, el
interés por mejorarla y el impulso a la destrucción de algunos símbolos—,
la imagen se fue disolviendo hasta mutar en una de franca vergüenza en la
segunda mitad del siglo xix; los ojos de muchos políticos y otros individuos
fueron enfocando de forma diferente lo que veían en la ciudad, conforme
iban asimilando e integrando ideales que, provenientes de diferentes tiem-
pos y lugares, flotaban no sólo por todo el país sino por todos los países
latinoamericanos:74 la confianza en la razón y en la organización y mejora-
miento de la ilustración; los principios del liberalismo; el ideal de construc-
ción nacional; los gustos burgueses; el desarrollo económico y social y la
modernización en general que pretendía tomar como ejemplos los procesos
experimentados en algunos países europeos y en Estados Unidos.
Así, la ciudad empezó a parecer fea, vieja, insalubre, atrasada. Para uno
de los mejores representantes de la élite profesionista de la ciudad de las
últimas décadas del siglo xix, cultivado en los postulados del positivismo,
promotor de la educación y de la ciencia, políglota y médico de fuste; la vista
que presentaba la urbe le parecía demasiado atrasada. Si bien no se tenía “un
aspecto marcado de antigüedad, como se observa en muchas poblaciones del
interior”, las casas —decía—“revelan toda la solidez, monotonía y severa

73
  Ribera, “Imagen”, p. 208.
74
  Véase por ejemplo Romero, Latinoamérica, 1999, p. 330.
510  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

rudeza que caracteriza a la mayoría de las construcciones de edificios domés-


ticos en la época colonial”; las fachadas le parecían caprichosas y sin unifor-
midad, revelando “que los habitantes no se cuidan muchas veces de atender a
la estética general de la población”.75
Pero la inconformidad por la ciudad colonial no sólo era por su asociación
con lo viejo y lo religioso; había además ciertas imágenes que se nutrían
de influencias diversas y que conformaban una serie de proyectos sociales y
urbanos para modificar la ciudad heredada. De pronto aparecieron ante sus
ojos las acequias y los arroyos como focos de infección y lugares socorridos
por muchos habitantes para usos “insalubres” e “inmorales”.76 Para Eduardo
J. Correa, novelista y también buen modelo de la élite, las escenas de las ace-
quias convertidas en baños y en lavaderos le parecían —palabras de uno de
sus personajes— “un espectáculo desagradable”.77 A Jesús Díaz de León —el
médico que se cita un párrafo atrás— no le llamaba del todo la atención esa
práctica, pues estaba acostumbrado a presenciarla desde niño, pero no dejaba
de sentir cierto pudor y “alguna repulsión”, sobre todo por la mala imagen
que los bañistas causarían al público y particularmente a los extranjeros.78
Esa insatisfacción creciente, junto con muy diversas condiciones externas,
permitieron ejecutar, con diferentes grados de éxito, proyectos ambiciosos
de higiene, orden, embellecimiento, legitimación, especulación inmobiliaria e
introducción de servicios públicos modernos a la ciudad.
Una cierta bonanza económica a finales del siglo xix y principios del xx
permitió llevar a la práctica muchos de esos proyectos, que ejecutados con
diferente grado de éxito avanzaron hacia: 1) la afinación de las divisiones
administrativas para controlar a la población; 2) la imposición de nomencla-
turas a las calles y colocación de monumentos conmemorativos de héroes
y acontecimientos claves para legitimar a la nación y a su gobierno; 3) la
construcción de casas y colonias a la altura de las ambiciones y anhelos de su
elite; 4) el impulsó al combate de la insalubridad, edificándose a las afueras
de la urbe sitios que por su naturaleza les eran incómodos pero necesarios:
un hospital, un rastro, los cementerios; 5) la instalación de servicios públicos

