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Discípulo dilecto del sociólogo vienés Alfred Schutz, continuó su obra y heredó de él su interés
por el estudio de la vida cotidiana y el sentido común, dos pilares básicos de su teoría, que
elaboró en los años 50 con Peter Berger y que ambos publicaron en los 60 bajo el título La
construcción social de la realidad, desde entonces una obra clásica de la sociología
contemporánea. Allí sostiene —con la fenomenología como fundamento de sus indagaciones—
que la realidad humana es construida socialmente y que corresponde a la sociología del
conocimiento estudiar esos procesos. A los 78 años, Thomas Luckmann visitó la Argentina,
donde recientemente la Universidad de Buenos Aires lo distinguió con el título de Doctor
Honoris Causa. Durante su estadía en Buenos Aires, el sociólogo también disertó sobre
"Condiciones estructurales en la construcción de la identidad personal", en un coloquio
internacional que —auspiciado por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, la Universidad
alemana de Konstanz y el Instituto Goethe— lo tuvo como invitado especial junto con el
antropólogo Néstor García Canclini. En diálogo con la revista Ñ, señaló que actualmente no se
siente influenciado por ningún sociólogo y explicó por qué las instituciones se encuentran en un
estado de crisis permanente.
- —¿Por qué considera que sentido común y vida cotidiana son dos elementos
fundamentales de la sociología?
- —La familia tradicional burguesa —que nace en el siglo XIX y debe ser distinguida de la
familia en los ámbitos rurales, donde se tenían muchísimos hijos— entra en crisis en el siglo
XX, apenas constituida. Mi propia historia familiar es un ejemplo de esto: mi abuelo tuvo
doce hijos, yo fui uno de tres hijos y tengo tres hijas, que tienen un hijo cada una. Es decir
que en una misma línea familiar hubo cambios radicales, a pesar de la continuidad.
- —¿Una crisis puede llevar a la caducidad de una institución o las crisis son
inherentes a las instituciones?
- —Si las instituciones son percibidas como realidades objetivas, entonces una
crisis institucional tiene un alcance enorme: supone una crisis en los modos que
las personas tienen de comprender el mundo…
- —Para muchos sí. Igualmente hay excepciones. Hay muchos virtuosos del relativismo,
para los cuales las crisis institucionales no significan una crisis del pensamiento. De hecho,
si nos manejamos dentro de los parámetros cotidianos, la crisis de las instituciones va a
traer una crisis cognoscitiva en el individuo, porque cualquier persona necesita cierta
certeza o seguridad, en el sentido de saber que mañana no va a ser radicalmente distinto
de hoy, o que podemos confiar en el prójimo. Y esto tiene que ver con algo innato. Ahora
bien, si vamos a casos extremos, los campos de concentración son un ejemplo radical de
algo que rompe con lo cotidiano. Otro caso extremo fue la caída del Muro de Berlín.
- —Sí. Todavía hoy en Alemania del Este hay una cierta nostalgia de lo que fue, que en
Alemania se llama "Ostalgie" ("Osten" significa "este"), nostalgia del este; hasta existe un
término para nombrarla. Si pensamos en ese modelo, las instituciones políticas y la
economía estaban en crisis, y por eso caen. Pero si pensamos en la vida cotidiana de las
personas, si bien muchos no estaban de acuerdo con el sistema o no eran del todo felices,
sí estaban acostumbrados: las crisis de las instituciones desorientan mucho a las personas.
El sistema de salud, por ejemplo, estaba en decadencia. Cuando cae la República
Democrática Alemana (RDA), la República Federal (Alemania Occidental) estaba ahí para
adoptarla y cubrir el sistema de salud. Sin embargo, ya no existe tanta certeza respecto del
trabajo, de lo laboral. Ahora bien, si tomamos el ejemplo de la URSS, allí existía un sistema
de salud seguro. Cuando cae la URSS, no hay quien se haga cargo; hoy Rusia no tiene
ninguna República Federal Alemana que vaya a rescatarla. Y la gente sufre en carne propia
esta decadencia. Son ejemplos de cómo las crisis de las instituciones se relacionan con el
sentido común y la vida cotidiana. En EE.UU., la igualdad de derechos de homosexuales y
lesbianas es una discusión que no sólo pone en crisis a la institución tradicional de la familia
sino al derecho: el derecho a la seguridad social, el derecho constitucional, el derecho de
adopción, incluso el derecho sucesorio.
- —Más bien diría que la fenomenología es la base de la sociología del conocimiento. Esto se
relaciona directamente con mi trabajo "Filosofía, ciencia y vida cotidiana", un artículo que
es casi tan antiguo como el libro, en el que sostengo que la fenomenología es una de las
bases de la sociología, pero no es una ciencia en sí misma, no es una ciencia empírica. El
libro en sí no es una teoría del conocimiento, sino una teoría de la realidad social.
- —Ningún sociólogo. En estos años me he visto mucho más influenciado por la historia y
por la biología, sobre todo por la primatología y la humanología. Justamente a través de
Plessner: él era originariamente biólogo.
- —En "El orden moral de las sociedades modernas" sostiene que existe una
fuente universal de moralidad en la condición humana. ¿Cuál es esa fuente?
- —¿Puede una sociedad sobrevivir —en contra de lo que dijo Durkheim— sin la
fuerza integradora de un código moral?
- —Sí, de hecho hay muchos ejemplos empíricos que apoyan esto. Durkheim sostenía que
existía una única moral, y es contra eso que me rebelo. Si pensamos en Alemania, Francia,
Inglaterra, EE.UU., tal vez la Argentina —no lo sé— tienen un sistema de leyes que regula
en forma negativa el comportamiento de la sociedad, pero que sin embargo funciona.
Aunque sea mínimamente, estas sociedades modernas tienen un sistema económico y un
sistema político que funcionan. Por eso creo que no es necesaria una moral única y
específica para la regulación de la sociedad.
- —Hablo de "moralidades" porque no creo que exista una única gramática de la moral.
Creo que cada sociedad construye su moral porque cada uno cultiva su propio jardín, por
decirlo de alguna manera. Sí estoy seguro de que existe una especie de paraguas de la
moral, una moral general, que es pluralista y relativista, y que carece de contenidos. Es una
moral de la tolerancia, más bien, que cae o caduca frente a sistemas fundamentalistas o
intolerantes como el Islam.