Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Itzá, fue una joven guerrera de una tribu aborigen, que luego de aprender el manejo del
arco, se unió a los guerreros para defender su territorio y echar a los extraños (los
españoles) y su falso dios. Pero al ser mujer, los integrantes de diferentes tribus, no la
tomaban en serio al momento de reclutar guerreros y pedir ayuda para combatir; incluso
no era admitida en las reuniones donde se tomaban las decisiones más importantes. Se
puede decir que, en un sentido, es un personaje principal porque al introducirse en Lavinia
como el jugo de una naranja, juega un papel importante e influyente en las decisiones de
ésta, a través de sus sueños, de su inconsciente, ayudando a aclararle las dudas,
ofreciéndole las respuestas (aunque a veces se arrepienta de entrometerse en Lavinia).
Estas dos mujeres al comienzo parecen ser muy diferentes, con distintos puntos de vista
sobre la participación en la lucha revolucionaria contra dos poderes usurpadores y
violentos: los españoles y su rey, y el Gran General. Pero con el paso del tiempo Itzá
empieza a influir en la decisión de Lavinia, y ambas se complementan uniendo a dos
mujeres tan distantes pero a la vez representativas para e género femenino.
Contexto histórico
Faguas, ciudad en la que trascurren los hechos de la novela, es la representación literaria
de Nicaragua, y en especial se dibuja la situación política, social y económica de toda
América Latina. Ésta se había convertido en un territorio propicio para la aplicación del
Plan Cóndor, que consistió en la coordinación de acciones conjuntas entre las dictaduras
latinoamericanas para la erradicación de las ideologías comunistas y afines, opuestas al
neoliberalismo que trataba de implementarse a escala global, y que pasaron a ser
consideradas como “subversivas”. De esta manera, los cambios que los países
latinoamericanos han experimentado en el último medio siglo, resultan estrechamente
vinculados al proceso de militarización que tuvo lugar en el continente especialmente
durante las décadas de los ‘60 y ‘70, teniendo como una de sus consecuencias centrales el
desmantelamiento del Estado como articulador de la vida pública y generador del
desarrollo económico.[1]
Sin embargo se puede observar que Felipe no la dejaba de lado de sus planes
revolucionarios por ser mujer, poco preparada y débil como Lavinia pensaba, sino que no
era un simple juego sino algo peligroso y serio. Él solo la quería proteger y mantenerla
alejada de todo lo que pudiese lastimarla.
Lavinia lucha contra sus inseguridades con respecto al Movimiento revolucionario, incluso
llega a cuestionar el accionar y objetivo del mismo: “En Italia admiró, como todos, al Che
Guevara. Recordaba la fascinación de su abuelo con Fidel Castro y la "revolución". Pero
ella no era de esa estirpe. Lo tenía muy claro. Una cosa era no estar de acuerdo con la
dinastía y otra cosa era luchar con las armas contra un ejército entrenado para matar sin
piedad, a sangre fría. Se requería otro tipo de personalidad, otra madera. Una cosa era su
rebelión personal contra el statu quo, demandar independencia, irse de su casa, sostener
una profesión, y otra exponerse a esta aventura descabellada, este suicidio colectivo, este
idealismo a ultranza. No podía dejar de reconocer que eran valientes; especies de Quijotes
tropicales, pero no eran racionales, los seguirían matando y ella no quería morir.”
Pero a medida que sus inseguridades se transforman en inquietudes, gira su vida al
momento de visitar a Flor para que le contara cómo era el Movimiento. Es así que la joven
enfermera le cuenta a Lavinia sobre Tania.
Tania fue una guerrillera, de origen alemán/ruso, acompañante del Che Guevara durante
la revolución cubana. Ella se convirtió en un mito por ser la única mujer que integró el
grupo guerrillero, encargada de espionaje, enfermería y mensajería. “Flor decía que el Che
había escrito que las mujeres era ideales para cocineras y correos de la guerrilla; aunque
después anduvo en Bolivia con una guerrillera llamada Tania”. Pero de acuerdo con la
investigación de historiador boliviano Gustavo Rodríguez Ostria "[Tania] no fue la amante
del Che. Apenas convivieron un mes en la guerrilla". Fue entre marzo y abril de 1967. Y su
relación, de hecho, estuvo marcada por los reproches del Comandante sobre el abandono
de funciones de espionaje de Tania para incorporarse a la guerrilla. "Había una razón casi
ética: Guevara sabía que ella era la compañera de Ulises Estrada. Entre los revolucionarios
había códigos con respecto a las mujeres de compañeros. El Che se hubiera expuesto
demasiado, su liderazgo moral se habría carcomido".