75
  Díaz de León, “Apuntes”, 1892, p. 189.
76
  El Observador, 16 de febrero de 1907, núm. 23, 2ª época.
77
 Correa, Viaje, 1992, pp. 182-183.
78
  Díaz de León, “Apuntes”, 1892, p. 221.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  511

modernos que cubrían viejas necesidades con nuevas herramientas: abasto


de agua por tubería de fierro, iluminación pública y privada por electricidad,
drenaje, pavimentación, etcétera, todo en un esquema de red; 6) la expansión
de la ciudad con trazos reticulares que seguían diseños modernos; 7) el mejo-
ramiento de la imagen y funcionalidad del centro como el lugar de conviven-
cia y comercio burgués y 8) la incorporación de grandes fábricas.79
Tal vez por primera vez, en algunos de estos proyectos no hubo consenso,
una élite acaso menos homogénea dio lugar al disenso y a la crítica abierta,
a la discusión de propuestas alternativas, de ideas de ciudad distintas. Fue
el caso particular de la promoción de los servicios públicos de alumbrado,
agua, drenaje y pavimentación, que la administración del gobernador Ale-
jandro Vázquez del Mercado, en combinación con grandes empresas que se
extendieron por todo el país, quiso desarrollar mediante la contratación de
empréstitos y la expedición de concesiones en términos notoriamente desfa-
vorables para el Estado.80 Más que al proyecto, las voces críticas se oponían
al método (a la intervención de empresas y autoridades ajenas a la ciudad),
pues las alternativas ofrecidas se distinguían por formas más eficaces y eco-
nómicas de brindar los mismos servicios, bajo la misma pretensión de que
estuvieran “a la altura del progreso actual de esta capital”.81
Como quiera, el estallido del movimiento revolucionario significó un golpe
muy duro para buena parte de los sectores económicos del país y frenó signi-
ficativamente la ejecución de los proyectos. Respecto a los servicios públicos
en Aguascalientes, las obras de pavimentación proyectadas debieron espe-
rar un primer impulso hasta la tercera década del siglo xx y uno más serio
hasta los años de 1940. El servicio de agua potable por tubería creció muy
lentamente, lo mismo que el de alumbrado, que estuvieron permanentemen-
te a merced de caprichos y deficiencias de la empresa de electricidad que
generaba la fuerza para bombear el agua y para iluminar las calles de la
ciudad.
La inestabilidad política y económica general, y en el caso local eventos
como la salida de la ciudad de la Fundición Central (que de paso precipitó el

79
  Véase Martínez, Cambio, 2009.
80
  ahea, sg, documentos varios, 1905-1911.
81
  “Aguascalientes: Estado que se arruina”, en Temis, agosto de 1910 a enero de 1911, reportaje en 18
partes. “Entrevista con Enrique Sandoval”; El Clarín, 2 de marzo de 1912, núm. 186.
512  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

fin del servicio de tranvías, cuya ruta a la metalúrgica era una de sus princi-
pales fuentes de ingreso), hicieron que objetiva y subjetivamente la ciudad
de 1930 se pareciera más a la de 1880 que a la de 1910, que apareciera en un
estado de postración que casi hacía olvidar los cambios que unos años antes
se habían sucedido. El protagonista de la novela El precio de la dicha, Federico
Méndez, encontró una imagen de “estancamiento deplorable” al llegar a ella
en 1929, después de más de 20 años de haber vivido fuera: “… todo casi igual.
Casi un cuarto de siglo corrido inútil, estérilmente…”.82
Aunque en los años 20 y 30 del siglo xx ocurrieron muchos hechos y pro-
cesos que podrían haberla desmentido, la imagen de estancamiento era más
o menos compartida por propios y extraños, especialmente por los artistas
y profesionistas que, como el autor de la novela citada, guardaban nostal-
gia de la ciudad de su infancia y habían enriquecido sus imágenes urbanas
con viajes y nuevas experiencias. Algunos censuraban, lamentaban o sim-
plemente ironizaban con la percepción que tenían de la ciudad. El escritor
Enrique Fernández Ledesma, por ejemplo, celebraba “el arraigo comarcano”,
“el genio de la provincia” que se defendía de “civilizaciones yanquizantes y
quintaesencias snobistas”, pero también se burlaba del candor provinciano
que hacía llamar boulevard a la avenida Madero, con sus “palacetes, fuentes,
camellones, candelabros” y comercios.83
Los recuerdos de Antonio Acevedo Escobedo sobre la urbe de 1920, la de
su adolescencia, eran de una ciudad discreta, humilde en sus casas y edifi-
cios, en la que sus jóvenes “no tuvimos otro punto de referencia respecto del
progreso de nuestra ciudad sino el muy chabacano de (…) aquel parpadeo
nocturno de algo así como quince anuncios luminosos en la calle de Juá-
rez”, que les permitían pensar que “en Aguascalientes ya se podrían filmar
películas”.84
De la imagen inocente, del franco desencanto por el atraso, por la ciudad
“larga, larga, recoleta y achaparrada”, o de la nostalgia por los tiempos idos
en que se promovían obras y el progreso era la divisa, los años cuarenta y
cincuenta trajeron aires de renovación, pero principalmente, proyectos reci-
clados; ciertas iniciativas de sustitución de la imagen urbana, planes ambi-

