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MARIO LAVISTA
Miembro de El Colegio Nacional
* Este texto, con algunas variantes, fue leído el 6 de septiembre de 2000 en la Sala
del Palacio de Bellas Artes durante el homenaje que el Consejo Nacional para la Cultura
y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes le rindieron al arquitecto Ricardo
Legorreta.
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Ilustración 1. Diseño de John De Cesare según el Ave María de Bach-Gounod.
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Su encuentro con Le Corbousier en 1947 fue determinante para su
trabajo. Durante doce años colaboraría estrechamente con él, en el
diseño de proyectos arquitectónicos y en la edificación de construccio
nes como el Convento de la Tourette, cerca de Lyon, y los grandes con
juntos inmobiliarios de Marsella y de Nantes.
En 1958, Xenakis creó la estructura arquitectónica del Pabellón Phi
lips para la Exposición Universal de Bruselas. Hay en este proyecto una
clara influencia de las búsquedas musicales que había llevado a cabo unos
años antes, y que encontrarían su plena expresión en obras como Metás
tasis para orquesta, escrita en 1953 y 1954.
En esta pieza Xenakis emplea sistemáticamente glissandos individua
les en toda la sección de las cuerdas: cada una de las pendientes de los
glissandos está calculada de manera precisa.* Estos glissandos forman
espacios sonoros, verdaderas masas de sonido, que se desplazan continua
mente en todas direcciones, y cuyo comportamiento, como señala el pro
pio Xenakis, es equiparable a las paraboloides hiperbóhcas del Pabellón
Philips.
De esta manera la organización de las alturas de los sonidos en
Metástasis representa la primera visión, en un espacio sonoro, de superfi
cies y volúmenes regulares y continuos.
En la obra se combinan, además, los intervalos, las duraciones, las
dinámicas y los timbres para formar varias clases de estructuras que
recurren a progresiones geométricas, en especial a la sección áurea.
Xenakis parte de la misma idea, del mismo tipo de proporción que
había guiado su trabajo al diseñar las fachadas del Convento de la
Tourette (ilustaciones 2 y 3).
Acabo de mencionar la sección o proporción áurea que, como se sabe,
es un fenómeno eminentemente visual, de orden geométrico, y por ello
le pertenece a la pintura, la escultura y la arquitectura. La sección áurea
rige, asimismo, las proporciones de muchas formas y construcciones de
la naturaleza, y representa el equilibrio entre partes asimétricas o desi
guales. Kepler llamaba a esta proporción "una de las joyas de la geometría".
No obstante su pertenencia al mundo visual, la sección áurea se en
cuentra también en la música, en muchísimas obras que van desde la
Edad Media hasta nuestros días. Sin embargo, para que esta proporción,
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Ilustración 3. Dibujo del Pabellón Philips.
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de origen geométrico, pueda manifestarse en un arte del tiempo, como
lo es la música, es necesario contar con su expresión numérica. Y es la
serie de Fibonacci —que toma el nombre de su inventor Leonardo Fibo-
nacci, matemático italiano de fines del siglo XII y comienzos del xm—
la que nos ofrece las proporciones de la sección áurea y la que permite
que exista una correspondencia estrecha entre el número y el espacio.
Se trata, como ustedes saben, de una serie sumatoria cuyos primeros
siete números son: 1-2-3-5-8-13 y 21. Como puede observarse cada nú
mero, a partir del 3, es la suma de los dos anteriores; así, el 3 es la suma
del 2 y del 1, el 5 es la suma del 3 y del 2, el 8 es la suma del 5 y del 3, y así
sucesivamente.
Esta serie ha ejercido una suerte de fascinación en no pocos composi
tores que la han empleado para definir con precisión tanto el número
de compases que forman una frase, un periodo o la obra entera como
la duración de los sonidos y de los silencios; ha servido, igualmente, para
determinar el número de partes en que se divide una pieza y su propor
ción en el tiempo, o el número de notas que hay en un compás o en un
simple giro melódico.
Teóricos y analistas han estudiado el uso de la sección áurea en obras
de autores tan diferentes como Béla Bartók, Stockhausen, Alban Berg,
Debussy, Ravel, Scriabin, Brahms, Haydn, Bach, Ockeghem, Dufay y
Machaut.
Estamos en presencia de una proporción de orden geométrico, una
proporción que determina y configura un espacio arquitectónico, y que
puede asimismo ser "oída", ser "escuchada", es decir, ser expresada en
términos estrictamente sonoros. La música se convierte, así, en una ver
dadera geometría en el tiempo (ilustraciones 4 y 5).
