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y alguna forma de monarquía puede haber sobrevivido aquí más tiempo que en otros estados griegos.
El contraste más dramático, por supuesto, es provisto por Atenas, donde las reformas de Solón,
consolidadas y extendidas por la evolución de la democracia, pusieron un final a todas las condiciones y
relaciones i tributarias de tipo servil en el momento en que Atenas parecía estar «regresando al patrón de
los estados basados en siervos».
No podemos tan solo inferir un proceso simple de evolución de los reinos micénicos hacia las formas
menos centralizadas y más fragmentadas de relación tributaria, en especial dada la escala de destrucción y
despoblación que intervino -aunque en el caso de Creta, como veremos en un momento, es sugestivo-. Pero
algunas continuidades no están excluidas, y es difícil imaginar que el legado micénico no tuvo relación con
lo que vino después.
R.F. Willetts ha resumido la transformación de la economía cretense después de la caída de los reinos
micénicos de un modo que puede arrojar luz a la cuestión mayor de la polis, no sólo como una formación
política única sino también como una forma distintiva de relaciones de propiedad, y a la cuestión de la
organización del trabajo: La forma política de la nueva economía era la ciudad-estado. Por el desarrollo
de la ciudad-estado en su forma clásica, la vieja comuna aldeana, con sus tradiciones de propiedad
común, iba a ser cambiada por una comunidad de propietarios campesinos; comprometidos con la
producción independiente para el mercado. Sin embargo, esté proceso estaba lejos de ser uniforme. Los
propietarios campesinos de Atenas lograron su condición después de luchas de clase extensas que
culminaron en una revolución democrática. Los campesinos de la Creta, histórica nunca lograron su
independencia. En Creta, -las tradiciones de la propiedad común basadas en la comuna aldeana se unieron
con un sistema de exacción tributaria que las aristocracias dorias consolidaron, durablemente...
Una forma de tenencia de la tierra desarrollada de este modo, que se basaba en el tribalismo minoico-
micénico heredado, tal como fue. modificado por los dorios... Los cultivadores se convirtieron en vasallos,
siervos; La supremacía doria fue lograda a través de las exacciones de un sistema tributario impuesto sobre
las formas supervivientes de la "comuna aldeana primitiva".
La sugerencia aquí es que, sin hacer caso a las condiciones especiales de conquista, hubo una
continuidad entre la apropiación estatal de los reinos de la Edad de Bronce y las relaciones tributarias de
la servidumbre cretense. El hilo común que une a las dos es la comuna aldeana suje ta, la comunidad de
campesinos, ligada colectivamente con la «casta» gobernante cuya dominación política también impone
el derecho a extraer tributos. El reemplazo del reino redistributivo por la forma municipal de la polis en
este caso significa que el instrumento de apropiación no es más el estado «burocrático» sino una
Comunidad de ciudadanos, una comunidad de propietarios con derechos individuales de apropiación,
aunque estos derechos todavía se hallan determinados por la condición de miembro del estado. Para él
campesino dependiente, la descentralización del gobierno y la creciente individualización de la
propiedad también significan una individualización de la dependencia: la aldea campesina sujeta
colectivamente da forma paulatinamente a la relación individual entre siervo y amo, y probablemente
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también aumentando la atadura al suelo, en la medida en que el campesino llega a estar atado al hogar
del señor supremo, en vez de al «hogar» patriarcal extendido del reino redistributivo.
Vale la pena considerar la posibilidad de que existiera algún tipo de continuidad entre los reinos
micénicos-.y los sistemas posteriores de trabajo y tenencia de la tierra incluso en aquellas poleis que
iban a tornar medidas sociales muy diferentes. Él caso más importante entre el manojo de sitios para los
que hay evidencia de ocupación continua a lo largo de la edad oscura, y desde luego uno de los muy
pocos casos acerca del cual se conoce lo suficiente para justificar la especulación, es Atenas. Hablar de
continuidades no significa negar las tremendas diferencias entre los reinos arcaicos y los estados que
surgieran de sus ruinas. Cuando la sociedad griega resurge de la oscuridad de la edad oscura, una caracte-
rística es en especial impresionante: la presencia de una clase gobernante claramente definida, una nobleza
privilegiada basada en la propiedad individual. «En los poemas homéricos», escribe Finley, «el régimen
de propiedad, en particular, estaba ya plenamente estabilizado. Es apenas visible cómo se hicieron las
divisiones y los asentamientos originales, dado que todos habían tenido lugar en el pasado y pertenecen
a la prehistoria de la sociedad. El régimen que vemos en los poemas era, sobre todo, uno de propiedad
privada».