Ya desde los primeros de la Revolución cubana, la equidad de género en el desarrollo
social se va establecer como objetivo primordial de la nueva estructuración política. La
rápida puesta en marcha de una serie de medidas tendientes a eliminar las barreras que
mantienen a la mujer en posiciones sociales subordinadas supone la primera fase de un
intento de transformación integral. Incluso en la novela “La mujer habitada”, Flor le da a
Lavinia el programa “(…) donde se hablaba con tanta seguridad de todas las cosas
inalcanzables que se debían alcanzar: alfabetización, salud gratis y digna para todos,
viviendas, reforma agraria (real; no como el programa de televisión del Gran
General); emancipación de la mujer (¿Y Felipe?, pensó, ¿Y los hombres como él,
revolucionarios pero machistas?, pensó)”.
Penélope es un personaje de la Odisea, uno de los dos grandes poemas épicos atribuidos
a Homero. Es la esposa del personaje principal, el rey de Ítaca, Odiseo que aguarda su
regreso durante veinte años de la Guerra de Troya. Durante su espera, muchos
pretendientes la asedian para casarse con ella, y Penélope decide comenzar a tejer un
sudario que a su término cumpliría con la elección de uno de ellos. Pero para extender la
“promesa”, todas las noches destejía su labor, esperando el regreso de Odiseo.
En el caso de la novela que se está analizando, Lavinia se encuentra atrapada en la
tradición de esperar en su casa a su pareja que salió a “pelear” (al igual que hizo Penélope
con Odiseo), con miedo y alerta ante cualquier ruido que se presentara, ya que la Guardia
Nacional los estaba siguiendo y podían rastrearlos a él o a ella..
“Felipe participaba de aquellas revueltas, estaba segura; mientras a ella no le quedaba en
esos días, nada más que esperarlo luchando en su interior, tratando de no sentir que el
amor se convertía en angustia y opresión. No quería hacer de Felipe el centro de su vida;
devenir en Penélope hilando las telas de la noche. Pero aun a su pesar, se reconocía
atrapada en la tradición de milenios: la mujer en la cueva esperando a su hombre después
de la caza y la batalla, amedrentada en medio de la tormenta, imaginándolo atrapado por
bestias gigantescas, herido por el rayo, la flecha; la mujer sin reposo, saltando alerta al
escuchar el gruñido llamándola en la oscuridad, gruñendo, también, sintiendo júbilo en su
corazón al verlo regresar a salvo, contento de saber que al fin comería y estaría caliente
hasta el día siguiente, hasta que de nuevo el hombre saliera a cazar, hasta el próximo
terror, el miedo, la foto en el periódico, la respiración de las fieras. Penélope nunca le
simpatizó. Quizás porque todas las mujeres, alguna vez en su vida, se podían comparar con
Penélope. En su caso, no era asunto de temer que Ulises no se tapara los oídos a los cantos
de sirenas, como sucedía con la mayor parte de los Ulises modernos. El problema de Felipe
no eran las sirenas; eran los cíclopes. Felipe era Ulises luchando contra los cíclopes, los
cíclopes de la dictadura. Y el problema de ella, moderna Penélope a su pesar, era sentirse
encerrada en la casilla limitada de la amante, sin otro derecho al conocimiento de la vida
que el de su propio cuerpo (…)”
Sin embargo, se realiza la comparación (llevada a cabo por la protagonista y por la propia
autora de la obra) de la situación de Lavinia solamente con la espera de Penélope, debido
a que la joven arquitecta no compartía con ésta su paciencia y dependencia hacia el
hombre, al momento de tomar las riendas de su propio destino. Aunque “no podía
reclamarle que la utilizara para satisfacer su necesidad de hombre común y corriente de
tener un espacio de normalidad en su vida: una mujer que lo esperara. Hacerlo significaría
tomar una decisión para la cual no estaba ni convencida, ni madura; o dejarlo de una vez.
No se decidía por las alternativas y la falta de decisiones la sometía a la espera. En balde,
pensó Lavinia, los siglos habían acabado con los espantos de las cavernas: las Penélopes
estaban condenadas a vivir eternamente, atrapadas en redes silentes, víctimas de sus
propias incapacidades, replegadas, como ella, en Itacas privadas. Sintió rabia contra sí
misma.” Se puede observar un tono de cierta resignación en cuanto al papel que empieza
a cumplir con el que evidentemente no concuerda, y sin embargo la espera que produce
su indecisión la convierte, quiera o no en una Penélope más.