82
 Correa, Precio, 1929, t. i, p. 115.
83
  Fernández, “Aguascalientes”, en Acevedo, Letras, 1981, pp. 231-232.
84
  Acevedo, “Calles”, en Letras, 1981, pp. 39-41.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  513

ciosos, pero obras modestas y discretas discusiones e ideas alternativas para


la construcción de la ciudad.
La idea perseguida, que tal vez nunca se había perdido, era la de la ciu-
dad de progreso. Para la élite política y los “hombres de negocios” la ciudad
en los cuarenta tenía carencias porque requería más industrias. Sus quejas
permanentes y sus esporádicos anuncios de “impulso decidido” para formar
“grandes zonas industriales” alrededor de la ciudad,85 encontraron muchos
obstáculos; energía eléctrica insuficiente, poco apoyo gubernamental, desor-
ganización, pero por años, el discurso permaneció inalterable. La solución, la
llave del progreso, estaba, como habían sostenido desde la segunda mitad del
siglo xix, en la industrialización.
Como la de la industrialización, la élite tenía otros proyectos, otras imá-
genes, a menudo desarticuladas, poco novedosas, poco importantes y que
difícilmente podían concretar con un Ayuntamiento sin recursos y con una
ciudad llena de carencias. Con frecuencia, las opiniones que a diario se hacían
públicas en los periódicos no guardaban mayores diferencias con las que se
habían trazado cincuenta o sesenta años atrás: que si se transformaría la
“antigua Alameda” en un “moderno boulevard”, dotado “con artísticos can-
delabros y bancas”; que si se abriría una avenida por el oriente por ser este
el rumbo —en el extremo del candor— hacia donde crecen “las modernas
ciudades”; que si se formaría una Junta Privada de Mejoras Materiales; que si
se haría del viejo Parián un moderno edificio de comercio con 5 pisos; o si se
pondrían en orden los mercados, poderosos “focos de infecciones”.86
La imagen pública urbana encontró una de sus modestas renovaciones de
los años cuarenta con las reformas a la Plaza Principal, inauguradas en 1948,
que incluyeron la destrucción del viejo kiosko porfiriano y la construcción en
su lugar de una exedra de cantera, pensada para el embellecimiento y para
formar en ella un teatro al aire libre “para que el público pueda presenciar
diferentes actos cívicos”.87
No por ello deberían ignorarse los esfuerzos, mucho mejor logrados, por
la renovación de la imagen urbana a partir de las viviendas y edificios priva-

85
  El Sol del Centro, 24 de febrero de 1946.
86
  El Sol del Centro, 8 de enero de 1946; El Sol del Centro, 21 de febrero de 1946; El Sol del Centro, 24 de
febrero de 1946; El Sol del Centro, 9 de noviembre de 1946; El Sol del Centro, 21 de mayo de 1946.
87
  El Sol del Centro, 11 de septiembre de1947; El Sol del Centro, 3 de octubre de 1948.
514  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