Pero la sociedad homérica sí tuvo, después de todo, una «prehistoria» larga y compleja, y eso incluía a
los reinos micénicos, con sus elaborados aparatos de estado y sus sistemas de tenencia burocrática de la
tierra. No existe, entonces, necesidad de imaginar la anomalía de un «régimen de propiedad estable» que
evoluciona en el contexto de una sociedad virtualmente sin estado. Sin embargo, aquí puede ser necesario
introducir una modificación en la caracterización de Finley del régimen de propiedad homérico. Él
reconoce las dificultades asociadas al concepto de «propiedad privada»: No propongo entrar en
controversias ampliamente estériles sobre la aplicabilidad de palabras como «privada» y
«propiedad» para posesiones primitivas y arcaicas. Es suficiente indicar que había un derecho libre y
sin trabas a disponer de todos los bienes muebles –un derecho concedido tanto a un filius familias
como a un pater familias-; que la circulación continua de riqueza, ante todo por regalo, era uno de los
temas mayores de la sociedad; y que la transmisión de la hacienda dé un hombre mediante la herencia,
los bienes muebles e inmuebles en conjunto, se daba por descontado como el procedi miento normal
después de su muerte.
Podría ser posible comprender el sentido de la «propiedad privada» homérica si asumimos que la
distribución administrativa dé la propiedad originalmente ligada a la «función, condición u ocupación» en
el estado redistributivo-burocrático se convirtió claramente en propiedad individual en cuanto el aparato
administrativo desapareció. Tal vez lo que vemos en el régimen de propiedad homérico son los vestigios
decapitados de aquel sistema burocrático. Al menos no deberíamos permitirnos ser engañados por las
diferencias aparentemente antitéticas entre los dos sistemas de propiedad -uno colectivo y público (en
principio) en el sentido de que derivaba condicionalmente del estado, el otro individual (si no, tal vez,
completamente «privado»).
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En cualquier caso, ha existido alguna especulación respecto de que los señores «homéricos» pueden ser
los descendientes de un tipo de nobleza provincial, funcionarios locales con derechos de propiedad que
servían como conductos administrativos para la autoridad central de los estados micénicos. Esta visión
obtiene algún apoyo del hecho curioso de que los, «reyes» de la épica no son normalmente llamados wanax,
como lo son los verdaderos reyes registrados en las inscripciones en lineal B sino más bien basileis, el título
de un funcionario local de rango más bajo.
Los señores de la épica a menudo son descritos como algo semejante a los jefes tribales, aunque ya
en camino hacia la condición privilegiada de una aristocracia propietaria; pero esta analogía falla no solo
en dar cuenta de la existencia del régimen de propiedad sino en capturar el carácter separado de este grupo
dominante. Ellos en conjunto no dan la impresión de una jerarquía que crece orgánicamente a partir de una
comunidad singular; soportan, en cambio, las marcas del «gpartheid» que dividió a las comunidades
gobernante y sometida en los tiempos micénicos. El abismo social; entre estas dos comunidades -incluyendo
posiblemente, al mismo tiempo, la separación del lugar d| residencia- parece más grande que cualquier
diferencia de riqueza que pudiera haber sido soportada por la sociedad materialmente empobrecida que
sucedió a la caída de los prósperos estados micénicos; pero si esto es así, puede simplemente confirmar que
el privilegio económico de esta aristocracia se originó en los; poderes «extra-económicos» del estado
burocrático-redistribu.tivo.
Y aunque Homero sólo relate la historia deja sociedad gobernante, podemos ver, también, una
comunidad dominante con un monopolio de los poderes jurídico, político, militar y religioso, que, aunque
débiles y precarios en comparación con la fuerza centralizada del estado burocrático, aún pueden funcionar
como medios de extracción de excedentes de las comunidades campesinas subordinadas, a la manera de los
«hastiéis devoradores de regalos» de Hesíodo que utilizan sus poderes judiciales como medios de
apropiación.
