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Unidad 4

Meiksins Wood, E.: LA POLIS Y EL CIUDADANO-CAMPESINO

I. La liberación del trabajo: de Reino «redistributivo» a la polis libre de tributo


Hay un sentido en el que Burckhardt y los demás tenían razón cuando escogieron como una de
las características esenciales de la democracia ateniense el hecho de que los pobres eran libres, o relati-
vamente libres, de la obligación de «hacer el trabajo que los ricos necesitaban que se hiciera».
Si la masa ociosa guarda poca semejanza con la realidad histórica, hay una pizca importante de
verdad en la proposición más sutil con la que a menudo se asocia el mito, esto es que, mientras la
multitud sí trabajaba para la subsistencia, los lazos entre ricos y pobres en Atenas eran débiles al punto
de que las dos clases no estaban firmemente obligadas una con la otra por los lazos de dependencia que
unen al amo y el sirviente. La independencia de los trabajadores pobres, que para Mitford y Burckhardt
era la fuente principal de las enfermedades de Atenas, puede de hecho proveer la clave de la
democracia ateniense.
La conexión entre democracia y esclavitud no es simplemente que el trabajo de los esclavos hiciera
posible el tiempo libre que los ciudadanos podían dedicar a la actividad política. La conexión debe
encontrarse en la independencia de los ciudadanos no en su tiempo libre ni en la relegación del trabajo
productivo en los esclavos.
Entonces, la esclavitud ateniense debe explicarse en relación con otras formas de trabajo que fueron
excluidas por la democracia. Ella debería tratarse no como la base productiva de la democracia sino más bien
como una forma de dependencia permitida y fomentada por un sistema de producción dominado por
productores libres e independientes y que crecía, como lo hacía, en los intersticios de ese sistema. La pregunta
central acerca de la esclavitud ateniense sería, pues, qué necesidades sociales persistían para ser satisfechas
mediante alguna clase de trabajo dependiente que las formas dominantes de trabajo libre eran incapaces de
complacer.
Hay dos maneras comunes de formular la conexión histórica entre el surgimiento de la democracia y el
crecimiento de la esclavitud. La primera sugiere que un incremento en el aprovisionamiento de esclavos, por
no importa qué medios, hizo que la democracia fuera posible mediante la liberación del cuerpo ciudadano
para la participación cívica. Esta «explicación» da por sentado todas las cuestiones importantes y es, en
cualquier caso, cronológicamente defectuosa. En ningún lugar de Grecia la esclavitud parece haber sido
económicamente importante hasta el siglo VI a.C. y en Atenas llegó a su pico bastante más tarde que en
otras ciudades prósperas.
La explicación alternativa de la conexión entre democracia y esclavitud es que el crecimiento de la
democracia y la condición que les concedió a los ciudadanos más pobres de Atenas, campesinos y artesanos,
los hizo indisponibles como trabajo dependiente, creando así un incentivo para que sus compatriotas más
ricos buscaran modos alternativos de explotación. MI, Finley, por ejemplo, ha argüido que «el campesinado
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había ganado su libertad personal y su tenencia de la tierra por medio de la lucha, en la que también, ganó la
ciudadanía, la calidad de miembro de la comunidad, la polis. Esto en sí mismo fue algo radicalmente nuevo
en el mundo, y condujo a su vez a una segunda innovación destacable, una sociedad esclavista».
Si no era el trabajo como tal el que estaba imposibilitado por la condición de la ciudadanía, y
ciertamente no lo era el trabajo agrícola que constituía la base material de esta sociedad agraria, entonces
¿qué posibilidades anuló la ciudadanía, y dónde estaban los espacios que la esclavitud podía venir a llenar?
Debe decirse también, sin embargo, que los esclavos no se ubicaron en forma simple directamente en los
lugares que dejaron vacantes los ciudadanos-campesinos.
Un modo de definir la significación del ciudadano-campesino (y progresivamente también del
ciudadano-artesano) podría ser considerar este fenómeno contra el fondo de otras sociedades campesinas,
comenzando con las comunidades de la Grecia arcaica antes del advenimiento de la polis, y aquellos
estados griegos que nunca vieron el desarrollo pleno ya sea del ciudadano-campesino ya sea de la
esclavitud-mercancía a gran escala, notablemente Esparta, Tesalia y las ciudades-estado de Creta.
En comparación con las condiciones de otras civilizaciones avanzadas del mundo antiguo -y por
cierto de muchas sociedades posteriores- la ausencia de un campesinado dependiente y el
establecimiento de un régimen de pequeños poseedores libres se distinguen en un relieve claro.
Tales sistemas «redistributivos» podían asociarse a varias formas de tenencia de la tierra, aunque
la posesión impondría; necesariamente ciertas obligaciones con la autoridad central a la qué a menudo
pertenecería toda la tierra, al menos en principio. En el caso de las clases ricas y privilegiadas, era
probable que el derecho a la tierra se asociara a alguna función oficial o cargo público. Para el
campesino, la posesión de tierras, en cualquier forma, significaría una obligación hacia un señor
supremo, en la forma de impuestos, tributos o servicios laborales, rendida directamente al terrateniente
local o a la autoridad central.
La cadena de redistribución, apropiación, transferencia y almacenamiento, comenzaba aquí con
el trabajo de los campesinos, cuyo producto alimentaba a los terratenientes, funcionarios y reyes, y
cuyas prestaciones personales de trabajo construían los palacios y pirámides. La condición del
campesino era por definición una de dependencia jurídica o sujeción política.
Aun cuando poco se sepa sobre los campesinos de la Grecia de la Edad de Bronce, los arqueó-
logos e historiadores han reconstruido un cuadro de estos antiguos reinos en él que el palacio en el
centro es el término de una cadena de apropiación que comienza en las aldeas circundantes con la labor
de los campesinos, obligados hacía los terratenientes locales, los funcionarios y la autoridad; central a través
de un sistema de tributos y probablemente prestaciones personales en trabajo. Esta red burocrática de
obligaciones parece haber sido organizada por medio de un sistema de tenencia de la tierra en el cual
mucha (y tal vez toda) la tierra era poseída con un cargo, condición u ocupación y ... las
obligaciones hacia y desde el centro se calculaban y satisfacían por medio de repartos y cuotas de
tierra y productos (agrícolas, industriales e intelectuales). Debemos imaginar una situación en la que
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funcionarios, soldados, artesanos, pastores y granjeros, todos poseían tierra (o trabajaban la tierra)
bajo condición de que rindieran ya sea los servicios apropiados ya sea las cuotas de productos
industriales o agrícolas según fuera el caso.
La ausencia de renta sugiere que, mientras que la propiedad era poseída por individuos y existía allí
un derecho de apropiación individual, sería engañoso pensar en términos de propiedad privada, lo que
oscurece el carácter público o político de la apropiación y los derechos de propiedad. Esta distinción entre
apropiación individual y propiedad privada (una distinción que Finley no hace) debería recordarse en lo que
sigue.
La desaparición de esta forma de estado sigue siendo uno de los misterios más exasperantes de la
historia antigua. Con sus raíces en la llamada Edad Oscura después del misterioso cataclismo. La
civilización del palacio, su aparato administrativo y su sistema dé apropiación, almacenamiento y
redistribución, simplemente se desvanecieron.
Se sabe demasiado poco acerca del periodo intermedio entre los reinos antiguos y la polis para,
permitir alguna hipótesis confiable acerca de los procesos históricos que llevan de uno al otro.
Sin embargo, puede ser posible conjeturar sobre ciertas continuidades entre los reinos antiguos y la
polis posterior buscando en lo que podríamos llamar -con gran precaución- algunos casos de desarrollo
interrumpido en Grecia. Sin que necesariamente se descubran causas o se sugiera incluso un proceso de
evolución sin rupturas, podemos al menos hallar formas sociales y políticas que en principio llenen el vacío
entre el reino redistributivo y el régimen del ciudadano-campesino. En particular, podemos encontrar en los
penestai, hilotas o siervos de Tesalia, Esparta y Creta varias formas de relación tributaria que representan
puntos a lo largo de un continuwn entre el sistema tributario centrado en el palacio y la comunidad ciudadana
de campesinos independientes cuya ciudadanía queda denotada en su libertad respecto del tributo.
Tesalia, Esparta y Creta, En todos estos casos, el campesinado estaba en varios estados de
dependencia jurídica o sujeción política, y las tierras de la comunidad ciudadana eran trabajadas por siervos
de una u otra clase.
En Tesalia, los penestai («trabajadores» u «hombres pobres») probablemente fueran campesinos
dependientes que estaban obligados a entregar parte de su producto a sus señores supremos a cambio de
ciertos derechos. Los hilotas de Esparta, sobre quienes se sabe mucho más, eran una población dependiente
sujeta de manera colectiva al estado espartano pero repartidos individualmente a los miembros individuales
de la comunidad espartiata. Trabajaban la tierra, de nuevo a cambio de ciertos derechos, entregando parte de
su producto a sus señores supremos. En las ciudades de Creta, existían dos categorías de siervos, privados y
públicos. En todos los casos existía también otra categoría en algún punto entre los siervos dependientes y
sus amos: los periokoi, campesinos que vivían en los campos circundantes que, aunque jurídicamente libres,
no tenían derechos de ciudadanía y estaban políticamente sujetos al estado. Estos estados, junto con algunos
otros como Argos y Lócride, acerca de los cuales se sabe menos pero que parecen haber tenido varias
categorías de poblaciones dependientes o no privilegiadas, también tendían a ser aristocráticos y militaristas,