dos. Fueron estos años decisivos en la demolición de viejas casas, donde se


combinaron las mejores condiciones económicas generales y la consolida-
ción de integrantes de la élite con un nuevo perfil que las hacía avergonzarse
francamente del aire provinciano y colonial que conservaban sus casas y las
impulsaba a sustituirlas con modelos arquitectónicos modernos.
Ideas más novedosas parecen empezar a nutrir los imaginarios de ciudad
pensados y promovidos en los años cincuenta. La fortalecida élite económica
y política se unió para conformar un fraccionamiento de habitaciones exclu-
sivas y un Club Campestre,88 que dejó atrás el viejo edificio porfiriano usado
para la socialización de sus miembros y añadió instalaciones deportivas, al
norte de la ciudad, alejadas de las zonas deportivas del oriente que habían
tomado forma dos décadas atrás por la promoción de autoridades militares y
de los talleres del ferrocarril.
Aunque lo moderno, lo urbano y la confianza en el desarrollo y en la dis-
ponibilidad de recursos naturales fueron por estas décadas valores práctica-
mente indiscutibles,89 dos conciencias distintas (sistemáticas hasta 1980) se
asomaron de forma discreta, pero simbólicamente importante, en la compo-
sición polifónica de los valores y gustos discutidos que se fue reforzando.
En mayo de 1958, una nota periodística alertaba sobre la destrucción del
barrio del Encino, “aquel rincón provinciano, en donde se han incrustado
casas de las llamadas “modernas” que desvirtúan el espíritu del barrio”.90
Solicitaban una ley y llamaban a los vecinos a formar un comité para sal-
vaguardar “muchas casonas de aspecto colonial” y evitar que se perdiera en
la ciudad “uno de sus barrios más pintorescos y castizos”. Teniendo como
referencia las leyes de conservación de monumentos aplicadas por entonces
en Zacatecas, Guanajuato y Querétaro, “entidades con mayor cuidado a su
tradición y al pasado”, figuras respetadas de la sociedad, como el cronista
Alejandro Topete o el arquitecto Humberto León Quezada secundaron la
propuesta para restaurar el barrio, empedrarlo y evitar la construcción de
nuevas casas que “desentonan con el aspecto peculiar de ese rumbo”. Lejos

88
  “Hoy será la inauguración del Club Campestre local”, El Heraldo, 8 de abril de 1956. “Inauguraron
la primera meta del campo de golf…”, El Heraldo, 25 de junio de 1956.
89
  Rodríguez, “Urbanización”, 2007, pp. 107-120.
90
  El Heraldo, 26 y 27 de mayo de 1958; “La piqueta no debe demoler más casas”, El Heraldo, 4 de
junio de 1958.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  515

de detenerse, la alteración de la zona arreció con el paso de los años, cuando


fue tomada literalmente por la empresa J. M. Romo, que construyó su planta
industrial en predios comprados por todos los puntos del barrio.91
Otras voces alternativas comenzaron también a llamar la atención con
argumentos pobres o medianamente elaborados sobre el cuidado medioam-
biental. La construcción de la avenida oriente-poniente desató innumerables
controversias. Por casi una década, desde que se anunciaron los planes hasta
su materialización, fue constante la oposición de los propietarios a los que
se les expropiarían terrenos para trazar la avenida. El asunto fue tomado
como bandera de otros inconformes con el gobernador Luis Ortega Douglas
(1956-1962), incluyendo a un diario local que orquestó una gran campaña de
desprestigio al gobernante y oposición a su acción.92
El profesor Jesús Aguilera Palomino firmó en julio de 1950 un artículo pe-
riodístico en el que se quejaba de que la obra —como muchas otras, decía— se
había aprobado “sin considerar a opositores y otras opiniones”, pues, lamen-
taba, “sólo importan las ideas de los altos mandos”. Según él, “el pueblo” no
se oponía a la obra, pero sí a que “no pasa por el centro de la ciudad, no es
recta, no embellecerá (…) no sigue exactamente el curso del arroyo”, y aún
más, a que “al construir esta avenida se destruirá una importante zona ar-
bórea y al no tener este importante pulmón crecerá la contaminación, habrá
más erosión, menos lluvia y afectará al clima y a futuras generaciones…”.93
Sin lucha de por medio, también en los 50 se definió el crecimiento hori-
zontal de la ciudad, cuando por falta de recursos económicos o voluntad se
apagaron dos o tres iniciativas por adoptar el modelo de viviendas multifami-
liares que en la ciudad de México y en otras habían encontrado mejor eco.94
La voz de los sectores populares —siempre presentes en la modelación y
construcción de la ciudad— había encontrado hasta entonces canales mo-
destos para discutir sus opiniones sobre la ciudad. Lo había hecho por ejem-

