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narrativización de la historia y
ficcionalización del yo en Santa
Evita de Tomás Eloy Martínez,
Soldados de Salamina de Javier
Cercas y Mala gente que camina de
Benjamín Prado
Guillermo Carrascón
Università di Modena e Reggio Emilia
Uso aposta este sintagma, que se ha hecho corriente en el discurso pú-
blico español de los últimos tiempos a partir de las discutidas inciativas
legislativas del Gobierno socialista (ley de “recuperación de la memoria
histórica” es el nombre con el que se ha conocido en el debate social la
iniciativa) porque, aunque el tema escapa en gran medida al alcance de
estas páginas, parece que las obras literarias en cuestión, al menos las es-
pañolas, no están ni mucho menos ajenas a ese debate. Por recuperación
de la memoria histórica se entiende lo que en verdad es una recuperación
de información sobre acontecimientos históricos, fenómenos sociales,
casos humanos, que habían sido voluntaria e intencionadamente oculta-
dos al conocimiento público por quien podía hacerlo y que por tanto no
figuraban en las historias oficiales.
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Declaraba su autor: “Y la novela tuvo una vida poderosa, salvo en
España, donde pasó casi inadvertida por razones que aún no se han po-
dido descifrar.” (Mora, 2002).
Obviamente, se trata sólo de una comparación tipológica y topológica,
que se agota en estos ámbitos: Santa Evita se coloca de forma similar al
Lazarillo en una línea genealógica imaginaria, en un sistema que se pue-
de comparar con otro sistema, ya que son conmensurables: de novelas
se trata; pero ni Tomás Eloy Martínez tiene nada que ver con el anóni-
mo autor ni se trata ahora de profundizar en la comparación entre el uso
que hace el argentino de su personaje literario con bases históricas “Eva
Duarte de Perón” con el que hizo nuestro genial desconocido de su ple-
namente ficticio (¿plenamente?) “Lázaro de Tormes”. Una comparación
que, por otra parte, si se llevara a cabo, podría quizá fundarse precisa-
mente sobre determinados aspectos metaficcionales que revisten cierta
importancia en ambas series. Para acabar de establecer límites, tampoco
postulamos aquí una voluntad de adscripción genérica por parte de las
novelas posteriores, como en cambio se puede afirmar del Guzmán, por
ejemplo, respecto al Lazarillo.
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Santa Evita es una novela, puesto que tal se define desde la por-
tada, construida, como se verá, con técnicas narrativas que, en par-
te, obtuvieron carta de naturaleza en el llamado boom de la nove-
la suramericana para aclimatarse, con las debidas variantes, en la
episteme postmoderna. El texto empieza contándonos con detalle
novelístico los últimos días de la enfermedad que acabó con Eva
Perón, y a partir de ahí abre tres filones narrativos distintos:
1) la biografía, ficcionalizada a partir de datos fundamental-
mente históricos, de este personaje singular,
2) las peripecias, en su mayor parte imaginarias, por las que
atraviesa el cuerpo muerto y embalsamado de la estadista en ma-
nos de miembros del ejército argentino que pretenden sustraer el
cadáver al uso simbólico que de él pudieren hacer los peronistas
argentinos, tras el golpe que derroca al General, y
3) las indagaciones a través de las cuales un personaje cuyo
nombre coincide con el del autor, Tomás Eloy Martínez, entra en
conocimiento de los elementos que constituyen las dos líneas na-
rrativas precedentes junto con las peripecias personales por las
que acaba escribiendo el libro.
Es fácil intuir que las dos líneas diegéticas correspondientes
a los números 1 y 2 presentan una cierta continuidad temporal:
la historia de la vida de Evita se relata desde su infancia, en los
años veinte del siglo pasado, hasta 1952, año de su muerte en el
que podemos situar el inicio de la novela. El destino del cadáver
Aunque nos advierte él mismo que “en Santa Evita, el narrador Tomás
Eloy Martínez tampoco se parece al Tomás Eloy Martínez autor”.
