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Titulo: inesperado legado del divorcio

Judith S. Wallerstein, Julia M. Lewis y Sandra


Blakeslee
Editorial Atlántida

Contenidos

Agradecimientos ..................................................................
9
Prólogo ...........................................................................
.....11
Introducción ......................................................................
. 19

PRIMERA PARTE UNIVERSOS PARALELOS: KAREN Y GARY

Capítulo 1 Cuando un niño se convierte en el protector . 35


Capítulo 2 Recuerdos iluminados por el sol ..................... 45
Capítulo 3 Crecer es difícil ...............................................
56
Capítulo 4 ¿Y qué si permanecen juntos? ¿Y qué si no pueden?
68
Capítulo 5 Cuando no hay nadie para dar el ejemplo .... 80
Capítulo 6 Dar el ejemplo .................................................
98

SEGUNDA PARTE EL LEGADO DEL DIVORCIO: LARRY Y CAROL

Capítulo 7 El precio de la violencia ................................. 113


Capítulo 8 Nuestro fracaso para intervenir ................... 130
Capítulo 9 Salir del caos ................................................ 144
Capitulo 10 Lazos familiares ............................................. 153
Capítulo 11 Deshaciendo el pasado ................................. 166

TERCERA PARTE LA NIÑA SIN PADRES: PAULA

Capítulo 12 Crecer solitario .......................................... 179


Capítulo 13 Los regímenes de visita de la Corte:
el punto de vista del niño .............................. 192
Capítulo 14 Sexo y drogas ............................................ 203
Capítulo 15 Relaciones que evolucionan ..................... 211
Capítulo 16 La saga de la custodia continúa .............. 219

CUARTA PARTE EL NIÑO VULNERABLE: BILLY

Capítulo 17 El niño vulnerable ...................................... 239


Capítulo 18 La nueva familia ........................................ 249

1
Capítulo 19 Recoger las piezas una por una ............... 266

Agradecimientos
QUINTA PARTE MI MEJOR CASO: LISA

Capítulo 20 ¿No es suficiente esforzarse? ................. 281


Capítulo 21 Los hijos del divorcio ................................. 293
Capítulo 22 Conclusiones ............................................. 303
Apéndice ..........................................................................
.325
Notas..............................................................................
.....337

Deseamos agradecer profundamente al Zellerbach Family Fund, que solventó


"el estudio de los hijos del divorcio" original a comienzos de los setenta y
continuó
apoyando este trabajo durante veinticinco años. En una cultura donde las
fundaciones prefieren los resultados rápidos y los programas de tiempo limitado,
Zellerbach Family Fund ha tenido el buen criterio y la valentía de reconocer la
incomparable contribución de los estudios con continuidad a largo plazo. En el
transcurso de estos años, el director ejecutivo de la fundación, Edward Nathan,
aportó el liderazgo y la visión profesional que posibilitaron los logros que hemos
obtenido. También estamos profundamente agradecidas a la San Francisco
Foundation que, bajo la dirección de Martin Paley fundó en 1980 el Centro Judith
Wallerstein para la Familia en Transición, una institución sin fines de lucro que
brinda una serie de servicios educativos y de asesoramiento, junto con proyectos de
investigación y consultoría legal destinados a ayudar a las familias divorciadas y
vueltas a casar. El Centro, que ya atendió a más de seis mil hijos y sus padres, es
un
tributo al brillante liderazgo de Paley, y es único en el mundo.
Durante la redacción del libro nos ayudaron enormemente demógrafos y
sociólogos que fueron muy generosos con sus conocimientos.
Agradecemos especialmente a Norval Glenn, Ashbel Smith, profesor de
Sociología de la Universidad de Texas en Austin; Larry Bumpass, profesor de
Sociología, del Centro de Demografía y Ecología de la Universidad de Wisconsin,
en Madison; y a Nicholas Wolfinger, ayudante de cátedra de Sociología de la
Universidad de Utah.
Colegas y amigos de distintas disciplinas leyeron el manuscrito y nos brindaron
su experiencia y recomendaciones. Queremos agradecer especialmente a Jan
Blakeslee, cuyos comentarios fueron muy valiosos en las etapas finales de este
libro; ajanetjohnston, directora ejecutiva del Centro Judith Wallerstein y
profesora
de Sociología del Departamento de Administración de Justicia de la Universidad de
San José, y a Mary Ann Masón, profesora de Asistencia Social de la Universidad de
California, en Berkeley. Todos nos brindaron excelentes consejos en las distintas
secciones del libro. También nos beneficiamos con las consultas realizadas a Mary
Halbert, doctora en Jurisprudencia, que trabaja en derecho familiar en el condado
de Marín, y nos aclaró temas como la negociación de la custodia y los regímenes de
visitas. Agradecemos a Amy Freidman por ayudarnos a localizar miembros de
nuestro grupo de comparación y a Marci Hansen, profesora de Educación Especial
de la Universidad Estatal de San Francisco, por compartir su perspectiva sobre el
divorcio y el estrés en familias con niños vulnerables.
Recibimos asesoramiento especializado sobre el impacto de la violencia
doméstica en los niños y consejos sobre programas relacionados con los Tribunales
de Familia del profesor Jeffrey 1. Edleson, director del Centro contra la Violencia
y el
Abuso de Minnesota (MINCAVA), de la Universidad de la Escuela de Asistencia
Social de Minnesota, en St. Paul, y de Susan Hanks, doctora en Filosofía,
coordinadora de Servicios Especiales de la Oficina de Servicios del Tribunal de
Familia del Consejo Judicial de California.
Para lograr una consistencia de estilo, este libro fue escrito como si la
autora
principal hubiera entrevistado a todos los sujetos. En la vida real esta tarea
agotadora fue compartida con otras personas durante un período de cinco años.
Queremos agradecer a Christina Rodríguez, nuestra coordinadora de proyecto, por
su discreta y amable persistencia, y su habilidad para la organización. Nuestro
sincero aprecio a los estudiantes del programa para graduados en Psicología de la
Universidad Estatal de San Francisco por su tiempo y dedicación: Christina
Rodríguez, Karen Flynn, Mary McGrath, Carmelina Borg, Kate Donchi, Kristen
Reinsberg, Héctor Menéndez, Rachel Lentz y Sophia Nahavandi.
Queremos brindar un agradecimiento especial a nuestra agente literaria Carol
Mann, que nos alentó y estuvo siempre allí cuando la necesitamos. También
tenemos una deuda de gratitud con Irene Williams por su notable talento como
publicista y buena amiga. Y finalmente queremos agradecer a muchas personas de
Hyperion que hicieron que este proyecto fuera posible. Un agradecimiento especial
a Bob Miller, Martha Levin y a Jennifer Landers por sacar este libro a la luz, y
especialmente a nuestra editora Peternelle van Arsdale por sus esfuerzos
sostenidos para ayudarnos a ^contar nuestra historia.
Finalmente, deseamos agradecer a nuestros esposos y familias. Judy quiere
agradecer a Bob Wallerstein por su ayuda y su sabio asesoramiento con respecto a
la investigación metodológica durante todo el estudio y por su amor, apoyo y
confianza durante tantos años. Julie agradece a Eric, Michael y Marina Multhaup
por su inmensa generosidad al compartir con ella este esfuerzo. Sandy quiere
agradecer a su pareja Cari Moore por su amor y apoyo constantes.

Prólogo

En el otoño de 1994 recibí una llamada telefónica que me hizo reconsiderar por
completo mi concepto sobre el divorcio y sobre cómo había cambiado la naturaleza
de la sociedad norteamericana. Del otro lado de la línea estaba Karen James, una
de las niñas de un estudio longitudinal sobre el divorcio que comencé en 1971 y
redacté a fines de los ochenta. La recordaba muy bien. Karen era una niña vivaz y
encantadora que tenía diez años cuando sus padres se separaron. La entrevisté en
aquel momento y luego cuando tenía quince, veinte y veinticinco años. La última vez
que nos vimos se sentía infeliz, y vivía con un hombre al que no amaba. Recordé lo
mucho que me preocupé por su desesperanza.
Pero la voz en el teléfono se oía intensa y vibrante.
—Habla Karen James —me anunció—, te llamo desde Carolina del Norte.
¿Cómo estás?
Después de intercambiar las bromas de rutina me comentó:
—La semana que viene voy a estar en San Francisco. ¿Tienes tiempo para que
nos encontremos?
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—Por supuesto —le respondí—, estuve pensando en ti muchas veces.
—Estoy en una situación muy diferente desde la última vez que nos vimos —dijo
Karen—. Todo es nuevo. Voy a la ciudad para casarme el sábado que viene, pero
puedo pasar por Marín el jueves por la tarde. ¿Te parece bien?
Le comenté a Karen que me sentía honrada de que pudiera verme en una
semana tan ocupada, y acordamos un horario para reunimos. Estaba
absolutamente encantada con su llamada. Karen es una de las muchas niñas que,
después del divorcio, entró en el vacío creado por los padres que se sienten
abrumados por los cambios en su vida y no pueden actuar como lo hacían antes. A
menudo el divorcio produce un colapso parcial o total de la capacidad de los
adultos
para proceder como padres durante meses o a veces años después de la
separación. Ocupados en reconstruir sus vidas, madres y padres tienen mil y un
problemas, y eso suele impedirles ver las necesidades de sus hijos. En este tipo de
familias, uno de los hijos (a menudo la hija mayor) asume responsabilidades muy
superiores a las que tenía con anterioridad. Estos jóvenes encargados asumen sin
quejarse la conducción moral de sus hermanos menores, y también actúan como
confidentes, consejeros, encargados e incluso padres de sus propios padres
durante los años siguientes.
Karen siguió este camino al pie de la letra. De ser una niña de diez años
alegre y
extravertida pasó rápidamente a convertirse en una mujercita sombría. Recuerdo
que cuando tenía once años me contó: "Estoy muy preocupada por mi hermano y mi
hermana. Tengo que darles un buen ejemplo para que sean buenos. Eso significa
que tengo que ser buena. Desde que mis padres se separaron, se pelean todo el
día. Trato de detenerlos y enseñarles a que hablen en lugar de pelear. También
estoy preocupada por mi mamá. Desde que papá se fue de casa, trato de consolarla
cuando llega del trabajo y de advertirle sobre su nuevo novio. Creo que él va a
herir
peor sus sentimientos". Karen sacudió la cabeza con tristeza. Se sentía demasiado
agobiada con sus nuevas responsabilidades, pero percibía que no tenía otra
alternativa más que dejar de lado sus necesidades por las de su familia. Varios
años
después, me contó que la escuela secundaria era sólo un recuerdo borroso ya que
su situación familiar no había cambiado mucho.
En nuestro último encuentro, cuando ella tenía veinticinco años, yo estaba muy
preocupada porque Karen no podía separarse de un joven con el que estaba
viviendo y al que no amaba. Ella trató de explicármelo: "¿Recuerdas que cuando
salía con chicos de la escuela tenía mucho miedo de que alguien que realmente me
gustara me abandonara o me fuera infiel y terminara sufriendo como mi mamá o mi
papá? Bueno, elegir a Nick fue algo seguro porque no tiene educación ni planes, y
eso significa que siempre tendrá menos posibilidades de elección que yo. Sabía
que si convivíamos y algún día nos casábamos no tendría que preocuparme porque
me abandonara". Con lágrimas en los ojos agregó: "Nick es muy amable y buen
compañero. No estoy acostumbrada a eso".
Aunque comprendí que Karen necesitaba amabilidad y buen trato, me
desconcertaba por qué una mujer brillante y atractiva como ella sentía que no tenía
más opciones que una relación sin amor. Lloró con amargura mientras describía la
soledad de su vida con Nick, y el esfuerzo de la dependencia pasiva de él en ella.
"Supe que había sido un error al día siguiente que nos fuimos a vivir juntos. Pero
no
lo puedo dejar. No puedo herirlo de ese modo". Y así la dejé en medio de una
encrucijada, debatiéndose ante el interrogante de si debía quedarse o irse.
Esperé su llegada el jueves siguiente, dos días antes de su boda, con esperanza
y preocupación: esperanza de que hubiera cambiado radicalmente su vida, y
preocupación de que así no fuera. ¿Qué había hecho entre los veinticinco y los
treinta y cuatro años? ¿Se había liberado de sus temores? ¿De su pena? ¿Aún se
preocupaba por su familia y se sentía culpable por no hacer lo suficiente? ¿El
hombre con el que se iba a casar era una buena elección? ¿Ya no estaba
preocupada por amar y ser amada?
Cuando Karen llegó a la puerta principal de mi casa estaba radiante. De pronto
advertí que, en todos los años que hacía que nos conocíamos, rara vez la había
visto feliz. Tenía una vestimenta simple: pantalón negro, suéter blanco y una
chaqueta, y como siempre estaba hermosa. Los últimos años la habían suavizado,
sus hombros y sus brazos estaban más relajados. Sus hermosos ojos celestes
tenían un nuevo resplandor cuando nos saludamos con calidez.
Le dije lo hermosa que estaba y la felicité por su nueva boda.
—¿Quién es el afortunado?
—Ambos somos afortunados —me respondió mientras se acomodaba en el
sofá—. Gavin y yo hicimos todo diferente comparado con mi vida anterior.
Y comenzó con su historia. Desde nuestro último encuentro se mudó del
departamento.que compartía con Nick y se separó. Como lo supuso, él quedó
devastado y le imploró que regresara, haciéndola sentir más culpable que nunca.
—¿Cómo pudiste irte? —le pregunté, pues sabía que tenía dificultades para
separarse de alguien que necesitara sus cuidados.
Permaneció en silencio y luego respondió con el rostro pálido:
—Sentí que me moría. Fue lo más difícil que he hecho en mi vida y necesité de
toda mi valentía.
Describió cómo regresó del trabajo y encontró a su pareja acostada en un sofá,
esperando que ella se hiciera cargo de todo. Era como hacerse cargo de su mamá.
En ese momento comprendió que debía irse. Su escape la llevó a East Coast, a una
escuela para graduados, y finalmente a un trabajo de ensueño: dirigir un programa
de salud pública para niños con discapacidades en cinco estados del sur.
Allí fue donde Karen conoció a su novio Gavin. Cuando me contó sobre él, sonreí
y le comenté:
—Recuerdo cuando me dijiste que no tenías opciones. Al parecer tuviste algunas
recientemente.
—¿Te refieres a cómo decidí casarme con Gavin? —se sonrojó un poco—. Es
una larga historia. Nos conocimos en una fiesta poco después de que me mudé a
Chapel Hill y me llamó para decirme que le encantaría que nos volviéramos a ver.
Es ayudante de cátedra de Economía en Duke y aunque yo no sé absolutamente
nada sobre su especialidad simpatizamos de inmediato. Yo quería volver a verlo en
seguida, pero esperé una semana y lo llamé. Bueno, estuvimos juntos todos los
días desde entonces, y seis meses más tarde me mudé a vivir con él. Gavin dice
que el día que me mudé nos casamos, pero yo no lo consideré así. Todavía no
estaba preparada. Estaba asustada.
— Así que estabas indecisa. ¿Acerca de Gavin o del matrimonio?
—Del matrimonio. Sobre ser feliz. No todo quedó atrás. Una parte de mí siempre
está esperando algún desastre. Siempre pienso que yo me lo hago a mí misma,
pero la verdad es que vivo temiendo que algo malo me suceda. Alguna pérdida
terrible cambiará mi vida, y empeora cuando las cosas mejoran para mí. Quizá sea
el resultado permanente del divorcio de mis padres. Gavin dice que siempre estoy
esperando tropezar. Aprendí a contenerlo. Ya no me despierto aterrorizada cuando
me voy a acostar feliz, pero este sentimiento no desaparece.
—¿Cómo te decidiste a casarte con él? —le pregunté.
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—Bueno, es extraño, pero lo que fue casi una catástrofe me hizo cambiar de
idea. Gavin estaba en Nashville, dando una conferencia, y de regreso a casa lo
atrapó una tormenta de nieve. Se salió de la ruta en algún lugar y no pudo
conseguir
un teléfono durante ocho horas. Yo estaba en casa esperándolo y escuchando
sobre toda clase de accidentes fatales en los caminos. Estaba fuera de mí. Podría
haberle sucedido cualquier cosa.
—Debes de haber estado muy atemorizada.
—Oh, sí —respondió Karen—. Estaba aterrorizada. Sabía que era el desastre
que siempre había esperado y que arruinaría mi vida. Pero al mismo tiempo me
sucedió algo muy importante. Comprendí que nos casáramos o no, la vida siempre
es incierta. Si me caso con él, lo puedo perder. Si no lo hago, también lo puedo
perder. Así que lo puedo perder de cualquier modo. Y así fue como comprendí que
quiero estar con Gavin durante el resto de mi vida, pase lo que pase. Entonces dije
casémonos.
—¿Así que decidiste arriesgarte a buscar lo que realmente querías? —le
pregunté sonriendo.
—Así es, aunque todavía me resulta difícil saber qué quiero. Pero aprendí lo
que
no quiero. No quiero que se repita mi relación con Nick o con mi mamá o mi papá.
—¿Y qué es lo quieres?
—Quiero un amante y un esposo. Ya no quiero encontrar a cualquiera. Ya no
temo estar sola. Puedo valerme por mí misma.
Sus últimas palabras fueron inolvidables. Parecía estar hablando más con ella
misma que conmigo.
—Mis compañeros de trabajo dicen que tengo un alma vieja. Siempre sentí que
moriría joven, que se acumuló tanta infelicidad en la primera parte de mi vida que
eso tenía sentido. Pero quizá la segunda mitad de mi vida es la parte que voy a
disfrutar más. Nunca tuve infancia. Siempre me hice cargo de lodo —sonrió—. Me
agrada la clase de mujer en la que me estoy convirtiendo. Amo al hombre con el que
me voy a casar. Me agrada mi amabilidad y mi sensibilidad. Me encanta mi trabajo.
Estoy en el buen camino. Finalmente puedo ser quien soy.
Nuestro encuentro duró tres horas y ambas estábamos agotadas
emocionalmente. Era una historia triste y conmovedora, y Karen la había narrado
vividamente. Ambas lloramos mientras ella hablaba y las dos terminamos sonriendo
y agradecidas de que hubiera terminado con una nota de esperanza. Karen iba
camino a su boda, y yo tuve el privilegio de compartir su vida. Y, al igual que en
otras
oportunidades, sentí el deseo de ser novelista para poder capturar la riqueza de
sus
sentimientos y los sorprendentes cambios que se produjeron en su vida.
Cuando nos abrazamos le agradecí a Karen su generosidad y su sinceridad. Le
comenté lo orgullosa que estaba de lo que había hecho, y que esperaba que los
años venideros compensaran sus sufrimientos del pasado. Me pidió que nos
mantuviéramos en contacto y ofreció enviarme fotografías de su nuevo hogar.
Karen ya casi había cerrado la puerta cuando se volvió, la abrió nuevamente y
me dijo sonriendo:
—Quizá tu próximo libro debería hablar de lo que nos sucede a todos nosotros
cuando crecemos.
Tardé muy poco en darme cuenta de lo proféticas que serían sus palabras.

Después de que Karen se fue, me senté durante un largo rato a pensar en los
cambios inesperados de su vida. ¿Sus padres tenían idea de lo que habían iniciado
veinticinco años atrás cuando decidieron divorciarse? Si hubieran conocido las
consecuencias a largo plazo para sus hijos, ¿habrían hecho las cosas de manera
diferente? ¿Se habrían divorciado? Al igual que muchas personas en aquel
entonces probablemente pensaron que el divorcio era un trastorno menor en la vida
de sus hijos. Sin duda esperaban que la vida familiar retomara su curso normal, que
los padres y los hijos se beneficiaran con lá terminación del conflicto marital.
Con
seguridad no previeron los efectos duraderos que se extenderían hasta la cuarta
década de la vida de Karen.
Recordé a aquella niña encantadora, ávida, que se había hecho cargo
cariñosamente de su madre confundida, sus hermanos más pequeños, y su padre,
y de cómo había perdido su adolescencia. Vi su rostro contraído por el dolor
cuando a los veinte años me contó lo atormentada que se sentía por no saber si
debía dejar a un joven con el que se había comprometido simplemente porque él
había sido amable con ella. Preocupada por el temor a la pérdida, la traición y el
abandono, aún se encontraba atrapada en el sacrificado papel asumido en su
niñez y lo había reinstalado en su relación adulta con los hombres.
Pero Karen había dado un vuelco a su vida. Yo estaba sorprendida por lo mucho
que había cambiado desde nuestro último encuentro. Karen estuvo muy acertada
cuando comentó: "Es todo nuevo". Ella me vino a ver a los treinta y cuatro años
orgullosa y triunfante, después de haber dejado atrás su prolongado papel de
salvadora de la familia. La historia de Karen me atormentó, pues provocó
interrogantes en los que no podía dejar de pensar. Supuse que cuando los niños del
estudio llegaran a la adultez diez o quince años después de la separación, podría
informar sobre los efectos del divorcio a largo plazo. En el best seller titulado
Second Chances: Men, Women, and Children a Decade after Dívorce (Segundas
oportunidades: hombres, mujeres y niños una década después del divorcio) describí
lo que estos niños pensaban, decían y hacían a los veinte años cuando iban en
busca de relaciones íntimas, comenzaban sus carreras y empezaban a sentir el
impacto personal del divorcio en sus vidas. Descubrí que muchos hijos del divorcio
estaban atrapados en un intenso conñicto interior: preocupados por no repetir los
errores de sus padres mientras buscaban un amor duradero. Muchos evitaban
comprometerse mientras que otros iban impulsivamente de relación en relación con
gente problemática que apenas conocían. Los dejé, preocupada por su futuro, pero
esperanzada de que encontrarían una forma de superar sus temores.
Los cambios que vi en Karen apuntaban a una enorme historia no contada de su
generación. Si Karen pudo dar un vuelco a su vida, ¿qué sucedió con los demás?
¿Su historia revelaba un patrón general que no vi por haberme detenido demasiado
pronto? Comprendí que debía de haber otros como ella y tenía que saber cuándo (y
si es que alguna vez) la historia del divorcio estaba razonablemente cerrada.
Entonces lo comprendí: no apreciamos por completo cómo el divorcio sigue
forjando las vidas de los jóvenes cuando llegan a su completa adultez. Por ejemplo,
sabemos que los hijos adultos del divorcio tienen un índice de divorcio más
elevado,
pero eso no nos indica nada acerca de sus sentimientos íntimos, las grandes crisis
de sus vidas, cómo efectuaron las elecciones que hicieron y qué piensan sobre el
amor y el matrimonio y el ser padres. El único modo de llegar al centro de sus
pensamientos y sus preocupaciones es seguirlos a través de todo el curso de su
vida, desde los comienzos de la niñez hasta mediados de su adultez. ¿Por qué era
tan difícil para Karen? ¿Por qué tardó tanto en tener una oportunidad en el amor?
Los demógrafos nos indican que un cuarto de los adultos menores de cuarenta y
cuatro años son hijos del divorcio. Estamos hablando de millones de personas que
se debaten con los residuos de una experiencia que sus padres quisieran olvidar.
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Algo era claro como el cristal: detuve muy pronto mi investigación sobre los
hijos
de familias divorciadas. La visita de Karen abrió una serie de interrogantes y
desafíos que fueron irresistibles para mí. Unas semanas después de su visita decidí
intentar una continuación de Second Chances... con la esperanza de averiguar qué
había sucedido con los demás veinticinco años después. Éste es el estudio sobre el
divorcio más extenso que se ha realizado. Los "hijos" más jóvenes tienen casi
treinta años, y los mayores casi cuarenta. Este libro explora qué les sucedió en su
adultez. ¿Cómo están? ¿Cuántos de ellos están felizmente casados? ¿Tienen
hijos? ¿Muchos se divorciaron o se negaron a casarse? ¿Aún consideran que el
divorcio de sus padres es el acontecimiento más importante que definió sus vidas?
¿Están enojados con sus padres? ¿Aprueban su decisión? ¿Son compasivos?
¿Son pesimistas? ¿Están preocupados?, y si es así, ¿de qué? ¿Qué valores
defienden con respecto al amor, el sexo, el matrimonio y el divorcio? ¿Están
contentos o decepcionados con sus vidas? Al introducirme en las cabezas y los
corazones de esta generación, espero aclarar los profundos cambios en las
actitudes norteamericanas que está forjando el futuro de formas inesperadas.
También quería conocer, esta vez, la vida de los adultos que se criaron en la
casa de al lado y cuyos padres no se divorciaron. ¿Qué aprendieron de sus padres?
¿Los hijos de familias intactas muy infelices son diferentes de los niños criados
en
una familia divorciada muy infeliz? ¿Los hijos criados en familias intactas felices
se
"inmunizan" contra el divorcio o son tan vulnerables al fracaso como los demás
niños de su misma edad? ¿Cómo nuestra cultura del divorcio afecta a sus actitudes
hacia el matrimonio, el compromiso y el divorcio? ¿Qué sucede cuando se casan
con hijos de familias divorciadas? ¿Esto se convierte en un problema en el
matrimonio? ¿Se preocupan porque sus propios matrimonios sean más frágiles?
Comprendí que necesitaría un grupo de comparación para responder a todos estos
interrogantes.
Para llevar a cabo esta nueva ronda de investigaciones sobre las vidas de los
jóvenes adultos cuyos padres se divorciaron hace veinticinco años, invité a dos
colegas. Ambas habían trabajado conmigo en proyectos anteriores. Julia Lewis,
profesora de Psicología de la Universidad Estatal de San Francisco, fue
vicedirectora en el Centro Judith Wallerstein para la Familia en Transición, cuando
éste se fundó en 1980, y directora de investigación del posterior estudio de
seguimiento a los diez años. Es investigadora coprincipal del estudio de
seguimiento a los veinticinco años. Sandra Blakeslee es una galardonada escritora
de ciencias de The New York Times, y colaboró conmigo en dos libros anteriores.
Su tarea fue ayudarnos a redactar nuestras historias y descubrimientos con un
estilo accesible. También contribuyó con su experiencia personal y amplia
comprensión de muchos sectores de nuestra sociedad. Ambas fueron valiosas
compañeras de tarea.
Por lo tanto, hay que tener en cuenta que este libro es un informe de nuestros
niños en sus propias palabras —conocimiento que todos, incluidos padres, abuelos
y legisladores, han estado esperando y deseando escuchar—. Después de
veinticinco años el jurado no está excluido. El divorcio entró en las vidas de toda
una
generación y cambió la forma en que ellos y nosotros pensamos sobre el
matrimonio y el compromiso. Los hijos del divorcio, que fueron silenciados por el
sistema legal, han regresado para darnos su veredicto, y estamos obligados a
escuchar.
Introducción

En julio de 1999, Plaza Sésamo emitió un episodio en el cual la Rana


Rene, vestida como una reportera, entrevistó a una pajarita y le preguntó dónde
vivía. La pajarita feliz respondió piando que vivía un tiempo en un árbol donde
retozaba con su madre, y el resto del tiempo en otro árbol separado donde retozaba
con su padre. La pajarita concluyó alegremente diciendo: "Ambos me quieren", y
corrió a jugar. Esto, por supuesto, reinstala el engañoso mito der divorcio. Al
observar esta escena, debíamos comprender que el divorcio es un trastorno menor
y una ocurrencia normal en la vida de niños y adultos. Nada de qué preocuparse, les
está diciendo a los niños. Sus padres continuarán su rol amoroso con ustedes,
como siempre. Su vida será exactamente como antes, sólo que ahora se
desarrollará en dos locales. La historia puede servir de consuelo para algunos
niños
preocupados. La historia de la pajarita no es, de ninguna manera, semejante a su
experiencia de crecer en una familia divorciada, ya sea en un hogar, en dos o en
cualquier combinación de arreglos de vivienda que se realicen a través de los años.
Sin embargo, la historia es importante ya que tiene profundas raíces en
nuestra cultura contemporánea. Describe varios mitos perdurables que han guiado
las opiniones y políticas de nuestra comunidad durante tres décadas. Hasta hace
treinta años, el matrimonio era un compromiso para toda la vida que tenía sólo
algunas salidas legales como probar el adulterio en los tribunales o esperar años
de
abandono.
La cultura norteamericana y las actitudes legales mantuvieron unidos a
los
cónyuges sin importar lo infelices que fueran. Innumerables individuos se
encontraban atrapados en matrimonios sin amor que deseaban terminar con
desesperación, pero de los cuales la mayoría no tenía escapatoria. Entonces, al
igual que el cataclismo de un terremoto, el Código de Familia de California cambió
de la noche a la mañana. Una serie de agrupaciones a lo ancho y a lo largo del
estado recomendaron que a los hombres y mujeres que querían divorciarse no
debía requerírseles que probaran que sus cónyuges fueran infieles, incapaces,
crueles o incompatibles. Afirmaron que era hora de termi-
nar con la hipocresía de las leyes que restringían severamente el divorcio. La
gente
debía tener la posibilidad de terminar con un matrimonio infeliz sin tener que
probar
faltas o señalar culpas.
La opinión que prevalecía era que el divorcio permitiría que los adultos
realizaran
mejores elecciones y tuvieran matrimonios más felices al posibilitarles enmendar
errores previos. Así llegarían a una decisión honesta y de común acuerdo para
divorciarse, ya que si una persona quería divorciarse ya no quedaba mucho de ese
matrimonio.
Estas actitudes fueron sostenidas por hombres y mujeres de varias opiniones
políticas, por abogados, jueces y profesionales de la salud mental. La agrupación
final que formuló las nuevas leyes del divorcio sin causas estuvo dirigida por la
profesora de Derecho Herma Kay, reconocida defensora de los derechos de la
mujer. En 1969, el gobernador Ronald Reagan firmó la nueva ley y la gente se sintió
jubilosa. Era una época de fe y esperanza en que la posibilidad de una nueva
elección liberaría a hombres y mujeres y beneficiaría a sus hijos. En pocos años,
las
leyes de divorcio sin causa se expandieron como el fuego a los cincuenta estados.
La gente de todo el país estaba a favor del cambio.

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Pero, ¿y los niños? En nuestra alocada carrera por mejorar la vida de los
adultos,
supusimos que la vida de los niños también mejoraría. Realizamos cambios
radicales en la familia sin advertir cómo éstos modificarían la experiencia del
crecimiento. Nos embarcamos en un experimento social gigantesco, sin tener idea
de cómo afectaría a la próxima generación. A decir verdad, y si somos capaces de
enfrentarla, la historia del divorcio en nuestra sociedad está repleta de
supuestos,
injustificables con respecto a los niños, que realizamos los adultos sólo porque
esos
supuestos concuerdan con los deseos y necesidades de los adultos. Los mitos que
siguen guiando nuestras políticas de divorcio derivan directamente de estas
actitudes.

