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4
Introducción

El propósito de este trabajo es la discusión del concepto


de paradoja, en especial de dos tipos que se han menciona-
do, discutido y, sobre todo, intentado refutar durante más
de dos mil años y que, a lo largo de ese tiempo, aunque
especialmente en los últimos cien años, han estado direc-
tamente relacionadas con los desarrollos en la lógica y las
matemáticas modernas. Se trata de la paradoja del menti-
roso y de las paradojas de Zenón. En esta sección inicial
nos ocuparemos de la paradoja del mentiroso y dedicare-
mos la segunda sección a las de Zenón.
Es necesario advertir desde el inicio que el concepto de
paradoja no tiene un sentido único aceptado por todos, por
lo cual su aprehensión no es una tarea fácil; de modo ge-
neral, con ese término se designa una afirmación o creen-
cia contraria a las expectativas u opiniones aceptadas. De
manera más específica, el término paradoja se refiere al
menos a tres tipos de enunciados: los del primer tipo co-
rresponden a una afirmación aparentemente contradictoria
pero que es verdadera; los del segundo, a una afirmación
en apariencia verdadera pero que contiene una contradic-
ción; y los del tercero, a un argumento válido que conduce
a conclusiones contradictorias. Las afirmaciones de los dos
primeros tipos son en muchos casos conclusiones deriva-
das de afirmaciones del tercer tipo.1
1 Cfr.Nicholas Falletta, The paradoxicon. Otra clasificación de las paradojas que se
describe adelante es la que propone Thomas Bolander en la Stanford Encyclopedia of

5
Algunas paradojas son profundas, otras son más trivia-
les; muchas resultan falaces aunque ello no quiere decir
que sean triviales ya que en ocasiones una paradoja falaz
puede acarrear profundas transformaciones en el sistema
del cual forma parte (es el caso de la paradoja del mentiro-
so o las paradojas de Zenón, a las cuales nos referiremos
ampliamente más adelante). Algunas se sustentan en ra-
zonamientos sólidos aunque pueden conducir a conceptos
contrarios a la intuición que hacen aceptar conclusiones
inesperadas o contrarias al sentido común. Kasner y New-
man, al hablar específicamente de las paradojas que se pre-
sentan en las matemáticas, se refieren a tres tipos:2 prime-
ro, las proposiciones absurdas y contradictorias que proce-
den de razonamientos falsos; después, los teoremas “que
parecen extraños e increíbles pero que, por ser lógicamen-
te inatacables, han de aceptarse incluso aunque trasciendan
la intuición”. Finalmente, las paradojas lógicas, “que apa-
recen en conexión con la teoría de conjuntos y que han
dado por resultado un reexamen de los fundamentos de la
matemática”. Los autores concluyen que este tipo de para-
dojas “han provocado la confusión y la consternación en-
tre lógicos y matemáticos y han planteado problemas que
conciernen a la naturaleza de la matemática y de la lógica
y que aún no han encontrado una solución satisfactoria”.3
Se pueden señalar tres periodos a lo largo de la historia
en los cuales el interés por el estudio de las paradojas ha
Philosophy, enciclopedia en línea cuyo editor principal es Edward N. Zalta. Entrada
Self-reference.
2 Edward Kasner y James R. Newman, Paradoja perdida y paradoja recuperada, en J.

R. Newman, Sigma. El mundo de las matemáticas (v. 4), pp. 323-4.


3 Ibid., p. 324.

6
sido más fuerte. El primero se sitúa en la antigua Grecia,
entre los siglo quinto y segundo antes de la era cristiana; el
segundo período en la baja Edad Media, cuando los esco-
lásticos descubrieron los textos clásicos y quedaron des-
lumbrados por lo que ellos llamaron los insolubilia; y el
tercero, que va desde la segunda mitad del siglo XIX hasta
nuestros días, que es en buena medida un resultado de la
formalización de la lógica y las matemáticas.
Independientemente de los distintos tipos en que se pue-
dan clasificar, todos los especialistas mencionan la presen-
cia en las paradojas de ciertos rasgos comunes, entre los
que se cuentan la contradicción, el círculo vicioso y la au-
torreferencia. Como el último de esos rasgos no es eviden-
te por sí mismo, vamos a dedicarle unas cuantas líneas para
una descripción somera antes de entrar en la discusión de
los temas objeto de este trabajo que son las mencionadas
paradojas de la Antigüedad. La noción de autorreferencia
se usa, en un sentido general, para el caso cuando un enun-
ciado se refiere a sí mismo como a un todo o a su propio
referente. En un contexto más amplio, se habla de auto-
rreferencia en casos en los que una novela, por ejemplo,
contiene una referencia a ella misma, o en los que una foto-
grafía se contiene ella misma, etc. El más conocido ejem-
plo de enunciado autorreferencial es el conocido como la
frase del mentiroso, que, una de sus muchas variantes, di-
ce “esta frase no es verdadera”, la cual será discutida en
la primera parte. El estudio de la autorreferencia ha sido
abordado desde la lingüística y desde la filosofía, aunque
también ha despertado gran interés entre los matemáticos
y los estudiosos de las ciencias de la computación.

