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Consumo responsable y residuos

Uno de los informes publicados por el Instituto Worldwatch, el correspondiente al año 2004,
advertía sobre el ritmo insostenible del apetito consumidor que existe en el mundo, y añadía que,
de trasladar este modelo a los países en desarrollo, harían falta tres planetas para poder
satisfacer las necesidades de consumo humano. El consumismo, consecuencia de una mayor
riqueza y de la globalización económica, ha provocado no pocos problemas al mundo rico,
impulsando enfermedades como la obesidad, y no ha resuelto los problemas de los más pobres.
"El mundo consume productos y servicios a un ritmo insostenible, con resultados graves para el
bienestar de los pueblos y el planeta", destaca el informe.

El consumo desenfrenado que caracteriza al actual modelo de desarrollo puede


traer consecuencias ambientales y sociales, pues se ha convertido en seña de identidad de
muchos ciudadanos. Es cierto que el aumento del consumo ha permitido satisfacer las
necesidades básicas de una población creciente y la creación de puestos de trabajo, todo ello,
también hay que decirlo, en el mundo desarrollado, no en el que está tratando de desarrollarse.
Pero desgraciadamente ha supuesto además la destrucción de los sistemas naturales de los que
todos dependemos, también los que tratan de vivir en el mundo en desarrollo. Este consumo ya
ha sobrepasado la intención de satisfacer las necesidades actuales y no ha tenido en cuenta las
de generaciones futuras, es decir, hace tiempo dejó de ser un consumo sostenible.

No necesitamos tanto para ser felices, para vivir mejor o para tener unas relaciones sociales más
satisfactorias. Nos hemos instalado en el cultura del exceso, a veces adquiriendo cosas que no
necesitamos para impresionar a los demás, por pura vanidad, por placer, por narcisismo o porque
sí. Este fenómeno aumenta en el mundo en desarrollo debido a la globalización.
La pobrezacontinua de una mayoría y el consumo excesivo de una minoría son, según el informe
del PNUMA 2000 (Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente), las dos principales
causas de la degradación ambiental. Dicho con otras palabras, las principales consecuencias de
la globalización económica son el aumento de las desigualdades sociales y una mayor
degradación ambiental. A estas alturas, esto ya no es noticia y todos los especialistas están de
acuerdo en este análisis. Pero la unanimidad ya no es total a la hora de evaluar hasta cuándo
será sostenible la situación y qué medidas tomar.

Quienes ponen en práctica esta forma de capitalismo, entienden que solo es necesario liberalizar
el comercio y los flujos de capitales, de tal manera que se pueda comerciar con ellos sin ningún
control, en todo el mundo, que nadie pueda ponerles condiciones; privatizar porque afirman que
todo lo público es poco eficiente, flexibilizar el mercado de trabajo, es decir, convertir a los
trabajadores en un coste variable pudiendo contratarlos a los salarios que a la empresa le
parezcan adecuados y despedirlos cuando les convenga; y finalmente, desregular, es decir,
eliminar todas las regulaciones públicas de la vida económica y social para que ellos puedan
establecer sus propias reglas. José Luis Sampedro (SAMPEDRO, 2002) señala que “el
liberalismo económico insiste en que ni los gobiernos ni nadie debe entrometerse en esa libertad
absoluta de movimientos para las operaciones en el mercado”, y explica el fenómeno de la
globalización con estas palabras: la economía del sistema internacional moderno se mueve hoy
en un clima dado por dos condicionantes: posibilidad prácticamente instantánea de
comunicaciones y transferencias económicas, por una parte y, por otra, amplia liberalización de
las operaciones privadas y ausencia de control sobre ellas, lo que transfiere un gran conjunto de
decisiones económicas importantes desde el ámbito gubernamental con control democrático
hacia el campo del poder privado liberado del control ciudadano.

Según la Red Andaluza de Consumo Responsable, Las repercusiones de esta situación mundial
son:

* Aumento de la pobreza y de los conflictos bélicos.


* Concentración del poder económico y político en cada vez menos manos.
* Masivos movimientos migratorios de gente que intenta escapar de la indigencia en que están
sumidos países enteros.
* Destrucción masiva del medioambiente para mantener el ritmo de crecimiento económico a
costa de lo que sea.
Debemos dar por supuesto que problemas como la pobreza, el desempleo o la desigualdad ya
existían antes de la globalización, pero tal vez el modelo actual ha contribuido a agravarlos.
Tampoco se puede discutir que a mayor número de habitantes, mayor es la presión sobre los
recursos naturales destinados a la supervivencia y producción de bienes de consumo, así como
también será mayor el impacto sobre el entorno por los desechos generados en procesos
industriales y de consumo individual.

