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Casa de muñecas, etcétera, y ya en escena, asistí, el año

siguiente, a la estupenda creación de Lugné-Poe en el


Estupendo cornudo de Crommelynck. Lugné-Poe hizo en
este papel un tipo inolvidable de bufón intelectual;
introdujo en la escena francesa una composición a la
Breughel, con una especie de voz que gruñía como en las
tinieblas, con cascadas de risas, que, de la cabeza a los
pies, eran seguidas por rodadoras cascadas de
expresiones. Lugné-Poe ha sido a menudo un actor
desigual, a quien fastidia la representación dramática.
Representa, despreciando al público. Pero cuando entra
en su papel, el teatro entero ríe hasta desgañitarse. Por
manos y pies, es un actor completo. Sus sorprendentes
cambios de voz, y sus dedos que apuntan, y sus ojos
encendidos, hacen pensar por momentos, en una
tradición, perdida ya, del teatro. Se diría que estamos
ante un actor de los Misterios de la Edad Media francesa.
Y, sin embargo, en otro lado del teatro, sin gestos, con sólo
su voz, una voz argentina que solloza, Susana Deprés, en
la emocionante obra de d'Annunzio, llora sus manos
cortadas. Hacia este mismo año de 1920, Durec, que
murió poco después, interpretaba en el Deseo de Sigurd-
Johnson, pieza irlandesa, el papel de un mago prisionero
de sus maleficios y que cree ser poseedor del secreto. No
recuerdo haber escuchado jamás en teatro alguno
semejante voz de poseso, hasta el día en que, en el
Dibbouck, escuché a Margarita Jamois, literalmente
aullar en pos de su alma. 1920 es el año en que Jacques
Copeau, en el Vieux Golombier, llevó a la escena la
escuela unanimista, que es también una escuela de
naturalismo y de simplicidad, El unanimismo es un
populismo avant la lettre,

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