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Los tres autores revisados para esta sesión titulada masculinidades, son referentes básicos en

el campo del estudio de las masculinidades. Connell, Kimmel y Guttman en los tres textos se
habla acerca de la generación de conocimiento sobre masculinidades y relación con el poder.
Connel retoma propuestas sociológicas y psicológicas y antropológicas, Kimmel también
pero con un enfoque más posestructuralista y Guttman se concentra en la construcción de
producción de conocimiento sobre las masculinidad pero enfocado en la antropología

El capítulo que revisamos de Connel “la ciencia de la masculinidad” es un texto bastante


amplió y nos muestra de manera detallada cómo comienzan el estudio de las masculinidades.
Su planteamiento inicial es la discusión en torno a lo complicado que ha sido definir el
concepto de “género”.

Para él es un concepto que depende de momentos históricos cargado de sentido


políticamente, no obstante, como lo hemos visto a lo largo de este seminario, el termino de
género es cuestionados por discursos y sistemas de conocimiento que se encuentran en
conflicto disputando el derecho a explicarlo. La sociología lo hecho, la antropología también
y la psicología en mayor medida con sus vertientes funcionalistas y psicoanalistas han
propuestos teorías sobre como la masculinidad o la feminidad se instaura en los sujetos

Estos sistemas de conocimiento pasan por las situaciones cotidianas de sentido común y lo
van a llevar a los campos de teoría más concreta. Sobre todo, cuando se posicionan desde
una disciplina como la psicología o la antropología que producen se llamará descubrimientos
en torno al género.

Connel es enfático al decir que para comprender tanto las explicaciones cotidianas como las
científicas de la masculinidad no podemos mantenernos en el nivel de las meras ideas, sino
que debemos prestar atención a sus bases prácticas. Menciona que el cuerpo del conocimiento
con respecto al género derivado del sentido común no es, en ningún sentido fijo. Sino que es
la explicación racional de las prácticas cambiantes a través de las cuales el género se hace o
se conforma en la vida diaria. Para él el concepto género será visto como una práctica

.
Por lo tanto, la construcción de un cuerpo de conocimientos sobre la masculinidad reside
sobre las prácticas que hacen posible que este tipo de conocimientos emerjan, así como las
formas en que las prácticas construyen y limitan las formas que el conocimiento adquiere.

No obstante, las diferentes formas de conocimiento no se encuentran en un mismo nivel, las


afirmaciones científicas poseen una fuerza innegable. Se puede cuestionar el sentido común
pero raramente el sentido común cuestiona la ciencia. La ciencia en muchos ámbitos de la
vida tiene una hegemonía definitiva.

Las ciencias y las tecnologías occidentales se encuentran culturalmente masculinizadas, no


solo hablamos de quienes hacen ciencia son hombres, aunque sí lo son en su mayoría sino
que las metáforas que guían las investigaciones científicas, las estructuras de poder y
comunicación de la ciencia, la reproducción de su cultura surgen de la posición social de
hombre dominantes en un mundo estructurado tomando como base el género como lo vimos
con el texto de

Si se trata de una forma de conocimiento creada por el mismo poder que es su objeto de
estudio ¿Qué se espera de una ciencia de la masculinidad? Tendrá los mismos compromisos
éticos que una ciencia que estudiará la raza que hubiera sido creada por imperialistas o una
ciencia capitalista creada por capitalistas.

Durante el siglo XX han existido tres proyectos para la ciencia de la masculinidad

1.- se baso en el conocimiento clínico adquirido por terapeutas retomando la teoría freudiana

2.- Se baso em la psicología social y en el rol o papel sexual

3.- incluye las nuevas tendencias de la antropología y la historia de la psicología

El primer proyecto se dio en la psicología profunda fundada por Freud en el siglo XX sus
orígenes están en la práctica médica basada en la observación clínica y probada con la
práctica curativa del psicoanálisis. La relación que guarda la propuesta freudiana con la
medicina se relaciona con los intentos de normalización y control social. No obstante,
también tuvo un papel radical. Freud fue quien fracturo el concepto de masculinidad que
hasta entonces era pensado como un objeto natural, cuestiono su composición. Aunque la
masculinidad no fue la base de su teoría, si apareció como algo continuo a lo largo de su
trabajo.

Sus ideas se desarrollaron en tres etapas

1.- la primera se encuentra en las proposiciones iniciales de sus principios iniciales de sus
propios psicoanalíticos: la idea de la continuidad entre la vida mental normal y la neurosis,
los conceptos de represión y del inconsciente y el método que permitió leer los procesos
mentales inconscientes a través de los sueños, bromas, lapsus del lenguaje y síntomas. Freud
comprendió que la sexualidad adulta y el género cambaban (no estaban fijos por naturaleza),
y que se construyen gracias a un proceso largo y lleno de conflictos. Su teoría principal dio
paso al complejo de Edipo, en el cual las emociones entre amor y odio por alguno de los
progenitores en la niñez de los infantes es la etapa más importante del desarrollo. En los casos
del pequeño Hans y el hombre rata, Freud identificó un momento formativo en la
masculinidad y representó la dinámica de una relación formativa.

La homosexualidad no era simplemente cambio de género: “una gran parte de los hombres
invertidos conservan la calidad mental de la masculinidad. Al enfrentarse a los hechos de la
inversión. Todos los humanos tenían una constitución bisexual y en cualquier persona
coexistía corrientes masculinas y femeninas. Aunque te identificas más con una que con otra

Freud suponía que la masculinidad adulta tenía que ser una construcción compleja y en cierta
forma precaria.

2.- La segunda etapa del análisis freudiano de la masculinidad incluyó el desarrollo de una
aproximación arquitectónica al género, que apareció con detalle en su caso del hombre lobo,
en la cual Freud fue más allá del complejo de Edipo y encontró una masculinidad narcisista
y preedipica que sostenían el miedo a la castración. A partir de este caso Freud demostró, el
poder del método clínico para separar las diferentes capas de emociones y detectar las
relaciones móviles que se dan entre ellas

3.-La tercera etapa de su análisis de la masculinidad surgió posterior a la primera guerra


mundial Freud desarrolló su explicación sobre la estructura de la personalidad,
particularmente el concepto del superyo (agencia inconsciente que juzga, censura y presenta
ideales. El super yo es el resultado de la internalización de las prohibiciones del padre y la
madre se desarrolla después del complejo de Edipo, el super yo tenía un carácter ligado al
género producto de las relaciones infantiles con el padre; Freud determino que se distinguía
más en los niños que en las niñas.

Si bien las teorías freudianas fueron especulativas fueron la base para el germen de las teorías
de la organización patriarcal de la cultura, que seria transmitida por generaciones a través de
la construcción de la masculinidad.

Freud abrió la puerta para el análisis de la masculinidad proporcionando un método de


investigación que fue el psicoanalisis, un concepto guía el inconsciente dinámico y un primer
trazo del desarrollo de la masculinidad, proponiendo que la masculinidad nunca existe en
estado puro, las diferentes capas de emoción cohabitan y se contradicen una a la otra, cada
personalidad es una estructura compleja, llena de matices, y no una unidad transparente.

No obstante, los psicoanalistas más radicales abandonaron la teoría de la bisexualidad. Y


dentro de los años veinte y treinta los psicoanalistas más ortodoxos se metieron en el debate
sobre la feminidad, lo que más adelante derivaría en un debate en menor medida de la
masculinidad centrándose en la infancia. Se descubrieron evidencias clínicas de una
feminidad preedípica en los niños, resultado de la identificación con la madre y también
caracterizada por celos hacia ella.

Surgieron discursos feministas dentro del psicoanalíticos entre ellos la propuesta de Karen
Horney, el cual represento el punto culminante de la crítica de la masculinidad en el
psicoanálisis clásico. Partiendo de dos puntos. El primero el grado en el cual la masculinidad
adulta se construye a través de reacciones exageradas contra la feminidad y la segunda
relación entre la formación de la masculinidad y la subordinación de las mujeres.

Durante los años 40 y los años posteriores, el psicoanálisis perdió la capacidad de crítica de
la masculinidad que poseía la teoría clásica y los aportes de Freud.

Otro aporte de los psicoanalistas fueron las propuestas de la teoría de la masculinidad, uno
de los grandes representantes es Carl Jung, los cuestionamientos de género fueron centrales
para el desarrollo de su propuesta, separándose de Freud. Jung distinguió entre el yo que se
construye a partir de la persona y el yo que se forma del inconsciente a partir de elementos
reprimidos los cuales llamo alma. Estos dos contrarios dependían en gran medida del género.

Tanto Jung, Freud y Klein tuvieron interese por la feminidad en los hombres. No obstante,
jung se centró en el equilibrio que resultaba de una persona masculina y un alma femenina,
no tanto en el proceso de represión.

Incluso llegó a argumentar que el interior femenino de un hombre masculino tomaba forma
no solamente de la historia de vida de un hombre en particular, sino también de las imágenes
heredadas y arquetípicas de las mujeres.

Desarrolló una teoría interesante de la dinámica emocional de los matrimonios patriarcales.


Utilizó la idea de una pauta de una polaridad masculina femenina para exigir un equilibrio
de género entre la vida mental y social. Inclusive realizó un bosquejo sobre una terapia de
masculinidad al aseverar que cierto tipo de hombres moderno acostumbrado a reprimir su
debilidad no podía hacerlo. Sugirió métodos en los cuales la persona le hablaba a su alma,
como si se tratara de una personalidad distinta para educarla. Aunque, sus propuestas también
fueron esquemáticas y especulativas

Otra de sus criticas es que la forma en la Jung trato la polaridad masculino/femenino, como
una estructura universal de la psique, también conduce a un atolladero, ya que supone que no
es posible ningún cambio histórico en su constitución, lo único que podría cambiar es el
equilibrio entre ambos polos. La consecuencia de esto fue que se interpretó el feminismo
como una reafirmación del arquetipo femenino y no como una resistencia de las mujeres a la
opresión. En el pasado no fueron los hombres los que dominaron las mujeres, sino que lo
masculino domino a lo femenino, representando un retroceso entre los que antes eran hombre
progresista. Esta forma de entender el problema conduce inmediatamente a la idea de que el
feminismo moderno inclina la balanza hacia otro lado y suprime lo masculino.