MITOS PRECIOSOS

Dos creencias erróneas son las que sustentan nuestras actitudes generales
hacia el divorcio. La primera sostiene que, si los padres son felices, los niños
también serán felices. Aunque las criaturas estén angustiadas por el divorcio, la
crisis será transitoria ya que éstas tienen elasticidad e ingenio y se recuperarán
pronto. Los niños no se consideran separados de sus padres; sus necesidades y
hasta sus pensamientos se incluyen en la agenda de los adultos. Este mito está
basado en el hecho de que la mayoría de los adultos no puede comprender la
visión del mundo que tienen los niños y cómo piensan. El problema es que ellos
creen que lo hacen. En realidad, muchos adultos que se encuentran atrapados en
matrimonios infelices se sorprenderían al saber que sus niños están relativamente
contentos. A ellos no les importa si mamá y papá duermen en camas diferentes
mientras la familia permanezca unida.
Afortunadamente este mito ha sufrido en los últimos años duros ataques a través
de informes de padres, maestros e investigadores como yo, que descubrimos que
los niños estaban sufriendo. La euforia de comienzos de los setenta pronto
comenzó a decaer ante la creciente ola de preocupación acerca del
empobrecimiento de mujeres y niños, el elevado índice de angustia entre los padres
que no estaban de acuerdo con sus cónyuges acerca de que sus matrimonios
estaban en peligro, y el hecho de que los niños no se recuperaban rápidamente. Los
niños en las familias divorciadas no son más felices, saludables o mejor adaptados
aunque uno o ambos padres sean más felices. Los estudios nacionales 1 muestran
que los niños de familias divorciadas y vueltas a casar son más agresivos hacia sus
padres y maestros. Experimentan más depresión, tienen más dificultades de
aprendizaje y sufren más problemas con sus pares que los niños de familias
intactas. Los niños de familias divorciadas y vueltas a casar tienen más
probabilidades de ser derivados a gabinetes psicológicos en las escuelas que sus
pares de familias intactas. Muchos de ellos terminan en clínicas de salud mental y
establecimientos hospitalarios. Tienen una actividad sexual más temprana, tienen
más hijos extramatrimoniales, hay menos casamientos y más divorcios. Numerosos
estudios2 muestran que los hijos adultos del divorcio tienen más problemas
psicológicos que aquellos que se criaron en matrimonios intactos.
A pesar de que mucha gente ya no cree en el mito de que los niños siempre se
benefician con un divorcio que hace más felices a sus padres, éste continúa
ejerciendo influencias sutiles e inconscientes en lo que pensamos sobre el divorcio
y en cómo reaccionamos ante él. Ha alentado a los padres a esperar que sus niños
aprueben sus decisiones. En realidad, como se verá en los capítulos siguientes,
rara vez esto es así en los niños que no han llegado a la adolescencia. A los
padres
les resulta difícil ver o creer que sus hijos sufren temor y tristeza después de la
separación. Y les resulta más difícil preparar a sus hijos adecuadamente para el
futuro divorcio y brindarles el consuelo necesario. El hecho de que muchos hombres
y mujeres se vean atrapados en la búsqueda de otros amantes o un nuevo trabajo
después del divorcio (lo cual provoca que los padres tengan menos tiempo para sus
hijos) sólo sirve para fortalecer su deseo de aferrarse a este mito.
Un segundo mito se basa en la premisa de que el divorcio es una crisis
temporaria que ejerce sus efectos más dolorosos sobre padres e hijos en el
momento de la separación. La gente que cree esto llega a la feliz conclusión de que
la clave para la adaptación de los niños es la resolución del conflicto sin rencor.
De
este modo, nuestra atención en términos de recursos e intervenciones se concentra
en la separación. Si ambos padres no pelean, por lo menos frente a los niños, y si
llegan a acuerdos financieros legales y de tenencia racionales y justos, entonces
la
crisis se va a resolver en forma rápida. Los dos adultos afortunados se liberarán
de
su matrimonio problemático y, junto con sus hijos, seguirán adelante con una vida
más feliz. Los niños retomarán sus juegos y actividades escolares habituales y
realizarán la transición fácilmente; tendrán padres en dos locales y dividirán sus
días y sus noches entre hogares separados en distintos barrios. Sus vidas
continuarán como antes, sólo que serán mucho mejores comparadas con las
experiencias de la familia predivorciada. Se supone que todo esto sucede sin tener
en cuenta la traición, el abuso o el abandono que provoca el divorcio y que deja
por
lo menos a una persona vacilando dolorida y a uno o ambos padres con pocas
posibilidades de pensar en los niños. La creencia de que la crisis es temporaria
sustenta la idea de que, si se realizan arreglos aceptables sobre la custodia,
régimen de visitas y mantenimiento de los niños en el momento del divorcio, y se
brinda a los padres algunas instrucciones, los niños muy pronto estarán bien. Es
una visión que hemos sostenido fervorosamente y a la que continuamos
aferrándonos.
Pero es errónea. Nuestro deseo de creer en esta idea nos ha impedido brindar a
los niños y adultos la comprensión que necesitan para enfrentar la experiencia del
divorcio a largo plazo. No nos permite hacer planes para el futuro de nuestros
hijos y
reconocer el hecho de que sus necesidades cambian a medida que crecen. Nos
impide escuchar sus serias quejas y aliviar sus sufrimientos. Afortunadamente, este
segundo mito también está comenzando a aclararse debido a una nueva voz que
surge en la escena nacional. Esa voz pertenece a los hijos del divorcio que ya
están
llegando a la adultez. En este libro los escuchará cuestionar estos mitos. Ahora
que
son mayores y tienen matrimonios, divorcios e hijos propios hablan con una
autoridad que no nos atrevemos a ignorar.
Los hijos adultos del divorcio nos están diciendo fuerte y claro que el
disgusto
de sus padres en el momento de la separación no es lo que más importa. A menos
que hubiera violencia o abuso o un conflicto incesante, ellos tienen recuerdos
borrosos de los sucesos de aquel período crítico. En realidad, como niños
entonces y adultos ahora, todos estarían profundamente sorprendidos de saber
que ningún juez, abogado o mediador hubiera considerado genuinamente sus
intereses o deseos en el momento de la separación o con posterioridad. Lo
importante es todos los años vividos en una familia divorciada o vuelta a casar de
acuerdo con esta primera generación que creció y nos cuenta su experiencia. Es
sentirse triste, solo y enojado durante la niñez. Es viajar solo en aviones cuando
uno tiene siete años para visitar a los padres. Es no tener oportunidad de elegir
11
cómo pasar el tiempo y sentirse como un ciudadano de segunda comparado con
los amigos de familias intactas que siempre tienen algo que contar sobre sus fines
de semana y sus vacaciones. Es preguntarse si uno tendrá apoyo financiero del
padre para ir a la universidad, ya que no tiene obligación legal de pagarla. Es
preocuparse por la madre y el padre durante años: ¿El novio de mamá durará? ¿La
nueva esposa de papá nos recibirá bien en su hogar? Es llegar a la adultez con
intensa ansiedad. ¿Encontraremos una esposa fiel para amar? ¿Encontraremos
un hombre en quien confiar? ¿O las relaciones fracasarán como las de nuestros
padres? Y lo más indicativo es preguntarse si uno podrá proteger a sus hijos para
que no tengan estas mismas experiencias cuando sean grandes.
Ninguno de los hombres o mujeres de familias divorciadas cuyas vidas describí
en este libro quería que sus hijos repitieran sus experiencias de la niñez. Ninguno
comentó: "Quiero que mis hijos vivan en dos nidos, o en dos barrios". Envidiaron a
sus amigos que crecieron en familias intactas. Las historias de sus vidas
desmienten los mitos que sostenemos.

EL ESTUDIO LONGITUDINAL

Los adultos en los cuales está basado este trabajo se encuentran en la


vanguardia de un creciente ejército de adultos que se formó en familias
divorciadas.
Desde 1970, por lo menos un millón de niños por año han presenciado el divorcio de
sus padres, construyendo así una generación de norteamericanos que ahora son
adultos3. Vale la pena repetir que ellos representan un cuarto de los adultos de
este
país que han cumplido cuarenta y cuatro años4. Los demógrafos también informan
que el 40% de todos los adultos casados en 1990 ya se han divorciado 5. Las vidas
de estos hijos del divorcio que han llegado a la adultez y las importantes
lecciones
que aprendí de ellos son los temas principales de este libro. Es el único estudio
del
mundo que sigue hasta la adultez el curso de las vidas de individuos cuyos padres
se separaron cuando eran niños. Desde un comienzo, mi interés ha sido el mundo
interior de estas personas mientras maduraban. Traté de ver el mundo a través de
sus ojos y de explorar durante muchos años la calidad de sus relaciones con sus
padres, padrastros, amantes, esposos y finalmente sus propios hijos. A medida que
el estudio avanzaba comencé a sentirme intrigada por los reveses en sus vidas y
por las formas en que finalmente pudieron superar los legados inesperados del
divorcio de sus padres.
El grupo principal de 131 niños y sus familias fue reunido en 1971 cuando mi
colega Joan Berlin Kelly y yo comenzamos a formular preguntas a familias que se
estaban divorciando. Los niños pertenecían a hogares de clase media y fueron
cuidadosamente seleccionados de manera que todos los elegidos estuvieran bien
en el colegio y hubieran tenido un desarrollo normal durante los años previos al
divorcio. Naturalmente yo quería asegurarme de que los problemas que
advertíamos no fueran anteriores al divorcio. Ni ellos ni sus padres habían sido
mis
pacientes. Estuve siguiendo los detalles íntimos de sus vidas y viéndolos a ellos y
a
sus dos progenitores durante varias horas de entrevistas, por lo menos, cada cinco
años desde 1971. Mis averiguaciones a los dieciocho meses, cinco, diez y quince
años se encuentran en dos libros anteriores 6. Durante el seguimiento de
veinticinco
años tuve oportunidad de reunirme con el 80% de los hijos, en entrevistas cara a
cara que duraron varias horas. Actualmente tienen entre veintiocho y cuarenta y
tres
años.
Este libro también contiene conocimientos que adquirí del trabajo con más de
seis mil niños y sus padres que acudieron al Centro Judith Wallerstein para la
Familia en Transición, una organización sin fines de lucro que brinda, desde 1980,
mediación, asesoramiento y educación a las familias del condado de Marin que se
están divorciando7. En 1980 y 1990, el personal y yo realizamos una investigación
sobre un amplio espectro de temas de actualidad, entre ellos la custodia
compartida, las familias con un elevado índice de conflictos, las visitas nocturnas
para infantes y los regímenes de visitas establecidos por la Corte, y esa
investigación influyó en la política y los tribunales, y sirvió de información para
el
trabajo de pediatras, maestros y el clero. El centro, reconocido nacional e
internacionalmente, también brinda formación a profesionales de la salud mental y
del derecho que trabajan con familias separadas, divorciadas y casadas en
segundas nupcias.
Finalmente, este libro incorpora extensas entrevistas de un grupo de
comparación de adultos de familias intactas que tenían la misma edad y fueron
criados en los mismos barrios y escuelas que aquellos del estudio a largo plazo de
familias divorciadas. Mi objetivo, al comparar los dos grupos, fue destacar la
experiencia de crecimiento y la adultez de cada uno de éstos. Muy pronto advertí
que las familias intactas venían en todas formas y tamaños, desde las más
armoniosas hasta las desdichadas. Mi interés estaba centrado en comparar la vida
de aquellos que se habían criado en familias problemáticas que permanecían
juntas con las de los del grupo de divorciados. Estas comparaciones echaron luz
sobre la vida de los hijos de una familia problemática que no se divorció y
aportaron
una buena base para responder la pregunta tan frecuente: por el bienestar de los
niños, ¿es mejor divorciarse o mantener un matrimonio infeliz?

LO QUE APRENDÍ

Cuando comencé a estudiar los efectos del divorcio en los hijos y los padres en
1970, yo, al igual que todos, esperaba que ellos se recuperaran. Pero con el correr
del tiempo comprendí que el divorcio era una crisis a largo plazo que estaba
afectando el perfil psicológico de toda una generación. Observé este efecto a largo
plazo en mi investigación, la cual siguió a los niños hasta fines de su
adolescencia y
comienzos de su adultez, pero recién ahora (que los hijos son adultos) pude
contemplar el cuadro completo. El divorcio es una experiencia que transforma toda
la vida. La infancia es diferente después del divorcio. La adolescencia es
diferente.
La adultez, con la decisión de casarse o no, de tener hijos o no, es diferente. Sea
bueno o malo el resultado final, toda la trayectoria de la vida de un individuo se
altera profundamente con la experiencia del divorcio.
Hemos ignorado todo esto por la gran cantidad de personas afectadas y por la
velocidad con que se transformó nuestra sociedad. En la actualidad mucha gente
piensa que el divorcio es una experiencia perfectamente normal. Es tan común que
los niños casi no lo advierten. No hay estigma. No es gran cosa. Después de todo,
si
la mitad de los compañeros de escuela provienen de familias divorciadas, ¿cómo el
divorcio puede ser tan traumático? Y ellos comentan: "¿Y no es verdad acaso que
los niños criados en familias intactas, pero malas, no están mejor?". Actualmente
todos los que crecen en Estados Unidos se ven afectados directa o indirectamente
por el divorcio, así que todos tienen las mismas preocupaciones. En otras palabras,
ellos sostienen que el divorcio no provoca cargas especiales sobre los individuos
13
(recuerde que es una experiencia normal). En realidad, si los investigadores
compararan grupos de individuos de dieciocho años de hogares divorciados e
intactos, y luego grupos de individuos de veinte años, y así sucesivamente,
probablemente advertirían que la mayoría de los niños de ambos tipos de hogar
tienen puntos de vista similares. Es verdad que la mayoría de la gente joven está
preocupada por cosas similares.
Pero yo descubrí verdades más profundas que esta impresión superficial. Cada
niño experimenta el divorcio de manera única. El solo hecho de que otros estén
sufriendo no reduce el sufrimiento propio. ¿El dolor de una viuda se alivia porque
en
la misma calle haya otras cinco viudas? ¿Eso la hará sentir menos dolor? Las cifras
no brindan a los niños o adultos consuelo para los traumas de la vida. La gente que
cree que las cifras silencian el sufrimiento de los niños simplemente no ha hablado
con ellos. Cada uno de los integrantes de una clase de niños del divorcio grita:
"¿Por
qué a mí?". Por otra parte, después de seguir la vida de un hijo del divorcio, y
luego
otro y otro, desde los comienzos de la niñez, a través de la adolescencia, y los
desafíos de la adultez, puedo afirmar sin lugar a dudas que tienen preocupaciones
distintas de las de sus pares de hogares intactos. Estas preocupaciones están
remodelando nuestra sociedad de un modo que jamás imaginamos. Ése es el tema
de este libro y un desafío para todos nosotros en los años venideros.
Las páginas que siguen contienen muchos temas que son completamente
nuevos para la forma en que entendemos los efectos del divorcio a largo plazo. Por
ejemplo, Karen fue la primera hija del divorcio que describió que vivía con el
temor
de que el desastre siempre estuviera acechando sin advertencia, en especial
cuando era feliz. Muy pronto advertí que estos temores eran comunes entre los
jóvenes adultos que habían crecido en familias divorciadas. Si la felicidad aumenta
las posibilidades de experimentar pérdidas, piense en lo peligroso que debe ser
simplemente sentirse feliz.
Contrariamente a lo que pensamos desde hace tiempo, el mayor impacto del
divorcio no se produce durante la niñez o la adolescencia. En cambio, se produce
en la adultez cuando las relaciones románticas más serias ocupan el centro de la
escena. Cuando llega el momento de elegir una pareja y formar una nueva familia,
aumentan los efectos del divorcio. Un descubrimiento central en mi investigación es
que los hijos no sólo se identifican con la madre y el padre como individuos
separados, sino con la relación entre ellos. Llevan consigo el patrón de esta
relación
hasta la adultez y lo utilizan para buscar la imagen de su nueva familia. La
ausencia
de una buena imagen influye de manera negativa en su búsqueda del amor,
intimidad y compromiso. La ansiedad es la que conduce a muchos de ellos a
realizar malas elecciones, a desertar cuando surgen problemas o a evitar por
completo las relaciones.
Como veremos, la familia divorciada no es una versión truncada de la familia de
dos progenitores. Es una clase de familia diferente en la cual los niños se sienten
menos protegidos y menos seguros con respecto al futuro que los niños de familias
intactas razonablemente buenas. Las madres y los padres que comparten sus
camas con personas distintas no son iguales que los padres y las madres que viven
bajo el mismo techo. La familia divorciada tiene una nueva distribución de
personajes y relaciones donde figuran padrastros, hermanastros, segundos
matrimonios y segundos divorcios, y a menudo amantes. El niño que crece en una
familia divorciada a menudo experimenta no sólo una pérdida (la de la familia
intacta) sino una serie de pérdidas. Esta nueva clase de familia presenta demandas
muy diferentes a cada progenitor, cada niño y cada uno de los muchos adultos que
ingresan en la órbita familiar.
Por otra parte, el divorcio introduce cambios radicales en las relaciones
padres-hijos que se oponen a lo que actualmente entendemos. La liberación del
contrato marital a menudo suele resultar menos estable, más volátil y menos
protectora para los niños. Cuando ese contrato se disuelve, comienzan a
transformarse las percepciones, los sentimientos y las necesidades entre padres e
hijos. Esto no significa que los padres quieran o se preocupen menos por ellos. Lo
que sucede es que están muy comprometidos en reconstruir sus vidas, económica,
social y sexualmente. A menudo, las necesidades de padres e hijos no están
sincronizadas hasta varios años después de la separación. Los niños preocupados
observan a sus padres como pequeños halcones, buscando señales de tensión
que puedan afectar su disponibilidad como padres.
Como lo revelan las historias que están por oír, los hijos no son vasijas
pasivas,
sino participantes activos que ayudan a formar sus destinos y el de sus familias.
Realizan duros esfuerzos para adaptarse a los nuevos requerimientos de la familia
divorciada aunque esperan durante muchos años que sus padres se reconcilien.
Como están en sus años de formación, algunos de los nuevos roles que asumen en
la familia están de acuerdo con sus caracteres. Algunos se sumergen en el vacío del
posdivorcio y se convierten en protectores de sus familias. Otros aprenden a
ocultar
sus verdaderos sentimientos. Algunos se meten en problemas con la esperanza de
que sus padres vuelvan a reunirse para rescatarlos. Los roles que adoptan para
adaptarse a las nuevas circunstancias en la familia divorciada perduran en la
adultez, y con frecuencia se vuelven a instalar en sus relaciones de adultos.
Y, finalmente, vemos que muchos hijos del divorcio son más fuertes por lo que
han luchado. Se consideran sobrevivientes que aprendieron a confiar en sus
propios juicios y a asumir responsabilidades por ellos y por los otros a temprana
edad. Tuvieron que inventar su propia moralidad y valores. Comprenden la
importancia de la independencia económica y el trabajo duro. No toman las
relaciones a la ligera. La mayoría venera la buena vida familiar.

HISTORIAS DE VIDA

Este libro está organizado en torno de las historias de vida de cinco adultos
criados en familias divorciadas, y varios otros criados en familias intactas. Cada
uno
de estos individuos es prototípico y fue elegido con cuidado y reflexión para
representar las experiencias de una gran cantidad de personas con antecedentes
similares. Sus historias están intercaladas con relatos que se basan en
investigaciones y estudios actuales llevados a cabo en el Centro para la Familia en
Transición, y reflejan los dilemas más recientes del derecho y la política
familiar.
Otros ensayos presentan mis formulaciones con respecto a llegar a la adultez en
una familia divorciada o intacta, la similitud o las diferencia que tienen las
experiencias y cómo se forjan las expectativas adultas en el crisol de la vida
familiar.
Cuando elegí retratar todas las vidas de un grupo representativo reducido, en
lugar de datos grupales de muchos integrantes, quise lograr una visión interior
profunda de cómo el divorcio había formado y reformado la vida de los hijos
mientras se iban convirtiendo en adultos. Muchos estudios en gran escala están
basados en datos de censos de familias divorciadas, y brindan una información
demográfica muy útil sobre la elevada incidencia del divorcio entre los hijos
adultos
del divorcio, el descenso en los promedios de la escuela secundaria, las
dificultades

15
en las relaciones adultas y aspectos del mismo estilo. Pero esos estudios están
basados en entrevistas o cuestionarios telefónicos que obtienen información
superficial o meras respuestas mecánicas sobre los pensamientos y sentimientos
de la gente. Sólo las entrevistas cara a cara durante varias horas en un contexto
de
verdadera confianza, donde el encuestador tiene la posibilidad de tratar temas no
estipulados que surgen en una conversación natural, nos conducen a la experiencia
humana más allá de las estadísticas. Esta clase de entrevista intensiva está
necesariamente restringida a una cantidad limitada de personas porque requiere
mucho tiempo. Pero esta reconocida herramienta de investigación es el único medio
para acceder a las mentes y los corazones de las personas, para comprender
quiénes son y cómo se ven a sí mismas y a los demás, y cómo llegaron a donde
están actualmente.
Este libro está organizado en cinco partes, cada una de las cuales se centra en
la
historia de vida de un adulto que fue criado en una familia divorciada. Cada
sección
recapitula el curso de la vida de ese individuo desde el momento en que sus padres
se separaron hasta la actualidad, veinticinco años después. En estas historias
principales intercalé historias equivalentes o viñetas más breves de adultos
criados
en familias intactas.
La Primera parte trata de Karen, una niña que asume responsabilidades adultas
en la separación y continúa con este rol de protectora durante sus años de
crecimiento. Esta experiencia marca todas sus relaciones adultas y su visión de la
maternidad de un modo inesperado. Aquí comparo el desarrollo de Karen con la
historia de vida de Gary, un joven que fue criado por dos progenitores que
decidieron permanecer casados a pesar de su infelicidad. La historia de Gary hace
surgir el interrogante acerca de cuándo y si las personas infelices pueden o deben
permanecer juntas por el bienestar de sus hijos.
La Segunda parte trata de Larry, un niño que fue criado entre escenas de
violencia familiar. Cuando su madre abandonó el matrimonio, Larry tenía siete años
y se enfureció y trató de recomponer el matrimonio con la complicidad de su padre.
Aquí comparo la vida de Larry con las experiencias de Carol, una joven cuyos
padres mantuvieron toda una vida de violencia sin intenciones de separarse. Larry y
Carol sirvieron para aclarar las percepciones de los niños y adolescentes criados
en
familias violentas y cómo estas actitudes afectan a sus vidas adultas.
La Tercera parte trata de Paula, una joven que sufrió una intensa soledad
después del divorcio cuando su madre tenía que ir a trabajar y a la escuela durante
todo el tiempo. En su adultez, Paula es una madre sola que está tratando de volver
a empezar después de una adolescencia turbulenta y un matrimonio impulsivo. Su
historia me permite explorar el efecto a largo plazo del régimen de visitas
ordenado
por la Corte, la custodia compartida y otras políticas que modelan las vidas de los
niños y sus actitudes hacia los padres. Nadie en nuestro grupo de comparación
sufrió una experiencia equivalente a la repentina pérdida de un ambiente de
protección y cariño que sufrió Paula, por eso no están incluidos en esta sección.
La Cuarta parte trata de Billy un niño que nació con un problema cardíaco
congénito y que tenía necesidades especiales que le impidieron adaptarse a la
nueva vida de sus padres. El divorcio es un desafío especial para estos niños
vulnerables que no son capaces de manejar muy bien los cambios. En esta sección
también exploro el tema de quién paga los estudios cuando la manutención
obligatoria de los niños cesa a los dieciocho años.
La Quinta parte habla de Lisa, que fue criada en una familia donde se
realizaron
todos los esfuerzos necesarios para mantener la paz. Ella creció en un ambiente
agradable con el apoyo de dos padres cariñosos y una madrastra amorosa. Sin
embargo, cuando entró en la adultez tuvo serios problemas para confiar en los
hombres. Luchó contra sus sentimientos originados en el divorcio. Comparada con
Betty que fue criada en una familia intacta muy feliz, Lisa no está segura de poder
encontrar una pareja para su vida, criar hijos y confiar en la institución del
matrimonio.
Al relatar estas historias comprendí que los adultos criados en familias
divorciadas llevan en su interior una historia única. Ellos son el producto de dos
familias distintas y de la transición entre ellas. Sus vidas comenzaron en una
familia
intacta que un día se desvanece. Ésta es reemplazada por una serie de trastornos
que los dejan confundidos y atemorizados. Los siguientes capítulos de sus vidas
transcurren en una familia divorciada, que puede adquirir varias formas. La familia
se puede expandir e incluir una nueva gama de personajes (otros niños o adultos
que forman parte temporaria o permanente de sus vidas), o se puede reducir a una
versión disminuida de la familia predivorciada. Y se puede convertir en cualquier
versión intermedia. Estas diferentes partes de sus historias continúan ocupando
sus mentes mientras maduran. En cada etapa de su desarrollo, vuelven a recordar
lo que ganaron o perdieron con el divorcio. A menudo, el balance cambia ya que las
circunstancias y las relaciones también varían. En cada etapa llegan a nuevas
conclusiones sobre sí mismos, sus padres y sus padrastros, y adquieren una
perspectiva que trasladan a sus relaciones adultas.
Las historias de vida de aquellos criados en familias intactas revelan que los
hijos del divorcio viven en un universo separado, pero paralelo. Encontramos
similitudes y diferencias entre los dos grupos en todo el transcurso de sus vidas.
No
esperaba encontrar estos contrastes tan claramente definidos entre los jovencitos
criados en la misma calle y que concurrían a la misma escuela.
A todas las personas de este estudio se les asignaron nuevos nombres y otros
detalles para proteger su privacidad. A veces utilizamos compuestos basados en las
historias de varios jóvenes para reforzar los detalles pero, dejando de lado estos
cambios, sus palabras y los acontecimientos más importantes de sus vidas no están
corregidos. Después de varios años de entrevistar a niños y adultos descubrí que
las personas alcanzan alturas líricas cuando sienten que por fin alguien las
escucha.
Un último comentario: yo no estoy en contra del divorcio. ¿Cómo podría estarlo?
Probablemente he visto más matrimonios desdichados, degradados y abusivos que
la mayoría de mis colegas. Comprendo profundamente el sufrimiento de muchos
adultos y sus prolongados esfuerzos para mejorar sus vidas después del divorcio.
También comprendo que, para muchos de los padres, la decisión del divorcio es la
más difícil de su vida; lloran muchas noches antes de dar un paso tan drástico. Y
también comprendo las muchas voces que en radio, televisión y ciertos círculos
políticos y religiosos dicen que el divorcio es pecaminoso. Que siempre es
perjudicial para los niños y que la gente que se divorcia es egoísta y sólo piensa
en
sus propias necesidades. Pero no conozco ninguna investigación, incluida la mía,
que diga que el divorcio es umversalmente perjudicial para los niños. La gente que
sostiene este punto de vista habla con seriedad desde sus encumbrados valores,
pero sospecho que no ha pasado suficiente tiempo con familias que enfrentan
problemas tan serios que pueden llevarlas al divorcio.
En realidad, la gente busca esa disolución por razones que van más allá del
deseo de escapar a un matrimonio desdichado o atemorizante. La fuerza impulsora
de los miles de divorcios que he seguido de cerca es el deseo de superar la soledad
17
y el desengaño de un matrimonio sin amor. La gente busca comprensiblemente
una nueva oportunidad de felicidad y compañía. Por cierto, estos sentimientos
problemáticos merecen nuestro respeto y nuestra comprensión. Pero la agenda de
los padres entra en conflicto con los deseos de los niños que necesitan un hogar
estable mientras crecen. A diferencia de otras enfermedades sociales como la
pobreza o la violencia comunitaria, donde convergen los intereses de padres e
hijos, el divorcio puede beneficiar a los adultos mientras que es perjudicial para
las
necesidades de los niños. Nuestra visión moral y las leyes de familia fueron
construidas sobre la base del supuesto de que los miembros de una familia, grande
o pequeña, tienen los mismos intereses. Pero el divorcio cuestiona de plano este
supuesto. Nos hemos negado a enfrentar este dilema en toda su complejidad. En
las próximas páginas retomaré el tema de cuándo y si conviene divorciarse o
permanecer juntos por el bien de los niños. Creo que se pueden extraer pautas de
las historias de vida que está a punto de leer. También abogo por que nuevas
políticas y prácticas por parte de los tribunales y los padres puedan satisfacer
los
deseos de los padres y las necesidades de los niños. El tema central de este
trabajo es si podemos hacer mejor las cosas.

PARA QUIÉN ES ESTE LIBRO

Este libro fue escrito para aquellos de ustedes que crecieron en familias
divorciadas y quieren saber por qué sienten y actúan del modo en que lo hacen.
Cada uno de ustedes cree que su sufrimiento es único. Lucharon contra conflictos y
temores internos cuyo origen no comprendían. Vivieron durante años con temor a la
pérdida y preocupándose porque, si eran felices, eso era sólo el preludio de un
desastre. Temen al cambio porque en su interior creen que sólo puede ser para
peor. Estuvieron preocupados por uno o sus dos progenitores durante toda su vida,
y dejarlos fue una pesadilla. Al igual que la mayoría de los hijos adultos del
divorcio,
nunca le confesaron a nadie el terror a los conñictos que sienten, porque la única
forma que tienen de manejarlos es explotar o huir. Permanecieron despiertos noche
tras noche pensando con ansiedad en el amor y el compromiso. Saben demasiado
sobre la soledad y muy poco sobre la amistad duradera. Pero se sentían muy
incómodos como para comentar estos sentimientos porque no sabían que
formaban parte de un enorme ejército de millones de jóvenes adultos que crecieron
en hogares divorciados y que comparten su perplejidad y preocupaciones. Los
sentimientos que los confunden y perturban tienen profundas raíces en sus propias
historias. Al ver cómo sus vidas se diferencian de las de aquellos que crecieron en
familias intactas buenas, comenzarán a comprender estas raíces por primera vez.
Sus temores no desaparecerán, pero con seguridad se acallarán. Ése es mi primer
propósito.
Este libro también está escrito para aquellos de ustedes que están casados con
un hijo del divorcio. ¿Por qué será que, cuando debe tratar con su esposo/a, siente
como si caminara sobre huevos? ¿Por qué tiene que tener tanto cuidado aun en los
desacuerdos más triviales, y por qué es tan difícil cambiar de planes? Para decidir
tener hijos quizá sufra un bloqueo emocional, y cuando se trata de llevarse bien
con
la familia de su pareja, las complicaciones nunca cesan. Su pareja tiene profundas
ansiedades que parecen fuera de control en una persona que de otro modo
funciona muy bien. Pero si puede comprender a su esposo/a y acomodarse a sus
necesidades especiales, él o ella estarán profundamente agradecidos. Los hijos del
divorcio no tuvieron muchas personas en sus vidas que comprendieran lo
asustados que se sentían en situaciones que otros daban por sentadas.
Y, por supuesto, este libro está escrito para aquellos padres que se encuentran
en una encrucijada. Si deciden divorciarse, ¿qué les sucederá a sus hijos, y cómo
pueden ayudarlos? Si deciden permanecer juntos, ¿cuál será el precio para ustedes
y sus hijos que crecerán en un matrimonio infeliz? Muchas décadas de investigación
sobre el divorcio me sirvieron para brindar consejos a los padres en el momento de
la separación y durante los años siguientes. Les indiqué cómo comunicarles a sus
hijos la decisión de divorciarse. Esto es muy importante para luego establecer el
escenario de la familia divorciada. Su hijo nunca olvidará lo que le dice (o no) y
el
ambiente emocional de la reunión familiar. También les explico en detalle cómo
realizar los acuerdos de la custodia para beneficio de ambos, y cómo modificar
estos acuerdos cuando los niños crecen y las necesidades e intereses cambian.
Entre los distintos temas que abordo se encuentra cómo ayudar a su hijo cuando
hubo violencia en el hogar; muchos niños son testigos de ella cuando el matrimonio
llega a un tormentoso final, y personas que normalmente no se hubieran golpeado
lo hacen con violencia. Durante años me preocupé por lo que sentía el niño acerca
de que, como hijo del divorcio, tiene menos derechos e influencia sobre su vida que
sus amigos de familias intactas; sugiero muchas formas en que los padres pueden
ayudar al niño para que se sienta querido y respetado. Finalmente, tengo un
consejo especial sobre volver a casarse y construir relaciones entre un niño y sus
padrastros. Todos estos temas son muy importantes para el bienestar del hijo de la
familia divorciada y los padres tienen muy poca preparación y pautas al respecto.
Por último, tengo otro público importante en mente. Este libro también está
escrito para los jueces, abogados, mediadores y profesionales de la salud mental
que trabajan con los tribunales y las familias. Todos ustedes se ven atrapados en
dilemas creados por un sistema legal que da prioridad a los derechos de los padres,
pero tiene el mandato de proteger a los niños. Los invito a escuchar las voces de
estos jóvenes adultos que crecieron bajo las políticas de nuestro sistema legal.
Muy
pocos de ustedes tuvieron la oportunidad de averiguar qué les sucede a esos niños
después de que los arreglos (en los cuales ellos no tienen voz) se firman, se
sellan
y se envían. Esta es su oportunidad para enterarse sobre estos niños. Ellos hablan
desde el corazón.
Comienzo con el resto de la historia de Karen.

