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Círculo de Armas, Ricardo Rojas, Leopoldo Lugones, Enrique Larreta, Alfredo Palacios (los

recuerdo

hablando en el mitin belicista del Frontón Buenos Aires, aquí a la vuelta en la calle Córdoba,
donde yo

también hacía el “idiota” ante la vibración democrática y culterana que los oradores
administraban en

dosis para adultos), los socialistas, los radicales “galeritas”, todos los que eran alguien de
derecha a

izquierda, con la sola excepción de unos pocos como Manuel Gálvez, el General Uriburu,
Belisario

Roldán a la derecha, del Valle Ibarlucea a la izquierda, todos vistos como desertores por los
status

consagrados de la inteligencia y la responsabilidad, como serían vistos después los pocos


peronistas

salidos de estos rangos.

La neutralidad expresaba en el plano de la soberanía lo que Yrigoyen expresaba en el plano

económico y social. La existencia de un nuevo país para el que las fórmulas del liberalismo
estaban

perimidas porque no cabía dentro de ellas. No era un pensamiento orgánicamente definido,


pero sí el

balbuceo de una tentativa para manejarse por modos propios y hacia fines propios. La
presencia del

pueblo en el Estado, ahora con descendientes de inmigrantes y criollos, creaba un sentido


nacional que

había caído con la ausencia de las viejas multitudes federales. La realidad llevó a Yrigoyen a
hacerse el

intérprete del país que políticamente tenía detrás.

YRIGOYENISMO Y ANTIPERSONALISMO: ALVEAR

Consecuentemente la unidad del radicalismo hizo crisis y los "galeritas" fundaron el

antipersonalismo. El motivo aparente era su oposición al caudillo; el real es que ellos se

aferraban al viejo contenido ideológico e Yrigoyen marchaba con los tiempos. No interesa

saber cuáles fueron los móviles del caudillo, si una simple especulación electoral como
querían sus adversarios con el socorrido mote de demagógico, o una adecuación de su

pensamiento al país que tenía adelante. Lo cierto es que significaba un avance progresista que

alteraba el plan de la Patria Chica ya terminada y completa.

A Yrigoyen le sucede Alvear. Este ha disentido con Irigoyen en política internacional. Ausente

del país durante largos años, no conoce las transformaciones que éste ha experimentado en su

composición social, y cómo se ha modificado la composición de su partido con la del país. Es


radical

por motivos distintos a los que han llevado al radicalismo a los peones del interior, a los
obreros de

Buenos Aires y a la clase media que asciende. El radicalismo que rodea a Yrigoyen, de
“gringuitos”

recién llegados o de criollos de procedencia gauchesca u orillera, es ajeno al que motivó su


militancia.

Su posición democrática en favor del sufragio universal y el respeto de la Constitución y sus


críticas a

las corrupciones administrativas del régimen, es un disentimiento dentro de su propia clase, en


la cual

se siente altivamente impulso de su juventud romántica, rica en audacias que chocaban con
los

prejuicios de su clase y que ha demostrado en los actos decisivos de su propia vida íntima.
Mario y los

Gracos, Alcibíades, lo seducen más que Sila, pero es ajeno por completo a lo que ya caracteriza
al

radicalismo como yrigoyenismo, en la medida en que éste expresa la sociedad del momento de
su

victoria, mejor que la sociedad de los años de las revoluciones fracasadas. Su radicalismo no ha
recibido

la impregnación de la Argentina que surge, pertenece al pasado liberal, en el que las


diferencias de los

partidos se limitaban a esos vagos enunciados formales de la plataforma política originaria. Su

alejamiento del país no ha contribuido a su mejor conocimiento: todo lo contrario, y su


disentimiento en
materia internacional, no es más que su correspondencia con la escala de valores que practica
en

Buenos Aires en su extranjería, la “intelligentzia” y la “gente bien”.

Mientras Yrigoyen iba conformando su pensamiento con la responsabilidad de

conducir una nueva realidad de que tomaba conciencia, a medida que definía su carácter

social la fuerza política con que gobernaba, Alvear estaba absorbido por el drama de la

Europa en guerra, sin poder percibir a la distancia los factores que los distanciaban cada vez

más de su antiguo jefe, que lo hacía presidente, y cuyas motivaciones no podía interpretar.

Desde que apareció como candidato la vieja clase comenzó a rodearlo, tras las avanzadas de

los radicales "galeritas". La constitución de su gabinete confirmó la nueva orientación y el

impulso renovador que había significado Yrigoyen quedó atrás. Así gran parte de las

industrias que estaban en sus comienzos cayeron o limitaron su producción. Dice Ricardo

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Ortiz refiriéndose a ese momento: "En cuanto las circunstancias adversas dejan de actuar, la

industria europea retoma sus posiciones y ello se traduce por un decrecimiento

experimentado por las industrias típicamente nacionales."

"Se abre la aduana a los aceites de España e Italia, a los tejidos británicos, a la manufactura

europea en general. Ingresa nuevamente libre de derechos la maquinaria agrícola y se gravan


los

elementos necesarios para la industria nacional que producen esas maquinarias. Los
industriales se

convierten en importadores", agrega Ramos.

Esta marcha hacia atrás en el proceso económico interno no produjo sin embargo el impacto

social que hubiera provocado en otras circunstancias. Alvear, que fue toda su vida un feliz
heredero en

lo particular, lo fue también como gobernante: heredó aquel momento próspero de la primera
postguerra

en que la producción agropecuaria tuvo factores climáticos tan favorables como los de
mercado,
y que constituiría el último momento próspero de la economía tradicional. Su gobierno tuvo,
en

consecuencia, un momento económico de excepción, que ocultó los aspectos negativos de su


política, en

cuanto interrumpía el necesario desarrollo de la transformación interna. Fue un momento de


vacas

gordas similar al proceso expansivo de principios de siglo, que contó, además, con el desarrollo
interno

operado gracias a la guerra y la política de Yrigoyen, y así la incidencia social de la vuelta a la


economía

tradicional no produjo el impacto social que el país percibiría después de 1930, cuando la
detención del

progreso interno ya no sería compensada por la curva creciente de las exportaciones.

Esto no impidió que la clase media y las clases populares tuvieran clara conciencia de

la restauración de la vieja política que el gobierno de Alvear había significado, y la nueva

elección de Hipólito Yrigoyen desbaratando el "contubernio" de los "galeritas" con las fuerzas

conservadoras, ratificó la demanda de una política correspondiente a la realidad del país.

Poco duró el nuevo gobierno de Yrigoyen, que llegó precisamente en el momento de la

gran depresión mundial que castigó aun más violentamente que a las metrópolis a los países

con economías dependientes. Evidentemente las circunstancias reclamaban una personalidad

más vigorosa que la del viejo caudillo en declinación y una política económica más recia que

la contenida en los enunciados generales y en la voluntad comprensiva que habían bastado en

el primer gobierno para iniciar la marcha sobre

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