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Interpretación y explicación en Arqueología.

Beatriz Rodríguez Basulto y Iosvany Hernández Mora.

Artículo publicado en: Gabinete de Arqueología. Boletín no. 7, año 7: 120-125. Oficina del
Historiador de Ciudad de La Habana. 2008

Resumen:

La interpretación y explicación del registro arqueológico para arribar al conocimiento


de procesos históricos, ha constituido tema de frecuente manejo entre las distintas
posiciones teóricas en la disciplina. Este artículo enfatiza el papel relevante que ocupan
los principios estratigráficos propuestos por Edward Cecil Harris, a través de las
consideraciones de una serie de enfoques teóricos, los cuales han estimado sus aportes a
la teoría estratigráfica como pertinentes a la hora de encauzar el proceso explicativo en
arqueología.

La interpretación y explicación del registro arqueológico, para arribar al conocimiento de


procesos históricos, ha constituido una problemática de frecuente discusión entre las
corrientes contemporáneas en la disciplina. Sin embargo, a pesar de las discusiones y la
posición que se adopte, la interrogante actual continúa siendo cómo aproximarnos al pasado
a través del aspecto fenoménico de la cultura. Cuestión fundamental si se tiene en cuenta
que las realidades materiales que enfrentamos, en y desde el presente, no fueron concebidas
para ser observadas. Acción consecuente de un ejercicio cognitivo que presupone una
predisposición del individuo que lo realiza.
Para estos fines, en el pensamiento arqueológico mundial anterior a la década de 1960
prevaleció una posición empirista, considerándose que los objetos o contextos
arqueológicos eran poseedores de una información explícita y que el papel del investigador
era simplemente el de mediador entre la verdad subyacente (en el mejor de los casos) y la
verdad científica. Hoy conocemos que los objetos se encuentran descontextualizados de su
medio social original y sufren los avatares propios de los procesos deposicionales y post-
deposicionales1 de todo yacimiento; estos objetos unidos con las relaciones que se
establecen con los estratos donde fueron encontrados constituyen los datos empíricos que
estudiamos.
Existen muchas formas de registro, si tenemos en cuenta el papel predominante que
ocupa en arqueología la recogida de datos detectaremos muchas maneras de interpretarlos.
Asimismo es válida la multiplicidad de formas de acopiar información siempre que esta sea
lo más objetiva posible y ocurra bajo los más estrictos requerimientos científicos.
La idea de que la cultura material es un texto susceptible de lectura, en base a una
epistemología de la significación, donde los datos son tratados como un registro o como un
lenguaje es ya muy antigua (Hodder, 1994). Más la forma en la que tradicionalmente se
registra, traduciendo lo observable en un sistema de signos, previamente avalado por una
comunidad científica, se admiten como datos o registro arqueológico.
Desde los años sesenta, Lewis R. Binford convocó a la comunidad arqueológica a buscar
nuevos caminos para la explicación del registro. A partir de entonces empiezan a sucederse
una serie de corrientes, que de una u otra manera trataron de buscar soluciones a las
interrogantes presentadas. Así surgieron los nuevos arqueólogos o procesualistas
(funcionalistas y cognitivos), la Teoría Crítica de los años setenta, que planteaba que todo
conocimiento es histórico y cualquier aspiración al conocimiento “objetivo” es ilusoria, por
su enfoque hermenéutico (Renfrew y Bahn, 1993: 450). Michael Schiffer (1976; 1987)
añadió a lo planteado por el procesualismo nuevos aspectos que giraban alrededor de la
concepción de que las transformaciones culturales incidían en las relaciones entre los restos
materiales y el comportamiento de quienes los producen. A estas se sumaron, el
pensamiento neo-marxista; los postprocesualistas; y la Arqueología Social Latinoamericana,
que apegada al materialismo histórico como base para la interpretación de la historia,
fertilizó un camino alternativo para la investigación arqueológica.