7
El ejemplo más simple de una frase autorreferencial es
aquella que habla de ella misma, como la que dice “es-
ta frase contiene cinco palabras”; aquí está involucrado un
mecanismo, simple en apariencia, que está en el segmen-
to “esta frase” cuyo referente no es tan obvio como pa-
rece. Si su simplicidad es sólo aparente es porque, como
dice Hofstadter, “depende de nuestra muy compleja y to-
talmente asimilada habilidad de manejar la lengua. Lo que
aquí importa es la habilidad de imaginar el referente de una
frase nominal con un adjetivo demostrativo dentro de ella.
Esta habilidad se construye lentamente y no puede consi-
derarse trivial”.4 Puede darse el caso que un hablante de la
misma lengua, ante un enunciado como éste pregunte de
qué frase de cinco palabras se habla, pues para él puede no
ser evidente que la frase a la que ese enunciado se refiere
es ella misma.
Del mismo tipo es el enunciado “esta frase es falsa”,
a la cual históricamente se ha conocido con el nombre de
frase del mentiroso o como la paradoja de Epiménides. En
realidad, la frase que se atribuye a este personaje, Epimé-
nides, un ciudadano de Creta, es “todos los cretenses son
mentirosos”, la cual tiene muchas variaciones, como la ya
señalada “esta frase es falsa” o, simplemente, “estoy min-
tiendo”. Todos estos enunciados, que Hofstadter en otro
lugar llama “pequeñas gemas absolutamente autodestruc-
tivas”,5 han sido analizados de diversas maneras desde ha-
ce más de dos milenios y han estado de algún modo en la
4 Douglas R. Hofstadter, Gödel. Escher, Bach: an eternal golden braid, p. 495.
5 D. R. Hofstadter, Metamagical themas: questing for the essence of mind an pattern,

p. 7.

8
base de los desarrollos de sectores importantes de la lógica
y las matemáticas, especialmente durante el siglo veinte.
El lenguaje humano, en cualquiera de sus modos de rea-
lización, tiene la capacidad de representarse, de referirse
o de designarse a sí mismo o a alguno de sus elementos
dentro del mismo sistema. Esta capacidad es la que hace
posible la autorreferencia, y por ello se dice que ésta es
ubicua puesto que está presente cada vez que alguien dice
“yo” o a través de múltiples formas de expresión: cuan-
do en una película se describe cómo se hace una película
(como en La noche americana de Truffaut, pero existen
muchos ejemplos), o, más simplemente cuando se habla
de la lengua. En uno de sus extensos pero estimulantes li-
bros,6 Hofstadter nos recuerda que la autorreferencia está
estrechamente vinculado con la huidiza noción de “yo” y
postula que esa capacidad de referirse a uno mismo se en-
cuentra, aunque sea en germen, en todos los seres vivos.
Todos ellos, dice, han sido moldeados por la evolución y
tienen como propósito fundamental la supervivencia. Para
conseguir ese propósito, cualquier ser vivo debe ser capaz
de reaccionar de modo flexible a los acontecimientos de su
entorno, lo cual quiere decir que tienen que desarrollar la
habilidad de sentir y categorizar, aunque sea de una manera
muy rudimentaria, dichos acontecimientos de su entorno.
Un efecto colateral de esto que tiene consecuencias radi-
cales es que, junto con la capacidad para sentir y percibir
aspectos del entorno, aparece la habilidad de sentir ciertos
aspectos de sí mismo, es decir, de percibirse a sí mismo.

6 D. R. Hofstadter, I am a strange loop, cap. 6. Of selves and symbols.

9
Si esa habilidad no existiera, ello sería equivalente a
poseer un lenguaje verbal cuyo léxico, aunque crece con-
tinuamente, no desarrollara palabras para conceptos como
“digo”, “hablo”, “palabra”, “lenguaje”, “preguntar”, “ar-
gumento”, “frase”, “relato”, “significado”, etc. Con un len-
guaje así que aumenta su flexibilidad y complejidad pero
que se ignora a sí mismo, sus hablantes nunca podrían refe-
rirse a actividades tan cotidianas para nosotros como pre-
guntar, responder, mentir y muchas otras; es decir, habría
en ese lenguaje verbal un agujero en su núcleo pues le fal-
taría el mecanismo por el cual una palabra o una expresión,
o un libro, o cualquier otro producto humano, se refiriera a
él mismo. De allí que el autor concluya que, para cualquier
criatura, “haber desarrollado capacidades de percepción y
categorización pero ser incapaz de enfocar cualquier cosa
de ese aparato hacia él mismo sería una gran anomalía que
llegaría incluso a amenazar su supervivencia”.
Todo ser vivo, sin importar lo complejo o lo simple que
sea, posee un conjunto de propósitos que existen gracias
a ciertos bucles o circuitos de retroalimentación que se
desarrollan a lo largo de los milenios y que caracterizan
su especie. Esos bucles se desarrollan por las actividades
tales como buscar comida, buscar compañía o cierto grado
de calor, etc. Sin importar cuáles sean tales propósitos, se
puede decir que persigue esos fines y que lo hace porque
quiere determinadas cosas. Esta criatura somete su com-
portamiento a cosas que refiere como deseos o aspiracio-
nes, pero no sabe por qué los tiene: simplemente están allí
y por ello le parecen la causa de sus decisiones, acciones y
movimientos.