El psicoanálisis radical

Alfred Adler también fue parte del grupo psicoanalítico de Viena el tema central de su
propuesta fue la teoría sobre la masculinidad. Su argumento partía de la polaridad entre
masculinidad y feminidad de que uno de los lados de dicha polaridad se encontraba
culturalmente devaluado y se asociaba con la debilidad. Tanto a los niños como a las niñas
se les consideraba débiles al ser comparados con los adultos, y se les obliga a habitar la
posición femenina, dando como resultado que desarrollen cierto sentido de feminidad y dudas
sobre su capacidad de obtener la masculinidad. Esos juicios de valor persisten como motivo
en su vida futura.

Cuando el desarrollo es normal se alcanza cierto equilibrio; la persona adulta se forma a partir
del compromiso y siempre está sometida a cierta presión.

En tanto que en los casos en los que hay cierta debilidad se presenta ansiedad que enfatiza o
exagera el lado masculino de las cosas. Lo cual es el elemento central de la neurosis la
protesta masculina, esta protesta masculina resultó ser característica de la psicología de las
mujeres y de los hombres, pero se encontró sobredeterminada por la subordinación de las
mujeres.

Tomo un punto de vista muy crítico respecto a las masculinidades dominantes cuando
comentó que la excesiva prominencia de la virilidad enemiga acérrima de nuestra
civilización.

Su trabajo en los hospitales militares austriacos le permitieron estableces conexiones entre la


masculinidad, el poder y la violencia pública.

Tras ser removido del circulo psicoanalítico freudiano Adler perdió el contacto con las teorías
de Freud sobre la vida mental y no volvió a teorizar al respecto. El psicoanálisis se convirtió
en un sistema cada vez más cerrado, que se resistía a tratar los temas del poder señalados por
Adler. Pero otras vertientes si los consideraron: el psicoanálisis marxista, el existencialismo
y el psicoanálisis feminista.

Entre el psicoanálisis marxista se encuentran los aportes de Wilhelm Reich quien intentó
sintetizar el análisis económico marxista y la ciencia sexual consiguió un análisis de la
ideología, no obstante, Reich nunca consideró al feminismo que iluminó a Adler. En
consecuencia, no incluyó a la masculinidad como problema en si

Otra corriente se dio dentro de la escuela de Frankfurt con su representante Erick Fromm,
que en sus libros son un catálogo de masculinidades y de las condiciones que las producen,
en los casos de Mack y Larry son los primeros estudios clínicos detallados que vinculan las
masculinidades con el contexto económico y cultural en el cual se dan. La masculinidad de
carácter autoritario se relaciona especialmente con el mantenimiento del patriarcado y se
caracteriza por odiar a los homosexuales y despreciar a las mujeres, además generalmente se
asimila a la autoridad provenientemente de arriba y agrede a quienes tienen menos poder

Esas características se originaban en familias rígidas, donde dominaba el padre, había una
represión sexual y una moral conservadora. La masculinidad de carácter democrático no está
tan bien delineada, pero incluye mucho mayor tolerancia, además de que se origina en
relaciones familiares más flexibles y afectuosas

El existencialismo con su representante Jean Paul Sartre, para él, el psicoanálisis empírico
haciendo referencia a la escuela freudiana, era demasiado mecánico y tomaba una forma de
vida posible (determinado por el deseo sexual) como la condición de todas las vidas. Su
propuesta fue el psicoanálisis existencialista remplazando el concepto del inconsciente con
un argumento sobre las diferentes formas en las que el autoconocimiento se organiza.

El método empleado fue la bibliografía literaria. Simone de Beauvoir, en el segundo sexo,


fue quien aplicó el psicoanálisis existencialista directamente al género. Su argumento expone
que la mujer se constituye como otro frente al sujeto masculino. El psicoanálisis
existencialista le permitió apartarse de las estáticas tipologías comunes en la psicología.

Nadie ha aplicado explícitamente la aproximación realizada en el primer sexo de De Beauvoir


para obtener una teoría de la masculinidad. No obstante, el trabajo del escoses R. D. Laing
podría ser el comienzo. Sus estudios sobre esquizofrenia produjeron descripciones vividas
de las actividades de los hombres en el interior emocional de las familias, además de algunos
estudios de caso individuales de hombres.

La esquizofrenia de David resultaba de su apego a las contradicciones de género que no


podrían manejar. Para escapar de su identificación con diversas feminidades. No obstante, el
trabajo de Lang no es un tipo de masculinidad en el psicoanálisis existencialista.

El actual potencial del psicoanálisis apareció gradualmente en el pensamiento feminista en


dos formas.

1.- La primera surgió del trabajo del francés Jacques Lacan. La teoría lacaniana se centra en
procesos simbólicos en los cuales los modelos de Freud sobre las relaciones emocionales de
la familia se inscriben profundamente.
La cultura y la posibilidad de comunicación se constituyen gracias a la “ley del padre”.

La masculinidad no es un hecho empírico (como en el psicoanálisis clásico), y mucho menos


un arquetipo eterno (como jung). Se trata de algo que ocupa un lugar en las relaciones
simbólicas y sociales. La represión edípica crea un sistema de orden simbólico en el que
quien posee el falo (símbolo que se distingue el pene empirico) (el significante de una falta)
ocupa una posición central.

Tratar el género como un sistema de relaciones simbólicas y no como hechos fijos sobre las
personas, convierte a la aceptación de la posición fálica en un hecho profundamente político.
Siempre existe la posibilidad de rechazarla, aunque las consecuencias sean drásticas.

Mientras que en Europa el feminismo lacaniano supuso una lectura política y simbólica de la
masculinidad, el feminismo estadunidense se centró en el mundano tema de las relaciones
familiares: el resultado fue un desplazamiento importante del pensamiento respecto al
desarrollo psicosexual de los niños.

El psicoanalisis clásico, el drama se centró en la entrada edípica a la masculinidad. En los


trabajos de las feministas norteamericanas el drama se centró en la separación preedipica de
la feminidad y el centro se localizaba definitivamente en la madre

El rol masculino

Un primer intento por crear una ciencia de la masculinidad se centró en el concepto de rol o
papel sexual masculino. Sus orígenes se remontan a los debates que se dieron en el siglo XIX
sobre las diferencias sexuales, cuando la doctrina científica de la diferencia sexual innata
sustentó resistencia a la emancipación de las mujeres,

El tema de la diferencia sexual provocó una cantidad notable de investigación se trata de un


aspecto que técnicamente es fácil de seguir y siempre hay alguien interesado en sus
resultados.

A mediados del siglo XX la investigación sobre la diferencia sexual se topó con un concepto
que parecía explicar su propio tema de una forma acorde con las necesidades del momento:
el concepto de rol o papel sexual. Que en la actualidad es un termino muy común. El uso de
papel o rol como un concepto técnico de las ciencias sociales, como una forma seria de
explicar el comportamiento social de una forma general, data de los años treinta, y
proporcionó una forma útil de relacionar la idea de ocupar un lugar en la estructura social
con el concepto de normas culturales. Se expandió gracias a la sociología, la antropología y
la psicología.

El concepto de rol puede aplicarse al género de dos formas

1.- los roles se consideran específicos para situaciones definidas

2.- Supone que ser un hombre o una mujer significa poner a funcionar una serie general de
expectativas asignadas a cada sexo; esto es, poner a funcionar el rol sexual.

En cualquier contexto cultural siempre habrá dos roles sexuales, el masculino y el femenino.
La masculinidad y la feminidad se entienden fácilmente como roles sexuales internalizados,
productos del aprendizaje social o socialización

Este concepto se ajusta perfectamente a la idea de las diferencias sexuales, las cuales se han
podido explicar de forma clara gracias a los roles sexuales, por lo que esas dos ideas suelen
confundirse

Se considera que los roles sexuales son la elaboración cultural de las diferencias sexuales
biológicas. Otra vertiente de la teoría del rol sexual fue elaborada por Parsons, para él la
diferencia entre los papeles sexuales femeninos y masculinos es una distinción entre roles
instrumentales y expositivos en la familia a la que se le considera un grupo pequeño.

La idea de que la masculinidad es la internalización de rol sexual masculino permite el


cambio social, lo cual se consideró a veces una ventaja de la teoría de roles frente al
psicoanálisis. Como las normas del rol son hechos sociales, pueden transformarse también a
través de procesos sociales -la familia, la escuela, los medios de comunicación masiva-
transmitan nuevas expectativas.

La teoría de los roles podría incluso admitir la idea del conflicto en la masculinidad que se
derivaría de las contradicciones en las expectativas sociales o de la imposibilidad de
manejarlas y no de la represión

La internalización de los roles sexuales contribuía a la estabilidad social, la salud mental y la


puesta en práctica de funciones sociales necesarias. En términos más formales, la teoría
funcionalista supuso que las instituciones sociales, las normar de rol sexual y las
personalidades reales concordaban.

Gracias al crecimiento del feminismo académico la investigación sobre el rol sexual floreció
como nunca lo había hecho. Se asumió de manera general que el rol sexual femenino era
opresivo y que su internalización aseguraba que las niñas y las mujeres se mantendrán en una
posición subordinada. La investigación de rol se convirtió en una herramienta política que
definía un problema y sugería estrategias para la reforma,

Los estudios sobre los hombres se lazaron para acompañar el proyecto feminista de estudios
sobre las mujeres. Los textos realizados desde estas líneas relacionaron la subordinación de
las mujeres con las jerarquias de poder entre los hombres negros y los hombres gays. En otras
partes de la tipología del rol masculino existía ambivalencia respecto a las mujeres y se
deseaba acallar el compromiso con el feminismo. Algunas investigaciones igualaron la
opresión de los hombres con la opresión de las mujeres y negaron que existiera jerarquía de
opresiones.

En los años 60 el sistema de roles ocupó un lugar central en los libros publicados. La
tendencia básica es entender las posiciones de los hombres y las mujeres como
complementarias. En ningún momento se incluye un análisis del poder.

Historias

Una nueva aproximación a la masculinidad se puede ver en las disciplinas de las ciencias
sociales, la historia y la etnografía proporcionaron un elemento fundamental que evidencia
la diversidad y la transformación de las masculinidades.