91
  La fábrica fue inaugurada en septiembre de 1937 y hacia 1947 ocupaba 5000 metros cuadrados. En
1988 Marco Sifuentes calculó la extensión en 85,000 m2, 13.5% del total de la superficie del barrio del
Encino, aunque Alejandro Acosta ha contabilizado 26,568 m2 en tres manzanas. El Sol del Centro, 26 de
julio de 1947; Sifuentes, “Meditación sobre ruinas. Uso y abuso del barrio de Triana”, Aguascalientes,
1994, pp. 97-103; Acosta, Centro, 2007, p. 74-75.
92
 Luévano, Prensa, 2011, p. 265.
93
  El Sol del Centro, 18 de julio de 1950.
94
  El Heraldo, 12 de junio de 1955; De Garay, Mario, 2000, pp. 71-107.
516  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

plo para solicitar alumbrado público en sus calles o exigir un remedio a la


carestía de agua, de manera más organizada desde la década de 1930.95 Su
otra gran demanda fue mucho tiempo la de una ciudad que le proporcionara
un lugar para vivir, una casa. El problema se fue agravando casi a todo lo
largo del siglo xx (como en todo el país, donde las ciudades crecieron más
rápido que la atención que las autoridades pudieron o quisieron dispensarle),
trató de ser canalizado en algunos momentos por la vía institucional a través
de las redes clientelares que conducían al pri (líderes de colonias-cnop-pri-
gobierno), pero encontró su mejor salida por fuera de la ley, en la invasión de
terrenos ejidales; primero en 1975 en las laderas de la Presa de los Gringos
(después Colonia Progreso), y principalmente en el ejido La Huerta (después
Colonia Insurgentes), donde el Partido Socialista de los Trabajadores lideró
—como en casi dos decenas de ciudades en el país— la toma de tierras por
parte de cientos de familias hacinadas en viejas vecindades.96
Como en esas ocasiones, el ideal de ciudad tampoco coincidió entre las
autoridades políticas y otros sectores de la población, en este caso de perfil
universitario, cuando en los años ochenta el discurso y las acciones se enca-
minaron hacia una atracción de capitales industriales trasnacionales. Entre
1984 y 1989, al menos una decena de autores apoyados en recursos teóricos,
en comparaciones, en el análisis y en la experiencia de la vida cotidiana pu-
sieron en duda o criticaron abiertamente los métodos seguidos para la pro-
moción industrial.
Agrupados en las páginas del suplemento cultural El Unicornio, se consti-
tuyeron, como pocas veces, en voces opuestas a los proyectos ejercidos sobre
la ciudad. No censuraban la industrialización, pero si advertían de sus efectos
si no se aplicaban las medidas preventivas necesarias para evitar el deterioro
ecológico, el crecimiento demográfico desmedido, el aumento de la desigual-
dad social, la oferta de nuevas viviendas con servicios deficientes, la des-
compensación en la producción agropecuaria por la atracción de la fuerza de
trabajo a la ciudad, la sobreexplotación del agua, recurso que de por sí había
sido escaso y mal distribuido.97 No se oponían al crecimiento, pero pugnaban

95
  Delgado, “Evolución”, 2005, pp. 89-99.
96
 Bassols, Política, 1997, pp. 160-184.
97
  Amador, “Industrialización”, en El Unicornio. Suplemento cultural del diario El Sol del Centro, núm. 15,
26 de febrero de 1984. Sifuentes, “Asalto”, en El Unicornio, núm. 113, 12 de enero de 1986.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  517

por su control y canalización, prevenían contra la ilusión “de que todo creci-
miento es bueno; con orgullo vemos nuestra ciudad expandirse, duplicarse,
hincharse”,98 contra la segregación social y contra la especulación de unos
cuantos terratenientes que valorizando sus terrenos aumentaban los precios
también de las rentas, disminuían la densidad de habitantes e incrementaban
las distancias y tiempos de traslado. Reflexionaban en torno al momento de
cambio que vivía la ciudad y a la búsqueda anunciada de “modernización”,99
contrastándola con los indicadores económicos de inflación —por arriba de
sus pares regionales— y relacionándola con lo que, decían algunos, eran
pasos drásticamente hacia atrás en la modernización política (por ejemplo, en
una elección reciente se habían abultado las urnas hasta con 50 mil votos).100
Apoyados en la investigación histórica, mostraron efectos negativos de
procesos similares vividos en la ciudad a raíz de la salida 60 años antes de la
Fundición Central;101 y atentos a las noticias diarias, identificaron las graves
contradicciones entre el discurso y los resultados; los excedentes producidos
por la industria no se reinvertían, como se decía, sino que salían del país. El
crecimiento urbano no se controlaba ni se dirigía como contemplaba el Plan
de Desarrollo Urbano, más bien lo contrario, se autorizaban fraccionamien-
tos, se trazaba un tercer anillo de circunvalación, se desalentaban las comu-
nicaciones hacia el oriente de la ciudad (que en el papel debía ser el área de
crecimiento), mientras se alentaba la expansión hacia zonas reservadas por
su calidad agrícola.102 Como era previsible, el proceso continuó, y el paso de
los años confirmó en buena medida los temores.
Paralelamente, con mucha menos oposición, pero contraviniendo igual-
mente los documentos de planeación, alrededor de 1989 propietarios de
terrenos y autoridades decidieron la conurbación. “¿Se entenderá que la mo-
dernización de las ciudades consiste en contar con un área conurbada?”, se
preguntaba un investigador solitario.103 La metropolización, que no es un

