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fa propnuodel ange cs fee” Stents Dr 8 calles de Atenas cu tse ea de erat use, coustas ou Gefen Tos Jueces Ge azgeron yin snversaton gi SSUEIECTE amigos durante oes corm ey Oe ‘Asimisino, iar eduj todos torrmaiens eeneos del SONS fin de destacar vec contigos umanosaue poxesebe nema ae cocratica, Lo que importa en este (ext0 © = Tara el misterioso y heroico proceso Se eveeatanc Galera = Ulega asaber en gut onsite ou propia sabidria A ez 6 SH reproducie, en 10 posible, las inquictudes que vivia a sociedad ateniense del 399 2. de-C- pllectorjaven, a quien va dirgido este 1:9 tiene por qué conocer esas inquienudes; menos todavia, fener Un comprension afectiva de ella: te poreste cue, ai verses spacey: ‘comience por leet, sin prejuiios, la historia isis quese ome de ella su propia impresion para eptejarla luego con 12 snieepretacion que hace el autor de IA MCE ide Soerales Bate métoso de leer ‘al reves €L Preémbule, podria provocat un ee ‘Humberto Giannini Bas oe SO346 La raz6n heroica (Socrates y EL OrAcuLO DE DELFos) HumBerTO GIANNINI La raz6n heroica (SOcRATES Y EL ORACULO DE DELFOs) Catalonia | © Humberto Giannini, 006 | GIANNINI, HUMBERTO | Larazén heroics / Humberto Giannini Santiago: Catalonia, 2006 102 p53 14x21 em ISBN 956-8303-46-4 HISTORIA DE LA FILOSOFIA 109 Disetio de portada: Guarulo &¢Aloms Iustracién de portada: Muerte de Séerats JL. David Edicion de texto: Adelaida Neiea Délano ‘Composicién: Salgé Ltda. Tmpresin: Andros Impresores, Santiago de Chile Direccién editorial: Arcuro Infante Refiasco “Todos los derechos reservados Esta publicacién no puede ser reproducida, ‘en todo 0 en pare, ni registrada 0 transmitida por sistema alguna de recuperacién de informacién, tn ninguna forma o medio, sea mecinico, fotoquimico electrénico, magnético, clectrodptica, por forocopia 0 cualquier ott, sin permizo previo, por escrito, de la editorial Primera edicién: octubre 2006, ISBN 956-8303-46-4 Registro de Propiedad Intelectual N° 158.213, © Catalonia Lida., 2006 Santa Isabel 1235, Providencia Santiago de Chile swoneataloninl INDICE PREAMBULO. LA RAZON HEROICA ACTOT EN LAS CALLES DE ATENAS ACTOI EN LOS TRIBUNALES, ACTO IIL EN LA PRISION Notas 2B 7 a aL 101 PREAMBULO, ‘Mi propésito hoy es narrar algunos momentos decisivos, a mi entender, del mito de Sécrates. E interpretarlos.! Algunas palabras previas sobre la interpretacién, en general. Al tratar de comprender una existencia o cualquiera de sus actos, entramos en el territorio siempre riesgoso, pero inevita- ble, de las interpretaciones. Sabemos que tal persona respondié de esta o de aquella manera a ciertos hechos. Lo que nunca sabremos con definitiva certeza es qué pas6 por su mente, qué intenciones reales, qué escondidos sentimientos la movieron a actuar de ese modo ante tales circunstancias. La intencién se supone a partir de ‘lo dado’: de ciertos movimientos, de cier- tos gestos, de ciertos actos que deben ser interpretados. Asi, a quien se ve en la necesidad de enjuiciar la conducta ajena, no le bastard medir las palabras por la obra hecha y declarada: entre las unas y la otra hay un residuo, permanece una diferencia infranqueable. Y es esta diferencia la que debe ser interpretada, sien verdad nos mueve un deseo de comprensi6n. :Por qué tal persona no hizo lo que parecia querer hacer o por qué hizo justamente lo que parecia repudiar? (Interrogaciones que nos hacemos todos los dias.) " De este segundo intento, la presente es una segunda versién. La pri~ ‘mera, bastante mas esquemitica, fue publicada en Santiago por la Editorial Universitaria en 1970. enna cera] La impostergable necesidad de enjuiciar la vida ajena,a fin de comprenderla y, no en menor medida, a fin de saber a qué atenernos, tiene una de sus raices més profundas y justificadas en esa diferencia con la que se nos aparece el préjimo. Diferen- cia en virtud de la cual el pr6jimo es solo préximo. De ahi que el andlisis de una vida se vuelva siempre interpretacién, hermenéutica. Riesgosa, deciamos: tanto si suponemos, por principio, la mala fe del otro; pero, riesgosa también si proyectamos, como sucede a menudo, nuestra pro~ pia realidad espiritual a a realidad ajena; si damos por sentado que los demés piensan y sienten como nosotros. Esta es la raiz del malentendido, que