10
En el cerebro humano hay patrones o estructuras abs-
tractas que dan origen a lo que se siente como un sí mismo,
un innegable sentimiento de algo real que reside dentro de
nosotros, una poderosa sensación que hace indispensable
para nuestra misma existencia al pronombre “yo”; siempre
en las frases que expresan por qué hacemos lo que hace-
mos aparece ese pronombre. Este “yo” que se construye,
que tiene un carácter fantasmático, y de quien tantas cosas
dijo Benveniste, tiene una realidad que no puede discutir-
se. Esa inefable sensación de ser un “yo”, de ser una prime-
ra persona” o de simplemente “existir”, el poderoso senti-
do de “tener una experiencia”, de “tener sensaciones” (lo
que algunos llaman qualia) es, para todos, lo más real de la
vida. Por tanto, si ese “yo” es la causa de todo lo que hace-
mos, si “yo” es responsable por las decisiones, acciones y
planes, entonces no podemos dudar que eso que llamamos
“yo” debe al menos existir.7 Por razones de competencia
pero también por no ser estrictamente el objeto de este tra-
bajo, no podemos seguir el curso de estas cuestiones sobre
la naturaleza del “yo”; aun así se puede concluir que refe-
rirnos a nosotros mismos, que la lengua pueda hablar de
ella misma y que otras muchas manifestaciones humanas
hagan referencia a ellas mismas es algo inherente a la con-
dición humana.
7 “Los medios por los que podemos entender mejor nuestras propias acciones así

como las acciones de otras criaturas -en términos de patrones estables pero intangibles
llamados “esperanzas”, “creencias” y otros. Pero la necesidad de comprender va más
allá y somos llevados a crear un término que sintetiza la presunta unidad, la coherencia
interna y la estabilidad temporal de todas esas esperanzas, creencias y deseos que se
encuentran en nuestra cabeza -y ese término es el “yo”. Muy pronto esa gran abstracción
que está detrás de la escena se llega a sentir como la entidad más real del universo”. (D.
R. Hofstadter, I is a strange loop, p. 179).

11
Dicho esto, que de algún modo se puede considerar co-
mo un intento de explicación de la capacidad autorrefe-
rencial, podemos regresar a nuestro tema. Muchas veces
se considera la autorreferencia como sinónimo de parado-
ja, aunque no siempre esto es correcto; precisamente ello
ocurre por la mencionada frase del mentiroso, o paradoja
de Epiménides, tal vez el más conocido y difundido ejem-
plo de oración que habla de ella misma. De hecho, una de
las razones por las que la filosofía se interesa por el estudio
de la autorreferencia es por la relación de ésta con las pa-
radojas. Se ha dicho que la paradoja se define en términos
generales como un razonamiento que, aunque basado en
supuestos aparentemente verdaderos, conduce a una con-
tradicción. Es fácil determinar que la expresión “esta frase
es falsa” o alguno de sus equivalentes, como “estoy min-
tiendo”, conduce a una contradicción cuando se trata de
determinar si es verdadera o no puesto que, si se asume
como verdadera, entonces lo que se establece debe ser el
caso, esto es, no puede ser verdadera; pero, si, por otro la-
do, se toma como falsa, como no verdadera, entonces lo
que se establece es realmente el caso, y entonces lo que
se dice debe ser verdad. En cualquier camino que se tome
se desemboca en una contradicción y, como se llega a ella
por un razonamiento basado en supuestos aparentemente
verdaderos, es por tanto una paradoja.
Pero, más todavía que en la paradoja de Epiménides,
la autorreferencia más ubicua ocurre cada vez que alguien
dice “yo”, como se muestra en los siguientes ejemplos:8

8 Ejemplos tomados de Metamagical themas.

12
Soy el sujeto de esta oración.
Estoy celoso de la primera palabra de esta oración.
¿Qué les parece? Esta oración trata de mí.
Estoy simultáneamente escribiendo y siendo escrita.
Aunque en español no sea tan evidente por la elisión del
sujeto, estas frases hacen ver que el “yo” puede ser consi-
derado desde ángulos muy diversos; por ejemplo, como el
instrumento de escritura (“soy una pluma”), como la len-
gua (“Vengo de raíces indoeuropeas”), como el papel en el
que se escribe, etc. Otra posibilidad es que ese “yo” pueda
ser pensado en relación con el sentido, como en el caso del
siguiente ejemplo:
Soy el significado de esta frase.
En algunas frases están incluidas palabras cuyos re-
ferentes son accidental o deliberadamente ambiguos; por
ejemplo en las siguientes:
Etsa oración no es autorreferencial porque “etsa” no es una pala-
bra.
Ninguna lengua puede expresar un pensamiento sin ambigüedad,
especialmente éste.
Si la frase del mentiroso es un enunciado que es un co-
mentario de su propio contenido, existen otras que hacen
eso mismo con su forma. Un ejemplo es la frase atribuida a
John Cage: No tengo nada qué decir, y lo digo. Esta última
es equivalente a la mencionada por el lógico y matemáti-
co Raymond Smullyan, que abunda en los discursos de los
políticos: Antes de empezar a hablar, hay algo que quiero
decir. Incluso en las bibliografías de libros serios es posi-