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y alguna forma de monarquía puede haber sobrevivido aquí más tiempo que en otros estados griegos.
El contraste más dramático, por supuesto, es provisto por Atenas, donde las reformas de Solón,
consolidadas y extendidas por la evolución de la democracia, pusieron un final a todas las condiciones y
relaciones i tributarias de tipo servil en el momento en que Atenas parecía estar «regresando al patrón de
los estados basados en siervos».
No podemos tan solo inferir un proceso simple de evolución de los reinos micénicos hacia las formas
menos centralizadas y más fragmentadas de relación tributaria, en especial dada la escala de destrucción y
despoblación que intervino -aunque en el caso de Creta, como veremos en un momento, es sugestivo-. Pero
algunas continuidades no están excluidas, y es difícil imaginar que el legado micénico no tuvo relación con
lo que vino después.
R.F. Willetts ha resumido la transformación de la economía cretense después de la caída de los reinos
micénicos de un modo que puede arrojar luz a la cuestión mayor de la polis, no sólo como una formación
política única sino también como una forma distintiva de relaciones de propiedad, y a la cuestión de la
organización del trabajo: La forma política de la nueva economía era la ciudad-estado. Por el desarrollo
de la ciudad-estado en su forma clásica, la vieja comuna aldeana, con sus tradiciones de propiedad
común, iba a ser cambiada por una comunidad de propietarios campesinos; comprometidos con la
producción independiente para el mercado. Sin embargo, esté proceso estaba lejos de ser uniforme. Los
propietarios campesinos de Atenas lograron su condición después de luchas de clase extensas que
culminaron en una revolución democrática. Los campesinos de la Creta, histórica nunca lograron su
independencia. En Creta, -las tradiciones de la propiedad común basadas en la comuna aldeana se unieron
con un sistema de exacción tributaria que las aristocracias dorias consolidaron, durablemente...
Una forma de tenencia de la tierra desarrollada de este modo, que se basaba en el tribalismo minoico-
micénico heredado, tal como fue. modificado por los dorios... Los cultivadores se convirtieron en vasallos,
siervos; La supremacía doria fue lograda a través de las exacciones de un sistema tributario impuesto sobre
las formas supervivientes de la "comuna aldeana primitiva".
La sugerencia aquí es que, sin hacer caso a las condiciones especiales de conquista, hubo una
continuidad entre la apropiación estatal de los reinos de la Edad de Bronce y las relaciones tributarias de
la servidumbre cretense. El hilo común que une a las dos es la comuna aldeana suje ta, la comunidad de
campesinos, ligada colectivamente con la «casta» gobernante cuya dominación política también impone
el derecho a extraer tributos. El reemplazo del reino redistributivo por la forma municipal de la polis en
este caso significa que el instrumento de apropiación no es más el estado «burocrático» sino una
Comunidad de ciudadanos, una comunidad de propietarios con derechos individuales de apropiación,
aunque estos derechos todavía se hallan determinados por la condición de miembro del estado. Para él
campesino dependiente, la descentralización del gobierno y la creciente individualización de la
propiedad también significan una individualización de la dependencia: la aldea campesina sujeta
colectivamente da forma paulatinamente a la relación individual entre siervo y amo, y probablemente

