Está en la página 1de 17

Constantino el Grande

Del libro “Grandes Momentos en la Historia Católica” por el P. Edward Curan.


Constantino el Grande (275-337 d. C.) nació en Serbia. Su padre fue Constancio, oficial
romano, que llegó a ser emperador en el año 305. Su madre fue Santa Helena.
Cuando su padre murió, Constantino estaba con el ejército romano en Inglaterra. La
popularidad y el coraje de Constantino hicieron que los hombres del ejército, tanto capitanes
comolanzadores, lo amaran. Con gritos y vítores, los soldados lo eligieron para suceder a su
padre como emperador de Roma. Su cuñado, Licinio, ya era emperador en Constantinopla.
Constantino inmediatamente marchó hacia roma a fin de tomar su posición como
emperador. Mientras tanto, un hombre llamado Majencio, el malvado hijo de Maximino, uno de
los emperadores más crueles que jamás persiguiera a la Iglesia, se proclamó emperador de
Roma.
El norte de Italia aclamó a Constantino como emperador. Entonces marchó él contra el
ejército de Majencio. De pronto, en el camino, Constantino fijó sus ojos en el cielo. Algo extraño
estaba a la vista. Vio una cruz, y sobre la cruz vio unas palabras latinas: “In Hoc Signo Vinces”.
No estaba lejos de Roma. Estaba cerca del puente Milvio, donde estaban esperando las
tropas de Majencio para destruirlo y evitar que se hiciera emperador. El mensaje de la Cruz le
hizo avanzar con valor. Ya no temía. Sus agotadas tropas se inspiraron. “Con este signo”, decía
la cruz, “vencerás”.
Jurando su lealtad a la cruz, a la cual reconoció como la Cruz de Cristo, Constantino
continuó la marcha para derrotar las de tropas de Majencio. Con la batalla del puente Milvio, el
28 de octubre de 312, Constantino el Grande se convirtió en emperador de Roma en el
Occidente.
Había marchado bajo la Cruz de Cristo y conquistó. Otros emperadores habían tratado
de destruir la Cruz y fueron destruidos ellos. La victoria con Constantino trajo paz y libertad a la
Iglesia Católica.
Constantino leyó y estudió. No apresuró su conversión. Hacia el fin de su vida, fue
bautizado y recibido en la Iglesia por el Papa Silvestre I.
La Cruz de Cristo había conquistado para Constantino el puente de Milvio. Con la señal
de la Cruz nosotros los católicos podemos conquistar todo en la vida.
CONSTANTINO EMPERADOR
El Edicto de Milán o la Tolerancia del Cristianismo
Desde 306 en que comenzó a gobernar la Galia, España y Britania, Constantino -hijo y sucesor
de Constancia-, demostró una actitud benévola hacia los cristianos. En 312 derrotó a su rival
Majencio en una famosa campaña en la que dijo haber tenido una visión celestial. En el mismo
año, este emperador y su colega Licinio, que gobernaba la parte oriental del Imperio.
decretaron una serie de leyes por las que concedían la libertad de cultos a todos sus súbditos:
"Copias de las constituciones imperiales de Constantino y Licinio, traducidas del latín al griego.
"Habiendo advertido hace ya mucho tiempo que no debe ser cohibida la libertad de religión,
sino que ha de permitirse al arbitrio y libertad de cada cual se ejercite en las cosas divinas
conforme al parecer de su alma, hemos sancionado que, tanto todos los demás, cuanto los
cristianos, conserven la fe y observancia de su secta y religión...
"...que a los cristianos ya todos los demás se conceda libre facultad de 'seguir la religión que a
bien tengan; a fin de que quienquiera que fuere el numen divino y celestial pueda ser propicio a
nosotros ya todos los que viven bajo nuestro imperio. Así, pues, hemos promulgado con
saludable y rectísimo criterio esta nuestra voluntad, para que a ninguno se niegue en absoluto
la licencia de seguir o e1egir la observancia y religión cristiana. Antes bien sea lícito a cada uno
dedicar su alma a aquella religión que estimare convenirle".
Esta constitución imperial fue confirmada por un edicto fechado en Milán en 313; el famoso
Edicto de Milán que puso fin a la era de las persecuciones e inauguró un nuevo período de la
Historia del Cristianismo.
Mientras tanto, Licinio y Constantino fueron distanciándose cada vez más el uno del otro; sus
relaciones se enfriaron y, finalmente, abocaron en la hostilidad abierta. Licinio buscó entonces
apoyo en el partido pagano e intentó reanudar la intolerancia anticristiana en sus dominios.

1
Pero Constantino lo derrotó en el año 323, quedando dueño de todo el Imperio. El triunfo de
Constantino fue considerado como una victoria cristiana.
Constantino y la Iglesia.
Por primera vez en la historia, un emperador se declaraba cristiano. No es éste el lugar para
hacer una investigación sobre la genuinidad de la fe de Constantino. Sólo diremos que aplazó
su bautismo hasta poco antes de su muerte (337) y que las razones políticas no eran ajenas a
su decisión: una política realista, aunque no se inspirara en motivos religiosos, tenía que tomar
en consideración la presencia y la influencia del cristianismo en el siglo IV. Fueren cuales
fueren las razones que movieron a Constantino, demostró siempre un cierto disgusto por los
paganos. Estos eran todavía fuertes gracias a las poderosas familias romanas que constituían
un elemento importante de la sociedad. Tal vez fue ésta una de las razones que le llevaron a
trasladar su residencia a Bizancio (Constantinopla), ciudad de escasas tradiciones paganas,
situada en la región más cristianizada del Imperio.
Constantino colmó de privilegios a los cristianos y elevó a muchos obispos a puestos
importantes, confiándoles, en ocasiones, tareas más propias de funcionarios civiles que de
pastores de la Iglesia de Cristo. A cambio, él no cesó de entrometerse en las cuestiones de la
Iglesia, diciendo de sí mismo que era «el obispo de los de afuera» de la Iglesia. Las nefastas
consecuencias de este conturbenio no fueron previstas entonces. Debido, sin duda, al
agradecimiento que querían expresar al emperador que acabó con las persecuciones, los
cristianos permitieron que éste se inmiscuyera en demasía en el terreno puramente eclesiástico
y espiritual de la Cristiandad. Las influencias fueron recíprocas: comenzaron a aparecer
prelados mundanos que en el ejercicio del favor estatal que disfrutaban no estaban, sin
embargo, inmunizados a las tentaciones corruptoras del poder y daban así un espectáculo
poco edificante. Esta corriente tendría su culminación en la Edad Media y el Renacimiento.
Como reacción a esta secularización de los principales oficiales de la Iglesia, surgieron el
ascetismo y el monasticismo que trataban de ser una vuelta a la pureza de vida primitiva, pero
que no siempre escogieron los mejores medios para ello.
La mentalidad romana fue penetrando cada vez más el carácter de la cristiandad se exigió la
mas completa uniformidad en las cuestiones más secundarias, como la fijación de la fecha de
la Pascua y otras trivialidades parecidas que ya habían agitado vanamente los espíritus a
finales del siglo III. Estas tendencias a la uniformidad fueron consideradas por los emperadores
como un medio sumamente útil del que servirse para lograr la más completa unificación del
Imperio. Contrariamente a lo que generalmente se dice, el Edicto de Milán no estableció el
Cristianismo como religión del imperio. Esto vendría después, en el año 380 bajo Teodosio. El
cristianismo no se convirtió en la religión oficial en tiempos de Constantino, pero devino la
religión popular, la religión de moda, pues era la que profesaba el emperador. Tal popularidad,
divorciada en muchos casos de motivos espirituales fue nefasta: «La masa del Imperio romano
-escribe Schaff- fue bautizada solamente con agua, no con el Espíritu y el fuego del Evangelio,
y trajo así las costumbres y las prácticas paganas al santuario cristiano bajo nombres
diferentes»: «Sabemos por Eusebio -nos explica Newman (un cardenal Católico Romano de
este siglo)-, que Constantino, para atraer a los paganos a la nueva religión, traspuso a ésta los
ornamentos externos a los cuales estaban acostumbrados. . . El uso de templos dedicados a
santos particulares, ornamentados en ocasiones con ramas de árboles; incienso, lámparas y
velas; ofrendas votivas para recobrar la salud; agua bendita; fiestas y estaciones, procesiones,
bendiciones a los campos; vestidos sacerdotales, la tonsura, el anillo de bodas, las imágenes
en fecha más tardía, quizá el canto eclesiástico, el Kyrie Eleison, todo esto tiene un origen
pagano y fue santificado mediante su adaptación en la Iglesia» J. H. Newman. An Essay on the
Development of Christian Doctrine, pp. 359, 360.
Esta situación preparó el camino a la promulgación del Cristianismo como religión oficial del
Imperio romano. De manera que, los primeros edictos de Constantino y Licinio, proclamando la
libertad de todos los cultos, no significaron el fin de la intolerancia religiosa sino que se
convirtieron en las simples etapas iniciales de otra intolerancia que estaba en puertas. La plena
libertad de conciencia que legalizaron los decretos de 313 y 314 era algo demasiado anticipado
a los tiempos y pronto fue echada en olvido. Sirvió tan sólo para que, de alguna manera,
Constantino lograra la introducción de la nueva fe en la legalidad del Imperio.
F. F. Bruce, pregunta con razón: «¿Qué tiene que ver todo esto con la misión del Siervo del
Señor que Jesús pasó a sus seguidores? ¿Cómo podría el cristianismo llevar a cabo la tarea
que le había sido encomendada y traer la verdadera luz a las naciones si afeaba de tal manera
el mensaje que debía proclamar? Afortunadamente, como veremos, hay otro aspecto del
cuadro; y es en éste otro lado que el progreso del Cristianismo auténtico se pone de manifiesto.