13
ble encontrar esas frases autorreflexivas que a veces hacen
sonreír; ejemplos de ello son las siguientes referencias bi-
bliográficas:
Gödel, Kurt, (1994). Ensayos inéditos. Edición de Francisco Ro-
dríguez Consuegra, prólogo de W. V. Quine, Madrid: Biblioteca Mon-
dadori.
El carácter autorreferente es todavía más patente en la
traducción de este libro al inglés:
Kurt Gödel, Unpublished Philosophical Essays, Francisco A. Ro-
dríguez Consuegra (editor), Birkhäuser Verlag, Basilea-Boston-Berlín,
1995.
El título de otro libro es todavía más explícito pues no
sólo señala que es la edición de ciertos textos inéditos, sino
que afirma que esos textos no han sido previamente publi-
cados:
The Blessing of God: Previously Unpublished Sermons of Jonat-
han Edwards, Michael McMullen (editor), Nashville, Broadman &
Holman Publishers, 2003.9
Entre los enunciados que expresan instrucciones o nor-
mas, o en conjuntos de éstas, existen muchas frases auto-
rreferenciales; por ejemplo, las siguientes:
No dé instrucciones en forma negativa.
Rompa toda regla.
Todas las generalizaciones son engañosas.
Nunca tome un consejo de nadie. (Bernard Shaw)
Sea espontáneo.
Finalmente, pero no al último, evite los clichés como la plaga.
Otros ejemplos que se cuentan en contextos más rela-
cionados con el ámbito de los filósofos son los siguientes:
9 Estas referencias son reales y están tomadas del catálogo de Amazon.

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O crees en la ley del tercero excluido o no lo crees.
No hay elección posible: tenemos que creer en el libre arbitrio.
(atribuida al escritor Isaac Bashevis Singer)
Soy un firme creyente en el optimismo, porque sin optimismo,
¿qué más podría haber? (Raymond Smullyan)
No hay absolutos.
Se cuenta que alguien preguntó a Bertrand Russell: ¿Es verdad
que la filosofía nunca probó que alguna cosa exista? Y él respondió:
Sí, pero la evidencia es puramente empírica.
Unas últimas frases:
Esta frase se contradice a sí misma, o más bien no, realmente no.
(D. R. Hofstadter)
¿Qué es peor, la ignorancia o la apatía? No lo sé ni me importa.
Soy la más humilde persona que conozco.
Cualquiera que vaya con un psiquiatra debería ir a que le examinen
la cabeza.
Puedo ser espontáneo si tengo suficiente tiempo para prepararme.
Era un perfeccionista, pero estoy tratando de mejorar.
Todas las generalizaciones son erróneas.
La esterilidad es hereditaria.
La apatía me causa problemas, pero no le hago caso.
Soy un individuo único, como cualquier otro.
La superstición trae mala suerte. (Smullyan)
Si alguien te ama, ámalo incondicionalmente.
Me estoy volviendo tan distraído y olvidadizo que, a veces, en la
mitad del frase...
La nostalgia ya no es lo que era antes.
Me parece que soy un indeciso, aunque no estoy muy seguro.

15
Y una última curiosidad: Existe una palabra para desig-
nar el miedo a las palindromas y esa palabra es aibofobia,
la cual, en sí misma, es un palindroma autorreferente.

16
1. Paradoja del mentiroso

La mayor parte de las paradojas que se relacionan con


la autorreferencia se pueden categorizar en tres rubros: pa-
radojas semánticas, paradojas de la teoría de conjuntos y
paradojas epistémicas. Las primeras, entre las que se en-
cuentra la del mentiroso, son pertinentes especialmente pa-
ra las teorías de la verdad; las relativas a la teoría de con-
juntos son pertinentes para los fundamentos de las mate-
máticas; y las últimas para la epistemología. Aunque dife-
rentes en el tema, todas estas paradojas comparten la mis-
ma estructura subyacente, y a menudo pueden tratarse con
los mismos medios matemáticos.10
Las paradojas autorreferentes son conocidas desde la
antigüedad. El descubrimiento de la paradoja del mentiro-
so a menudo se acredita a Eubúlides de Megara (aunque
también se dice que es de Mileto),11 quien vivió en el siglo
10 Thomas Bolander, Self-reference, Stanford Encyclopedia of Philosophy.
11 La fuente es Diógenes Laercio, aunque en realidad sólo dice que Eubúlides discutió

la paradoja, no que la haya descubierto; habla de éste (en el comentario a Euclides) y


dice que “autor de muchos argumentos dialécticos”, entre otros el “del mentiroso, el
disfrazado, Electra, la figura velada, el sorites, el cornudo y la cabeza calva”. Diogenes
Laertius, Live of eminent philosophers, p. 108.