puede nacer por el deseo, a veces inmo- derado, de ‘actualizar’, de rehacer a nuestra cémoda medida local el pensamiento y el sentimiento ajenos. Y se comprende, este riesgo es mucho mayor cuando se trata de comprender un pasado remoto. Se dice con razén que Sécrates es el padre de la Etica. La ética, como reflexién teérica, no puede estar sino ligada desde la experiencia moral del pensador, experiencia en la que, como en ninguna otra experiencia, el sujeto reflexivo esti im- plicado en aquello que explica. eDe qué modo Sécrates esté implicado en la filosofia que propone a sus conciudadanos? De un modo en que es imposi~ ble no recordar la forma en que el héroe tragico esté implicado en una situacién que rebasa, que trasciende lo humano. La tragedia, la mas propiamente humana, no tiene que ver con el ser defectuoso, caduco de las cosas, con la declinacién de todo lo que nace, con el ocaso, la decrepitud y la muerte. Estas son experiencias cotidianas de un mal repartido en la naturaleza, dosificado; experiencias a las que a la larga nos 10 habituamos hasta el punto de olvidarlas a fin de sobrellevar la vida, Se mencionan, se recuerdan en la tragedia como modos inherentes del ser finito. Pero no constituyen el meollo de lo tragico. Y puesto que lo mas propiamente humano se expresa en la voluntad de ser —en una voluntad supuestamente libre—, la tragedia reside, entonces, en la permanente novedad del mal, en su arremetida siempre artera, a través de tal o cual proyecto que el ser humano concibe para lograr un anhelo y evitar un davio. La tragedia reside en que la accién se nos eseapa de las manos ¢ incluso se vuelve contra nosotros, y contra nuestros hijos, y contra los hijos de nuestros hijos. ‘El hombre suefia que actia’ son los dioses que actian a través de nuestros proyectos erriticos, de nuestras pasiones, de nuestros anhelos. Esto es lo que constituye en los tiempos de Esquilo y Séfocles el sentimiento tigico de la vida. El filésofo Sécrates no escribié nada; se movia en el es- pacio piiblico. Tal era el escenario de su accién. Actuaba, por- que hablar a otros seres concretos, mostrando, preguntando, aclarando, es ciertamente el modo més humano de actuat. La escritura es, en cambio, una accién posible dirigida a receptores posibles. Algo doblemente virtual, En su accién, Sécrates quiso aprender directamente de los que saben qué es la justicia, qué es la piedad, qué son la ~~ tntereza 0 Ta valentia. Su preocupacién filosdfica se limits ala preocupacién ética, Lo que nos interesa ahora, dejando ‘los temas’ éticos un Poco a la deriva, es mostrar cémo Sécrates esta implicado vi- talmente en su accién discursiva. Por eso vamos a referitnos brevemente a su vida y no a este © aquel principio tedrico que nutre su pensamiento. u El Kicido heroismo de Sécrates, la sublime coherencia de sus actos trazan, a mi entender, los rasgos fundamentales de un ‘Aéroe moral. Sin embargo, hay més que eso en su heroismo. Intenté hace algunos afios, y con una verdadera obstina- cin, representar, la rutina argumentativa de Sécrates, tras ladarla, por decirlo asi, desde Atenas a las calles de nuestras ciudades. Adecuar el estilo socritico a los grandes temas que agobian la experiencia moral de nuestro tiempo. Encar- nar, en fin, en un Sécrates contempordneo aquella voluntad de justicia y de bien, que ayer como hoy puede conducit —y de hecho ha conducido— a muchos seres humanos a la muerte, Si Socrates solo hubiese sido aquel apasionado defensor de la racionalidad frente al instinto o al reino de ‘lo consabido’, el defensor de la norma social, pero comprendida y aceptada frente al arbitrio; el defensor del conocimiento frente a la ig- norancia; si solo en tales enfrentamientos se hubiese gestado su tragedia, entonces si, ‘la historia de Sécrates’ podria ser repre- sentada, reactualizada, por personajes ‘semejantes’ de cualquie: tiempo y latitud, Pero no me parece que las cosas hayan ocurrido de esta manera, No creo que tengamos el derecho a hacer de él un tipo humano imitable solo en virtud de su cardcter; hacer de él una suerte de modelo psiquico universal. La raz6n es que, aparte de lo que pudo ser ese caricter, hay algo! que ocurrié en la vide-de Socrates, ‘unas circunstancias’ que van més alli de los hechos por los que cabria decir de alguien que es ‘hijo