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Conocemos que estos procesos incluyen tanto los de origen natural como los de origen antrópico. En
contextos urbanos los segundos son determinantes debido a las complejas relaciones estratigráficas que
engendran las constantes cambios que ocurren en lugares activos.
Los procesualistas centraron sus primeros trabajos en la problemática de cómo darle un
sentido explicativo al registro, encaminando sus investigaciones en pos de la búsqueda de
una metodología arqueológica que permitiera trazar nuevos caminos para la inferencia. La
teoría del alcance medio argumenta que instrumentos de medición independientes pueden
servir para verificar la relación entre la cultura material y la sociedad que la produjo, de esta
manera es factible entonces verificar “objetivamente” distintos paradigmas (Binford, 1998:
23-34). Este planteamiento fue superado en la década de 1980 con un argumento que ya casi
nadie discute: no pueden existir instrumentos de medición independientes dado que la
metodología depende de la teoría y porque lo que se mide depende de la percepción y de la
clasificación por categorías. De manera que el concepto de datos implica tanto el mundo real
como nuestras teorías sobre él, por ello las teorías defendidas sobre el pasado dependen
muchísimo del propio contexto social y cultural de investigación (Hooder, 1994: 30-31)
La consideración de que las teorías de nivel medio son generalizaciones, que intentan dar
cuenta de las regularidades que existen en múltiples casos entre dos o más conjuntos de
variables (Trigger, 1992: 31), planteó la posibilidad de probarla si los arqueólogos hubiesen
podido establecer medidas fiables de los cambios relativos o absolutos de las poblaciones en
estudio, de la intensidad del trabajo así como de la productividad. Puesto que a partir de los
datos etnográficos se identificaban relaciones válidas entre fenómenos arqueológicamente
observables y comportamientos humanos imposibles de observar. Pero la misma evolución
de esta posición demostró la imposibilidad de realizar generalizaciones interculturales a
partir de la aplicación de la analogía etnográfica (Gándara, 1980: 27-29).
Ya desde 1986 en su Reading the past; Hodder había aludido la importancia de tener en
cuenta la subjetividad del individuo en la perspectiva interpretativa. A este proceso se le ha
llamado reintroducir el humanismo en esta perspectiva, teniendo en cuenta que Gordon
Childe en 1936 ya hablaba del significado que para alguien podían tener los objetos
materiales dentro de una sociedad históricamente determinada (Flórez, 2002).
Detenerse en dilucidar la dimensión subjetiva que tienen los objetos encontrados en los
yacimientos, reparando en la subjetividad inherente a cada proceso interpretativo, ha sido
una autorreflexión de consideración a tener en cuenta. Pero el análisis de la subjetividad
puede tender a lo especulativo, sin la cautela de considerar que todo proceso del
conocimiento se funda en la continua relación objetivo-subjetivo, donde ninguna de las
partes tiene el papel preponderante. Las inferencias por tanto han de tener el mayor
fundamento posible en la realidad concreta, tanto del objeto como del sujeto de
investigación; criterio de objetividad que está emergiendo en la actualidad (Kohan, 2004).
Ian Hodder encaminó sus reflexiones a tratar de descubrir la relación entre lo material y
lo ideal, analizando varios aspectos entre los cuales está la contribución del programa
semiótico, que tuvo gran influencia en el estructuralismo. Rechazándolo como
procedimiento pues la relación significante-significado, en la que el significado-pensado
como objeto material real tiene escaso interés en sí mismo en relación con el significante,
parte de la concepción de arbitrariedad del significado. Según Hodder el análisis abstracto
de los signos y los significados es un problema en la disciplina, puesto que su ocupación
esencial es la cultura material. Reconoce que con los objetos también extraemos “ideas”
excavadas en forma de objeto-material, decodificándolas de una forma científica - objetiva
para que tengan validez como resultados emanados de un proceso investigativo. El estudio
de la evidencia arqueológica, implica cubrir el vacío existente entre lo ideal y lo material,
pero considera que el estructuralismo, el cual tocó estos aspectos, aporta poco a esta
cuestión:
“Al ocuparse de las relaciones entre estructura y proceso (es decir, la
recursividad de estructura y acción), el estructuralismo desempeña un papel
necesario, pero no suficiente. La palabra “olla” puede ser el significado del
concepto de “olla”. Pero también es posible que el objeto mismo sea el significante
de la idea de lo que es una olla- las influencias son mutuas. Las estructuras
posibilitan y son el medio para la acción en el mundo, pero son también
susceptibles de cambiar por influencia de aquellas acciones”. (Hodder, 1994: 63).
Obviamente, la consideración estructuralista y postestructuralista de que el individuo está
determinado por universales, a través de los cuales actúa, es insuficiente. Estas teorías
funcionan si se le da cabida al hombre como entidad activa, como re-productor y
modelador de estructuras.
“En gran parte de la arqueología estructuralista las reglas suelen configurar un
conjunto de normas compartidas: Se presupone que en la sociedad todos tienen la
misma estructura, que las consideran desde el mismo punto de vista y que les
otorgan el mismo significado. Este es un enfoque profundamente normativo”.
(Hodder, 1994: 64).
Sin embargo Hodder (1994) ha mantenido el criterio de la adscripción de significados a
los objetos que se van a interpretar, aspecto de importancia debido a que en otras partes de
sus obras llama la atención sobre los riesgos del subjetivismo. Argumento que ha hecho
notar cierta contradicción (Velandia, 2002: 4), pues rompe el círculo cognitivo con una
perspectiva sin asidero ontológico ni epistémico. Pero advertir tal incoherencia, casi
periférica para un análisis des-constructivo, que considere el criterio de la adscripción de
significados a la cultura material y el tratamiento subjetivista de los datos, es sólo un primer
paso necesario para pensar los propósitos explicativos de la arqueología a partir de la tesis
de la limitación propuesta por Francisco Osorio (1998: 38-44). La cual se fundamenta en el
análisis ontológico, epistémico y metodológico de los programas de la hermenéutica y la
semiótica, para el estudio de la cultura desde la antropología, y podría pensarse desde la
arqueología. La Tesis de la Limitación, a nuestro juicio mucho más plausible y central que
la Tesis del Reemplazo, se sustenta en las restricciones de una ontología del comprender
(hermenéutica) y una epistemología para la significación (semiótica) en el análisis de la
cultura, puesto que eliminan la posibilidad explicativa causal multivariada de los procesos
históricos, donde se encuentran los por qué de los fenómenos que se investigan.
El riesgo que engendra una postura subjetiva, adaptante de ideas preconcebidas a los
datos sin atender las singularidades y particularidades de los contextos excavados, ha sido