2
Pero, con todo, hemos de reconocer que este progreso se ha visto seriamente retarda. do
hasta nuestros días por la presencia de piedras de tropiezo -escándalos, para usar la palabra
de origen griego-, colocadas por vez primera en el siglo IV y algunas de las cuales todavía hoy
no hemos acertado a quitar».
Mas, como hemos dicho, la influencia fue recíproca. Además, cuatro siglos de predicación del
Evangelio, pese a todas las imperfecciones de los cristianos, habían dejado una huella cuyas
Influencias se notaban cada vez más en la vida social. La doctrina del hombre creado a imagen
de Dios impuso restricciones a la costumbre de marcar a los esclavos en la cara y aún inició la
serie de medidas que, finalmente, darían fin a la esclavitud misma. Comenzaron las medidas
tendentes a la protección de los niños abandonados por sus padres ya la salvaguardia de la
santidad del matrimonio. Pese a la infiltración del espíritu y las maneras paganas en la Iglesia,
y pese a la propia decadencia espiritual de ésta, el poder del Evangelio hizo su impacto en el
Imperio y aún más allá de sus fronteras. Pero, es en estas épocas cuando resulta más difícil el
trazar la línea que distingue lo que es meramente institución eclesiástica y la que es la
verdadera Ecclesia.
La libertad ganada con la sangre de los mártires y el sufrimiento de los confesores, se buscó a
partir de entonces en las adulaciones y los conturbenios con el gobierno imperial. Sin darse
cuenta, las Iglesias se debilitaron pues perdieron un elemento básico de la vida espiritual: la
libertad moral. En aquel tiempo, no obstante, creyeron que por el contrario, hallaban su más
grande emancipación.
Los concilios que tuvieron lugar inmediatamente después de la paz de Constantino, se
resintieron de la intervención estatal que habría de cohartar la plena libertad espiritual de los
sínodos y la vida de la Cristiandad.
Para Constantino, el cristianismo vendría a ser la culminación del proceso unificador que había
estado obrando en el Imperio desde hacía siglos. Había logrado que sólo hubiera un
emperador, una ley y una ciudadanía para todos los hombres libres. Sólo faltaba una religión
única para todo el Imperio. Para ello era preciso que hubiera igualmente una sola Cristiandad,
uniformada al máximo posible. De esta manera, las discusiones doctrinales o disciplinarias de
la Iglesia se convirtieron en problema de Estado.

Constantino el Grande

I. Vida
II. Apreciación Histórica
I. VIDA
En sus monedas se denominaba como "M", o con mayor frecuencia "C", y se llamaba
FlavioValerio Constantino. Nació en Naissus, hoy Nisch en Servia, hijo del oficial romano
Constancio, quien posteriormente se convirtiera en emperador romano y Santa Helena, una
mujer de extracción humilde pero de recio carácter y habilidades extraordinarias. La fecha de
su nacimiento no es conocida con certeza y se calcula entre 274 y el 288. Luego de ser
elevado su padre a la dignidad de Cesar lo encontramos en la corte de Dioclesiano y
posteriormente (305) combatiendo bajo el mando de Galerio en el Danubio. Cuando luego de
la renuncia de su padre Constancio fue elevado a la dignidad de Augusto, el nuevo emperador
de Occidente le solicitó a Galerio, el Emperador de Oriente, que permitiera a Constantino, a
quien no había visto durante mucho tiempo, que volviera a la corte de su padre. Galerio
accedió con reticencia. Constantino volvió al lado de su padre bajo cuyo mando tuvo apenas
tiempo suficiente para distinguirse en Bretaña antes que Constancio muriera (el 25 de Julio de
306). Constantino fue inmediatamente proclamado Cesar por sus tropas, título que fue
reconocido por Galerio con algunas vacilaciones. Este evento se constituyó en la primera
oportunidad para lograr el esquema de Dioclesiano de un imperio de cuatro cabezas
(tetrarquía) y fue prontamente seguido por la proclamación en Roma como Cesar de
Maxencio hijo de Maximiano, un tirano disoluto, en Octubre del 306.
Durante las guerras entre Maxencio y los emperadores Severo y Galerio, Constantino
permaneció inactivo en sus provincias. Habiendo fallado el intento hecho por los antiguos

3
emperadores Dioclesiano y Maximiano en Carmentum en el año 307, para devolver el orden
al Imperio, La promoción de Licinio a la posición de Augusto, la asunción por parte de
Maximino Daia del título imperial y la auto proclamación de Maxencio como único emperador
(abril del 308), condujo a la proclamación de Constantino como Augusto. Como poseía el
ejército mas eficiente, fue reconocido por Galerio, quien se hallaba en guerra contra Maximino
en el Oriente, y por Licinio.
Constantino, quien hasta entonces se había limitado a defender su propia frontera contra los
Germanos, no había tomado aún parte en las disputas de los otros pretendientes del trono.
Sin embargo en el 311, vio la guerra como algo inevitable cuando Galerio el Augusto de mas
edad y el más violento perseguidor de los cristianos sufrió una miserable muerte luego de
cancelar sus edictos contra los cristianos, y cuando Maxencio, luego de derribar las estatuas
de Constantino, lo proclamó como un tirano. A pesar de que sus ejércitos eran muy inferiores
a los de Maxencio ya que contaba, de acuerdo con varios testimonios, con 25.000 a 100.000
hombres, mientras que Maxencio contaba con 190.000 hombres fuertemente armados, no
dudó en iniciar rápidamente su marcha hacia Italia (primavera del 312.) Luego de ocupar
Susa y prácticamente aniquilar un poderoso ejército cerca de Turín, continuó su marcha hacia
el Sur. En Verona enfrentó a un ejercito hostil bajo el mando de Ruricio, prefecto de la guardia
de Maxencio, quien se hizo fuerte en la ciudad. Mientras mantenía la ciudad bajo sitio,
Constantino, con un destacamento de su ejercito, atacó y eliminó fácilmente los refuerzos
frescos que venían en auxilio de las tropas que resguardaban la ciudad. La rendición de
Verona fue la consecuencia inmediata. A pesar de la mayoría arrolladora de su enemigo
(100.000 hombres en las filas de Maxencio contra 20.000 en las de Constantino) el
emperador continuó confiado su marcha hacia Roma. Una visión le había asegurado que
conquistaría en el nombre de Cristo, por tanto sus guerreros llevaban el monograma de Cristo
en sus escudos, a pesar de que la gran mayoría eran paganos. Las dos fuerzas en conflicto
se encontraron cerca del puente sobre el río Tíber denominado el Puente Milviano. Fue aquí
donde las fuerzas de Maxencio sufrieron la derrota definitiva, habiendo el tirano perdido su
vida en el Tíber (Octubre 28 del 312). El vencedor inmediatamente ofreció prueba de su
gratitud al Dios de los Cristianos el cual fue a partir de ese momento tolerado en todo el
imperio (Edicto de Milán, a inicios del 313). Trató a sus enemigos con gran magnanimidad; las
acostumbradas ejecuciones sangrientas no fueron la consecuencia de la victoria del puente
Milviano. Constantino permaneció en Roma tan solo durante un corto tiempo. Siguió a Milán
(finales del 312 o principios del 313) para encontrarse con su colega Augusto Licinio a quien
entregó en matrimonio a su hermana y logró que garantizara la protección de los cristianos de
Oriente y a cambio ofreció su protección contra Maximino Daia, este último un pagano
intolerante y cruel tirano quien persiguió a los Cristianos aún luego de la muerte de Galerio.
Fue éste finalmente derrotado por Licinio, cuyos soldados, siguiendo ordenes suyas, habían
invocado al Dios de los Cristianos en el campo de batalla (Abril 30 del 313.). Maximino a su
vez, imploró al Dios de los Cristianos, pero murió de dolorosa enfermedad en el otoño
siguiente.
Quedó Licinio como único superviviente de los Tetrarcas de Dioclesiano. Su traición obligó a
Constantino a alzarse en guerra contra él. Con su acostumbrada impetuosidad el Emperador
le propinó su golpe de gracia en Cibala (Octubre 8 del 314). Licinio, sin embargo, pudo
recuperarse y la batalla librada posteriormente en Castra Jarba (Noviembre del 314) dejó a
ambos ejércitos en condición tal que ambas partes consideraron que la única salida era hacer
la paz. La paz duró diez años. Pero luego cerca del 322, no se contentó con profesar su
paganismo abiertamente comenzó a perseguir de nuevo a los Cristianos mientras desconocía
los derechos y privilegios de Constantino. La guerra era pues inevitable. Constantino reunió
una infantería de 125.000 hombres y una caballería de 10.000. Adicionalmente armó 200