de sus obras’ 0 que su accién filoséfica es solo fruto de su pensamiento. Al en- frentarnos a estos hechos, la dimensién exclusivamente moral del sabio ateniense queda, por decirlo asi, superada, y rota su universalidad. Entonces, ya no es licito trasladar la ‘historia de 2 EE Sécrates’ a otra época y a otras condiciones. Simplemente, esa que €s, y no otra Concretament es i en esa historia que contamos no se consideran ciertos hechos pertenecientes a una extrafia cau- salidad; para hablar con més precisién: si no se considera el Ordeulo de Delfos, centro externo de la espititualidad de Socrates (y del pueblo griego), quedaremos fuera de la com- prensién del drama, Movido por tal conviccién, he tratado de atenerme desde ¢se momento a ciertas condiciones espirituales del mundo he- lénico que, a mi parecer, faltaban en otras interpretaciones, En pocas palabras: he tratado de mantenerme en el campo gravi- tacional del Oréculo, y de comprender Ia extraftarelacién que alli se gesta. No pretendo que esta interpretacién sea ‘més verdaders’ que las otras. Seria imposible verificarlo. Creo, sin embargo que, de acuerdo al campo gravitacional que he escogido, mi interpretacién es verosimil y coherente. A.quien conoce las obras de Platén, esta demas decir que Bran parte del material que cito y traigo a la memoria proviene de los ‘didlogos socraticos' de Platén, A fin de dar cierta unidad a los diversos momentos de la vida de Sécrates, he seguido cuatro Dislogos: Apologia, Critén, Eutifron y Fedin. Lo que hay de relativamente nuevo en esta representacién ~ biogrifica es que el Oriculo de Delfos es una suerte de ‘actor’ invisible pero muy gravitante a lo largo de la trama. Expondré a continuacién en qué consiste la accién del Oraculo. En sus comienzos, como sabemos, la filosofia entra muy pronto en conflicto con Ia experiencia religiosa, con la 13 2 o, en una palabra, con el sentido comiin de los grie~ trad gos. Sin embargo, esto no significa que los flésofos, al menos en su gran mayoria, se excluyan conscientemente de aquella ex- periencia, de aquellatradicién. © que simplemente la nieguen El problema es més complejo. La experiencia religiosa es, por naturaleza, antropomérfica [Alll estan su fuerza y su debilidad. La filosofia, por cuidadosa decisién, es critica, andlisis. La primera explica los sucesos fisicos y psiquicos como sesultado de una continua intervencién de los dioses en el mundo, intervencién que suele poseer los rasgos de la pasién, de la preferencia e, incluso, de la arbitrariedad y del engafio. Y este es el punto en que la filosofia va a chocar con la experiencia religiosa, Al filésofo le admiran la armonfa y regu- Jaridad de los fenémenos, la intima consistencia de las cosas, Ja noble factura del alma humana. Lo divino —siempre para el fildsofo— se manifiesta esencialmente como orden, como es~ tabilidad y racionalidad (logos) del Universo. Y no necesitarian Jos dioses enredarse en las cosas humanas para gobernar espi- ritualmente la méquina del mundo y de las naciones. Este es el pleito, ya en Platén entre teologia, un discurso racional sobre {o divino, y la mitologia mentirosa de los poetas. Pugna entre mithos y logos, renovada més tarde en el largo conflicto entre fe y-raz6n, y que se prolonga, hasta Kant, al menos abierta y apasionadamente. Sécrates, a nuestro entender, se encuentra en la frontera de ambas actitudes. Por una parte, se resiste a concebir la sociedad de los dioses como un mundo pasional, pronto a la rifta, alos malos apetitos y al engafio. Y es en este punto, y solo aqui, que s¢ coloca en abierta pugna con la tradicidn y el sentido comtin que la representa. “ Por otra parte, es innegable que participa de la vida eel sa de su pueblo, vida que se condensa y se articula sobe ean en un punto geogrifico —Delfos— en el que el Din Apia aparece comunicéndose con los mortales y ofteciéndol a de alguna noticia sobre el futuro del mundo. “es este es el punto neurilgico del asunt i to simp ls oriculs qu das unde ve inde, ee decir lo que habria de suceder y que sin duda a Hubo casos, famosisimos, en esa tradicién, to fue causa de que ocurtiera lo que el Dios habia predicho. Llamaremos ‘vaticinio puro’ la forma normal de la predic cin, es decir, cuando un enunciado no hace més que a an; lo que ha de ocurtir. Y en esto no se