17
cuarto antes de Cristo. Como no existen datos fidedignos
acerca de este personaje, se duda, incluso, de su existencia;
todo lo que se sabe es que fue discípulo de Euclides, de he-
cho una variante de su nombre es Eublides, que remite de
inmediato al autor de los Elementos. La paradoja del men-
tiroso pertenece a la categoría de las paradojas semánticas,
puesto que se basa en la noción semántica de verdad.
Se atribuyen a Eubúlides cuatro paradojas principales
conocidas como la del encapuchado, la del montón, la del
cornudo y la del mentiroso. La primera trata de la cuestión
del conocimiento y dice más o menos: conoces muy bien
a tu hermano, pero puede ocurrir que éste se te presente
con la cabeza cubierta y entonces no sepas quién es. En
realidad, no se trata de una paradoja puesto que el verbo
“conocer” puede también significar saber algo acerca de
otra cosa, estar familiarizado con algo. Los dos sentidos
están relacionados y su distinción proporciona una mane-
ra de salir de esta paradoja: por ejemplo, distinguir entre
estar familiarizado con tu hermano y saber que alguien es
tu hermano, de modo que, aunque no lo sepas, estás fa-
miliarizado con el hombre encapuchado puesto que es tu
hermano; pero eso no presupone que sabes que el hombre
con la cabeza cubierta es tu hermano, de hecho no lo sabes.
Se puede decir, en este caso, que no lo reconociste, pues la
noción de reconocimiento es muy cercana a la de conocer,
lo cual lleva a otro problema y a otra manera de resolver la
paradoja o, más bien, a mostrar que no requiere una solu-
ción. Si se replantea el problema como “puedes reconocer
a tu hermano, pero no lo hiciste porque su cabeza estaba
cubierta”, entonces no hay realmente una paradoja.

18
La conocida como paradoja del montón o sorites con-
cierne a la posibilidad de que la línea fronteriza entre un
predicado y su negación necesite dibujarse con mucha pre-
cisión. Se trata de una paradoja que surge cuando se usa el
sentido común acerca de conceptos vagos. Por ejemplo,
mientras el sentido común dice:
a) un grano de arena, ni dos ni tres forman un montón; al añadir
granos de arena uno por uno, tampoco se obtiene un montón;
de allí que se pueda generalizar:
b) Si n granos de arena no forman un montón, tampoco lo serán
(n+1) granos
por otro lado, se sabe que
c) un conjunto grande de granos de arena, por ejemplo un millón,
forma un montón,
lo que da lugar a
d) Si n granos de arena son un montón, también lo serán (n−1)
granos.
Estas propiedades son inconsistentes pues, por medio
de la inducción, se comprueba que de a) y c) se obtiene
que un millón de granos de arena no forman un montón,
lo que contradice la propiedad b). Igualmente, al combinar
b) y d) se muestra que dos o tres granos de arena pueden
formar un montón, lo que contradice la propiedad a). Al
examinar esas propiedades se ve que expresan la idea de
que no hay una separación clara entre cuándo algo es un
montón y cuándo no lo es, pues las cuatro juntas señalan
que algo se puede ver como montón o como lo contrario.
El mismo problema aparece cuando se quiere definir
cuándo un hombre es calvo o a partir de qué punto comien-
za a ser calvo, o a partir de qué momento alguien es un
hombre rico; este segundo caso se refiere específicamen-

19
te a la posibilidad de que una persona que junta centavo
tras centavo se haga rica. Alguien dirá que esto es impo-
sible pues si tiene un centavo no es rica, ni si recibe otro
centavo y otro y otro... Este argumento se puede refutar
de manera pragmática (por ejemplo, diciendo que recibe
varias toneladas de centavos), pero lo interesante para los
propósitos es el razonamiento lógico, que es el desarrollo
del argumento en enunciados como los siguientes:
Un hombre que tiene un centavo no es rico.
Si no es rico con un centavo, tampoco lo será con un centavo más.
Por tanto, por más centavos que reúna, nunca se hará rico.
Un argumento es sólido si sus premisas son verdade-
ras; si así es, las reglas de la lógica dicen que la conclusión
también lo es. Como la primera premisa es verdadera y
al menos en apariencia la conclusión parece también ver-
dadera, parece sensato asumir que la segunda premisa es
falsa; para verificarlo, la convertimos en su negación: “Si
no es rico, lo será con centavo más”, que también se mues-
tra como falsa. De allí se desprende que existe o que debe
existir una línea divisoria precisa que separa el ser rico y
el no ser rico, pero la experiencia indica que este término,
“rico”, es vago. Por tanto, si la segunda premisa y su nega-
ción son ambas falsas, aquí no se sigue una de las tres leyes
fundamentales de la lógica, la del principio de contradic-
ción, que dice que nada puede ser una cosa y lo contrario al
mismo tiempo.12 Así, si un enunciado y su negación no se
ajustan al principio de contradicción (si uno es verdadero,
el otro debe ser falso), entonces hay aquí algo erróneo. La
12 Los otros dos principios fundamentales son el de identidad (si algo es p, entonces
es p), y el del tercero excluido (algo es p o no p, sin otra posibilidad).

20
paradoja sorites, y todas sus variantes, dice que un enun-
ciado y su negación pueden ser las dos falsas.
De allí que algunos lógicos digan que es necesario des-
cartar algunas leyes básicas, como la del tercero excluido;
otro dicen que el problema está en el carácter bivalente de
la lógica; otros más dicen que la paradoja no está expresa-
da con la precisión suficiente para poder ser tratada con la
lógica formal. En los últimos años se ha discutido mucho
acerca de esto y una solución, la llamada solución pere-
zosa, dice que cualquier carencia de certeza acerca de qué
decir, es simplemente cuestión de no haber decidido la pre-
cisión del concepto de calvicie o de riqueza. Hay muchos
que objetan esta manera de enfocar el problema y prefieren
pensar, por ejemplo, que hay algo “borroso” acerca ambas
nociones, que forman predicados vagos por la naturaleza
de las cosas. Como veremos adelante, Zenón hace un ar-
gumento similar acerca de los puntos en una recta: si un
punto no tiene tamaño, dice, añadir otro no produciría un
resultado mayor que el inicial; por tanto, nunca se llegará a
formar una recta o un objeto cualquiera a partir de la suma
de puntos. Actualmente se piensa que existen soluciones
formales para la sorites, pero que el problema está en la
ambigüedad de los términos: ser calvo, ser rico o formar
un montón son todos términos vagos; rico y no rico, por
ejemplo, son términos polares y entre uno y otro hay un
continuo sin una línea precisa que indique dónde se pasa
de uno al otro.
La tercera paradoja de Eubúlides, la del cornudo, se re-
laciona con la pregunta ¿Cuándo perdiste los cuernos?, la
cual no es simple sino que necesita ser reformulada cui-