4
barcos para lograr el control del Bósforo.
Licinio, por otro lado y dejando la frontera oriental sin defensas obtuvo un ejército más
numeroso aún constituido por 150.000 infantes y 15.000 de caballería, mientras que su flota
naval estaba formada por no menos de 350 barcos. Los dos ejércitos se encontraron en
Adrianopolis el 3 de Julio del 324, donde las bien disciplinadas tropas de Constantino
vencieron y pusieron en retirada a las menos disciplinadas de Licinio. Licinio por otra parte se
hizo fuerte en las barracas de Bizancio de manera tal que un ataque pudiera tener menor
oportunidad de éxito y la única oportunidad de tomar el fuerte era mediante el bloqueo y la
hambruna. Lo anterior requeriría la ayuda de la flota naval de Constantino, sin embargo la
flota de Licinio se interponía en el camino. Una batalla naval a la entrada de los Dardanelos
no ofrecía garantía de éxito, por lo tanto la Fuerza de Tarea de Constantino se retiró hacia
Elains para reunirse con el resto de su flota. La flota dirigida por el Almirante Abantus de
Licinio, trató de perseguir la flota de Constantino pero se encontró con una violenta tormenta
que dio cuenta de 130 de sus naves y de 5.000 hombres. Constantino cruzó el Bósforo,
dejando atrás tropas suficientes para mantener el bloqueo de Bizancio y enfrentó al cuerpo
principal de su oponente en Chrisopolis, cerca de Calcedonia. De nuevo le infringió una
derrota apabullante, matando 25.000 hombres y desbandando la mayoría de los
sobrevivientes. Licinio huyó a Nicomedia con 30.000 hombres, sin embargo se dio cuenta que
cualquier resistencia sería inútil. Capituló a discreción y el corazón magnánimo de
Constantino le perdonó la vida. Sin embargo, cuando en el año siguiente (325) Licinio
reanudó sus traicioneras costumbres, fue condenado a muerte por el Senado Romano y
ejecutado.
En adelante, Constantino quedó como monarca único del Imperio Romano. Poco después de
la muerte de Licinio, Constantino determinó que la futura capital del imperio fuera
Constantinopla y con su acostumbrado ímpetu tomo todas las medidas para hacer de esa
ciudad una más grande, fuerte y hermosa. Dedicó los siguientes diez años de su reinado a
promover el bienestar político, económico y moral de sus posesiones y previó la estructura del
gobierno futuro de su imperio. Mientras que colocaba a sus sobrinos Dalmacio y Anibaliano a
cargo de provincias menores, designó a sus hijos Constancio, Constantino y Constans como
los futuros regidores del imperio. No mucho antes de su final, el movimiento hostil del rey de
Persia, Shâpûr, lo lanzó de nuevo al campo de batalla. Cuando se encontraba a punto de
marchar en contra de su enemigo fue atacado por una enfermedad, de la cual murió en Mayo
del 337, luego de haber recibido el bautismo.
II. APRECIACIÓN HISTÓRICA
Constantino, con todo derecho, había reclamado el titulo de El grande, ya que había
cambiado la historia del mundo y había hecho de la Cristiandad, que hasta entonces sufría de
una sangrienta persecución, la religión del Estado. Es bien cierto que las razones más
profundas de tales cambios deben ser encontradas en el movimiento religioso de esos
tiempos, pero tales razones eran, a duras penas, imperativas, ya que los cristianos
conformaban tan solo una pequeña porción de la población, constituyendo una quinta parte
de la misma en el Occidente y la mitad en una gran parte del Oriente. La decisión de
Constantino dependía pues, mas de un acto personal que de una condición general, haciendo
que su personalidad sea objeto de una cuidadosa consideración.
Mucho antes de lo mencionado anteriormente, las creencias del antiguo politeísmo habían
sido sacudidas en sus raíces. En personalidades más sólidas como la de Dioclesiano, se
mostraba su fortaleza en la forma de superstición, magia y adivinación. El mundo estaba
pues, totalmente maduro para recibir el monoteísmo o su forma modificada el henoteísmo. El
monoteísmo de entonces se ofrecía en diversas variedades, bajo las formas de varias
religiones Orientales: en la adoración al Sol, la veneración de Mitras, el en Judaísmo y en la

5
Cristiandad. Quien quisiera evitar un rompimiento radical con el pasado buscaría una forma
Oriental de adoración que no exigiera sacrificios severos; en tal caso, por supuesto, la
Cristiandad sería la última elección. Probablemente muchas mentes nobles reconocieron la
verdad contenida en el Judaísmo y la Cristiandad, pero creyeron que podían apropiárselos sin
ser obligados por tal hecho, a renunciar a la belleza de otro tipo de adoraciones. Una de tales
mentes fue el Emperador Alejandro Severo, otro fue Aureliano, cuyas opiniones se vieron
confirmadas por cristianos como Pablo de Samosata. No sólo los Gnósticos y otro tipo de
herejes, sino algunos Cristianos quienes se consideraban fieles, se mantuvieron, de alguna
manera, firmes en la adoración del sol. León el Grande, en su momento, decía que era la
costumbre de muchos Cristianos el pararse en las gradas de la Iglesia de San Pedro a rendir
homenaje al sol mediante reverencias y rezos. (cf. Euseb. Alexand. en Mai, "Nov. Patr. Bibl.",
11, 523; Augustin, "Enarratio in Ps. x"; Leon I, Serm. xxvi). Cuando tales condiciones
prevalecían es fácil entender cómo muchos de los Emperadores cedieron ante la falacia de
que podían unir a todos sus súbditos en la adoración al dios sol quien combinaba en sí el
Padre – Dios de los Cristianos y el muy venerado Mitras. El imperio, por tanto, pudo ser
fundado de nuevo bajo una sola religión. Aún el mismo Constantino, como más adelante se
demostrará, abrazó por algún tiempo estas erradas creencias. Parecería ser que las últimas
persecuciones de los Cristianos estaban dirigidas mucho mas hacia aquellos irreconciliables y
extremistas que contra el gran cuerpo de la Cristiandad. La política de los emperadores no fue
consistente. Dioclesiano fue, inicialmente, amigo de los Cristianos. Aún su enemigo más
oscuro, Juliano, vaciló. Cesar Constancio, el padre de Constantino, protegió a los cristianos
durante una cruel persecución.
Constantino creció bajo la influencia de las ideas de su padre. Hijo de Constancio Cloro en su
primer matrimonio informal, denominado concubinatus, con Helena, una mujer de cuna
inferior. Durante corto tiempo Constantino fue obligado a permanecer en la corte de Galerio,
de cuyo ambiente, evidentemente, no quedó bien impresionado. Al retiro de Dioclesiano,
Constancio avanzó de la posición de Cesar a la de Augusto, y el ejército, contra el deseo de
los otros emperadores, elevó al joven Constantino a la posición que había quedado vacante.
En ése mismo momento quedó en evidencia lo poco exitoso del sistema artificial de división
de Imperio y de la sucesión al trono mediante la cual Dioclesiano buscó frustrar el arrogante
poder de la guardia pretoriana. La personalidad de Dioclesiano está llena de contradicciones;
se mostraba tan ramplón en sus sentimientos religiosos como era astuto y visionario en los
asuntos de estado. Hombre de naturaleza autocrática, pero quien bajo determinadas
circunstancias, se imponía limitaciones. Fue quien comenzó la reconstrucción del imperio la
cual sería terminada por Constantino. Muchas amenazas serias pusieron en peligro la
existencia del imperio como fueron la carencia de una unidad nacional y religiosa y su
debilidad financiera y militar. Como consecuencia, el sistema impositivo tuvo que ser
acomodado al sistema de trueque que por tales razones revivió. Los impuestos cayeron con
mayor fuerza sobre los campesinos, las comunidades campesinas, y los propietarios de
tierras; a lo anterior se sumaba el servicio obligatorio, cada vez mas pesado, que se imponía
a aquellos dedicados a las empresas industriales las cuales fueron unidas en gremios
estatales. El ejército fue fortalecido, las tropas de la frontera fueron incrementadas a 360.000
hombres. Adicionalmente las tribus fronterizas fueron puestas bajo la nómina estatal, como
aliados. Muchas ciudades fueron fortificadas, y nuevas fortalezas y cuarteles fueron
construidos. Poniendo en mayor contacto a los civiles y a los militares en contraposición al
antiguo axioma romano. Cada vez que una frontera se veía amenazada las tropas domésticas
se tomaban el campo de batalla. Este cuerpo de soldados, denominados los palatini,
comitatenses, y que habían tomado el lugar de la Guardia Pretoriana, no eran mas de
200.000 (en algunos casos se calculaban en 194.500). Un buen servicios de Correos