diferencia formalmenne af vaticinio cienifco del vaticinio que hace el agorero, ° Pero hay un enunciado que es causa de lo que ununct que lamaremos ‘vaticinio inductor’, mnesy alguna ocusriria, en los que el orgcu- Sil Dios, por ejemplo, anuncia una sequia, limitan a predecir lo que va a ocurtir ya sea debi tad o a otras causas. Este es, pues, un vaticinio puro. Cuand, en Delfos se predijo, en cambio, que un hijo de Priarso tesesi, dolor, muerte y lamas a Troya, el oréculo empieza a a ® cumplirse desde el momento en que el rey troyano tome I medidas justamente para que el oriculo no se ae a S oa Creso ¥, ya en Ia era cristiana, al rey de eae i Segisunde, de acuerdo a la obra famosa n, La vida es sueri. Priamo, Basilio son héroes tré- sicos. Y la tragicidad de sus actos consiste a a empresa que implica rev ponies de los dioses, sus palabras se ido a su volun- /ocar la voluntad declarada, manifiesta ° Podiria tamaese : ‘dria Uamarse ‘causa final negativa’: se hace A para que no ocuera B, 4s Los dioses griegos castigaron siempre la temeridad de los héroes —Ia soberbia, la dbris—, y lo hicieron llevindolos a la ‘inica muerte conmensurable con la ofensa inferida: la muerte oracular, BY cuil podia ser el castigo ejemplarizante? eCémo reducir a la nada, propiamente a la nada, la pre- tensién humana de invalidar lo que un Dios tiene ya previsto y decidido para cada cosa? Haciendo del que lo intenta un agen~ te involuntario del mal personal que voluntariamente se movia aevitar; reduciendo a la nada esa voluntad de separacién. Lo an- tirreligioso, por definicion. En esto consiste la muerte oracular, reservada, por cierto, al temerario que pretende sobrepasar los limites de su limitadisimo poder. Volveremos sobre esto. Suponer que Sécrates haya sido victima de esta muerte —y la Apologia de Platén deja un buen margen para tal hipéte- sis— nos obliga en este caso a invertirla relacién entre filosofia y vida, es decit, nos obliga a intentar comprender la filosofia ce Socrates en relacién con algunos hechos de su biograffa. Y no al revés. Es lo que ahora vamos a intentar. De un fragmento del pensamiento socritico quedé la afic- macién, luego repetida hasta el cansancio por la filosofia, de que el ser humano cuando hace el mal lo hace por ignorancia rancia, que es mera privacién de bien, ‘én al mal. (Spinoza degusté a fondo > Acerca de la soberbia como el mal supremo en el ammbito rtigioso, Humberto Giannini, Del bien que re exper y del bien que se debe Santiago: Dolmen, 1997, cap. VI) 16 como formamos de él una idea clara y distinta.”)* El hecho es que siempre ha costado reconocer que ese pensamiento socri- fico es recogido de un modo incompleto; ha costado reconocer que Ia ignorancia también puede ser descuido inconsciente- mente querido respecto de una realidad que debiérarmos tener a la vista, conocer, de una verdad que debiéramos respetar. En tall caso, Ia ignorancia se vuelve un cémodo instrumento del mal que se padece o del mal que se hace. Se vuelve una ignorancia culpable. Volvamos a Sécrates. La ignorancia que va encontrando en su indagacién cotidiana es siempre una ignorancia culpable; es soberbia (bri) que, sin reflexidn, cree saber lo que no sabe y se ufana en su falso saber. Mala fe en el fondo de su fe. Por eso, la plenitud del pensamiento socritico, que en cier- ta medida la dialéctica del ‘Sécrates plat6nico’ ayuda a olvidar, resulta inseparable de la biografia de Sécrates. Los lectores nos hemos acostumbrado a ir saltando esa historia, atentos al tema especifico de cada Dislogo platénico: en el Eutifién, acerca de la piedad; en el Fedén, acerca de la inmortalidad del alma, etc. Y nos hemos saltado su misterioso conductor. ¥ pese a que en casi todos los textos esté evo cada aquella clave de compaginacién, rara vez hacemos caso de Ia extra urdimbre trigica que va tejiendo. Justamente en el tiempo del ocaso de la tragedia, que el fil6sofo.Sécrates-habfa-ayudado-en-gran-medid © provocar, aparece en escena —y no en la escena del teatto— el tiltimo héroe trigico: Sécrates, el filésofo; Sécrates, el buscador del sentido de la sabiduria humana. * Baruch Spinoza, Obras completas (Paris: Ediciones La Pleiade, Eth. L. V, prop. ID. ver, av Nosotros queremos ahora releer como seguramente ‘lo leys! Platon el tema de la ignorancia, hebra visible