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El problema radica en que este rompecabezas nunca llega a completarse, y por mucho que
trate de armarlo, siempre estará cambiando. Aquello que me guste hoy no será
necesariamente lo que me agrade mañana. Lo que siento, lo que realizo día a día cambia
tan rápido como la cultura en donde me desenvuelvo.
En 2015, The New York Times publicó un artículo titulado “El año que obsesionamos con
nuestra identidad”, y parece que esa obsesión no ha disminuido. Quizá externamente
hemos suprimido la pregunta, porque es demasiado compleja. Pero aún en el
subconsciente tratamos de hallar respuesta a este acertijo.
Con puntos de referencia tan volátiles, ¿cómo será posible llegar a una
definición que nos provea un punto donde centrar nuestra identidad y que esta
se traduzca en la paz que tanto anhelamos?
Sin embargo, en contraste con nuestra deslealtad, Él nos sorprende con un plan
para restaurar esa relación y adoptarnos en su familia. Los que venimos a Jesús
en arrepentimiento por nuestros pecados y en reconocimiento de Él como Señor
y Salvador tenemos el privilegio de ser adoptados en su familia. Somos
entonces ¡hijas de Dios!
1 Pedro 2:10 nos dice: “…ustedes son linaje escogido, real sacerdocio nación
santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anuncien las
virtudes de Aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable. Ustedes en
otro tiempo no eran pueblo, pero ahora son el pueblo de Dios…”.
Tal vez esto no te sorprenda porque lo has escuchado muchas veces. Tantas que
quizá se haya vuelto ruido blanco en tus oídos. Como aquellas personas que
viven cerca de una autopista, y que de tanto oír el ruido de los autos que pasan
ya ni pueden escucharlos.
Por eso es que esta verdad debemos no solo repetirla sino creerla. Y si nos
cuesta, pedirle a Él que venza nuestra incredulidad. A menudo se nos olvida
que el evangelio no es solo para quienes no creen, sino para los cristianos, día
tras día. Que la adopción no fue solo de palabra sino que es una verdad. Que
siendo sus hijas tenemos acceso a Dios y que es el Espíritu Santo quien hace
cambios en nuestras vidas.
Podemos descansar sabiendo que nuestra vida tiene propósito. Somos hijas del
Rey del Universo, amadas y perdonadas por la obra de la cruz. Nuestra vida es
para alabarle y descansar en Él plenamente. Para conocerle a través de su
Palabra y servirle en el lugar donde Él nos ha colocado.
“Bendito seas Dios del universo, que no me hiciste gentil, ni esclavo, ni mujer.”
Comparemos esta oración con lo que otro hombre judío, el Apóstol Pablo,
escribió en Gálatas 3:28-29:
“Ya no hay judío ni gentil, esclavo ni libre, hombre ni mujer, porque todos
ustedes son uno en Cristo Jesús. Y, ahora que pertenecen a Cristo, son
verdaderos hijos* de Abraham. Son sus herederos, y la promesa de Dios a
Abraham les pertenece a ustedes.”
El apóstol Pablo pudo haber estado familiarizado con las “bendiciones de
identidad” [2] judías y eligió usar las mismas tres categorías de humanidad, en
el mismo orden, para resaltar que esas distinciones eran irrelevantes si estamos
en Cristo. Cualquiera sea nuestro género y cualquiera sea nuestra raza, todos
nosotros somos hijos de Dios y descendientes de Abraham. Esta es nuestra
verdadera identidad y esta verdad debería estructurar nuestra visión del
mundo.
La identidad de la mujer
Si quieres ser feliz, si quieres alcanzar la madurez y la plenitud como mujer, es
necesario que descubras tu identidad.
Y nadie como Dios puede mostrarte tu identidad, lo que realmente eres, puesto que
Él te creó.
¿Quién eres para Dios? Eres su obra maestra, hechura de sus manos… Él sabe cómo
eres ahora, y en su pensamiento y en su Corazón está lo que debes ser.
¡El mundo jamás podrá valorar lo que eres! Solo Dios conoce tu verdadero valor.
ES IMAGEN DE DIOS
La Palabra de Dios
nos dice en Gn 1,27 que tanto el varón como la mujer han sido creados a
imagen de Dios. El valor y la dignidad de la mujer radican en esta
realidad de ser imagen de Dios.
Por eso tú, mujer, no eres un objeto ni puedes ser tratada como tal.
Tienes la misma dignidad que el varón, ya que fuiste creada de la misma
sustancia que él (cf. Gn 2,22).
Finalmente, como cumbre de toda esa hermosa obra de sus manos, crea
al hombre. Sin embargo leemos en el capítulo 2 que solamente con el
varón la creación no estaba completa. Por eso Dios decide crear a la
mujer, para que el hombre no estuviera solo.
Entonces podríamos decir que la mujer fue creada por Dios como corona
de toda la creación. ¡Cuánto honor y dignidad! ¡Cuánto amor!
“Dijo luego Yahveh Dios: «No es bueno que el hombre esté solo. Voy a
hacerle una ayuda adecuada.» (…) De la costilla que Yahveh Dios había
tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces
éste exclamó: «Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi
carne. Esta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada.» Por
eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se
hacen una sola carne…”
En el texto citado
anteriormente lo hemos leído: la mujer ha sido hecha para ser “ayuda
adecuada”. Y no solo del hombre, sino de la creación entera, del mismo
Dios.
En los Evangelios
vemos que Jesús tuvo muchas seguidoras mujeres. Por supuesto, el
máximo modelo lo tenemos en María, Nuestra Madre.
Pero Lucas nos habla también de mujeres seguidoras de Cristo con una
gran actividad apostólica, necesarias en la obra, con funciones claras y
precisas (cf. Lc 8,1-3).
¡Te esperamos!