6
mantenía una constante comunicación entre las diferentes partes del imperio. La
administración civil y militar se vio posiblemente mas agudamente dividida que antes, sin
embargo se le concedía una igual y cada vez mayor importancia a la capacidad militar de los
servidores estatales. Sobre todo, el emperador fue entronizado como un dios, y a la dignidad
imperial se la rodeó con un halo, un ámbito sagrado, con un ceremonial que fue tomado en
préstamo de las teocracias orientales. El oriente, desde los primeros tiempos había sido
terreno propicio para un gobierno teocrático, los súbditos de cada regente creían que el
mismo estaba en comunicación directa con la deidad mayor, y por tanto, la ley del Estado era
vista como la ley revelada. En la misma forma los emperadores permitían que se les venerara
como si fueran oráculos sagrados y como deidades y todo aquello que se relacionara con
ellos era denominado sagrado. La palabra Sagrado llegó a reemplazar la denominación de
Imperial. Un numeroso séquito de la corte, complicados ceremoniales, y ostentosas
vestimentas hacían que el acceso al emperador fuera aún más difícil. Quien deseara
acercarse a la cabeza del Estado debía transitar primero por muchas antesalas y postrarse
ante el emperador como si fuera una divinidad. Puesto que los antiguos pobladores de Roma
no gustaban de tales ceremoniales, los emperadores mostraron una preferencia cada vez
mayor al Oriente, donde el monoteísmo se mantenía virtualmente incólume y donde, por
añadidura, eran mejores las condiciones económicas. Roma, pues, no pudo por mas tiempo
controlar la totalidad del gran imperio y sus peculiares civilizaciones.
Por todos los lados comenzaron a aparecer nuevas y vigorosas fuerzas nacionales de tal
manera que tan solo dos políticas eran posibles. O bien se daba espacio a los nuevos
movimientos nacionales, o se mantenían con firmeza los cimientos nacionales antiguos para
revivir los antiguos principios Romanos, la pretérita severidad militar y el patriotismo de la
vieja Roma. . Varios emperadores habían tratado de seguir éste último sendero en vano. Era
tan imposible el retornar a la vida simplista de antaño como lo era el retornar a las antigua
creencias paganas con su sistema nacional de veneración. Consecuentemente el imperio
tuvo que identificarse con el movimiento progresista, emplear al máximo los recursos
existentes dentro de la vida nacional, ejercer tolerancia, hacer concesiones a las nuevas
tendencias religiosas y acoger a las tribus germánicas dentro del imperio. Tales convicciones
continuaron expandiéndose principalmente por que el padre de Constantino había obtenido
buenos resultados de tales políticas. En la Galia, Bretaña y España, donde regía Constancio
Cloro prevalecieron la paz y la satisfacción. La prosperidad de las provincias aumentó
visiblemente mientras que en el oriente la prosperidad se vio menoscabada por la
inestabilidad y la confusión existentes. Fue, sin embargo, y particularmente en la parte
occidental del imperio donde la veneración de Mitras predominó. Hubiera sido posible el
congregar todas estas diferentes nacionalidades alrededor de sus altares? Hubiera sido
factible que el Sol Deus Invictus, venerado por Dioclesiano y Galerio, se hubiera convertido en
el dios supremo del imperio? Es posible que Constantino haya reflexionado al respecto y es
posible que no haya rechazado totalmente dicha posición aún luego de los milagrosos
acontecimientos que marcaron su preferencia hacia el Dios de los Cristianos.
Su decisión a favor de los Cristianos fue, indudablemente influenciada por razones de
conciencia; razones resultantes de las impresiones dejadas en cada persona libre de
prejuicios tanto por los Cristianos como la fuerza moral de la Cristiandad y el conocimiento
práctico que los emperadores poseían de los oficiales militares y oficiales estatales Cristianos.
Tales razones, sin embargo no son mencionadas en la historia la cual le da primaria
importancia al evento milagroso. Antes de que Constantino avanzara en contra de su rival
Maxencio y de acuerdo con las antiguas costumbres, convocó a los arúspices, los cuales
profetizaron el desastre de acuerdo con un panegirista pagano. Sin embargo, cuando los
dioses le negaban su ayuda, continúa dicho panegirista, hubo un dios en particular que lo

7
animó ya que Constantino tenia cercana relación con dicha divinidad. Lactancio. (De mort.
persec., ch. xliv) y Eusebio (Vita Const., I, xxvi-xxxi). Nos narran la manera cómo la conexión
con dicha deidad se manifestó. El primero dice que fue en un sueño, el segundo a través de
una visión como una manifestación celestial, una luz brillante en la cual vislumbró a la cruz o
al monograma de Cristo. Fortalecido con dicha aparición, avanzó corajudamente a la batalla,
venció a su rival y conquistó el poder supremo. Fue el resultado lo que dio importancia a la
visión, ya que, posteriormente cuando el emperador reflexionaba respecto del evento le fue
claro que la cruz llevaba la inscripción HOC VINCES (en éste signo conquistarás). Un
monograma que combinaba las primeras letras del nombre de Cristo (CHRISTOS) X y P, una
forma que no puede asegurarse que fuera utilizada antes por los Cristianos, fue convertida en
uno de los símbolos de actualidad y puesta en el Labarum (q. v.). Esta insignia fue también
puesta en la mano de una estatua del emperador en Roma, en cuyo pedestal se leía la
siguiente inscripción "Con la ayuda de este beneficioso símbolo de fortaleza he liberado a mi
ciudad del yugo de la tiranía y devuelto al Senado Romano y al Pueblo su antiguo esplendor y
gloria." Enseguida después de su victoria, Constantino otorgó tolerancia a los Cristianos y al
año siguiente (313) dio un paso mas en su favor. En el 313 Licinio y él emitieron en Milán el
famoso edicto de tolerancia. En él se declaraba que los dos emperadores habían reflexionado
respecto de lo que sería más ventajoso para la seguridad y bienestar del imperio y, sobre
todo, habían tomado en consideración el servicio que el hombre debía a la "deidad". Por
consiguiente resolvieron dar a los Cristianos y a otros libertad en el ejercicio de la religión.
Cualquiera podía seguir la religión que considerara mas apropiada. Ellos hicieron votos por
que la "deidad entronizada en los cielos" les otorgaría a los emperadores y sus súbditos sus
favores y protección. Lo anterior fue suficiente para causar enorme confusión entre los
paganos. Si las palabras del edicto se examinan cuidadosamente se encuentra evidencia
clara del esfuerzo hecho para expresan los nuevos pensamientos de una manera
absolutamente carente de ambigüedad que eliminara la más mínima duda al respecto. El
edicto contiene mucho mas que la creencia a la cual Galerio, al final, había escogido, como es
la de que las persecuciones eran totalmente inútiles, y otorgaba a los Cristianos libertad de
culto y simultáneamente procuraba no crear afrentas contra los paganos. Sin duda alguna el
término deidad fue cuidadosamente escogido puesto que no excluye su implicación pagana.
Las cautelosas expresiones probablemente se originaron en los archivos imperiales, donde
las concepciones y formas paganas de expresión permanecieron aún por mucho tiempo. El
cambio, sin embargo, de persecución sangrienta a tolerancia de la Cristiandad, un cambio
que implicaba su reconocimiento, puede haber sorprendido a muchos paganos y suscitado el
mismo estupor que un alemán sentiría si un emperador, siendo Social Demócrata, se hiciera a
las riendas del estado por la fuerza. A tal persona le parecería que los fundamentos del
Estado se estuvieran debilitando. Los Cristianos mismos pudieron haber sido tomados por
sorpresa. Antes de esto, por cierto, ya se le había ocurrido a Melito de Sardes (Eusebius, Hist.
Eccl., IV, xxxiii) que el emperador en algún momento podría llegar a convertirse al
cristianismo; sin embargo Tertuliano pensaba de manera diferente y había escrito (Apol., xxi)
la frase memorable: "Sed et Caesares credidissent super Christo, si aut Caesares non essent
saeculo necessarii, aut si et Christiani potuissent esse Caesares" (Pudieran los Césares haber
creído en Cristo si los Césares no hubiesen sido necesarios para el mundo o si los cristianos
hubiesen podido ser Césares). La misma opinión fue emitida por San Justino (I, xii, II, xv). A él
y a muchos otros se les antojaba un imposible total el que el Imperio fuera Cristiano. En todo
caso días felices se presentaban ahora ante los Cristianos. Deben ellos haber tenido los
mismos sentimientos de los perseguidos durante la Revolución Francesa cuando
Roberspierre fue finalmente derrocado y su Reino del Terror terminó. Los sentimientos de
liberación del peligro son delicadamente expresados en el tratado atribuido a Lactancio (De