PRIMERA PARTE

UNIVERSOS PARALELOS:

Karen y Gary
CAPÍTULO UNO

Cuando un niño se convierte en el protector

La visita de Karen James continuó demostrándome los efectos a largo plazo del
19
divorcio sobre los niños. Cuando se fue, regresé a mi estudio a buscar los informes
de su familia para refrescar mi memoria. Tengo copiosos archivos de cada miembro
de la familia, incluyendo transcripciones exactas de entrevistas pasadas, cartas de
maestros, notas que describen juegos con casas de muñecas, dibujos de niños,
comentarios de los padres sobre sus vidas y lo que piensan de sus hijos,
comentarios de niños que muestran una sorprendente diferencia de percepciones, y
mis propias notas al margen sobre lo que representa cada familia. Lo primero que
me llamó la atención fue un dibujo que Karen hizo cuando nos conocimos. (Los
dibujos de los niños suelen decir lo que sienten y revelan mucho más que las
palabras habladas). Karen dibujó a cada miembro de su familia con meticulosos
detalles: su madre, su padre, Kevin —su hermano de ocho años—, y Sharon —su
hermana de seis—. Todos estaban de pie, muy juntos, vestidos con colores
brillantes y con una amplia sonrisa. Hasta el gato estaba sonriente. En la parte
superior de la hoja estaba escrito "Mi familia". Yo estaba intrigada por la
capacidad
de Karen para mantener una imagen de serenidad en el dibujo, pues ya estaba
enterada de la desorganización en su vida familiar. El deseo de paz y unión en su
familia era conmovedoramente claro. Más tarde yo comprendería que ése era un
deseo central en su vida.
El divorcio de los James sorprendió por completo a sus hijos. Aunque durante
años atravesaron un camino pedregoso, el matrimonio (a los ojos de los niños) y la
vida familiar parecía bastante estable. El padre era dermatólogo y trabajaba
muchas horas en forma privada junto con otros cuatro socios. La madre estaba
furiosa con su esposo y se quejaba porque él nunca estaba disponible, no pasaba
tiempo con los niños, era frío y distante como esposo e incompetente como amante.
Él prácticamente no prestaba atención a lo que llamaba sus "parloteos". Ella era
una mujer muy hermosa que trabajaba medio día
en un comercio de costosos y elegantes arreglos florales. Su trabajo le permitía
poner de manifiesto su veta artística y estar en casa durante las tardes cuando los
niños regresaban de la escuela. Era una madre estricta y exigente. Él era un padre
emocionalmente distante... cuando estaba en casa. Los padres se gritaban y
vociferaban injusticias que no tenían sentido para los niños, pero nunca se hablaba
de divorcio. Los tres hermanos me manifestaron que las tormentas eran un aspecto
normal de la vida familiar.
La verdadera tormenta comenzó con la traumática muerte de la madre de la
señora James, quien murió en un accidente en una autopista. A la señora James el
dolor la derrumbó. Ella dependía de su madre que la aconsejaba, le brindaba cariño
y la ayudaba a mantener la fachada de un matrimonio feliz. La muerte precipitó una
profunda depresión en la señora James, que se enojó con el mundo, y se convirtió
en alguien crítico de todos los que la rodeaban. Recurrió a su esposo en busca de
consuelo, amor, comprensión e intimidad sexual, y éste se convirtió en blanco de su
furia ya que no le brindó la ayuda que ella necesitaba. Los altercados que formaban
parte del matrimonio comenzaron a magnificarse, y muy pronto su vida no fue otra
cosa que una serie de discusiones. El doctor James estaba atemorizado por la
intensidad de las necesidades de su esposa y se apartó más aún. Confundida por
las dos pérdidas, comenzó a atacarlo más. Atormentado por sus estridentes
acusaciones de fracasos, él la acusó de infidelidad, frigidez y maternidad
incompetente. La gota que horadó la piedra fue la partida del doctor James para una
convención de dermatología de dos días. Consumida por el disgusto, la señora
James buscó asesoramiento legal e inició el divorcio.
Mientras leía el archivo y recordaba, me sentí más segura que nunca de que las
discusiones de los James tuvieron más pasión que contenido. No discutían sobre la
infidelidad, la cual al parecer era de vieja data, sino que querían herirse el uno
al
otro. Cada uno negaba acaloradamente las acusaciones del otro. Sin embargo, al
igual que muchas parejas de divorciados, peleaban en forma salvaje, mientras los
niños observaban impotentes o huían a esconderse. Como sucede en muchas
familias, no hubo desacuerdos en cuanto a la custodia o régimen de visita de los
niños. La señora James habría hecho cualquier cosa para irritar a su esposo, hasta
permitirle que se llevara a los niños, ya que eso era lo que él no quería.

EL DISGUSTO NO TERMINA CON EL DIVORCIO

El matrimonio se disolvió en medio de un creciente caos familiar. La furia de


los
padres entre sí no se apaciguó durante ¡os años siguientes, aunque no se debatió
en los tribunales. Ésta es una situación familiar para los que trabajamos con
parejas divorciadas. En oposición a lo que todos piensan (incluyendo jueces y
abogados), la gran mayoría de los padres divorciados no llevan sus conflictos a los
estrados. Entre el 10 y el 15% de las parejas que pelean en la Corte, consumen lo
mayor de nuestra atención, pero no representan la norma'. La mayoría de los
padres negocia los acuerdos de divorcio, decide sobre la custodia y toma caminos
separados. Desafortunadamente, muchos de ellos quedan muy enojados con el
otro. En nuestro estudio, un tercio de las parejas seguía peleando con la misma
vehemencia diez años después de que su divorcio había terminado. Este disgusto
permanente se origina en sentimientos de dolor y humillación, reforzados por
nuevas quejas (la cuota de alimentos para los niños es demasiado onerosa o muy
escasa), y los celos hacia las nuevas parejas, que a menudo son más jóvenes. El
concepto de que el divorcio termina con la intensa relación amor/odio del
matrimonio es otro mito de nuestros tiempos. Al igual que mucha gente divorciada,
la madre de Karen llamaba con frecuencia a su ex esposo y entablaban serias
discusiones. Como resultado, los niños se vieron expuestos al dolor y el disgusto
que llevó a la separación durante todos sus años de desarrollo. Actualmente,
millones de niños experimentan el mismo drama de ansiedad y disgusto que se
niega a desaparecer.
Por supuesto, es difícil saber con qué frecuencia el divorcio se precipita
debido a
factores externos al matrimonio. He sido testigo de gran cantidad de estas
instancias. En realidad, es una de las causas más comunes (o más precisamente el
disparador final) del divorcio, aunque al parecer muy pocas personas reconocen su
importancia. Cuando los individuos se ven sacudidos por alguna pérdida seria en
sus vidas (ya sea la terminación de un trabajo, la muerte de un progenitor, una
enfermedad seria de un hijo o cualquier acontecimiento doloroso que evoque
pasiones poderosas y primitivas), la persona afligida buscará consuelo en su
pareja.
Si ésta responde con comprensión y ternura, el matrimonio se puede enriquecer
para siempre. Pero la tragedia también puede separar a la gente cuando la persona
apenada se siente profundamente decepcionada por la respuesta de su pareja y se
siente rechazada en su momento de mayor necesidad. El dolor se convierte en furia
cuando las dos personas terminan culpándose en forma irracional: una por no tener
empatia, y la otra por realizar demandas insaciables. La pérdida inicial se supera,
el
disgusto y las acusaciones desaparecen, y el matrimonio se derrumba. La señora
James siguió estos pasos al pie de la letra.
También es trágico cuando el divorcio es la secuela de una seria crisis de
vida.

21
La persona que sufre pierde el respaldo que tenía en el matrimonio y enfrenta la
transición del matrimonio a la soltería en un
estado de agotamiento. Los niños se sienten atemorizados por lo que les espera.
Es como si toda la familia que se encuentra en su punto más débil tuviera que
enfrentar un terremoto y sus temblores secundarios.
Lo que le sucedió a esta familia es un ejemplo. Muchas personas, incluyendo
abogados, jueces y mediadores, no comprenden con qué frecuencia lo que parecen
quejas racionales encubren intensos sentimientos irracionales. O suponen que las
quejas siempre reflejan el disgusto hacia la pareja y no alguna otra profunda
tristeza. Aunque los problemas maritales de la señora James le parecieran
familiares a su abogado, su disgusto no era producto del matrimonio en sí mismo,
sino de una pérdida secundaria que alimentó su furia. Idealmente, el dolor por la
repentina muerte de su madre y su incapacidad para hacer el duelo deberían haber
sido atendidos antes de que tomara decisiones sobre su divorcio y los niños.
Ésta es la clase de furia que puede durar décadas después del divorcio, y es la
clase de disgusto que deja residuos duraderos en la personalidad de un niño. Como
adulta, Karen tiene terror al conflicto porque es demasiado peligroso. Pero nos
estamos adelantando a nuestra historia.

CONVERTIRSE EN UN NIÑO PROTECTOR

Seis meses después del divorcio, el doctor James se volvió a casar con una
mujer mucho más joven que a los niños les agradó mucho. Era vivaz, divertida y no
trató de entremeterse en sus vidas como una madrastra que impone reglas, sino
que se acercó en forma amistosa y los trató con calidez. Desafortunadamente, el
doctor James llevó algún equipaje a su segundo matrimonio, y éste también fue
tormentoso, y tuvo muchas partidas inexplicables de fin de semana por parte de su
segunda esposa. Tres años más tarde se despidió de los niños y los dejó para
casarse con otro hombre. "Yo estaba totalmente loco", me comentó el doctor James
durante una de nuestras entrevistas de seguimiento. Los niños estaban
sorprendidos, sin explicaciones ante la segunda pérdida en su vida familiar.
La señora James tampoco encontró mucha felicidad en los años posteriores a su
divorcio. Tuvo varios amoríos seguidos por un segundo matrimonio. El nuevo
esposo, que era paisajista, no toleraba a los niños y muy pronto se aburrió de su
bella esposa. El matrimonio duró menos de cinco años, y la señora James estuvo
constantemente perturbada.
Para Karen, el legado del divorcio fue convertirse en madre sustituía de sus
hermanos menores y en confidente y consejera de sus perturbados padres. Era un
rol completamente nuevo para esta niña que, al igual que muchos otros antes del
divorcio, había tenido una vida bastante protegida. Sin embargo, Karen asumió el
clásico rol de niña protectora con gracia y aplomo. En realidad, era una madre
modelo.
Mi hermano tiene miedo a muchas cosas —me advirtió en una oportunidad.
—¿A qué le tiene miedo?
—A la oscuridad. A subir solo las escaleras. A estar solo. Yo trato de
cuidarlo.
Todas las noches voy a su dormitorio para que no llore.
Muchas jóvenes tratan de llenar el vacío creado por los padres que se
desmoronan emocional y, a veces, físicamente después del divorcio. El trabajo del
niño protector, como ella lo define, consiste en mantener al padre en acción
actuando como sea necesario: como guía, consejero, enfermero, confidente. La
gama depende de la necesidad del padre y la percepción del hijo. Una niña de diez
años de este grupo se levantaba con su madre que sufría de insomnio a la
medianoche a mirar televisión y beber cerveza. Con frecuencia se quedaba sin ir a
la escuela para asegurarse de que su madre no se deprimiera y se suicidara, o
sacara el automóvil cuando había bebido. Un padre me contó cómo su hija de doce
años había empacado su ropa, lo había ayudado a buscar un apartamento y le
hacía las compras. Lo llamaba todas las noches para asegurarse de que había
llegado a casa y para pedirle que dejara de fumar. A pesar de que la mayoría de los
protectores son niñas, hemos visto varios casos dramáticos de niños que asumen
roles similares. Un joven de catorce años, cuya madre abandonó la familia, dejó de
concurrir a la escuela y asumió todas las responsabilidades de su madre,
incluyendo las compras, la cocina, la limpieza y el cuidado de su padre que estaba
en un estado de derrumbe.
Estos niños pronto sacrifican sus amigos, las actividades escolares y, lo más
importante, su sensación de ser niños: la infancia misma. Como recompensa
obtienen una sensación de orgullo por haber salvado la vida de uno de sus padres.
Cuando hay hermanos en el hogar, el niño protector asume de inmediato el rol
parental y se encarga de la administración de la casa, prepara las cenas, supervisa
que se realicen las tareas escolares, acuesta a los más pequeños y por la noche
lava los baños. Karen era adecuada para este trabajo de protectora y aprendió
rápidamente a mantener bajo control sus sentimientos. Tuvo una enorme
compasión por sus dos progenitores y sirvió de gran consuelo a su madre, quien en
su momento reconoció lo mucho que dependía de su hija de diez años.
Sin ningún tipo de perturbación, la señora James me comentó: "Karen se ocupa
de mí. Ella me comprende sin palabras". Al igual que la mayoría de los padres que
pasan a depender mucho de sus hijos, ella tuvo muy poca o ninguna conciencia del
pesado sacrificio que realizó su hija abandonando juegos y amigos. No advirtió el
hecho de que Karen estaba faltando a la escuela y no prestaba atención a los
trabajos de clase. En lugar de ello, hablaba como si Karen fuera un adulto o una
persona mucho mayor. "Cuando me ve sentada sola al atardecer, sabe que me
siento triste y me abraza. Ella es muy discreta. Me dijo que dejara a mi novio, que
sólo me iba a lastimar. Aprendí a escucharla".
Y yo me pregunto a quién va a recurrir Karen para buscar palabras de consuelo.
¿Quién la va a consolar en los años posteriores al divorcio? ¿O va a aprender
gradualmente a bloquear sus sentimientos y necesidades porque son demasiado
dolorosos?
Karen me comentó que le gustaba mucho sentarse sola en el jardín de la abuela,
donde había tranquilidad y se sentía segura. Lamenté que no tuviera muchos
amigos, pero me sentí complacida de que tuviera este oasis. Recuerdo que años
más tarde ella me confesó: "Mi abuela me salvó la vida".
No hay forma de que una niña sensible vea a su madre llorar o a su padre caer
en una depresión sin que se preocupe y piense que ella es el motivo, y por eso
asuma toda la responsabilidad de las lágrimas de su madre y los estados de ánimo
de su padre. Observé a Karen con un sentimiento de gran impotencia, pues
comprendí que no podía hacer nada para aliviar su dolor ni para satisfacer su sed
de
protección. Recuerdo que en una oportunidad le pregunté: "¿Qué serás cuando
crezcas, Karen?".
Se sonrojó y me respondió: "Quiero trabajar con niños ciegos o que sufran de
algún retardo o no puedan hablar". Pensé en la madre de Karen que se sentaba sola
23
a llorar, en el hermano que tenía miedo de la oscuridad, en todas las personas
afligidas de esta familia —incluida ella—, a quienes esta intrépida niña quería
rescatar, y casi me puse a llorar.
Cuando una niña pierde su infancia y su adolescencia por asumir
responsabilidades de padre, sacrifica su capacidad para disfrutar de la vida como
adulta, el desarrollo de amistades íntimas y el cultivo de intereses compartidos.
Más allá de esta pérdida, existe un peligro psicológico mayor si la dependencia
invertida se prolonga demasiado. La niña puede quedar atrapada y sentir que ella
sola debe rescatar al padre en problemas. Cuando atiende sus propios deseos y
necesidades se siente culpable y no merecedora. Esto sucede si la infelicidad del
padre se prolonga durante años y éste espera el consuelo del niño, o cuando el
niño asume el rol y no lo deja. Cualquiera que sea el origen, el niño se siente
obligado a brindarle al padre lo que necesita: protección, compañía, guía o ser la
persona que aleje la depresión. Karen decía: "Mi mamá no tiene a nadie. Sólo a
mí".
Aunque esto suene extraño, muchos de estos jóvenes creen que su deber es
mantener vivo a su padre/madre. Sin ellos, éste moriría. Ésta una responsabilidad
aterradora, en especial para una niña que no ne en quién confiar. Va mucho más
allá de la clase de ayuda que un hijo devoto le brinda a un progenitor/a en una
crisis
temporaria, ya sea un divorcio o cualquier otra situación. Es una sobrecarga que
inhibe seriamente la libertad del niño para separarse de manera normal y tener una
adolescencia saludable. Al sentirse unido al padre erturbado por lazos
inquebrantables de amor, compasión, culpa y abnegación, el niño no tiene la
libertad de dejar emocionalmente el hogar o seguir su corazón en el amor o el
matrimonio. En realidad, los padres y hermanos sienten que no funcionarían sin ese
sostén. Se aferran a él y le bloquean la salida. Como aprendí más tarde, muchos de
estos niños protectores reinstalan la relación de rescate en sus relaciones de
adultos con el sexo opuesto, como lo hicieron con sus padres. Ésta es una seria
consecuencia a largo plazo del divorcio para aquellos que quedaron atrapados en el
rol de protectores.

EL PADRE/MADRE DESPROTEGIDO

Cuando Karen cumplió quince años su situación familiar había cambiado muy
poco. En la escuela no tuvo muchos altibajos, y obtuvo califaciones para aprobar.
Sus maestros la describieron como una muchacha tranquila, reservada y femenina.
No realizaban preguntas sobre sus frecuentes ausencias, suponiendo que alguien
en la casa estaba enfermo y la necesitaban. Por supuesto que no estaba trabajando
con todo su potencial. ¿Cómo podía hacerlo?
Le volví a preguntar a Karen sobre sus planes futuros y respondió en ese modo
grave y pensativo que se le había vuelto costumbre: "Me gustaría casarme y quizá
tener hijos. Pero uno nunca sabe, y quizá se divorcie. No quiero eso".
Para comprender cómo afecta el divorcio a largo plazo a los niños es necesario
explorar el hecho de que la familia divorciada no es una versión recortada de la
familia de los dos padres. La posterior al divorcio es una nueva forma de familia
que
genera demandas muy diferentes en cada padre, cada hijo y cada uno de los
nuevos adultos que ingresan en la órbita familiar. Para millones de niños
americanos, la experiencia de crecer (o sólo de ser un niño) ha cambiado. Para
millones de adultos, la experiencia de ser padre se ha transformado radicalmente.
Lo primero que debemos reconocer es la unión íntima entre el lazo familiar y la
relación padre-hijo. Cuando el matrimonio funciona y la pareja está feliz, la
relación
padre-hijo está nutrida y recompensada por el amor y el aprecio de los padres entre
sí, y está apoyada en su cooperación. Pero cuando el lazo está afectado, la
separación envía mensajes a través del todo el sistema y llega rápidamente a los
niños. El primer mensaje es que la paternidad/maternidad está disminuida. Los
adultos están ocupados construyendo sus vidas por separado. ¿Cómo y cuándo
voy a rehacer mi vida?
¿Cómo se advierte esta disminución en la paternidad? Pregúntele a cualquier
hijo del divorcio. En todos los aspectos de la vida del niño, los padres están
menos
disponibles y menos organizados,*y tienen menos cenas juntos e incluso menos
ropa limpia, y no siempre llevan a cabo las rutinas hogareñas o ayudan con las
tareas escolares o los rituales a la hora de dormir. Pero el cuadro general es más
preocupante que los detalles. Cuando el matrimonio se rompe, los niños adquieren
un nuevo significado para sus padres. Se pueden convertir en una carga mucho
más pesada. O son un desafortunado residuo de un sueño que fracasó. O quizá
pueden brindar esperanza y significado a la vida de uno de los padres.
Después del divorcio, una sorprendente cantidad de adultos busca a sus hijos
para que los ayuden con sus problemas. En el caso de Karen, esta clase de
comportamiento se convirtió en una horma, que la llevó al rol de niña protectora.
Pero en muchas familias, la inversión de roles entre padres e hijos es más o menos
temporaria, aunque sorprendente. Un padre me contó que le revelaba los planes
personales y profesionales a su hijo de siete años que "comprendía todo".' En
nuestro salón de juegos, el entretenimiento de este niño consistía en transportar
un
camión sobre un autito. Los padres que son maduros y responsables en sus
compromisos sociales y profesionales eligen ser vulnerables frente a sus hijos. De
pronto le dan gran importancia a la opinión de un hijo, aun cuando éste no sepa
nada sobre el tema. Así el adulto pide consejo sobre un amante, dónde y cómo vivir,
si volver a casarse o no, y a quién elegir. Otros comparten sus desilusiones
amorosas con niños muy pequeños. Me sorprendí cuando Sammy, que tenía cuatro
años, consolaba a su madre a quien su amante había abandonado, diciéndole: "Él
no debería haber renunciado en la mitad. No está bien".
Los motivos de los padres no son difíciles de comprender. Aun las mujeres que
deciden dejar sus matrimonios y tienen profesiones exitosas, se sentirán solas y
bloqueadas cuando enfrenten sus nuevas responsabilidades y tengan que tomar
decisiones solas, sin el consejo de un compañero. Los hombres también se
deprimen y se sienten solos en esta oportunidad. Necesitan ayuda para establecer
un hogar y sentir que sus hijos quieren verlos. Hombres y mujeres por igual se
sienten solos y aislados de los antiguos amigos, que no querrán tomar partido y se
alejarán de ambos. Otros amigos están preocupados por la ruptura de sus propios
matrimonios y se mantendrán apartados. A menudo, los parientes desaprueban el
divorcio y no vacilan en manifestarlo. Al sentirse herido y derrotado, cada
progenitor se vuelca naturalmente a sus hijos y los trata como sus confidentes más
leales. Ambos confían en ellos como camaradas. Estos jóvenes ayudan
literalmente a que sus padres continúen con sus vidas; y tienen una notable
intuición sobre la depresión adulta y protegen a sus padres de las presiones
interiores y xteriores del hogar. Veinticinco años después del divorcio, muchos
hombres y mujeres aún me dicen: "No podría haberlo superado si no hubiera sido
por este niño".
Dada la dependencia emocional que muchos padres comienzan a ener con sus
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hijos, no es sorprendente ver las amargas peleas acerca de cuál de los dos tiene la
prioridad de la custodia y las visitas. Muchos padres comienzan a pensar que sin
ese niño no tienen a nadie. La única relación importante y un apoyo incondicional
están en esa criatura. Así 'as batallas legales a menudo tienen sus orígenes en la
desesperación 'e los adultos, en el simple deseo de los padres de pasar más tiempo
on el niño. Hombres y mujeres me manifiestan que cuando el equeño está con el
otro progenitor se deprimen profundamente y van de habitación en habitación sin
poder tolerar la soledad. A veces, esta conducta sólo se produce durante los meses
siguientes a la separación. Pero se puede prolongar y dar origen a interminables
litigios sobre la custodia y el régimen de visitas. Estas batallas a veces distraen
los
padres de sus miserias personales, pero no las resuelven.
Cuando estas relaciones avanzan, a menudo los padres y los hijos se convierten
en pares más que en generaciones separadas, lo cual hace que los niños sean más
independientes y responsables. Se sienten justificadamente orgullosos de sus
logros. Muchos de nuestros esfuerzos por comprender el impacto del divorcio en los
niños supusieron de manera incorrecta que el pequeño es una vasija vacía que se
moldea con los cambios introducidos por el divorcio. Pero el niño es un agente
activo. (Éste es un tema que desarrollaré en profundidad en un capítulo posterior).
Nadie le pidió a Karen que avanzara. Ella lo hizo sola. Su rol en la familia
posdivorciada fue por completo diferente del que tenía en la familia predivorciada.
En algunos hogares todos se benefician con el nuevo rol del hijo. Los adultos
obtienen la ayuda necesaria. Los niños obtienen madurez y confianza en ellos
mismos. También muestran una sensibilidad moral y compasión por los demás que
va más allá de su edad, y esto les servirá de base para sus relaciones adultas y, a
menudo, en la elección de sus profesiones. La decisión de Karen de estudiar salud
pública y desarrollar programas para niños lisiados tiene sus raíces en las
responsabilidades tempranas que asumió cuando era niña. Para el padre
afortunado que es capaz de confiar en el hijo para superar la crisis del divorcio,
la
disponibilidad del niño podría marcar la diferencia entre una disfunción crónica y
una recuperación.
Por supuesto, la protección de un niño se puede producir en familias intactas,
cuando un progenitor está enfermo o tiene problemas. Recuerdo a una pequeña
niña, Martha, la mayor de tres hermanos, que decidió ocuparse de la casa durante
un año mientras su madre se estaba recuperando de un serio accidente
automovilístico. Martha y su padre compartían el cuidado de sus hermanos y su
madre. La diferencia consistía en que aunque ella estuvo en silla de ruedas durante
varios meses se mantuvo en contacto para saber lo que sucedía en la casa. Ambos
padres mantenían una responsabilidad adulta en el cuidado de sus hijos. Martha
maduró como resultado de su experiencia y fue recompensada por sus progenitores
con aprecio y elogios. A menudo, en muchas familias de inmigrantes, uno de los
hermanos mayores asume la responsabilidad de ayudar a los adultos a comprender
el nuevo lenguaje y la nueva cultura. En este caso, el niño también desempeña
funciones vitales que permiten que la familia continúe funcionando, pero los
adultos
mantienen su responsabilidad como jefes de familia.
Como contraste, en una familia divorciada, el niño suele asumir la
responsabilidad de uno o ambos progenitores que se ven temporaria o
prolongadamente abrumados por la crisis. Esta situación se puede agravar por las
subsiguientes desilusiones del adulto en sus relaciones. Por lo tanto, un padre o
una madre que antes eran muy competentes son incapaces de comportarse como
en el pasado. Recuperarse de un divorcio es mucho más difícil de lo que creíamos
y demora mucho más. Como resultado, la carga recae sobre el niño que da un paso
adelante para hacerse cargo: por compasión y, con frecuencia, por una culpa
imaginaria. Esta es una de las formas en que el divorcio cambia profundamente no
sólo la experiencia de un liño, sino —como en el caso de Karen— toda su
personalidad mientras crece y se convierte en adulto. La protección que implica el
sacrificio de los propios deseos para satisfacer las necesidades de otros es una
triste preparación para poder realizar elecciones felices en las relaciones
adultas,
como veremos en los capítulos siguientes.

CAPÍTULO DOS
Recuerdos iluminados por el sol

Cuanto más pensaba en Karen más me preguntaba qué encontraría al


conversar con adultos criados en matrimonios intactos infelices, cuyos padres
fueron similares a los de Karen antes del divorcio. ¿Adoptarían el rol de
protectores
o se sentirían protegidos por la decisión de sus padres de permanecer juntos? ¿Se
mantendrían alejados de la infelicidad de sus padres o, al igual que muchos hijos
del
divorcio, entrarían en la vorágine del conñicto?
Por eso estaba ansiosa por conocer a estos jóvenes que reunimos como grupo
de comparación. Honestamente cuando comenzamos no sabíamos qué
encontraríamos. Si podíamos hacerlos participar, ¿serían sinceros? Como adultos
ocupados y con familia, ¿estarían dispuestos a conversar conmigo y con mis
colegas durante varias horas en cada reunión? ¿Terminaríamos, como muchos
investigadores, conversando sólo con mujeres, que se sienten más cómodas
hablando de sus relaciones?
Al comienzo sólo estaba segura de una cosa: necesitábamos hombres y mujeres
que se ajustaran a nuestra muestra de divorcio. Es decir, debían tener la misma
edad, antecedentes similares y haber crecido en los mimos barrios que los hijos del
divorcio del estudio. Encontramos mucha gente, pidiéndoles a los integrantes del
estudio del divorcio que nos contactaran con sus amigos de la infancia que habían
crecido en familias intactas. Éstos eran adultos que literalmente habían crecido
junto a sus amigos que formaban parte de nuestro estudio de veinticinco años.
Concurrieron a las mismas escuelas, practicaron los mismos deportes en la escuela
secundaria, participaron de las mismas fiestas y compartieron la misma jerga. Sus
padres estaban en el mismo grupo socioeconómico y tuvieron antecedentes
educativos similares. Así formamos un grupo de cuarenta y tres personas, y decidí
mantener un grupo reducido porque francamente no sabía en qué territorios
ingresaríamos. No estaba tan interesada en los resultados como en las
experiencias de toda su vida, como niños v
como adultos. Cuando estos hombres y mujeres jóvenes compartieron sus
recuerdos y detalles de su vida, encontré un extraordinario material para
investigar
y, lo más importante, para comparar con los recuerdos y vidas de los hijos del
divorcio a quienes conocía muy bien.
Les formulé muchas preguntas sobre sus experiencias de crecimiento desde la
infancia hasta la actualidad. ¿Qué recuerda cada persona de sus años de jardín de
infantes, escuela primaria y escuela secundaria? ¿Cómo era su familia? ¿Cuándo
se enamoraron por primera vez? ¿Cuándo y cómo decidieron con quién casarse?
Como adultos, ¿qué sienten con respecto al matrimonio y la paternidad? ¿Cómo se

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llevan con sus padres? ¿Cuáles son sus actitudes sobré el divorcio y el matrimonio,
la traición y la confianza? Al buscar las respuestas a estos interrogantes quise
obtener una comprensión más profunda de las diferencias estadísticas que los
sociólogos advierten entre los hijos del divorcio y las personas que se criaron en
familias intactas. La mayoría de los estudios sobre el divorcio se lleva a cabo
utilizando cuestionarios u otras técnicas realizados por personas que no ven a
quién
están interrogando. Los investigadores reúnen los datos de una gran cantidad de
familias y luego dividen a los niños en dos grandes categorías: de familia
divorciada
o de familia intacta. En realidad estos estudios "controlados" muestran que los
hijos
del divorcio y aquellos que se criaron en un segundo matrimonio tienen muchos más
problemas que los niños criados en un matrimonio intacto. Los investigadores
advirtieron diferencias significativas en problemas de aprendizaje, baja en los
promedios escolares, comportamiento sexual precoz, incidencia del divorcio,
enfermedad física, disgusto contra los padres y una serie de otras medidas sociales
muy importantes1.
Pero estos estudios en gran escala, aunque preocupantes, no responden a las
preguntas que los padres desean hacer. Y una de las razones es que los
subgrupos (dentro de las muestras definidas principalmente en forma legal de
familias divorciadas versus no divorciadas) no se examinan por separado. Si
realmente queremos rastrear los efectos del divorcio a largo plazo, en contraste
con los efectos de ser criado en una cultura en la que el divorcio es algo
generalizado, debemos observar tipos de familias similares en ambos grupos. Por
ejemplo, algunas familias intactas se caracterizan por amores y amistades
duraderas con un compromiso prioritario con la paternidad. Ciertas familias
divorciadas se caracterizan por un sentido de unión duradero con un compromiso
similar con la paternidad, a pesar de la separación. Éstas se podrían comparar en
forma general. Sin embargo, algunas familias intactas se encuentran atrapadas en
un comportamiento destructivo, debido a disputas alcohólicas, en las cuales los
niños no están protegidos. De manera similar, ciertas familias divorciadas sufren
de
la misma clase de caos, donde los niños tampoco están protegidos ni antes ni
después del divorcio. Vale la pena comparar estos subgrupos. El grupo intermedio,
en el que los padres son muy infelices en su matrimonio, pero quieren proteger a
sus hijos, eS el más amplio de todos y, en realidad, es donde cuesta más responder
el interrogante. Muchos padres de nuestro grupo de divorcio tenían matrimonios
que eran de calidad "regular", pero decidieron continuar juntos. Y la mayoría de
los
jóvenes adultos, que fueron criados en familias intactas de nuestro estudio,
describió el matrimonio de sus padres del mismo modo: no muy felices, pero
continuaron juntos de cualquier manera.
Hasta este estudio, nadie que yo conozca comparó en forma directa 'a
experiencia de crecer en familias divorciadas o vueltas a casar con la íe crecer en
familias intactas, aunque esto es exactamente lo que necesitamos saber como
sociedad. Los padres quieren conocer cómo cambiará la vida de sus hijos si
continúan casados o se divorcian.
Estos jóvenes adultos describieron tres clases de familias intactas. En un
extremo del espectro se encuentran las familias al borde de la crueldad, con una
elevada disfunción como la que relata Carol en el apítulo 7. Éstos son hogares
donde los niños no se sienten seguros, los adultos suelen estar fuera de control,
pero donde los padres permanecen juntos por razones que explicaré más adelante.
En el otro extremo del espectro se encuentran aquellas familias que para
alguien
como yo, acostumbrada a los problemas familiares, parecen demasiado buenas
para ser verdad. Los padres no sólo se llevan bien, se aman auténticamente el uno
al otro y continúan demostrando respeto y cariño. Los hijos sienten que son el
centro del interés de sus padres y que la familia es una prioridad para ambos
adultos. Es muy importante comprender que estas familias felices sufren los
mismos reveses (accidentes automovilísticos, pérdida de trabajos, muertes) que
otras familias encuentran en la vida diaria. No son inmunes a la tragedia ni están
bendecidos por una suerte incalculable. Lo que sucede es que lidian con estos
temas de manera tal que pueden conservar la sólida roca del matrimonio. En varias
oportunidades, cuando la gente hablaba en forma cariñosa de sus padres y del
matrimonio de sus padres, sentí como si hubiera entrado en otro país donde los
habitantes son parecidos, pero el lenguaje y las costumbres son diferentes. Me
acostumbré tanto a hablar con hijos del divorcio que no pensé cómo sería crecer en
una familia muy feliz en nuestra cultura propensa al divorcio desde el punto de
vista
de un niño. ¿En qué se diferenciarían sus experiencias y percepciones de la vida de
las de aquellos jóvenes de la esquina criados en una familia divorciada?
Finalmente, existe un grupo que aglutina todas las familias intermedias y que
es
el más numeroso. Hay hogares en los cuales pueden existir muchos problemas
serios (soledad, infidelidad, enfermedades crónicas, depresión, carencia sexual y
otros dolores), pero el matrimonio permanece intacto. Éstos son hogares en los que
también hay gratificaciones, especialmente en la preocupación y el amor que se
siente por los niños. A menudo hay una historia de amor y amistad que aún une a la
pareja a pesar de la angustia y el disgusto. En otras palabras, éstas son familias
que
permanecen juntas para enfrentar la adversidad que conduce a muchas otras
familias a un tribunal de divorcio. Cuando conocí mejor a estas familias, comencé a
reconocer asombrosas similitudes entre las que se divorciaron en 1971, cuando
empezó mi estudio, y las miles de familias divorciadas que vimos en el Centro para
la Familia en Transición entre 1980 y 1990. Las familias como éstas pueden adoptar
cualquiera de los dos caminos debido a una gran cantidad de factores. Sus
interacciones y ambientes son similares. Éstos son padres que preguntan: ¿Nos
debemos divorciar o es mejor para nuestros hijos que permanezcamos juntos? La
clave es lo que les suceda a los niños. Lo que deciden es lo que determina
asombrosas diferencias- en la vida de sus hijos, como lo revela la historia de
Gary.

GARY, EL CONSTRUCTOR DE FUERTES —

¡Tengo un poco de tiempo!