La bibliografía histórica académica siempre se ha ocupado de los hombres por lo menos de


los ricos y famosos. Las feministas notarón esto y en los años sesenta desarrollaron un
poderoso movimiento que escribía la historia de las mujeres y compensaba el desequilibrio.
Al ya existir una historia de los hombres, se tenia que pensar en una nueva historia, la historia
de aquello que no estuviera incluido en la historia ya existente, considerando aspectos ligados
al género.
A esta historia se le llamó el rol masculino y la primera ola de trabajos estadunidenses de
este tipo se superpuso a la bibliografía sobre el rol sexual masculino. Caracterizada por tener
el mismo vago alcance y por estar escritita con un alto grado de generalizaciones.

La bibliografía sobre el rol masculino no dio por sentado una parte esencial de la
masculinidad era proveer el sustento familiar.

Las definiciones de masculinidad se encuentran íntimamente ligadas a la historia de las


instituciones y de las estructuras económicas. La masculinidad no es sólo una idea de alguien
ni una identidad personal. Se extiende a lo largo de todo el mundo y se mezcla con relaciones
sociales. Para comprender de manera histórica la masculinidad es necesario estudiar los
cambios en dichas relaciones sociales organizadas.

Se necesita descomponer una unidad como la de la familia en sus diferentes relaciones -


Crianza infantil, empleo, relaciones sexuales y división del trabajo-. Estos elementos
pudieran cambiar a ritmos variables y generar tensiones en la masculinidad y feminidad.

El trabajo histórico más notable sobre masculinidad lo realizó Phillips quien se centró en las
relaciones sociales y fue sobre el periodo del siglo XX sobre la colonia en Nueva Zelanada.
El estudio comienza con la demografía y economía de los asentamientos que ocasionaron
que la población blanca de colonos estuviera constituida por una gran mayoría de hombres y
que se formaran nichos en la frontera integrados únicamente por los hombres.

Con el cambio de siglo, proporciones más equilibradas entre los sexos, una creciente
urbanización y la conquista casi total de la población maori, las exigencias del control social
cambiaron: el Estado cambió su estrategia y comenzó a estimular una masculinidad más
violenta. Primero para la guerra de los Boers y posteriormente para las dos guerras mundiales.

Esto podría asociarse con los vimos las clases pasadas sobre como el género ha sido proyectos
de los estados e imperios que buscan la construcción de un tipo de masculinidad y feminidad.

Los trabajos de Phillips muestran como se produjo la masculinidad como forma cultural.

La investigación histórica de la masculinidad conduce, a través de las instituciones, al


cuestionamiento sobre la agencia y la lucha social.

La antropología conduce a una lógica parecida.


La etnografía del otro

Desde la antropología las aportaciones de Margaret Mead contribuyeron a los estudios de


género, sobre la diversidad cultural de significados de la masculinidad y la feminidad- aunque
Mead nunca sobrepasó la controversia de que bajo todas estas posibilidades existía siempre
una heterosexualidad natural.

En los 60, el feminismo de la segunda ola produjo trabajos muy originales sobre la
antropología de género. Como en la historia, la mayor parte del trabajo se debió a mujeres e
intentó documentar la vida de las mujeres. Y al igual que en la historia después se
desarrollaron investigaciones sobre la masculinidad

Algunos de esos trabajos se centran en las imágenes culturales del concepto masculinidad.
El debate etnográfico sobre el maschismo latinoamericano el ideal masculino que enfatiza el
dominio sobre las mujeres, la competencia entre los hombres, el despliegue de agresivida,
sexualidad rapaz y doble moral, también se ha centrado en la ideología.

El trabajo de Gilbert Herdt sobre la descripción de una economía basada en la recolección y


la jardineria, del orden político en una aldea pequeña de una cosmología y mitología, y de un
sistema titual, la cultura se caracteriza por guerras crónicas, una marcada divisipon del trabajo
dependiente del género y una masculinidad notablemente enfatizada y agresiva.

La parte central del relato de Herdt se ocupa del culto a los hombres y sus rituales de
iniciación, que incluyen relaciones sexuales intensas que implican chupar el pene y tragar el
semen entre los niños iniciados y los hombres jóvenes. El semen es la esencia de la
masculinidad y debe transmitirse de una generación a otra entre los hombres para asegurar
que la sociedad sobrevida.

Un complejo sistema de historias rituales sostiene dichas creencias. El componente sexual en


el trabajo etnografico de Herdt tuvo un carácter escandaloso. Presentó la imagen de una
masculinidad violenta y agresiva que, aparentemente, era como la masculinidad común
exagerada de nuestra propia cultura, pero que se basaba en relaciones homosexuales eu en
nuestra cultura se piensa como afeminamiento.

Esta etnografia contradice la fuerte suposición cultural de que la homosexualidad sólo se


presenta en una minoría
Según el modelo positivista de ciencias sociales, partiendo de la colección de casos múltiples
se intenta llegar a generalizaciones interculturales y leyes que incluyan a toda la sociedad
humana.

Psicológicamente, la masculinidad es una defensa contra la regresión a la identificación


preedipica con la madre. Esto puede decirse de casi todas las culturas, aunque existan algunas
pocas excepciones donde los patrones de la masculinidad son más pasivos y relajados.

Aunque, el método positivas insista en la que hay un conocimiento universal estable


constante en todos los casos, otras etnografías suponen que no.

El cuestionamiento reciente sobre la etnografia como método enfatiza la presencia de los


etnógrafos y sus prejuicios respecto a las relaciones sociales; la mirada del colonizador sobre
el colonizado, las relaciones de poder que definen quien es el que investiga y quien es el
investigador. El autor es enfático al decir que el conocimiento etnografico sobre la
masculinidad adquiere su valor precisamente cuando lo suponemos una parte de la historia
mundial, una historia marcada por el despojo, la lucha y la transformación. Conforme los
pueblos indigenenas exijan su derecho a contar sus propias historias nuestro conocimiento
de la masculinidad occidental cambiará profundamente.

La construcción social y la dinámica de género

La construcción de la masculinidad en la vida cotidiana, la importancia de las estructuras


económicas e institucionales, el significado de las diferencias entre las masculinidades y el
carácter contradictoria y dinámico del género.

Una de las más importantes cuestiones estudiadas por la sociología moderna es que el género
no se fija antes de la interacción social, sino que se construye a partir de ella.

Esta rama se ocupa de las convecciones publicas sobre la masculinidad. Sin embargo, en
lugar de considerar las normar preestablecidads que se internalizan y ejecutan pasivamente,
la nueva investigación explora la forma en que se hacen y rehacen las convecciones dentro
de las mismas prácticas sociales

Las circunstancias económicas y la estructura de las organizaciones influyen en la forma en


la cual se construye la masculinidad a niveles más íntimos
Es importante reconocer las diferencias en los contextos de clase y raciales, pero no es la
única distinción que se ha manifestado, el mismo contexto cultural o institucional produce
diferentes masculinidades.

No debe ser suficiente con reconocer las relaciones entre las diferentes formas de
masculinidad; relaciones de alianza, dominio y subordinación. Estas relaciones se construyen
a través de prácticas que excluyen e incluyen, que intimidad, explotan, etc. Así que existe
una política de género en la masculinidad.

LA PRODUCCIÓN TEÓRICA SOBRE LA MASCULINIDAD: NUEVOS APORTES*

durante siglos casi todos los libros publicados eran sobre hombres. Incluso hoy día, si un
texto no tiene la palabra “mujeres” en el título, probablemente trate acerca de los hombres.
Lo que distingue a esta literatura como algo novedoso es que se refiere a los hombres en tanto
tales, habla sobre ellos como actores genéricos, acerca de cómo experimentan las formas de
la masculinidad en su vida privada o en su participación en la arena pública.

Así, esta producción sobre hombres llega precedida de dos décadas de contribuciones
académicas feministas, dos décadas en las cuales la paciente investigación de estas
académicas ha puesto al descubierto la vida de importantes mujeres cuyas carreras fueron
oscurecidas por el androcentrismo imperante, o bien han reconstruido cuidadosamente la vida
cotidiana de mujeres comunes que trabajaron con criterio y dignidad dentro del marco
establecido por el patriarcado.

El hecho de que esta literatura no sea sólo de hombres sino acerca de ellos, no los convierte
en aliados del feminismo.. La producción intelectual sobre hombres muestra la ambivalencia
de los avances del feminismo nismo y de la perspectiva que éste ofrece a los hombres para
la reconstrucción de su masculinidad. Junto a los que comparten la visión feminista sobre el
cambio social, muchos otros autores buscan subrayar lo que hay de distintivo en la visión
masculina.

todos esos textos no son sino una respuesta a la enorme contribución del feminismo en cuanto
a poner en evidencia el género como uno de los principales pilares sobre el cual está
organizada la vida social. Si los hombres han advertido que son género y que los problemas
de género preocupan tanto a hombres como mujeres, es porque ellas han presionando por
mucho tiempo para que nos diéramos cuenta de ello-

estos nuevos textos sobre hombres comparten una profunda ambivalencia acerca de la
cuestión del poder en la vida masculina.

A pesar de que si miramos alrededor –hacia el sistema político, las corporaciones, la vida
académica– vemos que los hombres tienen el poder, pero la mayor parte de ellos no se siente
poderoso. En realidad, la mayoría de los hombres se siente existencialmente impotente.
Aunque saben que la definición de masculinidad es estar en el poder, ser “capitán de mi
destino y maestro de mi alma”, se sienten entrampados en los sofocantes viejos roles y sin
capacidad para hacer realidad los cambios que ellos quieren en sus vidas.

Buena parte de esta literatura trata de dar respuesta a esta impotencia: bien a través de la
premisa feminista de que los hombres deben confrontar su participación en el poder social, o
por el contrario, ofreciendo paliativos y recetas de cómo refortalecer ese poder. Esta división
es decisiva en cuanto a la posición que adopta cada autor sobre el feminismo

Tampoco es casualidad que los libros académicos tienden más a discutir sobre el poder,
mientras los libros de distribución masiva tienden a examinar qué es lo que fragiliza tal poder.
Los trabajos académicos tienden a tomar un punto de vista histórico o social y desde una
distancia teórica pueden ver el impacto del poder de los hombres. La mayoría de los libros
más populares ofrece una introspección de la psiquis masculina y una “psicología pop” acerca
de cómo vivir una vida más sana, ser padres más dedicados, amantes más considerados y
amigos más comprometidos.