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también aumentando la atadura al suelo, en la medida en que el campesino llega a estar atado al hogar
del señor supremo, en vez de al «hogar» patriarcal extendido del reino redistributivo.
Vale la pena considerar la posibilidad de que existiera algún tipo de continuidad entre los reinos
micénicos-.y los sistemas posteriores de trabajo y tenencia de la tierra incluso en aquellas poleis que
iban a tornar medidas sociales muy diferentes. Él caso más importante entre el manojo de sitios para los
que hay evidencia de ocupación continua a lo largo de la edad oscura, y desde luego uno de los muy
pocos casos acerca del cual se conoce lo suficiente para justificar la especulación, es Atenas. Hablar de
continuidades no significa negar las tremendas diferencias entre los reinos arcaicos y los estados que
surgieran de sus ruinas. Cuando la sociedad griega resurge de la oscuridad de la edad oscura, una caracte-
rística es en especial impresionante: la presencia de una clase gobernante claramente definida, una nobleza
privilegiada basada en la propiedad individual. «En los poemas homéricos», escribe Finley, «el régimen
de propiedad, en particular, estaba ya plenamente estabilizado. Es apenas visible cómo se hicieron las
divisiones y los asentamientos originales, dado que todos habían tenido lugar en el pasado y pertenecen
a la prehistoria de la sociedad. El régimen que vemos en los poemas era, sobre todo, uno de propiedad
privada».
Pero la sociedad homérica sí tuvo, después de todo, una «prehistoria» larga y compleja, y eso incluía a
los reinos micénicos, con sus elaborados aparatos de estado y sus sistemas de tenencia burocrática de la
tierra. No existe, entonces, necesidad de imaginar la anomalía de un «régimen de propiedad estable» que
evoluciona en el contexto de una sociedad virtualmente sin estado. Sin embargo, aquí puede ser necesario
introducir una modificación en la caracterización de Finley del régimen de propiedad homérico. Él
reconoce las dificultades asociadas al concepto de «propiedad privada»: No propongo entrar en
controversias ampliamente estériles sobre la aplicabilidad de palabras como «privada» y
«propiedad» para posesiones primitivas y arcaicas. Es suficiente indicar que había un derecho libre y
sin trabas a disponer de todos los bienes muebles –un derecho concedido tanto a un filius familias
como a un pater familias-; que la circulación continua de riqueza, ante todo por regalo, era uno de los
temas mayores de la sociedad; y que la transmisión de la hacienda dé un hombre mediante la herencia,
los bienes muebles e inmuebles en conjunto, se daba por descontado como el procedi miento normal
después de su muerte.
Podría ser posible comprender el sentido de la «propiedad privada» homérica si asumimos que la
distribución administrativa dé la propiedad originalmente ligada a la «función, condición u ocupación» en
el estado redistributivo-burocrático se convirtió claramente en propiedad individual en cuanto el aparato
administrativo desapareció. Tal vez lo que vemos en el régimen de propiedad homérico son los vestigios
decapitados de aquel sistema burocrático. Al menos no deberíamos permitirnos ser engañados por las
diferencias aparentemente antitéticas entre los dos sistemas de propiedad -uno colectivo y público (en
principio) en el sentido de que derivaba condicionalmente del estado, el otro individual (si no, tal vez,
completamente «privado»).
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En cualquier caso, ha existido alguna especulación respecto de que los señores «homéricos» pueden ser
los descendientes de un tipo de nobleza provincial, funcionarios locales con derechos de propiedad que
servían como conductos administrativos para la autoridad central de los estados micénicos. Esta visión
obtiene algún apoyo del hecho curioso de que los, «reyes» de la épica no son normalmente llamados wanax,
como lo son los verdaderos reyes registrados en las inscripciones en lineal B sino más bien basileis, el título
de un funcionario local de rango más bajo.
Los señores de la épica a menudo son descritos como algo semejante a los jefes tribales, aunque ya
en camino hacia la condición privilegiada de una aristocracia propietaria; pero esta analogía falla no solo
en dar cuenta de la existencia del régimen de propiedad sino en capturar el carácter separado de este grupo
dominante. Ellos en conjunto no dan la impresión de una jerarquía que crece orgánicamente a partir de una
comunidad singular; soportan, en cambio, las marcas del «gpartheid» que dividió a las comunidades
gobernante y sometida en los tiempos micénicos. El abismo social; entre estas dos comunidades -incluyendo
posiblemente, al mismo tiempo, la separación del lugar d| residencia- parece más grande que cualquier
diferencia de riqueza que pudiera haber sido soportada por la sociedad materialmente empobrecida que
sucedió a la caída de los prósperos estados micénicos; pero si esto es así, puede simplemente confirmar que
el privilegio económico de esta aristocracia se originó en los; poderes «extra-económicos» del estado
burocrático-redistribu.tivo.
Y aunque Homero sólo relate la historia deja sociedad gobernante, podemos ver, también, una
comunidad dominante con un monopolio de los poderes jurídico, político, militar y religioso, que, aunque
débiles y precarios en comparación con la fuerza centralizada del estado burocrático, aún pueden funcionar
como medios de extracción de excedentes de las comunidades campesinas subordinadas, a la manera de los
«hastiéis devoradores de regalos» de Hesíodo que utilizan sus poderes judiciales como medios de
apropiación.
Cuando la épica de Homero rompe el silencio de la edad oscura, no aprendemos virtualmente nada
acerca de las vidas y condiciones de las clases menos exaltadas más allá de los hogares de los nobles-
héroes. Hesíodo nos relata algo acerca de los campesinos más prósperos al menos en Beocia, pero incluso
aquí difícilmente haya lo suficiente para avanzar con nuestras especulaciones muy lejos. Hasta las reformas de
Solón seguimos ampliamente en la oscuridad acerca de las formas de la tierra y el trabajo que producen la
riqueza de los ricos.
Se sabe que Solón abolió la dependencia por deudas, y que prohibió los préstamos con garantía de la
persona que podría resultar esclava en caso de incumplimiento. Sin embargo, la seisakhtheia misma es más
problemática y permanece en discusión entre los historiadores. Ésta reforma se refiere ante todo a los
hektemoroi, aquellos qué estaban obligados a pagar una porción especificada de su producto a otra persona.
En el pasado, generalmente se asumía que esta condición era el resultado del incumplimiento en una
hipoteca o préstamo, cuya consecuencia era que la tierra del deudor quedara en dependencia y con esto
alguna porción de su trabajo. Sin embargo, no hay ninguna mención de la deuda en el propio informe de
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Solón de las reformas concernientes a esta tierra «esclavizada». Aristóteles está exagerando cuando sugiere
que todos los pobres en Atenas en vísperas de las reformas de Solón eran siervos (pelatai y hektemoroi} de
los pocos ricos. Además, tal como Anthony Andrewes señala, la palabra que se traduce como «deuda» es
un término que «comprende otros tipos de obligaciones además de aquellas que surgen de tomar
préstamos; incluiría rentas o impuestos u otros tipos de pagos».
En otras palabras, las «deudas» que Solón canceló fueron las obligaciones de rentas o tributos debidos
por un campesino dependiente a un señor. La práctica de la esclavización por deudas, que ciertamente sí
existió, debe ser reinterpretadas en sí misma como parte de un sistema de dependencia más general. Tal
como escribe Oswyn Murray: Es característico de dichas formas de servidumbre que no sean prin-
cipalmente respuestas a presiones económicas, sino que sean más bien una extensión del sistema
social en general, y más particularmente del sistema de tenencia de la tierra; es decir, usualmente
dichos esclavos no son creados por una forma de «bancarrota», sino que más bien existen en una
sociedad estratificada en la cual los inferiores pueden ser responsables de ejecutar servicios para sus
superiores y donde la «esclavitud por deudas» es el nivel más bajo en el que un hombre puede nacer o
caer por una variedad de razones a menudo no económicas: «los hombres no están muy acostumbrados
en ninguna sociedad a prestar a los pobres». La ley está en manos de los ricos, y por lo tanto pone en
vigencia obligaciones privando al pobre de los derechos, existentes; los pobres pueden querer
protección (o que ellos hayan sido forjados a esto); los ricos están más preocupados por la mano de
obra para propósitos militares o civiles que por el capital o los intereses de un préstamo, ya que el
trabajo es más valioso que los bienes excedentes en una economía premonetaria; y la esclavitud por
deudas está a menudo estrechamente conectada a las formas de tenencia de la tierra, porque
usualmente su principal función es proveer trabajo agrícola.
Si esto es así, la seisakhtheia de Solón constituiría un cambio estructural más sustancial que el que la
cancelación de deudas en sentido estricto sugeriría, aboliendo las últimas formas de dependencia y tributo
remanentes a las que estaban sujetos los campesinos atenienses.
La atribución a Solón de una reforma más revolucionaria que simplemente la cancelación de deudas,
no necesita contradecir su propio reclamo de haber resistido la demanda de redistribución, en la medida en
que recordemos que el concepto' de propiedad era mucho más indeterminado y fluido en la Grecia antigua
que en los tiempos modernos e incluso en la antigua Roma.
Al mismo tiempo, si la cancelación de las deudas, inclusive en el sentido más amplio puede haber sido
menor que lo que los pobres hubieran querido, su importancia no debería subestimarse.
Oswyn Murray, quien considera el «sacudimiento de las cargas» como una revolución
primordialmente social, la abolición de la relación de clientelismo entre campesinos y aristócratas», ofrece
algunas sugerencias tentadoras con respecto al origen de este sistema de clientelismo.
La sugerencia de que las relaciones de clientelismo u obligación «feudal» tienen sus raíces en el
sistema micénico de tenencia de la tierra es atractiva a causa de las afinidades estructurales entre las varias
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formas del tributo campesino; y si aceptamos esta sugerencia, es incluso más fácil postular un proceso
evolutivo de uno al otro para Atenas que para el caso de los «estados conquistadores» donde intervienen
factores extraños.
Sin embargó, debería decirse que si la «deuda» en el sentido convencional parece una explicación
poco probable del hectemorado, y si la misma noción de deuda en el Ática antigua debe reconsiderarse a la
luz de su economía dineraria débil o inexistente, puede haber otros sentidos para «tomar prestado» y
«prestar» que sí tengan sentido en el contexto de una sociedad no monetaria y que puedan indicar los tipos
de relaciones que existieron entre terratenientes y campesinos después de las reformas de Solón.
En tanto entendamos el tomar prestado y el prestar en términos que no implican transacciones
dinerarias, es posible imaginar una variedad de arreglos por medio de los cuales los pobres pudieron haber
conseguido el acceso -a un precio si no en dinero en servicios o en especie- a la riqueza de los ricos, que
incluye (y quizá especialmente) su tierra en la forma de tenencias. Las relaciones así establecidas entre el
terrateniente y el arrendatario no serían el resultado secundario de alguna multa por incumplimiento en una
hipoteca o préstamo
sino que sería el objeto inmediato de la transacción entre ellos, un intercambio no monetario de trabajo por
acceso a la propiedad. La relación no sería jurídica o política, en el sentido de que no se basaría en la
posición jurídica privilegiada o la superioridad política del «prestamista», ni en la dependencia jurídica o la
sujeción política del «prestatario». Sería una relación «económica», basada en la propiedad superior del
«prestamista», pero aún así derivando su carácter específico de la ausencia de un «nexo dinerario». Es
incluso posible que tales arreglos ya existieran en los tiempos pre-solonianos junto a formas de
dependencia más tradicionales en las qué los campesinos estaban sujetos a una clase dominante con
derechos sobre su trabajo que descansaban sobre un monopolio del poder público.
En cualquier caso, la agricultura ateniense -y en consecuencia la base material de la sociedad
ateniense- después de Solón fue dominada por pequeños poseedores independientes. Es probable que
muchos de ellos estuvieran sujetos a varios tipos de renta, o quizás al tipo de obligación contraída por
«compartir» la riqueza de los ricos; pero las relaciones de dependencia jurídica fueron desterradas para
toda ¡la vida de Atenas como polis independiente. El crecimiento de las instituciones democráticas quitó
los últimos vestigios de sujeción política que pudieron haber servido como medios para que las clases
privilegiadas extrajeran tributo del campesinado.
Cuando la sociedad gobernante de la Grecia de la Edad de Bronce se hizo añicos -por los medios
misteriosos
que fuera- dejó atrás a las comunidades campesinas sujetas sobre las cuales se había superpuesto. Tal vez
también perduraran los fragmentos de su aparato gobernante en la forma de aristocracias locales. Los señores
homéricos no están firmemente enlazados por un estado fuertemente centralizado. Así, señores y
campesinos confrontaban crecientemente unos con otros no como dos comunidades opuestas sino como
individuos y como clases. El equilibrio de fuerzas resultante fue inevitablemente inestable: por un lado, una