Aunque no nos conocíamos en persona, Gary Bates y yo habíamos hablado por
teléfono durante tres semanas, tratando de concertar una entrevista. El tiempo era
un artículo muy escaso en su vida pues era dueño de una exitosa ferretería,
caminador dedicado, y padre de tres niños. Sara, la esposa de Gary, estaba
saliendo para ir a una fiesta con sus hijos de siete y diez años. El bebé estaba
dormido en la casa.
—Siento curiosidad por saber lo que averiguó —me comentó inclinándose hacia
la ventanilla del automóvil—. Mi hermana se acaba de divorciar y vendió la casa. No
le dije esto, pero creo que cometió un terrible error. Sus hijos son muy pequeños.
Pienso que podría haber continuado casada y soportado un poco más.
Mientras Gary y yo entrábamos en la casa, él me comentó:
—Sara y Janine se criaron en una familia muy tradicional donde nunca se habló

29
del divorcio. Por eso, cuando Janine se divorció sus familiares se sorprendieron,
no
podían comprender por qué lo hizo.
Después de que nos acomodamos con un buen café con leche, le pedí a Gary
que me describiera su familia. ¿Cómo era haber crecido en un barrio de clase
media en el condado de Marín entre 1970 y 1980?
Gary hizo una mueca cómica con la cara.
—¿Qué versión? ¿La de adentro o la de afuera?
—Ambas, por supuesto.
—Bueno, cuando evoco mi infancia lo que recuerdo es la versión de afuera.
Vivíamos en una casa victoriana grande y antigua a dos calles del centro. Mis
padres aún viven allí. Todos mis amigos vivían cerca, y cuando tenía siete u ocho
años podía ir en bicicleta hasta sus casas y partíamos todos juntos a la ciudad.
Recuerdo que estaba afuera todo el tiempo que podía. En el jardín trasero había un
enorme y antiguo roble en el que pasábamos horas imaginando que éramos
exploradores o astronautas. Mi mejor amigo, Eric, tenía una casa en el árbol de su
jardín y construíamos magníficos fuertes y hacíamos mucho bullicio con juegos de
guerra que enloquecían a nuestras madres. Ése era el objetivo. La casa de otro
amigo quedaba en un abra y, cuando crecimos, realizábamos grandes caminatas
por el cañón. Estábamos todo el tiempo que podíamos afuera. Recuerdo lo duro que
era regresar a cenar y quedarse adentro para hacer las tareas escolares —se rió
disfrutando de sus recuerdos.
Mientras escuchaba a Gary describir cómo se divertía jugando en el jardín
trasero, me sorprendí pues los niños de familias divorciadas no hablan así. Durante
todas las horas que conversé con Karen a través de los años nunca mencionó en
forma espontánea el tema del juego. Los niños criados en familias intactas muy
infelices tampoco recuerdan haber jugado con amigos, pero nos referiremos a esto
en el capítulo 7. Mientras Gary recordaba los fuertes que él y sus amigos
construían, la forma en que se gritaban unos a otros, comprendí que éstos eran
recuerdos felices, iluminados por el sol. Como escribió un novelista: "Eran
aquellos
años amorfos en que los recuerdos recién comienzan, cuando la vida está llena de
comienzos y sin finales, y todo es para siempre"2. Gary y sus amigos participaban
de los juegos que los niños inventaron desde el comienzo de los tiempos. Por
supuesto que la vida desordenada de la escuela y el patio de juegos tiene sus
intensas desilusiones y sus daños físicos y emocionales. Los niños pueden ser muy
crueles. Aquellos que están excluidos del círculo cerrado sufren mucho. Pero como
adulto, Gary recordaba con alegría cómo se sentía cuando aprendió a andar en
bicicleta y su primer partido de fútbol, cuando corrió en dirección contraria y
todos se
rieron de él.
Cuando los hijos del divorcio recuerdan el juego con sus amigos como una
experiencia importante de la infancia, esos recuerdos son anteriores al divorcio.
Sin
dudas, muchos de ellos anduvieron en bicicleta, treparon árboles y jugaron en
patios, pero no lo mencionan. El juego alegre no fue lo que recordaron cuando
conversé con ellos en aquellos momentos, ni cuando reflexionaron sobre su escuela
primaria. En lugar de preocuparse por quién encuentra a quién en el juego de las
escondidas, o quién será el bateador en el partido de béisbol, los niños del
divorcio
tienen otras preocupaciones más apremiantes. ¿Mamá estará bien? ¿Papá me
vendrá a buscar esta noche? ¿Puedo llevar a mi nuevo amigo a jugar a casa si no
hay nadie?
Lo desagradable de los recuerdos de los juegos de la infancia no se restringe a
los niños del divorcio. Los niños de todo el mundo experimentan guerra, hambre,
trabajos forzados y toda clase de traumas. Sin embargo, las diferencias de los
entretenimientos de los niños de familias intactas protectoras y de los niños del
divorcio que vivían al lado fue un descubrimiento inesperado que surgió al comienzo
de este estudio. Estas diferencias son importantes porque el juego es un aspecto
crítico en el desarrollo moral y social de un niño. Constituye la base de
aprendizaje
en la que uno realiza los ajustes al mundo de los iguales, discierne cómo compartir
y
cuándo no compartir, y cuándo resistir y en qué momento huir. Todas estas cosas
no pueden enseñarlas los mayores. Uno debe aprenderlas solo. El juego sin
estructuras, en el que los niños construyen fuertes o casas en los árboles para
alejarse de los adultos es especialmente importante. Este tipo de juego le permite
al
niño avanzar hacia la independencia y el mundo de sus pares. Constituye la base de
las aptitudes para el liderazgo, para no llorar, para no correr a casa de mamá, y
también de la confianza en uno mismo. Es trepar a un árbol y aprender a probar la
rama antes de apoyar un pie en ella. El juego imaginativo es la base de la
creatividad y la fantasía en la vida.
Un estudio reciente llamó la atención sobre la importancia de las relaciones
con
los pares en el desarrollo de niños y adolescentes 3. No tengo dudas sobre la
importancia de estas amistades. ¿Resulta dañino a largo plazo no haber jugado?
Muchas personas muy creativas tuvieron infancias turbulentas y, por eso, sabemos
que construir fuertes no es un prerrequisito para una adultez exitosa. Pero está
claro
que el divorcio excluye un poco de la felicidad especial y de las amistades
tempranas que puede ofrecer la infancia. Para los niños del divorcio, crecer es una
camino solitario. Una de las consecuencias puede ser una disminución de las
habilidades sociales. Un padre que creció en una familia intacta y que dirige un
equipo infantil de béisbol afirma: "Siempre puedo distinguir a los niños de
familias
divorciadas. Se involucran en más peleas y son perdedores. No todos, pero los
suficientes como para convertirse en un dolor de cabeza para el entrenador". Otra
consecuencia puede ser la clase de sentimiento que observé en Karen cuando me
comentó: "Mi novio me dice que soy demasiado seria porque nunca aprendí a jugar.
Me quiere enseñar. Tiene razón. Nunca tuve oportunidad de hacer cosas para mí.
Aún me cuesta pensar qué quiero para mí". Ella comprendió perfectamente que el
juego es algo que uno hace por placer, para uno mismo. Eso es lo que siente que
resignó cuando aprendió tan precozmente a pensar en los demás en lugar de en
ella misma.
Gradualmente comencé a comprender que los hijos del divorcio y los de las familias
intactas felices viven en universos separados aunque paralelos. No lo habría
advertido si no me hubieran descripto sus uegos y la falta de ellos, en los patios
traseros después de la escuela. Este descubrimiento tiene importantes implicancias
para nuestra política social. Cuando se confeccionan los planes de visita y de
custodia, los padres rara vez tienen en cuenta las amistades y cavidades lúdicas
del niño. El tribunal nunca las reconoce. Por lo general, los padres son los
protagonistas principales. Sus planes, deseos y derechos ocupan el centro de la
escena. En los cientos de -valuaciones y decisiones de la Corte que leí, y en miles
de conversa-iones con padres, rara vez escuché una palabra sobre la importancia e
mantener las amistades y actividades lúdicas del niño. Las únicas xcepciones se
dan cuando un joven adolescente es un gran atleta o romete ser alguien especial en
otro campo. Para los funcionarios úblicos, lo único valioso en la vida de un niño
es
el tiempo que pasará con cada padre. Sería muy sensato que los padres y demás

31
personas que manejan el tiempo del niño tuvieran en cuenta los recuerdos de esta
generación. El juego con sus pares se destaca mucho más en sus recuerdos
placenteros que las tardes que pasaron con papá o mamá. Gary siguió recordando
su infancia con nostalgia: —Otro recuerdo que tengo es el ruido de los neumáticos
del automóvil de mi padre cuando regresaba a casa todas las tardes a las siete. Es
gracioso, pero aún puedo oírlo en mi cabeza. La cena era algo importante en
nuestra casa. Teníamos un ritual especial. Nos colocábamos alrededor de la mesa
y cada uno comentaba lo que había hecho ese día. Aún recuerdo que me
incluyeron cuando tenía tres años. ¡Sentí que medía tres metros!
Muchos adultos de familias intactas evocan la cena como un acontecimiento
familiar importante. Al igual que en la actualidad, muchas madres que trabajaban
fuera de la casa trataban de arreglar sus compromisos para estar cuando los niños
llegaban de la escuela. Le daban importancia a sentarse a la mesa para la cena. La
mayoría de los padres trabajaba muchas horas, incluyendo los fines de semana.
Pero en casi todos los hogares, la cena esperaba hasta que toda la familia
estuviera
reunida, aunque no fuera todas las noches, sí varias veces a la semana. La cena del
domingo era algo especial en muchos hogares. Con algunas excepciones, éstos
eran recuerdos agradables con juegos, rituales y conversación que incluían a los
niños y los mayores.
Karen y sus pares de familias divorciadas nunca mencionaron en forma
espontánea las cenas familiares u otras ocasiones regulares que hubieran sucedido
después de la separación. Sin duda, compartieron las cenas cuando la familia
estaba junta, y supongo que tuvieron muchas agradables con cada progenitor
después del divorcio. Pero, cuando eran niños, no mencionaron estos
acontecimientos, y como adultos no evocaron esas cenas en sus recuerdos del
crecimiento. Incluso los niños de familias vueltas a casar no mencionaron sus cenas
familiares, excepto al principio cuando se preguntaban dónde se sentaría su nuevo
padrastro o madrastra, y si ocuparía el lugar vacante de su mamá o su papá. De
algún modo, estas ocasiones carecían del poder simbólico de pertenecer a una
familia, como lo tenían para los niños de familias intactas.

HISTORIA FAMILIAR

Con la imagen de una mamá y un papá en cada lado de una mesa familiar, le
pedí a Gary:
—Cuéntame sobre tus familiares.
Gary se inclinó hacia atrás y estiró sus piernas largas. De pronto se levantó,
fue
hasta el piano, y regresó con una fotografía enmarcada.
—Esto ayudará en la explicación —me comentó entregándome la fotografía—.
Es mi fotografía preferida de mis padres.
La fotografía había sido tomada cuando los padres de Gary tenían veinte años,
el padre estaba apoyado contra un árbol, con la cabeza hacia atrás y riéndose. Era
alto y delgado, con cabello rubio ondeado y usaba patillas, que en aquel momento
estaban muy de moda. La madre de Gary era mucho más baja que su esposo y
tenía un aspecto exótico parecido a Barbara Streisand. Ella estaba de perfil y le
rodeaba un brazo a su esposo con las manos, mientras lo miraba atentamente.
—Así son ellos —continuó Gary mientras ambos observábamos la fotografía—.
Son muy diferentes, pero creo que eso es lo que los unió, el ser realmente
diferentes. Aunque más tarde esto provocó muchas fricciones —apoyó la fotografía
sobre la mesa que estaba frente a nosotros.
—Me gustaría que me hablaras de ellos.
Entonces Gary realizó una descripción detallada del noviazgo de sus padres:
quién dijo qué, cuándo y dónde, como si hubiera estado presente. Mientras me
hablaba, lo incorporé mentalmente a la lista de otros niños de familias intactas
que
relataron historias de noviazgos similares. Ellos describieron cómo sus padres
decidieron tener hijos, un hecho (o un mito) que fue importante porque cimentó la
tranquilidad de que fueron deseados desde el principio. Al escuchar estas
historias, volví a comprender en qué medida estos jóvenes se veían incluidos en el
contexto de sus historias familiares, y cómo los niños del divorcio no compartían
este sentimiento. Si éstos conocían la historia del noviazgo de sus padres, nunca
la mencionaron en forma espontánea. Es probable que habría sido doloroso
pensar en ella. En algunas entrevistas, los hijos del divorcio me pidieron que les
repitiera lo que habían dicho en los encuentros anteriores, como si observaran las
páginas de un álbum familiar que les permitía volver a conectarse con el pasado.
La pérdida de la continuidad con la historia familiar es una consecuencia del
divorcio que hemos pasado por alto.
Gary tenía mucho más para comentar sobre el matrimonio de sus padres. Éste
era un tema importante para él, aunque hacía más de quince años que no vivía con
ellos.
—Creo que al principio fueron realmente felices —comentó—. Mi padre heredó
la empresa de su padre y siempre pasaba muchas horas en el negocio. Mamá nos
crió y llevaba los libros. Era difícil salir de vacaciones, pero nos llevaban de
campamento. En el verano cerraban el negocio durante dos semanas y visitábamos
parques nacionales. Mamá siempre estaba muy feliz cuando regresaba a su ducha
y su cocina. Pero al principio parecían disfrutar juntos y no había mucha tensión.
Al recordar sus juegos, la mayoría de las personas criadas en familias intactas
con un buen funcionamiento también recordaron las vacaciones familiares y otras
ocasiones sociales que reunían a la familia. Describieron la abundancia de buena
comida, el ruido, el amor de los abuelos y las peleas con los primos. También
recordaban tensiones y algunos antagonismos entre distintos miembros de la
familia. Pero éstos eran secundarios ante la calidez de estar juntos. Las
vacaciones
familiares eran especialmente memorables. Los campamentos eran las vacaciones
que más les agradaban a estos niños que, más tarde, recordaban sus aventuras y
desventuras. Los niños sabían cuándo uno de los adultos, como la madre de Gary,
no compartía este entusiasmo. Un joven se rió a carcajadas cuando recordó que su
madre decidió preparar una comida sofisticada en el fogón del campamento.
Algunos de sus mejores recuerdos eran sobre la reunión de varias familias para
salir
de campamento, de pesca o en bote. Éstas eran experiencias comunales
importantes, y los niños se sentían orgullosos al compartir las tareas y la
planificación. Una joven evocó lo complacida que se sintió cuando sus padres
invitaron a su mejor amiga cuyos padres estaban divorciados.
Como contrapartida me costó recordar a los niños del divorcio comentando con
felicidad cualquier vacación o alguna vacación familiar. El Día de Acción de
Gracias
y la Navidad eran un motivo de conflicto. Junto con las cosas agradables, surgía el
interrogante: ¿dónde había que pasar cada celebración? Para muchos, estas
ocasiones eran una encrucijada. Algunos recordaban las visitas a los abuelos sin
sus padres, lo cual a muchos niños les da la sensación de pertenecer a una familia

33
prolongada, algo que los niños de familias intactas daban por sentado. La mayoría
quería mucho a sus abuelos. Aquéllos eran momentos felices que recordaron
durante mucho tiempo. A algunos niños les agradaba pasar las vacaciones
separados con su papá y la nueva familia, mientras que otros detestaban las
vacaciones porque estaban obligados a ir a visitar a uno de los progenitores por
orden de la Corte. Las celebraciones familiares, como las graduaciones, bar
mitzvahs, casamientos y cumpleaños, podían ser muy felices. Pero también se
podían arruinar por las continuas tensiones entre padres, nuevos amantes y ex
parejas. ¿Uno de los adultos arruinaría la ocasión haciendo una escena? Los niños
contendrían el aliento hasta que todo se superara. El brillo de una reunión
familiar,
donde las generaciones mayores se pueden relajar y disfrutar de la comida y reír de
las gracias de los niños, y éstos pueden regocijarse con la admiración familiar, no
formaba parte de los recuerdos de la infancia del mismo modo que para la mayoría
de los miembros de familias intactas.

LA ESTRUCTURA INVISIBLE DE SER PADRE

Cuando Gary describió cómo pasaba el tiempo de niño, comencé a pensar que
en una familia intacta las madres y los padres son el telón de fondo mientras sus
hijos crecen. Su rol consiste en crear un lugar seguro y protector para los niños,
cuyo trabajo durante la escuela primaria y secundaria es ir a la escuela, jugar,
hacer
amigos y, simplemente, crecer. Desde la perspectiva del niño, sus pares ocupan el
centro de la escena. El trabajo de los padres como productores es permanecer
entre bambalinas y asegurarse de que la función continúe. Por supuesto que
deberán alentar, aplaudir, alimentar y vestir a los actores. Si los niños
tropiezan, los
padres deben salir de las bambalinas para ayudarlos, sacudirles el polvo y salir de
escena de inmediato.
En las familias como las de Gary, los padres están atentos a lo que hacen sus
hijos "en escena" en todo momento. Si el juego se convierte en algo muy violento o
hay problemas en la escuela, están adelante, listos para actuar. En casa mantienen
un "diálogo parental", una conversación que comienza con el nacimiento del niño y
no tiene fin. ¿Cómo le va a Gary en la escuela? ¿Su maestra comprende su aptitud
para la matemática? ¿Debería hablar con ella? ¿Qué tendríamos que hacer acerca
de sus peleas en el recreo? ¿Cómo vamos a manejar las quejas de la maestra? Y
así sucesivamente. La letanía es interminable. Fuera de estos diálogos que se
mantienen cuando los niños están dormidos o cuando se cree que no escuchan, los
padres tienen una política para el hogar y una para afuera. Más tarde, en la cena,
ambos adultos presentan un frente unido ante los hijos.
Esta estructura invisible de ser padres, que sostiene al niño en desarrollo, se
debilita o se pierde en la separación. Karen y sus hermanos sintieron que de pronto
habían sido abandonados, que eran casi huérfanos. Su madre estaba presente,
pero estaba tan distraída que casi no les prestaba atención. Y su padre estaba
cansado y de mal humor. En el divorcio, aun los padres que se llevan bien después
de la separación no tienen la misma estrategia para criar a sus hijos, aunque se
reúnan en una emergencia o en una cita programada. Al igual que la calidad del
tiempo, la paternidad paralela, término acuñado por los mediadores para referirse a
que dos progenitores que crían a un niño en forma separada son comparables a
dos progenitores que lo crían juntos, es un gran lema, pero no puede definir la
paternidad cooperativa que los niños y los padres necesitan. En una buena familia
intacta, el diálogo parental constante gira en torno de los acontecimientos diarios
y
las interacciones dentro de la familia.
Las conversaciones diarias y las charlas de almohada subsiguientes moldean
literalmente el medio del niño para satisfacer sus necesidades mientras se
desarrolla y cambia. Este diálogo parental, si es que existe, se interrumpe de
manera abrupta con el divorcio. Como resultado, se debilita el rol de los padres
como compañeros del niño. Ésta es una pérdida seria en nuestra sociedad
acelerada y multitudinaria, en particular para el niño que tiene necesidades
especiales. Los padres que permanecen solos pueden asumir este rol hasta donde
sus obligaciones laborales se lo permiten, pero como siempre me dicen se sienten
agobiados por la responsabilidad de tener que tomar todas las decisiones solos y
por las presiones del tiempo. Los padres que se vuelven a casar pueden y vuelven a
instalar la estructura parental invisible, pero quizás ésta no se vuelva a dar
durante
varios años. Aun así, tiene características distintas como veremos más adelante en
este libro.

CAPÍTULO TRES
Crecer es difícil

Uno de los muchos mitos de nuestra cultura del divorcio es que éste rescata
automáticamente a los niños de un matrimonio infeliz. En realidad, muchos padres
se aferran a esta creencia como un modo de sentirse menos culpables. Nadie
quiere herir a sus hijos, y ayuda pensar que el divorcio es una solución para el
dolor
de todos. Por otra parte, es verdad que la separación libera a un niño de un
matrimonio cruel o violento (lo cual veremos en el capítulo 7). Sin embargo, cuando
observamos los miles de niños que mis colegas y yo hemos entrevistado en nuestro
centro desde 1980 que, en su mayoría, provenían de matrimonios moderadamente
infelices que terminaron en divorcio, hay un mensaje que es claro: los niños no
manifiestan que son más felices. En lugar de ello, afirman de manera categórica:
"El
día que mis padres se divorciaron es el día en que terminó mi infancia".
¿Qué quieren decir? Las relaciones entre padres e hijos cambian en forma
radical después del divorcio: temporalmente o, como en la familia de Karen, para
siempre. Diez años después de la separación sólo la mitad de las madres y un
cuarto de los padres de nuestro estudio pudieron brindar los mismos cuidados
amorosos que distinguían su paternidad antes del divorcio. Retomando lo que Gary
comentó acerca de que sus padres permanecieron fuera de escena mientras él
crecía, después del divorcio uno o ambos progenitores se ubica en el centro de la
escena y no cede su lugar. El niño se convierte en el director que desde el fondo
del
escenario verifica que la escena continúe.
Lo que la mayoría de los padres no comprende es que sus hijos pueden estar
bastante felices a pesar de un matrimonio fracasado. Los hijos no se sienten
necesariamente agobiados porque mamá y papá discuten. En realidad, los niños y
los adultos pueden protegerse mutuamente durante la tensión de un matrimonio
fracasado o en un matrimonio intacto infeliz. A menudo, los padres y las madres se
esfuerzan por ocultar sus problemas maritales ante sus hijos. Sólo después de que
uno o ambos deciden divorciarse, comienzan a pelear abiertamente delante de
ellos. Los niños que sienten tensiones en el seno de hogar vuelcan su atención al
exterior, y pasan más tiempo con amigos y participando en actividades escolares.
(Gary, cuyos padres tenían con frecuencia un matrimonio infeliz, hizo exactamente
35
lo mismo). Los niños aprenden desde muy pequeños a hacer oídos sordos a las
discusiones de sus padres. El concepto de que todos o la mayoría de los padres
que se divorcian están atrapados en el conflicto de que sus hijos sean testigos es
erróneo. En muchos matrimonios infelices, uno o los dos padres sufren en silencio
durante muchos años: sintiéndose solos, sexualmente excluidos y profundamente
decepcionados. La mayoría de los hijos del divorcio manifiestan que no tenían idea
de que el matrimonio de sus padres estuviera al borde del precipicio. Aunque
algunos pensaron de manera secreta en el divorcio o lo discutieron con sus
hermanos, no sospecharon que sus padres estaban planeando la separación.
Tampoco comprendieron la realidad de lo que les legaría el divorcio.
Para los niños, la separación es una divisoria que altera sus vidas para
siempre.
El mundo comienza a percibirse como un lugar mucho menos confiable y más
peligroso, ya que las relaciones más íntimas de sus vidas no volverán a mantenerse
firmes. Pero más que ninguna otra cosa, esta nueva ansiedad representa el fin de la
infancia.
Karen confirmó este cambio en varias de nuestras entrevistas. Diez años
después del divorcio de sus padres, me enteré de que estaba concurriendo a la
Universidad de California, en Santa Cruz, y así podía correr los fines de semana a
casa cuando se produjera una crisis. Y hubo muchas, la mayoría de las cuales
involucraron a su hermano y su hermana menor. Cuando cumplió veinte años, me
confesó enojada: "Desde que se divorciaron he sido responsable de mis padres. Mi
padre se convirtió en un hombre patético y necesitado que siempre quiere que una
mujer se ocupe de él. Mi mamá aún es un desastre, siempre se relaciona con
hombres que no le convienen. Tuve que hacerme cargo de ellos, y también de mi
hermano y de mi hermana".

MUCHAS PÉRDIDAS

Cuando la mayoría de la gente escucha la palabra "divorcio", piensa que


significa un matrimonio fracasado. Se cree que el hijo del divorcio experimenta la
enorme pérdida de la familia intacta después de la cual aparecerá la estabilidad y
un
segundo matrimonio más feliz. Pero esto no es lo que le sucede a la mayoría de los
hijos del divorcio. Ellos no experimentan una o dos, sino varias pérdidas, mientras
sus padres van en busca de nuevos amantes o parejas. Cada una de estas
"transiciones" (como las denominan los demógrafos) trae nuevos disturbios a la vida
del niño, y dolorosos recuerdos de la primera pérdida. Los estudios nacionales
muestran que cuanto más transiciones se producen más se hiere al niño porque
el impacto de pérdidas repetidas es acumulativo 1. La frecuencia de esta
inestabilidad en las vidas de estos niños no ha sido considerada ni reconocida por
la
mayoría de las personas. Si bien tenemos registros legales de segundos, terceros y
cuartos matrimonios y divorcios, no tenemos un cómputo confiable de cuántos
amantes o parejas encontrará un hijo del divorcio. Los niños observan cada
noviazgo de sus padres con una mezcla de ansiedad y emoción. Para los
adolescentes, la estimulación erótica de ver a sus padres con parejas cambiantes
puede ser difícil de contener. Varias adolescentes jóvenes del estudio comenzaron
su actividad sexual cuando observaron a uno de sus progenitores involucrado en un
amorío apasionado. Los niños y adolescentes observan a los amantes de sus
padres con todo tipo de sensaciones —desde amor hasta resentimiento—,
esperando alguna pista sobre el futuro. Ellos participan activamente como
ayudantes, críticos y público, y no tienen problemas en intervenir. Una madre que
regresó a su casa después de una cita encontró a sus hijos durmiendo en su cama.
Como ya le habían manifestado con anterioridad que el novio no les agradaba
comprendió el mensaje. Muchos novios son atentos con los niños y les llevan
pequeños obsequios con regularidad. Pero aun los amantes más encantadores
pueden desaparecer de la noche a la mañana. Los segundos matrimonios con hijos
tienen mucha más probabilidad de terminar en divorcio que los primeros
matrimonios. Y así, la experiencia típica del niño no es un matrimonio seguido de
un
divorcio, sino varias o, a veces, muchas relaciones tanto de su madre como de su
padre seguidas de una pérdida o una estabilidad eventual 2.
La experiencia de Karen es típica de las muchas que he visto. La segunda
esposa de su padre, que era agradable con los niños, abandonó sin aviso el
matrimonio después de tres años. Luego que ella se marchó, su padre tuvo otras
cuatro novias que lo hicieron sufrir mucho cuando también se fueron. La madre de
Karen tuvo tres amoríos infelices antes de volver a casarse, matrimonio que
terminó después de cinco años. Obviamente, Karen y sus hermanos
experimentaron más de "un divorcio". Su infancia estuvo signada por una serie de
contactos seguidos de pérdidas y consecuentes angustias para ambos
progenitores. El hermano de Karen, de treinta años, me comentó: "¿Qué es el
matrimonio? Sólo un trozo de papel y un trozo de metal. Si amas a alguien, te
rompe el corazón".
En este estudio, sólo 7 de los 131 niños originales experimentaron un segundo
matrimonio estable, en el cual tuvieron buenas relaciones con los padrastros y
hermanastros de ambos lados de la familia divorciada. Dos tercios de los niños
crecieron en familias en las cuales experimentaron múltiples divorcios y nuevos
matrimonios de uno o ambos progenitores. Estas cifras no reflejan los diversos
amoríos y concubinatos que no se convierten en relaciones legales. Teniendo en
cuenta estas experiencias, ¿podemos sorprendernos de que tantos niños del
divorcio saquen la conclusión de que el amor es efímero?

FANTASMAS DE LA INFANCIA

Cuando revisé las notas de mi entrevista con Karen quince años después de que
sus padres se divorciaron, vino a mi mente la imagen de una jovencita que lloraba
desconsolada. Karen estaba sentada en el sofá de mi antigua oficina, con el mentón
apoyado en las manos y los codos sobre las rodillas, y me contaba sobre su relación
con su novio Nick.
—Cometí un terrible error —me dijo, retorciendo un pañuelo y dándole forma de
cuerda—. No puedo creer que me haya metido en esto. Nunca debí hacerlo. Es
como si mi peor pesadilla se hubiese hecho realidad. Es lo que siempre temí
mientras crecía y mira lo que sucedió —Karen apretó sus dedos hasta que crujieron.
—¿Qué sucede? —le pregunté con amabilidad.
—Todo está mal —se quejó—. Él bebe cerveza, no tiene ambiciones ni objetivos
en la vida, no tiene educación ni un trabajo, estable. No va a ninguna parte.
Cuando
regreso a casa después del trabajo está sentado frente al televisor, y allí estuvo
todo
el día. —Karen bajó la voz. —Pero él me quiere —continuó con angustia—. Se
sentirá devastado si lo dejo —aun en su gran angustia y disgusto comprendía el
sufrimiento de su novio. Entonces pensé (y esto describía a Karen): siempre está
pendiente del sufrimiento de los demás.
37
—Entonces, ¿por qué fuiste a vivir con él?
—No estoy segura. Sabía que no lo amaba. Pero estaba asustada por el
matrimonio. Tenía miedo al divorcio, y tengo terror a estar sola. Mira, uno puede
tener esperanza en el amor, pero no puede esperarlo por siempre. Cuando Nick me
pidió que fuera a vivir con él, tenía miedo de envejecer y no volver a tener otra
oportunidad. No podía dejar de pensar en que me quedaría sola como mi mamá y
mi papá.
Miré a esta hermosa mujer y sacudí mi cabeza con incredulidad. ¿En realidad
pensaba que mudarse a vivir con un hombre al que no amaba era lo único que podía
esperar? Karen debió haber leído mi mente porque agregó rápidamente:
—Lo sé. La gente me ha dicho lo hermosa que soy desde que era una niña. Pero
no lo creo. Y no me importa. El aspecto siempre fue importante para mi madre. Ella
usa toneladas de maquillaje y se viste como una modelo. Siempre pensé que era
una tonta y aún lo creo. No quiero parecerme a ella ni vivir mi vida de ese modo.
—¿Cómo conociste a Nick?
Suspiró y luego me respondió:
—Bueno, casi no nos conocíamos en la escuela secundaria. No fuimos amantes
ni amigos. Parecía como si quisiera estar alejado de mí. Luego me lastimé un
tobillo
y durante las seis semanas que anduve rengueando, él fue muy amable conmigo,
me llevaba las cosas e iba a visitarme. Él fue el único que se preocupó por mí.
También viene de una familia divorciada con muchos problemas. Cuando dejó la
escuela sentí mucha pena por él.
—¿Cómo volvió a tu vida?
—Yo estaba pasando un muy mal momento. Mi hermano tenía serios problemas
con la ley, y mi padre no hacía nada al respecto. Le supliqué, pero permaneció
indiferente. Estaba furiosa y comprendí que todos mis esfuerzos por mantener
unida a mi familia eran inútiles. Por eso, cuando Nick me pidió que fuera a vivir
con
él, le respondí que sí. Cualquier cosa con tal de alejarme, aunque sabía que no
tenía planes para el futuro ni formación ni educación formal. Después del primer
día,
me dije: "Oh, Dios mío, ¿qué hice?". Pero, por lo menos, sabía que él no me
traicionaría. Por lo menos estoy a salvo de eso.
—Karen, este temor a la traición es algo muy importante para ti. Siempre lo
mencionas.
—Es algo central en mi vida —coincidió—. Mis padres vivieron cambiando,
sentían que si no se logra lo que uno quiere hay que buscar en otro lado.
(Nunca escuché que alguien resumiera en forma tan sucinta la moral alternativa
de nuestra cultura del divorcio).
Karen se sacó las manos del rostro y rompió en silencio el pañuelo por la
mitad.
—Hay otra razón por la que me mudé con él —susurró—. Probablemente la
apene —Karen habló de un modo vacilante, con las manos apoyadas sobre la falda,
y con lentitud como si cada palabra fuera dolorosa y tuviera que elegirlas una por
una—. Creo que este hombre nunca me va a dejar. Porque no tiene ambiciones,
siempre va a tener menos oportunidades que yo. Así que si me quedo con él e
incluso algún día me caso, nunca tendré que preocuparme porque se vaya.
Karen tenía razón sobre mi pena. Su aseveración fue desalentadora. Qué
trágico que esta encantadora joven comenzara su jornada de adulto tan cargada de
miedos. ¿Qué clase de vida podría construir sobre una base tan frágil?
Como buena niña protectora, Karen reinstaló sus relaciones problemáticas
con su madre y su padre en sus primeras relaciones con los hombres. Como
salvadoras, la mayoría de las jóvenes como Karen están acostumbradas a dar
prioridad a las necesidades de los demás. En realidad, no son conscientes de sus
propias necesidades o deseos. Karen confesó que nunca en su vida había
pensado en qué la haría
feliz.
—Eso sería como pedir la luna. Siempre estuve demasiado preocupada por mi
familia como para pedir para mí.
Como resultado, estas jóvenes a menudo se ven atrapadas rescatando a algún
hombre con problemas. ¿Cómo pueden rechazar a un hombre lastimoso que se les
aferra? La culpa sería intolerable. Otras consideran a los hombres con problemas
más emocionantes. Una joven que tuvo contacto frecuente con ambos progenitores
durante sus años de crecimiento, explicó: "Creo que inconscientemente busco
hombres que no van a funcionar. Los hombres amables y considerados me aburren.
El que tengo es un irresponsable. No confío en él. Estoy segura de que me engaña.
Pero es lo que quiero".