Historias de hombres

Los trabajos históricos sobre los hombres se han construido sobre la base de preocupaciones
semejantes a las que tuvieron las historiadoras feministas cuando trataron de rescatar del
olvido las importantes contribuciones de mujeres (biografía feminista), y develar la profunda
construcción genérica que conforma la red de la vida cotidiana (historia social feminista).

La mayoría de los historiadores que trabajan sobre hombres, al menos los más rigurosos,
tratan de reconstruir la vida cotidiana a través de la matriz que producen la clase, la raza y el
género.
Ted Ownby, examina la postguerra del mundo sureño, y las actividades lúdicas de hombres
y mujeres, para mostrar el contraste entre el sur “luchador” y el sur “predicador”. Mientras
las mujeres eran vistas como guardianas purificadoras de la piedad y virtud cristiana, los
hombres aparecían como los inmanejables, holgazanes, buscando constantemente la
compañía de otros hombres para salir a cazar, beber, insultar y alardear. Si la casa y la iglesia
pertenecían a las mujeres, la calle, los bares y las cabañas pertenecían a los varones. De esta
forma, los hombres trataban de restaurar el daño sufrido a la masculinidad mediante la
humillante derrota de la guerra civil.

Desde una perspectiva contraria, los trabajos compilados por Carnes y Griffin, en Meanings
for Manhood, están conscientes de los privilegios patriarcales, cuando describen la
masculinidad norteamericana a fines del siglo XIX

Curiosamente, otros ensayos compilados tratan de examinar las vidas de los hombres sin
considerar el género. Usan para ello una vía más parecida a la de los historiadores que
examinan oficios, como carpineros o empleados de servicios, pero sin que el prisma teórico
feminista guíe sus exploraciones en la idea de la construcción histórica del género. Tales
autores estudian a los hombres, pero no como actores sociales pertenecientes a un
determinado género, algo que me parece esencial si se busca examinarlos descentrándolos de
su situación inicial de terrotorio genéricamente inexplorado (“hombre” como ser humano),
para hacerlos regresar a su condición de seres específicamente genércos.

Los antropólogos también han comenzado a explorar tanto las habituales experiencias
masculinas transculturales como su configuración específica en cada cultura. En Manhood
in the making, David Gilmore revisa, en un gran número de culturas, los elementos comunes
que hay en los hombres en su necesidad de demostrar virilidad. Desde la antigua Grecia a
Japón, India y Sudamérica, Gilmore encuentra una gran cantidad de temas en común en la
necesidad de los hombres por demostrar y probar su masculinidad. En cualquiera de estas
culturas la masculinidad era una competencia. Pero esta realidad no necesariamente lleva
hacia la violencia o la agresión: de hecho Gilmore argumenta que la masculinidad probada y
testeada puede permitirse un espectro más amplio de conductas afectivas y cariñosas, que
una masculinidad que está permanentemente cuestionada

TEORIZANDO MASCULINIDADES
Otra tarea importante del proyecto analítico de conocer a los hombres ha sido el problema de
la teoría. ¿Cómo lo hacemos para en- tender la vida de los hombres? ¿Transitar por las teorías
tradicionales como el marxismo, el psicoanálisis o el feminismo explica, adecuadamente, la
relación profundamente ambigua de los hombres hacia con el poder?

Es interesante señalar que el trabajo de teorizar sobre la masculinidad, en gran parte ha sido
tomado por los escritores británicos y australianos, mientras que los teóricos de Estados
Unidos han tendido a hacer la mayoría de las indagaciones psicológicas.

Tres de los trabajos teóricos más ambiciosos son Gender & Power, de Connell; The Gender
of Oppression, de Jeff Hearn y Masculinity and Power, de Arthur Brittan. Como sus títulos
lo indican, todos ellos están centrados en la relación de los hombres con el poder, tanto
institucionalmente como interpersonalmente. Esta preocupación contrasta fuertemente con
la focalización psicologista de lo interpersonal que tiende a excluir lo institucional, lo cual
explica por qué los libros americanos insisten en la falsa noción que plantea que los hombres
no tienen poder simplemente porque ellos lo sienten así.

Hearn comienza con una crítica al marxismo por invertir el significado de la producción y la
reproducción. Marx creía que toda la vida social, incluyendo las relaciones entre hombres y
mujeres, derivaba del lugar que ocupa cada uno respecto a los medios de producción, es decir,
con el trabajo. Así, la dinámica central del capitalismo es la explotación, el uso de los cuerpos
de los trabajadores para generar ganancia para los capitalistas. Dentro de estas formulaciones,
Hearn argumenta que la posición de las mujeres siempre va a ser problemática, porque la
relación de las mujeres con el trabajo siempre será un tema complejo. Pero, Hearn se
pregunta, ¿qué sucedería si nosotros decidimos que el proceso central de la vida social no es
la producción sino la reproducción, y que la vida familiar es en realidad el núcleo

teórico? Entonces, si los hombres fueran los marginales, ¿qué identidad de género sería la
problemática, los roles de quiénes tendrían que ser explicados? Hearn sugiere que el origen
histórico de la dominación masculina, se basa en los esfuerzos de los hombres por arrebatar
violentamente a las mujeres el control de la reproducción.

Connell amplía este análisis, para discutir las diferentes maneras en que los hombres son
explotados a través de la creación de una masculinidad estándar considerada la “normal”. Es
particularmente interesante, la manera a través de la cual los heterosexuales masculinos se
convierten en los dominantes y, así, convierten en marginales a los gay en tanto “otros”.
Connell deriva desde Marx hacia Freud para explicar cómo esta masculinidad hegemónica
es inculcada en los jóvenes. Lo que los psicólogos definen como maduración normal, Connell
lo interpreta como coercitivo

Brittan le agrega una visión postestructuralista al cuadro teórico, explicando de qué modo la
masculinidad es integrada con el poder y se convierte en el despliegue del poder en el mundo.
Igual que Connell, Brittan se centra en las maneras en que la masculinidad se identifica con
la masculinidad heterosexual, así marginaliza a todos aquellos sobre los cuales el falo actúa
–mujeres y hombres gay–. Particular interés reviste la manera en que Brittan valora el
impacto del movimiento de mujeres y el movimiento gay sobre la resistencia de los hombres
al cambio.

Cómo pensamos, y cuán profundamente el género marca nuestro pensamiento, es uno de los
puntos de partida del libro Rediscovering Masculinity, de Seidler. A través de una
investigación de las nociones filosóficas clásicas del lenguaje, la verdad y la razón, Seidler
explora la manera en que el género se convierte en cómo pensamos y el criterio que usamos
para aprehender el mundo. No contento con dejar su trabajo a las críticas abstractas de la
racionalidad masculina, Seidler usa ideas relámpago autobiográficas para explorar las
maneras de pensar a través de las cuales las mentes diferenciadas por género interactúan con
el contexto político real. Sin embargo, considero que las discusiones acerca de los esfuerzos
para fundir las críticas feministas-marxistas del patriarcado con comprensión freudiana
acerca de los intereses inconscientes, pueden ser atractivas pero también bastante
anacrónicas. Seidler escribe acerca de las experiencias de fines de los sesenta, como si estas
luchas aún estuvieran comprometiendo activamente a una nueva generación, cuando lo más
seguro es que no lo están. La generación de los sesenta fue intelectualmente “ensambladora”
porque juntó diversas fuentes, tales como Marx y Freud buscando síntesis hegelianas.

dos antologías británicas ilustran el peligro y las promesas de las teorizaciones sobre
masculinidad. Male Order y Men,Hoy día lo Masculinities and Social Theory son excelentes
colecciones que presentan una variedad de perspectivas y temas. Cada una ha surgido
original- mente de una conferencia. Male Order enfatiza las representaciones populares de la
masculinidad, especialmente en películas, novelas y publicidad. Esta vendría a ser la materia
prima sobre la cual construimos nuestra identidad (Seidler y Segal contribuyen con un ensayo
cada uno). Algunos escritores se aproximan con escepticismo a las nuevas políticas sexuales,
y encuentran que la perspectiva del compromiso con el “otro” tiene hoy bases débiles. Y
Cynthia Cockburn yuxtapone los cambios económicos, y la intransigencia masculina de tal
forma que puede aclarar los riesgos que los hombres corren en este cambio.

Lo que estos académicos ingleses y australianos sostienen es que las definiciones de


masculinidad están cambiando constantemente. La masculinidad no viene en nuestro código
genético, tampoco flota en una corriente del inconsciente colectivo esperando ser actualizada
por un hombre en particular, o simultáneamente, por todos los hombres. La masculinidad se
construye socialmente, cambiando: 1. desde una cultura a otra; 2. en una misma cultura a
través del tiempo; 3. Durante el curso de la vida de cualquier hombre individualmente; 4.
Entre diferentes grupos de hombres según su clase, raza, grupo étnico y preferencia sexual.

La búsqueda espiritual de los hombres

hay otro grupo, bastante popular en estos momentos en Estados Unidos, que posiblemente
obtenga seguidores en otras partes. Esta corriente “mitopoética” de análisis explora los
niveles subterráneos de la universalidad transhistórica “profunda” de la masculinidad.
Mediante esta perspectiva, dejamos atrás los cuidados terrenales y mundanos de las políticas
y economías, para adentrarnos en los espacios místicos de los arquetipos jungianos. Entramos
así al mundo del hombre primitivo.

el más conocido proveedor de la búsqueda de la masculinidad profunda es Robert Bly, quien


con su Iron John ha alcanzado los primeros puestos en la lista de los best seller casi todo el
año 1991. En Iron John, Bly relata un cuento de hadas de Grimm, como una atemporal
parábola del desarrollo masculino. Es un cuento de separación de la madre, una heroica
respuesta, una herida de lucha, y una recuperación de las virtudes masculinas presentada en
un formato contemporáneo que permite a los hombres reclamar por su intrínseco “guerrero”.

postura analítica que acepta lo que los hombres dicen, que ellos se sienten sin poder, para
vivir las vidas plenas y ricas que les marcaron como derecho desde el nacimiento. En un
sentido, los hombres están enojados porque ellos querían “tenerlo v todo”. Bly, Keen y Moore
y Gillette argumentan que los hombres contemporáneos son menos listos, menos vividos,
porque ellos no se han separado adecuadamente de sus madres. La ausencia de los padres en
el hogar, la desaparición de los sistemas de aprendizaje, significa que los hombres han
aprendido el significado de masculinidad desde las mujeres –en particular desde sus propias
madres.