también planteado por Hodder. Surgiendo el peligro cuando los significados se adscriben
interculturalmente, sin hacer referencia al contexto. Pero no hay en él una ontología
explícita y consecuente para el entendimiento de los contextos arqueológicos. Todos los
yacimientos presentan particularidades internas en las diversas partes que lo componen.
Estos con sus especificidades determinan las singularidades que les dieron origen, por lo
tanto las posibles explicaciones que de ellos se pueden realizar han de desentrañarse a partir
de la constrastación de los datos con las teorías.
“Todo análisis arqueológico debe interpretar el mundo real en el proceso de
observación, para luego acomodar nuestras teorías a estos datos, con el fin de
elaborar una argumentación plausible; todo lo demás es una falacia. /…/ Las
asociaciones contextuales y funcionales también permiten inferir una comunalidad
de significado. No podemos ,evidentemente ,dar por sentado, con un cierto grado de
fiabilidad, que un objeto descubierto en una sepultura masculina deba poseer
cualidades masculinas, o que un artefacto hallado en un centro ceremonial tenga
significados “rituales”; pero los arqueólogos suelen hacer este tipo de
suposiciones” . (Hodder, 1994: 66 - 67).
De manera que para producir actualmente en arqueología, una serie de datos fiables que
nos permitan interpretar lo que nos ha llegado de determinada etapa del desarrollo social, es
vital el planteamiento del cuerpo teórico de la ciencia, del cual no es ajena la manera de
enfrentarnos al trabajo de campo.
Durante el proceso de observación para la posterior intervención del sitio, el arqueólogo
pone en práctica no sólo los conocimientos teóricos que sobre la ciencia posee sino su
habilidad para llevar estos conocimientos a la acción en el campo. Es el proceso de
excavación un momento importante de investigación, de él dependerán en gran medida los
resultados de nuestro trabajo.
Se han dado pasos importantes en este sentido en los últimos años, pero quizá el más
trascendental es el realizado por Edward. C. Harris a partir de 1979, quien sistematiza los
principios rectores de la estratigrafía arqueológica separándolos de los principios
geológicos para la lectura deposicional. A partir de entonces la lectura estratigráfica se
fundamenta en un cuerpo de principios, conceptos y técnicas para el manejo de la realidad
arqueológica a partir de los cuales construimos los datos pertinentes para aproximarnos al
pasado.
Harris establece que el área abierta es la mejor estrategia para observar un yacimiento en
excavación, pues en la horizontalidad se pueden observar las relaciones entre los estratos o
unidades y los materiales en él contenidos. Cada estrato natural tiene una extensión
marcada en su horizontalidad, por tanto, para respetar su propia naturaleza deposicional, lo
más lógico es intervenirlo siguiéndolo en toda su extensión, o sea como debió haber sido
formado en el momento de la ocupación investigada (Harris, 1991).
Los estratos arqueológicos a los que Harris hace referencia surgen sobre, en, o donde los
estratos naturales producidos por la deposición natural. Por tanto, el “divorcio” propuesto
entre ellos es discursivo, entiéndase por ello, una separación en cuanto a principios y leyes,
lo que presta justificación para la construcción de un discurso interpretativo puramente
social, cultural o simplemente arqueológico; cuestión que le ha ganado numerosos
partidarios de diferentes posiciones, preocupados por el estudio de las relaciones sociales
(Haber, 1996: 33).
Esto facilita al arqueólogo en primer lugar, discernir entre aquellos estratos no
transformados y los que presentan modificaciones antrópicas de manera secuencial y
diferencialmente. Estas variedades posibles de transformación del medio, constituyen por sí
solas símbolos que brindan información fundamental para el trabajo arqueológico.
Como procedimiento de intervención Harris propone la excavación por estratigrafía
arqueológica, la cual se rige por una serie de principios diferentes a los geológicos,
considerados aplicables a todos los contextos arqueológicos por su carácter universal, estos
son:
- Las unidades estratigráficas no tienen relación aparente
- Las unidades se superponen.
- Las unidades o estratos son iguales y aparecen separadas por un elemento interfacial.
Estos principios son regidos por leyes que para la arqueología son las siguientes:
- Ley de superposición.
- Ley de la horizontalidad original.
- Ley de continuidad original.
- Ley de la sucesión estratigráfica.
Con el tiempo, estos principios iniciales que sólo incluían las relaciones temporales,
fueron enriquecidos por especialistas italianos y vascos los cuales añadieron las relaciones
físicas que se producen entre los estratos; entran entonces a analizarse, las relaciones de
apoyo, unión, adosamiento y corte, estas últimas posibilitaron decodificar, además de
desentrañar los sucesos por orden cronológico de ejecución, las relaciones físicas para la
mejor interpretación de los sucesos y por consecuente la más efectiva descripción y
explicación del sitio.
La arqueología antes de la década de 1970, fundamentalmente extraía sus datos de calas y
trincheras realizadas bajo procedimientos por lo general arbitrarios y en muchos casos
siguiendo los estratos naturales. Estos métodos revolucionarios en su momento, ofrecen
lecturas muy limitadas del registro, rompiendo la integridad de toda deposición al
introducirse una falsa estratificación, creada previamente por el arqueólogo.
Observar el registro para establecer inferencias de alcance medio, aplicar la hermenéutica,
o desarrollar explicaciones a través del materialismo histórico para la comprensión de
procesos que dieron lugar a determinado modo de producción, exige un cuerpo ontológico
de la realidad arqueológica con alcance epistémico y metodológico, que permita llegar a
cualquier nivel explicativo que se desee según su propia posición teórica. Se sabe que cada
registro es poseedor de una particularidad que lo caracteriza y lo limita, demarcación
objetivada en su extensión física y objetivante en el momento de la interpretación. Por lo
que se hace necesario un conocimiento autocrítico y exhaustivo de las posibilidades y
limitaciones de los conceptos perceptúales en uso, el contexto social de producción y los
propósitos investigativos.
Para establecer las lecturas de los contextos o unidades arqueológicas Harris le da a las
llamadas interfaces2 un lugar determinante, son precisamente estos elementos las huellas
físicas de la acción del hombre sobre el subsuelo, resultando básica su identificación y
significado dentro de todo contexto arqueológico.
En la naturaleza propiamente dicha, las interfaces sólo existen en la medida en que
forman parte del límite de cada estrato natural. La información que pueden brindar se
refiere únicamente a procesos naturales, que de una manera u otra actuaron o actúan sobre
el registro. Sin embargo, para la estratigrafía arqueológica estas deben diferenciarse, con
independencia y cuerpo propio, puesto que constituyen unidades en sí mismas y deben ser
determinadas y codificadas por parte del investigador.