Cuando la épica de Homero rompe el silencio de la edad oscura, no aprendemos virtualmente nada
acerca de las vidas y condiciones de las clases menos exaltadas más allá de los hogares de los nobles-
héroes. Hesíodo nos relata algo acerca de los campesinos más prósperos al menos en Beocia, pero incluso
aquí difícilmente haya lo suficiente para avanzar con nuestras especulaciones muy lejos. Hasta las reformas de
Solón seguimos ampliamente en la oscuridad acerca de las formas de la tierra y el trabajo que producen la
riqueza de los ricos.
Se sabe que Solón abolió la dependencia por deudas, y que prohibió los préstamos con garantía de la
persona que podría resultar esclava en caso de incumplimiento. Sin embargo, la seisakhtheia misma es más
problemática y permanece en discusión entre los historiadores. Ésta reforma se refiere ante todo a los
hektemoroi, aquellos qué estaban obligados a pagar una porción especificada de su producto a otra persona.
En el pasado, generalmente se asumía que esta condición era el resultado del incumplimiento en una
hipoteca o préstamo, cuya consecuencia era que la tierra del deudor quedara en dependencia y con esto
alguna porción de su trabajo. Sin embargo, no hay ninguna mención de la deuda en el propio informe de
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Solón de las reformas concernientes a esta tierra «esclavizada». Aristóteles está exagerando cuando sugiere
que todos los pobres en Atenas en vísperas de las reformas de Solón eran siervos (pelatai y hektemoroi} de
los pocos ricos. Además, tal como Anthony Andrewes señala, la palabra que se traduce como «deuda» es
un término que «comprende otros tipos de obligaciones además de aquellas que surgen de tomar
préstamos; incluiría rentas o impuestos u otros tipos de pagos».
En otras palabras, las «deudas» que Solón canceló fueron las obligaciones de rentas o tributos debidos
por un campesino dependiente a un señor. La práctica de la esclavización por deudas, que ciertamente sí
existió, debe ser reinterpretadas en sí misma como parte de un sistema de dependencia más general. Tal
como escribe Oswyn Murray: Es característico de dichas formas de servidumbre que no sean prin-
cipalmente respuestas a presiones económicas, sino que sean más bien una extensión del sistema
social en general, y más particularmente del sistema de tenencia de la tierra; es decir, usualmente
dichos esclavos no son creados por una forma de «bancarrota», sino que más bien existen en una
sociedad estratificada en la cual los inferiores pueden ser responsables de ejecutar servicios para sus
superiores y donde la «esclavitud por deudas» es el nivel más bajo en el que un hombre puede nacer o
caer por una variedad de razones a menudo no económicas: «los hombres no están muy acostumbrados
en ninguna sociedad a prestar a los pobres». La ley está en manos de los ricos, y por lo tanto pone en
vigencia obligaciones privando al pobre de los derechos, existentes; los pobres pueden querer
protección (o que ellos hayan sido forjados a esto); los ricos están más preocupados por la mano de
obra para propósitos militares o civiles que por el capital o los intereses de un préstamo, ya que el
trabajo es más valioso que los bienes excedentes en una economía premonetaria; y la esclavitud por
deudas está a menudo estrechamente conectada a las formas de tenencia de la tierra, porque
usualmente su principal función es proveer trabajo agrícola.
Si esto es así, la seisakhtheia de Solón constituiría un cambio estructural más sustancial que el que la
cancelación de deudas en sentido estricto sugeriría, aboliendo las últimas formas de dependencia y tributo
remanentes a las que estaban sujetos los campesinos atenienses.
La atribución a Solón de una reforma más revolucionaria que simplemente la cancelación de deudas,
no necesita contradecir su propio reclamo de haber resistido la demanda de redistribución, en la medida en
que recordemos que el concepto' de propiedad era mucho más indeterminado y fluido en la Grecia antigua
que en los tiempos modernos e incluso en la antigua Roma.
Al mismo tiempo, si la cancelación de las deudas, inclusive en el sentido más amplio puede haber sido
menor que lo que los pobres hubieran querido, su importancia no debería subestimarse.
Oswyn Murray, quien considera el «sacudimiento de las cargas» como una revolución
primordialmente social, la abolición de la relación de clientelismo entre campesinos y aristócratas», ofrece
algunas sugerencias tentadoras con respecto al origen de este sistema de clientelismo.
La sugerencia de que las relaciones de clientelismo u obligación «feudal» tienen sus raíces en el
sistema micénico de tenencia de la tierra es atractiva a causa de las afinidades estructurales entre las varias
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formas del tributo campesino; y si aceptamos esta sugerencia, es incluso más fácil postular un proceso
evolutivo de uno al otro para Atenas que para el caso de los «estados conquistadores» donde intervienen
factores extraños.