La solución que Bly ofrece es refugiarse en una homosocialización, donde los hombres se
puedan validar unos con otros y aumentar su propio sentimiento de masculinidad.

Para Nancy Chodorow, Dorothy Dinnerstein y otras, el problema con los hombres no es que
ellos no se hayan separado suficiente de la madre, sino que se han separado demasiado. El
proyecto de la masculinidad es un permanente esfuerzo para repudiar la femineidad, un
esfuerzo fanático para diferenciarse de las mujeres. Así, los hombres han abandonado
precisamente todas las capacidades emocionales que son las que más necesitarían si las
mujeres obtuvieran la igualdad: capacidad de cariño, sensibilidad, respuesta emocional.
Especialmente compasión. La compasióncrequiere conexión no separación, es la habilidad
de tomar el rol delcotro, ver “cuán afortunado soy”. Y la compasión viene en poca cantidad
para los hombres; se quiebra contra la definición tradicional de masculinidad, entendida
como autonomía e independencia. Las feministas, por lo tanto, han sugerido compartir la
paternidad como un vehículo que permite a los hombres desarrollar estos recursos
emocionales; el feminismo es el conjunto de demandas institucionales e interpersonales que
los hombres toman superficialmente.

Aunque estos libros estén hablando directamente del dolor de los hombres, yo tengo la
sensación de que es un extraño dialecto el que habla del dolor de los hombres y del dolor que
los hombres causan. Estas soluciones hiperindividualistas, descontextualizan la masculinidad
de la experiencia real en las relaciones masculinas-femeninas como si los hombres pudieran
saber el sentido de la masculinidad sin el “otro” contra el cual organizar su propia identidad.

Estos libros “mitopoéticos” casi siempre usan la analogía del chofer para describir los
reclamos de los hombres. Así, está él en el asiento del conductor, usando el uniforme, usted
asume naturalmente que él tiene el poder. Pero desde su perspectiva alguien más está dando
las órdenes. Brillante, ¿no? Pero también una verdad a medias, y por lo tanto terriblemente
equivocada. Sí, los hombres se sienten sin poder. Pero lo que no se dice en esta analogía es
que el que está dando las órdenes también es un hombre. Sacando a los hombres
individualmente del mundo social en el cual ellos siguen dando las órdenes, nos perdemos la
sistemática realidad social del individuo dentro de ella.

el feminismo, desde siempre, ha ofrecido un modelo que se maneja a dos niveles: las
transformaciones interpersonales –permitiendo a los hombres desarrollar un mayor número
de emociones– y las transformaciones institucionales, en las que hombres y mujeres se
integran a la vida pública como iguales. Los hombres modernos necesitan aceptar a las
mujeres como iguales en la esfera pública –lo que significa apoyar campañas para reformas
tales como obtener guardería, la libertad de los derechos reproductivos de la mujer, y fuertes
protecciones contra el acoso sexual, la violación, los malos tratos– considerándolos asuntos
tanto de hombres como de mujeres. Las mujeres no podrán ser nuestras iguales sin estos
cambios, y nuestra vida como hombres definitivamente se va a empobrecer.

TRAFICANDO CON HOMBRES: LA ANTROPOLOGÍA DE LA MASCULINIDAD

Este articulo explora el cómo entienden, utilizan y discuten los antropólogos la categoría de
masculinidad mediante la revisión de análisis recientes sobre los hombres como sujetos que
tienen género a la vez que lo otorgan. Se comienza con las descripciones de cuatro formas
distintas de definición y tratamiento de la masculinidad en la antropología, y se presta
atención especial a las relaciones de diferencia, desigualdad, y mujeres con el estudio
antropológico de las masculinidades, incluida la curiosa omisión de la teoría feminista por
patie de numerosos antropólogos estudiosos de lo varonil. Los temas específicos que se
discuten abarcan las diversas economías culturales de la masculinidad, la noción de regiones
culturales en relación a las imágenes de hombría, amistad masculina, machismo, corporalidad
masculina, violencia, poder, y fisuras sexuales

Aunque durante las dos últimas décadas el estudio de género conforma el cuerpo teórico y
empírico nuevo más importante dentro de la antropología en su conjunto, los estudios de
género aún son equiparados con los estudios de las mujeres

Los nuevos análisis sobre los hombres como sujetos con género y que otorgan género
constituyen actualmente la antropología de la masculinidad. Existen al menos cuatro formas
distintas mediante las cuales los antropólogos definen y usan el concepto de masculinidad y
las nociones relativas a la identidad masculina, la hombría, la virilidad y los roles masculinos.
La mayoría de los antropólogos que trabaja el tema utiliza más de uno de estos conceptos, lo
cual permite señalar la fluidez de los conceptos y la lamentable falta de rigor teórico en el
abordaje del tema.

1.- El primer concepto de masculinidad sostiene que ésta es, por definición, cualquier cosa
que los hombres piensen y hagan.

2.- El segundo afirma que la masculinidad es todo lo que los hombres piensen y hagan para
ser hombres.

3.- El tercero plantea que algunos hombres, inherentemente o por adscripción, son
considerados “más hombres” que otros hombres.

4.- La última forma de abordar la masculinidad subraya la importancia central y general de


las relaciones masculino-femenino, de tal manera que la masculinidad es cualquier cosa que
no sean las mujeres.

En la literatura antropológica sobre la masculinidad se ha hecho mucho énfasis en cómo los


hombres en contextos culturales diferentes desempeñan su propia hombría y la de otros

En su estudio etnográfi co sobre una “subcultura masculina” entre los Sambia de Nueva
Guinea, Herdt (1994, p. 1) se propone presentar “cómo los hombres se perciben a sí mismos
como personas masculinas, sus tradiciones rituales, sus mujeres, y el cosmos…”. La forma
de comprender la masculinidad Sambia, según Herdt, es por consiguiente prestar mucha
atención al lenguaje masculino, vale decir, a lo que estos hombres dicen sobre sí mismos
como hombres. Además, al explorar las iniciaciones masculinas entre los Sambia, Herdt
(1994, p. 322) enfatiza lo que denomina “una masculinidad fálica, tan intensa” que de lo que
se trata no es de que los varones se esfuerzan por alcanzar la masculinidad por oposición a la
feminidad, sino de lograr una clase específi ca de masculinidad, la cual por su naturaleza
misma, es solamente accesible para los hombres.

el primer gran estudio antropológico sobre la masculinidad, Brandes (1991) describió cómo
las identidades masculinas se desarrollan relacionadas con las mujeres. En su examen del
folklore y los hombres en la Andalucía rural, Brandes sostuvo que aún si las mujeres no están
físicamente presentes con los hombres mientras estos trabajan o beben, y si no son refl ejadas
en los pensamientos concientes de los hombres, la “presencia” de las mujeres es un factor
signifi cativo en la comprensión subjetiva de los hombres de lo que para ellos signifi ca ser
hombres. En la discusión acerca de las identidades de género en sectores de clase obrera de
Ciudad de México, Gutmann (1998) planteó que la mayoría de los hombres durante la mayor
parte de sus vidas perciben sus identidades masculinas a partir de las comparaciones que
hacen con las identidades femeninas.

La atención prestada en la antropología a los hombres-como-hombres (Godelier, 1986;


Ortner; Whitehead, 1981) ha sido insufi ciente, y buena parte de lo que los antropólogos han
escrito sobre la masculinidad debe inferirse de la investigación realizada sobre las mujeres
y por extrapolación de estudios sobre otros temas.

existen dos enfoques temáticos distintos en el estudio antropológico de la masculinidad.

1.- Algunos estudios se ocupan primordialmente de hechos relacionados exclusivamente con


hombres tales como la iniciación masculina y el sexo entre hombres, las organizaciones
exclusivamente masculinas como los cultos de hombres, y lugares exclusivos para hombres,
tales como casas y bares para varones. Otros estudios incluyen descripciones y análisis de las
mujeres como parte integral del estudio más amplio de lo varonil y la masculinidad.

2.- El otro enfoque ha sido el de documentar la naturaleza ambigua y fl uida de la


masculinidad dentro de contextos espaciales y temporales específi cos, lo cual ha
suministrado evidencia implícita para el argumento de Yanagisako y Collier (1987) según el
cual no existe un “punto de vista masculino” único.

Debido a la ausencia de un esfuerzo teórico sistemático sobre la masculinidad, la mayoría de


los estudios antropológicos referidos a los hombres-como-hombres, se centran solamente en
uno o dos de estos temas, creando categorías y defi niciones múltiples y contradictorias sobre
los hombres

El varón histórico en la antropología

históricamente, los antropólogos han cultivado a sus hombres nativos: las pretensiones de los
etnógrafos de haber descubierto una masculinidad exótica (u omnipresente) en los rincones
más lejanos del planeta siempre se han fundamentado en las contribuciones centrales de los
propios antropólogos a la creación de categorías de masculinidad y sus opuestos en diversos
medios culturales.

los antropólogos han desempeñado un papel no del todo insignificante en el desarrollo y


popularización de definiciones y diferenciaciones “nativas” sobre la masculinidad, la
feminidad y la homosexualidad, entre otras.

