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Revista Ñ Sábado 23 de abril de 2005

ENTREVISTA: THOMAS LUCKMANN


La crisis como estado natural
Autor del clásico "La construcción social de la realidad", ahora reeditado en la
Argentina, en esta entrevista exclusiva el sociólogo reflexiona sobre la crisis como un
trance normal de las instituciones de Roma a hoy, y explica por qué el sentido común y
la vida cotidiana se han convertido en herramientas esenciales de la sociología.
CECILIA FUMAGALLI.

Discípulo dilecto del sociólogo vienés Alfred Schutz, continuó su obra y heredó de él su interés
por el estudio de la vida cotidiana y el sentido común, dos pilares básicos de su teoría, que
elaboró en los años 50 con Peter Berger y que ambos publicaron en los 60 bajo el título La
construcción social de la realidad, desde entonces una obra clásica de la sociología
contemporánea. Allí sostiene —con la fenomenología como fundamento de sus indagaciones—
que la realidad humana es construida socialmente y que corresponde a la sociología del
conocimiento estudiar esos procesos. A los 78 años, Thomas Luckmann visitó la Argentina,
donde recientemente la Universidad de Buenos Aires lo distinguió con el título de Doctor
Honoris Causa. Durante su estadía en Buenos Aires, el sociólogo también disertó sobre
"Condiciones estructurales en la construcción de la identidad personal", en un coloquio
internacional que —auspiciado por la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, la Universidad
alemana de Konstanz y el Instituto Goethe— lo tuvo como invitado especial junto con el
antropólogo Néstor García Canclini. En diálogo con la revista Ñ, señaló que actualmente no se
siente influenciado por ningún sociólogo y explicó por qué las instituciones se encuentran en un
estado de crisis permanente.

- —¿Por qué considera que sentido común y vida cotidiana son dos elementos
fundamentales de la sociología?

- —Porque son, de hecho, los elementos fundamentales de tu realidad, de la mía, de la de


George W. Bush, de la realidad de la guerra de Irak. Constituyen todo aquello que hacemos
y pensamos. Y aclaro que con "vida cotidiana" no hablamos sólo de rutina, sino también de
guerra, de revolución, de violencia.

- —Usted afirma que la institucionalización es necesaria para la implementación de


un orden social. ¿Cómo explica la crisis de las instituciones que vive Occidente
desde la caída del Muro de Berlín?

- —Porque las instituciones están en crisis permanente. No existe ningún período en la


historia de la humanidad en el cual no lo hayan estado. Podemos remontarnos a la crisis de
la República romana. De la antigüedad romana en adelante hubo una crisis atrás de la otra.
Ni siquiera la conocida Pax Romana fue un período de paz. También las instituciones de la
Edad Media europea estuvieron plagadas de crisis. Incluso la Iglesia católica: en el siglo
XVIII, con la Ilustración, la Revolución Francesa, la Guerra de los Siete Años; antes, la
Revolución Industrial; luego, la revolución del proletariado. Porque, de hecho, las
instituciones están para regular la vida. Y la vida lleva a las instituciones a la crisis. Hay
crisis más radicales y otras más relativas. La crisis argentina, por ejemplo, es bastante
relativa. De hecho, la institución que más intenta estabilizar la sociedad es la ley. Y sin
embargo es la institución que más en crisis se encuentra constantemente. Tanto el derecho
constitucional como el derecho civil en el capitalismo están en crisis; y el derecho en el
marco del comunismo fue una farsa. - —En el plano de la vida cotidiana instituciones
tradicionales como la familia también están en crisis.

- —La familia tradicional burguesa —que nace en el siglo XIX y debe ser distinguida de la
familia en los ámbitos rurales, donde se tenían muchísimos hijos— entra en crisis en el siglo
XX, apenas constituida. Mi propia historia familiar es un ejemplo de esto: mi abuelo tuvo
doce hijos, yo fui uno de tres hijos y tengo tres hijas, que tienen un hijo cada una. Es decir
que en una misma línea familiar hubo cambios radicales, a pesar de la continuidad.