98
  Meyer, “Inconvenientes”, en El Unicornio, núm. 156, 9 de noviembre de 1986.
99
  Zalpa, “Industrialización”, en El Unicornio, núm. 30, 10 de junio de 1984. Camacho, “¿Dónde?”, en
El Unicornio, núm. 99, 6 de octubre de 1985. Padilla, “Modernización”, en El Unicornio, núm. 15, 26
de febrero de 1984.
100
  González, “Brindis”, en El Unicornio, núm. 99, 6 de octubre de 1985.
101
  Gómez, “¿Vuelven?”, en El Unicornio, núm. 104, 10 de noviembre de 1985.
102
  Narváez, “Planeación”, en El Unicornio, núm. 297, 9 de julio de 1989.
103
  Idem.
518  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

fenómeno natural e irrefrenable como suponen incluso los “especialistas”, se


inició al autorizar fraccionamientos en una zona intermedia entre la ciudad
y el municipio vecino de Jesús María, y poco después se hizo incluso con San
Francisco de los Romo, población situada a más de 10 kilómetros de los lí-
mites urbanos de Aguascalientes (plano 7). Mucho antes y después, todas las
autoridades gubernamentales han ofrecido en algún momento impulsar una
o varias ciudades medias alternas a la capital, pero en la práctica todos los
esfuerzos y todos los recursos se han encauzado a la centralización.

Plano 7. Ciudad de Aguascalientes, año 2000, en relación con las otras ciudades del
estado y el área de conurbación

Con 537,523 habitantes en el año 2000, a la ciudad de Aguascalientes la seguían muy


de lejos, por tamaño de población en el estado, las de Pabellón de Arteaga (21,974),
Rincón de Romos (20,821) y Calvillo (17,966). La categoría central de la capital
fue reforzada con la conurbación inducida hacia Jesús María y San Francisco de los
Romo. Fuente: Programa, 2001, p. 19.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  519

El rescate y promoción del patrimonio histórico-arquitectónico también


ha desatado debates. En todo el mundo, la conciencia por la preservación se
consolidó tan tarde como en la década de 1980, de modo que desde la distan-
cia ha solido juzgarse ahistóricamente la destrucción de edificios que por su
antigüedad resultaban imprácticos a las nuevas generaciones. Como se vio,
en Aguascalientes hubo voces que dieron su opinión por lo menos desde los
años 50, pero fue hasta 1973 en que el Instituto Nacional de Antropología e
Historia hizo una primera catalogación de 53 construcciones con valor his-
tórico, y en 1990 publicó una declaratoria federal de “zona de monumentos
históricos en la ciudad de Aguascalientes”, en un polígono de 47 hectáreas
que comprendían 30 manzanas.104
A partir de 1989, la conciencia se institucionalizó con programas afines;
primero, desde el gobierno estatal, enganchado en la vieja leyenda de los cua-
tro barrios, se hizo una intervención (tal vez la más importante hasta ahora,
aunque limitada a la imagen y a la cobertura de carencias de servicios) a los
centros de barrios y a fachadas de las casas cercanas en El Encino, San Mar-
cos, Guadalupe, La Salud y la zona de La Estación.105 En el nivel municipal,
desde 1995, todas las administraciones han mantenido esquemas de apoyo
en obra pública a los propietarios de bienes catalogados para su restaura-
ción (“Revive”, “Restaura”, “Renueva”, “Revalora”). Adicionalmente, planes
como el denominado “La Pona-San Marcos” y el Plan Parcial para el Centro
Histórico, publicado en el año 2000, han pretendido avanzar en el rescate
del patrimonio, pero sobre todo, siempre desde visiones parciales y a veces
contradictorias, han representado oportunidades de lucimiento político o de
intentos de promoción turística.
En contraste con la conservación ha estado la destrucción, promovida no
sólo por los particulares, sino por las propias autoridades, y con frecuencia
la prensa, en una idea compartida de “modernización”, ponderación del au-
tomóvil, poco aprecio por el pasado y asociación de la obra pública con la
efectividad de gobierno. Con poca integración, y a veces con una idea vaga o
débilmente trasmitida, diversos grupos se opusieron por ejemplo a la demo-
lición —de parte del gobierno del Estado— de La Jabonera del Centro, un
edificio de arquitectura funcionalista o, en 2001, a la alteración de la traza y