Sin embargó, debería decirse que si la «deuda» en el sentido convencional parece una explicación
poco probable del hectemorado, y si la misma noción de deuda en el Ática antigua debe reconsiderarse a la
luz de su economía dineraria débil o inexistente, puede haber otros sentidos para «tomar prestado» y
«prestar» que sí tengan sentido en el contexto de una sociedad no monetaria y que puedan indicar los tipos
de relaciones que existieron entre terratenientes y campesinos después de las reformas de Solón.
En tanto entendamos el tomar prestado y el prestar en términos que no implican transacciones
dinerarias, es posible imaginar una variedad de arreglos por medio de los cuales los pobres pudieron haber
conseguido el acceso -a un precio si no en dinero en servicios o en especie- a la riqueza de los ricos, que
incluye (y quizá especialmente) su tierra en la forma de tenencias. Las relaciones así establecidas entre el
terrateniente y el arrendatario no serían el resultado secundario de alguna multa por incumplimiento en una
hipoteca o préstamo
sino que sería el objeto inmediato de la transacción entre ellos, un intercambio no monetario de trabajo por
acceso a la propiedad. La relación no sería jurídica o política, en el sentido de que no se basaría en la
posición jurídica privilegiada o la superioridad política del «prestamista», ni en la dependencia jurídica o la
sujeción política del «prestatario». Sería una relación «económica», basada en la propiedad superior del
«prestamista», pero aún así derivando su carácter específico de la ausencia de un «nexo dinerario». Es
incluso posible que tales arreglos ya existieran en los tiempos pre-solonianos junto a formas de
dependencia más tradicionales en las qué los campesinos estaban sujetos a una clase dominante con
derechos sobre su trabajo que descansaban sobre un monopolio del poder público.
En cualquier caso, la agricultura ateniense -y en consecuencia la base material de la sociedad
ateniense- después de Solón fue dominada por pequeños poseedores independientes. Es probable que
muchos de ellos estuvieran sujetos a varios tipos de renta, o quizás al tipo de obligación contraída por
«compartir» la riqueza de los ricos; pero las relaciones de dependencia jurídica fueron desterradas para
toda ¡la vida de Atenas como polis independiente. El crecimiento de las instituciones democráticas quitó
los últimos vestigios de sujeción política que pudieron haber servido como medios para que las clases
privilegiadas extrajeran tributo del campesinado.
Cuando la sociedad gobernante de la Grecia de la Edad de Bronce se hizo añicos -por los medios
misteriosos
que fuera- dejó atrás a las comunidades campesinas sujetas sobre las cuales se había superpuesto. Tal vez
también perduraran los fragmentos de su aparato gobernante en la forma de aristocracias locales. Los señores
homéricos no están firmemente enlazados por un estado fuertemente centralizado. Así, señores y
campesinos confrontaban crecientemente unos con otros no como dos comunidades opuestas sino como
individuos y como clases. El equilibrio de fuerzas resultante fue inevitablemente inestable: por un lado, una
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clase propietaria con una superioridad económica y jurídica suficiente para acosar al campesinado pero falta
de la fuerza unificadora, el control sobre ja competencia y el conflicto intra-clase y el apoyo coercitivo
provisto por un estado fuertemente centralizado; por otro lado, un campesinado crecientemente inquieto
irritándose con los lazos de dependencia personal, la vulnerabilidad económica del pequeño poseedor
agravada por las restricciones jurídicas.
Ésta fue, entonces, la situación enfrentada por Solón, que se propuso ocuparse tanto del faccionalismo
aristocrático como del descontento campesino. En alguna medida, sus reformas simplemente reconocieron lo
que ya había tenido lugar. La aristocracia, ahora por sí misma sin el estado burocrático y sin sustituto
político seguro, no podía confiar por más tiempo en su monopolio del poder extraeconómico. Sus
capacidades de apropiación dependían cada vez más de la ventaja «económica» de la propiedad de la tierra
rica. Al mismo tiempo, los beneficios de la propiedad superior se resaltaron a medida que creció la
prosperidad general y surgieron nuevas oportunidades para el uso fructífero de la riqueza en el comercio y
en una economía urbana creciente.