8
mortibus persecut., en P. L., VII, 52), respecto de las maneras como la muerte se apoderó de
los perseguidores. Dice: " Debemos ahora agradecer al Señor Quien ha unido su rebaño el
cual había sido devastado por los lobos rapaces y Quien ha exterminado las bestias salvajes
que los alejaron de sus pasturas. Dónde están ahora las multitudes de nuestros enemigos?,
donde los verdugos de Dioclesiano y Maximiano? Dios los ha barrido de la faz de la tierra;
celebremos entonces Su triunfo con alegría; observemos la victoria del Señor con cantos de
alabanza, y honrémoslo a El noche y día con oración, para que la paz que hemos recibido de
nuevo luego de diez años de miseria, sea preservada." Los Cristianos fueron liberados de las
minas y de las prisiones y fueron recibidos por sus hermanos en la fe con aclamaciones de
júbilo; las iglesias se llenaron de nuevo y aquellos que se habían alejado de la Cristiandad
pidieron perdón.
Durante algún tiempo parecía que tan sólo la tolerancia y la igualdad prevaldrían. Constantino
se mostraba igualmente condescendiente con ambas religiones. En su calidad de pontifex
maximus vigiló la adoración pagana y protegió sus derechos. Lo único que hizo fue el suprimir
la adivinación y la magia a las cuales los emperadores paganos habían recurrido
ocasionalmente. Por consiguiente el emperador romano en el año 320 prohibió el acceso a
las casas privadas a los adivinadores y arúspices bajo la pena de muerte. Quien a su solicitud
o promesa de pago ofreciera a un arúspice violar ésta ley sus propiedades serían confiscadas
y él mismo llevado a la hoguera. A quienes informaran de tales hechos se les
recompensarían. Quien quisiera practicar los usos paganos debían hacerlo abiertamente.
Debía acudir a los altares públicos o a los sitios sagrados, y en ésos sitios observar las
formas tradicionales de adoración. "No prohibimos", decía el emperador, "la observancia de
las antiguas tradiciones a la luz del día." En una ordenanza del mismo año dirigida a los
prefectos de la ciudad de Roma, Constantino ordenaba que si un rayo hubiera de caer sobre
el palacio imperial o sobre un edificio público, los arúspices deberían, de acuerdo con las
antiguas costumbres, interpretar el significado de tal acontecimiento y su interpretación
debería ser reportada por escrito al emperador. Igualmente se le permitía a los individuos
privados hacer uso de ésta antigua costumbre, pero al hacerlo debían abstenerse de los
prohibidos sacrificia domestica. De esto no puede deducirse que existía una prohibición
general para la celebración de sacrificios familiares, a pesar de que en el año 341 Constancio,
el hijo de Constantino menciona tal prohibición (Cod. Teod., XVI, x, 2). Una prohibición de tal
naturaleza hubiera tenido mayores consecuencias, ya que la mayoría de los sacrificios eran
de carácter privado. Mas aún cómo hubiera podido implementarse tal prohibición si los
sacrificios públicos aún eran permitidos? En la consagración de Constantinopla se utilizó una
ceremonia mitad Cristiana y mitad pagana. La carroza del dios sol fue puesta en el mercado
público y sobre su cabeza se colocó la Cruz de Cristo, mientras que el Kyrie – Eleyson se
cantaba. Poco antes de su muerte Constantino confirmó los privilegios de los sacerdotes de
los antiguos dioses. Muchas otras medidas tomadas por él tenían la apariencia de medidas a
medias como si él mismo hubiera abrazado alguna forma sincretística de religión. Acorde con
lo anterior ordenó a las tropas paganas el utilizar una oración en la cual cualquier monoteísta
pudiera tomar parte y que a la sazón decía: "Te reconocemos a ti solamente como dios y rey,
te invocamos para que nos ayudes. Hemos recibido la victoria de ti y por ti hemos superado a
nuestros enemigos. A ti debemos todo lo bueno que hemos recibido hasta ahora y en ti
confiamos en el futuro. A ti elevamos nuestras súplicas e imploramos que preserves a nuestro
emperador Constantino y a sus hijos temerosos de dios, libres de mal y victoriosos por
muchos años". El emperador tomó un paso adicional cuando ordenó retirar sus estatuas de
los templos paganos, prohibió que los templos que caían en ruina fueran reparados y suprimió
toda forma ofensiva de adoración. Todas éstas medidas, sin embargo, no fueron mas allá de
la tendencia sincretística que Constantino había demostrado durante mucho tiempo. Sin

9
embargo él debió percibir con claridad mayor cada vez que el sincretismo era imposible.
De la misma manera la tolerancia y la libertad religiosa no podían continuar existiendo como
una forma de igualdad. Los tiempos no estaban listos para una concepción de tal naturaleza.
Si bien es cierto que los escritores Cristianos defendieron la libertad religiosa y que, por lo
tanto Tertuliano dijo que la religión prohibe la compulsión religiosa (Non est religionis cogere
religionem quae sponte suscipi debet non vi.--"Ad Scapulam", cerca al final;) y, mas aún,
Lactancio declaró que "El hombre debe estar dispuesto a morir por defender la religión, pero
no a matar." Orígenes enarboló igualmente la causa de la libertad. Muy probablemente la
constante persecución y opresión generaron el entendimiento de que el imponer una manera
de pensar y de concebir el mundo y la vida era una compulsión malvada. Contrastando con la
asfixiante violencia del Estado Antiguo y con el poder y la costumbre de la opinión pública,
estaban los Cristianos como los defensores de la libertad, pero no solamente de una libertad
individual o subjetiva, ni de una libertad de conciencia como se entiende hoy en día. Aún si la
Iglesia hubiera reconocido esta forma de libertad, el Estado no habría podido permanecer
tolerante. Sin percatarse de la importancia de sus actos Constantino otorgó a la Iglesia un
privilegio tras otro. Desde el 313 la Iglesia obtuvo inmunidad para sus eclesiásticos,
incluyendo libertad de impuestos o servicios obligatorios u oficios obligatorios del estado
como era, por ejemplo, la dignidad curial, que imponía pesadas cargas. La Iglesia obtuvo
adicionalmente la facultad de heredar propiedades y Constantino puso al Domingo bajo la
protección del Estado. Es verdad, sin embargo, que los veneradores de Mitras también
reverenciaban el Domingo y la Navidad, por consiguiente Constantino se refiere al Domingo
no como el día del Señor sino como el eterno día del sol. De acuerdo con Eusebio a los
paganos también se les obligó en éste día a salir a campo abierto y en conjunto, elevar sus
manos y recitar la oración que ya se mencionó, una oración sin marcadas características
Cristianas (Vita Const., IV, xx). El emperador otorgó muchos privilegios a la Iglesia por que
ella cuidaba de los pobres y por su marcada y activa benevolencia. Pero tal vez demostró sus
tendencias Cristianas de manera mas pronunciada al remover los impedimentos legales que,
desde los tiempos de Augusto, se habían impuesto al celibato, dejando tan sólo los leges
decimarioe, y al reconocer una amplia jurisdicción eclesiástica. Sin embargo no debe
olvidarse que las comunidades judías tenían también sus propias jurisdicciones, exenciones e
inmunidades, así fuera en grado mas reducido. En una ley del año 318 se rechazó la
competencia de las cortes civiles si en un pleito se apelaba a la corte de un obispo Cristiano.
Aún antes de que el pleito fuera iniciado en una corte civil, era permitido que una de las partes
lo transfiriera a la corte del obispo. Si a ambas partes se les concedía audiencia legal, la
decisión del obispo tenía plena validez y obligatoriedad. Una ley del 333 ordenaba a los
oficiales del estado a imponer las decisiones de los obispos. El testimonio de un obispo
debería ser considerado suficiente por cualquier juez y ningún testigo podía ser citado con
posterioridad al testimonio del obispo. Dichas concesiones tenían tanto alcance que la Iglesia
misma sentía que el inmenso crecimiento de su jurisdicción era una restricción en sí mismo.
Posteriores emperadores limitaron esta jurisdicción a casos de sumisión voluntaria de las
partes a la corte episcopal.
Constantino logró mucho a favor de los niños, esclavos y las mujeres, todos aquellos
miembros más débiles de la sociedad los cuales eran tratados ásperamente por la antigua ley
romana. Sin embargo él tan solo continuó la labor que, bajo la influencia del Estoicismo, los
emperadores que lo precedieron habían iniciado y habían dejado a sus sucesores para
continuar el empeño de la emancipación. Es así como algunos emperadores anteriores a
Constantino habían prohibido, sin éxito, el abandono de niños, como niños expósitos o
abandonados, éstos eran rápidamente adoptados para ser utilizados en varios propósitos. Los
Cristianos, particularmente, se esforzaron para apoderarse de éstos niños,