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clase propietaria con una superioridad económica y jurídica suficiente para acosar al campesinado pero falta
de la fuerza unificadora, el control sobre ja competencia y el conflicto intra-clase y el apoyo coercitivo
provisto por un estado fuertemente centralizado; por otro lado, un campesinado crecientemente inquieto
irritándose con los lazos de dependencia personal, la vulnerabilidad económica del pequeño poseedor
agravada por las restricciones jurídicas.
Ésta fue, entonces, la situación enfrentada por Solón, que se propuso ocuparse tanto del faccionalismo
aristocrático como del descontento campesino. En alguna medida, sus reformas simplemente reconocieron lo
que ya había tenido lugar. La aristocracia, ahora por sí misma sin el estado burocrático y sin sustituto
político seguro, no podía confiar por más tiempo en su monopolio del poder extraeconómico. Sus
capacidades de apropiación dependían cada vez más de la ventaja «económica» de la propiedad de la tierra
rica. Al mismo tiempo, los beneficios de la propiedad superior se resaltaron a medida que creció la
prosperidad general y surgieron nuevas oportunidades para el uso fructífero de la riqueza en el comercio y
en una economía urbana creciente.
Solón se negó a redistribuir tierra y dejó intacta la vulnerabilidad económica de los campesinos; pero
removió los gravámenes extra-económicos que cargaban la tierra del campesino y de este modo dio
reconocimiento jurídico a las relaciones cambiantes entre el terrateniente y el campesino. Los reclamos
populares fueron también satisfechos erosionando otros poderes extra-económicos señoriales por medio de
reformas políticas que resaltaban los derechos de ciudadanía del demos, y especialmente la reforma de los
tribunales. Estas reformas hicieron mella en el monopolio de la jurisdicción de los señores «devoradores de
dones», en particular al instituir procedimientos que permitían a cualquier ciudadano iniciar un proceso en
nombre de cualquier otra parte injuriada y al proporcionar el derecho de apelar ante los tribunales
populares.
La famosa clasificación de Solón del cuerpo ciudadano ateniense en categorías económicas, basada en
los rendimientos de la tierra en vez de en distinciones de nacimiento, puede ser interpretada a la luz de esto.
La solución de Solón para la inestabilidad inherente a éste orden social dividido, en clases pero virtualmente
acéfalo –una solución cuya lógica sería perseguida por los reformadores atenienses subsiguientes— fue,
efectivamente, fortalecer la comunidad cívica la comunidad de ciudadanos, como opuesta a otros principios
tradicionales de organización social. Probablemente, ninguna otra solución; fuera posible.
La solución griega tenía la ventaja de someter a la aristocracia a la jurisdicción de la comunidad
cívica y de disponer de un elemento significativo para los reclamos campesinos. Sin embargo, también creó
su propia lógica de proceso y sus propias inestabilidades. En la polis, en tanto que comunidad de ciudadanos
auto- gobernada en la que los terratenientes y los campesinos se reunían como individuos y clases en una
única comunidad más que como dos sociedades opuestas, una vez comenzada, podría ser difícil detener la
distribución de los poderes extra-económicos.
En ese sentido, la tiranía expresó tanto la fortaleza como la debilidad de la aristocracia. Por un
lado, las tiranías pueden ser vistas como esfuerzos aristocráticos para controlar el nuevo orden político
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piara su propia ventaja -y en alguna medida tuvieron éxito, por otro lado, la tiranía también expresaba
la necesidad de los aristócratas de apoyo por parte del demos y su inclinación a la competencia intra-
clase, en tanto que una u otra familia aristocrática buscaba su predominio sobre el resto. Su método para
consolidar su poder personal fue reforzar la comunidad de la polis mucho más sustancialmente que lo
que las reformas solonianas lo habían hecho, con medidas para unificar el estado, crear alguna forma
de finanzas públicas, establecer cultos del estado y ceremonias públicas, continuar las reformas de
Solón de los tribunales en dirección a un sistema de justicia público.
No hay necesidad de atribuir motivos democráticos a los tiranos, que introdujeron medidas
diseñadas para ayudar a los pequeños granjeros -tales como los préstamos estatales de la tiranía
pisistrátida- a fin dé reconocer que una consecuencia del fortalecimiento de la comunicad de la polis
fue invitar a o consolidar los desafíos al poder aristocrático exclusivo por parte de los miembros menos
privilegiados de la comunidad cívica.
Es significativo que el medio principal a través del cual transformó la constitución de la polis fue,
establecer a la aldea, la vieja arena de la actividad campesina, como la unidad constituyente básica del
estado y el lugar de la identidad cívica.

