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Solidaridad, participación y ciudadanía

Bajo la lluvia fui feliz

Yo estaba trabajando como educadora de familia y el Instituto me ofreció


una oportunidad como Directora de un Jardín Infantil. Y me acuerdo que
ese día llovía, como si la tierra llorara arrepentida la desgracia que nos
causó ese 25 de enero a la 1.19.p. m.

Ese día yo estaba feliz, todos los niños sonreían sintiendo mi felicidad;
además, sentía que todos los esfuerzos de muchos años se concretaban
allí en ese día tan feliz, a pesar de que el cielo estaba gris, muy gris, como
si presagiara el momento más angustioso para mi pueblo.

Era la hora, creo que la 1.19, y todo comenzó a temblar: la tierra, el aire,
las paredes, el techo, nosotros... Y seguía temblando horriblemente, creo
que mis brazos crecieron, porque abracé a todos los niños, todos me
cupieron en mis manos y todos se pegaron a mi cuerpo.

Creo que pude con todos, porque a todos los cargué y hechos todo un
racimo de terror nos salimos al patio; les dije que nos tomáramos de las
manos para sentirnos y les dije: “no vamos a gritar”, Yo sentía que todo el
mundo temblaba, oía gritos desgarradores haciendo coro con el rugido de
la tierra. Luego todo cesó, y la primera persona que entró fue una madre;
apenas vio a su hijo se desmayó. Todos estábamos bien, auxilié a las
madres que estaban angustiadas y nos tocábamos para sentir que
estábamos bien.

Mi pensamiento luego se dirigió a la calle: ¿y mis hijas? ¿Mi casa? ¿Mi


esposo? ¿Y el taller de ebanistería donde construyo mis ilusiones?

Todo esto fue el impulso para salir corriendo, atravesé calles de


escombros, una señora me reconoció y me llevó en su carro hasta donde
los escombros y los muertos lo permitieron. Cuando llegué a la casa, lo
primero que vi fue a mi hija, tenía chichones por todas partes y chorreaba
sangre por todas partes. Ella me calmó y dijo: todo está bien, mis heridas
se deben a que tuve que acostarme encima de mi hija para evitar que algo
le cayera.

Eso me dio fuerzas, pues pensé que mi hija era muy valiente; todos
estábamos bien, luego me di cuenta de la casa: la terraza se cayó y
aplastó todo y, claro, se apachurró la ebanistería. Todo desapareció, al
igual que cuatro cuadras más alrededor. Ya no había nada que hacer,
entonces comencé a auxiliar a la gente.
Los llantos se prolongaban con las sirenas y la noche llegó muy pronto,
luego vino la lluvia como un copioso llanto de la naturaleza. Comenzamos
a remover los escombros para armar algún techo. Yo no sentía la lluvia,
pues el dolor de adentro y afuera era más fuerte. Los escombros
continuaban cayendo porque muchos edificios se derrumbaron en pie y se
negaban a caer definitivamente; la gente corría arrastrando su dolor, luego
oímos gritos y disparos y así fue toda la noche.

De nuevo en los escombros enfrentando el nuevo día; en las mañanas


buscábamos comida o todo el día, y por la noche nos armábamos.
Comenzaron a llegar ayudas, pero tan pronto recibimos estas y nos
íbamos a nuestras cuevas, la gente nos arrebataba lo poco que
llevábamos.

Todo esto colmó mis fuerzas y me dije: hay que trabajar con la gente,
tenemos que salir de los escombros y hacer una nueva vida, y comencé a
impartir orientaciones, todos me obedecían, me consultaban, me volvieron
líder. Conseguimos panela y hacíamos olladas de agua de panela para
todos, buscábamos los más necesitados y los más tristes y como que esto
fue devolviéndoles la fuerza y la esperanza de que podríamos transformar
los escombros en una nueva vida.