¿Qué es lo que impulsa a tantos hijos del divorcio a una cohabitación o


matrimonio precoz que tardaron en decidir tanto como comprar un par de zapatos
nuevos?3 Las respuestas se encuentran en los fantasmas que los persiguen cuando
ingresan en la adultez. Las mujeres y los hombres de familias divorciadas viven con
el miedo a repetir la historia de sus padres, y no se atreven a pensar que podrán
hacerlo mejor. Estos temores, que estuvieron presentes aunque menos imperantes
durante la adolescencia, se convierten en abrumadores en la adultez, y más aún si
alguno o ambos progenitores no lograron una relación duradera después de un
primer o segundo divorcio. Las citas y el noviazgo elevan sus esperanzas de ser
amados, pero también sus temores de que los hieran o los rechacen. Estando solos,
recuerdan los años de soledad en la familia divorciada y el abandono que tanto
temen. Se sienten atrapados entre el deseo del amor y el temor a la pérdida.
Esta amalgama de temor y soledad puede conducir a múltiples amoríos,
matrimonios apresurados, divorcios tempranos y, si no se aprovechan las lecciones
aprendidas en casa, a una segunda y tercera ronda de lo mismo. O pueden
permanecer atrapados en malas relaciones durante años. Así es como funciona: en
el comienzo de la adultez, las relaciones ocupan el centro del escenario. Pero para
muchos ese escenario está vacío de buenos recuerdos sobre cómo un hombre y
una mujer adultos pueden vivir juntos en una relación amorosa. Éste es el
impedimento central que bloquea el desarrollo de los niños del divorcio. El
andamiaje psicológico que necesitan para construir un matrimonio feliz fue dañado
por las dos personas de las que dependían mientras crecían.
Observemos detenidamente el proceso de crecer. Los niños aprenden toda
clase de lecciones en las rodillas de sus padres, desde el momento en que nacen
hasta que se alejan del hogar. Para el bebé, no existe un paisaje más fascinante
que el rostro de su madre. Para el niño, no hay una imagen más emocionante que el
marco que incluye a mamá y papá besándose, peleando, consultándose, llorando,
gritando o abrazándose. Estas mil y una imágenes se van internalizando y forman la
visión que el niño tiene de cómo se tratan hombres y mujeres, cómo se comunican
padres e hijos, cómo se llevan hermanos y hermanas entre sí. Desde el primer día,
los niños observan a sus padres y absorben los pequeños detalles de la interacción
humana. Observan a sus padres como personas privadas (cuando el adulto cree
que nadie está prestando atención) y como personas públicas fuera del hogar.

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Escuchan con cuidado lo que dicen los padres (aunque a menudo fingen no
escuchar), y reflexionan sobre lo que callan. Ningún científico examina con tanta
atención como un niño lo hace con su familia de la mañana a la noche. Y hacen
juicios desde muy temprano. Niños de cuatro años me han comentado: "Quiero ser
un padre como mi papá" o "No quisiera ser una mamá como mi mamá". Ellos tienen
intensos sentimientos de amor, odio, envidia, admiración, lástima, respeto y
desdén. Éste es el teatro de nuestras vidas: nuestra primera y más importante
escuela de aprendizaje sobre nosotros mismos y los demás. Las imágenes de cada
familia se graban en el corazón y la mente de cada niño, y se convierten en el
teatro
interior que moldea las expectativas, esperanzas y temores.
Pero más allá de la visión del niño del' padre y la madre como individuos, está
la
visión del niño de la relación entre ellos, la naturaleza de la relación como una
pareja.
Nuestra bibliografía profesional está llena de experimentos madre-hijo, y más
recientemente padre-hijo, pero como los niños podrían decir a los expertos, el niño
ve a sus padres como una pareja. El niño está intensa y apasionadamente atento a
sus interacciones. ¿Qué podría ser más importante y dominante? Estas complejas
imágenes de interacciones parentales son fundamentales en el teatro familiar y
tienen una importancia perdurable para los hijos del divorcio y para los de
familias
intactas.
Todos los jóvenes de familias intactas describieron la relación entre sus
padres
como si los hubieran seguido día y noche: sus risas, sus bromas, cómo sabían qué
hacía saltar al otro y cómo se consolaban uno al otro. Incluso especulaban sobre la
vida sexual de sus padres. Me contaban si papá besaba a mamá cuando volvía del
trabajo o le daba una palmada en la cola o si sus padres eran reservados. Otros se
preguntaban qué tenían sus padres en común o por qué permanecieron casados.
Junto con estas observaciones realizaban juicios morales y arribaban a
conclusiones que llegarían a tener implicancias directas en su vida futura.
¿Cuál es la diferencia entre el patrón interior de un hijo del divorcio y el de
un
adulto de una familia intacta, en especial si el hijo del divorcio, de acuerdo con
los
consejos actuales de mediadores y abogados, tiene acceso a ambos progenitores y
éstos evitan las peleas durante los años posteriores al divorcio?
Como me comentaron todos los hijos del divorcio, no importa la frecuencia con
la
que ven a sus padres, la imagen de ellos como una pareja amorosa se perdió para
siempre. El padre en una casa y la madre en otra no representa un matrimonio, no
importa lo bien que se comuniquen. Cuando los niños crecen y eligen sus parejas
carecen de esta imagen central de un matrimonio intacto. En su lugar enfrentan un
vacío que amenaza con atraparlos. A diferencia de los niños de familias intactas,
los
hijos del divorcio de nuestro estudio hablaron muy poco de la interacción de sus
padres, y casi no se refirieron al comportamiento de sus padres en la separación.
Su queja fundamental es que nadie les explicó el divorcio y las razones
permanecieron ocultas en un misterio. Cuando se les brindaron razones, les
parecieron trivialidades destinadas a ocultar lo que verdaderamente había
sucedido. Sus padres les dijeron: somos personas muy distintas, no tenemos nada
en común. Los hijos del divorcio casi no mencionaron a sus padres juntos, excepto
cuando seguían peleando o comportándose mal entre ellos en los cumpleaños de
los nietos. En realidad, la interacción de los padres era un agujero negro, como si
la
pareja hubiera desaparecido de la memoria y de la vida interior consciente de los
niños.
Esta necesidad de una buena imagen interior de los padres como pareja es
importante para el desarrollo del niño a través de todos los años de su
crecimiento,
pero la significación de este patrón interno de las relaciones hombre-mujer se
incrementa en la adolescencia. Los recuerdos y las imágenes del pasado y el
presente se agigantan en un vigoroso coro de voces cuando el joven enfrenta sus
verdaderas elecciones en relación con el amor y el compromiso. En la antigua
canción yiddish, el casamentero le pregunta a la doncella: "¿Con quién te
casarás?", y sus primeras palabras reflejan el dilema contemporáneo de Karen y
sus millones de hermanos y hermanas. Ella responde: "¿Quién será el adecuado
para mí? ¿Cuidará de mí? ¿Se irá al amanecer cuando tengamos nuestra primera
pelea? ¿Me amará?".
Pero los hijos del divorcio tienen algo más en contra. A diferencia de los
niños
que pierden un progenitor debido a una enfermedad, accidente o una guerra, los
hijos del divorcio pierden el patrón que necesitan debido al fracaso de sus padres.
Los padres que se divorcian pueden pensar que su decisión de terminar con el
matrimonio es inteligente, valiente y el mejor remedio para su infelicidad, pero
para
el hijo el divorcio tiene un significado: los padres fracasaron en una de las
tareas
principales de la adultez. Juntos y separados, fracasaron en mantener el
matrimonio. Aun si el niño decide —como si fuera un adulto— que el divorcio era
necesario, que en realidad los progenitores tenían muy poco en común, el divorcio
sigue representando un fracaso: fracaso para conservar a un hombre o una mujer,
fracaso para mantener una relación, fracaso para ser fiel. Este fracaso modela el
patrón interior del niño con respecto a él mismo y a la familia. Si ellos
fracasaron, yo
también puedo fracasar. Y si, como sucede con frecuencia, el niño observa más
relaciones fracasadas en los años posteriores al divorcio, la conclusión es simple.
Nunca vi a un hombre y una mujer juntos en el mismo barco. El fracaso es
inevitable.
El noviazgo está siempre lleno de emoción, anhelos y ansiedad. Todos los
adultos son conscientes de que ésta es la decisión más importante de la vida. El
temor a una elección equivocada o a ser rechazado o traicionado no se limita a los
hijos del divorcio. Pero las diferencias entre los hijos del divorcio y los de
matrimonios intactos fueron más allá de mis expectativas. Los jóvenes de las
familias intactas junto con sus temores adquirieron confianza con respecto a
aquello
que vieron funcionar, tenían ideas muy claras sobre cómo hacerlo. Ellos
manifestaron todo esto en términos muy convincentes.
Ningún adulto del grupo de divorciados habló de este modo. Sus recuerdos e
imágenes internas eran más pobres o temerosas debido a que carecían de pautas
para acallar sus temores. En realidad, eran impotentes ante éstos.
Gina, una exitosa ejecutiva de una compañía internacional, de cuarenta años,
me dijo: "Crecí sintiendo que los hombres no son dignos de confianza, de que, al
igual que mi padre, ellos sólo quieren jugar con juguetes. Sé que salí con hombres
que parecían confiables y maravillosos pero, aun así, apostar todas mis fichas a un
solo hombre me atemoriza. Sólo confío en mí misma".

CRECER LLEVA MUCHO TIEMPO

Cuando Karen vino a verme en 1994, en vísperas de su casamiento, estaba


ansiosa por contarme todo lo que había sucedido desde nuestro último encuentro.
Recordaba sus ojos llenos de lágrimas, sus quejas con respecto a Nick, y aquí
estaba llena de felicidad y optimismo. ¿Qué le había sucedido entre los veinticinco
y
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los treinta y cuatro años?
Lo primero que me contó fue su decisión de dejar a Nick, un viaje que la llevó
a
una nueva vida en Washington, D.C., donde se quedó con una amiga de la escuela
secundaria y examinó sus posibilidades.
Comprendí que quería ayudar a los niños, pero que necesitaba estudiar,
necesitaba experiencia.
Karen habló con conocidos y se enteró de una maestría en Salud Pública en la
Universidad Johns Hopkins que le permitiría combinar su teres por el bienestar de
los niños y la organización comunitaria. Con |" ayuda de préstamos para estudiantes
y lo que le quedaba de la herencia de su abuela, solicitó el ingreso y la aceptaron
en
el programa de tres años; se mudó a Baltimore y trabajó medio tiempo en un
i-ograma pediátrico mientras concurría a la escuela. Karen, que por fin podía
satisfacer sus deseos, fue una excelente estudiante y pronto llamó la atención de
sus profesores, quienes la ayudaron mientras ella negociaba oportunidades para su
carrera.
Tengo el mejor de los trabajos —me informó Karen—. Actúo con
niños con discapacidades profundas en cinco estados del sur y dirijo un programa
rural. Tenemos nuestra base en Chapel Hill. Adoro lo que hago, Judy. Paso mucho
tiempo en el trabajo comunitario con los niños. La gente me pregunta cómo puedo
tolerarlo, pero a mí no me parece deprimente porque recibo mucho de los niños.
Ellos se abren y comparten cosas conmigo: sus esperanzas, sus sueños, las cosas
que quieren hacer y todas las cosas que temen. Estando con ellos, comprendo lo
preciosa que es la vida y que uno sólo tiene el día de hoy.
—Karen, desde que te conocí a los diez años has estado ayudando a los demás.
Pero ahora parece que decidiste pensar en lo que quieres. Quizás esta vez el dado
caiga de tu lado.
—Así es, decidí pensar en mí y hallé lo que quiero. Y decididamente descubrí lo
eme no quiero. No quiero repetir mis relaciones con mamá y papá. No quiero un
hombre que dependa de mí. —¿Y qué quieres?
—Quiero un amante y un esposo. Ya no quiero encontrar a alguien sólo porque
tenga que hacerlo. Puedo vivir sola. Puedo pararme sobre mis dos pies. Ya no estoy
preocupada —y luego la tristeza volvió a invadir su mirada—. Pero no todo quedó
atrás. Como te conté, una parte de mí siempre está esperando que se produzca un
desastre. Siempre me digo que hago esto para mí, pero la verdad es que vivo
asustada de que algo malo me vaya a suceder. Alguna pérdida terrible cambiará mi
vida. Y esto empeora cuando las cosas mejoran para mí. Quizá sea el resultado
permanente del divorcio. —Se inclinó hacia delante replegándose sobre sí misma.
— Gavin me fastidia todo el tiempo por mi preocupación por los cambios. Pero creo
que aprendí cómo manejarlo. Ya no me despierto aterrorizada cuando me acuesto
feliz. —Hizo una pausa para pensar a qué se refería. —Pero realmente nunca se va.
Al escuchar su historia comprendí que la travesía de Karen hacia la adultez
requeriría varios escalones más. Abandonar su primera relación seria fue sólo una
iniciación. Aquella Karen que se graduó en
salud pública y ayudó a establecer un exitoso programa regional para niños
discapacitados era una persona completamente diferente. Había adquirido una
nueva identidad como una joven competente y orgullosa que, si era necesario,
podía valerse por sí misma. Más allá de sus logros profesionales, Karen finalmente
podía despojarse del rol de responsable de sus padres y hermanos. Éste era un
proceso lento y doloroso. El momento decisivo fue la comprensión de que su
hermano y su hermana eran adultos que estaban explotando su generosidad.
—Tengo que seguir adelante, ya hice suficiente. —Cerró la puerta y se convirtió
en una mujer libre. Al adquirir un desarrollo intelectual y emocional, estaba lista
para
ser la pareja de un hombre adulto que quería una amante y una esposa, no una
protectora. Al amar a un hombre que la amaba y la trataba como a una igual se
sintió segura por primera vez en su vida y pudo vencer sus temores. Aunque los
residuos de sus primeros temores no desaparecieron, se desvanecieron en el
olvido. Dentro de esta relación, Karen completó su esfuerzo por alcanzar la
adultez.
Después de escuchar muchas historias como la de Karen sobre lo difíciles que
fueron sus vidas cuando tenían veinte años, comprendí que comparados con los
niños de familias intactas, los hijos del divorcio siguen una trayectoria diferente
para
crecer. Les lleva mucho más tiempo. Su adolescencia se prolonga y la entrada en la
adultez se dilata.
Los hijos del divorcio necesitan más tiempo para crecer porque tienen que
lograr
más cosas: deben tomar distancia del pasado y crear un modelo mental de hacia
dónele se dirigen, esculpiendo su propio camino. Aquellos que lo logran, merecen
medallas de oro por su integridad y perseverancia. Después de rechazar a sus
padres como modelos, deben inventar quiénes desean ser y qué quieren lograr en
su vida adulta. Esto es mucho más de lo que se espera que logre la mayoría de los
adolescentes. Teniendo en cuenta los desafíos normales del crecimiento, que ellos
tienen que atravesar solos, no es sorprendente que los niños del divorcio se vean
acechados por amoríos malogrados o descarrilamientos similares. La mayoría los
encuentra entre los veinte y los treinta años antes de entrar en la adultez.
Mi análisis quizá no pueda aplicarse a la seudomadurez exhibida por muchos
hijos del divorcio que a menudo aparecen en un camino rápido hacia la adultez.
Estos niños se ven atrapados en la cultura adolescente a una edad más temprana
que los jóvenes de familias más protegidas. El sexo, las drogas y el alcohol son
ritos
para ser aceptados por un grupo de mayores. Al mismo tiempo, son independientes
y se sienten orgullosos de su habilidad para tomar sus propias decisiones y
aconsejar a sus padres.
Pero no nos dejemos engañar por la jactancia. El sendero del desarrollo de la
adolescencia hacia la adultez no está perfectamente sincronizado después del
divorcio. Muchos hijos del divorcio no pueden superar la adolescencia porque no
pueden darle un cierre al proceso normal de separarse de sus padres. En el curso
normal de la adolescencia, los niños pasan varios años en una especie de tire y
afloje con sus padres, alejándose lentamente del hogar. Pero Karen no
experimentó este proceso. A los dieciocho años, cuando se marchó para ingresar
en la universidad, aún estaba ligada a sus padres debido a sus necesidades y a las
de ellos.
Y no era la única. Al final de la adolescencia, la mayoría de los hijos del
divorcio
están más ligados a sus padres y, paradójicamente, más ansiosos por alejarse que
sus pares de familias intactas. Los jóvenes quieren apartarse, pero no pueden
hacerlo debido a las tareas sin terminar que hay en el hogar.
Los hijos del divorcio quedan retenidos en el ingreso a la adultez porque es
demasiado atemorizante. Desde un principio se sienten más ansiosos e incómodos
con el sexo opuesto y les resulta más difícil construir una relación y darle tiempo
para que se desarrolle. Estos hombres y mujeres jóvenes que se sienten
vulnerables, confundidos y terriblemente solos, con presiones biológicas y
sociales,
se involucran en un sombrío juego que contiene sexo sin amor, pasión sin
compromiso, estar juntos sin futuro. (Exploraremos qué les sucede a los hijos del
divorcio que se casan de manera impulsiva en el capítulo 14).
El hecho de que Karen y otros hayan podido cambiar sus vidas es una buena
43
noticia para todos los que nos preocupamos por los efectos del divorcio en los
hijos
a largo plazo. A veces demora muchos años y varias relaciones fracasadas, pero
casi la mitad de las mujeres y más de un tercio de los hombres de nuestro estudio
fueron capaces de crear un nuevo patrón en el que ellos eran la estrella principal.
Lo
lograron del modo más difícil: aprendiendo de su propia experiencia. Se lastimaron,
insistieron y lo volvieron a intentar. Algunos tuvieron familiares, en especial
abuelos,
que los querían y que les sirvieron de modelos cercanos de lo que era posible.
Otros tuvieron recuerdos anteriores al divorcio que les brindaron esperanza y
confianza en ellos mismos cuando creyeron que iban a desistir. Muy pocos tuvieron
guías, pero cuando se les acercaron fueron muy apreciados. Un joven me comentó:
"Mi jefe fue como un padre para mí, el padre que siempre quise y nunca tuve".
Hombres y mujeres por igual se sentían muy agradecidos a los amantes que los
apoyaron y permanecieron junto a ellos por largo tiempo. Sin duda, el esposo de
Karen jugó un papel muy importante en su recuperación. Finalmente, un tercio de
los hombres y mujeres de nuestro estudio buscó la ayuda profesional de terapeutas
y descubrió, en sesiones individuales, que podía mantener una relación confiable
con otra persona y llegar a las raíces de sus dificultades. Un elemento que ayudó
fue que, siendo jóvenes, tenían la energía y la determinación para cambiar
realmente sus vidas. Queda claro que las personas ingresan en la adultez "sin estar
completas", lo cual significa que la década de los veinte a los treinta ayuda a un
cambio y desarrollo personal.

CAPÍTULO CUATRO
¿Y qué si permanecen juntos? ¿Y qué si no pueden?

La mayoría de la gente cree que si un esposo y una esposa no son felices, sus
hijos tampoco lo son. Esta opinión está basada en la creencia de que los padres
infelices inevitablemente tendrán conflictos delante de sus hijos que los harán
sentir
apenados y atemorizados. Lo que queda fuera de la ecuación es la gran cantidad de
familias que, como la de Gary, evitan las peleas para mantener la paz familiar y la
integridad de la paternidad. Gary nos revela cómo es el desarrollo hacia la adultez
dentro de esta clase de familia. ¿Cómo es? ¿Cómo moldea un matrimonio infeliz
que permanece unido a la vida de los niños cuando éstos se convierten en
adolescentes y en adultos? ¿Qué papel juega en sus vidas el compromiso parental
para mantener el matrimonio?
Gary describió con gusto los recuerdos felices de los juegos de su infancia,
pero
no reveló a qué se refería con la versión interna de su familia. Obviamente,
prefirió
los buenos recuerdos. Me pregunto si la "versión interna" que mencionó impondría
tensiones parecidas a las que vi entre los padres de Karen o en otras parejas que
decidieron divorciarse. Gary insinuó que el matrimonio de sus padres, aunque
intacto, no era tan bueno.
—No me contaste lo de la versión interna —le recordé—. ¿A qué te referías?
Gary suspiró, colocó las manos detrás de la cabeza, y miró hacia fuera por la
gran ventana del frente.
—Mis padres son un asunto complejo. Siempre creí que mamá era la causa de
los problemas. Pero cuando crecí comprendí que el matrimonio consiste en dos
personas y ambas son responsables de lo que suceda en esa relación.
—¿Qué te parecía cuando eras más pequeño? —quería comprender qué había
sentido y pensado mientras crecía, antes de que sus experiencias de adulto
hubieran cambiado sus percepciones.
—Mamá era una persona realmente violenta —comenzó lentamente—. Se
disgustaba y perdía el control por lo que a nosotros noí
nos parecía trivial. Las cosas tenían que ser perfectas, y perfectas a su manera.
Recuerdo que bajaba rápidamente por la escalera con una vara diciéndonos que
rompería la televisión si no hacíamos lo que ella quería. Era muy estricta con
respecto a las tareas escolares y a e obtuviéramos buenas calificaciones, lo cual
no
apreciamos cuando éramos pequeños, pero que tuvo sus beneficios después.
Realmente se alteraba cuando venía gente a casa. Todo debía estar en su lugar y
había que tener en cuenta todos los detalles de la cena. Era como si fuera a venir
la
realeza. Terrible. Gary miró la fotografía de sus padres.
Siempre sentí lástima por papá porque parecía que mamá nunca
se moderaba. Son tan distintos. A mi papá le encanta la gente. Una de las razones
por las cuales el negocio ha tenido tanto éxito durante tanto tiempo es que a los
clientes les gusta ir para charlar con papá. Era muy buen comerciante y nunca
dejaba de lado la mercadería, pero era realmente generoso con su tiempo.
Recuerdo que en una oportunidad pasó quince minutos con un antiguo cliente que
sólo quería una tapa para los enchufes de la luz.
—Me da la sensación de que eres muy parecido a tu padre —le comenté al
recordar con qué diligencia había tratado de encontrar un momento para que nos
reuniéramos.
—¡Gracias! Ahora sé que papá tuvo su parte en los problemas maritales, pero
cuando vivía con ellos secretamente me ponía de su lado. En realidad, hubo
ocasiones en las que me hubiera gustado que la dejara. Por supuesto que no tenía
la menor idea de lo que hubiera sido para ellos o para nosotros. Debo decir que
nunca se nos hubiera ocurrido que permanecieron juntos por nuestro bienestar. Esa
clase de pensamiento adulto llegó más tarde.
—¿Podrías decirme qué sienten los niños de familias como la tuya, en las que
los
padres tienen problemas, pero permanecen juntos por el bienestar de sus hijos?
Ésa es la información que la gente necesita y que no tenemos.
—No es fácil volver el tiempo atrás —tragó y sacudió la cabeza.
—¿Debería retirar mi pregunta? —no quería molestarlo, pero deseaba que me
respondiera.
—Gracias. Aprecio su oferta —me respondió sonriendo—. Pero lo voy a intentar.
—Abrió la puerta con candidez y me permitió ingresar. —Mamá siempre estaba
sobre él. Era muy crítica con respecto a lo que, en realidad, eran sus mejores
cualidades. Él quería salir a cenar con amigos e invitar amigos a cenar a casa.
Ella
se preocupaba por el dinero y las niñeras. Cuando tenían invitados, ella se ponía
tan
tensa que a menudo tenía una migraña cuando la gente llegaba a casa. Me
sorprendería saber que tuvieron una buena vida sexual. —Gary se detuvo y
reflexionó. —Permítame aclarar eso. Apostaría a que tuvieron muy poco sexo.
Cuando era más joven, recuerdo que papá llegaba a casa del trabajo y trataba de
darle un beso a mamá, pero ella siempre estaba ocupada preparando la cena y no
se detenía para saludarlo. Después de un tiempo, él ya no lo intentó más.
—¿Tenían peleas o discusiones? —estaba tratando de ver cómo había
experimentado Gary el aspecto interno de este matrimonio.
—No, en realidad no tenían peleas. O por lo menos no vimos tantas. Se
restringían bastante en lo que hacían o decían delante de nosotros.
—¿Cómo les afectó esta restricción como niños? —le pregunté.
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—Existía esa sensación de tensión que se podría cortar con un cuchillo
—respondió Gary—. Cuando las cosas empeoraron entre ellos, había menos
palabras y más y más tensión. Mi hermano, mi hermana y yo pasábamos todo el
tiempo que podíamos fuera de casa. —Me sorprendió nuevamente la similitud entre
la familia de Gary y la de Karen cuyos padres decidieron divorciarse. —Las cosas
empeoraron cuando yo estaba empezando la secundaria —continuó—. Entonces
fue cuando me pregunté si papá se iría. Mamá siempre había sido muy posesiva
con papá, controlando dónde estaba y cómo pasaba su tiempo. Pero en aquel
momento comenzó a ponerse realmente celosa. Parecía que iba a enloquecer
tratando de interpretar de la peor manera lo que él había hecho, y luego lo
culpaba.
Cuando le pedí que me diera algún ejemplo, Gary me contó una historia
detallada sobre una fiesta de cumpleaños a la que concurrió su familia. Cuando
regresaban a casa, la madre acusó al padre de haber estado coqueteando con otras
mujeres. Le reprochó que sólo le importara complacerse a sí mismo y ser amigo de
todo el mundo. Cuando llegaron a la entrada de la casa, ella se bajó rápidamente
del automóvil y corrió hasta el dormitorio. El padre de Gary les pidió a los hijos
que
se acostaran y se fue en el automóvil. No regresó hasta la mañana siguiente. Los
padres no se hablaron durante varios días. —¿Ésa fue la única vez? —le pregunté.
—No, ese tipo de cosas volvió a suceder, aunque ésa fue la única vez en que
mamá realmente perdió la calma delante de nosotros. Pero después de aquel
incidente comencé a advertirlo más, y hubo muchas oportunidades en que papá
llegaba tarde a casa, o hablaba de algún cliente, en especial lemenino, y mamá
comenzaba a ponerse tensa. Más tarde los oía discutir en su habitación, y había
mañanas en las que papá no estaba allí y mamá tenía dolor de cabeza. Una vez le
pregunté por qué estaba llorando y me respondió que era porque le dolía la cabeza
y no había tomado su té matinal. Allí fue cuando comencé a llevarle el té a la cama
los fines de semana. No podía comprender por qué estaba tan enloquecida y
sospechaba de papá, pero no podía soportar verla tan infeliz.
Los niños no toleran ver que sus padres lloren. Cuando un matrimonio tiene
problemas, los más jóvenes quieren rescatar al progenitor infeliz aunque no
puedan comprender la causa de las dificultades. Gary n0 podía relacionar los
dolores de cabeza de su madre con su tensión emocional o su depresión. Los
esfuerzos para explicarle los dolores-de cabeza relacionándolos con la falta "del

matinal" confundían a su hijo, aunque le brindaban algo para ayudarla. Lo
interesante de la historia de Gary es el detalle de su recuerdo. Si comprendía o no
los sentimientos de los adultos es discutible. Pero todo lo que vio quedó grabado
en
forma indeleble en su memoria, y esto se convirtió en el patrón de sus expectativas
de vida familiar.
—Ahora comprendo a qué te referías con la versión interna de la familia. ¿Crees
que las sospechas de tu madre tenían un fundamento real?
Asintió como si hubiera estado esperando que se lo preguntara.
—Una mañana, después de que supe que papá no había estado en casa la
noche anterior, me sentía realmente deprimido. Creo que tenía miedo de que no
regresara.
"Mamá tenía los ojos llorosos y permaneció en silencio durante todo el
desayuno. Me subí a la bicicleta para ir a la escuela, pero no podía ir, así que
fui
hasta el negocio de papá. Pensé en pasar a ver si estaba allí. Él me vio observando
y sintió que algo no andaba bien porque dejó de atender a un cliente y se acercó.
Recuerdo que tenía aspecto de cansado, pero también de preocupado. Me
preguntó si había sucedido algo en casa, y se sintió aliviado cuando le dije que
todo
estaba bien. Regresamos a su oficina y conversamos. Me comentó que no sabía
por qué mamá estaba tan enojada y sospechaba de él, pero que a veces se tenía
que ir porque lo disgustaba. Señaló el viejo sofá de cuero de la oficina y me contó
que allí dormía cuando se iba. Allí fue cuando le pregunté si se divorciarían.
Siempre recordaré esta parte. Su rostro se transformó como si fuera a llorar y me
abrazó con fuerza. "Te voy a decir algo,-hijo. El matrimonio es como una montaña
rusa. Tiene subidas y bajadas. Las bajadas han sido peores de lo que pensé, y las
subidas han sido mejores de lo que pensé. Lo más importante es que amo a tu
madre y ustedes, los niños, son lo más importante de nuestro matrimonio. El cuadro
actual es que tu madre y yo estamos en una bajada, pero saldremos de ella. Sé que
saldremos porque los queremos mucho. Nuestro matrimonio ha sido un gran
desafío, pero fue un buen recorrido y me voy a quedar hasta el final.
Gary se sintió sofocado mientras recordaba las palabras de su padre y contuvo
las lágrimas. Ambos sonreímos.
—Tu padre te dio un gran regalo. Muy pocos padres hablan así con sus hijos
pequeños.
Asintió silenciosamente sin poder hablar. Después agregó: —Ésa fue la
conversación más importante de toda mi vida.

CUANDO EL MATRIMONIO ES INFELIZ... ¿QUÉ DEBEN HACER LOS


PADRES?

La conversación que Gary describió con tantos detalles es uno de los legados
más valiosos que un padre le puede hacer a su hijo. Vale la pena examinarla en
detalle, ya que hay mucho que aprender de este hombre honesto, cariñoso y,
obviamente, infeliz. Lo más importante es que el padre tome en serio las
preocupaciones del niño y reconozca que sus observaciones son válidas. La mejor
respuesta es: "Sí, tenemos problemas y me alegro de que lo menciones". La
tentación es minimizar las preocupaciones del niño, alegar que estamos ocupados,
posponerlo o, lo peor, negar que algo anda mal. Pero todos éstos son errores
graves que pueden dañar mucho al niño. Tarde o temprano la mayoría de los niños
percibirá que la conducta de ese padre es cobarde o deshonesta, o ambas cosas.
Aprenderá que no puede confiar en que su padre le brinde una respuesta directa o
que lo ayude. Dejar de lado la percepción que el niño tiene de que hay un problema
aumenta su confusión, aflicción y desilusión con el padre a quien puede recurrir
cuando está angustiado.
El padre y el hijo perderán una oportunidad de unir sus corazones y sus mentes
que quizá no se vuelva a repetir. Cuando un niño expresa preocupación por el
matrimonio de sus padres, necesita y merece prioridad sobre las otras
preocupaciones del día. En ese momento, el niño se encuentra absolutamente
abierto a lo que los padres tienen que decir y quizá no vuelvan a tener otra
oportunidad así. Si se trata el tema en forma adecuada y con respeto, la
conversación que surja puede ser la más importante en la vida de los adultos y los
niños. Los padres deben hablar con honestidad y con el corazón. Éste es el
momento para decirle al niño en qué principios morales creen, no en un lenguaje
abstracto sino de la manera más simple que puedan. Deben comentarle en qué
creen y mostrarle cómo están actuando de acuerdo con estos principios. Lo primero

47
que deben decirle es que sus percepciones son correctas, que los adultos
realmente tienen problemas, que ambos están preocupados y tristes por lo que está
sucediendo. Necesitan explicarle que el matrimonio, como todas las relaciones
humanas, tiene buenos momentos mezclados con momentos difíciles, risas y
lágrimas. Deben dejar en absoluto aclarado (suponiendo que sea verdad, y
generalmente lo es) que los niños son una de las alegrías del matrimonio. Y pueden
decirle que lo que importa es el balance total y no el déficit de ese momento. Cada
progenitor espera salir adelante.
Esa fue la esencia del tan recordado e importante mensaje del padre de Gary
Por favor, tenga siempre presente que un padre no debe criticar al otro Todo lo
contrario. Debe dejar sus historias personales para proteger al niño y que éste no
sienta que debe tomar partido o que hay dos bandos. Tampoco hay que decirle al
niño que mamá y papá se quedan juntos para protegerlo a él y a sus hermanos. Un
sacrificio así no es un regalo. Se le estaría dando al niño una dolorosa y pesada
carga: pensar que es responsable de los años de infelicidad de sus padres desde el
momento en que nació.
Aquí debo mencionar que la regla de conducta de "no criticar" que se les da a los
padres después del divorcio (por ejemplo, si no pelean delante de los niños
evitarán
un daño mayor) es un buen consejo aunque insuficiente. Esto ayuda a que los
niños no vean a sus padres actuando como marionetas en un show. Pero pelear y
tomar partido después del divorcio es totalmente distinto de pelear y tomar partido
dentro de un matrimonio intacto. Después de un divorcio, los desacuerdos son
normales y esperados. El matrimonio terminó y uno se separó debido a serias
diferencias. La gente tiene que tratar de llevarse bien, pero las tensiones son
inevitables. Y el niño tiene derecho a saber por qué se divorciaron sus padres. En
un matrimonio intacto, los desacuerdos también son normales, pero la estructura
del matrimonio los contiene y los hace sentir seguros. Las discusiones tienen un
principio, un medio y un fin, porque el objetivo más importante es proteger el
matrimonio. Una parte esencial de la educación del niño es aprender que las
discusiones se pueden resolver sin amenazar la integridad de la familia.
Al ser honesto con su hijo, el padre de Gary le presentó la imagen de un
adulto íntegro que luchó en una relación infeliz y tomó la decisión de permanecer
en
el matrimonio por el amor a su esposa y el compromiso con sus hijos. Transmite una
visión del mundo en la cual los valores de la honestidad, la paciencia, el trabajo
en
los problemas de la vida, el amor y la lealtad brillan como faros. Gary tuvo una
doble
bendición. Se le ofreció una imagen sincera de un matrimonio en crisis, aunque
mezclada con aflicción y alegría. Y se le ofreció el modelo de un padre que se
esfuerza por proteger a sus hijos y a su esposa a pesar de sus serias desilusiones.
Esto es valentía. No se niega el problema, no se cubren con azúcar las crisis
recurrentes. Él se colocóa nivel del niño de un modo inolvidable.
Cuando uno de los padres (o a veces ambos) no puede mantener su adultez
y renuncia a la responsabilidad de proteger al niño, éste es expuesto a serios
riesgos. Esto puede suceder tanto en familias intactas como divorciadas. El
ambiente dentro de muchos matrimonios intactos no es muy diferente del de
muchas familias divorciadas que he visto: un adulto tratando de que los niños sean
sus aliados contra el otro. Al igual que en las familias divorciadas, los niños
advierten la injusticia de los agravios y se vuelven en contra del acusador. Las
acusaciones infundadas se convierten en formas de autocorrección cuando el niño
madura. El peligro principal es que a los niños no se les brindó una brújula moral
con
la cual timonear los problemas en sus propios matrimonios. Se les brinda una
imagen distorsionada de la naturaleza de la relación hombre-mujer y la
responsabilidad de un padre hacia sus hijos. Sabemos que esto sucede después
del divorcio, pero también es común en familias intactas. He visto muchas en mi
experiencia clínica. Cuando surgen las tensiones, la necesidad de una víctima
propiciatoria es muy intensa.