IV. Aldea y estado en la Atenas democrática


Una expresión especialmente importante de la condición política singular de que gozaba el
campesinado ateniense es el rol político de la aldea. A este respecto, Atenas parece haber sido única
incluso entre las democracias griegas, tal vez la más literalmente democrática. A lo largo de la historia,
típicamente, el campesino ha sido también el «aldeano», no sólo un habitante de la aldea sino uno para
quien la aldea constituye la comunidad primaria más allá del hogar. Es la unidad política primaria a
través de la cual se lo administra y se le cobra impuestos, pero también es a menudo la única unidad en
la que ejerce algún grado de auto-gobierno, y el instrumento principal de auto-defensa contra las
depredaciones del estado y los terratenientes. El asentamiento «nucleado», un grupo de residencias
rodeado por las tierras agrícolas trabajadas por los aldeanos, probablemente ha sido siempre más
común en las sociedades campesinas que las granjas esparcidas a lo largo del campo tan típicas de la
labranza comercial de la edad moderna.
La ubicuidad de este patrón de asentamiento sirve para confirmar la visión de Osborne de que no
ha sido impuesto por la ¡geografía, sino que «debe haber sido el producto de la elección humana», una
elección que ha tenido que ver tanto con las necesidades sociales y políticas como con la
«racionalidad económica».
La aldea medieval, entonces, era un lugar de residencia, una comunidad de campesinos, el
escenario en el que colectivamente regulaban la mayor parte de su vida diaria y su actividad
productiva, pero también una unidad a través de la cual sus señores los dominaban y extraían sus
excedentes. Al respecto, la aldea medieval comparte muchas características con otras
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comunidades campesinas a lo largo del mundo en varios momentos a lo largo de la historia. El rol
de la aldea como base; para la imposición y recolección de impuestos o tributos, por ejemplo, es un tema
recurrente en la historia de las sociedades campesinas.
El carácter dual de la aldea campesina como una comunidad completa en sí misma y en alguna
medida autoregulada, y al mismo tiempo como un medio de dominación y explotación Teodor Shanin en su
explicación general del campesinado como «factor político»: En el marco de la comunidad aldeana o
comuna campesina, el campesino llega a un nivel cercano a la total autosuficiencia social. La
apropiación y la división de la tierra, el matrimonio, las necesidades sociales y religiosas generalmente
son atendidas al nivel de la aldea. La aldea es el mundo del campesino. Una sociedad de pequeños
productores consiste generalmente de innumerables segmentos aldeanos, y dominados y explotados por
jerarquías políticas externas.
La diferencia crucial entre la aldea ática y la comunidad campesina «típica» radica en la relación
entre la aldea y la organización política más grande en la que estaba incrustada. En otras palabras, la
comuna campesina está por definición dominada y explotada por «jerarquías políticas externas»,
entidades políticas a las cuales el campesino de ninguna manera pertenece salvo corno sometido. La
relación entre estado y aldea es la relación dicotómica entre gobernante y sometido, así como entre
productor y apropiado, ya sea en el nexo entre señor feudal y siervo, señorío y aldea, ya sea entre estado
redistributivo y campesinado que paga tributos. Está relación dicotómica estaba en cierta medida
extendida a lo largo del mundo grecorromano dondequiera que al campesino se le otorgaba la condición
de ciudadano, aun cuando, como en Roma, la condición cívica del campesino fuera limitada.
Las reformas de Clístenes son consideradas comúnmente como las que han establecido la base
organizativa de la democracia ateniense. Aunque la intención y la significación de sus reformas siguen
en discusión, casi no hay dudas de que su sistema de demos -las unidades constituyentes más pequeñas
del nuevo orden político- tenían el efecto de confiar el poder político a la población común de Atenas,
el demos, en un grado sin precedentes en el mundo antiguo conocido.
Era a través de su demo que un hombre se convertía en ciudadano, reteniendo la identidad de su demo
-la marca de su ciudadanía- a lo largo de los cambios de residencia. La asociación de la ciudadanía con la
identidad local del demo, entre otras cosas, liberó el derecho de ciudadanía del control aristocrático. Fue
también en la democracia local del demo donde los campesinos probablemente jugaron su rol político más
activo.
El demo era la unidad constituyente básica de la polis y no simplemente su sometido. Todos los
hombres del demo tenían los mismos derechos cívicos y estaban habilitados para asistir a la asamblea
central y servir en los jurados mediante los cuales se hacía mucho de lo que consideraríamos el trabajo
político: a este respecto, no había distinción entre aldeano y hombre de la ciudad, o entre el campesino y
terrateniente. Cada ciudadano podía convertirse en demarco, el funcionario principal del demo a través del
cual se mediaba la administración local de la polis -y de hecho, la evidencia es que los demarcos eran

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generalmente hombres de medios moderados y de una condición relativamente humilde-. Cada ciudadano
podía servir en la boule, el consejo que establecía la agenda de la asamblea central -de hecho, es probable
que la mayoría de los ciudadanos deba haber sido miembro de la boule una vez como mínimo.
En los principios, garantizaba la condición cívica plena a los campesinos y artesanos comunes, y en
la práctica dicha gente realmente sí participaba no sólo en el auto-gobierno local mediante las
asambleas del demo, sino también -aunque no tan regularmente como sus compatriotas más ricos- en la
administración de la
polis en su totalidad. Sin duda la democracia funcionaba de manera imperfecta; pero al otorgar (en
palabras de Osborne) la condición política a las aldeas, quebrando la discontinuidad entre la aldea y el
estado, entre la comunidad campesina y el orden político, esto transformó radicalmente el carácter de
ambos.
Como M.I. Finley ha señalado, «las ciudades antiguas en su gran mayoría contaban con granjeros,
ya fueran granjeros trabajadores o caballeros, hombres cuyos intereses económicos se hallaban principal
y a menudo exclusivamente en la tierra, como el núcleo de su ciudadanía».
En primer lugar, puede parecer destacable que tal civilización altamente urbanizada, donde tanta
gente vivía en ciudades y donde una cultura urbana altamente desarrollada fue capaz de florecer, pudiera
coexistir con una economía urbana relativamente no desarrollada. Para los griegos y los romanos, fue la
agricultura y no el comercio o la manufactura la que constituyó la base de la vida civilizada, esto es, una
vida en ciudades.
En contraste con otras civilizaciones avanzadas en las que el poder político encontraba su punto de
concentración en los palacios reales o en los templos teocráticos, las sedes de reyes y sacerdotes, el poder esta-
tal de la polis era corrió si estuviera difundido a lo largo de la ciudad, el escenario de la actividad para una
comunidad de ciudadanos. La ciudad era también el estado tanto en el sentido de que se desarrollaba como el
sitio de la actividad política (aún más que hacerlo, por ejemplo, como plaza de mercado), como en el sentido de
que el territorio que gobernaba estaba unido a ella en un todo único sin fronteras rígidas entre ciudad y campo,
entre el estado apropiador gobernante y las aldeas productoras sometidas.

V. La ciudad y el campo en el Ática


Atenas estaba entre las más urbanizadas de las ciudades antiguas, «la ciudad más poblada del
mundo grecorromano en su tiempo». La polis más a menudo citada como su contramodelo, Esparta, con
su población campesina sometida, difícilmente desarrollara de alguna manera una ciudad o una cultura
urbana. Ciertamente, es un hecho llamativo que, mientras la polis con la división política más grande entre
el centro gobernante y la periferia sometida tenía la división física menos significativa entre ciudad y
estado, la cultura urbana más avanzada del mundo grecorromano fuera también aquella en la cual la fron-
tera institucional entre ciudad y estado estuviera en su mayor debilidad.
Aun la tendencia a comparar al hombre de la ciudad urbano y; sofisticado con el hombre de campo
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tosco y rústico, que aparece especialmente en la comedia ática, no dejaba de tener ambigüedades.
La diferencia entre estos tipos, entonces, radica sobre todo en la medida en que ellos ejercen su
derecho a participar en política en el centro de la polis, un derecho que, en principio al menos, está abierto
al hombre de campo y al habitante de la ciudad en forma similar. La idea de Atenas, la ciudad, en
contraste con la khora del Ática es en sí misma un concepto político más que una notación geográfica:
por ejemplo, mientras que los hombres de campo son Athenaioi, las mujeres, dondequiera que residan,
dado que carecen de derechos políticos, y «por ende no tienen ninguna conexión especial con la ciudad,
y desde luego... están excluidas de todas aquellas áreas que distinguen la vida de la ciudad», nunca son
Athenaiai sino Attikai gunaikes, no atenienses sino mujeres áticas. En Atenas, argumenta, la relación del
hombre de campo con la ciudad y sus instituciones era directa, no mediada a través de hombreas inter-
mediarios; «El hombre de campo ateniense tenía una relación cercana y directa con la ciudad votaba en su
asamblea, compraba y vendía en sus mercados, tomaba parte en sus festivales religiosos, litigaba en sus
tribunales, tenía los mismos derechos políticos y obligaciones -incluyendo la del servicio militar- que la
población urbana».
En el caso del granjero trabajador, el campesino teniendo en mente que en la práctica tendía a ser
más activo en la política local de su demo que en el centro de la ciudad, que el trabajo agrícola estaba
marcado por claras fluctuaciones estacionales que dejaban al granjero «subempleado» varias veces al
año, y que algunos campesinos vivían en o cerca de la ciudad mientras labraban las tierras en sus
alrededores inmediatos-, necesitamos recordar las formas en las que la democracia limitaba las demandas
sobre la producción de excedentes, ya fuera por parte de los campesinos ya fuera incluso por parte de los
esclavos. En un sentido, aun hacer la pregunta sobre la base material de la ciudad de la manera en que la
hemos hecho es hacer suposiciones sin garantías en cuanto al nivel de producción de excedentes
requerido para sostener la democracia.
No había un aparato estatal desarrollado que sostener, ni una burocracia real, ni un establecimiento
eclesiástico sólido y rico, ni grandes disparidades de riqueza marcadas por el lujo conspicuo, la
magnificencia aristocrática ni un mercado floreciente de artículos de lujo manufacturados; y las obligaciones
militares estaban circunscriptas por las capacidades, los objetivos y los ritmos del pequeño propietario.
En cuanto a los terratenientes más ricos que pueden haber residido en la ciudad a cierta distancia de
sus propiedades rurales dispersas, no hay duda de que ellos contaban, al menos en parte, con el trabajo
esclavo; pero el hecho de que su residencia estuviera en la ciudad mientras su riqueza se derivaba
principalmente del campo no nos dice por sí mismo nada sobre la importancia de la esclavitud agrícola.