- —¿Una crisis puede llevar a la caducidad de una institución o las crisis son
inherentes a las instituciones?

- —Depende. Incluso la forma más tradicional de la familia, en el marco de la Iglesia


católica ha sufrido grandes transformaciones. Tomemos el caso de Italia, para mencionar
un ejemplo de la ortodoxia del catolicismo. Hoy por hoy, la familia en Italia, típicamente
muy tradicional, no está destruida. No ha caducado, aunque sí registra altas tasas de
divorcio, y la tasa de natalidad es cada vez menor. Sucede lo mismo en Alemania y en
España. Las causas fundamentales de esas transformaciones son estructurales y tienen que
ver con la economía, con el rol de la mujer en la familia, y con la secularización y cierta
pérdida de autoridad de la Iglesia durante el siglo XX: el núcleo de católicos que todavía
hoy vive bajo las normas sexuales o morales de la Iglesia católica es muy reducido, sobre
todo en Europa y EE.UU.

- —Si las instituciones son percibidas como realidades objetivas, entonces una
crisis institucional tiene un alcance enorme: supone una crisis en los modos que
las personas tienen de comprender el mundo…

- —Para muchos sí. Igualmente hay excepciones. Hay muchos virtuosos del relativismo,
para los cuales las crisis institucionales no significan una crisis del pensamiento. De hecho,
si nos manejamos dentro de los parámetros cotidianos, la crisis de las instituciones va a
traer una crisis cognoscitiva en el individuo, porque cualquier persona necesita cierta
certeza o seguridad, en el sentido de saber que mañana no va a ser radicalmente distinto
de hoy, o que podemos confiar en el prójimo. Y esto tiene que ver con algo innato. Ahora
bien, si vamos a casos extremos, los campos de concentración son un ejemplo radical de
algo que rompe con lo cotidiano. Otro caso extremo fue la caída del Muro de Berlín.

- —El impacto de ese cambio es el tema de la película "Goodbye Lenin", de


Wolfgang Becker.

- —Sí. Todavía hoy en Alemania del Este hay una cierta nostalgia de lo que fue, que en
Alemania se llama "Ostalgie" ("Osten" significa "este"), nostalgia del este; hasta existe un
término para nombrarla. Si pensamos en ese modelo, las instituciones políticas y la
economía estaban en crisis, y por eso caen. Pero si pensamos en la vida cotidiana de las
personas, si bien muchos no estaban de acuerdo con el sistema o no eran del todo felices,
sí estaban acostumbrados: las crisis de las instituciones desorientan mucho a las personas.
El sistema de salud, por ejemplo, estaba en decadencia. Cuando cae la República
Democrática Alemana (RDA), la República Federal (Alemania Occidental) estaba ahí para
adoptarla y cubrir el sistema de salud. Sin embargo, ya no existe tanta certeza respecto del
trabajo, de lo laboral. Ahora bien, si tomamos el ejemplo de la URSS, allí existía un sistema
de salud seguro. Cuando cae la URSS, no hay quien se haga cargo; hoy Rusia no tiene
ninguna República Federal Alemana que vaya a rescatarla. Y la gente sufre en carne propia
esta decadencia. Son ejemplos de cómo las crisis de las instituciones se relacionan con el
sentido común y la vida cotidiana. En EE.UU., la igualdad de derechos de homosexuales y
lesbianas es una discusión que no sólo pone en crisis a la institución tradicional de la familia
sino al derecho: el derecho a la seguridad social, el derecho constitucional, el derecho de
adopción, incluso el derecho sucesorio.