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Las interfaces de estrato horizontal son las superficies de los estratos que se han creado más o menos
horizontalmente y las interfaces de estrato verticales forman la superficie de un muro; los elementos
interfaciales horizontales, formados a partir de la destrucción de la estratificación preexistente, habiendo
creado sus propias superficies y áreas constituyen unidades por derecho propio y tienen sus propias
relaciones, estos están asociados a los muros. Los elementos interfaciales verticales son el resultado de la
excavación del terreno y se hallan en la mayoría de los yacimientos, constituyen (pozos, tumbas, zanjas,
agujeros de poste, etc.), se consideran también unidades por derecho propio. Harris también trata las
interfaces de período y de destrucción (Harris, 1991: 85-103; 2004: 81-86).
Las interfaces que responden a las superficies o caras de los estratos no son señaladas
como unidades independientes, sino formando parte de una misma unidad, siendo su lectura
horizontal imprescindible para relacionar lo que en ella aparece. Por el contrario, el análisis
de los elementos interfaciales ofrece datos específicos sobre la intervención humana en
alzados o de manera planimétrica, codificándose en un marco estándar la diferencia entre
diversas acciones del pasado.
Harris señala que los elementos interfaciales verticales son el resultado de la excavación
del terreno y se hallan en la mayoría de los yacimientos, mientras los elementos
horizontales existen sólo donde se han conservado restos de construcciones. Las
diferenciaciones para interfaces de período y destrucción, están constituidas por aquel
grupo de estratos y elementos interfaciales que marcan un período cronológico-histórico
determinado, siendo observables en la estratificación del subsuelo. Desde este análisis, los
períodos se pueden identificar y separar del resto de la estratificación. De manera que si se
nota la ausencia de golpe de un elemento por la presencia de un corte, entonces ha de
apuntarse la existencia de una interfaz de destrucción la cual aportará datos esenciales sobre
el por qué de esa ausencia en un período histórico determinado.
La estratificación por deposición es una acumulación de elementos positivos que
usualmente son considerados, sin embargo, en ocasiones la pérdida de la acumulación no es
tenida en cuenta a la hora de la interpretación, siendo esta la más importante evidencia del
uso y desuso de un sitio arqueológico (Harris, 2004: 81-82).
Período de formación del depósito = adiciones físicas al registro arqueológico.
Período Interfacial = Período de uso del yacimiento.
En arqueología los criterios que se utilizan para enmarcar estos elementos son
eminentemente culturales, lo que ha propiciado pensar que toda identificación de un estrato
obedece además a una de las leyes que se derivan del principio de asociación (ley de la
unidad arqueológica socialmente significativa) (Lumbreras, 2005: 106), que establece que
toda asociación física arqueológica que tenga una misma estructura y forma es el resultado
de un evento social específico.
“El examen estratigráfico, en tanto condiciones materiales o físicas de la
superposición, es independiente de las condiciones históricas que le dieron origen,
en la medida que el principio de superposición trata con los atributos no históricos
de la estratificación. Dicho de otro modo, la caída y rotura de una terracota en un
piso plano, y su ulterior mezcla con restos de comida y desechos de la vida
doméstica se expresan físicamente como un estrato de una forma y una estructura
similar, sea este de un pueblo del Congo, de la costa peruana o del neolítico, o una
aldea del siglo XIX europeo o asiático. Si luego de desechar esa basura, una familia
camina sobre esta capa y le echa agua para suavizar sus aristas y barrerla o le
echa encima una pequeña capa de tierra limpia y construye encima un corral con
muro de piedra, no solo el estrato sino también las interfaces consecuentes
obedecerán a un mismo tipo de estratificación. Por ende, podemos señalar, de
manera universal, que las capas o estratos de basura corresponden a una misma
estructura y forma, debido a que, a su vez, corresponden a un mismo evento
social.” (Lumbreras, 2005: 106).