El trabajo de Margaret Mead en el Pacífico ofreció una información sorprendente y contraria


a las nociones populares existentes en Occidente sobre la adolescencia y la sexualidad; así
mismo desestabilizó muchos supuestos acerca de la masculinidad y la femineidad como
cualidades inherentes. Cuando escribió sobre el carácter ambiguo y contradictorio del género,
Mead (1982) planteó: “Encontramos que los Arapesh –tanto hombres como mujeres– hacen
gala de una personalidad que, al ser externa a nuestras nociones históricamente limitadas,
podríamos denominar como maternal en sus aspectos relativos al parentesco, y femenina en
sus aspectos sexuales”. En su elaboración acerca del “dilema del individuo cuyos impulsos
análogos no son considerados en las instituciones de su cultura”, Ruth Benedict (1934, p.
262), también optó por resaltar la diversidad de las masculinidades y demostró que la
homosexualidad ha sido históricamente considerada anormal solamente en algunas
sociedades

Respecto a las premisas no examinadas sobre la dominación masculina universal y las


diferencias universales de los roles-sexos, ninguna teoría tuvo tanta influencia en las ciencias
sociales durante la época de la postguerra como la de Parsons y Bales (1955), quienes
presentaron a las mujeres como expresivas (emocionales) y a los hombres como
instrumentales (pragmáticos, racionales, y cognitivos). La biología en última instancia,
determinaba lo que hombres y mujeres hacían diferencialmente en la familia. Por lo general,
la “naturaleza humana” ha sido un código referido a la importancia fundamental atribuida a
determinadas capacidades musculares y reproductivas, las cuales a su vez según algunos,
tienen como resultado inevitable patrones socioculturales relacionados con la caza y lo
doméstico (ver también Friedl, 1984)

Lévi-Strauss trató de aclarar ciertas cuestiones centrales, sin embargo debe resaltarse que en
Las estructuras elementales del parentesco (Lévi-Strauss, 1991a)
Lo que aparece con bastante frecuencia es la referencia a los hombres a través del eufemismo:
como ejemplo, los hombres son llamados “los dadores de esposas”. Al igual que sucedió con
los primeros estudios antropológicos feministas en la década de 1970, los primeros enfoques
empleados para estudiar la masculinidad tendían a mostrar un mundo demasiado
dicotomizado en el cual los hombres eran hombres y las mujeres eran mujeres, y donde las
mujeres contribuían tan poco a la “construcción” de los hombres como éstos a la
“construcción” de las mujeres. A diferencia de estos primeros estudios antropológicos
feministas sobre las mujeres, los cuales trataban de resaltar la “invisibilidad” anterior de las
mujeres en el canon, los hombres nunca han sido invisibles en la etnografía o en las teorías
sobre el “género humano”.

Regiones culturales y cuestiones de fronteras

Las cuestiones sobre la virilidad y las defi niciones de la masculinidad han sido
frecuentemente puestas sobre el tapete en las confrontaciones entre el colonizador y los
colonizados. Tal como concluyó Stoler (1991, p. 56), “La desmasculinización de los hombres
colonizados y la hipermasculinidad de los varones europeos representan afi rmaciones
fundamentales de la supremacía blanca” (ver también Fanon, 1967). Debido en parte a la
dinámica interna de la antropología y en parte a las exigencias planteadas por el
reordenamiento imperial de la segunda posguerra, el estudio de la masculinidad en la
antropología ha estado ligado con frecuencia a los estudios de áreas culturales

Lo masculino y lo femenino varían culturalmente, y las prácticas y creencias sexuales son


contextuales, no obstante el contexto cultural no necesariamente es equivalente a los rasgos
de la cultura nacional. Adicionalmente, la mayoría de los antropólogos que han escrito acerca
de la masculinidad en las últimas dos décadas han considerado que se justifica discutir las
transformaciones en curso en coyunturas culturales diferentes

En estos estudios etnográfi cos sobre los hombres, la infl uencia a veces indirecta, de ciertas
corrientes teóricas claves es evidente, empezando por las obras de Marx y Freud (ver
Laqueur, 1994) y más recientemente por las referencias a Foucault (1977, 1980), Merleau-
Ponty (1962), y Bourdieu (1980, 1995, 1997).

DIVISIONES DEL TRABAJO POR GÉNERO


Otro elemento de la economía cultural de la masculinidad que merece atención tiene que ver
con las marcadas diferencias existentes entre lo que hombres y mujeres hacen en sus
actividades y labores diarias. La mayoría de los etnógrafos, siguiendo el ejemplo de
Durkheim (1984), han tratado de documentar estas divisiones del trabajo y sobre esa base
hacer generalizaciones más amplias respecto a las desigualdades culturales.

Debe señalarse como saludable el desarrollo encontrado en recientes estudios de género


relacionado con el intento de describir y analizar las divisiones del trabajo no como tipos
ideales estáticos y formales, sino tal como se presentan en sus manifestaciones culturales e
históricas actuales y contradictorias.

La FAMILIA PARENSCO Y MATRIMONIO

Weeks (1985, p. 159) advirtió que “La narración de Lévi-Strauss sobre el significado
fundante del intercambio de mujeres”, “presupone de entrada que son los hombres quienes,
por ser naturalmente promiscuos, los que están en condiciones de intercambiar sus mujeres”.
Aunque ciertos antropólogos han presentado evidencia que no contradice o atenúa y que
apoya la teoría fundacional de Lévi-Strauss sobre el intercambio masculino de mujeres, otros
han encontrado motivos para cuestionar una descripción tan uniforme del matrimonio.

El Ejercicio de la paternidad -ser padre

A partir de los estudios de John y Beatrice Whiting sobre la crianza de los hijos en los años
de 1950, los signifi cados de la paternidad y las prácticas de los padres han sido examinadas
transculturalmente en forma detallada. Al documentar la ausencia del padre, los ritos de la
circuncisión, los ritos de iniciación masculinos, cómo duermen los niños, la envidia por la
posición, y lo que se ha denominado laxamente como hipermasculinidad y
supermasculinidad, los Whiting y sus estudiantes, colegas y críticos han escrito sobre los
parámetros biológicos dentro de los cuales puede fl orecer la diversidad cultural en las
sociedades humanas

La evidencia respecto a las experiencias de ser padre es bastante abundante en la antropología


El trabajo de Taggart (1992) en la región de la Sierra Nahua de México muestra que, hasta

hace poco, la mayoría de los niños dormían con su padre y no con su madre desde el destete
hasta la pubertad. En su encuesta cuantitativa acerca del cuidado de los hijos por parte del
padre entre los pigmeos Aka, Hewlett (1991, p. 168) informó que “los padres Aka gastan el
47 por ciento de su día alzando o encontrándose a un brazo de distancia de sus niños
pequeños, y mientras los alzan, es más probable que sean los padres y no las madres quienes
los abracen y los besen”. [Ver también Read (1952) para un primer documento sobre los
asuntos de los hombres Gahuku-Gama, y Battaglia (1985) sobre la crianza paterna de los
Sabarl en Nueva Guinea.

Gutmann (1998) se apoya en Lewis (1968) y otros para examinar el patrón histórico en el
México rural por medio del cual los hombres desempeñan un papel más signifi cativo en la
crianza de los hijos varones de lo que pueda ser el caso entre los proletarios urbanos (ver
también Fuller, 1998). No obstante, concluye que para muchos hombres y mujeres de las
comunidades de invasión en México, el ser un padre activo, consistente y a largo plazo, es
un elemento crucial en lo que signifi ca ser un hombre y en lo que hacen los hombres.

La amistad masculina

El tema de los espacios masculinos, la segregación de los hombres y lo que Sedgwick (1985)
denomina homosociabilidad, ha recibido reconocimiento etnográfi co pero poco análisis
sistemático. En las casas secretas de los hombres en varias sociedades (Poole, 1982; Tuzin,
1982, 1997), en los enclaves exclusivamente masculinos tales como cafés o lugares para
consumir alcohol con otros (Brandes, 1987; Cowan, 1990; Duneier, 1992; Herzfeld, 1985;
Jardim, 1992; Lewgoy, 1992; Limón, 1994; Marshall, 1979), en las re-laciones de
dependencia del cuatismo y en la “solidaridad de comensales” (ver Lomnitz, 1975 y
Papataxiarchis, 1991, respectivamente) y en el desempleo entre los jóvenes de clase obrera
(ver Willis, 1979), y en los deportes para hombres (ver Alter, 1992; Wacquant, 1995a,
1995b), la exclusividad de los hombres ha sido mejor documentada que entendida. Al
emplear el trabajo de Bourdieu sobre el cuerpo (e.g. Bourdieu, 1980), los estudios de
Wacquant (1997) del “libido sexualis (heterosexual)” y del “libido pugilistica (homoerótico)”
entre los boxeadores africano-americanos en Chicago, son notables por la construcción
teórica que hace sobre la masculinidad (y lo que determina que algunos hombres sean más
“varoniles”) y los cuerpos masculinos así como por el detalle etnográfico.

Un tema central en la discusión de la amistad masculina es la “creación de vínculos


masculinos” (male bonding), término inventado por el antropólogo Lionel Tiger (1984, p.
208) con la explicación de que los “hombres ‘necesitan’ algunos lugares y/o ocasiones donde
se excluyan a las mujeres”. A pesar de que la frase “creación de vínculos masculinos” ya
forma parte del lenguaje común en los Estados Unidos como descripción abreviada de
camaradería masculina (y frecuentemente usada en forma despectiva), Tiger acuñó el término
tratando de ligar supuestos impulsos inherentes en los hombres (a diferencia de las mujeres)
con los cuales los hombres demuestran solidaridad entre sí. La “creación de vínculos
masculinos” señaló Tiger (1984, p. 135), es un rasgo desarrollado a lo largo de miles de años,
“un proceso con raíces biológicas conectado…con el establecimiento de alianzas necesarias
para la defensa del grupo y de la cacería”

Connell (1995, p. 46) contextualiza históricamente la teoría sobre la “creación de vínculos


masculinos” de Tiger: “Desde que se derrumbó la capacidad que tenía la religión de justificar
la ideología de género, la biología ha sido llamada a llenar el vacío”. Así, que con sus genes
masculinos, se dice que los hombres heredan tendencias a la agresión, la vida familiar, la
competitividad, el poder político, la jerarquía, la promiscuidad y demás. La infl uencia de un
análisis tan “naturalizado” se extiende más allá de los confi nes de la antropología y de la
academia para justifi car la exclusión de las mujeres de los dominios masculinos claves.