Centrándonos en aspectos relativos al consumo, debemos considerar importante la inclusión en


el Programa 21 de la Cumbre de Río de un capítulo sobre modalidades de consumo. Se trata de
un documento consensuado y muy general, pero supone una base sobre la que trabajar. En él
se reconocen las desigualdades de consumo y sus modos insostenibles, y además alienta la
promoción de políticas y estrategias de carácter nacional. En este sentido, Arcadi Oliveres
(Intermón, 2000) señala una situación paradójica, pero real: el precio de los productos que
venden los países del Tercer Mundo está fijado por los respectivos mercados internacionales;
sin embargo, el precio de los productos que compran viene fijado por las empresas que venden
esos productos. Llegamos así a comprobar que todo lo que compran los países del Tercer Mundo
es cada vez más caro, mientras que lo que venden es cada vez más barato. La conocida frase
“deuda externa, deuda eterna” se perpetúa. Combatir esa deuda va más allá de hacerla
desaparecer de un plumazo, si ello fuera posible; es necesario cambiar el sistema de relaciones
comerciales y económicas internacionales. El presidente de Uganda, Ioweri Museveni (1),
proponía el acceso a los mercados desarrollados como principal exigencia para el mundo
subdesarrollado. La ayuda no sirve como motor de arranque. Ha fracasado en los últimos 40
años. La ayuda para el comercio debe ser el nuevo eslogan”, afirmó el presidente ugandés a
principios de febrero de 2004 en el seno de una reunión sobre desarrollo celebrada por el Banco
Mundial en Marraquesh (Marruecos).

Consideremos, por otro lado, que no todos los países tienen el mismo número de habitantes ni
la misma tasa de crecimiento: los países “pobres” económicamente son “ricos” en población y
con tasas de crecimiento en aumento, mientras que los países “ricos” económicamente tienen
una baja tasa de crecimiento de población y en continua disminución. Por tanto, nuestro mundo
es un paradigma de la diversidad, pero también de la desigualdad. Pensar en él como un lugar
donde todos sus habitantes consuman recursos naturales de la misma manera que en las
economías occidentales ricas produce temor a unos, mientras que otros ven el peligro en la
explosión demográfica.

L. A. Aranguren (Intermón, 2000), que define la globalización económica como “el totalitarismo
económico, político e intelectual que trata de conseguir por todos los medios que nos arrodillemos
ante el supuesto gran triunfo del mercado”, dice que tiene como alternativa la llamada solidaridad
glocal, conocida también como glocalización o glocalismo, “término que implica una exigencia,
la de sumergirnos en un proceso dialéctico donde se conjuguen los procesos y experiencias
locales —las de nuestro barrio, entorno, escuela, ciudad, país—, con los análisis globales”.

Pero, si admitimos que otra de las banderas ciudadanas es la responsabilidad, bien podemos
admitir que es posible consumir con este criterio, esto es, se puede vivir sin dañar al mundo y a
sus habitantes, sin provocar daños irreparables. Cada uno de nosotros somos consumidores y,
en la proporción que nos corresponda deberemos actuar. Habrá que modificar ciertos valores
inculcados por la sociedad de consumo y tender a otros nuevos que tengan que ver con la
solidaridad, la igualdad y la conservación del entorno. De esta manera podremos alejarnos del
consumismo desenfrenado para pasar al consumo responsable con las personas y el medio
ambiente, un tipo de consumo que va bien para todos. La responsabilidad personal es una de
las propuestas del Instituto Worldwatch, junto a la dedicación de más impuestos para reparar los
daños al medio ambiente y normas para mejorar la calidad y perdurabilidad de los productos,
para no alterar los posibles beneficios que proporciona un consumo moderado.

En la actualidad se están introduciendo poco a poco las diferentes ramificaciones del llamado
“consumo verde”, “eco-consumo”, “consumo responsable con el medio ambiente”, “consumo
ético” o “consumo justo”, que globalmente hacen alusión a la elección por parte de los
consumidores de productos, bienes o servicios que en todo su ciclo vital produzcan el menor
impacto ambiental posible; a la elección de productos que no supongan explotación o
condiciones de trabajo indignas; y a la adopción de un estilo de vida más sencillo que propicie
nuevos valores y nuevas formas de consumo.