10
consecuentemente, Constantino no emitió prohibición directa respecto al abandono, a pesar
de que los cristianos equiparaban en gravedad a éste con el asesinato. Ordenó, en lugar de
una prohibición directa que los expósitos deberían pertenecer a aquel que los encontrara, y le
prohibió a los padres reclamar a los niños que habían abandonado. Aquellos que acogían a
estos niños adquirían derecho de propiedad sobre ellos lo que les permitía un uso extenso de
dicho derecho; podían, por ejemplo, venderlos y esclavizarlos, hasta que Justiniano prohibió
su esclavitud bajo cualquier forma. Aún en los tiempos de San Crisóstomo los padres
mutilaban a sus hijos por lucro. Cuando había hambruna o estando endeudados, muchos
padres tan sólo obtenían alivio mediante la venta de sus hijos, si es que no deseaban
venderse a sí mismos. Leyes emitidas posteriormente en contra de dichas prácticas tuvieron
tan poco efecto como aquellas que prohibieron la castración y la prostitución. San Ambrosio,
de manera vívida, describe el triste espectáculo de la venta de los niños por parte de sus
padres, bajo la presión de los acreedores, o por parte de los acreedores mismos. Poco
sirvieron las muchas formas de atención e instituciones que trataban de proteger a dichos
niños y a los pobres. El mismo Constantino estableció asilos para los expósitos, pero sin
embargo reconoció el derecho de los padres de vender a sus hijos y tan sólo creó
excepciones para los niños de mas edad. Reglamentó que los niños que habían sido
vendidos podían ser vueltos a comprar por sus padres, en diferenciación clara a aquellos que
habían sido expuestos. Sin embargo su disposición no tenía aplicabilidad alguna si los niños
eran llevados al extranjero. Valentiniano, por tanto, prohibió el tráfico de seres humanos con
tierras extranjeras. Las leyes prohibiendo tales prácticas se multiplicaron constantemente, sin
embargo la mayor parte de la carga de tratar de salvar a los niños recayó sobre la Iglesia.
Constantino fue el primero en prohibir el rapto de niñas. El abductor y aquellos que lo habían
asistido, influenciando a la niña, eran amenazados con penas severas. Armonizando con los
puntos de vista de la Iglesia, Constantino hizo más difícil el proceso de divorcio, no hizo
cambios en el divorcio por mutuo consentimiento, pero impuso severas condiciones cuando la
demanda de separación provenía de una de las partes solamente. Un hombre podía
abandonar a su esposa por razón de adulterio, envenenamiento y prostitución, y en el
proceso retener su dote, sin embargo, si la abandonaba por cualquier otro motivo, debía
devolver su dote y se le prohibía volverse a casar. Si a pesar de lo anterior se casaba, la
anterior esposa podía entrar a su casa y llevarse para sí, todo aquello que la nueva esposa le
había entregado. Constantino hizo más severas las leyes antiguas prohibiendo el concubinato
de una mujer libre con un esclavo, lo cual fue visto con buenos ojos por la iglesia. Por otra
parte el haber guardado las distinciones de clases dentro de la ley de matrimonio estaba
claramente en contradicción con las disposiciones de la Iglesia la cual rechazaba cualquier
discriminación por clase dentro del matrimonio, y consideraba como legítimos los matrimonios
informales (los denominados concubinatus), puesto que poseían un carácter permanente y
eran monógamos. Constantino, sin embargo, hizo la figura del Concubinatus más difícil y
prohibió a los senadores y a los altos funcionarios del Estado y del sacerdocio pagano el
contraer este tipo de uniones con mujeres de clase inferior (feminoe humiles), haciendo, de
hecho, imposible que pudieran casarse con mujeres pertenecientes a clases inferiores, a
pesar del hecho de que su propia madre pertenecía a una clase inferior. El emperador, sin
embargo, en los demás aspectos siempre demostró el mayor respeto hacia su madre. Los
demás concubinatus, diferentes a los ya mencionados, fueron colocados en desventaja con
respecto del manejo de las propiedades y los derechos hereditarios de los concubinos y sus
hijos eran restringidos. Por otra parte Constantino alentó la emancipación de los esclavos y
decretó que la manumisión en la iglesia tendría el mismo efecto que la manumisión pública
realizada ante funcionarios estatales o la realizada por testamento. (321). Ni los emperadores
Cristianos ni los paganos permitieron que los esclavos buscaran su libertad sin la autorización

11
de la ley, los legisladores Cristianos buscaron aliviar la esclavitud limitando la intensidad del
castigo corporal; El amo tan sólo podría utilizar la vara o enviar al esclavo a la prisión y si el
esclavo moría dentro de dichas circunstancia su amo no era responsable. Sin embargo, si la
muerte era producida por el uso de garrotes o piedras o armas o instrumentos de tortura, la
persona que causaba la muerte era tratada como un asesino. Como más adelante se podrá
ver, el mismo Constantino se vio obligado a observar ésta ley cuando trató de deshacerse de
Liciano. Un criminal no podía ser golpeado en la cara, tan sólo en los pies ya que la cara
estaba hecha a semejanza de Dios.
Cuando se comparan éstas leyes con las emitidas por emperadores anteriores cuya
disposición era considerada como humana, no se ve que las emitidas por Constantino tengan
un alcance mayor. En todo aquello deferente a la religión Constantino siguió las huellas de
Dioclesiano y a pesar de las experiencias negativas permaneció adherido a la división artificial
del imperio; trató durante largo tiempo de evitar un rompimiento con Licinio y repartió al
imperio entre sus hijos. Por otra parte, el poder imperial fue incrementado al recibir la
consagración religiosa. La Iglesia toleró el culto al emperador bajo muchas formas. Se
permitía hablar de la divinidad del emperador, o del palacio sagrado, la cámara sagrada y del
altar del emperador, sin que esto fuera considerado idolatría. Desde éste punto de vista los
cambios religiosos de Constantino pueden ser considerados como meras frivolidades, eran
tan solo poco mas que renuncias a simples formalidades. Puesto que lo que sus
predecesores habían buscado mediante el uso de toda su autoridad y al costo de un
incesante derramamiento de sangre era tan sólo el reconocimiento de su propia divinidad;
Constantino logró esto a pesar de que renunció a que se realizaran sacrificios a su honor.
Algunos obispos, cegados por el esplendor de la corte fueron a extremos tales de llamar al
emperador el ángel de Dios, un ser sagrado, y profetizar que, tal como lo había hecho el Hijo
de Dios, reinaría en el cielo. Consiguientemente se ha asegurado que Constantino favoreció a
la Cristiandad por simples motivos políticos, y ha sido visto como un déspota glorificado que
hizo uso de la religión como un medio para lograr la implementación de sus políticas. Cada
vez que la política del estado lo requería podía ser cruel. Aún luego de su conversión decretó
la ejecución de su cuñado Licinio y el hijo de éste, lo mismo que de Crispus, su propio hijo del
primer matrimonio, y de su esposa Fausta. Querelló con su colega Licinio respecto de su
política religiosa y en el 323 lo derrotó en una sangrienta batalla. Licinio se rindió bajo la
promesa de que se protegería su seguridad personal, pero a pesar de esto fue estrangulado
un año mas tarde por ordenes de Constantino. Durante el régimen conjunto, Liciano el hijo de
Licinio y Crispus el hijo de Constantino habían sido ambos césares. A los dos se les hizo
gradualmente a un lado. Crispus fue ejecutado bajo cargos de inmoralidad elevados contra él
por Fausta la segunda esposa de Constantino. Los cargos fueron falsos, lo cual fue conocido
por Constantino, luego de los hechos, a través de su madre Helena. En castigo Fausta fue
sofocada hasta su muerte en un baño caliente. Liciano fue flagelado hasta morir. Puesto que
Liciano no era hijo de la hermana de Constantino sino de una esclava, aquél lo trató siempre
como un esclavo. De ésta manera Constantino evadió su propia ley respecto de la mutilación
de esclavos. Luego de conocer tales crueldades es difícil creer que el mismo emperador
pudiera tener en ocasiones impulsos de suavidad y ternura. La naturaleza humana, empero,
está llena de contradicciones.
Constantino fue generoso, y pródigo en sus donaciones y adornó las iglesias Cristianas con
magnificencia. Puso mas atención a la literatura y el arte de lo que pudiera esperarse de un
emperador de su época, a pesar de que mucho de lo anterior fue hecho por vanidad, como se
comprueba por su agradecimiento a las dedicatorias hechas a él de trabajos literarios. Es muy
posible que él mismo haya practicado alguna forma de finas artes. Sin duda alguna estaba
dotado de un fuerte sentido religioso, era sincero y piadoso y le fascinaba ser representado en