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Ilustración 5. Fragmento de Klavierstuck IX de Karlheinz Stockhausen. Los numeradores, así como el denominador común (8), de
cada uno de los compases corresponden a los primeros seis números de la serie de Fibonacci. El número de notas que hay en cada
compás corresponde también a la serie de Fibonacci.
Finalmente, quisiera comentar un asunto que ha sido siempre de
vital importancia para el músico; me refiero al espacio arquitectónico, al
espacio físico en el que se escucha la música, y el papel tan determinante
que desempeña en el proceso mismo de la composición de una obra.
No hay duda de que los compositores no sólo imaginamos los sonidos
que conforman una pieza de música, sino también el espacio acústico que
la obra requiere para su correcta audición. Tal vez, en no pocas ocasiones,
se trata de un espacio utópico, pero la i m ^ e n física y auditiva persiste,
y su presencia es fundamental en la concepción y en la construcción de
la obra musical.
Pensemos, por ejemplo, en el estilo polifónico del Renacimiento,
especialmente en el de la escuela veneciana de fines del siglo XVI y prin
cipios del xvn. Es en Venecia, en la Serenísima República de Venecia,
donde nace un nuevo y fascinante idioma musical y se desarrolla y per
fecciona el estilo policoral que emplea simultáneamente dos, tres y, a
veces, cuatro coros. Esta práctica coral fue posible debido a las carac
terísticas arquitectónicas de la Basílica de San Marcos, las cuales estimu
laron la imaginación de los compositores y suscitaron formidables inno
vaciones de orden formal y acústico. En San Marcos se pueden colocar
dos o más grupos corales ampliamente separados, lo que da como resul
tado una suerte de estereofonía, una interacción de sonidos que llegan
a nuestros oídos procedentes de varios lugares. Las obras compuestas
para este recinto lograron crear sorprendentes efectos de color y de
contraste, y una nueva dimensión espacial, algo que no encontramos en
la música coral escrita en esa misma época para la tradicional iglesia
en cruz latina, en la cual el coro se concentra en un espacio compacto
(ilustración 6).
Tres siglos después, Richard Wagner llevó a cabo un cambio radical
no sólo en la organización de las estructuras musicales, sino en lo que
debería ser una verdadera e impecable representación de ópera.
Wagner concibió y mandó construir un teatro en Bayreuth, el famoso
Festspielhaus. El interior del teatro tenía que servir a un solo propósito: la
representación. El público debería ser colocado en fílas semicirculares
de tal manera que pudiera verse, desde cualquier punto, la acción escé
nica. Wagner suprimió los palcos laterales, propios del teatro de estilo
italiano, debido a la poca visibilidad que tenía el espectador desde ese
lugar. Ordenó, además, que el púbhco estuviera completamente a oscu
ras durante la representación, práctica que ha sido adoptada desde en
tonces por todos los teatros del mundo. Mandó construir un verdadero
foso, o "abismo místico" como después se le llamó, que pudiese albergar
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Ilustración 8. Interior del Festspielhaus.
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a la orquesta y a su director, colocándolos fuera de la vista del espectador.
Se evitaba, así, que los movimientos de los músicos y los gestos del direc
tor distrajeran al público y se produjera con ello una rivalidad con el movi
miento escénico. El diseño, la construcción y los materiales en el interior
del teatro lograron crear una soberbia acústica que permite que cada so
nido vocal e instrumental alcance y envuelva a cada uno de los oyentes.
Vemos, así, cómo Wagner, para poder representar sus dramas musica
les tal y como los había concebido, tuvo que imaginar una acústica y un
espacio arquitectónico afines a su concepción musical (ilustraciones 7,
8y9).
Faltaría hablar de muchas cosas más: de la importancia que tiene en
la música de nuestro tiempo la dimensión espacial y el papel activo que
desempeña en la escritura musical; de cómo la música e lee troacústica es
capaz de generar y ocupar un espacio dentro del cual los sonidos se
comportan de forma muy diferente a los de la música instrumental; de
las obras que intentan imitar por medio únicamente de estructuras y pro
cedimientos musicales las peculiaridades acústicas de un determinado
espacio; de las transformaciones que sufre la interpretación de una misma
obra dependiendo de la acústica del espacio en el que van a convivir los
sonidos. En fin, el tema es, en verdad, inagotable y ameritaría un estudio
que sobrepasa los límites de estas notas.
Hasta aquí, pues, mis diví^ciones arquitectónico-musicales, las cuales
no han tenido otra finalidad que la de tratar de mostrar algunos vasos
comunicantes que entrelazan y enriquecen a estas dos disciplinas artísti
cas: la música, que no es sino arquitectura en el tiempo, y la arquitectura,
que es una suerte de música congelada.
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