Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
García: 1985-1990
Saturday, 20 de May de 2006 site admin
A pocos días de la segunda vuelta, las críticas hacia el candidato Alan García se
centran, sobre todo, en el manejo económico de su gobierno anterior. Tomando
como base una investigación del periodista británico John Crabtree, ofrecemos aquí
un repaso de la gestión económica de Alan García.
28 de julio de 1985: Alan García asume la presidencia del Perú con apenas 36 años de
edad. Ha ganado en primer vuelta, obteniendo el 53 % de votos válidos (presione acá
para ver los detalles). Pero no solo eso. Su partido, el APRA, tiene mayoría absoluta
tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados (presione acá para detalles).
La herencia de Belaúnde
Por otro lado, García y el APRA tienen dos problemas serios por enfrentar: La
agrupación terrorista Sendero Luminoso había ido ganando terreno desde su
primera incursión, en 1980.
Además, el gobierno de Belaúnde dejó al país en una profunda crisis económica. Las
inversiones habían caído de 21,2 % del Producto Bruto Interno (PBI), en 1982, a 12,2
% en 1985. En 1982, la economía peruana no creció y, en 1983, el crecimiento fue
negativo: -12,2 %. Si, en 1980, el ingreso per cápita era de 1,232 dólares por peruano,
en 1985 llegaba tan sólo a 1,050 dólares (págs. 54-55). El desastre económico del
gobierno de Belaúnde se debió, principalmente, a una caída de precios de productos
que Perú exportaba (cobre, plata, plomo, café).
Las medidas del FMI, llamadas ortodoxas, ocasionaron una fuerte recesión
(contracción de la demanda) que repercutió en el bolsillo de los ciudadanos. Ya
hemos visto que el ingreso per cápita cayó significativamente: 14,8 % para ser
exactos. El aumento de tarifas públicas e impuestos empobreció aún más a los
ciudadanos. Esto constituyó un círculo vicioso que terminó empobreciendo también
al Estado: El ciudadano que es pobre consume menos y cuanto menos consume,
menos impuestos paga. En 1984, el gobierno de Belaúnde entró en mora con el pago
de la deuda externa (pág. 53).
Pero, además de introducir una nueva moneda (el inti reemplazó al devaluado sol),
la principal medida económica consistió en la congelación de precios básicos,
sueldos y la tasa de cambio relativa al dólar. Por ejemplo, el precio de la gasolina se
elevó, de golpe, en 25 % para luego congelarlo a ese nivel. La idea era anticipar la
inflación venidera y, a largo plazo, darle al consumidor más poder adquisitivo.
Evitando de esta manera el alza de precios, los consumidores tienen más dinero
para gastar en otras cosas y, por ende, contribuyen a la reactivación económica en
otros sectores. La estrategia sigue siendo aplicada hoy en día. Un ejemplo es
Argentina que, en su afán por bajar la inflación (que bordeó los 12 % en el 2005) y
reactivar la economía, ha pactado precios fijos con los suministradores de productos
básicos (la carne es el ejemplo más conocido).
La segunda convicción (2): Mientras que el FMI pensaba que la inflación en el Perú
se debía a un exceso de demanda estimulado por un Estado que gastaba por encima
de sus posibilidades, Alan García y su equipo de economistas consideraban que había
suficiente potencial dentro de la economía peruana para aumentar la oferta de
forma significativa. En otras palabras: El FMI pensaba que el Estado intentaba cubrir
el déficit fiscal emitiendo dinero más allá de la oferta y así generaba inflación.
Pero también pueden inventar una moneda, por ejemplo, en forma de una piedra.
Para fijar un número, supongamos que tanto Rosa como Javier reciben 100 piedras
cada uno. Rosa le vende una naranja a Javier a cambio de una piedra. Luego, Rosa le
compra una manzana a Javier a cambio, también, de una piedra. La piedra tiene,
pues, el mismo valor que una naranja o una manzana. El precio de una naranja es de
una piedra. El precio de la manzana también.