12
actitud oratoria con sus ojos levantados hacia el cielo. En su palacio tenía una capilla a la cual
le gustaba retirarse a leer la Biblia y a orar. Dice Eusebio "Todos los días, a una hora
determinada se encerraba en el sitio mas recluido de su palacio, como si fuera asistir a los
Sagrados Misterios, y allí se comunicaba con Dios rogando a Él ardientemente de rodillas por
sus necesidades". En su carácter de catecúmeno no le era permitido asistir a los misterios de
la sagrada Eucaristía. Permaneció como catecúmeno hasta el fin de sus días no por falta de
convicción ni porque llevado por su disposición apasionada deseara llevar una vida pagana;
obedeció lo mas estrictamente posible los preceptos de la Cristiandad, observando
particularmente la virtud de la castidad la cual le había sido especialmente inculcada por sus
padres. Respetaba el celibato tanto que lo liberó de sus desventajas legales. Buscó elevar la
moralidad, y castigó con particular severidad las ofensas contra la moral que habían sido
promovidas por el culto pagano. Crió a sus hijos como Cristianos y así se separó
gradualmente del sincretismo el cual parecía a veces favorecer. El Dios de los Cristianos era
ciertamente un dios celoso que no toleraba otros dioses fuera de Él. La Iglesia nunca pudo
quejarse de que estuvo en el mismo nivel de otros cuerpos religiosos. Conquistó para sí un
dominio después del otro.
Constantino prefería la compañía de los obispos Cristianos a la de los sacerdotes paganos. El
emperador invitaba con frecuencia los obispos a su corte y les permitía el uso del sistema de
correos imperial, los sentó a su mesa, los llamó sus hermanos y cuando habían sufrido por la
Fe, besó sus cicatrices. Mientras que prefirió a los obispos como sus consejeros, ellos por
otra parte, frecuentemente solicitaban su intervención. Vg. Poco después del 313 en la
disputa Donatista. Durante muchos años se preocupó del problema árabe y allí, debe ser
reconocido, transpuso los límites de lo permisible como cuando, por ejemplo, dictaminó a
Atanasio a quiénes podía recibir en la Iglesia y a quiénes debía excluir. Aún así evitó cualquier
interferencia directa con el dogma y buscó que se cumpliera tan sólo lo que las autoridades
legítimas, los sínodos, decidieran. Cuando apareció en un Concilio Ecuménico, no lo hizo
para influir en las decisiones, sino para demostrar su interés e impresionar a los paganos.
Desterró obispos tan sólo para evitar disputas y discordias, es decir, por razones de estado.
Se opuso a Atanasio porque se le hizo creer que aquel quería retener las naves cargueras
con maíz destinado a Constantinopla. La prevención de Constantino puede ser mejor
entendida si se tiene en mente lo poderosos que los patriarcas llegaron a ser. Cuando
finalmente sintió la cercanía de la muerte, recibió el bautismo declarando ante los obispos
reunidos a su alrededor, que deseaba, como Cristo recibir el sacramento de salvación en el
Jordán, pero que puesto que Dios le había ordenado lo contrario, no deseaba demorar mas el
bautismo. Dejando a un lado la púrpura, el emperador, en ropajes de neófito esperó su final
dentro de gran paz y alegría.
El mayor de los hijos de Constantino, Constantino II, mostró claras tendencias hacia el
paganismo y sus monedas llevan abundancia de emblemas paganos, su segundo hijo en
favoritismo, Constancio, demostró mayores tendencias Cristianas convirtiéndose finalmente al
Cristianismo Ario. Constancio fue un firme opositor del paganismo. Cerró todos los templos y
prohibió los sacrificios bajo pena de muerte. Su máxima era: "Cesset superstitio; sacrificiorum
aboleatur insania" (Que cese la superstición, y que la locura de los sacrificios sea abolida).
Sus sucesores recurrieron a la persecución religiosa contra los herejes y paganos. Sus leyes
(Cod. Theod., XVI, v) tuvieron la más desfavorable influencia en la Edad Media y fueron los
fundamentos de la abusada Inquisición. (Ver PERSECUSIONES; CONSTANTINOPLA;
IMPERIO ROMANO)

Santa Helena

13
La madre de Constantino el Grande, nació a mediados del siglo III posiblemente en
la localidad romana de Drepanum (conocida más tarde como Helenópolis) en el Golfo de
Nicomedia, y murió alrededor del año 330. Fue de familia humilde; San Ambrosio en su
"Oratio de obitu Theodosii", se refiere a ella como stabularia, o posadera. No obstante, se
convirtió en la esposa legítima de Constancio Cloro. Su primer y único hijo, Constantino, nació
en Naissus, en la Alta Moesia, en el 274. La afirmación hecha por cronistas ingleses de la
Edad Media, en el sentido de que supuestamente habría sido hijo de un príncipe británico
carece totalmente de fundamento histórico. Esta idea pudo surgir por la errónea interpretación
de un término utilizado en el panegírico del matrimonio de Constantino con Fausta, que
Constantino, oriendo ("por sus orígenes", "desde el principio"), había honrado a Bretaña, lo
cual fue tomado como una alusión a su nacimiento, cuando en realidad hacía referencia al
comienzo de su reinado.
En el 292 Constancio se convirtió en el César de Occidente, dándose a sí mismo
prerrogativas de tipo político y renunció a Helena para casarse con Teodora, la hijastra del
Emperador Maximiano Herculius, su benefactor y admirador. Pero su hijo permaneció fiel y
leal a ella. A la muerte de Constancio Cloro, en el 308, Constantino, quien le sucedió, convocó
a su madre a la corte imperial, confiriéndole el título de Augusta, ordenando que se le
tributaran honores como la madre del soberano y acuñó monedas con su efigie. Por influencia
de su hijo, abrazó el Cristianismo después de la victoria de este sobre Majencio. Esto es
atestiguado directamente por Eusebio (Vita Constantini, III, xlviii): "Ella (su madre) se convirtió
bajo su influencia (de Constantino) en una sierva de Dios tan devota, que uno podía creer que
había sido discípula del Redentor de la humanidad desde su más tierna niñez". También es
claro el consenso entre los historiadores contemporáneos de la Iglesia que Helena, desde el
momento de su conversión, tuvo una vida seriamente cristiana y que su influencia y
liberalidad favoreció una amplia expansión del Cristianismo. La tradición vincula su nombre
con la construcción de iglesias cristianas en las ciudades de Occidente, donde residía la corte
imperial, principalmente en Roma y Trier, y no hay razón para rechazar esta tradición;
además, por lo que sabemos con certeza a través de Eusebio, Helena erigió iglesias en los
lugares santos de Palestina. A pesar de su edad avanzada emprendió un viaje a Palestina
luego de que Constantino, gracias a su victoria sobre Licinio, se convirtió en el único
Emperador del Imperio Romano en el 324. Fue en Palestina, como lo sabemos por Eusebio
(op. cit., xlii), donde ella tomó la resolución de dar a Dios, el Rey de Reyes, el homenaje y el
tributo de su devoción. Fue pródiga en su generosidad y buenas obras en esta tierra, "la
exploró con un notable discernimiento", y "la visitó con la atención y solicitud del emperador
mismo". Entonces, "luego de haber mostrado la veneración debida a las huellas del Salvador",
mandó erigir dos iglesias para la adoración a Dios: una se levantó en Belén, cerca de la Gruta
de la Natividad, y la otra sobre el Monte de la Ascensión, en las cercanías de Jerusalén.
También embelleció la gruta sagrada con ricos ornamentos. Esta estancia en Jerusalén dio
origen a la leyenda del descubrimiento de la Cruz de Cristo, mencionada primeramente por
Rufino.
Su generosidad fue tal que, de acuerdo a Eusebio, no solo ayudaba a personas sino
a comunidades enteras. Los pobres y desposeídos fueron especialmente objeto de su
caridad. Con piadoso celo visitó las iglesias por todas partes haciéndoles ricas donaciones.
Fue así que, en cumplimiento de los preceptos del Salvador, en adelante dio fruto abundante
en obras y palabras. Si Helena se comportó de esta manera mientras vivió en Tierra Santa, no
deberíamos dudar que mostrara la misma piedad y benevolencia en aquellas otras ciudades
del imperio en las que residió después de su conversión. En Roma su memoria es asociada
principalmente con la iglesia de La Santa Cruz de Jerusalén. En el lugar donde actualmente
se levanta esta iglesia antiguamente se asentó el Palatium Sessorianum, y cerca se
encontraban las Termas Helenianas, cuyos baños tomaron su nombre de la emperatriz. Aquí
se encontraron dos inscripciones compuestas en honor de Helena. El Sessorium, que se
encontraba cerca del Laterano, sirvió posiblemente como residencia de Helena cuando
permaneció en Roma; por eso es bastante probable que en este lugar Constantino haya
erigido una basílica cristiana, a sugerencia de su madre y en honor de la Cruz verdadera.
Helena aún vivía en el año 326, cuando Constantino mandó ejecutar a su hijo
Crispo. Cuando, según la relación de Sócrates (Hist. Eccl., I, xvii), en el 327 el emperador
realizó mejoras en Drepanum, la ciudad natal de su madre, y decretó que se llamaría
Helenópolis, es probable que ella haya regresado de Palestina con su hijo, quien para
entonces residía en Oriente. Constantino estuvo con ella cuando murió a la avanzada edad de