en el enlace que intentamos sacar 2 Ia luz. Nuestra relectura del Socrates platénico sera una relectura ético-trégica. Partamos de este principio: Cualquier dialogo —el trigico, el socritico, el politico, el generacional, ete— parte de la conciencia de un tropiezo, de ‘una dificultad en la que se encuentran los dialogantes en su quehacer comin. En el caso de Sécrates en relacién a la so- ciedad griega, el tropiezo consiste en que el fildsofo no suele encontrar la respuesta adecuada en aquellos que debieran te- nerla cuando se les pregunta por lo que supuestamente saben 0 hacen ereyendo saber: en el sacerdote, respecto de las acciones piadosas; en el militar, respecto de las acciones valerosas; en el juez, respecto de las decisiones justas, etc. Y, por cierto, es un mal personal la ignorancia de quien no sabe cual es el significado de aquellas cosas de las que se ocupa en la vida. Pero Sécrates no se conforma con esta comprobacién. Por- que, como deciamos, el mal dela ignorancia no es simplemente tun mal que se sufra como una enfermedad, sino uno que se ejerce; un mal ético que consiste en obstinarse en parecer lo que no se.es; en el ejercicio de un also. poder. _ - Es imaginable, entonces, que los candidatos a un verdadero enjuiciamiento por parte de Sécrates se escabulleran o evitaran elencuentro con este inquisidor impertinente, y que intentaran por todos los medios desprestigiar esa suerte de mision de‘ ano’ callejero de la que Sécrates se habia revestido. Lo pregunta todo y todo lo cuestiona, pero él mismo jamds tiene una respuesta para nada, 18 ‘Tal era el reproche que se extendia por la ciudad, la clave del resentimiento piblico. 7 Pero, ges verdaderamente un sabio? 3¥ quié i ; quién puede deciai sobrelasbidarin den ter bumano sno Dias? . Enel juicio piblico al que fue arrastrado Sécrates, este revelard por primera y Ultima vez la respuesta a estas interrogantes, Y es desde aquella revelacién que pretendo desprender el hilo de su historia. (O de su mito.) Hacia muchisimos afios, ante la pregunta precisa plantea- da por Querofi, el Dios de Delfos, Apolo, dijo que si, que en verdad a Sécrates debia considerdrsele como el hombre mas sabio de Atenas. Entonces, Querofonte corrié a contar a sus amigos, y sus amigos al maestro, el vereicto del Oriculo, $6- crates, joven ain, se sorprendié profundamente, ¥ tal vez no era en el sentido usual de la palabra un hombre de saber, un erudito. Pero ya era, como lo seria siempre, aquel ser honrado, implacable consigo mismo y desconfiado del elogio ajeno. Asi es que dio por descontado 0 que alli habia un bondadoso error de interpretacién de sus amigos o bien algiin sentido oculto, acaso irénico, en las palabras del Dios: Porque sabiduria no la poseo en absoluto —repitié ante sus jueces. ___ Sabemos muy bien lo que sigue: guiado por esa pasién ‘verificatoria’ propia de su espiritu-y-ademés, para hacer ver a sus amigos el error en que habsan eaido, sometié el supuesto veredicto de Apolo a una prueba que hoy lamariamos de ‘falsificacién’. En virtud de ella habria bastado encontrar un solo ciudadano realmente sabio para invalidar la interpreta~ cidn benévola del juicio divino. Y sabemos los largos afios que caminé por las calles de Atenas en busca de un hombre sabio —al menos, uno—, y las enemistades que le acarreaba 19 su investigacion, y Sno, finalment, ‘el Coro’ —la opinion publica— lo arrast#9ante los Jueces de Atenas, acusindolo o ——— clvii que Platon esti narrando una tragedia y que la accién heroieocurte siempre entre el cielo y la terra Solo que el héroe, e* bs tiempos del filosofia, habré de ser un héroe moral, en Sraposicién al héroe tigico, al héroe abiertamente transgt®"Y desafiante del mito. ‘Asi, la accibn de #gna manera se origina y toma su derro- tero timo una vee i allt en Delfos. Desde ee lugar, ‘om- bligo del mundo’, el Dis contempla como desde una planicie el futuro de todas las 928 de I naturale y del alma hurmana, y regala el conocimiet®privilegiado de lo que ineludiblemen- teha de sera quienes! angustia la incertidumbre del mafana yacuden a consultarlo- Llegaban hasta Delos reyes, militares, politicos, comer- ciantes; llegaban alg2s veces con el propésito verdadera- mente descabellado ° Yt de saber algo de lo que deparaba a cada cual el maaan® sino con el propésito de actuar