(Neyret 2002-2003). Por su parte M. Vargas Llosa (2001) precavía sobre
el mismo asunto: “Esto es tan falso, por supuesto, como imaginar que
la Eva Perón de carne y hueso, o la embalsamada o el sobreexcitado o
sobredeprimido escribidor que con el nombre de Tomás Eloy Martínez
se entromete en la historia para retratarse escribiéndola, son una tran-
scripción, un reflejo, una verdad. No: son un embauco, una mentira, una
ficción. Han sido sutilmente despojados de su realidad”.
Aunque sobre el tema de la metaficción volveremos, para la relación
entre metaficción y self-begetting novel me baso en el estudio de F.J.
Orejas (2003: 39-40).
Me refiero al hecho de que el discurso, que es el dispositivo seminal de
ésta, como de toda novela autogenerante, atraiga a través de estos recur-
sos la atención sobre sí mismo, sobre su propia sustancia fónica y, valga
la redundancia, discursiva.
Obra publicada por T. E. Martínez, como se indica en la nota 5, diez
años antes que SE, en 1985, en la que reconstruye, con técnicas en parte
similares a las de esta novela, sus indagaciones sobre el general Perón y
los resultados de esas mismas pesquisas.
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Rafael Sánchez Mazas nació en Coria el 18 de febrero de 1894, en una
familia de la buena sociedad. Abogado, como correspondía a un joven
de su extracción y origen, se dedicó desde joven a la literatura y al pe-
riodismo, y fue como corresponsal de ABC como llegó a Roma en 1922;
allí conoció a la que sería su mujer y también las doctrinas del fascismo
que a su vuelta a España, siete años después, lo llevarían a dar una im-
portante contribución ideológica al nacimiento de la Falange Españo-
la. Durante la guerra civil fue hecho prisionero como relata fielmente J.
Cercas, escapó a una ejecución y consiguió sobrevivir hasta la victoria
de las tropas franquistas, después de la cual tuvo una breve paticipación
en el gobierno y se retiró luego a la vida privada. Su obra más conocida
es La vida nueva de Pedrito de Andía (1951). Murió en 1966. La bio-
grafía que traza Cercas parece ser bastante fidedigna, a parte de que ha-
ya, por parte del narrador, una actitud claramente censoria frente al per-
sonaje.
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Jaime Gil de Biedma: “De todas las historias de la Historia / sin duda la
más triste es la de España, / porque termina mal.” «Apología y petición»,
Moralidades (México, Joaquín Mortiz, 1966), glosado en Soldados de
Salamina, p. 24 así: “De todas las historias de aquella historia [la de las
postrimerías de la guerra civil], sin duda la de Machado es una de las
más tristes, porque termina mal”.
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Cito por la duodécima edición de noviembre del 2001 – nótese, para co-
rroborar el éxito de la novela, que la primera edición era de marzo del
mismo año – como he hecho con SE, sigla y número de página.
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La naturaleza metafictiva y autogenerante de la novela, que como se
puede deducir es un elemento de no poca importancia, es uno de los as-
pectos que se pierden en la versión cinematográfica del libro, cuyo guión
ha adaptado a partir del libro de Cercas el mismo director David Trueba.
De todos modos este que podríamos llamar hiato diamésico no es la úni-
ca pérdida que su traspaso al cine ha impuesto a la novela. Parece, por
ejemplo, bastante difícil entender por qué el personaje central ha cam-
biado de sexo. Sobre la dimensión metafictiva de esta y otras obras de
Cercas es una buena puesta a punto el artículo de Lluch (2006).
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vo que contar con ellos, gentes de las que el Pacto del Olvido hi-
zo borrón y cuenta nueva. Mientras no se reescriba la cara ocul-
ta, las historias de los que compartieron la Historia con Sánchez
Mazas, para quedar al fin, sin embargo, fuera de ella, mientras no
se cumpla el proceso de recuperación de la memoria histórica, no
rozaremos “un secreto mucho más esencial” (SS 26): el de nuestra
identidad personal. Como escribía Peter Brooks (1992: 64), pen-
sando en la novela decimonónica, se trata aquí de un proceso cla-
ve, que el crítico americano denominaba “transmission”:
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El pasaje continúa con las siguientes palabras “[the protagonist] creates
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fictions, including fictions of the self, that motivate action.” que tan bien
parecen ajustarse a la novela de J. Cercas.