El cuerpo

El componente erótico en la creación de vínculos masculinos y la rivalidad masculina está


claramente demostrado en muchos estudios recientes sobre sexo con el mismo sexo. El
artículo de Weston (1993) acerca de los estudios de lesbianismo y homosexualidad en la
antropología constituye la mejor revisión a la fecha de la manera como la disciplina ha
abordado este tema; acá resalto sólo unos puntos adicionales. Muchos estudios en la
antropología de la masculinidad tienen como componente central el informar y analizar algún
tipo de relaciones, atracciones y fantasías sexuales entre varones

Es de gran importancia teórica el que el término “homosexualidad” está encontrando cada


vez más rechazo, al considerárselo demasiado limitado en lo que se refi e-re a su significación
e implicaciones (ver Elliston, 1995). Tal como lo planteó Herdt (1994, p. xiii-xiv), “Ya no es
útil considerar que los Sambia practican la ‘homosexualidad’ por los signifi cados confusos
que tiene este concepto y por sus sesgos intelectuales en la historia occidental de la
sexualidad”.
Sigue vigente la importancia del planteamiento de Chodorow (1994) según cual la
heterosexualidad al igual que la homosexualidad es un fenómeno problemático e
insuficientemente estudiado, especialmente si se considera a la suxualidad como algo más
que el contacto corporal genital y reproductivo.

fué sólo a principios de la década de 1970, debido a la infl uencia política del feminismo, de
los estudios sobre la homosexualidad y el lesbianismo, y el desafío teórico de Foucault y
otros como Jeffrey Weeks, que los antropólogos comenzaron a explorar en forma sistemática
la relación entre los cuerpos materiales y las relaciones culturales.

Un área de la indagación antropológica relacionada con los hombres que parece bastante
precaria tiene que ver con la prostitución; a pesar de que existen algunos materiales
etnográficos sobre varones prostitutos, se necesita mejor documentación sobre las relaciones
de los hombres con las mujeres prostitutas.

Las fi suras somáticas se cruzan en muchos casos, como en la insinuación ritual que los
hombres hacen de si mismos en las labores físicas de la reproducción mediante la covada, la
cual se analiza generalmente corno una afi rmación de la paternidad social, un
reconocimiento del papel del marido en el parto, una revelación de las cualidades femeninas
de los hombres, y como un refl ejo del deseo de los hombres de imitar las habilidades
reproductivas de las mujeres, vale decir, “envidia de la matriz”

Fisuras sexuales: “tercer género’’, personas con dos espíritus, e hijras

Los orígenes de la expresión “tercer género”, muy popularizada en los estudios culturales,
lésbicos y homosexuales, pueden ser parcialmente rastreados en las investigaciones sobre
género y prácticas sexuales que no pueden ser fácilmente categorizadas como heterosexuales
u homosexuales. Pero no toda tercería es semejante, y esta formulación puede reificarse como
un dogma esencialista

En su narración etnohistórica acerca de un “hombre-mujer” Zuni del siglo diecinueve,


Roscoe (1991, p. 2) señaló que We’wha “era un hombre que combinaba el trabajo y los roles
sociales de hombres y mujeres, un artista y un sacerdote que se vestía, al menos parcialmente,
con ropas de mujer”. Aunque esta forma de vestir (cross-dressing) de nativos
norteamericanos –hasta hace poco denominada berdache por los antropólogos–disminuyó
como práctica a comienzos del siglo veinte, los hombres de muchas tribus continuaron
mostrando una preferencia hacia el trabajo de las mujeres y/o a sentirse atraídos por otros
hombres. Con la introducción de un volumen cuya intención era la de reemplazar el término
“berdache” por el de “personas con dos espíritus”, Jacobs (Jacobs; Thomas; Lang, 1997)
sostuvo que el “[el término ‘berdache’ (sic) tal como lo usan los antropólogos es anacrónico,
anticuado y no refl eja las conversaciones nativas norteamericanas contemporáneas sobre la
diversidad de géneros y las sexualidades”. (Para trabajos anteriores sobre berdache ver
también Whitehead, 1981 y Williams, 1988). Al escribir sobre los hijras del norte de la India,
los cuales podrían ser sometidos a la castración o a la penectomía o congénitamente “no ser
ni hombre ni mujer”, Cohen (1995a) explica por qué el “tercer género” no puede ser una
categoría confi able (ver también Nanda, 1990). En igual sentido, Robertson (1992, p. 422)
se refi ere a la androginia en el teatro japonés, “A pesar del funcionamiento de un principio
normalizador, se da el caso que en el Japón.. ni la femineidad ni la masculinidad han sido
consideradas como de la incumbencia exclusiva de cuerpos femeninos o masculinos”

Los objetos del deseo corporal

Herzfeld (1985, p. 66) anota que según los hombres de la Grecia rural, las mujeres son
“pasivas, indecisas e incapaces de controlar su sexualidad o sus temperamentos” (ver también
Herzfeld, 1991). Brandes (1991) señala que en Andalucía, de nuevo según los hombres, las
mujeres no son consideradas pasivas, sino que son ampliamente conocidas por ser
“seductoras, poseídas por apetitos lujuriosos insaciables”. Brandes (1991) también anota que
los hombres con frecuencia se sienten amenazados por su atracción hacia las mujeres “la cual
se centra principalmente en el trasero femenino”, y por transferencia, muchos hombres
pueden sentir ansiedad respecto a su propia penetración anal potencial. Dundes (1978)
también ofrece un marco de referencia analítico para el análisis de las preocupaciones
homoeróticas de los hombres relacionadas con los traseros.

Si en términos generales los etnógrafos han concluido que son pocos los hombres que
equiparan su virilidad con sus genitales, son muchos los estudios que indican que son un
punto de referencia favorito De hecho, es mucha la tinta que se ha gastado en la antropología
tratando de examinar comparativamente el papel del semen. En rituales sagrados, en
prácticasm en creencias como las que dicen que el semen se puede agostar y que las mujeres
si quieren matar a su esposo tienen relaciones sexuales con ellos todos los días, o que el
semen contiene poderes sagrados.

El poder.

Con el propósito de describir los elementos de la lucha masculina por el poder, y como parte
de la búsqueda de la “estructura profunda de la masculinidad”, David Gilmore (1990, p. 106)
promovió la noción de que en muchas, si no en la mayoría de las culturas, los hombres por
los menos comparten la creencia de que ellos son creados artifi cialmente mientras que las
mujeres nacen naturalmente. Por consiguiente, los hombres deben poner-se a prueba entre sí
de maneras que no lo tienen que hacer las mujeres

Bourdieu (1995, 1997) sobre la masculinidad, e.g. cuando afi rma que irrespecto de tiempo
o espacio, “entre todas las formas de esencialismo [el sexismo] es sin duda el más difícil de
erradicar” (p. 103), y cuando declara (1997) que “el acto sexual es por consiguiente
representado como un acto de dominación, un acto de posesión, como la ‘toma’ de la mujer
por el hombre”, lo cual supone que las posiciones sexuales son las mismas para todo el mundo
en todo momento.

Varones alfa y míticos

En la Turquía rural, no solamente se simboliza al Dios creativo como masculino, sino que se
considera que los varones humanos son quienes dan la vida en tanto que las mujeres apenas
alumbran (Delaney, 1991). Entre los Tswana del siglo diecinueve, mediante el intercambio
de ganado “los hombres producían y reproducían la sustancia social de la colectividad –en
contraste con la reproducción física hecha por las mujeres, de sus componentes individuales”
(Comaroff, 1985, p. 60). El problema estriba no en los análisis de situaciones culturales
específi cas, sino en el resumen según el cual “los hombres en todo el mundo comparten las
mismas nociones” (Gilmore, 1990, p. 109) acerca de los hombres varoniles (activos,
creativos), dado que tales nociones se basan en su mayoría en lo que los informantes varones
les han dicho a los etnógrafos varones acerca de sí mismos y acerca de las mujeres. Entre los
primeros estudios etnográfi cos sobre salud reproductiva entre los hombres, los mejores son
de Viveros (1998), Viveros y Gómez (1998) y Figueroa (1998)
Los escritores que comparten con Lévi-Strauss (1991a) la conclusión según la cual el
“surgimiento del pensamiento simbólico debe haber requerido que las mujeres, al igual que
las palabras, sean objetos de intercambio”, pocas veces encuentran diferencias culturalmente
signifi cativas entre los hombres y entre diferentes clases de masculinidades. En contraste
con aquellos paradigmas basados en imágenes relativamente homogéneas de la masculinidad
y de hombres todopoderosos, se encuentran los conceptos de masculinidades hegemónicas y
subordinadas (o marginales) propuestos por Connell (1987, 1995). Connell busca establecer
un mapa comprehensivo de las desigualdades de poder, a la vez que intenta dar cuenta de las
diversas relaciones entre mujeres y hombres, específi camente de la mediación activa de las
mujeres (ver Stephen 1997) y de los hombres en la transformación de las relaciones de

género.

Una contribución importante de los estudios antropológicos sobre la masculinidad ha sido la


de explorar las percepciones subjetivas de los hombres acerca de ser hombres, donde se
incluye la relación de ser hombre con la reivindicación, búsqueda y ejercicio de varias formas
de poder sobre otros hombres y sobre las mujeres.

Ha sido difícil en el estudio de la masculinidad, documentar la variedad de formas y modos


que asumen las relaciones de poder basadas en el género (á la Foucault) sin perder de vista
las desigualdades fundamentales entre hombres y mujeres, en muchos contextos donde puede
ser difícil discernirlas en el nivel familiar, de pequeña escala. El reconocer la variedad e
inclusive la complicidad, no signifi ca dejar de lado la habilidad para distinguir poderes
mayores y menores ni presupone aceptar la teoría hidráulica del poder según la cual la
ganancia de uno necesariamente implica la pérdida del otro, aunque si exige un marco de
referencia histórico claro (ver di Leonardo, 1979; Sacks, 1982).