Idea que nos acerca a la consideración potencial de la estratigrafía en términos de cultura,


lo que presupone manejar un marco teórico consecuente acerca de la re-producción cultural
de ciertos grupos sociales determinados, esencialmente objetivados en la dimensión
material de las unidades estratigráficas, a través de la cuales podemos determinar relaciones
de acciones. Incluso, bajo el criterio de que cada unidad estratigráfica es la manifestación
secuencial de un uso o desuso, algunos, como Alejandro Haber (1996: 32), consideran
loable interpretar las relaciones estratigráficas, como exposiciones estructuradas de
interacciones simbólicos-materiales en un marco material específico. Puesto que para él, el
análisis cultural de la estratigrafía implica una interpretación simbólica, a razón de que la
interpretación de una acción o relaciones de estas presupone la comprensión de sentido(s).
Por último queremos señalar que las consecuencias inmediatas de asumir la propuesta
harrisiana, en el caso del Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador de la
Ciudad de La Habana, se pueden relacionar de la manera siguiente:
- Una superación teórica de nuestros investigadores los cuales se han visto obligados a
cambiar su visión acerca de los alcances de nuestra ciencia.
- Los investigadores han asumido los principios estratigráficos harrisianos, conscientes
de que a través de ellos es factible llegar a posturas explicativas, deducidas por medio
de la lectura lo más objetiva posible del contexto excavado sobre la base del respeto a
la integridad física del yacimiento.
- La excavación por medio de la utilización de estos principios consideramos
revolucionará el pensamiento arqueológico actual, ya que pone en manos de los
investigadores un instrumento eficaz que resume todos los logros teóricos alcanzados
facilitando al investigador la obtención de datos confiables para desarrollar cualquier
teoría explicativa.