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las reglas que rigen la relación entre autor, lector y texto en las
obras de ficción saltan por los aires, dado que se trata de leer un
texto de ficción, pero sin olvidar su ficcionalidad, sobre la que el
lector es alertado (Orejas, 2003: 147).
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O bien, como subraya M. Boyd (1983: 7 apud Orejas, 2003: 41), la
novela metaficcional “would take as its object the relationship between
«real» and fictional world. It would be a species of criticism in fictional
form”.
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La “historiographic metafiction” se define en estos términos: “popular
novels which are noth intensely self-reflexive and yet paradoxically al-
so lay claim to historical events and personages (…) [Historiographic
metafiction’s] self-awareness of history and fiction as human constructs,
is made the grounds for his rethinking and reworking of the forms and
contents of the past.” En su estudio sobre la Metaficción historiográfica,
del que procede la cita anterior, Amalia Pulgarín (1995: 14) asevera que
“los autores son conscientes de que tanto la narración histórica como la
narración ficticia son productos humanos y esta problemática la tran-
sportan a sus textos”.
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En un artículo titulado “Relatos reales” en el que responde a las dispara-
tadas objeciones propuestas por Arcadi Espada a su novela Soldados de
Salamina, escribe J. Cercas (2005): “un relato real vendría a ser, pues,
una historia empeñada en ser verdadera, rigurosamente verdadera, capaz
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do paso de manera no tan ordenada a los sucedidos por los que este
nuevo detective histórico se interesa, filón sostenido por un narra-
dor en gran medida homodiegético e intradiegético que nos cuenta
su propia experiencia personal de descubrimiento de una parte es-
condida de la historia nacional como forma de exponer esa misma
historia. En esquema, cada capítulo se abre con la narración en pri-
mera persona de las vivencias de un personaje que se dedica a su
trabajo y su vida cotidiana, entre cuyas actividades figuran las de
investigación histórica que le permitirán narrar también, entreve-
rada con su historia, la de un personaje, Dolores Serma, y sus vici-
situdes durante la guerra civil y el primer franquismo. Mientras se
ocupa en estas tareas, gran parte del texto se va en narrar, sin em-
bargo, las peripecias, no poco divertidas y humorísticas, de una vi-
da cotidiana, la del profesor que al final descubriremos autor del li-
bro que estamos leyendo, acontecimientos menos trascendentales
que tienen una función narrativa y semántica de contrapunto a la
parte histórica del relato. Entre estos sucedidos cobra, por cierto,
particular importancia el debate continuo en que el protagonista se
enfrenta con su madre, típica representante del español que creyó
o al menos aceptó durante muchos años el discurso oficial del fran-
quismo. A través del personaje materno y de su enfrentamiento dia-
léctico con el hijo-narrador que va recuperando trabajosamente los
episodios silenciados por la historia, Benjamín Prado introduce en
la novela el debate real de la sociedad española.
Pero lo que sobre todo interesa señalar aquí, es que con es-
ta novela se cumple el hasta ahora último paso narratológico del
recorrido que, en el plano diegético, nos lleva de Argentina a Es-
paña, de 1995 al 2006, del cementerio bonaerense de La Reco-
leta a la cárcel Modelo de Madrid y de los turbios manejos de
los militares argentinos a los celados desafueros de los jerarcas
franquistas: porque en Mala gente que camina19 todo, menos el
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Cito, como de costumbre, la sigla MGqC seguida por el numero de pá-
gina de la primera edición, Madrid, Alfaguara, 2006.
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Seguramente muchas otras novelas podrían figurar en el mismo grupo,
puesto que no faltan las que, sin ser autobiográficas o de memorias, in-
cluyen un personaje semejante al autor y se oucpan de los más dramáti-
cos acontecimientos históricos del siglo pasado, con una voluntad simi-
lar de unir a través de la escritura lo personal y lo nacional.
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Bibliografía