Hagamos una breve escala en el consumo justo o consumo solidario ocomercio justo. Los
países del Norte dominan el comercio mundial. Por otra parte, las grandes empresas
multinacionales controlan la mayor parte del comercio de materias primas y de las tierras
reservadas para los cultivos de exportación. Esta situación permite que tanto los países
industrializados como estas empresas impongan sus intereses en los mercados mundiales y en
las instituciones internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Organización
del Comercio Mundial, etc.). Según Intermón-Oxfam, los sistemas para controlar los mercados
son múltiples: desde el gravamen con aranceles a los productos del Sur (para evitar la
competencia) a la especulación con los precios de las cosechas. De esta manera se genera un
intercambio desigual, en el que salen perdiendo las naciones que dependen de unos pocos
productos de exportación y cuyo precio se establece fundamentalmente fuera de sus fronteras.

Por otro lado, los países pobres del Sur suelen ser terreno abonado para la implantación de
industrias de los países ricos del Norte porque allí los trabajadores cobran mucho menos y
plantean menos reivindicaciones sociales y laborales que los nuestros. En efecto, las condiciones
salariales son las más bajas del mundo y la mayor parte de las veces no cubren las necesidades
básicas. Además, no existe un horario límite y lo normal es que se tengan que hacer
obligatoriamente horas extras.

La mayor parte de estos trabajadores son mujeres, pero también hay, por desgracia, muchos
niños. En la actualidad, 200 millones de niños sufren las consecuencias de un trabajo esclavo en
todo el mundo, con jornadas laborales de sol a sol y un salario injusto. Son los esclavos del siglo
XXI: sin escuela, sin descanso, sin juego, sin futuro...

Nacido en 1969 en Holanda, el comercio justo se propone relacionar directamente a productores


y consumidores evitando intermediarios, asegurándose siempre de que los productos se hayan
elaborado sin explotar a nadie, unificando criterios laborales entre hombres y mujeres, no
utilizando a niños en la producción y respetando al medio ambiente y el entorno social. Es
precisa, además, una estructura de empresa solidaria y participativa. Los productos que cumplen
estas condiciones son comercializados en tiendas especiales, conocidas como “tiendas
solidarias”, que apoyan al comercio justo. Estas tiendas compran los productos directamente a
los campesinos y artesanos del Tercer Mundo y parte de los beneficios sirven para financiar la
fabricación de nuevos productos, para pagar un sueldo digno e igual para el hombre y la mujer
que sea suficiente para vivir con dignidad o para subvencionar proyectos de desarrollo en estos
países. Se trata, en definitiva, de conseguir un consumo responsable. Comprar, sí, pero sabiendo
qué, a quién y por qué compramos.

La medida de lo que consumimos se encuentra en lo que somos capaces de almacenar en casa


y, sobre todo, en lo que tiramos, la basura diaria que producimos y que contamina sin remedio
el planeta. Cada día se generan miles de toneladas de residuos sólidos. En España, algo más
del 5% de los residuos sólidos que producimos corresponden a residuos domésticos: unos 503
kilos anuales por persona, lo cual supone más de 25 millones de toneladas al año, de las que
solo se recupera el 11,5%. El volumen de los vertidos arrojados a vertederos o incinerados
alcanza a veces proporciones gigantescas. Si reuniésemos la basura tirada en un año por la
Comunidad Europea, por ejemplo, formaríamos una montaña tan alta como el Moncayo. A este
ritmo va a ser difícil encontrar espacio para depositarla. Debemos actuar con rapidez y reducir la
cantidad de basura y la mejor manera de hacerlo es el reciclado y la reutilización, con las ventajas
económicas y salubres que esto conlleva si existe una buena campaña de concienciación y
recogida por parte de las autoridades municipales.