pos- teriormente para cambiaten su provecho las cosas reveladas por Dios. En esto cotsiste Ia subversién y la soberbia: en separarse del Princpii e® pretender erear una fuente aut6- noma de poder. (Mal ginario, tambin en el mito cristiano = Se estaba destinado al fracaso, pues sialgain sex humano lograse cambitt lo que Dios tiene ‘ya visto’, seria la prueba de que la providencia no tiene el control de la volun- tad humana. Y por llise le escapa el Universo y su misma divinidad. El intento estaba, #86 destinado al fracaso, y de modo tan cjemplar que es median®® la misma acci6n libre del trasgresor eres een a ITEC | que Dios hace cumplir quello de lo que el trasgresor huye. Los ejemplos abundan en la tragedia antiguas Tal es el destino del héroe trigico, Ahora, lo que en verdad hace Platén es desctibir (jo construir?) en Ia Apologia a un nuevo tipo de héroe: al héroe moral. Pues, el paralelismo con el héroe trégico difiere en un punto esencial: mientras este acta para invalidar los designios supremos, el héroe de la reflexién ética, Sderates, actia en el mundo para comprender la voluntad divina y someterse a ella, El paralelismo se vuelve, entonces, contraposicién. Es significativo —muy significativo— que no sea Sécrates el que acude al Santuario de Delfos. Sin embargo, conocido el veredicto a través de sus amigos, el fildsofo intentara humil- demente comprender el sentido de las palabras del Dios, no para invalidarlas, como es el caso del héroc teigico, siuw para atenerse a ellas. ¥ es asi como camina por las calles de Atenas, incitado por la ambigiiedad misma del vaticinio, hacia la Kicida comprensién de lo que puede ser la sabidurfa humana. Y es asi como, incitado por Ia misteriosa ambigiedad del orécuilo y haciéndose de enemigos en el camino, va encarnando aquella definicién que él mismo ha dado de la filosofia como ‘prepara cin para la muerte’, Para Ja buena muerte. Esto es lo que Sécrates narra en los Tribunales y que Pla- ton recogié después de la muerte del maestro en la famosa Apologia (defensa, justificacién). El Oréculo conmovié de tal manera la vida de Sécrates, desde cl momento en que tuvo noticias de él, que desde ya * Famosos os oréculos dados a Priamo, a Bdipo, y lo que siguié de ello Sobre este punto: Maria Isabel Flisisch, Humberto Giannini, Cuando lor iasescallaon (Santiago: Lom, 2001), 20 a no pudo ser si mismo, porque simplemente no sabia en qué consistia ese saber que le atribuye Febo. Su heroismo trigico estriba, pues, en averiguarlo, poniendo, por decirlo asi, en sus- penso el juicio divino. ‘A lo largo de su investigacién, que dura toda la vida, S6- crates descubre la negatividad de ese saber anunciado por el Dios —un saber relativo a un no saber absoluto. El Tribunal, con su veredicto pone el sello final a la confirmacién de este descubrimiento. LA RAZON HEROICA | | ' | 2 PERSONAJES Voz de Apolo Acacio (joven tebano, de paso en Atenas) Eutifrén (sacerdote y adivino; pretende el saber ‘oficial’ en las cosas divinas) Anciano ebrio (Hermégenes, uno de los 500 jueces que constituyen ef Tribunal que juzgaré a Socrates) Socrates (fil6sofo) Critén (anciano, fiel amigo de Sécrates) Jantipa (mujer de Sécrates) ‘Nifio pequefio (uno de los hijos de Jantipa y Sécrates) Crates (joven discfpulo de Calicles) Calicles (retérico, personae tal vez creado por Platén) Joven ateniense (admirador de Gorgias) ‘Anitos (politico influyente; firmaré junto a Méletos y Licén el acta de acusacién contra Sécrates) Hermano de Querofén (testigo de lo que refirié Querofin acerca de su visita a Delfos) Presidente del Tribunal de los Quinientos (juez) Méletos (poeta mediocre; uno de-los-acusadores) Licén (politico; uno de los acusadores) Voz de la platea Escribano (funcionario del Tribunal) Voz femenina (simboliza a las Leyes de Atenas) Fedén (joven discipulo, predilecto de Sécrates) Simmias (disefpulo de Sécrates) Cebes (discipulo de Sécrates) Hijos de Sécrates y Jantipa 2 Custodio (uno de los Once, es decir, de quienes tenian a su cuidado la prisién y el cumplimiento de las sentencias) Guardias Esclavos 26 ~bajora la Noche. {Hemos sembrado el temor y el odio ACTOL EN LAS CALLES DE ATENAS Escena I 399 a.C. Amanece en Atenas, Desde el fondo de la sala truena potente la voz de Apolo, Dias protector de la ciudad. (Voz de Apolo) VOZ DE APOLO iEspera