LA DECISIÓN DE DIVORCIARSE: DECÍRSELO A LOS NIÑOS

Ahora formulemos una pregunta crítica. Supongamos que usted decide terminar
con su matrimonio. Tomando al padre de Gary como modelo de un buen padre que
comprende cómo hablarles a sus hijos sobre temas muy dolorosos, ¿cómo
actuaría? Aquí también existen cosas que sí y cosas que no se deben hacer, pero
no se tienen en cuenta porque los padres no están bien informados, o están
demasiado abrumados por las demandas de la vida en el momento de la
separación. Lo que sucede es que llegaron a un punto sin retorno en un matrimonio
que ya les resulta intolerable. La situación nunca va a mejorar. Las historias
individuales varían. El divorcio cuando uno es joven es diferente del divorcio
después de haber compartido la mitad de la vida juntos. Pero la mayoría de las
separaciones refleja un sueño frustrado por profundas desilusiones, el sufrimiento
en la relación y el fin de la esperanza en un futuro mejor. La mayoría de las
veces,
las personas con hijos dan este paso con renuencia. Muchas lo dan después de
intensos conflictos personales. Es una decisión aterradora porque no hay vuelta
atrás.
Pero por más que las parejas divorciadas quieran mantener limpia la pizarra
como padres no pueden hacerlo. Los niños son un legado permanente del
matrimonio. Para ellos, la responsabilidad de ser padres es más grande que
antes. Los niños tienen derecho a saber por qué sus padres decidieron
divorciarse y qué cambios se producirán. Esto es lo que llevarán con ellos
mientras crezcan, elaborando y reelaborando cada matiz de cada mensaje que se
les envía. En cada etapa del desarrollo, los niños del divorcio vuelven a evaluar
su
comprensión del divorcio. La vuelven a desmenuzar cuando son mayores y tienen
hijos y enfrentan sus crisis. Las conversaciones llevadas a cabo en forma cabal
protegerán a su hijo, como el padre de Gary protegió al suyo. Si estas discusiones
son pobres o no se producen, todo queda librado a la imaginación del niño. La
ansiedad de éste aumenta profundamente si se lo deja en la oscuridad con un
problema que es demasiado grande para que lo pueda comprender.
Lamento tener que decir que, en tantos años de trabajo con parejas divorciadas,
muy pocos padres tienen este tipo de conversaciones con sus hijos. A la mayoría de
los jóvenes no se les comenta nada sobre los conflictos de sus padres y las razones
para decidir un divorcio: ninguna explicación sobre los conflictos internos,
ninguna
mención de los disgustos, la pena y la incapacidad para seguir tolerando. Es como
si el divorcio surgiera en forma inesperada. Nadie dice una palabra. Esto significa
que el niño, en especial el de jardín de infantes, se entera del divorcio de la
manera
más traumática posible, cuando se levanta una mañana y descubre que su padre y
sus pertenencias se desvanecieron n el aire.
No tiene que ser de este modo, pero los padres divorciados necesitan tiempo y
consideración para ayudar a sus hijos. Supongamos que usted se va a divorciar.
¿Qué debe hacer? Primero reunir a los niños y decirles que ha decidido separarse,
lo que esto significa y cuándo sucederá. Sólo hable con lentitud, y tenga en cuenta
49
que ellos recordarán para siempre lo que les está diciendo. También recordarán lo
que no les dice. Elija un momento de tranquilidad, cuando usted y los niños tengan
bastante tiempo, es decir no cuando la tarea escolar está pendiente o cuando esté
por salir de viaje a la mañana siguiente. Apague el televisor y la computadora y
aclare que estará en casa durante el resto del día y de la noche. Explíqueles por
qué
está sucediendo esto, y lo mucho que ambos lo lamentan por ustedes y por ellos.
Dígales que cuando se casaron se amaban y esperaban compartir el resto de sus
vidas. Hábleles acerca del sueño que tenían cuando se casaron y lo felices que
fueron cuando nacieron los niños. ¿Por qué? Porque quiere que los niños sientan
que nacieron en una familia cariñosa y que fueron deseados, y no el fruto de un
disgusto ni sobras de un matrimonio que nadie quería. Hábleles de su autoestima y
tenga presente que está hablando sobre la relación de un hombre y una mujer que
formará sus vidas. Si recurrió a un terapeuta, sacerdote o rabino en busca de
ayuda,
dígalo. No se desprecien ni actúen como víctimas. Como usted y su pareja no
pueden lograr que el matrimonio funcione, y las cosas entre ustedes sólo pueden
empeorar, diga que decidieron divorciarse por el bienestar de todos. Usted no
quiere que crezcan con una imagen equivocada de lo que es el matrimonio. No
quiere vivir una mentira ni engañarlos para que piensen que su matrimonio
fracasado es lo mejor que esta unión puede brindar. No es así.
Luego pregunte qué saben del divorcio y sobre las experiencias de sus amigos.
Déjelos hablar. Permítales que expresen su preocupación acerca de perder a los
padres, sus ideas sobre tener que ir a un hogar adoptivo o sobre los niños que no
tienen fondos para ir a la universidad. Quizá tengan mucha mala información y ésta
es una oportunidad para corregirlos amablemente. Algunos niños permanecerán en
absoluto silencio. Trate de ayudarlos para que manifiesten sus temores. Después
de todo usted los conoce bien. Recuerde que hablen o no, todos los niños estarán
pensando en el futuro. Todos estarán preocupados, algunos en forma real, otros en
forma exagerada. Tenga en cuenta que en sus mentes no hay espacios vacíos. Aun
cuando digan "no lo sé", tienen ideas demasiado aterradoras para articular. Tenga
en cuenta que intentarán protegerlo por todos los medios, que están tan
preocupados por usted como usted por ellos, y que le mentirán alegremente si
creen que eso lo consolará.
Luego explíqueles qué planes tiene y pídales una respuesta y un aporte.
Asegúrese de brindarles verdaderas opciones. Lo peor es cuando se sienten
objetos inanimados que van a ser repartidos entre dos hogares. Esta sensación de
no tener elección puede llevar a una combinación de disgusto e impotencia que
tiene efectos a largo plazo sobre su iniciativa en otros momentos de sus vidas.
Explíqueles con tranquilidad que los adultos que se divorcian continúan queriendo y
cuidando a sus hijos hasta que hayan crecido. Hable de los planes buenos y lo que
harán juntos. Pero no se descuide. Prepare otra reunión para discutir planes
futuros
después de que cada uno haya tenido la posibilidad de pensar al respecto, y así
podrán explorar juntos lo que es posible.
Lo más importante es que les diga a sus hijos que el divorcio es muy triste
para
ambos y que lo sienten mucho. Tenga en cuenta que éste es uno de los días más
tristes en la vida de cualquier niño y nada evitará que tenga que enfrentarlo.
Explíqueles que por un tiempo las cosas estarán alteradas, pero prométales
mantenerlos informados. Termine diciendo lo mucho que deben ayudarse unos a
otros. Hable sobre la valentía, que todos deben tratar de no ser caprichosos, pero
que está bien llorar y enojarse. Todos se pueden equivocar, pero lo importante es
intentarlo.
En la siguiente reunión dígales qué está sucediendo, y cuándo se
establecerán los términos. Hable sobre los planes para el futuro y cómo los
llevará a cabo. En esta reunión, explíqueles que a veces los niños se culpan a sí
mismos. Ellos creen que son responsables de la separación y que, si no
estuvieran aquí, su mamá y su papá se llevarían bien. Explíqueles que el
problema es entre ustedes, los padres, que ellos no lo provocaron, y no lo
pueden solucionar. Asegúreles que aún son una buena parte del matrimonio.
Vuelva a contarles acerca de los planes para padres e hijos, dónde vivirán, los
cambios en los programas de los padres y de los hijos. Asegúrese de hablarles
de su preocupación por la continuidad en equipos, actividades extracurriculares y
permanecer cerca de los mejores amigos- Sea honesto sobre los desgarros y las
mudanzas. Concerté una cita para mostrarles dónde vivirán mamá y papá, y
planifiquen juntos 'a primera visita. Obviamente muchas partes de esta
conversación deberán repetirse, ya que los niños no pueden oír todo la primera o
segunda vez. Y el estilo, el lenguaje y la oportunidad deberán adaptarse a la
edad y capacidad de comprensión del niño.
¿Qué logrará? Al igual que el padre de Gary, estará brindando un ejemplo de
comportamiento moral en el que todos los miembros de la familia reciben igual
consideración. Si usted y su esposo/a expresan su pena, los niños no se sentirán
obligados a disimular su disgusto y su temor. Aprenderán que se puede confiar en
que los padres en crisis no desaparecerán, sino que estarán disponibles como
antes, quizá más. Sentirán que sus intereses y sus preocupaciones no fueron
olvidados, y habrán recibido permiso de ambos para quererlos a los dos, para
enojarse y para llorar.
¿Ésta o cualquier otra intervención podrá contrarrestar los efectos del
divorcio o
los años transcurridos en un matrimonio con problemas? Por supuesto que no. Pero
aplacará los temores, el sufrimiento y la soledad de los niños durante la crisis.
Establecerá el escenario para una nueva relación en la cual los padres protegen a
sus hijos, trasmitiéndoles que continúan al mando, que los niños siguen estando
protegidos, que los padres han tomado una decisión muy difícil y se responsabilizan
de ella, y que nadie en esta familia es una víctima de la mala suerte o del
comportamiento de un progenitor malvado.
Tanto los padres que deciden permanecer juntos en un matrimonio con
problemas, como los que deciden divorciarse, deberán transmitir al niño que
escucha lo mucho que valoran el matrimonio y la familia. En ambas circunstancias,
habrán demostrado su capacidad para enfrentar con honestidad y valentía los
problemas de la vida, y compartirán el sabio concepto de que las relaciones
humanas son amargas y dulces a la vez. Y lo más importante es que le habrán
aclarado al niño y futuro adulto qué es una familia. Todos nosotros necesitamos
valor y voluntad para continuar intentándolo.
¿Todos los padres divorciados son capaces de esto? Por supuesto que no.
Nadie sabe mejor que yo lo difícil que les resulta esta tarea a personas enojadas,
infelices e incluso atormentadas. Sin embargo, siempre me sorprende ver lo mucho
que los padres están dispuestos a hacer si están convencidos de que es por el bien
de sus hijos. No tengo dudas de que muchos padres pueden tener conversaciones
honestas con sus hijos, ya sea que decidan irse o continuar en un matrimonio con
problemas.

¿IRSE O QUEDARSE?

51
—¿Crees que tus padres hicieron lo correcto permaneciendo juntos o debieron
divorciarse? ¿Habría sido diferente para ti? —Ésa es una buena pregunta.
—¿Quieres decir que nunca lo pensaste?
—En realidad sí. Para mí es definitivamente mejor que hayan permanecido
juntos. Pero eso es porque fueron padres maravillosos. Mi hermano, mi hermana y
yo tuvimos un buen hogar. Nunca dudamos de que nos querían. En verdad nunca
sabré si papá fue infiel. Mi mamá se sentía sola, y yo probablemente deprimido,
pero ella continuó interesándose por nosotros, nuestras tareas escolares y nuestras
actividades. Nunca dudamos de que iríamos a la universidad con suficiente apoyo
financiero. En otras palabras, nuestro mundo estaba protegido. Pero si se hubieran
separado, apuesto a que mi padre se habría vuelto a casar enseguida. Y quizás
hubiera tenido un par de niños. Nos habríamos separado en forma definitiva.
—¿Cómo?
—Pienso que si mi padre hubiera tenido una nueva esposa e hijos, no me habría
prestado tanta atención. Dudo que mi madre se hubiera vuelto a casar aunque,
¿quién sabe? Quizás hubiera sido más feliz con otro hombre. Por lo tanto, para
responder su pregunta creo que para mi hermano, mi hermana y para mí fue mejor
tener un lugar estable y buenos padres, aunque ellos se hayan perdido algunas
cosas buenas de la vida. Sé que es egoísta de mi parte.
—¿Por qué dices eso?
—Porque no sé lo infelices que fueron mis padres o si tuvieron remordimientos.
Después de todo, en la vida hay muchas otras cosas además de los hijos. Me
hubiera gustado verlos más felices con sus vidas. Ahora que soy adulto lo lamento
mucho por ellos.
Gary puntualizó una importante distinción entre los intereses opuestos de
padres e hijos en matrimonios infelices. Cuando las personas permanecen juntas o
deciden separarse, ¿qué ganan o pierden los hijos, y qué gana o pierde cada uno
de los padres? Éstas no son preguntas abstractas. Tienen un significado distinto
para cada familia, y dependen de una variedad de circunstancias. Si la paternidad
fue mala, el hogar tambalea, y el matrimonio es infeliz, ninguno de los integrantes
puede mantener el statu quo. La única forma en que se puede ayudar a los niños es
si uno de los padres usa el divorcio para reconstruir su vida en un buen hogar, y
les
brinda a los hijos el modelo de alguien que tiene la, valentía de buscar una vida
mejor. Pero si la paternidad fue buena, como en la familia de Gary, los hijos
tienen
mucho que perder con el divorcio, y están mucho mejor si los .padres infelices
permanecen casados y aprenden a aceptar sus desilusiones mutuas. De manera
ideal, los padres encontrarán una forma de emparchar su relación para mantener
una buena paternidad. Si los hijos pudieran votar, casi todos lo harían a favor de
mantener el
matrimonio de sus padres.
¿Qué ganan o pierden éstos al divorciarse o al permanecer infelizmente casados?
Nadie de afuera puede decirles qué hacer. Ésta es una de las decisiones más
importantes que una persona debe realizar. Nadie tiene el derecho de decirle a una
mujer infeliz que desista de su oportunidad al amor y a la plenitud sexual porque
la
maternidad es más importante, y nadie tiene el derecho moral de decirle a un
hombre que vive con una mujer que lo menosprecia y le rompe el corazón que
permanezca casado porque sus hijos lo necesitan en sus vidas diarias. Pero sí
podemos contarles a hombres y mujeres lo exigente que será la paternidad en la
familia divorciada. Podemos documentar que para muchos adultos los años
posteriores al divorcio son más difíciles de lo que cualquiera puede imaginar. Las
segundas nupcias con hijos traen ventajas y nuevos problemas que exceden la
imaginación. Podemos afirmar que la paternidad requiere mucho más tiempo,
energía y devoción en la familia divorciada, y que deben estar preparados para
emprenderla junto con la reconstrucción de sus vidas.
La lección más importante de Gary y otros que se criaron en familias intactas
con problemas es que los hijos se sienten protegidos y relativamente contentos si
los padres son capaces de mantener una buena paternidad. Este hallazgo habla
en forma directa a los padres que están pensando en divorciarse. ¿Sus hijos
están bien a pesar de la infelicidad de sus padres?

CAPÍTULO CINCO
Cuando no hay nadie para dar el ejemplo

Cuanto más avanzaba en mi estudio de los hijos adultos y más hablaba con
ellos, más recordaba a Karen. Después de todo, ella había dado origen a todo el
proyecto con su visita a mi hogar en vísperas de su casamiento. Cuando en el otoño
de 1998 me invitaron para que fuera la principal oradora del reconocido centro de
tratamiento infantil de Chapel Hill, en Carolina del Norte, salté de alegría. Eso
me
daría una oportunidad de oro para ver a Karen, que se había establecido allí con su
esposo. Sus tarjetas de Navidad me mantuvieron al día. La boda y la luna de miel
habían sido perfectas. Seis meses después de la boda me envió una nota muy
breve: "Querida Judy ¡hasta ahora todo va bien! Cariños, Karen". Creo que reflejaba
su característica cautela sobre la duración de las cosas buenas. Su trabajo iba
bien,
su esposo Gavin había sido ascendido y se habían comprado una casa. Al año
siguiente me escribió para contarme que estaba embarazada. Y la última tarjeta
contenía una fotografía de su hija Maya, que ahora cumpliría dos años. Karen
también incluyó unas líneas sobre su decisión de renunciar a su trabajo de tiempo
completo y cuánto le había costado el cambio.
Conduje hasta la casa de Karen con la cabeza llena de interrogantes,
preguntas que sólo se podían formular después de haber visto el desarrollo de su
vida durante un cuarto de siglo. ¿Qué sucede con una niña protectora cuando
encuentra una relación saludable en la adultez? ¿Existen residuos de sus
experiencias más tempranas? ¿Pudo liberarse de su rol? ¿El temor que sentía
Karen a ser traicionada habría afectado a su matrimonio? ¿Aprendió a ser más
alegre y menos seria, o su proceder grave se había convertido en un aspecto
permanente de su personalidad? Tenía especial interés en ver a Karen como
mamá. Para ser honesta, estaba sorprendida por su decisión de haber tenido un
niño tan pronto después de su matrimonio. Después de todo, había pasado
muchos años de su vida criando los hijos de su madre.
En cuanto entré en el sendero para coches, Karen salió corriendo a recibirme.
Estaba distinta: más asentada, un poco más pesada, todavía bellísima. Usaba un
pantalón de jean y un suéter verde suelto, y llevaba una niñita rubia apoyada en la
cadera derecha. Nos abrazamos y luego Karen señaló un enorme arco con su
brazo libre. —Mira esto. ¿Puedes creerlo?

53
"Esto" era una casa estilo campestre con tres dormitorios, un gran patio
adelante, árboles añejos, hamacas y un garaje para dos automóviles, lleno de
bicicletas, equipos de camping y otros elementos de una familia que disfruta de la
vida al aire libre, además de un jardín espectacular.
Cuando expresé mi admiración por las hermosas flores, Karen sonrió.
—Estoy contenta de haber heredado eso de mi madre. Ella me dio la habilidad
para el jardín. —Un poco después de haber acostado a Maya a dormir una siesta,
me comentó: —Espero, en realidad rezo todos los días, que esto sea lo único que
haya heredado de mi madre. Todos los días mientras crecía me decía: "No quiero
parecerme a mi madre, no quiero pensar como mi madre, no quiero estar enojada
como mi madre". —Sonrió. —Creo que eso también vale para mi padre. Siempre
encontraba a una mujer que se ocupara de él.
—Al parecer estuviste pensando mucho en tus padres.
—Es gracioso, Judy. No esperaba esto, pero después de casada pienso todo el
tiempo en ellos. No comenzó el día de mi boda, pero casi inmediatamente después,
incluso en nuestra luna de miel, era como si partes de ellos aparecieran en mi
cabeza.
—¿Qué estás pensando?
—Bueno, me preocupa que cuando se casaron se amaban. Parecían el uno para
el otro. Y luego, por razones que nunca comprenderé, el matrimonio se fue al
diablo.
—El rostro de Karen reflejaba su frustración. —Nunca comprendí por qué
se-divorciaron. Nunca se les ocurrió discutir lo que sucedió con ninguno de
nosotros. Nada tiene sentido. Tengo treinta y ocho años y aún me resulta
incomprensible. ¿Para quién fue el divorcio? Tengo amigos cuyos padres se
divorciaron y ninguno de nosotros comprende por qué. Todos se encogen de
hombros y dicen: "Bueno, creo que nunca debieron casarse". —El tono de voz de
Karen adquirió un tinte de disgusto. —Pero el hecho es que sí se casaron y
probablemente se amaban y en algún momento las cosas cambiaron. —Se encogió
de hombros.
La reacción de Karen ante la falta de una explicación del divorcio por parte de
sus padres es comprensible. Si los padres estaban enamorados, eran el uno para el
otro y su matrimonio fracasó, ¿por qué Karen no iba a seguir sus pasos? No podía
evitar sentirse ansiosa.
El problema es que los hijos del divorcio crecen sin aprender de la experiencia
de sus
padres nada que pudiera serles útil en sus propios matrimonios, excepto que esa
unión
es una ladera resbalosa y las personas se caen de ella. Sin ninguna guía ni
historia
familiar, sus propios matrimonios comienzan sin una brújula interior que les
indique
hacia dónde dirigirse cuando surgen las dificultades. Ellos carecen del patrón
que
describí con anterioridad de cómo viven juntos un hombre y una mujer y resuelve
n sus
diferencias. Karen lo explicó de esta manera:
—No tenía ni la menor idea de cómo discutir sin entrar en pánico. Nunca vi cómo
se
hacía. Mis padres estaban siempre peleando. Mamá siempre gritaba y papá se iba. Así
era cómo resolvían las cosas, o creo que podría decir que no las resolvían. Y ahora
cuando Gavin y yo discrepamos, ya sea sobre Maya o porque pienso que trabaja
demasiado o por una decisión importante como qué debería hacer con mi trabajo, la
única solución que se me ocurre es que me va a dejar o que debo irme de aquí. Y me
aterro. Luego me recompongo y actúo como una adulta.
Le pedí a Karen que me diera un ejemplo.
—Claro. Sucedió la semana pasada. Gavin estaba tenso porque el departamento
económico tenía una reunión y le preocupaba la decisión que iba a tomar. Debería
haberme dado cuenta, pero en el momento en que estaba saliendo comencé a regañarlo
porque pasaba poco tiempo con Maya. Judy, él estalló. Se volvió y me respondió:
"Maldición, Karen, ¿nunca estás satisfecha?", y cerró la puerta con un golpe. —
Karen se
mordió el labio inferior al recordar la tensión de la situación. —Y me quedé allí
sentada,
en un estado de completo terror. Pensé: "Éste es el fin. Esto es lo que les sucedió
a mis
padres". Me avergüenza decirlo, pero fui un paso más allá. Consideré si debía
llamar a un
abogado. ¿Qué iba a hacer con nuestra cuenta bancaria conjunta? También pensé que
Gavin le pasaría una cuota para alimentos a Maya, pero probablemente a mí no me
daría
una moneda si nos divorciábamos. Me quedé paralizada y aterrorizada durante horas.
¡Entonces Gavin regresó y me dio un beso! Se había olvidado por completo de nuestra
discusión. Nunca la registró en su pantalla de radar. Se debe haber dado cuenta de
que
estaba trastornada porque me abrazó y me besó, y me dijo que me amaba más de lo que
pensó que podría amar a alguien. Y todo terminó.
—¿Con qué frecuencia sientes estos terrores? —¿Se refiere a con qué frecuencia
peleamos? Peleamos muy poco. Lo que sucede es que, cuando lo hacemos, regreso a
un lugar de mi vida en el que no deseo estar y me encapricho. Y detesto esa parte
de
mí porque es cuando me parezco a mi mamá y mi papá. Y eso me aterroriza.

EL MIEDO AL CONFLICTO
Un matrimonio sin conflictos es una utopía. Cada pareja casada debe aprender a
resolver sus diferencias de un modo que se adecué a su estilo, valores y a la
relación en
particular. Éste es el mayor desafío de los matrimonios modernos. Las discusiones
ya
no las resuelve el padre que sabe más, un consejo de mayores o la tradición
familiar.
Las mujeres tienen el mismo poder y no todas las diferencias pueden negociarse,
mediarse y resolver por turnos. Si él no quiere hijos, y ella quiere uno, no se
puede tener
medio hijo. Y no se puede dejar de lado el conflicto. Alguien tiene que prevalecer
o hay
que encontrar la manera de llegar a un acuerdo. Usted no puede vivir en la ciudad
donde
él nació en California, y en Boston, y compartir la misma casa. Tampoco es una
solución
vivir a mitad de camino en Chicago. Debe considerar el asunto con equidad, contene
r el

55
disgusto y la desilusión posteriores, y resolverlo pacíficamente para mantener el
matrimonio. Y debe enfrentar el hecho de que este conflicto u otro reaparecerá. Es
un
proceso continuo y desafiante que puede ser la clave de un buen matrimonio o el cam
ino
hacia el divorcio.
Aprendemos lo más importante sobre los conflictos en casa, mientras crecemos.
Todos los días, los niños observan cómo se resuelven o no las diferencias y
disgustos en
el seno de sus familias. Las lecciones son constantes, profundas, permanentes.
Todos
los adultos traen experiencias de la niñez y la adolescencia que los guían para
saber
cómo manejar los conflictos en sus relaciones más cercanas en el hogar, en el
trabajo o
en cualquier otro lugar. Ésta es una lucha de nunca acabar ya que todas las
relaciones
íntimas (entre amigos, compañeros de trabajo o de recreación, padres e hijos o
amantes)
llevan consigo las semillas de conflictos repetidos. Éstos se deben resolver o la
relación
estará en peligro.
Los hijos del divorcio tienen problemas con los conflictos porque crecieron en
hogares
donde las discusiones importantes no se resolvieron sino que terminaron en derrota.
El
conflicto evoca recuerdos dolorosos y sentimientos de terror de tiempo atrás. Las
peleas
que ellos recuerdan no son las que se resolvieron, sino aquellas que no se pudieron
controlar, aumentaron y explotaron. El pánico de Karen después del reproche de su
esposo es típico de cómo pueden reaccionar los adultos que fueron hijos del
divorcio ante
simples desacuerdos. Para ellos cualquier conflicto significa peligro, un demonio
que
amenaza con desgarrar el tejido de la vida familiar, destruir su matrimonio y
romper sus
corazones.
Debido a que los hijos del divorcio no saben cómo negociar bien los conflictos,
muchos de ellos recurren a las peores soluciones cuando surgen problemas. Por
ejemplo, algunos ocultan sus sentimientos, quejas o diferencias hasta que su
disgusto
explota hasta las nubes. Otros lloran y se inmovilizan, se retraen o se van a la
habitación
de al lado y cierran la puerta. Pero la tendencia más común es huir ante el primer
desacuerdo serio y luchar contra demonios inconscientes. Esto se debe a que desde
la
perspectiva del hijo del divorcio cualquier discusión puede ser el primer paso de
una
cadena inevitable de conflictos que destruirá el matrimonio. Lo más fácil es huir.
Una
mujer de treinta y dos años abandonó su matrimonio cuando llegó a la conclusión de
que
su esposo le daba prioridad a los deseos de su hija de un matrimonio anterior. No
trató de
discutir la situación antes de huir. Aunque estaba contenta con su matrimonio y con
el
esposo, no se detuvo a pensar que la niña era una adolescente y pronto se iría de
la casa.
Cuando le pregunté al respecto, se encogió de hombros: "Estoy acostumbrada a que me
dejen de lado. No vale la pena esforzarse. Ya me voy a arreglar". Luego me confesó:
"Cuando preparé las valijas me di cuenta de que no tenía adonde ir".
Esta clase de comportamiento desconcierta a esposos como Gavin, quienes se
criaron en familias intactas. Las batallas menores y mayores de los matrimonios de
sus
padres fueron desagradables, pero no aterradoras. Las peleas, en su mente, no
amenazan el matrimonio. Son tormentas, pero no huracanes. Los Gavin de este mundo
no disfrutan de los conflictos, pero controlan su ansiedad al comprender que los
matrimonios no surgen por generación espontánea. Resolver diferencias y recuperarse
de disgustos y heridas son necesarios para que crezca. Ellos presenciaron crisis
familiares y vieron a sus padres enfrentar serios problemas y sobrevivir.
Comprenden
que el matrimonio requiere dedicación y trabajo duro. Esperan picos altos y bajos.
Y
aguardan que dos personas que se aman enfrenten racionalmente los conflictos y los
resuelvan. Cuando su compañero —que es un hijo del divorcio— se aterroriza ante la
menor discusión, como la que describió Karen, o una amenaza de abandono, su
reacción
es de completa perplejidad.
¿Qué deben hacer las personas en esta situación? Tienen que aprender a
reconocer las tormentas y comprender que uno de los integrantes de la pareja puede
resultar seriamente atemorizado. El objetivo es mantener la relación, no ganar la
pelea.
El instinto de Gavin estuvo acertado cuando regresó a casa, y al ver a Karen
aterrorizada la abrazó y le dijo lo mucho que la amaba. A veces es útil alejarse
del
problema y pasar un tiempo afuera. Tal como aprendí en mis investigaciones de
matrimonios exitosos, también resulta útil tener reglas para manejar las
diferencias.
Una sumamente útil es no acostarse enojados. Esto no significa que el problema se
va
a resolver. Significa que las pasiones se enfriarán y no continuarán al día
siguiente.
Existen otras reglas útiles. Por ejemplo, todas las ofensas se deben manifestar
dentro
de las veinticuatro horas. O se convertirán en historia. Nunca pelear delante de
los
niños. No guardar viejas ofensas, resolverlas aquí y ahora. Esto es especialmente
útil
para los hijos del divorcio. Enfádese si debe. Arroje cosas si tiene que hacerlo.
Pero no
abandone la escena. Los problemas matrimoniales se deben resolver, no posponer ni
evitar. Alejarse es inaceptable. Las reglas son útiles para cada matrimonio, pero
son
esenciales en un matrimonio con hijos del divorcio ya que les permiten enojarse y
disentir. Esto también les autoriza a ser honestos y sentirse seguros en el amor.