Bibliografía:
Binford, Lewis R. (1998): En busca del pasado. Descifrando el registro arqueológico.
Editorial Crítica. Barcelona.
Gándara, Manuel (1980): La vieja “nueva” arqueología. Boletín de Antropología
Americana. No. 2:7-45. Instituto Panamericano de Geografía e Historia. México D. F.
Haber, Alejandro F. (1996): La estratigrafía y la construcción de teoría en arqueología.
Comentarios sobre la teoría de Harris. Revista Shincal, No. 5: 27-34. Escuela de
Arqueología de Catamarca.
Harris, Edward C. (1991): Principios de estratigrafía arqueológica. Editorial Crítica,
Barcelona.
Harris, Edward C. (2004): Estratigrafía de estructuras en pie. Boletín Gabinete de
Arqueología, No. 3: 79-87. Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.
Hodder, Ian (1994): Interpretación en Arqueología. Corrientes actuales. Editorial
Crítica. Barcelona.
Kohan, Nestor (2004): El Capital. Historia y método -una introducción. Editorial
Ciencias Sociales. La Habana.
Lumbreras, Luis G. (2005): Arqueología y sociedad. Instituto de Estudios Peruanos
Ediciones. Instituto Andino de Estudios Arqueológicos. Lima.
Osorio, Francisco (1998): “La explicación en antropología”. Cinta de Moebio, No. 4.
Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Chile. Tomado de Internet:
http://rehue.csociales.uchile.cl/publicaciones/04/frames04.htm
Renfrew, Colin y Bahn, Paul (1993): Arqueología, teoría y métodos. Editorial Akal.
Madrid.
Schiffer, Michael S. (1976): Behavioural archaeology. Academic Press. New York.
Schiffer, Michael S. (1987): Formation processes of the archaeological record.
University of New México Press. Albuquerque.
Trigger, Bruce G (1992): Historia del Pensamiento arqueológico. Editorial Crítica.
Barcelona.
Velandia, César (2002): Anti-Hodder (Diatriba contra las veleidades post-modernistas
en la arqueología post-procesual de Ian Hodder). Comentario por: Fran Flórez. Tomado
de Internet: http://rupestreweb.tripod.com/hodder.html julio de 2002.

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