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A partir de Freud, podemos resumirla como sigue.

En el complejo de Edipo, el
odio corresponde al deseo de muerte hacia el rival en el amor4. Si la libido se enlaza
con la crueldad, el odio puede derivarse del amor5. Reprimido, el odio puede reforzar
un amor intenso, o bien constituir la fuente de una hipermoral o de síntomas
obsesivos6. Un enamoramiento incipiente suele ser percibido como odio, un amor al
que se deniega satisfacción se traspone fácilmente en odio, y en ciertos estadios del
enamoramiento ambos sentimientos pueden coexistir7. Lo que Freud llama
ambivalencia tiene su fuente en el complejo paterno vinculado al crimen primordial.
Pero amor y odio no surgen de un origen común, y tienen desarrollos diversos antes
de devenir opuestos bajo el influjo de la polaridad placer-displacer y de la
organización genital8. El odio es más antiguo que el amor: es rechazo, expulsión del
Otro, y se remonta a la Ausstoßung aus dem Ich (expulsión fuera del sujeto) que
constituye a lo real como lo que subsiste fuera de la simbolización9. Ese aspecto
original del odio es relevante, no sólo en lo que dice de la vida amorosa de un sujeto
(incluida la transferencia analítica), sino también en relación con los fenómenos de
masa10.
Lacan propone leer el odio como una pasión del ser, al mismo título que el amor
y la ignorancia11. En efecto, el odio es, al igual que los otros dos, una vía en la que
el ser puede formarse negando el ser del otro12. Al insertar el odio en este triángulo,
Lacan inaugura su crítica de la noción freudiana de ambivalencia, reconociendo el
par amor-odio como la cara única de una banda de Moebius13, pero tomando en
cuenta que Freud demostró que sus dos aspectos no tienen soporte común. Los tres
registros (imaginario, simbólico y real) permitieron situar en lo imaginario el odio
nacido del interés que en los celos manifiesta el sujeto por la imagen del rival, y
también la destrucción del otro situada en un polo de la relación intersubjetiva 14.
La crítica de la ambivalencia culminará en la noción de odioamoramiento,
neologismo acuñado por Lacan15 como un modo de poner en su lugar el odio –que
se dirige al ser– y el amor, que no implica el bienestar del otro.
J.-A. Miller enlaza la castración femenina con el odio a la feminidad16 y, de
manera similar, el goce del Otro con el odio racista17. Ambas fórmulas podrían
reducirse a una sola: se odia la manera particular en que el Otro goza, justamente
porque no es la propia o porque sustrae la propia. Pero ese Otro es Otro en mí, o
sea que la raíz del racismo es el odio al propio goce. Sin embargo, ¿cómo entender
la violencia que ese racismo puede suscitar? Hay aquí algo en lo que debemos
detenernos: la distinción entre odio y violencia. El odio al goce del Otro es lo que
Lacan refiere al kakon18. ¿Es entonces el odio un modo de constituir al Otro, aunque
más no sea mediante su exclusión?
Aquí afrontamos una cuestión crucial: el crecimiento de los racismos y de las
segregaciones en el mundo ¿obedece acaso a la tentativa de restituir al Otro? El
avance del pensamiento xenófobo, junto al aumento de los movimientos extremistas
de cualquier signo ideológico, político y religioso, cuyas consignas giran en torno al
odio, ¿no están al servicio de eso mismo?
También nos interesará profundizar en la distinción entre las formas de racismo
y de segregación, con sus correspondientes modalidades de odio.

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