Solón se negó a redistribuir tierra y dejó intacta la vulnerabilidad económica de los campesinos; pero
removió los gravámenes extra-económicos que cargaban la tierra del campesino y de este modo dio
reconocimiento jurídico a las relaciones cambiantes entre el terrateniente y el campesino. Los reclamos
populares fueron también satisfechos erosionando otros poderes extra-económicos señoriales por medio de
reformas políticas que resaltaban los derechos de ciudadanía del demos, y especialmente la reforma de los
tribunales. Estas reformas hicieron mella en el monopolio de la jurisdicción de los señores «devoradores de
dones», en particular al instituir procedimientos que permitían a cualquier ciudadano iniciar un proceso en
nombre de cualquier otra parte injuriada y al proporcionar el derecho de apelar ante los tribunales
populares.
La famosa clasificación de Solón del cuerpo ciudadano ateniense en categorías económicas, basada en
los rendimientos de la tierra en vez de en distinciones de nacimiento, puede ser interpretada a la luz de esto.
La solución de Solón para la inestabilidad inherente a éste orden social dividido, en clases pero virtualmente
acéfalo –una solución cuya lógica sería perseguida por los reformadores atenienses subsiguientes— fue,
efectivamente, fortalecer la comunidad cívica la comunidad de ciudadanos, como opuesta a otros principios
tradicionales de organización social. Probablemente, ninguna otra solución; fuera posible.
La solución griega tenía la ventaja de someter a la aristocracia a la jurisdicción de la comunidad
cívica y de disponer de un elemento significativo para los reclamos campesinos. Sin embargo, también creó
su propia lógica de proceso y sus propias inestabilidades. En la polis, en tanto que comunidad de ciudadanos
auto- gobernada en la que los terratenientes y los campesinos se reunían como individuos y clases en una
única comunidad más que como dos sociedades opuestas, una vez comenzada, podría ser difícil detener la
distribución de los poderes extra-económicos.
En ese sentido, la tiranía expresó tanto la fortaleza como la debilidad de la aristocracia. Por un
lado, las tiranías pueden ser vistas como esfuerzos aristocráticos para controlar el nuevo orden político
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piara su propia ventaja -y en alguna medida tuvieron éxito, por otro lado, la tiranía también expresaba
la necesidad de los aristócratas de apoyo por parte del demos y su inclinación a la competencia intra-
clase, en tanto que una u otra familia aristocrática buscaba su predominio sobre el resto. Su método para
consolidar su poder personal fue reforzar la comunidad de la polis mucho más sustancialmente que lo
que las reformas solonianas lo habían hecho, con medidas para unificar el estado, crear alguna forma
de finanzas públicas, establecer cultos del estado y ceremonias públicas, continuar las reformas de
Solón de los tribunales en dirección a un sistema de justicia público.
No hay necesidad de atribuir motivos democráticos a los tiranos, que introdujeron medidas
diseñadas para ayudar a los pequeños granjeros -tales como los préstamos estatales de la tiranía
pisistrátida- a fin dé reconocer que una consecuencia del fortalecimiento de la comunicad de la polis
fue invitar a o consolidar los desafíos al poder aristocrático exclusivo por parte de los miembros menos
privilegiados de la comunidad cívica.
Es significativo que el medio principal a través del cual transformó la constitución de la polis fue,
establecer a la aldea, la vieja arena de la actividad campesina, como la unidad constituyente básica del
estado y el lugar de la identidad cívica.
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generalmente hombres de medios moderados y de una condición relativamente humilde-. Cada ciudadano
podía servir en la boule, el consejo que establecía la agenda de la asamblea central -de hecho, es probable
que la mayoría de los ciudadanos deba haber sido miembro de la boule una vez como mínimo.
En los principios, garantizaba la condición cívica plena a los campesinos y artesanos comunes, y en
la práctica dicha gente realmente sí participaba no sólo en el auto-gobierno local mediante las
asambleas del demo, sino también -aunque no tan regularmente como sus compatriotas más ricos- en la
administración de la
polis en su totalidad. Sin duda la democracia funcionaba de manera imperfecta; pero al otorgar (en
palabras de Osborne) la condición política a las aldeas, quebrando la discontinuidad entre la aldea y el
estado, entre la comunidad campesina y el orden político, esto transformó radicalmente el carácter de
ambos.
Como M.I. Finley ha señalado, «las ciudades antiguas en su gran mayoría contaban con granjeros,
ya fueran granjeros trabajadores o caballeros, hombres cuyos intereses económicos se hallaban principal
y a menudo exclusivamente en la tierra, como el núcleo de su ciudadanía».