FELICES PARA SIEMPRE DESPUÉS DEL MATRIMONIO

Mientras Karen servía el té, le pedí:


—Cuéntame sobre Gavin. ¿Cómo es él? —Quería saber más acerca de la clase de
hombres que podían ser buenos esposos para las mujeres de mi estudio sobre el
divorcio.
—Bueno, por empezar, lo amo mucho. Es un hombre generoso. Y finalmente creo que
quiere hacerme feliz y que su felicidad depende de sentir que lo está haciendo. Soy
feliz y
formamos una buena pareja. Cuando pienso en nuestro matrimonio, comprendo que me
hace sentir segura. Quizás eso es más precioso para mí que para otros porque yo no
lo
esperaba.
Karen me contó más sobre la familia de Gavin. Sus padres están felizmente
casados,
viven en la misma casa donde se crió Gavin y disfrutan de buena salud. Adoran a
Maya.
Las reuniones familiares de Navidad están llenas de risas y diversión. Para Karen
es
importante formar parte de una familia así, como si su magia las hubiera limpiado a
ella y
a su hija.
Karen no podía haberme dado mejores noticias. Su sólido matrimonio es un
triunfo, y
debería ayudar a aliviar algunos de los temores sobre los efectos del divorcio a
largo
plazo. Después de andar sin rumbo su camino a los veinte años, "lo logró". Ella y
Gavin
disfrutan de una relación estable y amorosa, una hija dulce y un promisorio futuro.
Sin
duda son una historia exitosa de nuestro tiempo.
En nuestro estudio, a los veinticinco años, el 60% de los adultos que
entrevistamos se
había casado. La mitad de ellos lo hizo cuando tenía veinte años; sólo algunos lo
hicieron
a fines de su adolescencia'. Como veremos en el capítulo 14, muchos de estos
matrimonios estaban sentenciados al fracaso desde el principio. Una gran cantidad

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terminó en divorcio, mientras que otros continúan en una gran infelicidad, sin
esperanzas
de cambio. Más adelante hablaremos más sobre esto.
Por ahora quiero ocuparme de adultos como Karen que han ingresado en lo que al
parecer son buenos matrimonios un poco más tarde. Muchos de estos treintañeros
concurrieron a una rígida escuela de relaciones. Algunos tuvieron primeras nupcias
muy
breves, que terminaron en fracaso; o vivieron con otra persona o una cantidad de
personas entre los veinte y los treinta años. Otros tuvieron muchos amoríos de una
noche. Algunos sufrieron el rechazo de un amante, y durante años se sintieron
demasiado desilusionadas como para intentarlo otra vez. Luego, con pasos vacilantes
aunque valientes, cada uno de estos hijos del divorcio encontró alguien a quien
amar, en
quien confiar y a quien apreciar.
Es muy pronto para decir cuántos de estos matrimonios buenos y tardíos durarán.
La
mayoría hace pocos años que están juntos y, al igual que todos los matrimonios, no
son
inmunes a las contiendas. Algunos fueron vacilantes y ya están separados. Pero en
las
entrevistas a los veinticinco años vi muchas parejas felices que se amaban el uno
al otro,
y que vencieron los temores que los acosaban los primeros días de sus relaciones.
Una
de las razones por las que seleccioné a Karen como el personaje principal de este
libro es
que su historia ilustra el camino tortuoso que muchos siguieron antes de lograr un
espléndido matrimonio. Sus sentimientos mezclados de triunfo e incredulidad son
emblemáticos de muchos de su generación.
¿Qué es lo que distingue a esta gente felizmente casada? Después de años de
experimentos adquirieron el criterio para elegir una pareja con cuidado y
prudencia. Y
luego tuvieron la valentía de persuadir a esa persona para contraer un compromiso a
largo plazo. Éste fue un gran logro que refleja una mayor madurez y un aumento de
la
autoestima. Cuando estos mismos hombres y mujeres entraron en la década de sus
veinte años, la mayoría se sintió aterrorizada de estar sola: un sentimiento
directamente
relacionado con su temor a ser abandonados o perdidos durante el desorden de la
separación y el divorcio de sus padres. Pero, como todo joven debe aprender, el
mejor
modo de rechazar a un amante inadecuado es ser capaz de estar solo. Ésta es una
lección dura para cualquiera, pero es especialmente difícil para los hijos del
divorcio.
Varias mujeres del estudio me manifestaron su primer avance en terapia: por fin
pudieron ir a una fiesta y regresar solas a casa sin aterrorizarse. También
pudieron
aflojar los lazos con sus padres. En lugar de correr a casa para que sus mamas y
sus
papas los ayudaran a enfrentar cada pequeña crisis de la vida, fueron capaces de
separarse emocionalmente. Sólo así pudieron abandonar la expectativa de que estaban
sentenciados a compartir el destino de sus padres. Al separarse, se liberaron para
buscar un matrimonio mejor del que habían tenido sus padres. A esto también
contribuyó
el hecho de que a muchos de estos jóvenes les estaba yendo bien en sus carreras y
en
otras áreas de sus vidas. Aprendieron que en realidad podían confiar en ellos
mismos
para obtener lo que deseaban.
La historia de Karen muestra todo esto con detalles conmovedores. Durante la
mayor
parte de su niñez y su vida joven se negó a considerar sus propias necesidades. Se
hizo
cargo de sus padres, hermanos y un amante que la desilusionó todos los días. Luego,
en
un acto de suprema valentía, rompió con todos ellos y comenzó su camino hacia la
independencia y la autovaloración. Una vez que tuvo esta nueva base, Karen fue
capaz
de llamar a un joven atractivo pocos días después de haberlo conocido y abrir la
puerta a
una relación. Sonrió muy feliz y me comentó: "Finalmente descubrí lo que quería". Y
como muchos otros, agregó: "Decidí arriesgarme". Este triunfo sobre sus temores fue
la
clave del éxito de Karen cuando pasó los treinta. Y fue capaz de apostar porque
comprendió que sus posibilidades de éxito eran bastante buenas. Ya no estaba
preocupada, y así pudo arriesgarse al amor y al compromiso.
Los niños criados en familias intactas también mantienen relaciones
experimentales
para pulir su juicio y poder elegir una pareja de vida. Pero ingresan en estas
relaciones
tempranas sin que el temor al fracaso les muerda los talones. Aunque la conducta
exterior de ambos grupos parezca similar, los mueven distintas expectativas. Hasta
que
puedan liberarse del pasado, las Karen de este mundo esperarán el fracaso. La mayor
parte de los que crecen en familias intactas esperan tener éxito.
Me sorprendió ver que una vez que los niños del divorcio pueden dejar de lado
sus
temores y elegir una pareja para sus vidas, a menudo buscan parejas que hayan
crecido
en familias intactas estables. Ésta era una prioridad en sus noviazgos. Al par ecer
el
antecedente de una familia estable brinda una sensación de seguridad al niño del
divorcio
que quiere esta seguridad junto con el amor y el compromiso. Ellos comentan con
orgullo:
"Él viene sin equipaje. No hubo divorcios en su familia desde hace generaciones".
O: "Ella
es una roca. Compensa todo lo que no me dieron mis padres. Estaba buscando una
mujer de una familia intacta estable y la encontré". Estos hijos del divorcio
tienden a
cultivar estrechos lazos con las familias de sus parejas y se distancian de sus
propios
padres, de modo que sus hijos pueden compartir la sensación de estabilidad y
seguridad
que consideran tan tranquilizadora.
Quedé impresionada al ver cómo muchas mujeres del estudio encontraron esposos
amables y cariñosos, que realmente las amaban, y que se adaptaron a sus conductas
impetuosas. Varias mujeres comentaron que sus esposos se sintieron amenazados por
sus caracteres impacientes y disfrutaron estableciendo límites en el matrimonio.
Marie,
que había sido transgresora cuando entró en sus veinte años, describe con detalles
esta
interacción: "Él no se dejó arrastrar por mis locuras, no me permitió manipularlo.
Las
toleró, pero siguió siendo él mismo. Para mí era un eje central. Yo bailaba a su
alrededor.
Conocía mis trucos. Hice todo lo que había hecho con otros muchachos, pero no
resultó.
Me dijo: 'Olvídalo, señorita. Estoy aquí para quedarme'. Eso sucedió hace diez
años, y
estamos casados desde entonces".
Los hombres también buscaban calma y amabilidad más que pasión en sus
esposas. Valoraban la habilidad de la mujer para crear un hogar cómodo, adecuado.
Manifestaron que querían una mujer de la cual pudieran depender. Al ser mayores
eran
más conscientes de cómo manejar el carácter de una mujer y cómo reparar una
relación si era necesario. Varios hablaron de sus esposas en términos románticos,
y
describieron su belleza y sus cualidades de protectoras. Pero también mencionaron
sus
largas jornadas de trabajo y su preocupación de que sus esposas pudieran sentirse
solas.
Estaban preocupados por la posibilidad de perder su amor y fidelidad. La
tensión
subyacente era más un residuo del divorcio de sus padres que una realidad. Los
hombres
estaban ansiosos por ser buenos esposos, se esforzaban por complacer a sus parejas,
y
se sintieron bendecidos por la buena fortuna cuando percibieron que eran amados.

ESPERANDO EL OTRO ZAPATO

Hasta en los matrimonios tan cariñosos como el de Karen existen residuos del
divorcio. Discutimos su problema al referirnos al manejo de los conflictos, pero
ahora e lla

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describía otro:
—Cada vez que Gavin llega tarde, por una reunión en la facultad o cuando tiene
que
salir de la ciudad por un trabajo, lo primero que pienso, y me odio por eso, es que
me va a
dejar. Que en verdad no me quiere.
—¿Es como cuando se dice que uno está esperando que caiga el otro zapato?
Karen hizo una mueca.
—Si me estás preguntando si aún estoy preocupada, la respuesta es sí, aunque
estoy
casada con un hombre que realmente me ama. Por fin acepté que mis temores no
desaparecerán. Es como si estuvieran grabados en mi cabeza. Ya no son tan potentes
como eran antes, y Gavin trata de enseñarme a que me ría de ellos. —Tenía una
expresión muy seria. —Funciona por un tiempo.
La historia de Karen es fascinante porque ilustra cómo aun los matrimonios
felices
llevan un residuo del pasado que puede aparecer en el presente en cualquier
momento. Los disparadores pueden ser una ausencia inesperada, una discusión
moderada o un incidente de disgusto. La hija del divorcio piensa: "Éste es el otro
zapato que cae.
Aquí viene. Siempre supe que no podría durar. El hombre se fue. El matrimonio se
terminó. Estoy sola y abandonada, como siempre supe que estaría".
La lógica de Karen es impecable: si uno teme a la pérdida, entonces sólo está
seguro
cuando no tiene nada que perder. Pero si uno tiene un matrimonio feliz, un esposo
amoroso, una hermosa hija, entonces está en peligro. Una mujer joven lo expuso de
un
modo muy sencillo: "No importa cuánto ame a alguien, cuánto confíe en él, lo bueno
y
confiable que sea, hay algo en mí que me dice que no se quedará. Nunca lo voy a
creer".
Muchos hijos del divorcio ya mayores me preguntan: ¿Por qué siento así? ¿Por
qué
tengo tantos problemas para encontrar a alguien que me ame y en quien confiar? ¿Qué
sucede conmigo? ¿Por qué me preocupa tanto el cambio? ¿Por qué tengo tanto miedo a
la pérdida? Si mi esposa se retrasa treinta minutos, me pregunto con quién está.
¿Por
qué si mi esposo se retrasa me aterrorizo y pienso que no lo volveré a ver? ¿Por
qué
intimar con alguien a quien quiero y tener sexo parece tan aterrador?
Todas las semanas recibo muchas cartas de todo el país con los mismos
interrogantes
sobre el divorcio. Una que llegó ayer es típica: "Querida Dra. Wallerstein, soy una
hija del
divorcio. Tengo treinta y nueve años, un esposo amoroso y dos maravillosos hijos.
Sin
embargo, todas las noches me acuesto pensando que cuando despierte a la mañana
siguiente se habrán ido. ¿Puede ayudarme?".
Creo que puedo. La frase clave que todos utilizan es "soy un hijo del
divorcio". La
escucho repetidas veces cuando hablo con gente de treinta, cuarenta e incluso
sesenta.
¿Qué significa exactamente? El divorcio en la infancia crea una identidad duradera.
El
divorcio deja una marca permanente ya que, por lo general, ocurre cuando un niño es
pequeño e impresionable, y los efectos perduran durante sus años de crecimiento.
Esa
identidad está formada por los temores de la infancia de los que no se pueden
deshacer a
pesar de todos los éxitos y logros que se hayan alcanzado como adulto.
Éstas son las consecuencias del patrón roto del que hablamos con anterioridad.
Eran
niños pequeños cuando sus padres se separaron y se asustaron mucho, más de lo que
esperaban. Cuando la familia se dividió, sintieron que se partían por la mitad.
Cuando uno
de los padres se fue, sintieron que no había nada en qué confiar. Y se dijeron que
nunca
se abrirían a la misma clase de riesgos. Permanecerían alejados del amor. O se
involucrarían con gente que no les importara, y así no saldrían lastimados. De
cualquier
modo, no aman y no se comprometen. No confiarán en nadie ya que no pudieron hacerlo
con sus padres. No se meterán en enredos emocionales. Sus temores y la forma de
responder a ellos, que es eminentemente sensible y lógica en ese momento, se
convirtieron en una parte de su carácter y permanecen con ellos hasta ahora.
Hay más. Algunos tomaron otro camino. Como sus sentimientos eran tan
dolorosos, los sepultaron. Como eran niños se convencieron de que no sentían.
Los
sentimientos hieren, se dijeron. Así que decidieron no temerlos. Funcionó
durante
muchos años. Buenas o malas noticias, permanecieron invulnerables.
Y hay más aún. El divorcio desorganizó la vida de estos niños Llegó en forma
repentina, inesperada, pero comprendieron que fue ocasionado por las personas que
más querían y en las que más confiaban. Entonces llegaron a la conclusión lógica de
que
nada es estable. Puede suceder cualquier cosa, y es probable que el cambio sea para
peor. Como sus padres les aseguraron que las cosas serían mejores y no lo fueron,
ocultaron más sus sentimientos, donde se convirtieron en más poderosos. Al igual
que la
mayoría de los niños, guardaron todas estas aterradoras conclusiones para ellos
mismo
porque querían a sus padres y no querían perturbarlos. Ya tenían suficientes
preocupaciones. Y finalmente, cómo se culparon por la separación. Debieron de haber
hecho algo malo para que se separaran. Pensaron que eran el villano más poderoso
responsable del desastre familiar. Si sus padres no hubieran peleado por causa de
ellos,
si no hubieran nacido, no se habrían separado. No merecen que les sucedan cosas
buenas. No merecen amar ni que los amen.
Existe un remedio para estos sentimientos. Quizá no extingan los temores porque
están muy enraizados en su mente, pero pueden acallarlos. Hay qu e tratar de
comprender que lo que sintieron estaba bien para un niño. Eran inteligentes y
amorosos y
trataban de proteger a sus padres y a ellos mismos. No querían cargarlos con el
disgusto
o los temores así que los guardaron para ellos. Pero lo que en aquel momento era
sensato, ahora no lo es. Ahora son adultos capaces de manejar todas las cosas que
los
atemorizaban cuando eran niños. Ya no están desvalidos en la noche. Por supuesto
que
el amor siempre es arriesgado. Pero no amar es peor. Confiar es siempr e riesgoso.
Pero
no todos los van a traicionar. Algunos cambios pueden provocar desastres, pero
algunas
tormentas pasan cerca y nunca llegan. Un adulto puede superar sentimientos que
abrumarían a un niño.
Existen otros remedios. Saber que no se está solo, ayuda. Se trata de uno en un
millón. Puede resultar de gran ayuda encontrarse con grupos de otros hijos del
divorcio
o buscar terapia individual. Vivir con estas inhibiciones y temores es muy serio.
Marca
profundamente la vida. Pero no tiene que ser así. Con autocomprensión, se puede
cerrar esa puerta casi en forma definitiva.

LOS HIJOS DEL DIVORCIO Y SUS HIJOS


Cuando miré por la ventana, vi a Maya con su suéter color púrpura brillante,
jugando
alegremente con otra niña. Karen siguió mi mirada y sonrió.
—Decidimos tener un hijo enseguida porque ya no soy tan joven. Tenía treinta y
cuatro
años cuando me casé y felizmente tardé un año en quedar embarazada. Ella ha sido un
encanto desde el principio. Gavin es un padre maravilloso. Hace más que la mayoría
de
los hombres que veo. Varias tardes por semana viene a casa y juega con ella. Yo
hago un
alto y a él le encanta. Para mí fue muy importante haber tenido una hija.

61
—¿Importante de algún modo en especial?
—Sí. Es como si haber tenido una hija me hubiera brindado otra oportunidad... a
mí y
a Maya. Tengo muchas expectativas para ella y se podría decir que están basadas en
lo
que yo no tuve. Quiero que tenga una infancia distinta de la mía.
—¿En qué?
—Lo que quiero es que ella no se preocupe por su mamá en la forma en que toda
mi
familia se preocupó por la mía. No quiero que ella se encargue de mí. Yo me quiero
encargar de ella. Quiero brindarle todo el amor y la seguridad que nunca tuve.
Quiero que
tenga todo lo que no tuve. Quiero que juegue. Quiero que tenga ti empo para
compartir
con sus amigos en la escuela sin tener que preocuparse por lo que está sucediendo
en
casa. Quiero que piense en cosas para sí misma. Cuando crezca quiero que recuerde
su
infancia y sepa lo que es una niña feliz.
Mientras escuchaba a Karen se me llenaron los ojos de lágrimas. Miré a esta
niña
protectora mientras hablaba en forma tan apasionada de su hija.
—Realmente pusiste todo tu corazón en la maternidad. —Sí, a decir verdad, está
ligada a
una de las decisiones más importantes de mi vida. Cuando ella nació decidí dejar mi
empleo y trabajar medio día. Quiero ocuparme personalmente de ella. Quiero estar en
mi
hogar con mi hija. No sé por cuánto tiempo, pero, por lo menos, hasta que ingrese
en la
escuela primaria. Mi carrera significa mucho para mí, pero sentí que tenía que
elegir. La
verdad es que, y debo enfrentarla, si quería quedarme y pelear por un puesto más
alto
sólo podía tomarme seis semanas de licencia después de que Maya nació, y luego
tenía
que regresar a trabajar la jornada completa. Así que decidí trabajar medio día.
—¿Podrás regresar al lugar que ocupabas? Sé lo importante que era el programa y
que lo preparaste tú misma.
—No, Judy, para mí no hay regreso. Es una decisión de vida muy importante.
Decidí
hacerlo por todo lo que quiero para Maya y por otro niño. Estoy tratando de volver
a
quedar embarazada.
—Se requiere mucha valentía para tomar esa decisión.
—Sí, seguro que sí. Fue difícil, y me dio tristeza, pero fue acertada.
Muchas de mis
amigas permanecieron en sus trabajos y respeto su decisión. Pero esto es lo que
quiero para mí. Se podría decir que también volví a tomar la decisión de
casarme.
Trabajar medio día significa que confío absolutamente en mi esposo y, como
sabes,
eso no es fácil para mí.
—¿Y cómo se sintió Gavin?
—Judy, tuve suerte. Él me dijo haz lo que te haga feliz. La mayoría de los hijos
del
divorcio medita mucho sobre la paternidad antes de tomar la decisión. En el hito de
los
veinticinco años, sólo un tercio de las personas de nuestro estudio tenía hijos 2.
Una
pequeña cantidad manifestó que estaba planeando tener hijos en el futuro, una vez
que
sus carreras estuvieran más establecidas y pudieran solventarlo. Tanto los hombres
como las mujeres estaban muy orgullosos de sus hijos e hijas. Estaban agradecidos
porque la buena suerte finalmente se hubiera cruzado en sus caminos. Todos
comentaron en forma conmovedora que el bebé tiene el poder redentor de
contrarrestar
los sufrimientos del pasado. Al tener un hijo, podían limpiar viejas películas y
rodar
nuevos episodios en los que el niño está protegido. Todos afirmaron casi al
unísono:
"Ningún hijo mío va a experimentar lo que yo tuve que soportar". La unanimidad al
decir
esto probablemente fue la afirmación más emocionante sobre su pasado. Cuando
hablaron sobre los planes para sus hijos, surgieron todos los pequeños detalles del
mundo infantil que ellos habían perdido: lecciones de natación, tiempo para andar
en
bicicleta, juegos después de la escuela. Al parecer recordaban muy bien todos los
placeres que estuvieron ausentes en su pasado y ahora adquirían una nueva
importancia
para ellos. Al evocar tantas mudanzas, querían criar a sus hijos en un hogar
estable de un
barrio seguro. Lo que más querían era que sus hijos tuvieran una infancia
protegida, que
recordaran para siempre.
Los hijos también eran bienvenidos porque, a pesar de sus propias experiencias,
tanto
las mujeres como los hombres sentían que los niños fortalecerían los lazos
maritales. Las
mujeres que habían perdido a sus padres mientras crecían atesoraban el cuidado y
los
juegos que sus esposos realizaban con sus hijos. Su anhelo por el "padre que nunca
tuvieron" desapareció en parte al ver las sonrisas en los rostros de sus hijos
cuando papá
entraba en la casa, y por las risas de los juegos.
Para las mujeres, la decisión de tener un hijo también era confusa ya que
revivía el
tema de si podrían o no confiar en sus esposos. En realidad, una quinta parte de
los
niños nació fuera del matrimonio, y ninguna de las mujeres de este grupo estuvo en
un
hogar estable ni tuvo una buena relación durante el embarazo. La mayoría de estas
madres solteras están pasando tiempos difíciles. Muy pocas encontraron parejas
estables, y no tienen trabajos bien pagos. Después de uno o dos abortos, decidieron
llevar el niño a término. La mayoría quería un bebé desde la adolescencia para
compensar su soledad. Estas mujeres hablan de sus hijos con un enorme cariño, y los
que vi estaban, muy bien cuidados, con un gran sacrificio por parte de la madre que
tenía muy poca ayuda de su familia.
Varias de las mujeres que tuvieron hijos dentro del matrimonio estaban
obsesionadas
por si debían adoptar el apellido de sus esposos o no, porque en caso de divorcio
deberían ocuparse de la mantención económica de un niño que llevara su apellido. La
decisión de algunas mujeres de renunciar a un trabajo de jornada completa también
dependía del temor a confiar en la presencia continuada de sus esposos para
sostener a
la familia. También dudaban de cuántos hijos tener. La ayoría optó por uno o dos.
Muy
pocas tuvieron tres. Cada parte de sus vidas (el amor, el matrimonio y la
maternidad)
evocaba nuevas promesas y antiguas desilusiones.
Los hombres hablaron de su deseo de convertirse en padres en el contexto de sus
relaciones. Un hombre joven me comentó: "Creo que finalmente estoy listo para ser
un
padre chocho". A diferencia de los hombres de familias intactas, no daban la
paternidad
por supuesta. Tenían muchos proyectos para sus hijos, les encantaba ser padres y
estaban muy orgullosos de sus hijos. Un hombre me dijo: "Mi mayor alegría es ver
crecer
a mis hijos, desarrollarse y superar las desilusiones que yo tuve cuando era niño.
Espero
por ellos y por mí que los efectos perjudiciales del divorcio y el dolor que
soporté de chico
terminen algún día. Y que triunfen en cosas que yo nunca fui capaz de hacer". Otro
manifestó su placer por los logros de su hijo en lo que él había fracasado cuando
era niño:
"No puedo expresar lo gratificante que es ver a Thomas realizar cosas que nunca
pude
hacer cuando era niño. Tiene cinco años, su mochila preparada, y cuando llega el
transporte escolar, sube y se va de campamento. Sin lágrimas ni vacilaciones. Yo no
podría haber hecho eso, era tan inseguro. Habría dicho no, no y no. Él no tiene
ninguno
de esos temores. Ver a mi hijo tan bien adaptado y que logra cosas que yo no pude
hacer
es lo más maravilloso que me pudo suceder".
Quizás el tener un hijo fue un elemento disuasivo del divorcio especialmente
entre
los hombres de familias divorciadas. En este estudio, muy pocos de esos hombres
se

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divorciaron3. Por ejemplo, un hombre cuya esposa lo había abandonado tenía
problemas financieros, concurría a la universidad, trabajaba toda la noche y
pagaba
todo el mantenimiento del niño. Para él era muy importante no comportarse como
su
padre, quien lo había abandonado económica y sentimentalmente cuando tenía seis
años.
La mayoría de las mujeres del estudio que se divorciaron no tenían hijos. Pero
entre
aquellas que sí los tenían y se divorciaron, todas habían dejado hombres violentos
o
adictos. La decisión no fue fácil y permanecieron en el matrimonio tanto como
pudieron.
Me comentaron con cuánto ahínco trataron de evitar el divorcio. Ninguna quería que
sus
hijos experimentaran las mismas pérdidas que ella habían tenido que soportar. En
años
anteriores estas mismas personas me habían dicho que aprobaban el divorcio "cuando
era necesario", pero la mayoría estaba contra el divorcio cuando había hijos. Sus
actitudes cambiaron cuando sintieron que ellas o sus hijos podrían resultar dañados
f ísica
o emocionalmente en el matrimonio. Varias decidieron permanecer en sus matrimonios
con problemas porque tenían niños pequeños y no querían destruir la vida de los
hijos.
En nuestras conversaciones, los padres informaron que sus hijos eran felices y
estaban bien adaptados. La mayoría aún es joven, incluyendo muchos bebés. Al
observar a los padres con sus hijos me impresionó su amabilidad y consideración.
Aquellos que eran padrastros mostraban el mismo interés por sus hijatros. Varios
comentaron que era importante tratar a todos los hijos de la familia del mismo
modo. Un
hombre con tres hijastros conversó formalmente conmigo acerca de sus serias
preocupaciones sobre las relaciones de los niños con sus padres. Quería ayudarlos a
que
no se sintieran rechazados por su padre, pues él había sido abandonado a los diez
años
por el suyo.

¿CÓMO PUEDO SER PADRE?

Dos de cada tres adultos de nuestro estudio a largo plazo decidieron no tener
hijos 4.
Los estudios nacionales revelan resultados similares. Los nacimientos disminuyen en
todas partes, pero los hijos del divorcio que deciden no tener hijos citan
específicamente
al divorcio como la razón principal. Esta gente es bastante joven y podría cambiar
de idea
si aparece la persona adecuada. Pero nuestros datos son únicos ya que estos hombres
y
mujeres nos manifiestan con claridad por qué no quieren tener hijos. "¿Niños? De
ninguna manera". Casados, divorciados o solteros, dicen cosas como: "No quiero
acunar
un bebé ni criar uno". Otros insisten en que serán malos padres o madres, así que
para
qué asumir un rol para el que no tienen interés o talento ni una buena experiencia
en su
propia infancia. Y así dicen: "¿Cómo voy a ser padre? Miren la crianza que tuve".
O: "Mi
vida es demasiado insegura para pensar en tener un hijo". Tienen poca confianza en
su
capacidad para criar un niño feliz. Otros estaban preocupados por que un hijo
pudiera
desestabilizar su matrimonio. Ninguno citó una carrera exigente como la razón para
no
tener un hijo.
Me pareció fascinante que los hijos del divorcio que querían hijos y aquellos
que no
los querían tuvieran las mismas experiencias y llegaran a distintas conclusiones.
La
gente que quiere hijos busca volver a escribir sus historias al brindar a sus hijos
lo que
ellos no tuvieron. Aquellos que no quieren hijos no tienen interés en revivir sus
historias y
encuentran poca inspiración para convertirse en padres. Al parecer dudan de poder
hacerlo mejor que sus padres y no tienen interés en intentarlo. Pero al observar su
crianza (cantidad de contacto con sus padres, niveles de apoyo, disgusto entre
padres)
hay muy pocas cosas que diferencien a estos dos grupos. Son similares excepto que
aquellos que no quieren hijos estuvieron más alejados de sus padres, ya sea porque
éstos estaban más enojados o menos involucrados. Un motivo importante, aunque
inconsciente, para tener un hijo es una especie de deseo de expresar agradecimiento
por haber sido traído al mundo, y para brindarle a los padres un nieto que es un
símbolo
de inmortalidad. Es natural que las nuevas madres presenten a sus recién nacidos a
sus
mamas y papas con un gran orgullo. Me resultó interesante que a muy pocos hijos del
divorcio parecía importarles el deseo de sus padres de convertirse en abuelos. Era
un
tema que surgía con frecuencia entre aquellos que se criaron en familias intactas.
Podría
ser natural en los niños que aún están enojados por el divorcio negarse a
brindarles este
obsequio como una forma de mantener la distancia con los padres. Si esto es verdad,
es
un triste legado de nuestra cultura del divorcio.

LA PROTECTORA ADULTA

Mientras Karen describía su vida y todo lo que le sucedió, recordé una pregunta
que
me había hecho a mí misma hacía cuatro años: ¿qué sucede con los niños protectores
cuando crecen? Los profesionales de la salud mental suponen que este rol sólo puede
ser perjudicial para el desarrollo del niño porque pierde en la escuela, en los
juegos y
sacrifica sus propios intereses por las necesidades de la familia. La respuesta es
más
complicada que eso. Sí, pierde placeres y actividades importantes de la infancia y
la
adolescencia. Pero también gana muchas cosas que le servirán a largo plazo. Después
de hablar con tantos de estos niños y observarlos cómo llegaron a la adultez, quizá
sea el
momento de revisar nuestros puntos de vista acerca de cómo afecta a las criaturas
esta
experiencia.
Muchos niños protectores se convierten en adultos admirables. Karen es una
persona
sensible, íntegra, cuyo altruismo y capacidad para la devoción leal están
enraizados en el
rol de su infancia. Sus experiencias tempranas le brindaron una correspondencia
para
con las demás personas y un elevado sentido moral que la ayudaron a lograr
relaciones
amorosas como adulta. Hablar con Karen fue fácil y gratificante ya que comprendió
mi
interés de inmediato. Su carrera se basó en la empatia y compasión de su infancia.
Karen
comprende el dar y recibir del verdadero amor y la amistad. Se liberó de ser una
mártir.
Sus relaciones ya no son sólo de ida, y espera una respuesta a sus inversiones
amorosas
en los demás. A pesar de sus dolorosas experiencias, Karen ama a sus padres y
hermanos con todo su corazón, y se convierte en adulta sabiendo que el amor impone
lealtad y sacrificio cuando es necesario. No se volvió cínica ni amarga. Nunca se
volvió
contra sus padres acusándolos de haberle robado su infancia y su adolescencia
(aunque
a veces lo sintió). Está feliz de haber hecho lo que hizo como niña y como
adolescente. Y
también está muy complacida de haberse liberado de su abnegación y su culpa, las
cuales se habían convertido en un abismo insondable. Sus experiencias como hija
sentaron las bases de su habilidad para participar de una relación amorosa con un
hombre y para ser una madre devota y sensible.
Hay niños que nunca se liberan de cuidar a sus padres, esposo u otras personas
necesitadas. En el camino de un niño protector que coloca los intereses de los
demás por
encima de los suyos existen muchas trampas peligrosas. Karen podría haber
permanecido en su desafortunado concubinato con un hombre que exigía sus servicios
y

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con sus padres necesitados. Varias niñas protectoras se casan con hombres que
dependen de protectoras, y en realidad ése es su atractivo. Karen también podría
haberse quedado sentada en casa entre las cenizas como la niña del cuento de hadas
esperando ser rescatada por un hada madrina y un príncipe. El rol de protectora
impone
la tarea de liberarse y salir porque no hay nadie que la vaya a rescatar ni ayudar.
El rol de protector es tramposo. Si se prolonga a la adolescencia, le da al
joven una
sensación de orgullo y satisfacción, de haber sido una persona virtuosa que apoyó a
su
familia. Si se prolonga demasiado y no existen límites, el niño comienza a sentirse
responsable de mantener vivo a su padre o madre, esto se convierte en una carga
imposible. Y si se extiende a la adultez y se transforma en el patrón dominante de
relación con los demás, es un serio perjuicio para poder disfrutar de la propia
vida. El otro
gran peligro es que el niño se siente privado para siempre de su infancia y, como
adulto,
trata de recuperar el tiempo de juego perdido o la contención que no recibió cuando
era
pequeño. La clave más importante es si un niño protector puede desprenderse de su
rol
cuando llega a la adultez o permanece unido emocional y a veces físicamente a sus
padres o a sus propias necesidades insatisfechas.
Cuando nuestra reunión terminó, comprendí que Karen me había brindado un
retrato
íntimo de lo que significa crecer en una familia divorciada donde la paternidad
fracasa y el
niño asume las responsabilidades adultas. Me mostró cómo finalmente se liberó del
rol
demandante de protectora y pudo crear su propia familia. Y fue muy honesta acerca
de
los residuos relacionados con el divorcio con los que lucha casi a diario. Cuando
me alejé
de su casa, me maravillé de que estuviera animada no sólo con ella misma sino
también
con el futuro de su generación. Me dijo: "El divorcio te hace crecer muy rápido.
Cuando
era chica estaba resentida, pero cuando crecí comprendí que odia ser algo bueno.
Algunos niños estaban tan enojados con el divorcio de sus padres que lo único que
pudieron hacer fue entrar en las drogas y en un estilo de vida infeliz. Aun hoy
conozco
gente que no se recuperó. Pero yo sí lo hice. Y te diré por qué. En algún punto de
mi vida
dejé de desear una infancia perdida. Creo que ése es el secreto. Comienzo a
comprender
que lo que importa es el ahora, no el pasado. Y comprendí que yo soy yo y no ellos.
Puedo hacer lo que quiera, no lo que ellos hicieron. Aprendí a hacerme responsable
de
mí y de mi vida".
Luego agregó: "Sé que vivimos en una cultura del divorcio y que muchos han
abandonado la idea de poder encontrar un compañero de vida. Pero aún creo que el
matrimonio puede ser una cosa maravillosa. Me agrada pensar que el mío lo es. Pero
para que funcione se necesita comprensión y las herramientas adecuadas. Espero que
Maya y los niños de su generación puedan casarse por amor, sin resentimientos".
Creo que al expresar sus esperanzas y temores, Karen habló por todos
nosotros.