Sintomático de esta tendencia nuestra al despilfarro es que cerca del 40% de los desperdicios
del hombre civilizado se componga de los envases de los productos que adquirimos, y que por
ellos paguemos alrededor del 20% del presupuesto para la cesta de la compra. En este sentido
cabe decir que la Directiva Europea 94/62/CE, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 20 de
diciembre, relativa a envases y residuos de envases, obliga a “valorizar” (incineración y reciclaje)
el 50% como mínimo y el 65% como máximo, en peso, de los residuos de envases. El Gobierno
español transpuso esta Directiva mediante la Ley 11/1997, de 24 de abril, de Envases y Residuos
de Envases. Esta Ley obliga a los envasadores y los comerciantes de productos envasados a
cobrar a sus clientes, hasta el consumidor final, una cantidad por envase. Posteriormente
deberán aceptar la devolución o retorno de aquellos envases puestos por ellos en el mercado,
devolviendo la cantidad que previamente cobraron. El siguiente paso será la entrega de los
envases usados, en condiciones adecuadas de separación por materiales, a un agente
económico para su reutilización, a un recuperador, a un reciclador o a un valorizador autorizados.
Esto se llevará a cabo mediante la implantación de los llamados puntos verdes. Todos los
envases deberán ir marcados con la etiqueta que exprese si están incluidos en alguno de los
sistemas integrados de gestión de residuos y si se deben retornar. Estos sistemas de gestión
deben ser autorizados por el órgano competente de cada una de las comunidades autónomas
donde se implanten. Queda prohibida la comercialización de envases etiquetados o marcados
con la leyenda “no retornable” u otra de contenido similar.

¿Qué son los residuos? En este concepto se incluyen las basuras urbanas o municipales, los
procedentes de la limpieza de las vías públicas, zonas verdes, áreas recreativas y playas,
animales domésticos muertos, muebles, enseres y vehículos abandonados, así como escombros
de obras menores en los domicilios. Existe una relación directamente proporcional entre la
generación de residuos y la elevada capacidad de producción de nuestra sociedad consumista,
es decir, a mayor producción, mayor cantidad de residuos, llegando a superar ésta a la primera.
A esto hay que añadir el tiempo, demasiado elevado, que permanecen en el medio algunos
residuos. Esto nos ha llevado a una situación en la que el problema de los residuos supone una
de las mayores preocupaciones sociales de nuestro tiempo.

En España, la Ley de Residuos se aprobó con el objetivo de reducir al máximo la producción de


basuras. Todos los residuos deben recogerse íntegramente: los orgánicos, para su utilización
como abonos, y los demás, para su aprovechamiento energético o para su reciclado o
reutilización; todo ello tras un proceso de recogida selectiva en los domicilios, fábricas,
comercios... La Ley obliga a quienes producen residuos peligrosos a separarlos adecuadamente,
envasarlos etiquetarlos y registrarlos de modo que las empresas encargadas de su gestión
dispongan de la información necesaria para eliminarlos.

Si la situación es dramática con los residuos domésticos, lo es aún más con los procedentes de
la industria. ¿Dónde van a para estas basuras? Unas veces, los países ricos, principales
productores de desechos, los mandan a cualquier rincón de cualquier lejano país, generalmente
del Tercer Mundo. Otras veces, las sustancias se tiran directamente al mar o se incineran a bordo
de buques especiales. Es así como el Mediterráneo se ha ganado la triste fama de ser la cuenca
marina más contaminada del mundo, aunque el Atlántico no se queda atrás (2).

Las consecuencias ecológicas derivadas del problema de los residuos van más allá del
agotamiento de las materias primas y de las fuentes de energía parta obtenerlas. La situación
afecta peligrosamente al propio funcionamiento de la biosfera, incapaz de reciclar por sí sola la
gran cantidad de residuos que arrojamos.

La única alternativa a esta desastrosa situación consiste en depositar las basuras en vertederos
rigurosa y permanentemente controlados en los propios países donde se producen. Es una
solución cara, pero la más responsable. Sin embargo, las soluciones propuestas por los países
contaminadores solo van dirigidas a limitar el vertido al medio de sustancias peligrosas, pero no
dan respuesta a la disminución de materias primas y energía. Este problema parece secundario
puesto que los países industrializados recurren a la importación de materias primas de los países
en vías de desarrollo. En España la situación no es en absoluto halagüeña, ya que no existe una
estrategia de gestión de los residuos basada en criterios ecológicos.

La basura se puede clasificar en cinco grandes grupos de productos:

1. Reciclables: se pueden convertir en nuevas materias con las que fabricar nuevos productos.
Ahorran energía y ayudan a no destruir la naturaleza.
2. No reciclables: una vez utilizado el producto, los restos se convierten en basura inutilizable.
Ocupan espacio y requieren un gasto considerable para ser destruidos.