un poco, Luz de la mafiana! Adin le queda tra- en el corazén dormido de todos los atenienses? Quiero que suefien que actiian, cuando despierten. (Pausa.) jEh! iEnvidia, palida Envidia, apura tu tranco! Vuela hasta el lecho de Eutifrén, escirrete entre sus mantas, muérde- le el alma... Asi, asi... Hazlo saltar de la cama, vamos, 27 aprestiate, que salga con su amigo Acacio a atizar el fue- go que hemos encendido en la ciudad. Largo silencio. Se enciende una antorcha en la oscuridad. Empieza a aclarar y a distinguirse el espacio en el que se moverdn los actores en este Acto I. El espacio debe re- presentar una plaza, el Agora. Hacia ella convergen y se intersectan dos o tres callejuelas por las que entran o salen Jos personajes o en las que pueden detenerse antes de entrar propiamente en el Agora. Imaginariamente, en este primer acto los actores tienen frente a si el edificio de los Tribuna- les. En el Acto IL, el piiblico asistente representard a los 500 jueces de Atenas. Desde la callejuela de la izquierda, el viejo Eutifrén y Acacio, el joven amigo del sacerdote, avanzan hasta llegar al cruce. Habra alli una piedra 0 algo que sirva de asiento en el que el viejo Eutifrén pueda descansar. Escena IT (Acacio, Eutifron, Anciano ebrio) —ACACIO— (Desperezaindose.) No sé por qué nos hemos levantado tan de madrugada, Atin todo se ve desierto. Ahora tendrés que cumplir tu promesa y contarme qué es lo que tiene tan agitados a los atenienses... Mientras esperamos... a qué cerees que he venido a la ciudad? 28 > Ooch EUTIFRON Quedémonos por aqui. (Se sienta.) Yo pensaba que habias venido, como tantos, a escuchar a ese demagogo de Cali- cles, que tiene vueltos locos a los jévenes... Calla. ca~ lla! Alguien viene... ja estas horas! ;Por los rayos! :Quién nos gané a madrugadores? (Desde lejos avanza xigzagueando una antorcha, desde la platea.) ANCIANO EBRIO (Recitando con vox, trasnochada.) “Vino, que de Baco vino; Te busco con devocién Y santa fidelidad Porque td eres mi verdad, Mi ruta, mi habitacin iAy! Si me faltaras, vino Me faltaria el Dios Sol...” (Pausa.) {Hay alguien por aqui? EUTIFRON iBlasfemia, desacato! Un momento... a este yo lo conoz~ . co. ANCIANO EBRIO (Se sobresalta al tropezarse con Eutifrén y Acacia.) ;Oh! ;No eres ti... el Gran Sacerdote? {Mi protector y amigol. (Dirigiendose a Acacio.) Salud, joven extranjero... (ambos, con picardia,) Veo que ustedes también han madrugado. 29 Ta. ees] EUTIFRON (Haciendo gestos de asco.) {Ufl, supongo que buscas el ca- mino de tu casa. Te equivocas, no es por aqui. Vete ya, y avergiténzate de tu estado. ANCIANO EBRIO No te propases, gran Eutiftén... (Toma distancia.) A. ves, épor qué quieres humillarme? Pobre seré, pero honrado y tan ciudadano como ti. Con todo respeto te pregunto: gqué hay de malo en cantar a los Dioses; en celebrarlos, tia tu manera, yo ala mia? (Pausa, se ouelve a acercar; en tono canfidencial ) Algo grave va a verse hoy en los Tribunales. Se dice que la acusacién a Sécrates va en setio, que se le reprenderd por sus discursos, que las buenas costumbres y la piedad de los ciu- dadanos, de los jévenes (Seale a Acacia), estén on peligio... Es lo que se dice. Pero ahi estara Hermégenes (Se golpea con fuerza el pecho.) para impeditlo. ¥ ti, joven extranjero, ca cuil especticulo vienes, al de Calicles o al de Sécrates? EUTIFRON Ve a echarte un rato, Juez. de Atenas’. Eso es lo mejor que puedes hacer. ANCIANO EBRIO. ZA dormir, dices? Y mientras los Jueces duermen, dime, equién defiende las ciudades y a las personas? EUTIFRON iVete a los cuervos! 30. ANCIANO EBRIO (En retivada y dirigiéndose a Acacio.) {Has escuchado como me trata? Me voy pero volveré... No pretendas decirle a tun Juez de Atenas qué debe hacer. (Desaparece por el lado opuesto,) {No desafies mi poder! ACACIO Uf! Menos mal... Y ahora podris explicarme qué esté pasando en esta ciudad; qué esti pasando con Sécrates. EUTIFRON iQué tipo! (Volwiendose abora hacia el joven; declamatorio,) Bien, como dice el poeta: “Les gusta a los Dioses herir desde lejos”. (Pausa.) Pero, eres muy joven para entender estos mistcrios. ACACIO. (Molesto.) Tienes raz6n, no los entiendo. EUTIFRON iPor todos los Dioses! Si esté més claro que el agua. A ver, dime para empezar, :quién soy yo? ACACIO Esti a la vista, un sacerdote. EUTIFRON iQué