VI. El nexo entre libertad y esclavitud en la Atenas democrática


Y sin embargo, después de todo esto se dice todavía que debe reconocerse que la democracia
ateniense estaba inextricablemente ligada a la esclavitud a una escala sin precedentes en el mundo antiguo.
Lo mínimo que puede decirse es que la libertad del campesinado impulsó de varias maneras el crecimiento
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de una forma alternativa de trabajo dependiente, la esclavitud mercancía, y que de una manera u otra la
libertad del ciudadano y la degradación del esclavo no eran sino las |os caras de la misma moneda.
Y también podemos comenzar a respondernos la pregunta planteada al principio de este capítulo: si
la consolidación de un campesinado libre dejó o creó ciertas necesidades sociales que fueron satisfechas
por el crecimiento de la esclavitud, ¿cuáles fueron esas necesidades y cómo las llenó la esclavitud? La
formulación de esta pregunta puede también proveernos de un control a partir del cual juzgar la evidencia
positiva inadecuada concerniente a la ubicación de los esclavos en la economía ateniense al darnos algunas
indicaciones de dónde podríamos esperar encontrarlos, por supuesto, con tal que no permitamos que
nuestras expectativas se conviertan en profecías auto-consumadas.
El primer punto que necesita enfatizarse es que si la democracia y la condición de las clases
productoras libres dentro de ella impulsaron el crecimiento de la esclavitud, también dieron forma y
limitaron los modos en que el trabajo esclavo podía utilizarse. La esclavitud no menos que cualquier otra
institución ateniense existió dentro del contexto de las relaciones sociales y políticas que restringió el
alcance de la apropiación y la concentración de la propiedad.
Otros tipos de producción, en cuanto caían fuera del dominio tradicional del campesino, en principio
dieron más lugar a la esclavitud, y cualquier crecimiento en la economía urbana creaba nuevo espacio para
la producción esclavista. No hay dudas de que la democracia impulsó el desarrollo de la economía urbana
de varias maneras -por ejemplo, al hacer de la ciudad un centro tan importante de actividad social, al
aumentar la importancia del comercio exterior, y quizás incluso al forzar a los ricos a buscar fuentes
alternativas de riqueza en la medida en que las tenencias campesinas seguras y la independencia del
pequeño poseedor limitaron la apropiación de la tierra-. Pero a su vez el crecimiento del sector no agrícola
ciertamente expandió las posibilidades de explotación de esclavos, siendo las minas de plata el único caso
inequívoco de crecimiento sustancial, produciendo la exportación de Atenas más importante en gran parte
por medio del trabajo esclavo.
Por otro lado, la independencia del campesinado significó que ciertas clases de servicios
laborales, aparte de la producción agrícola, que en otras sociedades campesinas se han obtenido de la
familia campesina notablemente, varios tipos de servicio doméstico para los , ricos, así como
prestaciones personales de trabajo tanto público como privado, en cuanto ellos continuaron existiendo,
de ningún modo tuvieron que ser ejecutados por otro tipo de fuerza laboral dependiente no asociada
con la familia campesina. Una limitaba las formas en las que se hacía trabajar al campesino para el
señor, excluyendo a aquellos que entablan una dependencia personal con el terrateniente o la tierra; la
otra limitaba las formas en las que podía hacérsele trabajar para el estado, reduciendo el alcance de la
tributación y las prestaciones personales de trabajo.
Las leyes de Gortina brindan testimonio de una forma de servidumbre en Creta claramente
distinguible de la esclavitud mercancía, aunque esta última también existía en una escala limitada. Los
siervos tenían una condición legal y social que les permitía la tenencia de casas y bienes muebles,

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incluyendo ganado, así como los derechos de matrimonio y divorcio. De manera breve, el siervo, como
cualquier otro campesino, tenía derecho a la familia y el hogar, y la familia del campesino era
indudablemente la unidad básica de producción, aquí como en otras partes, de las sociedades campesinas,
que probablemente trabajaba la tierra que la familia misma ocupaba. Al mismo tiempo, el hogar, la casa y
la tierra que ocupaban y trabajaban, eran parte de la hacienda ancestral asignada a uno de los dominadores
cretenses. También existían categorías de dependencia por deudas, en las que una persona anteriormente
libre podía ser reducida a una condición comparable a la de los siervos.
Condiciones aproximadamente similares existieron en Esparta, donde los hilótas poseían ciertos
derechos, manteniendo a sus propias familias y ocupando la tierra, a la vez que seguían atados a sus señores
supremos espartanos a quienes debían el tributo y muy probablemente una variedad de servicios laborales.
En ambos casos, el derecho de los amos de extraer tributos o servicios en trabajo estaba mediado por el
estado y su calidad de miembros de éste como una comunidad ciudadana gobernando sobre una población
sometida. En este sentido, el trabajo excedente apropiado por el señor supremo cretense o espartano quizás
fuera, de nuevo, un descendiente directo del tributo extraído por el estado redistributivo; y esta unidad
inextricable de poder económico y político, en la cual el derecho a la apropiación privada se basaba en la
posesión del estado, tenía como su corolario una privatización de la propiedad relativamente no desarrollada.
Puede establecerse como regla general que el «poder sobre los hombres» en el sentido entendido
aquí es decir, el poder de dirigir el servicio de trabajadores dependientes que estaban obligados a servir en
virtud de su condición legal o política es comúnmente la posesión más altamente apreciada de las clases
propietarias en las sociedades precapitalistas. Y aunque en dichas sociedades, y especialmente cuando la
economía monetaria no está desarrollada, la atadura del no pariente con el hogar a través de varios
medios jurídicos ha sido un método común de procurarse servicio personal regular más allá del trabajo
de la familia o las obligaciones del parentesco, la esclavitud mercancía no ha sido la forma predominante o
incluso la preferida en la cual dicho poder ha sido ejercido. De hecho, una de las desventajas de la
esclavitud mercancía puede ser que el esclavo, a diferencia del campesino dependiente, es menos
probable que sea acompañado por un hogar sometido, disponible como fuente de trabajo y como «guar-
dería» de trabajadores.
Ser un ciudadano, pertenecer a la polis, no era precisamente pertenecer a otro oikos que el suyo
propio. No sería sorprendente encontrar estos espacios vacíos llenados por la única forma restante de
atadura al hogar del amo -la esclavitud mercancía-. En sus relaciones con los campesinos libres, la
dominación del terrateniente ateniense sobre sus conciudadanos no descansaba en la posesión exclusiva del
estado y su sistema tributario, ni en una privilegiada condición jurídica sino en la posesión de más y mejores
propiedades. Y la condición jurídica del esclavo estaba en sí misma determinada por el reemplazo de las
relaciones tributarias tradicionales con las relaciones de la propiedad privada, en tanto que la servidumbre
personal se convirtió en sinónimo de la reducción de los seres humanos a bienes muebles.
¿Dónde se podría esperar encontrar un lugar para el trabajo de esclavos? ¿Es demasiado decir que

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podríamos esperar encontrar el espacio más grande para la esclavitud precisamente donde la evidencia
sugiere que estaba: en el servicio doméstico; en el empleo a largo plazo, público y privado, ya sea en las
ocupaciones más degradadas y serviles tales como la minería, ya sea en las posiciones administrativas; y en
aquellas áreas de producción fuera del dominio tradicional del ciudadano campesino; en otras palabras, en
los intersticios del régimen campesino, y no en la base material agraria de la sociedad?