No me volví a acordar de mi vestido ni de mi aseo personal, parecía una


gamina y en medio de barro, de escombros y de muertos. Luego el
Instituto me encontró y me dijo: Gladys, tú debes continuar como
educadora. Todas estas cosas no me preocupaban de momento, no me
interesaba la plata, yo estaba pendiente de mi gente y así, pensando en la
horrible tragedia de otros, no tuve tiempo de vivir mi propia tragedia.

A veces tengo tiempo y me siento por ahí en algún rincón, miro a mi


alrededor y pienso que mi única propiedad son chuspas; me dan ganas de
llorar, pero pienso en la gente y me da valor, aún estoy viva y tengo
muchas ganas de trabajar. Y pienso que no debo achantarme, todos
estamos vivos, y la vida me está dando una nueva oportunidad. Entonces
seco mis lágrimas y construyo mi nuevo hogar y ahí vamos.

La naturaleza prueba la fortaleza y el coraje de sus hijos. Esta historia


hace parte de mil historias que el pueblo quindiano reconstruyó como para
empezar de nuevo. Ese 25 de enero Gladys levantaba escombros para
buscar una fuerza perdida y la encontró en su gente. Comprendió que la
organización de un pueblo es más fuerte que todos los temblores juntos de
la tierra.

(Gladys, educadora familiar - Mardic en la Casa Quindiana)


Reflexionemos y compartamos

 ¿Qué opinan de la historia que acaban de escuchar?


 ¿Cómo dan ejemplo, es decir, cómo son una familia solidaria con la
comunidad a la que pertenecen?
 ¿Cómo lograr que la juventud participe en la vida familiar y en la vida de
la comunidad?

Consultemos y debatamos

Hace unos años nuestro país fue sacudido por un desastre natural. Y muchas
familias perdieron a sus seres queridos, sus casas y sus bienes. Sin embargo,
debido a que la comunidad fue capaz de organizarse y a que recibió mucha
solidaridad de todos fue posible la recuperación de esa importante zona del
país. Los jóvenes también fueron muy solidarios en la recuperación después de
la tragedia.

La solidaridad, la participación y la ciudadanía tienen que ver con


construir una familia, una comunidad, un mundo más justo y equitativo.
La justicia y la equidad social se han establecido como elementos que
promueven el bienestar colectivo e individual, hacen la vida más placentera y
dan la posibilidad de que las generaciones futuras también dispongan de las
condiciones necesarias para vivir dignamente.

De tal modo que promover la solidaridad, la participación y la ciudadanía es


una buena inversión social tanto para el presente como para el futuro del país
y la humanidad. Sin embargo, vivimos una gran crisis social, en la que la
cultura estimula la individualidad y la competencia, y muchos evaden la
responsabilidad de construir una cultura a favor de los niños/niñas y jóvenes
de nuestro país.

Generalmente estos conceptos se asocian a la actividad política, es decir a lo


que se ha denominado democracia representativa. En este tipo de
participación democrática se designa a un grupo de personas mediante la
elección popular para que representen y luchen por el bienestar de las
mayorías que han depositado la confianza en esas personas que eligieron.

Pero la insolidaridad, el clientelismo y los altos niveles de corrupción en


algunos sectores de la sociedad han disminuido la confianza en este tipo de
representatividad. Así, la mayoría de las personas del país tienen actitud poco
positiva y de desconfianza hacia los procesos de participación formal.

Junto con la democracia representativa existe la participativa. Todos podemos


participar, decidir, autogobernarnos, formar una voluntad colectiva. Pero para
ello necesitamos también formar parte, organizarnos. La solidaridad, la
participación y la ciudadanía tienen que ver con el diario vivir, y se
fundamentan en la voluntad de vivir en la armonía, en la colaboración, y en el
deseo de equilibrar mis recursos, mis necesidades e intereses personales con
los de los demás. Entendidas así las cosas, el primer espacio de construcción
de estos valores y actitudes debería ser el hogar, la familia.