21
dadosamente para evitar respuestas como “nunca” o “no
los he perdido”, ya que esta negación puede significar que
continúa con ellos o que antes tenía pero ya no, o que no
tiene ni nunca tuvo. La respuesta “no los he perdido” es
una respuesta correcta si de hecho es así, pero puede ser
que la siguiente frase del que pregunta sea: “Si no los has
perdido, todavía los tienes”, porque “perder” se entiende
como “tenía pero ya no tengo” y, por tanto, “no perder”
cubriría la alternativa “no tenía” así como “aún tengo”, en
cuyo caso lo que no se ha perdido no necesariamente aún
se tiene.
La última de las paradojas de Eubúlides es la del men-
tiroso, tal vez la más famosa paradoja de autorreferencia.
Desde la antigüedad tuvo muchas variaciones, por ejem-
plo la de Epiménides, un cretense que decía que todos los
cretenses eran mentirosos. Realmente no se trata de antino-
mia pues es simplemente falso que todos los cretenses sean
mentirosos; por tanto, la verdad o falsedad del enunciado
depende de circunstancias externas al enunciado mismo.
Pero si se plantea de modo diferente, por ejemplo, “Es-
toy mintiendo”, la situación cambia pues es claro que si el
que enuncia está mintiendo, lo que dice es falso; pero si es
falso que miente, entonces lo que dice puede ser verdad.
Se puede argumentar que “mentir” no es estrictamente de-
cir algo no verdadero sino simplemente que el enunciador
cree que no es verdadero, y en ese caso puede mentir aun-
que no lo crea. Pero a este argumento se le puede dar la
vuelta y reconstruir la paradoja de otra manera.
Otra versión de esta paradoja es la que se refiere al co-
codrilo que ha robado un niño; cuando la madre lo recla-

22
ma, el cocodrilo le dice que sólo tendrá de vuelta a su hijo
si adivina si se lo va a regresar o no; ante lo cual aquélla
le responde: “No me regresarás a mi hijo”. En esta para-
doja, desde el punto de vista del cocodrilo no importa que
la respuesta de la madre sea correcta o no: si es correcta,
se come al niño porque así lo dice la respuesta, si es inco-
rrecta se lo come por haber recibido una respuesta errónea.
Desde el punto de vista de la madre, tampoco importa si es
correcta o no: si es correcta le regresa al niño porque ésa es
la premisa, si es incorrecta, se lo regresará. Las premisas
del cocodrilo son: si la respuesta es correcta regresa al ni-
ño, pero si lo regresa la respuesta fue incorrecta, por tanto
no lo regresa. Por tanto, si el acuerdo se cumple se llega a
conclusiones contradictorias. Esta versión del cocodrilo de
la paradoja del mentiroso tiene la ventaja que no involucra
las resbalosas nociones de verdad y mentira13 pero es fácil
ver que se trata de una situación artificial.
Una versión de la misma en la que Protágoras es uno de
los protagonistas y en la que no está presente el artificio de
la paradoja del cocodrilo es aquella en la cual ese persona-
je hace un acuerdo con un estudiante de que le cobrará su
instrucción sólo cuando éste gane su primer caso. Para no
pagar, el estudiante no asume ningún caso y Protágoras lo
demanda. En el juicio, el estudiante asume su propia de-
fensa de modo que, si pierde ante Protágoras, no tiene que
pagarle pues así fue establecido, y si gana el caso tampoco
tendrá que hacerlo. Todas estas versiones o variaciones de
la paradoja del mentiroso tienen algo en común y es el he-
13 Los otros dos principios fundamentales son el de identidad (si algo es p, entonces
es p), y el del tercero excluido (algo es p o no p, sin otra posibilidad).