Supongamos, ahora, que Rosa decide organizar una fiesta para muchos amigos y
hacer una gran torta de manzana. Para ello necesita diez manzanas. Pero como
prefiere no gastar las 100 piedritas que le quedan, sale al bosque y recolecta diez
piedritas adicionales. Acto seguido, compra las diez manzanas a cambio de diez
piedritas. Entre Rosa y Javier siguen habiendo 100 naranjas y 100 manzanas
(consideremos que tanto Rosa como Javier aún no se comieron sus frutas). Pero
ahora, el dinero que circula entre los dos ya no son 200 piedritas, sino 210.
Dado que el dinero sólo tiene valor si hay algo que comprar y que, en nuestro
ejemplo, lo único que se puede comprar son 100 naranjas y 100 manzanas (teniendo
todas el mismo valor), el precio de cada manzana y de cada naranja sube, de una
piedrita, a una piedrita y cinco céntimos (1,05 x 200 = 210).
Por esa misma razón, el Estado que aumenta la circulación de dinero sin que haya
un aumento de oferta origina que los precios suban y que, por ello, el valor del
dinero baje.
Reactivando la economía
Volvamos a 1985: Alan García creía que la inflación no se debía a una falta de oferta,
sino más bien a que el Estado se había visto obligado a subir el precio de bienes y
servicios básicos (en especial el de la gasolina) para pagar la deuda:
El Perú no estaba solo con este experimento heterodoxo. Casi al mismo tiempo,
Argentina había implementado el Plan Austral, parecido en mucho aspectos al
modelo peruano. Pero Argentina, a diferencia de Perú y Brasil con su Plan Cruzado de
1986, sí consultó previamente al FMI.
Pero también surgieron problemas que irían agravándose con el pasar del tiempo: A
pesar de la reactivación económica, el Estado casi no percibía mayores ingresos:
Aunque en 1985 el déficit del sector público sólo había sido del 2,7 % del PBI, el nivel
más bajo desde 1979, en 1986 una vez más llegó al 5,1 % . Esto no se debió a un
aumento del gasto. De hecho, a pesar de su fama de ser una administración
despilfarradora y populista, el gasto total (corrientes e inversiones) del sector
público cayó del 49 % del PBI, en 1985, al 29 %, en 1986. Sin embargo, los ingresos
corrientes totales también cayeron, del 46 % del PBI, en 1985, hasta 33 %, en 1986.
Otro problema consistía en que, después del gran crecimiento de 1986, la capacidad
productiva de la modesta industria nacional estaba llegando a sus límites. Hacían
falta inversiones para instalar nuevas capacidades y así continuar con la
reactivación. Para ello, era necesario recurrir a inversiones y préstamos extranjeros.
El tercer problema, según Crabtree, era que la balanza comercial volvió a ser
negativa hacia fines de 1986. Con la reactivación económica y el alza de sueldos, el
Perú volvió a incrementar sus importaciones mientras que las exportaciones
seguían siendo bajas. En diciembre de 1986, las reservas internacionales del Perú
llegaban a 870 millones dólares comparados con 1,400 millones en marzo del mismo
año. Esta falta de liquidez se debió, también, a que el Estado pagó a sus deudores
bastante más que ese 10 % que García había anunciado, con bombos y platillos, el 28
de julio de 1985.
Para Alan García, la renuncia de Alva Castro fue vista como una oportunidad de
ganar aún mayor protagonismo. Fue en estas circunstancias que, según Crabtree,
García empezó a idear su “más audaz medida”, la misma que sería el punto de
quiebre de su gobierno: La estatización de la banca privada (69). Pero la estatización
no fue la única razón de la debacle:
Aun sin el intento de estatización, alguna que otra crisis económica habría, casi con
certeza, surgido. Y tampoco fue el único factor que explica la erosión de la
popularidad inicial del gobierno. La curva de aprobación popular de García
demuestra que, a pesar de una ligera caída antes de mediados de 1987, el nivel de
aprobación se desplomó en 1988 -entre mayo y octubre-, cuando el peso entero de
las medidas económicas del shock cayó sobre la población (187-188).
