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EL “WALKING DEAD” DEL PERÚ POLÍTICO

Desde la fundación del partido socialista peruano en el año 1920 la izquierda peruana,
sobre todo el ala comunista, ha tratado de sembrar estrategias para lograr la toma del
poder. Durante décadas, dicho movimiento logró un enfrentamiento ideológico con la
versión socialdemócrata latinoamericana: La Alianza Popular Revolucionaria
Americana (APRA). El debate ideológico de aquella estrategia para la toma del poder se
ha basó, fundamentalmente, en el uso de la violencia armada tal como lo sostiene la
teoría política marxista-leninista, frente a las herramientas que brinda la democracia
representativa y el sistema de voto ciudadano para elegir a las autoridades públicas.
Esta dicotomía se mantuvo a lo largo de la historia política y social del Perú que se
basaba en un Estado manejado oligárquicamente. Es por ello que las primeras
expresiones de violencia frente a este Estado fueron en las guerrillas guevaristas de los
60 y el accionar terrorista del Partido Comunista del Perú Sendero Luminoso —de
profunda estrategia maoísta— y del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA)
influido por los movimientos vanguardistas latinoamericanos de los 80.

“Salvo el poder, todo es ilusión” replicaba un canto senderista que se inspiraba en una
frase del líder de la Revolución China Mao Zedón y que, además, se enmarcaba en un
concepto maquiavélico de que “el fin justifica los medios”. Por ello, un sector de la
izquierda en su intento por la búsqueda del poder emprendió en la década de los 80
una guerra contra el Estado —que ellos consideraban opresor—, apelando a las
acciones terroristas de destrucción de la infraestructura estatal y el asesinato de
autoridades políticas y ciudadanos comunes a lo largo y ancho del país. Mientras tanto,
la izquierda legal desde su gran triunfo en la Asamblea Constituyente de 1978 fue
copando los principales cargos en el aparato estatal con la influencia de los
Organismos No Gubernamentales (ONGs) y organismos internacionales como CEPAL,
Naciones Unidas, FAO, Comunidad Europea entre otros. Fueron dos vertientes de
izquierda que jugaron un gran papel desde la década de los 80, mientras el ala legal iba
copando importantes centros en las tomas de decisión, en el otro extremo, la izquierda
extrema jugaba un papel destructor contra el Estado. Una dualidad que se embebió,
contradictoriamente, en un Estado neoliberal que impuso una agenda de libre
mercado en lo económico y un sistema de gobierno democrático endeble y corrupto.

El Estado neoliberal sembró sus bases políticas sobre un sistema que favoreció el
crecimiento económico gracias al ahorro interno que le proveyó —por un lado—, el
sistema privado de pensiones (AFP), los vaivenes del ingreso de capitales golondrinos
favorecido por un tipo de cambio inamovible y sucio y los buenos precios de las
exportaciones tradicionales y, por otro lado, dicho crecimiento recibió los impulsos de
la economía narcotizada, el tráfico de tierras, el oro ilegal y los dineros reinvertidos de
la corrupción en todos sus niveles.

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