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América Latina es la región más urbanizada del planeta. Sin embargo, sus ciudades se
encuentran fracturadas y son profundamente desiguales. Muchas viviendas son
precarias y sus ocupantes carecen de seguridad en la tenencia. En una sociedad desigual
en la que los pobres sostienen la ciudad de los ricos, ¿por qué no pensar una
transformación posible en la que la ciudad de los ricos financie la nueva ciudad abierta e
igualitaria de la movilidad social? Más del 80% de la población de América Latina vive
en ciudades. Se trata, hoy, de la región más urbanizada del planeta. Sin embargo, este
dato no es un indicador de desarrollo sino más bien de las contradicciones propias de la
región. Gran parte de lo que llamamos «ciudad» es en realidad un aglomerado sin
calidad, carente de los servicios y atributos que definen lo urbano. En muchos casos la
vivienda es precaria y sus ocupantes carecen de seguridad en la tenencia.
Estas tristes aglomeraciones se localizan, en general, en las periferias urbanas, pero
también se encuentran en áreas centrales cuyo nivel socioeconómico, su calidad urbana
y su patrimonio cultural es comparable a la de los países desarrollados. Esto ha dado pie
a niveles elevados de impostación intelectual sobre los «valores populares» y el
supuesto «encanto» de la pobreza. En otros casos, son los centros históricos los que se
degradan y reproducen los problemas de la periferia. La masiva urbanización
latinoamericana no responde, entonces, a una genuina oferta de mejores condiciones de
vida o a aquella antigua consigna según la cual «el aire de las ciudades es libre y hace
libre». Tampoco es, como supone el sentido común conservador, el influjo perverso de
las tentaciones de la ciudad, que encandila inocentes y los saca de sus «paraísos»
agrarios. El problema es que las actividades económicas primarias en que se basa la
riqueza de las naciones sudamericanas no generan empleo y no pueden, por lo tanto,
retener poblaciones campesinas o de regiones postergadas, afectadas además por malos
manejos ambientales y deficiencias en el modo de producción (monocultivo,
extractivismo) y el reparto de la tierra.
población en el territorio, con una ocupación formal e informal del espacio que ha
generado dificultades para el desplazamiento y provocado un encarecimiento excesivo
en la dotación de equipamientos, infraestructura y servicios. El resultado de este
proceso es una ciudad costosa que deja en su intermedio amplias zonas de suelo baldío.
La gran dispersión ha generado dificultades a la economía y a la funcionalidad urbana,
con un alto incremento de la informalidad en el tratamiento del suelo y vivienda,
dificultades severas en los desplazamientos de personas y bienes, entre otros efectos
negativos. La desordenada expansión de la mancha urbana ha provocado una imagen
urbana caótica en buena parte del territorio, que evidencia las carencias físicas y
sociales, la baja calidad de las edificaciones, la pobreza y la marginalidad. Esta
situación ha demandado la atención de las administraciones municipales y, sin duda,
ingentes esfuerzos de planificación y acciones orientadas a superarla. Sin embargo, el
esfuerzo por enfrentar este complejo problema con las herramientas que la planificación
brindaba no ha sido suficiente. Si bien hay grandes avances al enfrentar los problemas
que afectan a la comunidad, durante los años se han acumulado diversos inconvenientes
que han generado niveles y condiciones de vida insatisfactorios en buena parte de la
población.
El inicio del nuevo milenio demanda una revisión de los esquemas que permiten ver a la
ciudad de forma tradicional, lo cual exige plantear una nueva generación de políticas
urbanas y procesos de planeamiento urbano y territoriales más integrales, que ayuden a
construir ciudades y territorios más equitativos, con menos pobreza, más solidarios, más
eficientes, más compactos, más seguros y respetuosos con el entorno natural. En
definitiva, más sostenibles.
Salvador Dalí, al analizar lo “universal”, manifestaba:
“(…) para llegar a lo universal primero había que saber describir a un pueblo. Desde lo local,
desde el detalle o desde una situación específica podemos acercarnos al retrato de lo global”.
Esta consideración filosófica se supondría básica para entender el desarrollo endógeno
que debe regir todo proceso urbanístico que se considere integral. Es decir, partir desde
la escala humana (persona), sus necesidades y aspiraciones, junto con las características
propias de su hábitat, a fin de proyectarse hacia afuera y lograr integración exógena.
del futuro a fin de adaptarnos a los límites cambiantes de la ciudad. Debemos ser más
audaces e imaginativos, y hacer más flexibles las reglas urbanísticas. El teletrabajo, el
cotrabajo y los servicios compartidos son nuevas formas de vida que es necesario tener
en cuenta. Otra cuestión prioritaria debería ser la movilidad urbana. Es indispensable
que reduzcamos el uso de automóviles en la ciudad, y asignarles a la vez la función de
servicio compartido. Debe reducirse gradualmente el uso de combustible diésel y ceder
el paso a los vehículos eléctricos. Asimismo, debemos recurrir a modalidades de
transporte nuevas y altamente innovadoras, como los tranvías alimentados por
inducción.
Depende de nosotros crear la ciudad de nuestros sueños. Unidos, manteniendo la
confianza inquebrantable en la humanidad y siendo conscientes de las posibilidades que
nos brindan nuestros territorios y los avances tecnológicos, podemos crear ciudades
sostenibles y resilientes que sean, al mismo tiempo, lugares acogedores para los
habitantes del hoy y del mañana.
Bibliografía
Fernández G., Ciudades inteligentes, Madrid, 2017
Lynch K, A theory of Good City Form, Cambridge, MIT Press,1981
ONU, Objetivos de Desarrollo sostenible, 2016
Programa Smart City, Hacia ciudades inteligentes y resilientes, 2018
Salvador L, Historia de Quito Luz de América, Fonsal, 2009