VII. El régimen de los pequeños poseedores y la subordinación dé las mujeres.


Por supuesto, no hay nada en especial en la exclusión de las mujeres de la esfera política de la
democracia, ni la subordinación de las mujeres se originó con la democracia. Continúa siendo una
característica destacable de la historia griega que la posición de las mujeres parece haber declinado a medida
que la democracia evolucionaba, y que en los estados no democráticos —notablemente Esparta y
posiblemente las ciudades cretenses- ellas gozaban de una condición más privilegiada, especialmente en sus
derechos de propiedad. Mientras que las herederas atenienses (epikleroí) estaban obligadas a contraer,
matrimonio con el pariente más próximo con el fin de preservar la propiedad de la familia, las mujeres
espartanas podían, en cambio, heredar por derecho propio. Y mientras que las mujeres aristocráticas en
Atenas estaban cada vez más confinadas a sus cuartos en la casa en tanto queja economía del hogar
aristocrático daba paso a la «ciudad-estado» y de hecho a una declinación en la superioridad indisputada de
la aristocracia en general, sus contrapartes espartanas experimentaron un grado de libertad que ofendía a los
griegos no espartanos profundamente.
El resultado de este estado de guarnición fue la subordinación de la vida de la familia a la comunidad
masculina de las mesas en común, el agrupamiento por edades y la solidaridad del soldado. Si las mujeres
espartiatas fueron inusualmente libres, lo fueron como una imagen en espejo de la comunidad masculina
dominante, que imitaba a y se subordinaba siempre a ésta aun cuando las preocupaciones militares de los
hombres tuvieran el efecto de transferir a las mujeres un grado único de participación en el control de la
propiedad de la tierra.
Está muy lejos del alcance de este estudio especular acerca de los orígenes de la subordinación de las
mujeres o las divisiones sexuales del trabajo; pero tomando como punto de partida a una sociedad en la que
dominación masculina, familia patriarcal, descendencia patrilineal y matrimonio patrilocal estaban ya bien
establecidos, como lo estaban en la mayor parte de Grecia, aún puede haber algo que agregar a la ya
importante literatura sobre la condición de las mujeres en la Grecia antigua concerniente a la tendencia de la
democracia a reforzar y agravar algunos de estos patrones. En particular, vale la pena considerar cómo la
liberación del campesinado y emergencia del ciudadano-campesino pueden haber contribuido a la restricción
de los derechos de propiedad de las mujeres.
En las sociedades precapitalistas, los derechos políticos son, como lo fueron, un recurso escaso, y
existe un límite absoluto sobre su distribución, un límite muy restrictivo más allá del cual la extensión de la
ciudadanía pone en peligro las fundamentos mismos del orden social y su sistema de apropiación. La

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exclusión de los productores campesinos precapitalistas de la totalidad de los derechos políticos plenos, si
no tan universal y completa como la exclusión de las mujeres, ciertamente se considera una regla general
-una regla rota de manera espectacular por la democracia ateniense.
El prestigio relacionado con el rol político, a su vez, ha reforzado la dominación del varón en el hogar,
aun aquel cuyos propios derechos políticos han sido severamente restringidos o limitados a su comunidad
aldeana. En la familia campesina, la elevación política del varón se ha entrecruzado con otros factores
disponiendo al hogar a una fuerte estructura jerárquica y quizás coercitiva, de la cual no es lo menos la
función dual del hogar como una «casa» y, al mismo tiempos la unidad principal de producción -más
particularmente, la unidad productiva que debe responder a las demandas de explotación de los terratenientes y
los estados.
Permítasenos comenzar con el hogar campesino como la unidad principal de producción,
centrándonos no sólo en el trabajo del jefe del hogar sino en el de su familia. Es lógico pensar que la
condición del hogar y los roles de sus diferentes miembros variarán segin las demandas establecidas sobre
sus capacidades de trabajo. El hogar campesino dependiente que debe producir no sólo para su propio
consumo sino para crear la riqueza de los terratenientes y los estados enfrentará demandas más onerosas
sobre las capacidades laborales de todos sus miembros que el hogar campesino libre sujeto a reclamos
limitados sobre su trabajo por parte de los terratenientes y los estados -o por lo menos esto es así salvo y
hasta que el granjero libre esté sujeto a una nueva clase de demanda, las presiones competitivas de un
mercado capitalista-. El hogar campesino ático estuvo sujeto a demandas externas limitadas, con reclamos
restringidos sobré su trabajo por parte de los terratenientes y los estados con un mercado no competitivo.
Es posible que a este respecto no haya tenido ningún paralelo histórico preciso.
Sin embargo en Atenas la familia campesina enfrentaba otra presión rigurosa: la necesidad de
proteger la propiedad de la familia. La actitud del pequeño poseedor hacia su propiedad debe ser siempre
principalmente protectora —literalmente conservadora, ni liberal.
Precisamente es en este sentido que «el poder sobre los hombres» era la posesión más altamente
apreciada del señor precapitalista. La tierra sin trabajadores dependientes vinculados a ella presentaba un
problema diferente para el terrateniente, una resolución de lo cual era la explotación de su relativa debilidad
y vulnerabilidad económica al punto de la desposesión, ya sea a través de la deuda, la anulación del derecho
de redimir una hipoteca, la compra o la expropiación abierta. Entonces, el campesino libre debe conservar
su propiedad contra la amenaza de desposesión y también contra la excesiva fragmentación -o al menos
debe hallar alguna clase de equilibrio entre la necesidad de alimentar a sus hijos y la necesidad de mantener
suficientemente intacta la propiedad para preservar su viabilidad, una constricción particularmente severa
cuando las posesiones ya están cerca de los márgenes de supervivencia.
En otras palabras, nuevamente, la democracia ateniense, en su disposición de los derechos de
propiedad como en sus instituciones políticas o sus preparativos militares, estaba singularmente
determinada por la lógica del régimen de los pequeños poseedores. por un lado, como otros campesinos, el

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pequeño poseedor ateniense estaba sujeto a las presiones de la pobreza y la propiedad marginal; no era el
amo indiscutido del campo ático pero, como otros campesinos antes y después de él, coexistía con los
terratenientes y con las amenazas que representaba su riqueza superior.
Por otro lado, contrariamente al productor jurídicamente libre y sin propiedad en el orden capitalista,
continuaba viviendo en una sociedad donde la apropiación, y las relaciones entre apropiadores y
productores, estaban inextricablemente ligadas a derechos políticos y privilegios jurídicos y no
determinadas aún por el poder puramente «económico» y las leyes del mercado. En este contexto, la
posesión de la ciudadanía tenía un rasgo sobresaliente y una exclusividad particulares.
La condición de la mujer ateniense, en un ambiente ya patriarcal, estaba sin duda moldeada por el
equilibrio peculiar de sus funciones en el hogar campesino, la subordinación de su rol continuo como
productora a sus roles como reproductora de ciudadanos, y sobre todo como conservadora de la propiedad
familiar, en una sociedad en la que las estrategias campesinas de autoconservación se destacaban
inusualmente en la costumbre, la política y la ley.