Pero, según Crabtree, García también tuvo otros motivos: El primero habría sido
netamente político, pues García estaba preocupado por la ligera caída en su nivel de
aprobación y, con una medida tan radical, buscaba volver a ganar la confianza de los
sectores populares. Además, su relación con el sector empresarial se había
deteriorado considerablemente. García le reprochaba a ese sector el poco
entusiasmo por invertir en el Perú y su preferencia por guardar los dólares en
cuentas extranjeras y seguras (190-191).
También esta medida resultó ser improvisada. Nadie sabía, por ejemplo, si la
estatización incluiría a las sucursales de bancos extranjeros en el Perú o a los bancos
privados regionales. Pero el mayor error de García fue, según escribe Crabtree, creer
que se ganaría el apoyo popular con esa medida. La respuesta no fue más que
“tibia”. Además, García subestimó la capacidad de respuesta de la derecha así como
la oposición de la izquierda en el Congreso:
Ya hemos visto que el Estado no recaudó más impuestos a pesar del crecimiento
económico de 1986. Esa ineficacia tributaria, sumada a la inflación, contribuyó a
agravar la situación en 1987 y 1988. Además, las empresas estatales como
Electroperú empezaron a hacer pérdidas mucho mayores que en los años previos.
Los hechos estaban dejando al Estado con cada vez menos margen de acción,
convirtiéndolo en observador pasivo del desastre económico.
El plan, denominado Plan Cero, contribuyó a generar una inflación aún mucho
mayor, sobre todo en relación con los productos importadas. Así, por ejemplo, el
precio de los productos farmaceúticos subió 600 % y el de la gasolina 400 %. Además,
se eliminó el sistema del control de precios con excepción de 42 productos básicos
(208).
Las esperanzas del APRA estaban ahora cifradas en el Banco Mundial y el Fondo
Monetario Internacional. Si bien hubo conversaciones, el Perú no llegó a recibir
préstamos. Ello se debió, también, a que el Perú aún adeudaba 600 millones de
dólares al FMI y 400 millones al Banco Mundial.
El 22 de noviembre de 1988, García lanzo otro “paquete” con medidas muy similares.
Al mismo tiempo, Abel Salinas presentó su renuncia por discrepancias con García.
El aumento del desempleo y la caída drástica de ingresos fue el costo social del
desastre económico provocando el surgimiento de un sector informal de
proporciones nunca antes vistas. Además, el Estado en bancarrota ya no pudo
cumplir con sus obligaciones en materia de asistencia social, educación, salud y
administración de justicia.
Los años 1989 y 1990 pueden ser narrados de forma breve, pues no se produjeron
cambios sustanciales. La economía se recuperó levemente y las reservas
internacionales también. Las importaciones se contrajeron y las exportaciones
subieron, sobre todo por el aumento de precio de los productos mineros en el
mercado internacional.
Bajo el nuevo Ministro de Economía, César Vásquez Bazán, la inflación cayó, pero no
de forma sustancial. La tasa anual de inflación fue de 2000 % en 1989. Los últimos
meses de 1989 fueron usados en gastar las magras reservas internacionales para
reactivar en algo la economía en vista de las prontas elecciones. Así, en marzo de
1990, las reservas internacionales eran de apenas 190 millones de dólares.
De 1990 al 2006
Es cierto que los tiempos han cambiado y que, hoy por hoy, Alan García apuesta por
el libre comercio y las exportaciones en vez de darle al Estado el rol protagonista en
la economía.
¿Una eventual segunda presidencia de García será diferente? Solo queda esperar que
sí.
Enviar a un amigo