23
cho de que obligan a llegar a conclusiones contradictorias
acerca de la veracidad del enunciado.
Desde la época en que fue formulada, muchos filóso-
fos han comentado esta paradoja sea para explicarla o para
refutarla. Aristóteles lo intentó en varias ocasiones y su
forma de hacerlo permaneció como la única por más de
un milenio. Crisipo, Séneca, Aulo Gelio y Cicerón, entre
otros también hablaron de ella en la Antigüedad. Diógenes
Laercio dice que, además de otras obras sobre tópicos di-
versos, Crisipo, lógico estoico del siglo III aC., le dedicó
varios trabajos, entre ellos: “Introducción al mentiroso”,
“Réplica a quienes piensan que hay proposiciones que son
verdaderas y falsas”; “Réplica a los que dicen que el argu-
mento del mentiroso tiene premisas falsas”; y otros más.14
Séneca menciona la paradoja del mentiroso por su nombre
griego, pseudomenon, aunque realmente no la formula.15
Aulo Gelio es un poco más explícito en sus Nóches áticas:
“Cuando miento y digo que estoy mintiendo, ¿digo men-
tira o verdad?”.16 Cicerón intenta responder a esa misma
interrogante en Academica priora, donde aparece en una
clara formulación:
Si mientes y dices que es verdad, ¿estás mintiendo o di-
ciendo la verdad? [...] Si dices que mientes y estás dicien-
do la verdad, mientes; pero dices que mientes y dices la
verdad, por lo tanto mientes.17
14 Diogenes Laertius, Live of eminent philosophers, VII, 196–98.
15 Dice en una carta, con referencia a la frase del mentiroso, “¿Por qué me entretienes
con el ’argumento falaz’, como tú mismo lo llamas, sobre el que se ha escrito tanta
cantidad de libros? (Epístolas morales a Lucilio I)
16 Le nuits attiques, l, xvi-xx.
17 Libro II , xxix, 95-xxx, 97. “Claramente es un principio fundamental de la dialéctica

24
Las Refutaciones sofísticas de Aristóteles fueron el marco
para la discusión de los llamados insolubilia en la Edad
Media; allí aborda la discusión de la falacia de confundir
las cosas tomadas “de acuerdo con un cierto aspecto”, es
decir, según dice la traducción latina de las Refutaciones,
secundum quid et simpliciter, con aquellas otras conside-
radas en su totalidad. El problema que discute Aristóteles
es el de un hombre que hace el juramento de no cumplir
ese mismo juramento. Si se contempla desde una perspec-
tiva absoluta o total, ese hombre es un perjuro; pero visto
desde una perspectiva particular, con respecto a ese jura-
mento de romperlo, el hombre cumple el juramento. De
allí que Aristóteles se pregunte “¿Es posible que uno mis-
mo, a la vez, cumpla un juramento y perjure?” Y responde:
“en realidad, no es lo mismo que, si uno cumple un jura-
mento sobre esto o en este aspecto, es necesario también
que cumpla los juramentos sin más”, pues “el que ha ju-
rado que perjurará, al perjurar, cumple su juramento sólo
en esto, pero no cumple sus juramentos en general”.18 La
relación de este problema con la paradoja del mentiroso la
establece el propio Aristóteles en el parágrafo (180b2-3)
del mismo libro cuando dice que “el argumento es similar
al que concierne al hombre que al mismo tiempo miente y
dice la verdad”.
que cada enunciado (esto es, una proposición) es o verdadera o falsa. ¿Es una proposi-
ción o falsa ’Si dices que estás mintiendo y es verdad mientes?”. Cicerón XIX, De natura
deorum, Academica, 95. Cicerón llama inexplicabilia a estos problemas y en su tratado
Sobre la adivinación (II, 11) se refiere a ellos con a su nombre griego: “también serán
los dialécticos -y no los adivinos- quienes digan cómo puede refutarse ‘al que miente’
-al que llaman pseudómenos- o de qué modo puede hacerse frente a un sorites.”
18 Aristóteles, “Sobre las refutaciones sofísticas”, en Tratados de lógica (Órganon), I,

180a34-b1.

25
Sin embargo, no es obvio de qué modo esta nota de
Aristóteles se relaciona con la frase del mentiroso pues, al
menos como se interpretó de manera general, el que rompe
su juramento jura dos veces: una vez en la que mantiene
el juramento, que es aquella que dice que romperá el ju-
ramento; y otra (que realmente no importa cuál sea) que
rompe, con lo que cumple el primero. Es decir, rompe y
mantiene un juramento, aunque en realidad se trata de dos
diferentes: cuando rompe el segundo (cuando lo hace fal-
so) cumple el primero (lo hace verdadero). Si se interpreta
el pasaje como referido a un solo juramento, entonces sí se
puede conectar la frase del mentiroso con la falacia secun-
dum quid et simpliciter.
Desde la Antigüedad se ha discutido ampliamente de
modo específico esta paradoja, conocida desde entonces
como del mentiroso; Aristóteles la enuncia de varias ma-
neras pero la versión más conocida es aquella que dice
“Este enunciado es falso”. En la Edad Media, aunque los
comentaristas antes mencionados de la frase del mentiro-
so (Cicerón, Aulo Gelio) escribieron en latín, la lengua de
los medievales, mientras que los textos de Aristóteles no
tenían versiones fuera del griego, la influencia de éste en
la discusión de este problema fue mucho más fuerte; pero,
por ello mismo, ello sólo ocurrió hasta la baja Edad Me-
dia, cuando se contó con traducciones como la realizada
por Boecio, que fue cuando se volvió a tratar esta cues-
tión. En los albores de la época cristiana hubo alusiones a
la paradoja pero sin mucho conocimiento y con todas las
muestras de no haberla entendido. San Pablo, por ejemplo,
en la Epístola a Tito (1, 12) dice: “Uno de ellos, inclu-