Capítulo 6
Dar el ejemplo

En el capítulo 4 vimos que, a pesar de la infelicidad personal de sus padres,


Gary
fue criado por una madre y un padre que fueron buenos padres. Les brindaron a sus
hijos amor, protección y una brújula moral. No sólo fueron capaces de dar prioridad
a
sus hijos sino que también trabajaron juntos por el bien de los niños. Cuando uno
de
sus hijos tuvo problemas en la escuela, fueron juntos al consejero escolar para
pedir
ayuda. Diseñaron un plan en el que se turnaban para esperar a la noche al muchacho
errante hasta que su conducta cambió. A pesar de su disgusto, la taita de confianza
en
el otro y la desilusión por el matrimonio, a sus hijos les presentaron un frente
unido.
Los padres de Gary son como millones de parejas norteamericanas que tienen serios
problemas entre sí, pero aun así dan prioridad a sus hijos. Entonces podemos
preguntar: ¿sus problemas afectaron a Gary cuando buscó una pareja para su vida?
¿Existen residuos de aquella relación infeliz que Gary llevó a su propio
matrimonio?
¿O su compromiso de paternidad compartida dejó una impresión más poderosa?
¿Cómo afectaron las tensiones del matrimonio de sus padres la identidad de Gary
como esposo y padre? ¿Y cómo es su relación actual con sus padres?
Gary insinuó que el matrimonio de sus padres influyó en el suyo. Era el momento
que escuchar más sobre su vida con Sara. Me incliné hacia él y le pedí:
—Háblame de tu matrimonio.
-—Al conocer a Sara mi vida cambió —me respondió al advertir el cambio de tema
Pero primero permíteme que te dé una perspectiva completa. Me gradué y pasé dos
años en las Fuerzas de Paz. Cuando regresé estaba pensando en ingresar en el
negocio con mi padre, pero no estaba muy entusiasmado con eso. Así que comencé a
trabajar con un amigo que había abierto un pequeño negocio de software. En aquella
época vivía con Tanya, una mujer hermosa y apasionada. Nos enamoramos
locamente, y las cosas iban muy bien hasta que la conocí mejor. No lo podía creer.
Resultó ser horrible, peor que mi madre cuando estaba enfadada —aquí Gary se
estremeció—. Era posesiva y celosa y me presionaba para que nos casáramos. Yo no
estaba listo y después de casi un año quise abandonar la relación. Aprendí mucho de
esa experiencia. Aprendí que quería una mujer que pudiera pensar por sí misma, y
que
no me considerara todo para ella. Y quería alguien mucho más tranquila. No una
repetición de la vida de mi padre.
Gary se había involucrado con una mujer tan tempestuosa como su madre. Ella era
la clase de persona que quería evitar en las relaciones. Muchos de los adultos de
familias intactas que entrevistamos informaron episodios similares. Tuvieron

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aventuras amorosas con parejas que eran excitantes, pero no les convenían. La
mayoría se aterrorizó y escapó justo a tiempo. Más tarde reconocieron estos casi
errores como ritos de transición importantes para su maduración. Luego utilizaron
estas experiencias para definir qué querían como pareja para la vida, de modo que
en
el momento en que estuvieran listos para casarse tendrían un retrato bastante
realista
de lo que querían y necesitaban. Y más importante aún, descubrieron lo que no
deseaban por más excitante que fuera y cuándo alejarse. El retrato en sus mentes
era
una composición de la perspectiva que tenían del matrimonio de sus padres,
lecciones
de sus experiencias tempranas, y sus esperanzas y anhelos de toda la vida. En el
proceso de buscar amor „ intimidad sexual también aprendieron mucho sobre ellos
mismos. Fue una jornada de descubrimiento y autodescubrimiento.
Pero los hijos del divorcio, como vimos en Karen y en los otros, no pasaron por
la
misma búsqueda de la clase de persona que querían. Carecían de la confianza en
ellos mismos como para pensar en una elección propia. Aunque algunos tuvieron
muchas relaciones, éstas no condujeron a una mejor comprensión de sí mismos o de
la clase de pareja que pudiera ser adecuada. Estaban demasiado bloqueados por
temor a la soledad y muy necesitados como para rechazar un amante inadecuado y
seguir adelante. No se atrevieron: Tampoco entraron en el matrimonio o en un
concubinato con un retrato en mente. En lugar Je ello, sus ideas de una pareja
ideal
eran incompletas o muy modestas, construidas sobre temores en lugar de sobre
prevención. Lo que más querían era alguien agradable y cariñoso que no los
traicionara. En lugar de elegirlo activamente, aceptaron lo que había. Se fueron a
vivir
con amantes que tenían serios problemas, y permanecieron allí inmóviles durante
años con una vaga idea del error que habían cometido.
Ésta es una seria diferencia entre las personas criadas en familias divorciadas o
intactas, y Gary me dio la pauta. El paso más importante en el matrimonio es el
primero: elegir a la persona adecuada o a alguien que esté cerca de ser la adecuada
para uno. Mi esposo me ha dicho a lo pedregoso y a veces más parejo. No esperaban
ni querían serenidad ni perfección. Aguardaban que su relación influyera en ellos
como
individuos. Finalmente, estaban abiertos al cambio desde el día en que se
embarcaron
en el matrimonio.
Gary me sorprendió cuando explicó que una de las muchas cosas que lo atrajeron
hacia Sara es que ella venía de una familia muy unida. Yo no esperaba que a las
personas les importara el estado marital de los padres de la persona de la que se
enamoraban. Estaba equivocada. Una gran cantidad de gente de familias intactas
manifestaron que habían observado bien a los familiares políticos antes de
comprometerse demasiado. Algunos afirmaron que, con una sola cita, podían decir si
su pareja provenía de una familia divorciada, las mujeres eran impacientes y
demasiado ansiosas por complacer, y los hombres confiaban sus historias demasiado
rápido. Dudo de que esta percepción afecte la cantidad de personas que quiera
casarse con hijos del divorcio, y no conozco ningún compromiso roto por esta razón.
Sin embargo, mucha gente joven admitió que la condición de provenir de una familia
intacta feliz es tranquilizadora. Alardearon así: "Mi esposo viene de una familia
numerosa sin ningún divorcio. No tiene demonios". Sus actitudes reflejan la
ansiedad
general de nuestra sociedad sobre la fragilidad del matrimonio, y el temor de que
los
niños del divorcio tengan un menor compromiso ante el matrimonio.
Me impresionó la confianza de muchos de los que crecieron en familias intactas
armoniosas. A pesar de la elevada incidencia del divorcio entre sus amigos y
compañeros de escuela, afirman que nunca dudaron de que se casarían con una
buena persona y tendrían una vida estable con hijos. Esto no fue así para los
adultos
como Gary que crecieron en familias con problemas y permanecieron unidas. Llegaron
al matrimonio con serias preocupaciones de volver a repetir el comportamiento de
sus
padres y la firme resolución de que esto no sucediera. A pesar de sus apasionadas
esperanzas de tener un buen matrimonio, los hijos del divorcio tenían más
expectativas de fracaso, y pocos indicios de cómo se protege una relación.
En contraposición, al igual que los otros adultos que no quisieron imitar el
matrimonio de sus padres, Gary tenía un programa claro. Una de las lecciones que
aprendió al observar a sus padres fue que quería una mejor comunicación en su
propio
matrimonio. "Eso no era difícil se mofó—, porque mis padres casi no hablaban,
excepto
sobre nosotros. Comunicación no es hablar de béisbol o niños. Es resolver
Problemas.
Siempre tuve el concepto de que admitir los problemas ^gmficaba terminar en una
gran confusión y enojados durante días. di s<° aprendí de Sara clue no úene que ser
de ese
modo, que uno puede f Ue SUs diferencias y aliviar la tensión en lugar de
aumentarla.
Eso gran alivio para mí".

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Gary se parecía mucho a Karen por la ansiedad para resolver los conflictos. La
diferencia es que Gary aprendió a discutir sin sentir que el mundo estallaría sobre
su
cabeza. Karen nunca pudo. Gary tuvo la enorme ventaja de haber visto a sus padres
colaborar durante años en situaciones que involucraban a sus hijos. Esta
cooperación
hizo que le resultara más fácil aprender de Sara cómo resolver las diferencias, sin
temor de que éstas pudieran destruir el matrimonio. También estaba tranquilo por la
firme creencia de Sara de que los problemas de un matrimonio son para resol verlos.
Las múltiples partes de lo que sus padres le legaron a Gary se pusieron en
evidencia
en las dos crisis maritales que él describió. La primera refleja el legado del
padre de
Gary de una firme resolución de luchar por el matrimonio, y la creencia de que hay
que
darle prioridad sobre otras relaciones.
—El primer inconveniente de nuestro matrimonio se produjo porque Sara estaba
demasiado unida a su familia. Cuando recién nos casamos tuvo una caída mientras
esquiaba y se fracturó la pierna derecha. Era muy doloroso y tuvo que tomar
remedios,
estar enyesada y con muletas. De cualquier modo, durante la primera semana vino su
madre y se la llevó a su casa para atenderla. Llegué a casa y Sara no estaba allí.
En
lugar de ello, encontré una nota de su madre que decía que Sara se quedaría con sus
familiares hasta que estuviera mejor, y que esperaban verme pronto. Estaba tan
enloquecido que podría haber roto todo el lugar. Llamé a Sara y le dije: "¿Qué
demonios está sucediendo?". Ella me respondió que su madre había insistido y ella
accedió. Yo le dije que al diablo con eso, que yo era su esposo, y que ella estaba
casada conmigo, y que éste era su hogar. Le pedí a mi padre que me ayudara con el
negocio durante unas semanas para poder ir a llevarle el almuerzo a Sar a y ver
cómo
se sentía. Traje de regreso a Sara tan rápido que ella no sabía qué había sucedido.
Estaba muy tranquila cuando llegó a casa. Unos días más tarde tuvimos una
conversación prolongada y muy útil en la que le aclaré que primero era mi esposa y
segundo era una hija. Cualquier cuidado que necesitáramos nos lo brindaríamos
mutuamente. No puso una sola objeción. En realidad creo que se sintió complacida de
que luchara por ella. Pienso que sabía que se había producido la separación de su
familia. De cualquier modo, gané esa batalla sin levantar los brazos.
Creo que sería justo decir que la batalla de Gary colocó al matrimonio como una
prioridad para él y para Sara. Él comprendió la importancia de lo que había hecho
cuando discutimos el episodio.
—Estaba luchando por mi matrimonio. Éstos son los valores que aprendí de mis
familiares. Me enseñaron que el matrimonio es lo primero. Comprendí que si no hacía
algo drástico nuestro hogar se convertiría en un satélite del hogar de sus padres.
No es posible comparar los incidentes particulares de un matrimonio con los que
ocurren en otros. Pero al revisar las historias de los hijos del divorcio observé
la forma
pasiva en que estos hombres y mujeres jóvenes se dedicaban a sus dificultades
maritales. Durante las crisis en sus relaciones, los hombres esperaban que las
mujeres tomaran una decisión. Aceptaban su comportamiento como algo que no se
modificaría por lo que ellos dijeran o hicieran. Era como si el problema al que
tanto
temían se hubiera hecho realidad y no pudieran hacer nada para cambiarlo.
La segunda crisis del matrimonio de Gary mostró conceptos que había internalizado
en forma inconsciente del matrimonio de sus padres. Sólo conocemos en parte el
patrón interno de las relaciones familiares que todos llevamos con nosotros. Una
gran
parte de él emerge cuando se activa con alguna interacción particular.
Gary me contó la historia de la pelea más grande que tuvo con Sara. El hijo más
pequeño tenía dolores de oídos crónicos que los mantenían despiertos durante to da
la
noche. Su hijo tenía dolores de estómago en el jardín de infantes.
—Estaba destrozado y desilusionado de todo —me comentó—. Sara y yo
estábamos mal. Tan concentrados en los niños que no teníamos tiempo para nosotros.
Yo quería ir a esquiar unos días con los muchachos. La idea cayó muy mal, entonces
cedí refunfuñando y quejándome porque ella nos estaba moldeando igual que sus
padres, quienes no hacían nada separados de sus hijos. Ella respondió sin ningún
tacto que no tenía nada que ver con el matrimonio de sus padres. El problema era
que
yo siempre estaba tomando decisiones teniendo en cuenta si algo le molestaba a ella
o
no. Sara estaba cansada de que la trataran como si fuera una muñeca frágil cansada
de salir y exhausta para tener sexo. Realmente estaba furiosa. Me recompuse y
comprendí que tenía razón. No sabía que había adquirido de mis padres la idea de
que
una mujer es frágil, y de que hay que andar en puntas de pie para que no explote.
Hasta esa tarde no me había dado cuenta de que mi papá había sido muy pasivo,
siempre observando y esperando a ver cómo mi mamá lo culpaba o tenía una migraña
o se iba deprimida a su dormitorio. Todo lo que Sara dijo era cierto y me golpeó
como

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una tonelada de ladrillos.
Pero fue un golpe con un buen final. Desde entonces tenemos una cita semanal.
Nuestra vida sexual mejoró. Nos liberamos de los fantasmas de mis padres que se
estaban interponiendo entre nosotros. Podríamos decir que nos liberamos
mutuamente.
Sara apuntó exactamente a lo que Gary estaba revalidando en forma inconsciente,
es decir la idea de que la mujer es frágil y se disgusta con facilidad, y la
función de un
hombre es anticiparse a la tormenta permaneciendo en continua vigilancia. Como
consecuencia, estaba controlando cada movimiento para no disgustarla. Esto
-nfurecía a Sara porque la trataba como si estuviera a punto de explotar. Y
finalmente
lo hizo, y se enfrentaron a las expectativas oCultas sobre ella que él había
llevado al
matrimonio.
Todos nosotros llevamos al matrimonio expectativas, esperanzas, eseos
insatisfechos y fantasías conscientes e inconscientes. Todos osotros nos
enfrentamos
con los programas conscientes e inconscientes de la otra persona al evocar sus
esperanzas, temores y fantasías. El secreto de un buen matrimonio es llegar a bu en
ajuste de manera que -ada persona sienta que la relación es satisfactoria, a veces
fastidiosa, -ro probablemente irremplazable. A las personas que crecieron en uenos
matrimonios les resulta mucho más fácil. Ellas tienen modelos daros en sus mentes y
saben el esfuerzo que requiere. Vieron cómo unciona y no se dieron por vencidos
fácilmente.
Aquellos que se criaron en un matrimonio infeliz que permaneció nido tienen
expectativas y esperanzas más guardadas. A ellos les costará más decidirse a
casarse. Pero también tienen un modelo extraordinario de personas que han triunfado
sobre su disgusto con la otra persona para proteger a sus hijos. Después de un
largo
recorrido, Caren y Gary y muchos otros como ellos pudieron proteger sus matrimonios
porque estaban dispuestos al cambio. Sus historias son esperanzadas y alentadoras.

SER PADRE Y EL LEGADO DE LAS FAMILIAS INTACTAS

Los niños tienen un significado simbólico para todos los padres. Al ial que
encarnan
nuestros sueños y aspiraciones para el futuro, evitablemente evocan el pasado,
incluyendo recuerdos e imágenes ívidas de nuestra infancia, y sentimientos
apasionados sobre nuestros adres cuando éramos pequeños. Así para Karen y otros
hijos del 'vorcio como ella, la decisión de tener un hijo revivió sentimientos de
ena,
disgusto y pérdida. Cuando Karen pensó en la maternidad se sintió acosada por
preocupaciones. ¿Podría confiar en que el matrimonio duraría? ¿Gavin sería mejor
padre que el que ella tuvo? ¿Podría ella brindarle a su hijo una crianza más
protegida y
feliz que la que ella había experimentado? Estaba decidida a hacerlo. Al igual que
cualquier otro padre quería que su hijo tuviera todo lo que ella no había tenido. A
diferencia de sus pares de familias divorciadas que tomaron la ruta opuesta y
evitaron
la paternidad, ella tuvo confianza en su habilidad para ser una buena madre.
Sin embargo, para Gary la decisión de convertirse en padre nunca se transformó en
un cuestionamiento. Su madre y su padre le presentaron un frente unido, y Gary tuvo
un excelente modelo de cómo ser un padre sensible y amoroso. En esto estaba mejor
equipado que cualquiera de sus pares que fueron criados por padres divorciados de
medio tiempo. Al convertirse en padre, Gary tuvo la oportunidad de restaurar
recuerdos felices de su infancia. Aquellos hijos del divorcio que estuvieron cerca
de
padrastros amorosos también tuvieron buenos modelos y pueden esperar volver a vivir
experiencias felices con sus propios hijos.
—Tener hijos tuvo un inmenso impacto en nuestro matrimonio —comentó Gary con
satisfacción—. Me gusta ser padre. Me encanta todo lo nuevo de la vida de mis
hijos.
Me complace leerles los libros que me leían mis padres, y jugar a los juegos que yo
utilizaba cuando era niño. Aquellos fueron tiempos felices, y mis hijos me
brindaron la
doble alegría de compartir con ellos las partes de mi vida que disfruté y de volver
a
recordar aquellas experiencias preciosas. Sara y yo nos comprometimos a pasar el
mayor tiempo que pudiéramos con nuestros hijos. Tenemos unos horarios
enloquecidos para poder estar más con ellos. —Cuando me contó los detalles quedé
exhausta sólo de escucharlo.
Ésta es la misma historia que escucho todos los días de los padres con hijos.
Llegan
a casa de sus atareados y demandantes trabajos para recoger a los niños y llevarlos
a
sus clases de música, cumpleaños, actividades deportivas; más horas de tareas
escolares a partir del primer grado ya requieren la presencia de los padres. Los
papas

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en general están más presentes en las vidas de sus hijos. Es uno de los mejor es
cambios de la sociedad norteamericana durante las últimas décadas.
A diferencia de Karen que meditó y vaciló para decidirse a tener un hijo, Gary
dio por
sentado su matrimonio y su paternidad. El hecho de que su madre y su padre tuvieran
problemas en su matrimonio no afectó su decisión de tener hijos propios. En
realidad,
ésta es una de las grandes diferencias entre aquellos que crecieron en familias
intactas buenas o lo "suficientemente buenas", como la de Gary y los hijos del
divorcio1. Gary y sus pares sintieron que convertirse en padres era un paso natural
y
discutieron acerca de tener hijos durante el noviazgo. Sabían que sus padres
querían
convertirse en abuelos y se sintieron felices al obligarlos a serlo.
Por otra parte, Karen y Gary se parecían mucho como padres. Sus hijos eran lo más
importante de sus matrimonios. Querían lo mejor para sus hijos y estaban dispuestos
a
sacrificarse por ellos. Por ejemplo, Gary me explicó que recibió una oferta de una
cadena nacional para vender el negocio familiar. El trato le permitiría ganar mucho
más dinero, pero tenía que mudarse a Seattle.
—Es una hermosa ciudad y una muy buena oferta, pero dije que no. No fue por mí ni
por Sara. Nuestro estándar de vida habría mejorado mucho, y habríamos estado cerca
de sus padres y los míos. pero quería la estabilidad para mis hijos que yo disfruté
cuando era un niño. Quiero que sientan que tienen raíces. Aún siento que tengo dos
Rogares... el nuestro y el de mis padres.
Escuché muchas historias similares de hijos del divorcio que rechazaron
oportunidades en sus carreras si para ello debían alejarse de sus ambientes
familiares.
Por ejemplo, Jonathan era una ascendente estrella en la investigación del cáncer
que rechazó una oferta de la Universidad de Harvard porque sus hijos en edad
escolar
estaban bien asentados en Caliform 3 y no quería desorganizar sus vidas. "Hay que
respetar las prioridades", me comentó.
Al pensar en estas historias comprendí que el hogar familiar es un símbolo tanto
para los hijos del divorcio como para los que crecieron en familias intactas, pero
por
diferentes razones. Para unos, es un símbolo de continuidad. Para los otros es un
símbolo de lo que perdieron.
Para los que crecieron en familias intactas, el hogar de la infancia es un
símbolo de
la historia familiar. Es el almacén de los recuerdos buenos, malos, divertidos,
amargos;
un lugar que los niños pueden dejar cuando estén listos y que estará allí cuando
regresen. Teniendo en cuenta la cantidad de norteamericanos que se trasladan de un
lugar a otro, es interesante que el hogar familiar haya retenido su significado
tradicional para estos jóvenes, y que parejas como Gary y Sara estuvieran
dispuestas
a sacrificarse para preservarlo. Me pareció interesante que los adultos que
crecieron
en familias intactas reconocieran la importancia de la estabilidad para ellos y
para sus
hijos.
Para los hijos del divorcio, en especial adolescentes o mayores, el hogar
familiar
también tiene un gran significado y lamentan la pérdida años después de la
separación. El hogar es el depósito de lo que perdieron y la sensación de
continuidad
con su infancia que terminó con el divorcio. Algunos regresan al barrio donde
crecieron, observan la casa desde afuera, y se sientan allí con lágrimas en los
ojos
durante horas. Una mujer joven, cuyos padres se divorciaron cuando estaba en la
escuela secundaria, realizaba peregrinaciones durante las vacaciones escolares para
ver el hogar familiar y renovar sus recuerdos.

¿AÚN ME NECESITARÁS CUANDO TENGA SESENTA Y CUATRO AÑOS?


La familia como símbolo de continuidad juega otro papel importante en las vidas
de
los adultos cuyos padres decidieron permanecer juntos. Cuando le pregunté a Gary
cómo se llevaba con sus padres en estos días, me habló de la cercanía que habían
alcanzado en los últimos años. "Creo que aprecio que mi padre y yo nos hayamos
quedado juntos. Hablamos varias veces por semana. No como padre e hijo sino de
hombre a hombre. Es una relación hermosa para ambos y mejora con el correr de los
años".
Me interesaba la respuesta de Gary porque era diferente de lo que decían los
niños
del divorcio. Había muy pocas relaciones padre-hijo entre los adultos que fueron
hijos
del divorcio que al crecer tuvieran la riqueza emocional que muchos hijos de
familias
intactas describieron con tanto placer. En lugar de ello, había una inmensa brecha
entre las generaciones. (Como esto es importante, lo describiré con más detalles en
el
capítulo 15). Pero los hombres como Gary se convirtieron en amigos íntimos de sus
padres, aun cuando esos padres no estuvieron muy presentes durante sus infancias.
Ellos comentaron: "Él cambió. Yo cambié. Tenemos más tiempo para estar juntos". Era

75
el momento de la madurez. ¿De qué hablaban? De política, deportes, nietos. Ésta es
una bienvenida segunda oportunidad para convertirse en buenos amigos.
Aquellos que crecieron en matrimonios intactos tuvieron un asiento en primera
fila
para observar los cambios en la relación de sus padres a través de los años, y esto
también los ayuda a enfrentar las vicisitudes en sus matrimonios. Ellos comprenden
que los adultos se pueden tratar de modo diferente en momentos críticos, como
cuando los hijos abandonan el hogar, cuando cambian de trabajo o cuando cambian
sus roles. Son testigos de cambios graduales cuando sus padres llegan a la madurez
y
a la jubilación. Como resultado, llegan a sus relaciones adultas con la comprensión
de
cómo una pareja mantiene una relación equilibrada, cómo ese equilibrio fluctúa con
el
tiempo, cómo los integrantes de una pareja se protegen mutuamente. Más aún,
ingresan a sus matrimonios con la sensación de que se van a producir cambios, y de
que tienen el poder para modificar la dirección de esos cambios.
Cuando le pregunté a Gary sobre la relación actual de sus padres, me respondió:
—Creo que son más felices. Hace unos años pasaron por una seria crisis cuando mi
mamá tuvo cáncer de pecho y todos nos preocupamos por la posibilidad de su muerte.
Pero está en remisión, y sus vidas cambiaron por completo. Él es más atento y,
cuando están juntos, se queda con ella en lugar de salir para sus rondas sociales.
Encontraron actividades para compartir. Mamá está más relajada que nunca.
Mientras pensaba en lo que Gary me había dicho, comprendí que no apreciamos la
importancia de una familia intacta para guiar las expectativas y el comportamiento
de
las generaciones más jóvenes. Los adultos cuyos padres permanecieron juntos en las
buenas y las malas afirman que utilizaron en forma deliberada el ejemplo de sus
padres al comienzo de sus matrimonios. Una mujer joven comentó: "Cuando mi marido
y yo peleamos, miramos a nuestros padres que permanecieron tantos años juntos, y
decimos que si ellos pudieron hacerlo, nosotros también. Para nosotros es mejor y
más fácil". Para los adultos jóvenes eS muy tranquilizador tener un modelo de
estabilidad externo en esos momentos de sus vidas. Tenemos la tendencia a creer que
la gente completa su crecimiento cuando entra en la adultez, pero la mayoría de
nosotros necesita ejemplos paternos y apoyo simbólico. La imagen de un matrimonio
estable en el cual dos personas pudieron resistir pequeños chubascos y grandes
tormentas es muy importante para los jóvenes que comienzan su recorrido, en
especial en nuestro inestable mundo actual.
El poder absoluto de este símbolo se pone de manifiesto cuando los padres
mayores deciden divorciarse. Uno podría pensar que los hijos de estas parejas se
sienten tristes, pero no devastados. Después de todo son adultos. No están
perdiendo
la protección de una familia intacta, el ambiente familiar y otros apoyos. Pero
cuando
hablamos con ellos, están profundamente angustiados. Además de su preocupación
por el sufrimiento de uno o ambos padres, y su resentimiento por tener que hacerse
cargo de un padre enojado o que sufre, la onda expansiva del divorcio afecta su
propio
mundo. De pronto se enfrentan al análisis de sus relaciones y se preguntan y se
preocupan en quién y en qué pueden confiar y por cuánto tiempo. Ésta es otra forma
en la que la elevada incidencia del divorcio nos afecta a todos. En ausencia de
segundas nupcias duraderas, los hijos del divorcio no ven que la gente casada luche
ante los problemas de la vida. La mayoría no observó a sus padres reaccionar ante
la
enfermedad como pareja o ayudarse mutuamente en las tensiones laborales y
hogareñas o ante los cambios del envejecimiento. Es una pérdida adicional que casi
no se advierte.
Agradezco a Karen y a Gary por compartir sus historias con tanta honestidad e
integridad. Al contarnos sobre sus vidas durante los últimos veinticinco años,
trazaron
un vivido cuadro de cómo fue crecer en la loca cultura norteamericana del divorcio.
El
hecho de que ambos estén en matrimonios estables, criando hijos como prioridad en
sus vidas, brinda un buen presagio para una sociedad que está preocupada por su
futuro. Como veremos en los capítulos siguientes, otros hijos del divorcio y otros
que
crecieron en matrimonios intactos han tenido experiencias muy diferentes de las de
Karen y Gary, con salidas muy distintas.

SEGUNDA PARTE

EL SEGADO DE LA VIOLENCIA

Larry y Carol

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CAPÍTULO SIETE
El precio de la violencia

La gente comúnmente piensa que hay un divorcio "masculino" y un ivorcio


"femenino", dos versiones del mismo acontecimiento que no se parecen demasiado.
Pero existe una tercera versión, tan válida y divergente como las otras. Es la
"visión del
hijo" del divorcio. La experiencia del niño sorprendería a ambos padres... si la
conocieran.

Larry recuerda la última noche del matrimonio de sus padres en fragmentos


violentos, como si los recuerdos hubieran sido cortados en trozos con un cuchillo
filoso
e insertados en lo profundo de su cerebro. Aún no tenía siete años, pero era lo
suficientemente grande como para comprender lo que estaba sucediendo. Su padre,
que estaba borracho, perseguía a su madre de habitación en habitación,
golpeándole
el rostro y la parte superior del cuerpo, gritándole por pecados que Larry no
podía
comprender. Hacía tres años que la golpeaba hasta que aquella noche su madre
decidió que era suficiente. Después de que su esposo se fue, recogió a Larry y a
su
hermana menor y fueron a pasar la noche a un hotel.
Antes de esa noche, la familia Litrovski vivía en una casa de madera verde, en
un
sector de clase media de Monterrey, California, donde el padre de Larry, que
había
aprendido cuatro idiomas de sus progenitores, enseñaba ruso en el Monterrey
Language Institute. Era un hombre perturbado, irritable, cuyos estallidos
violentos
provenían de experiencias tempranas en su vida, que ni él ni nadie cercano
conocía.
La madre de Larry enseñaba castellano en una escuela secundaria estatal, y
hablaba
tan suavemente que sus estudiantes tenían que hacer un esfuerzo para escucharla.
Al igual que muchas mujeres abusadas, la madre de Larry era ambivalente en su
decisión de solicitar el divorcio. "Los niños necesitan un padre —comentaba con
lágrimas en las mejillas—. Le di hijos y una meta, fue un sueño compartido. —Su voz
se quebró: —Espero alguna vez haber sido importante para él", y comenzó a llorar.
La madre de Larry estaba acongojada, pero sus hijos estaban furiosos. Como la
mayoría de los niños de familias abusadoras que vi, no registraron una conexión
entre
la violencia y la decisión de divorciarse. Su madre les dijo que terminaba con el
matrimonio porque su padre "bebía demasiado", pero esta explicación no tenía
sentido
para ellos. ¿Beber qué? ¿Leche? ¿Jugo de naranja? ¿Cómo podían saber qué quería
decir "bebiendo" o cómo afectaba esto el comportamiento de su padre? Tampoco
relacionaban la bebida con la violencia. Lo que sí sabían era que su padre
lastimaba a
su madre, y los acongojaba mucho su dolor, pero no comprendían sus vituperios ni la
profunda humillación de su madre.
Larry estaba enfurecido por lo que consideraba una decisión indignante. Poco
tiempo después del divorcio me comentó que su padre siempre decía que las mujeres
y las niñas eran estúpidas e inservibles. En su concepto, a él lo habían dejado con
un
ser inferior. Cuando el padre de Larry lo visitaba, le decía al muchacho: "Tú eres
mi
preferido". Ignoraba en forma deliberada a su pequeña hija, que lo seguía por todos
lados con la esperanza, como me contó después, de poder acariciar a Ivan, el perro
de
su padre.
Después de la separación, Larry se puso la corbata de su padre y recorría la casa
gritando obscenidades a su madre. Se puso en los zapatos de su padre ausente,
representándolo en la casa e identificándose con sus actitudes y comportamiento.
Años más tarde Larry me confesó: "Yo estaba enfurecido con mi madre y quería que
mi padre regresara. Preparaba una lista de quejas contra ella y llamaba a mi papá
por
teléfono y le contaba lo que ella había hecho mal. Entonces él la llamaba y le
gritaba, y
ella lloraba".
Larry continuó acusando a su madre por toda clase de delitos reales o
imaginarios, y
su padre actuaba como socio silencioso, y a veces le daba letra. Larry asumió el
liderazgo. En otras épocas, el padre era el jefe inquisidor. La madre de Larry
seguía
sintiéndose tan desvalida como durante todo su matrimonio. En realidad, los tres
protagonistas, Larry, su madre y su padre, mantuvieron vivas las interacciones del
matrimonio, ya que el muchacho asumió el rol del padre y la influencia dominante
del

79
hogar. De este modo, la partida del padre se deshizo simbólicamente. Fue como si el
divorcio no se hubiera producido.
Al mismo tiempo que Larry llenaba la casa con sus gritos, su maestra me comentó
que era un niño "inhibido, triste, ansioso, que tenía problemas para tener amigos.
Es
un muchacho brillante, pero su capacidad para aprender se vio perjudicada por su
preocupación por el divorcio". El aprendizaje académico y social de Larry se detuvo
durante varios años. Sus energías psíquicas se abocaron por completo a recomponer
el matrimonio.
Pero ahora, veinticinco años después, estoy frente a frente con un joven que no
se
parece en nada al muchachito furioso que atacaba a su madre de manera tan
implacable. A los treinta y dos años, Larry es tranquilo, seguro de sí mismo y,
como me
dijo, inmensamente feliz. Se casó con una mujer que "trajo amor y risas a mi vida".
Están esperando su segundo hijo, y tiene un buen empleo como ingeniero. Cuando
recuerdo nuestras visitas periódicas a través de los años, francamente estoy
sorprendida por su cambio. Aquel niño que se convirtió en una copia carbónica de su
padre abusador y que cayó en todas las trampas que las familias violentas suelen
colocar a sus hijos es un sobreviviente: un hijo del divorcio que llevó sus
recursos
internos hasta la adultez para romper el molde establecido por sus padres
infelices.

Las cicatrices de la violencia

a diferencia de la mayoría de los niños del estudio que no recuerdan


acontecimientos relacionados con la separación, aquellos adultos que los recuerdan
en detalle han sido testigos de la violencia en sus hogares cuando eran muy
pequeños. Las imágenes de esos episodios no se desvanecieron décadas después
del divorcio. Recientemente hemos comenzado a comprender la terrible y perdurable
influencia de ver a uno de los padres golpeado o herido por el otro, el sufrimiento
que le
provoca al niño y lo perjudicial que es para la salud mental 1. Muchos jueces que
tratan
con estas familias no comprenden que el sólo ver la violencia es perjudicial para
los
niños: las imágenes se graban para siempre en sus cerebros. Aun un simple episodio
de violencia se recuerda en detalle durante mucho tiempo. En realidad, existe
evidencia científica de que presenciar violencia o recibir abuso físico o verbal
literalmente altera el desarrollo del cerebro y provoca un sistema emocional
hiperactivo2.
Pero si lo vemos desde una perspectiva esperanzada, la experiencia de Larry
muestra que aun los peores matrimonios y divorcios no condenan a los niños a una
vida de aflicción perdurable. Se producen cambios drásticos, en especial en la
última
parte de la tercera década de la vida, entre los jóvenes que durante años
fracasaron en
sus adaptaciones escolares y sociales. Los esfuerzos de Larry para contrarrestar
los
efectos perdurables del matrimonio y la familia divorciada nos llevan al meollo de
los
desafíos que un niño enfrenta mientras crece.
Algo más sorprendente: la experiencia de Larry revela que el divorcio no es una
solución rápida a un matrimonio malo como mucha gente cree. A menudo los
matrimonios muy conflictivos conducen a familias muy conflictivas después del
divorcio. Luego de la separación, los niños no están más protegidos y las peleas
amargas continúan. Irónicamente, a pesar de la reciente proliferación de los
expertos
legales y en salud mental, el divorcio tiene el efecto de dejar al niño solo para
que
encuentre su camino en un laberinto en el cual se puede perder fácilmente y
resultar
dañado.
De los 131 participantes en este estudio de niños educados en hogares de clase
media, 32 oyeron o vieron evidencia de violencia durante el matrimonio o la
separación. Aunque hay hogares en los que las mujeres son violentas o ambos padres
se golpean mutuamente, en estas familias las mujeres fueron las víctimas. El patrón
típico era que la mujer entablara un juicio de divorcio y el padre protestara,
negara la
violencia o admitiera que había sido