3. Biodegradables: son los residuos que se descomponen de forma natural, sin la intervención
directa del hombre. Pasan a formar parte, con el tiempo, de la cadena natural.

4. Contaminantes y peligrosos: productos con componentes tóxicos, inflamables o corrosivos que


pueden causar al ser humano, a los animales y al medio ambiente lesiones graves.

5. Mixtos: están fabricados con distintos tipos de materiales, normalmente con una estructura
compleja, y, por tanto, es mucho más difícil y caro su posterior aprovechamiento

Los últimos datos sobre composición de basuras son de 1999.

Lamentablemente, en ocasiones solo admitimos que la basura es un problema en tanto que


vemos residuos y contenedores en nuestro entorno más próximo que incluso pueden ser un
estorbo. Pero cuando pasa el camión de recogida, el problema desaparece, deja de existir porque
ya no vemos basura. Como diría algún sabio, "teníamos un problema y lo hemos resuelto". Ni
siquiera alcanzamos a preguntarnos qué será de esos residuos tras su recogida. Lo que se haga
con ellos (incineración, depósito en vertederos o reciclado) sigue siendo un problema que se
encuentra más o menos cerca de nosotros, aunque ahora ya no está a la vista de todos. Se trata,
como vemos, de una idea condicionada por la percepción del entorno inmediato, pero, en todo
caso, es una idea errónea que debemos reconocer y corregir.

En España algo más de la mitad de los residuos sólidos urbanos van a parar a un vertedero
controlado, es decir, un terreno más o menos apartado de la población que se impermeabiliza
para evitar el filtrado de los productos procedentes de la basura. Esta operación se realiza con
arcilla o materiales plásticos. La basura se extiende diariamente en capas que se cubren a su
vez de una capa de tierra. También esta técnica ha evolucionado y, en muchos vertederos, en
lugar de depositar la basura sin más, se compacta previamente o se tritura, lo que ha permitido
reducir el volumen de los vertidos y controlar en gran medida los principales problemas
ambientales causados por este método, como son los contaminantes líquidos o lixiviados y
gaseosos (metano y malos olores).

Los lixiviados son líquidos que proceden de la putrefacción de la materia orgánica mezclada con
el agua. Por sí solos no contaminan, pero unido a materiales como pilas, plaguicidas, pinturas o
abrasivos de limpieza a los que ataca, corroe o disuelve, causa accidentes de magnitudes
incontrolables. La mezcla con el tiempo acaba llegando a un río, al mar o, lo que es más peligroso
aún, a los acuíferos subterráneos que abastecen a las poblaciones mediante las aguas de
escorrentía y la filtración. Para controlarlos es preciso un subsuelo impermeable como la arcilla,
o la instalación previa de un plástico de contención. Si estos líquidos y el gas metano que se
produce por la fermentación de las basuras son eliminados convenientemente, los problemas
dejan paso a las ventajas, ya que los terrenos del vertedero han sido enriquecidos con materia
orgánica y pueden ser recuperados y reutilizados como zona verde, tanto agrícola como de
recreo. Incluso estos lixiviados pueden recogerse y tratarse y los gases procedentes de la
fermentación pueden quemarse para obtener energía.

Vemos, pues, que para conseguir un vertedero controlado no basta con poner poco más que una
valla y un vigilante. Sin embargo, no todos los vertederos se hacen de forma controlada o cuando
menos en lugares apropiados. En España, además, la mayoría de los vertederos legales
nacieron en su día de forma incontrolada. Una cuarta parte de las basuras acaban en cualquier
sitio, allí donde más fácil o económico resulta para el que los vierte, con lo que los problemas
propios de los vertederos controlados se acentúan y no se solucionan. Cualquier ladera o camino
es bueno para arrojar la basura. En las pequeñas poblaciones de España la costumbre consiste
en arrojar las basuras al río, depositarlas junto a las carreteras o en el campo y quemarlas a la
menor oportunidad. Algunos de los problemas que entrañan estos depósitos son la proliferación
de insectos y roedores en sus proximidades, la contaminación del agua filtrada procedente de la
lluvia y la contaminación del aire por la combustión de los desechos —los fuegos provocados o
accidentales originan emisiones de dioxinas, ácido clorhídrico, CO2, metano, benceno, cloruro
de vinilo y cloruro de metilo, entre otros—. Buena parte de las zonas declaradas peligrosas por
contaminantes, lo han sido a causa del vertido incontrolado de basuras.