14
ochenta años aproximadamente (Eusebius, "Vita Const.", III, xlvi). Esto debió suceder
alrededor del año 330, puesto que las últimas monedas que se sabe fueron acuñadas con su
nombre llevan esta fecha. Su cuerpo fue llevado a Constantinopla y colocado para su
descanso en la cripta imperial de la iglesia de los Apóstoles. Se cree que sus restos fueron
transferidos en 849 a la Abadía de Hautvillers, en la Arquidiócesis Francesa de Reims, como
consta en el registro del monje Altmann en su "Translatio". Fue reverenciada como una santa,
y su veneración se extendió al Occidente a principios del siglo IX. Su festividad se celebra el
18 de Agosto. Respecto al hallazgo de la Santa Cruz por Santa Helena, vea CRUZ Y
CRUCIFIJO.
La localidad de Drepanum se encontraba cerca de Nicomedia, la actual Izmit a
orillas del mar de Mármara, al noreste de Turquía. La Alta Moesia abarcaba el territorio norte
de la actual Bulgaria. En el santoral de la Iglesia Ortodoxa Oriental su festividad se celebra el
21 de Mayo.

LOS ORIGENES DEL CRISTIANISMO

En el Imperio Romano, durante el siglo III se vivía una crisis enorme, con
guerras civiles constantes, invasiones de pueblos bárbaros, emperadores
asesinados uno tras otro, y un pueblo que fue dejando de creer que ser romano
era un privilegio, que perdió el orgullo de pertenecer a ese fantástico Imperio de
Augusto, Trajano, Adriano y tantos otros hombres talentosos.

En el marco de esa crisis, también los Dioses fueron cayendo en desgracia, se


fueron mezclando con ídolos orientales y otras religiones de pueblos vecinos, que
en el marco de la total libertad de culto romana hacían crecer su influencia sobre
un pueblo descreído.

Una de esas religiones, el cristianismo, iba aumentando poco a poco su caudal de


seguidores, pero no sin sufrir de vez en cuando fuertes persecuciones, así como
también edictos de los emperadores de turno que los obligaban a rendir culto a
los paganos.

El cristianismo no aceptaba otro Dios que no sea el suyo, por eso no pudo agregarse
a las religiones romanas, ya que las excluía a todas, de la misma manera que lo
hacía el judaísmo.

En 285 toma el poder Diocleciano, y allí se produce una de las más sangrientas
persecuciones de la historia: el emperador pudo ver el peligro que representaba para
el Imperio Romano tradicional la propagación de una religión tan distinta en su
espíritu a las religiones clásicas.

Sin embargo, luego de la guerra civil que envolvió por muchos años a los tetrarcas,
con las victorias de Constantino sobre Majencio, Maximiano y Licinio, el nuevo
gobernante único de Roma se dio cuenta del poder que podría representar la nueva
religión si se ponía de su lado, necesitado como estaba de asentar su gobierno con
una sólida base.

Constantino no fue cristiano ni por un solo instante, y esto se deduce por sus
acciones poco piadosas (venció a sus enemigos a sangre y fuego, ejecutando a
quién le pudiera hacer sombra, como por ejemplo hizo con Licinio, y asesinó a su
hijo y su esposa a sangre fría) y por el hecho de que si bien les dio a los
cristianos libertad de culto (Edicto de Milán, 313), jamás prohibió un solo Dios
pagano, ni persiguió a los que practicaban estos cultos.

Sin embargo sus intervenciones en el Concilio de Nicea, en 325, fueron de


imponer la unidad de acción en el cristianismo, condenar la herejía del

15
arrianismo, para que la religión fuera fuerte y unida, y oficializar el cristianismo
que a partir de allí usaría toda la estructura del estado romano y acompañaría al
emperador siempre en sus decisiones.

Constantino hizo del cristianismo un instrumento de poder en el cual se irían


apoyando cada vez más los emperadores romanos, siguiendo su ejemplo.

Luego del breve paréntesis de Juliano el Apóstata (361-363), que restaurara el


paganismo y persiguiera a los cristianos, pero por poco tiempo, ya que murió en
campaña contra los persas, el cristianismo se verá aún más fortalecido que antes.

El 27 de Febrero de 380, el emperador Teodosio pronuncia un edicto que declara


al cristianismo religión oficial del Imperio, con lo cual tenemos la verdadera
fecha en la que se impone esta nueva religión.

Teodosio terminó de darle forma a esta inserción del cristianismo en Roma,


dándole un poder enorme, ofreciéndole la estructura del estado a su servicio, y
obteniendo el poder que le daba esta religión sobre su gente.

Aquí termina de establecerse el cristianismo como religión oficial, apoyo del


nuevo estado romano, que poco a poco iría evolucionando hasta alcanzar enorme
influencia e importancia, que sería fundamental durante los mil años más de
vida del Imperio Romano en oriente, o Imperio Bizantino.

Una de las costumbres que marcarán la importancia de la iglesia cristiana en el


Imperio es la coronación del emperador por parte del patriarca, lo que da la tan
buscada legitimidad, aunque el emperador sea un usurpador, siendo el primero
en recibir dicha coronación León I, quién recibió la corona de manos del
patriarca de Constantinopla en 457.

A pesar de ello, no se puede hablar de un rápido asentamiento de la religión


cristiana en Roma, porque primero, no debían ser la mayoría cuando el gobierno
de Constantino, y ni siquiera en el de Teodosio, ya que las decisiones que
tomaron a favor de los obispos estos emperadores obedecían a factores de poder
y no de popularidad, y no se puede negar que el paganismo subsistió al menos
hasta 529, cuando Justiniano mandó cerrar la Escuela de Filosofía de Atenas.

Esta fue la forma, contada muy a grandes rasgos, en que el cristianismo se fue
imponiendo en Roma hasta ser la religión oficial, pero luego tuvo que luchar
contra las interminables herejías, arrianismo, nestorianismo, monofisismo, etc,
que veían la doctrina de manera más simple que la complicada y protocolar
ortodoxia, y que por ello se convertían en un peligro al ser aceptados fácilmente
por las masas mas humildes, especialmente entre los campesinos y el ejército, y
en las provincias de Siria y Egipto, triunfando la ortodoxia en las ciudades
grandes, especialmente en Constantinopla, Tesalónica y las ciudades de Asia
Menor, Trebizonda, Efeso, Mileto, Nicea, Nicomedia, etc.

Una vez superadas las primeras herejías, la herida provocada por el cisma
monofisita no pudo ser cerrada nunca, siendo una de las causas de la pérdida de
Siria, Palestina y Egipto a manos del Islam, que se ganó a la población poco a
poco con su libertad de cultos.

La ortodoxia religiosa, representada por el patriarca de Constantinopla, con su


intransigencia respecto a los aspectos doctrinales más sutiles, al mismo tiempo
que se consolidaba en el nuevo Imperio también fue la causa de innumerables
problemas con la Iglesia de Roma, que recorrió caminos distintos de la mano de
Papa, con un poder en principio muy deteriorado por las invasiones bárbaras,

16
pero que con los siglos fue creciendo y se transformó en una fuente de graves
problemas para el Imperio Bizantino, con los cismas del siglo IX, en la época de
Focio, y en el siglo XI, en la época de Miguel Cerulario, en 1054.
La pugna por el poder fue ganada por Roma con la victoria de los latinos de la
cuarta cruzada (desviada por los venecianos a Constantinopla en 1204, y luego
con la toma de Constantinopla por los turcos en 1453, que redujeron a los
ortodoxos enormemente, pero la ortodoxia siguió su camino hasta el día de hoy,
y fue una influencia enorme para pueblos como Serbia, Bulgaria, Armenia, Rusia,
y muchos otros.

17

También podría gustarte