V I I I . Las contradicciones dinámicas del régimen campesino


La evolución de la polis democrática representa, pues, un triunfo significativo para el campesinado
ático, pero también expresa lo incompleto de ese triunfo. Por un lado, la aristocracia ateniense nunca fue
capaz de lograr lo que fueron capaces de cumplir los romanos, en un sistema de ciudad-estado bastante
similar. Los terratenientes atenienses nunca fueron capaces de mantener una constitución aristocrática
dentro de una comunidad cívica que uniera a terratenientes y campesinos.
Por otro lado, la polis tampoco se convirtió jamás en una democracia pura de pequeños productores
(si tal cosa puede imaginarse) aun cuando pueda haber llegado tan cerca de ésta como ninguna otra
sociedad conocida en la historia. No sólo la pobreza estaba expandida, sino que la vida política de Atenas
estaba hasta lo último impulsada por las tensiones entre los ciudadanos que tenían un interés en
restablecer un monopolio aristocrático de poderes extra-económicos y los que tenían un interés en
resistirlo.
Si la comunidad de ciudadanos actuaba también como una «asociación contra la clase productora
sometida» de esclavos, como Marx y Engels sugieren, esto es a lo sumo sólo la mitad de la historia. Si
la victoria política del régimen de pequeños poseedores es un hecho central de la historia ateniense,
entonces, así lo es su rasgo incompleto y fragilidad. Y aquí hay otra paradoja. Por un lado, el rasgo
incompleto del régimen campesino limitó la democracia, no sólo al permitir la supervivencia de una
aristocracia sino también, aun cuando restringiera los medios de apropiación, al impulsar el crecimiento
de la esclavitud como una fuente alternativa de riqueza y al refomar la subordinación de las mujeres. Por
otro lado, la democracia resultó maneras más dinámica que lo que podría haber sido el régimen campe-
sino que haya sido más fuerte. La tensión entre las clases era política y culturalmente útil; y la misma
imperfección del triunfo de los pequeños poseedores elevó el rango de aquellos ubicados en los márgenes

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de1 la comunidad campesina. El demos se compuso crecientemente no solo de campesinos sino también
de artesanos de la economía urbana en crecimiento y de los thetes pobres en tierras que tripularon las
flotas y se convirtieron en la columna vertebral del poder naval ateniense en el apogeo de la democracia.

IX. Democracia e imperio.


Podría argumentarle, naturalmente, que toda la estructura contradictoria de la democracia ateniense,
con todas sus anomalías y delicados equilibrios –entre terratenientes y campesinos, ciudad y campo,
granjeros y artesanos- dependía para su coherencia, e incluso su supervivencia, de un aparato de
soporte externo a la polis: el «imperio» cuyos ingresos permitían que la democracia viviera más allá de
sus medios productivos y, en el límite, sin imponer tributos sóbrelas capacidades laborales de sus
ciudadanos. Los tributos imperiales y otros beneficios menos directos de la hegemonía componían una
porción sustancial, incluso la mayor parte, de los ingresos públicos durante una parte crítica,del siglo V.
El imperio proveyó tierra confiscada para algunos atenienses pobres y trabajo para otros miles que remaban
sus naves o los muchos que trabajaban en las dársenas. El ingreso imperial, al menos en el siglo V, ayudó a
mantener no sólo los sólidos proyectos de edificación con atenienses empleados (así como esclavos) en la
construcción de monumentos para gloria y orgullo de la democracia, sino también los pagos sin
precedentes por el servicio público que tanto admiradores como críticos de la democracia ateniense con-
sideraron como su característica más radicalmente democrática. La fuerza naval mantenida ampliamente
por el tributo imperial (mientras el imperio perduró) garantizó, sobre todo, el aprovisionamiento de
granos, que ayudó a sostener por lo menos a una importante población no dedicada a la producción agrícola
sin hacer demandas imposibles o inaceptables sobre el trabajo excedente de los granjeros atenienses, y al
hacerlo así contribuyó mucho a la vitalidad y la estabilidad política de la democracia.
El periodo del «imperio», aun si incluimos los tempranos días de la liga antipersa establecida en el 478
a.C. abarcó menos de la mitad de la duración de la era democrática desde Clístenes (sin contar a Solón) hasta
la conquista macedonia. Incluso la armada precedió y sobrevivió al imperio y sus fuentes de ingreso
(aunque con considerable dificultad); y aunque pueda haberse introducido (como sostiene M.I. Finley) el
pago por algunas obligaciones públicas, notablemente el servicio de jurado, como consecuencia de esta
nueva riqueza, no sólo tales pagos sobrevivieron en el siglo IV cuando las fuentes del imperio se acabaron
sino que pagos nuevos y aún más radicalmente democráticos -por la asistencia a las asambleas- solo fueron
iintroducidos más tarde y luego aumentados, en un momento en querías finanzas públicas, siempre en un
estado peligroso, estaban sensiblemente forzadas.
La guerra, podría decirse, era simplemente una continuación de ja economía por otros medios; y en
ambos casos el «imperio» era el resultado de la guerra. Pero si los imperios ateniense y romano fueron, Ten
sus respectivas y muy diferentes formas, únicos, no puede decirse lo mismo de la tendencia general a
suplementar sus capacidades de producción y apropiación por medios militares. Tanto Atenas como Roma
pueden haber sido destacables (aunque seguramente no púnicas) en la frecuencia de su recurrencia a la

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guerra; pero en todas las sociedades precapitalistas donde la apropiación está en forma inextricablemente
atada a poderes «extra-económicos» -jurídicos, políticos y militares- y donde la riqueza normalmente se
expande por medio de la extracción coercitiva de excedentes más que por el acrecentamiento de la
productividad del trabajo, la actividad militar es siempre una extensión más o menos natural de la apropiación,
ya sea en la forma de asaltos por botín, la expropiación coercitiva de los campesinos en casa, o la exacción de
tributos y la expansión territorial en el extranjero. La apropiación militar puede, sin embargo, tomar una
variedad de formas -y aquí, tanto las similitudes como las diferencias entre Atenas y Roma son reveladoras-.
Atenas y Roma, en ambos casos, los campesinos formaban la columna vertebral original del ejército y,
de nuevo en ambos casos, las acciones militares eran en mayor o menor medida respuestas no sólo a los
requerimientos de los jefes militares, los nobles héroes o las aristocracias militares, como en muchos
otros estados que han recurrido a la apropiación militar, sino también a las demandas y capacidades de
los soldados-campesinos.
Sin embargo, en Atenas el régimen campesino (como hemos visto) fue por lejos más restrictivo de
lo que lo fue en Roma, donde la regla aristocrática prevaleció. Cada uno de estos diferentes regímenes
impuso su propia lógica sobre la guerra y sobre el alcance y los objetivos de la expansión imperial. La
milicia de ciudadanos de Roma se transformó en un ejército permanente de soldados profesionales de
servicio prolongado, que llegó a ser «la fuerza militar más grande y más costosa que el mundo alguna vez
haya visto». La proposición de que el imperio fue construido y mantenido por un ejército campesino debe
ser corregida de manera sustancial por el requisito de que la profesionalizáción del ejército que acompañó
el crecimiento del imperio tendio a separar al granjero del soldado, por lo menos para largos lapsos de
tiempo. La Atenas «imperial» no tuvo un ejército permanente en absoluto y ganó la hegemonía en Grecia
con una fuerza militar de ciudadanos que permanecían fuertemente enlazados a sus raíces comunales y
cuyas condiciones de servicio se ajustaban al calendario agrícola en campañas estacionales. El ejército
romano luchó por territorios y estableció un imperio territorial inmenso; Atenas nunca tuvo en este sentido
un imperio en absoluto, pero (una vez que los objetivos puramente defensivos de la alianza conducida por
Atenas se habían cumplido con la eliminación final de la amenaza persa) desplegó su fuerza militar
principalmente para adquirir tributos más que territorios, a menudo (aunque no siempre) sosteniendo su
hegemonía por medio de fuerzas democráticas de apoyo en los estados «aliados» contra las oligarquías
locales.
La notable observación de Robín Osborne de que la guerra griega era un anexo de la agricultura
puede adaptarse para iluminar el imperio ateniense. A este respecto, la extensión del poder militar hacia
el mar siguió la misma lógica de los ataques a las fronteras que, como Osborne señala, eran el típico
modo griego de suplir las deficiencias agrícolas. Pero una extensión de esta lógica a tal escala y en este
nuevo dominio creó imperativos económicos y políticos propios. La autoridad sobre los mares, por muy
modestos que fueran sus objetivos, era un negocio caro, y los ingresos imperiales se dedicaban de
manera sustancial a la construcción y el mantenimiento de las naves.

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