- —¿Cómo se legitima un nuevo orden social en el contexto de una crisis


institucional radical?
- —Es muy complejo. En principio, es extraño que un orden social caiga por completo, en
todos sus aspectos. Tomemos el ejemplo del Imperio Romano, donde las instituciones de la
economía y la política estaban fortalecidas y tenían una importante posición en la sociedad.
Si bien dije que incluso durante el Imperio Romano las instituciones estaban en crisis, estas
instituciones —el transporte, el correo, la pequeña industria— funcionaban. Cuando cae el
Imperio, sobre todo después de Teodosio o Constantino, caen las instituciones de la
economía y las de la política, pero una sobrevive y se fortalece (muchas veces a fuerza de
violencia): la Iglesia. Y alrededor de ella se genera un nuevo orden social, que es la Edad
Media feudal, también plagada de crisis. Otro ejemplo es el caso de los EE.UU.: cómo las
trece colonias se independizan y estamos hoy frente a una república parlamentaria. No hay
fórmulas preestablecidas acerca de cómo se legitima un nuevo orden social. La legitimación
puede lograrse por la fuerza o a través del consenso, como ocurrió en la India con Gandhi.

- —Pasaron cuarenta años de la publicación de "La construcción social de la


realidad". ¿Reconoce las mismas influencias?

- —Sí, la primera edición es de 1966, aunque lo escribimos en 1956. En principio, ni yo ni


Peter Berger diríamos que conceptualmente algo haya cambiado respecto del libro.
Estuvimos influenciados claramente por Alfred Schutz, Edmund Husserl, la antropología de
Karl Marx, Emile Durkheim, pero sobre todo por Max Weber. Porque nosotros no somos ni
marxistas ni durkheimianos. Además nos vimos muy influenciados por la filosofía
antropológica de Helmut Plessner, que es de una generación bastante anterior a la mía.

- —Muchas veces se lo ha señalado como un acercamiento a la sociología del


conocimiento desde la fenomenología (la consideración del mundo como
fenómeno, como algo que se aparece a la conciencia).

- —Más bien diría que la fenomenología es la base de la sociología del conocimiento. Esto se
relaciona directamente con mi trabajo "Filosofía, ciencia y vida cotidiana", un artículo que
es casi tan antiguo como el libro, en el que sostengo que la fenomenología es una de las
bases de la sociología, pero no es una ciencia en sí misma, no es una ciencia empírica. El
libro en sí no es una teoría del conocimiento, sino una teoría de la realidad social.

- —¿Qué nuevas influencias ha tenido a través de los años?

- —Ningún sociólogo. En estos años me he visto mucho más influenciado por la historia y
por la biología, sobre todo por la primatología y la humanología. Justamente a través de
Plessner: él era originariamente biólogo.

- —En "El orden moral de las sociedades modernas" sostiene que existe una
fuente universal de moralidad en la condición humana. ¿Cuál es esa fuente?

- —Más que de fuentes, hablaría de condiciones para la moral: cierta estructura de


conciencia vinculada con la memoria; la capacidad de valorar, de diferenciar; lo que Schutz
llamó "reciprocidad de las perspectivas": la capacidad de ponerse en el lugar del otro y de
entender su dolor, y la simpatía o la empatía, que para muchos es la más importante. Si
bien la moral es una construcción histórico-social, estos fundamentos son inherentes al
hombre.

- —¿Puede una sociedad sobrevivir —en contra de lo que dijo Durkheim— sin la
fuerza integradora de un código moral?

- —Sí, de hecho hay muchos ejemplos empíricos que apoyan esto. Durkheim sostenía que
existía una única moral, y es contra eso que me rebelo. Si pensamos en Alemania, Francia,
Inglaterra, EE.UU., tal vez la Argentina —no lo sé— tienen un sistema de leyes que regula
en forma negativa el comportamiento de la sociedad, pero que sin embargo funciona.
Aunque sea mínimamente, estas sociedades modernas tienen un sistema económico y un
sistema político que funcionan. Por eso creo que no es necesaria una moral única y
específica para la regulación de la sociedad.

- —¿Por eso prefiere hablar de "moralidades", en plural, en las sociedades


modernas?

- —Hablo de "moralidades" porque no creo que exista una única gramática de la moral.
Creo que cada sociedad construye su moral porque cada uno cultiva su propio jardín, por
decirlo de alguna manera. Sí estoy seguro de que existe una especie de paraguas de la
moral, una moral general, que es pluralista y relativista, y que carece de contenidos. Es una
moral de la tolerancia, más bien, que cae o caduca frente a sistemas fundamentalistas o
intolerantes como el Islam.

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