En primer lugar, puede parecer destacable que tal civilización altamente urbanizada, donde tanta
gente vivía en ciudades y donde una cultura urbana altamente desarrollada fue capaz de florecer, pudiera
coexistir con una economía urbana relativamente no desarrollada. Para los griegos y los romanos, fue la
agricultura y no el comercio o la manufactura la que constituyó la base de la vida civilizada, esto es, una
vida en ciudades.
En contraste con otras civilizaciones avanzadas en las que el poder político encontraba su punto de
concentración en los palacios reales o en los templos teocráticos, las sedes de reyes y sacerdotes, el poder esta-
tal de la polis era corrió si estuviera difundido a lo largo de la ciudad, el escenario de la actividad para una
comunidad de ciudadanos. La ciudad era también el estado tanto en el sentido de que se desarrollaba como el
sitio de la actividad política (aún más que hacerlo, por ejemplo, como plaza de mercado), como en el sentido de
que el territorio que gobernaba estaba unido a ella en un todo único sin fronteras rígidas entre ciudad y campo,
entre el estado apropiador gobernante y las aldeas productoras sometidas.
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incluyendo ganado, así como los derechos de matrimonio y divorcio. De manera breve, el siervo, como
cualquier otro campesino, tenía derecho a la familia y el hogar, y la familia del campesino era
indudablemente la unidad básica de producción, aquí como en otras partes, de las sociedades campesinas,
que probablemente trabajaba la tierra que la familia misma ocupaba. Al mismo tiempo, el hogar, la casa y
la tierra que ocupaban y trabajaban, eran parte de la hacienda ancestral asignada a uno de los dominadores
cretenses. También existían categorías de dependencia por deudas, en las que una persona anteriormente
libre podía ser reducida a una condición comparable a la de los siervos.
Condiciones aproximadamente similares existieron en Esparta, donde los hilótas poseían ciertos
derechos, manteniendo a sus propias familias y ocupando la tierra, a la vez que seguían atados a sus señores
supremos espartanos a quienes debían el tributo y muy probablemente una variedad de servicios laborales.
En ambos casos, el derecho de los amos de extraer tributos o servicios en trabajo estaba mediado por el
estado y su calidad de miembros de éste como una comunidad ciudadana gobernando sobre una población
sometida. En este sentido, el trabajo excedente apropiado por el señor supremo cretense o espartano quizás
fuera, de nuevo, un descendiente directo del tributo extraído por el estado redistributivo; y esta unidad
inextricable de poder económico y político, en la cual el derecho a la apropiación privada se basaba en la
posesión del estado, tenía como su corolario una privatización de la propiedad relativamente no desarrollada.
Puede establecerse como regla general que el «poder sobre los hombres» en el sentido entendido
aquí es decir, el poder de dirigir el servicio de trabajadores dependientes que estaban obligados a servir en
virtud de su condición legal o política es comúnmente la posesión más altamente apreciada de las clases
propietarias en las sociedades precapitalistas. Y aunque en dichas sociedades, y especialmente cuando la
economía monetaria no está desarrollada, la atadura del no pariente con el hogar a través de varios
medios jurídicos ha sido un método común de procurarse servicio personal regular más allá del trabajo
de la familia o las obligaciones del parentesco, la esclavitud mercancía no ha sido la forma predominante o
incluso la preferida en la cual dicho poder ha sido ejercido. De hecho, una de las desventajas de la
esclavitud mercancía puede ser que el esclavo, a diferencia del campesino dependiente, es menos
probable que sea acompañado por un hogar sometido, disponible como fuente de trabajo y como «guar-
dería» de trabajadores.
Ser un ciudadano, pertenecer a la polis, no era precisamente pertenecer a otro oikos que el suyo
propio. No sería sorprendente encontrar estos espacios vacíos llenados por la única forma restante de
atadura al hogar del amo -la esclavitud mercancía-. En sus relaciones con los campesinos libres, la
dominación del terrateniente ateniense sobre sus conciudadanos no descansaba en la posesión exclusiva del
estado y su sistema tributario, ni en una privilegiada condición jurídica sino en la posesión de más y mejores
propiedades. Y la condición jurídica del esclavo estaba en sí misma determinada por el reemplazo de las
relaciones tributarias tradicionales con las relaciones de la propiedad privada, en tanto que la servidumbre
personal se convirtió en sinónimo de la reducción de los seres humanos a bienes muebles.
¿Dónde se podría esperar encontrar un lugar para el trabajo de esclavos? ¿Es demasiado decir que
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podríamos esperar encontrar el espacio más grande para la esclavitud precisamente donde la evidencia
sugiere que estaba: en el servicio doméstico; en el empleo a largo plazo, público y privado, ya sea en las
ocupaciones más degradadas y serviles tales como la minería, ya sea en las posiciones administrativas; y en
aquellas áreas de producción fuera del dominio tradicional del ciudadano campesino; en otras palabras, en
los intersticios del régimen campesino, y no en la base material agraria de la sociedad?
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exclusión de los productores campesinos precapitalistas de la totalidad de los derechos políticos plenos, si
no tan universal y completa como la exclusión de las mujeres, ciertamente se considera una regla general
-una regla rota de manera espectacular por la democracia ateniense.
El prestigio relacionado con el rol político, a su vez, ha reforzado la dominación del varón en el hogar,
aun aquel cuyos propios derechos políticos han sido severamente restringidos o limitados a su comunidad
aldeana. En la familia campesina, la elevación política del varón se ha entrecruzado con otros factores
disponiendo al hogar a una fuerte estructura jerárquica y quizás coercitiva, de la cual no es lo menos la
función dual del hogar como una «casa» y, al mismo tiempos la unidad principal de producción -más
particularmente, la unidad productiva que debe responder a las demandas de explotación de los terratenientes y
los estados.
Permítasenos comenzar con el hogar campesino como la unidad principal de producción,
centrándonos no sólo en el trabajo del jefe del hogar sino en el de su familia. Es lógico pensar que la
condición del hogar y los roles de sus diferentes miembros variarán segin las demandas establecidas sobre
sus capacidades de trabajo. El hogar campesino dependiente que debe producir no sólo para su propio
consumo sino para crear la riqueza de los terratenientes y los estados enfrentará demandas más onerosas
sobre las capacidades laborales de todos sus miembros que el hogar campesino libre sujeto a reclamos
limitados sobre su trabajo por parte de los terratenientes y los estados -o por lo menos esto es así salvo y
hasta que el granjero libre esté sujeto a una nueva clase de demanda, las presiones competitivas de un
mercado capitalista-. El hogar campesino ático estuvo sujeto a demandas externas limitadas, con reclamos
restringidos sobré su trabajo por parte de los terratenientes y los estados con un mercado no competitivo.
Es posible que a este respecto no haya tenido ningún paralelo histórico preciso.
Sin embargo en Atenas la familia campesina enfrentaba otra presión rigurosa: la necesidad de
proteger la propiedad de la familia. La actitud del pequeño poseedor hacia su propiedad debe ser siempre
principalmente protectora —literalmente conservadora, ni liberal.
Precisamente es en este sentido que «el poder sobre los hombres» era la posesión más altamente
apreciada del señor precapitalista. La tierra sin trabajadores dependientes vinculados a ella presentaba un
problema diferente para el terrateniente, una resolución de lo cual era la explotación de su relativa debilidad
y vulnerabilidad económica al punto de la desposesión, ya sea a través de la deuda, la anulación del derecho
de redimir una hipoteca, la compra o la expropiación abierta. Entonces, el campesino libre debe conservar
su propiedad contra la amenaza de desposesión y también contra la excesiva fragmentación -o al menos
debe hallar alguna clase de equilibrio entre la necesidad de alimentar a sus hijos y la necesidad de mantener
suficientemente intacta la propiedad para preservar su viabilidad, una constricción particularmente severa
cuando las posesiones ya están cerca de los márgenes de supervivencia.
En otras palabras, nuevamente, la democracia ateniense, en su disposición de los derechos de
propiedad como en sus instituciones políticas o sus preparativos militares, estaba singularmente
determinada por la lógica del régimen de los pequeños poseedores. por un lado, como otros campesinos, el
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pequeño poseedor ateniense estaba sujeto a las presiones de la pobreza y la propiedad marginal; no era el
amo indiscutido del campo ático pero, como otros campesinos antes y después de él, coexistía con los
terratenientes y con las amenazas que representaba su riqueza superior.
Por otro lado, contrariamente al productor jurídicamente libre y sin propiedad en el orden capitalista,
continuaba viviendo en una sociedad donde la apropiación, y las relaciones entre apropiadores y
productores, estaban inextricablemente ligadas a derechos políticos y privilegios jurídicos y no
determinadas aún por el poder puramente «económico» y las leyes del mercado. En este contexto, la
posesión de la ciudadanía tenía un rasgo sobresaliente y una exclusividad particulares.
La condición de la mujer ateniense, en un ambiente ya patriarcal, estaba sin duda moldeada por el
equilibrio peculiar de sus funciones en el hogar campesino, la subordinación de su rol continuo como
productora a sus roles como reproductora de ciudadanos, y sobre todo como conservadora de la propiedad
familiar, en una sociedad en la que las estrategias campesinas de autoconservación se destacaban
inusualmente en la costumbre, la política y la ley.
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de1 la comunidad campesina. El demos se compuso crecientemente no solo de campesinos sino también
de artesanos de la economía urbana en crecimiento y de los thetes pobres en tierras que tripularon las
flotas y se convirtieron en la columna vertebral del poder naval ateniense en el apogeo de la democracia.
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guerra; pero en todas las sociedades precapitalistas donde la apropiación está en forma inextricablemente
atada a poderes «extra-económicos» -jurídicos, políticos y militares- y donde la riqueza normalmente se
expande por medio de la extracción coercitiva de excedentes más que por el acrecentamiento de la
productividad del trabajo, la actividad militar es siempre una extensión más o menos natural de la apropiación,
ya sea en la forma de asaltos por botín, la expropiación coercitiva de los campesinos en casa, o la exacción de
tributos y la expansión territorial en el extranjero. La apropiación militar puede, sin embargo, tomar una
variedad de formas -y aquí, tanto las similitudes como las diferencias entre Atenas y Roma son reveladoras-.
Atenas y Roma, en ambos casos, los campesinos formaban la columna vertebral original del ejército y,
de nuevo en ambos casos, las acciones militares eran en mayor o menor medida respuestas no sólo a los
requerimientos de los jefes militares, los nobles héroes o las aristocracias militares, como en muchos
otros estados que han recurrido a la apropiación militar, sino también a las demandas y capacidades de
los soldados-campesinos.
Sin embargo, en Atenas el régimen campesino (como hemos visto) fue por lejos más restrictivo de
lo que lo fue en Roma, donde la regla aristocrática prevaleció. Cada uno de estos diferentes regímenes
impuso su propia lógica sobre la guerra y sobre el alcance y los objetivos de la expansión imperial. La
milicia de ciudadanos de Roma se transformó en un ejército permanente de soldados profesionales de
servicio prolongado, que llegó a ser «la fuerza militar más grande y más costosa que el mundo alguna vez
haya visto». La proposición de que el imperio fue construido y mantenido por un ejército campesino debe
ser corregida de manera sustancial por el requisito de que la profesionalizáción del ejército que acompañó
el crecimiento del imperio tendio a separar al granjero del soldado, por lo menos para largos lapsos de
tiempo. La Atenas «imperial» no tuvo un ejército permanente en absoluto y ganó la hegemonía en Grecia
con una fuerza militar de ciudadanos que permanecían fuertemente enlazados a sus raíces comunales y
cuyas condiciones de servicio se ajustaban al calendario agrícola en campañas estacionales. El ejército
romano luchó por territorios y estableció un imperio territorial inmenso; Atenas nunca tuvo en este sentido
un imperio en absoluto, pero (una vez que los objetivos puramente defensivos de la alianza conducida por
Atenas se habían cumplido con la eliminación final de la amenaza persa) desplegó su fuerza militar
principalmente para adquirir tributos más que territorios, a menudo (aunque no siempre) sosteniendo su
hegemonía por medio de fuerzas democráticas de apoyo en los estados «aliados» contra las oligarquías
locales.
La notable observación de Robín Osborne de que la guerra griega era un anexo de la agricultura
puede adaptarse para iluminar el imperio ateniense. A este respecto, la extensión del poder militar hacia
el mar siguió la misma lógica de los ataques a las fronteras que, como Osborne señala, eran el típico
modo griego de suplir las deficiencias agrícolas. Pero una extensión de esta lógica a tal escala y en este
nuevo dominio creó imperativos económicos y políticos propios. La autoridad sobre los mares, por muy
modestos que fueran sus objetivos, era un negocio caro, y los ingresos imperiales se dedicaban de
manera sustancial a la construcción y el mantenimiento de las naves.
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