26
so considerado como profeta, dijo ‘los cretenses, siempre
mentirosos, bestias del mal...’”. En este caso no hay para-
doja alguna pues puede ser el caso que ese profeta fuera
de un lugar diferente a Creta, además de que es muy difícil
de creer que ningún cretense dice la verdad. La formula-
ción de san Pablo es muy ambigua y de ninguna manera
puede verse como una paradoja; de hecho Pablo parece no
entender de qué se trata. Otra es la san Agustín, cuando, en
Contra los académicos (III, 13.29), se refiere a esa “menti-
rosa calumnia” que establece que “si es verdadero es falso,
si es falso es verdadero”; pero aun cuando pueda haber te-
nido al mentiroso como referencia, este pasaje parece no
ser suficiente para sugerir los problemas producidos por
esa paradoja.
Todos ellos hablaron de la paradoja del mentiroso en
los mismos términos que Aristóteles (es decir, que el pro-
blema del perjuro es similar al de quien afirma que algo
es simultáneamente verdadero y falso) por lo cual fue só-
lo hasta el periodo medieval cuando se mostró que la pa-
radoja del mentiroso era diferente a la cuestión discutida
por Aristóteles; aunque seguían hablando en términos del
secundum quid et simpliciter, diferían en los modos de tra-
tarlo. Tomás de Aquino, por ejemplo, en De fallaciis niega
que el mentiroso diga la verdad al decir que miente; trata
también de evitar las ambigüedades temporales por medio
del uso del presente.
Los escolásticos desarrollaron, entre los siglos XIII y
XV , la tradición de esos problemas considerados como irre-
solubles o al menos difíciles de resolver, los insolubilia;
casi todos se centraron en la cuestión del mentiroso y sus

27
variantes. Jean Buridan se refirió a algunas de ellas como
sofismas (de hecho, tituló el libro donde las menciona co-
mo Sophismata) y entre ellas está uno muy parecido a la
paradoja del encapuchado de Eubúlides. En ese libro cali-
fica a algunas paradojas como insolubles, que son las que
incluyen alguna forma de autorreferencia. En esa sección
discute la paradoja del mentiroso en varias de sus formas.
Buridan tiene una prueba de existencia de Dios que usa un
par de enunciados:
Dios existe.
Ninguna de las frases de este par es verdadera.
La única manera consistente de asignar valores de ver-
dad, esto es, que estas dos frases sean o verdaderas o fal-
sas, requiere hacer que la frase “Dios existe” sea verdade-
ra. Buridan hizo una de las formulaciones más rigurosas en
dos enunciados, uno a cargo de Sócrates que dice “Lo que
dice Platón es falso”, y la respuesta de éste: “Lo que dice
Sócrates es verdad”. Observa, además, que si se acepta que
lo que dice Platón es falso, entonces lo que dice Sócrates
debe ser verdad. Pero Sócrates afirma que Platón dice la
verdad, por tanto lo que él mismo dice debe ser falso. Es
decir, lo que dice el segundo es al mismo tiempo verdadero
y falso.
Buridan, como santo Tomás, toma en consideración la
cuestión del tiempo y piensa que hay una ambigüedad en
la expresión “al mismo tiempo”; por tanto, señala que to-
do enunciado debe estar asociado a un momento por lo
que, si ese momento no se especifica, surgen contradiccio-
nes. Concluye desde allí que la paradoja del mentiroso se

28
destruye si se determinan los tiempos apropiados, ya que
ambos enunciados pueden ser verdaderos en distintos mo-
mentos. Esto está asociado con un término antiguo, el de
transcasus.19 La teoría del transcasus, si así se puede decir,
sostiene que, en la proposición “Este enunciado es falso”,
el término “falso” se refiere no a la proposición en la que
ocurre sino más bien a alguna otra enunciada previamen-
te. Por tanto, cuando el mentiroso dice “Estoy mintiendo”,
lo que realmente quiere decir “Lo que dije hace un mo-
mento es una mentira”. Si el hablante no dijo antes nada,
entonces ese enunciado es simplemente falso y no surge
paradoja alguna.
Otra solución medieval aplica la doctrina de la cassatio;
este término simplemente significa “anulación” o “cance-
lación”, por lo que esa teoría dice que quien expresa una
proposición insoluble “no está diciendo nada”; por tanto,
cuando una persona afirma que miente, en realidad no di-
ce nada. Por tanto, se consideraba que frases como la del
mentiroso no expresan proposición alguna y por eso no
pueden considerarse como verdaderas o falsas sino como
carentes de significado. Se dice que esta doctrina se origi-
nó de un breve pasaje de la Metafísica de Aristóteles.
Muchos autores medievales trataron la cuestión de la
autorreferencia, como Alberto de Sajonia y Occam, quie-
nes sostenían que no se puede usar una parte de la tesis
para sustituir a la totalidad de la misma. De acuerdo con
19 Esta palabra no es del latín usual sino que fue la traducción en la Edad Media del

término griego metaptosis, que se refiere en la lógica de los estoicos a las proposiciones
que cambian su valor en el tiempo. La noción de transcasus, así como la de cassatio
que enseguida se describe han sido tratadas en Paul Vincent Spade, Insolubles, Stanford
Encyclopedia of Philosophy.

29
Occam, un enunciado que contiene las palabras “verda-
dero” o “falso” no se puede incluir en el alcance de esos
mismos términos. Aunque no lo dice de manera explícita,
parece haber aquí una especie de jerarquía de lenguajes,
como la que, muchos siglos más tarde, será enunciada por
Bertrand Russell. