Mumford Lewis
Capítulo 1: Prologo
Empezamos por hablar de las transformaciones que ha sufrido el ser humano a través del
tiempo, antes el hombre quería dominar la naturaleza, ahora ya la conquistamos y se
quiere separa de ella.
El hombre se convertirá en un animal pasivo, un hombre condicionado por las maquinas.
Sobreestimamos las herramientas y las maquinas.
4. Cerebro y mente
ya que el paso más radical en la evolución del hombre no fue el desarrollo de su
cerebro (órgano privado y de vida útil limitada), sino el surgimiento de la mente,
que impuso, por encima de los cambios puramente electroquímicos, un modo
duradero de organización simbólica. Esto creó un mundo público y compartido de
impresiones sensoriales organizadas y de significados suprasensibles, y con el
tiempo un dominio coherente de la significación. Tales resultados de las
actividades cerebrales no pueden describirse en términos de movimiento ni de
masa ni de electroquímicos ni como mensajes del ADN o del ARN, pues se dan en
otro plano.
La diferencia entre cerebro y mente es tan grande como la que hay entre el
fonógrafo y la música que de él sale. No hay rastro de música en el microsurco del
disco ni en el amplificador sino mediante las vibraciones inducidas por la rotación
del disco a través de la aguja; pero todos esos agentes y acontecimientos físicos
no llegan a ser música hasta que un oído humano oye los sonidos y una mente
humana los interpreta. Para este acto final voluntario es indispensable todo el
aparato físico y neuronal, pero ni el más minucioso análisis del tejido cerebral,
acompañado por el de toda la parafernalia mecánica del fonógrafo, nos iluminarán
acerca de los estímulos emocionales, la forma estética y la finalidad y significación
de la música. Ningún electroencefalograma de las respuestas de un cerebro a la
música se parecerá ni remotamente a los sonidos y las frases musicales... como
tampoco se les parece el disco físico que ayuda a producir el sonido.
Pero, una vez creada la mente, partiendo de la superabundancia de imágenes y
sonidos (todo un sistema de símbolos destacables y acumulables), logró cierta
independencia que los otros animales, aun los parientes próximos, solo
consiguieron en mucho menor grado, y que la mayoría de los organismos, a juzgar
por sus demostraciones externas, no poseen en absoluto.
5. La luz de la conciencia
La luz de la conciencia humana es, hasta ahora, la máxima maravilla de la vida, así como
la principal justificación para todos los sufrimientos y calamidades que han acompañado al
desarrollo humano.
A la luz de la conciencia humana, no es el hombre, sino el universo entero de materia aún
«inerte», el que deviene en impotente y carente de significación. Tal universo físico, es
incapaz de contemplarse a sí mismo si no es a través de los ojos del hombre; no puede
hablar por sí: para ello necesita la voz humana; es incapaz de conocerse a sí mismo,
salvo a través de la inteligencia humana; en realidad, no pudo comprobar siquiera las
potencialidades de su propio desarrollo hasta que el hombre u otras criaturas sensibles de
capacidad mental semejante surgió, por fin, de la terrible oscuridad y el silencio de la
existencia pre orgánica.
Hacia el final del período paleolítico, ciertos pueblos cazadores «auriñacienses» y
«magdalenienses» dieron otro gran salto adelante al fijar sus imágenes conscientes
mediante la pintura y escultura de determinados objetos, lo que dejó rastros que ahora
podemos reconocer y seguir en las artes posteriores de la arquitectura, la pintura, la
escultura y la escritura, artes con las que se intensificaba y conservaba la conciencia en
forma comunicable y compartida. Finalmente, con la invención de la escritura, hace unos
cinco mil años, se amplió y prolongó aún más el dominio de la conciencia.
Eso de que el hombre se sienta disminuido, como muchos les ocurre en la actualidad, por
la inmensidad del universo o las interminables evoluciones del tiempo, equivale a
asustarse de su propia sombra. Solo gracias a la luz de la conciencia resulta visible tal
universo, y si esta luz desapareciese, solamente la nada quedaría. Fuera de la etapa
iluminada por la conciencia humana, tan descomunal cosmos no es sino una existencia
sin significado. Solo a través de las palabras y los símbolos humanos, que documentan el
pensamiento de la humanidad.
Tales inmensidades del espacio y del tiempo, que ahora nos espantan cuando, con la
ayuda de «nuestra ciencia», nos enfrentamos con ellas, son presunciones vacías en
cuanto dejan de referirse al hombre. La palabra «año» no tiene sentido aplicada al
sistema físico por sí mismo, pues es el hombre, y no las estrellas ni los planetas, quien
experimenta los años y los mide. Esta misma observación es el resultado de la atención
del hombre a los movimientos periódicos, a los acontecimientos estacionales, a los ritmos
biológicos y a las secuencias mensurables; por eso, cuando la idea de año se proyecta
sobre el universo físico, dice además algo importante para el hombre, o sea, que es una
ficción poética.
6. La libre creatividad del hombre
7. La especialidad de la no especialidad