104
 Acosta, Centro, 2007, pp. 190-201.
105
  Aguascalientes, 1991, 222 pp.
520  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

demolición de casas (algunas del siglo xviii y por tanto con valor histórico,
una más del siglo xx, de valor artístico) en dos calles del centro histórico.106
La clausura de los talleres del ferrocarril, que por un siglo funcionaron al
oriente de la ciudad, supuso un reto de preservación de patrimonio industrial
que, cuando fue enfrentado, se hizo con pocos elementos.
La de los últimos años se ha convertido en una ciudad en la que conviven
más visiones, más ideas y discusión. Siguen predominando, de una parte, los
íconos asociados a la idea de progreso y a las viejas vanidades de crecimiento
urbano como signo de cambio y modernidad. Tan sólo en 2010, con la pre-
tensión anunciada de actualizar la infraestructura vial, adaptarla a los tiem-
pos y darle a la ciudad una imagen acorde, el gobierno municipal construyó
6 pasos a desnivel, a los que se sumaron otros con aportaciones del gobierno
federal, con los que se cuentan casi tres decenas de puentes y pasos subterrá-
neos en la urbe en 2012.107 De tiempo atrás, se dijo con candor que la ciudad
contaría con el cuarto centro comercial más grande de América Latina y el
segundo en México.108 Un Distrito Financiero fue promovido también —bo-
rrando de la memoria el primer “central business district” planeado en los
años 70 sobre la avenida Las Américas— y a la fecha quedó limitado a una
ridícula caricatura del proyecto original.109
En la apuesta por la ciudad turística, dominaron en la primera década del
siglo xxi dos proyectos: de una parte, el “Proyecto Estratégico Sur” (pes),
formulado a finales de 2007 para hacer del viejo casco de la hacienda de Pe-
ñuelas (veinte kilómetros al sur de la ciudad, a inmediaciones del aeropuerto)
el centro de un nuevo polo de desarrollo turístico, comercial, de entreteni-
miento, industrial y de vivienda sobre 21,500 hectáreas (algo así como el
doble del área urbanizada actual). Las desavenencias políticas entre el go-
bernador del Estado y el presidente municipal (ambos del Partido Acción
Nacional) llevaron al secretario de vivienda a declarar que el Estado mate-

106
  Molatore, Rodríguez, Reyes, Esparza y Martínez, en Dossier: “El patrimonio histórico-arquitectó-
nico de Aguascalientes a debate”, Conciencia, agosto 2001, pp. 41-60.
107
 “Rebasa Aguas a León”, A.M., León, 15 de febrero de 2010. http://www.am.com. mx/Nota.
aspx?ID=383889
108
  “Hipercentro comercial al norte de la ciudad”, Hidrocálido, 19 de octubre de 2005. Martínez, “Íco-
nos urbanos. Un centro comercial de primer mundo para una ciudad del tercero”, en Página 24, 28 de
noviembre de 2007, p. 3.
109
  Véase por ejemplo “Capital City, elefante blanco”, en Aguas, 23 de marzo de 2012.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  521