Cuando una persona decide hacerse padre, la primera motivación que debe
sustentar esa decisión debe ser la necesidad de dar, de compartir, de
sacrificarse, en otras palabras, de trascender los intereses individuales para
dar y generar con el otro, con los otros. Con estas bases en la formación de la
familia se dan los primeros pasos en consolidar relaciones solidarias,
fraternas y justas a través de la formación de la solidaridad, la participación
y la ciudadanía en los hijos/hijas.

Los niños y los adolescentes aprenden el valor de la solidaridad viviendo


dentro de ella. Si la sociedad es poco solidaria, como se puede constatar
diariamente cuando se afronta una necesidad en un espacio público, el hogar
debe ser el espacio solidario por excelencia. Sin embargo, la solidaridad no
puede nacer en la exigencia, la solidaridad es espontánea, oportuna,
visionaria y generosa. La aprendemos por medio del ejemplo, si todos
participamos en los proyectos de vida familiar, si siempre estamos atentos a las
necesidades de los demás.

Con frecuencia los padres piden en forma autoritaria a sus hijos ayuda en
las actividades de la casa como contraprestación a los esfuerzos y
sacrificios que ellos hacen para el bienestar de los hijos. Cuando se
plantean estas exigencias como quien debe pagar una deuda, no se fomenta la
ayuda; de hecho se niega y se confunde la ayuda con la retribución o el pago,
pues esta debe surgir del deseo y la alegría de dar, de servir, de sintonizarme
con las necesidades y el mundo del otro, por lo cual la solidaridad surge de
forma espontánea cuando se vive dentro de ella.

Participar es tomar parte y es un requisito esencial para el desarrollo


humano. Se participa cuando se mira y conversa con el otro, se discute, se
generan acuerdos o desacuerdos, se planea, en fin, cuando se vive con el otro,
con la comunidad y con el país.

Sin duda, la participación se genera y trasciende los espacios familiares y está


estrechamente ligada con los derechos humanos ya que es un requisito para la
toma de decisiones en torno al bien común y para la realización de las metas
políticas, económicas, sociales y culturales de la sociedad y sus individuos. La
participación hace parte de las características superiores del ser humano,
pues le permite reconocerse como actor social, no como espectador, en la
comunidad a la que pertenece. Para participar de forma madura se requiere
tener conciencia de sí mismo y del grupo al que se pertenece.

La participación de niños y adolescentes se puede dar de distintas


maneras. Por una parte, se puede generar de forma espontánea, cuando se
apoyan en las tareas, cuando alguien se enferma, cuando se crea complicidad
para una conquista amorosa, etcétera, como sucede cuando los adolescentes se
reúnen en su calle para conformar un equipo de fútbol o un grupo musical. O
de formas más formales e institucionales, como cuando ingresan a formar parte
del grupo juvenil de la iglesia del barrio o son elegidos como personeros
estudiantiles en el colegio.

También, la participación se puede dar de forma auténtica o como una


falsa participación. Hay falsa participación cuando los adolescentes son
manipulados, su presencia es solo decorativa o su participación es simbólica,
es decir no se les tiene en cuenta. La participación no puede ser nominal y sin
trascendencia.

Los adolescentes participan de forma auténtica cuando están bien


informados de los procesos en los cuales se involucran, cuando su opinión es
escuchada y tenida en cuenta, cuando participan en las decisiones, cuando
inician, dirigen y ejecutan iniciativas por sí mismos, en especial con la
participación activa de los adultos en condiciones igualitarias.

La participación es un derecho y un deber. Por eso, les corresponde a los


niños y adolescentes decidir hasta dónde quieren ejercerla. Según lo
anterior, cualquier nivel de participación es válido, y de hecho puede fluctuar
desde el líder comprometido al acompañante ocasional, dependiendo de las
necesidades individuales de niños y adolescentes y también del grupo familiar.

La ciudadanía como ejercicio político de la solidaridad, se relaciona con lo


público. Es un valor social que garantiza la actual constitución de nuestro
país, la cual define que somos un Estado Social de derecho y está ligada con la
democracia, fundamentándose en el principio de que todos los seres humanos
somos libres, iguales y racionales. La ciudadanía se ejerce en los derechos y
deberes individuales y colectivos.