El nacionalismo, la guerra y la violencia doméstica Trabajos recientes e innovadores acerca


de la masculinidad y la violencia hacen referencia a las cuestiones del nacionalismo, la guerra
y la violencia doméstica. La guerra obviamente existe con anterioridad y por fuera de los
contextos nacionalistas, y los lectores interesados en el tema de los hombres y la guerra en
sociedades tribales y en otras donde no existe el estado, pueden consultar a Chagnon (1968)
para una etnografía sociobiológica clásica sobre la masculinidad y la guerra, así como a Fried,
Harris y Murphy (1967) para una vision más general sobre la antropología de la guerra. En
cuanto al nacionalismo, sus vínculos con lo varonil en una diversidad de contextos culturales,
no podrían ser más claros. Por ejemplo Mosse (1996) documentó las historias asociadas del
nacionalismo europeo y la masculinidad. Oliven (1992) analizó los gauchos brasileros y la
identidad nacional, Guy (1992) examinó relación histórica entre la sexualidad masculina, la
familia y el nacionalismo en Argentina.

De formas muy diversas, otros han establecido conexiones entre la masculinidad, la violencia
y el poder formal. En Nueva Guinea, los hombres infl uenciados por el mensaje colonial
según el cual la pobreza allí existente se debía principalmente a la violencia masculina,
respondieron según Brison (1995, p. 172), con una ambivalencia nueva acerca del poder o
trataron de capitalizar su “rudeza”, lo cual en ambos casos sirvió para resaltar el poder y
prestigio de los europeos. Para una investigación etnográfi ca cortante acerca de la
masculinidad y los líderes militares en Estados Unidos, ver Cohn (1987).

Sobre los aspectos de la masculinidad en el contexto del terrorismo de estado, ver Nordstrom
y Martin (1992).

Si el golpear a la esposa se da entre recién casados (Herdt, 1994) o durante el primer


embarazo de la mujer (Gutmann, 1998), si se considera que la violencia masculina prevalece
históricamente más en ciertas clases que en otras o entre hombres que están perdiendo su
poder autoritario sobre las mujeres (Bourgois, 1995; Liendro, 1998; Montoya, 1998), en los
documentos antropológicos sobre los hombres, las fuentes de la violencia, cuando no sus
consecuencias, muchas veces están sobredeterminadas y subteorizadas excepción hecha de
quienes promueven la importancia de los factores biológico--hormonales en el
comportamiento humano, tales como Konner (1982, p. 111) quien sostuvo que “el caso más
fuerte a favor de las diferencias de género (regidas por la biología) se encuentra en el campo
del comportamiento agresivo”. Las teorías correspondientes que se apoyan en factores
político-económicos, raciales, de género y culturales son tristemente inadecuadas en la
literatura antropológica sobre los hombres y la violencia.

Los antropólogos varones tampoco han sido lo sufi cientemente activos en lo que se refi ere
a la investigación de los temas más importantes y difíciles relacionados con la violencia de
género tales como la violación y el maltrato a las mujeres.
Las mujeres y la masculinidad

Para contrarestar las décadas durante las cuales los antropólogos varones entrevistaban y
describían casi exclusivamente a informantes varones, las antropólogas feministas hicieron
mucho énfasis a principios de los años de 1970 en las mujeres y en los denominados “mundos
de las mujeres”. En buena parte se trataba de “descubrir” a las mujeres quienes habían estado
tan notoriamente ausentes (o “desaparecidas”) de las etnografías anteriores. Tan sólo hacia
los años de 1980 los hombres empezaron a explorar en forma sistemática a los hombres como
personas con género y que otorgan género. Pero irónicamente, la mayor parte de los estudios
etnográfi cos sobre la masculinidad han hecho uso insufi ciente de las contribuciones
feministas a nuestros conocimientos sobre la sexualidad y el género y no han participado
mucho en los importantes debates de este discurso. En parte, ello ilustra lo que Lutz (1995)
denomina la “masculinización de la teoría”, en este caso mediante la evasión de lo que se
considera de poco valor teórico.

La forma de incorporar las opiniones y experiencias de las mujeres respecto a los hombres y
la masculinidad es de gran importancia. Algunos antropólogos han planteado que como
hombres, están muy limitados en su capacidad para trabajar con mujeres.

Gutmann (1999) sostiene que las investigaciones etnográfi cas sobre los hombres y la
masculinidad deben incluir las ideas que las mujeres tiene sobre los hombres y sus
experiencias con ellos. Más que la simple afi rmación estadística según la cual al aumentar
el tamaño de la muestra se logrará aumentar nuestra comprensión del sujeto de estudio, y
más que ofrecer un suplemento al trabajo etnográfi co con hombres sobre la masculinidad a
través de la inclusión de las voces y experiencias femeninas, la cuestión vigente sigue siendo
la relacionada con el hecho de que las masculinidades se desarrollan y transforman y que
tienen poco signifi cado si no se relacionan con las mujeres y las identidades y prácticas
femeninas en toda su diversidad y complejidad correspondientes.

Así, a determinado nivel, el tema de la infl uencia de las mujeres sobre los hombres y la
masculinidad ha sido extensamente tratado aunque aún no sea este el caso en la literatura
referida al establecimiento de vínculos entre madre e hijo, al confl icto edípico, y a la
separación madre-hijo. El paso a seguir es el de vincular estos estudios y preocupaciones
aparentemente más de tipo sicológico con los interrogantes políticos sobre el poder y la
desigualdad. Necesitamos prestar atención no solamente a la autoridad de las madres sobre
los hijos varones sino también a la infl uencia de las mujeres sobre los adultos varones

El tema recurrente en muchos documentos antropológicos sobre la masculinidad sostiene que


“según los nativos”, los hombres se hacen en tanto que las mujeres nacen. La concienzuda
crítica de esta concepción que se encuentra en MacCormack y Strathern (1980) ha sido muy
infl uyente en la antropología feminista, pero desafortunadamente muy poco tenida en cuenta
por los antropólogos para quienes las mujeres son irrelevantes en las construcciones de la
masculinidad. No obstante, vale la pena preguntarse si no existen sesgos en las narraciones
de algunos etnógrafos. Esto es un asunto metodológico, y más aún, conceptual, porque
aunque es un error asumir que existe demasiada similitud entre contextos culturales, las
conclusiones según las cuales es imposible que un etnógrafo varón pueda recoger
información útil sobre las mujeres, y mucho menos de las mujeres sobre los hombres, parecen
ameritar mayor atención. Aunque las mujeres y los hombres no se encuentren en presencia
del otro durante los rituales, para dar un ejemplo, los hombres y las mujeres si interactúan
regularmente durante otros momentos, y afectan profundamente sus vidas e identidades
mutuas. No debemos confundir los roles y las definiciones formales con la vida diaria.

Puntos recientes de convergencia. El machismo

Los hombres en México, en América Latina, y por supuesto en todos los países de habla
hispana han sido frecuentemente caracterizados uniformemente como machos por los
antropólogos, otros académicos y periodistas. A pesar de que los términos macho, en su
acepción moderna, y machismo tienen una historia de pocas palabras, muchos escritores de
todo el mundo se han esforzado por descubrir un machismo omnipresente, virulento y
“típicamente latino” entre los hombres de estas regiones (ver Viveros, 1997; Valdés;
Olavarría, 1997, 1998, Fuller, 1997). En los años de 1990 se ha dado una verdadera explosión
en el trabajo etnográfi co y áreas relacionadas respecto al machismo.

Conclusión

En cualquier discusión sobre la masculinidad existen problemas potenciales, especialmente


si el tema se reduce a la posesión de genitales masculinos o peor aún si se considera que es
“sólo para hombres”. De muchas maneras
arbitraria y artifi cial, esta revisión tiene la intención de contrarestar tal tipo-

logización. Confío en que la lectura de este ensayo no haya sido hecha como

un intento por representar el “turno de los hombres” en las mesas académicas

donde se indaga sobre el género. Más bien, mi propósito ha sido el de describir

los estudios de los hombres como hombres dentro del contexto de un rompe-

cabezas multigénero.

Los antropólogos que tratan diferentes temas reconocerán que en mu-

chos trabajos se da por hecho la naturaleza de los hombres y la masculinidad.

Una rápida ojeada a los índices de la mayoría de las etnografías muestra que

las “mujeres” existen como categoría en tanto que los “hombres” raramente

aparecen listados. La masculinidad o se ignora o se considera que es la norma,

de forma tal que el hacer un inventario por separado es innecesario. Así que,

aquí también “género” con frecuencia quiere decir mujeres y no hombres.

“En los asuntos más delicados, el etnógrafo se ve obligado en gran medi-

da a depender de los rumores”, afi rmó Malinowski (1983, p. 283), y con con-

tadas excepciones, la situación no ha cambiado desde entonces. ¿Cuál debe

ser nuestra comprensión de los hombres Arapesh “afeminados” quienes pater-

nan a sus hijos como si fueran madres? ¿Cuál es la razón para que los hijras de

la India traten de lograr una terminación permanente a su búsqueda de la “cas-

tración”? ¿Cómo y por qué los hombres que se visten coquetamente usando

ropa del sexo opuesto en Nicaragua (ver Lancaster, 1997b) hacen exhibición

de “feminidad”? Estos son los interrogantes que constituyen la materialidad

corporal y las prácticas de hombres que se defi nen a sí mismos y son defi nidos
por otros, simplemente como personas que no son mujeres.

Entre los modos de desempeño con los cuales se resalta la virilidad en

Creta –la facilidad para la palabra, el canto, el baile y el abigeato de ovejas

(ver Herzfeld, 1985, p. 124)– y el intento de crear obstáculos modernos en

el logro del status de varón (Gilmore 1990, p. 221), se encuentra una varie-

dad de cualidades y caracterizaciones que los antropólogos han denominado

masculinas y varoniles. En contradicción con la afi rmación según la cual los

hombres se hacen mientras las mujeres nacen (así sea de acuerdo al “punto de

vista de los nativos”) está la afi rmación de acuerdo a la cual los hombres son

los defensores de la “naturaleza” y del “orden natural de las cosas”, en tanto

que las mujeres son quienes instigan a favor del cambio en las relaciones de

género y muchas otras cosas. Ello forma parte de lo que Peletz (1996, p. 294)

denomina “la reestructuración histórica de los roles masculinos”, en la me-

dida en que las contradicciones, las desigualdades y las ambigüedades en las

relaciones, ideologías y prácticas de género en todas sus múltiples facetas y

manifestaciones demuestran ser parte central del proceso de transformaciones

sociales de género.

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