descubrimiento!: EL sacerdote de Atenas, ese soy Yor intérprete de Apolo. ¢Crees ti, entonces, que cualquier 31 mortal por el hecho de ir al Templo de Delfos, va a poder por s{ mismo descifrar la palabra de Dios, asf, solo porque tiene curiosidad de saberlo? Joven amigo: debes aprender esto: que los Dioses suelen obrar con nuestras propias manos mortales; que el discurso divino esta leno de ace- chanzas para los audaces. ACACIO Esto es nuevo para mi, Eutifrén. EUTIFRON Tienes que comprender, entonces, que es del cielo que se recibe el don de la interpretacién, no de la lengua. Eso es lo que la juventud debiera aprender. {Te imaginas que a cualquier ‘socrates’ le fuera dado saber qué quieren los Dioses, y cémo y cuando lo quieren? Ah, mi amigo, eso seria muy simple... Y, entonces, para qué los templos, los magos, los sacerdotes? Dime: jpara qué! ACACIO. No te sulfures..., te concedo... EUTIERON ——— iTe concedo, te concedo...! ;Por los rayos! :A Mf, qué quieres concederme? Te lo garantizo: desgraciado de aquel que pretenda profanar las jerarquias que Dios ha establecido. 32 ~~ ber qué dijo el Oréculo?;Ji, ACACIO Pero, Eutifrén, tii prometiste explicarme los h-e-c-h-o-s: contarme por qué traerdn aqui a Sécrates ante los Jueces, EUTIFRON g¥ qué crees que estoy haciendo, joven impaciente? Ven- mos, qué es lo que quieres saber: lo que el vulgo atina a decir o el misterio mismo que mueve todo esto? ACACIO Quiero saberlo todo. EUTIFRON Entonces, empecemos por el Principio: por el famoso Oréculo del que habla todo el mundo. Como dijera el gran Aristéfanes... ACACIO Basta ya y habla de una vez por todas... EUTIFRON Bien, bien, si asi lo quieres... (Com picardia,) :Quieres sax ! Dijo que es el hombre mas sabio que hay en estas tierras... jFigtrate! Ese estrafala Ho preguntén. (Poniéndese seri.) Si me hubiese pedido Consejo, Acacio, yo le habia dicho: ‘Cuidado, amigo, ese Oréculo es equivoco; un Dios habla solo para realizar sus Propios planes, no los tuyos! Pero, ;qué! El muy presun- {oso se puso a escarbar por su cuenta, y entonces... 33 —ERITON- a o_o a ACACIO Espera, Eutifron, gno es a Sécrates a quien diviso alli, con otro anciano, camino hacia el Agora. Escena III La luz. se desplaxa hacia el centro, donde se han detenido Séerates y Critén. Contrasta la cuidada elegancia del préspero comerciante ateniense con la franca pobreza de Sécrates, quien, ademés, va descalzo, (Critén, Sécrates) CRITON (Con severidad.) Exes un gran vanidoso, eres un gran vani- doso. Apuesto a que estas feliz con lo que te ha ocurrido. jVamos, niégalo! SOCRATES Feliz, no diria. No tengo miedo, eso es todo, Me dejo llevar por los hechos, que parecen ser més fuertes que nuestros deseos. Pero, gque no lo ves? Ahi esti justamente tu tremenda va- nidad: en desestimar el peligro que corres. En desestimar el poder de tus enemigos. SOCRATES Amado Critén: a los atenienses les gusta disputar sobre cr todo. Viven en los Tribunales... (Seriala hacia el piiblico,) {Todavia no te acostumbras a sus gustos? Déjalos, déjalos, sienello encuentran placer. CRITON (Impaciente, se pasea.) ;Pero no! ;Por Baco! Si eres como un nifio! ZEs que no te das cuenta de la gravedad de todo esto? Yo también, Sécrates, esctichame: yo también amo la filosofia, y ti lo sabes, pero eso no me impide tener los pies aqui, sobre la tierra. SOCRATES De eso no cabe la menor duda. CRITON (Conciliador, invita a Sécrates a levantarse de su asiento,) ‘Vamos, acompéfiame atin algunos pasos. Contigo no se puede hablar en serio... (Salen por la izquierda.) Escena IV. ——Primero, Acaciory Eutifvon soles, aparentemente en el mismo lugar donde estaban antes. Luego aparece Séerates, de regreso al Agora, (Acacio, Eutifrén, Sécrates) ACACIO iFinalmente, ahora si has ido a la sustancia de las cosas! Ya Puedo regresar a mi ciudad con noticias bien establecidas. 35 Pero, qué veo, ahi vuelve Sécrates, solo... y viene hacia nosotros, Eutifrén. EUTIFRON (Cambiando tono y gestos.) {Por todos los Dioses! Vaya, ia quién se ve por estos lados! {Qué te sucede, excelente Sécrates, que tan de mafiana merodeas por el Palacio de Justicia? ;gNo me vas a decir que a ti también te trae algiin pleito!? (Da un codazo de inteligencia a Acacio. Séerates al- canza a percibirlo,) ACACIO (Confundido,)

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