Se es ciudadano colombiano cuando se nace en el suelo de Colombia, cuando


hay nexos biológicos, como ser hijo de un colombiano, y se empieza a ejercer
los derechos políticos como ciudadano colombiano cuando se cumple la
mayoría de edad (dieciocho años).

Hay diferencias entre los derechos individuales y universales del ser


humano y los derechos ciudadanos: un extranjero en cualquier país tiene
derecho al respeto de los derechos básicos, como el respeto de su vida o la libre
expresión, por ejemplo, pero no puede ejercer los derechos ciudadanos como los
que son propios de los individuos que son ciudadanos y tienen derechos
políticos, que son, por ejemplo, el derecho al voto y a formas de participación
directa como plebiscitos, reformas o consultas.

Los derechos ciudadanos en la participación son:

 El derecho de informarse para decidir


 El derecho a presentar iniciativas populares, referéndum, cabildo abierto,
consulta popular
 El derecho a elegir y ser elegido
 El derecho a controlar a las personas que se eligen (poder ejercer
veeduría sobre su comportamiento)
 El derecho a concertar y cogestionar, es decir, a tomar decisiones en la
administración de una gestión
 El derecho que tiene que ver con la protección de los derechos de la
ciudadanía multicultural, es decir aquellas garantías que el Estado da a
las minorías étnicas y culturales: por ejemplo, las leyes propias de
algunos grupos indígenas en su territorio

Cuando los ciudadanos construyen la solidaridad a través del tejido social


para promover el bienestar colectivo están ejerciendo la ciudadanía, como
cuando se facilitan encuentros sobre cuestiones públicas, cuando se favorecen
lazos que permiten la acción constructiva o cuando se promueve la apropiación
de espacios públicos.

Si bien es cierto que el ejercicio de la ciudadanía se da en lo público, sus


cimientos se construyen en las esferas privadas e individuales; en otras
palabras, para que una persona pueda ejercer de manera plena sus derechos y
deberes ciudadanos requiere garantías individuales mínimas para alcanzar el
bienestar común.

Estas garantías mínimas individuales se fundamentan en los derechos que el


Estado debe garantizar a sus ciudadanos. El primero de ellos es que a todas las
personas se les respeten todos sus derechos fundamentales. Se debe garantizar
también los derechos patrimoniales sobre los bienes que se posean, así como la
prestación de los derechos sociales como el acceso a los servicios públicos, la
educación y la salud, entre otros.

Además, el Estado debe garantizar para el buen ejercicio de la ciudadanía que


se respeten los derechos políticos, es decir la capacidad de decisión sobre cómo
se conforma y se ejerce el poder. Al mismo tiempo, los ciudadanos adquieren
con la comunidad deberes que deben cumplir, entre los que se pueden nombrar
el pago de los impuestos, el respeto por el espacio público, el respeto por los
bienes y los derechos de propiedad de terceras personas, el pago del servicio
militar y la asistencia a la escolaridad básica.

La responsabilidad de los adultos significantes en la formación de las


competencias ciudadanas de los adolescentes va encaminada al fomento de
la convivencia y la paz; la participación y la responsabilidad democrática y la
pluralidad, identidad y valoración de las diferencias.

Comprometámonos y evaluemos

 Seamos generosos con nuestro hijo/hija adolescente, dándole


acompañamiento y ayudándole en sus necesidades, sin exigir nada a
cambio
 Promovamos la conciencia, la autorreflexión y el criterio en nuestros
hijos, de tal modo que hagamos valer en el diálogo sus opiniones y que
participen activamente de las decisiones y proyectos de su competencia
 Respetemos y valoremos las diferencias de los demás, empezando por las
de nuestros hijos
 Resolvamos pacífica y democráticamente las diferencias en casa
 Generemos conciencia política y ciudadana en nuestro hogar

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