Más allá de la reducción del consumo, nuestra responsabilidad debe centrarse también en la
reducción de residuos y su reciclado. Reciclar consiste en volver a utilizar los materiales y
devolverlos al ciclo producción-consumo en lugar de tirarlos. En muchos grandes municipios
podemos ver contenedores de distintos tamaños, formas y colores, cada uno para recoger
materiales de diferentes tipos: basuras, vidrios, pilas, papel. Con esto lo que se consigue es
separar los residuos sólidos, que luego serán enviados a las distintas plantas de reciclado. Este
acto, el de separar los desperdicios, es algo que podemos iniciar desde nuestros propios
hogares y ahorrar con ello la utilización de muchas materias primas. Es lo que se llama
reciclaje parcial con recogida selectiva. Ya se viene desarrollando en países más adelantados y
sensibles que nosotros a la protección del entorno ambiental, en que las basuras de la casa se
depositan en varias bolsas: los residuos de la comida en una, el papel en otra, el vidrio en
otra... Si se trata de materia orgánica, también vuelve al ciclo natural a través de abonos
o compost, que son devueltos a la tierra con gran cantidad de nutrientes. De este modo, no es
preciso consumir tantos recursos naturales como agua, bosques o petróleo, lo que supone un
importante ahorro y, por tanto, negocio.

Reciclar es, en definitiva, economizar. Se trata de aprovechar los residuos y convertirlos en


energía, con lo que se consigue que el impacto medioambiental disminuya. Una gestión
adecuada de estos desechos contribuye en gran medida a que las basuras se conviertan en un
recurso de futuro, dada la escasez de reservas y el poder de contaminación de las energías
convencionales. Hemos de llegar al convencimiento personal de que cada cosa que desechamos
puede ser el origen de un bien futuro.
También convendría poner en práctica otra actitud no menos saludable, que podríamos
denominar “preciclado” y que significa no comprar cosas que luego no se pueden volver a utilizar,
como envoltorios de plástico, por ejemplo. Si reciclamos y “preciclamos” producimos mucha
menos basura y así contribuimos a mantener limpio nuestro planeta. Preciclar, pues, consiste
en reducir la producción de residuos y reutilizar aquellos productos y envases cuya calidad lo
permita y siempre con las precauciones necesarias. Todo ello mediante una actitud
auténticamente ecológica: rechazar los productos sobreempaquetados, llevar nuestras propias
bolsas a la compra diaria, seleccionar envases retornables, adquirir únicamente lo necesario,
evitar los artículos de usar y tirar, etc.

Reducir, reciclar y reutilizar constituyen lo que se llama la regla de las tres “R”. Cabe, sin
embargo, hacer una precisión de matices entre reciclar y reutilizar, y lo haremos con un ejemplo.
Cuando separamos una hoja de papel y la incorporamos al proceso de fabricación de papel para
obtener una hoja nueva estamos reciclando. Pero si tomamos esa hoja de papel y la volvemos a
usar para hacer anotaciones o dibujos por detrás, estamos reutilizando.

(1) El País, 17-02-2004

(2) En la Conferencia del Convenio de Barcelona para la protección del Mediterráneo, celebrada
en junio de 1995, no se consiguió acabar con el vertido de sustancias tóxicas antes del 2005
como pretendía España por falta de apoyos. La resolución final de la Conferencia sólo habla de
reducir vertidos, no de prohibir ni de porcentajes ni fechas de las reducciones.

El largo viaje de una manzana (El País- Suplemento Tierra, 12-04-2012)

Desperdicio masivo de alimentos (El País, 05-02-2012)


Europa desperdicia un tercio de los alimentos (El País, 20-01-2012)
Cualquier excusa es buena para una fiesta verde (El País-Suplemento Tierra, 04-01-2012)
"Tiramos fruta y verdura solo por motivos estéticos" (El País, 15-10-2011)
Alimentar tu propio huerto (El País-Suplemento Tierra, 15-05-2010)
¿Sabemos reciclar? (El País-Suplemento Tierra, 15-05-2010)
La basura, el nuevo combustible de California (Público, 28-02-2010)
El trueque del siglo XXI (El País Semanal, 21-02-2010)
La basura nos desborda. ¿La quemamos? (El País, 26-08-2008)

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