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Salazar de las Palmas, tierra donde nació el café en Colombia y que posee un río

color verde esmeralda que la rodea, también es tierra privilegiada porque cuenta con la bendición de la Virgen de Belén a quien
llamamos “la ojona”.
Año a año, la alegría y devoción por la Virgen de Belén, se ve reflejado en Salazar de las Palmas, cuando al llegar los meses de
enero y septiembre, los feligreses inician con sus festividade s para rendir homenaje a la Virgen Morena, patrona de esta bella
población de Norte de Santander.
Cuenta la historia que en el año de 1671 el lienzo fue encontrado en las aguas de una quebrada por una joven de ascendencia
indígena llamada Catalina. Este evento y otros posteriores fueron catalogados de milagrosos.
Un Ingles quien obsequió su primera corona, llevo su devoción a tierras del viejo continente. El lienzo se conserva en perfecto
estado en Salazar de Las Palmas, y desde el 28 de agosto está cercano a la gente en el templo San Pablo.
Una indiecita de nombre Catalina vió un lienzo que flotaba en las aguas, en el remanso donde estaba lavando. Lo alcanzó con
cuidado y lo extendió a secar sobre una piedra, junto al lavadero.
Dicen que cuando volvió a mirar el lienzo, notó algo extraño. Unos grandes ojos que la miraban
Cerró los ojos, volvió a abrirlos, miró por todas partes.
Todavía palpitaban las luces de la tarde. Se limpió los ojos y miró con fijeza el lienzo. Desde entonces, la ojona acompaña a los
salazareños quienes le tienen gran devoción.
EL LIENZO DE LA VIRGEN MORENA

Es un lienzo de arrolladora belleza; es un mosaico de colores y plegarias. La Virgen de Belén es de tipo judío, como
Belén, su pueblo, como Israel, su raza privilegiada. Blanco es su rostro, pero quemado por los soles de la Biblia,
dorado como el trigal maduro, como las arenas del desierto. Esta cubierto del manto azul oscuro tachonado de luces.
La teología católica no sabe separar al hijo de su madre: carne de su carne y sangre de su sangre, alimentado con
dulzura del corazón y vitamina de entraña, la virgen María lo concibió en su seno en el misterio de la encarnación, fue
inseparable en su misión redentora y reina a su lado por toda la eternidad. Por eso lleva al niño entre sus brazos. Esta
sobrecogido de ternura y en su afán de buscar el regazo maternal, son sus manitas se refugia en los brazos de María.
Lleva en la frente una estrella. Cuando la Epifanía de Dios a los gentiles, un astro llevo el mensaje de los cielos a los
príncipes de Oriente, para conducirlos por un camino de luz hasta la cuna divina. Por eso se llama la Virgen de Belén.

Además cuando el universo duerme en el regazo de la noche enciende la providencia estrellas en el cielo; cuando las
rutas se pierden en la noche sombría aparece la estrella orientadora de todos los rumbos. El mundo es un mar y todos
navegamos en él. Peligros y escollos, hay brumas y tempestades. Nos salva la protección de María, llamada por la
devoción popular: Estrella del Mar. Por eso el pincel trazó sobre la frente una estrella resplandeciente.

Sus ojazos negros tienen algo misterioso; al contemplarla siente uno la impresión de su mirada en el alma como si
estuviera viva, como si hablara por los ojos. Le lleva uno necesidades y la encuentra opulenta y generosa; le lleva
amarguras y es entonces madre colmada de ternura. Le suplican los fieles y responde con el corazón en las pupilas.
Por esos en su presencia se explica el éxtasis de los santos.

TRONO DE NUESTRA MADRE VIRGEN DE BELÉN

En el fondo del presbítero enchapado en marmolina y engastado en hojillas de oro, se levanta el precioso altar severo y
elegante, en sus líneas, litúrgico y piadoso, encendido de luces, inmaculado de pétalos, arropado de damascos y linos y
recogiendo en pabellón de suplicas hacia el cielo, surge el trono de la virgen de Belén, de estilo refinado y máxima
seguridad, un derroche de molduras y arte, un triunfo de belleza y amor.

Resplandece en el centro, iluminado por pantallas de luz indirecta, el lienzo del milagro, objeto de todos los amores y
de todas las esperanzas en un marco de plata, bruñido de oro con molduras simbólicas en alto relieve. Sobre el mato
azul oscuro, brillan engastadas cuarenta luceritos de oro. Diamantes, topacios y amatistas, aguamarinas, rubíes y
zafiros blancos, rubíes rosa, perlas y esmeraldas obsequiadas por los fieles, palpitan como gotas de luz en la corona de
oro purísimo, estilo Damasco que descansa sobre su frente divina, y en el centro también de oro que lleva en sus
manos símbolo del señorío de la Virgen de Belén sobre su pueblo. Arriba, en un fondo azul, como un pedazo de cielo
brilla una gran estrella de cristal y al fondo inmensos cuadros murales escriben en colores y pinceles la historia de las
apariciones. A la derecha en la parte superior aparece el paisaje autentico del cerro La Trinidad y el manantial de la
Belén, una choza de juncos donde vivía la indiecita Catalina. Enseguida la buena mujer lava la ropa en un remanso del
río. Después Catalina en éxtasis de amor contempla el lienzo iluminado por la Virgen de Belén. A la izquierda el
personaje ingles con botas de explorador e instrumentos científicos contempla el cuadro de la virgen y guarda en su
memoria un recuerdo imborrable. Enseguida una tempestad desgarra los mástiles y abre un abismo. Otro cuadro
representa el mar en calma y la nave que milagrosamente sigue su ruta. Arriba una procesión solemne en la que el
misionero español de la encomienda conduce triunfante el milagrosos lienzo desde la choza de Catalina hasta la villa
de Salazar. Enfrente los milagros de la virgen: paralíticos que andan, ciegos que ven, amenazados que se salvan y
pecadores que se convierten.

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