rializaría cualquier proyecto sin autorización de la autoridad municipal y sin


importar la contravención de los programas de planeación territorial, un
episodio que por cierto revela las dificultades institucionales que supone la
fortaleza del gobierno estatal sobre los municipios y, de paso, los juegos de
poder al interior de un mismo partido en el camino a una elección política.110
El otro gran proyecto, que sí logró materialización, fue la ampliación de la
zona ferial (ocupado primordialmente en abril y mayo de cada año) que se
desplazó desde su centro tradicional (el jardín de San Marcos) hacia el po-
niente, donde se habilitó un gran corredor, una nueva área recreativa (la isla
San Marcos) y amplias áreas de exposiciones.
Las ideas alternas en el principio de siglo conviven y contrastan con las
anteriores; un grupo cada vez más importante participa, apuesta y exige
espacios para mejorar la movilidad urbana, desincentivando el uso del au-
tomóvil y sustituyéndolo, por ejemplo, por la bicicleta, lo que reviste una
curiosa paradoja ante la otrora ofensa que calificaba a la ciudad como “pueblo
bicicletero”. La diversidad, la conciencia ecológica, la recuperación de espa-
cios verdes y de convivencia, parecen dar pasos más sólidos, aunque desde el
gobierno contrastan los gastos de varios cientos de millones para construir
pasos a desnivel, frente a los pocos cientos de miles para formar ciclovías.
Revisadas en conjunto, las ideas de ciudad en dos siglos mantuvieron con-
tinuidades importantes. No han dejado de ambicionarse los íconos urbanos, a
principios del xix eran las torres altas de las iglesias dominando el horizonte,
y a inicio del xxi son los edificios de oficinas y viviendas de lujo intentando
dar forma al menos a una modesta skyline por el norponiente. En un extremo
y otro del período de estudio fue notoria igualmente la obsesión por las cate-
gorías. En 1821 se consiguió que la vieja villa obtuviera el título de ciudad, y
desde 1989 que alcanzara la jerarquía de zona metropolitana; sin una u otra,
en el imaginario de algunos se denotaba atraso, falta de presencia.
Las críticas a los proyectos ejecutados se hicieron notorias y documenta-
das a inicios del siglo xx y parecen haber cobrado vigor desde 1980, para-
lelamente a los procesos de pluralidad en lo social y democratización en lo
político, aunque el grueso de la población ha compartido por décadas la con-
fianza en los signos del liberalismo económico y la “modernización”: el creci-
miento, la industrialización, lo monumental o espectacular, el movimiento y

110
  Martínez, “¿Qué se oculta en Peñuelas?”, en Página 24, 16 y 17 de julio de 2008, pp. 26-27.
522  C i udad e s p o s c o lo n iale s e n m é xic o

la comodidad, todo, excepto cuando amenaza directamente su posibilidad de


disponer de una vivienda y de servicios a precios razonables.
Las dualidades que han enfrentado las ciudades, particularmente en el
siglo xx, tuvieron casi siempre una inclinación definida en Aguascalientes; la
confianza en la industrialización-urbanización dominó frente a modestas exi-
gencias alternativas; el péndulo osciló hacia la descentralización en el plano
de la distribución del espacio urbano y en el de los recursos y el poder políti-
co (a favor del gobierno municipal, sobre todo desde 1982), pero no en el de
la categoría de la capital, que mantuvo su hegemonía y negó la posibilidad de
ciudades alternas; la apuesta por la renovación casi siempre ha ganado a la
defensa del patrimonio histórico; el crecimiento horizontal se impuso frente
a la opción de la construcción vertical; el privilegio del transporte privado
frente a deficientes opciones de transporte público y, casi al final del siglo, la
concesión a una empresa privada del servicio de agua dio inicio a un nuevo
ciclo del modelo, que sustituyó al de la prestación pública de los servicios que
en el país se fue imponiendo desde el nivel federal en la década de 1930.111
En la presentación al Programa de Desarrollo Urbano publicado en 2001,
el presidente municipal en turno escribió: “muy pocas ciudades del país pue-
den decir con orgullo, como es el caso de la nuestra, que han tenido un creci-
miento razonablemente equilibrado”.112 La idea, notoriamente complaciente,
es similar a la que pudo haber doscientos años atrás, aunque en el cambio de
siglo la ciudad sea otra y sus problemas cada vez mayores y complejos.

111
  Birrichaga, “Empresas”, 1998, pp. 223-225.
112
  Luis Armando Reynoso Femat, Presidente Municipal de Aguascalientes (1999-2001), “Presenta-
ción”, en Programa, 2001, p. 9.
I m a g i na r i o s y p roy e c t o s u r b a n o s  523

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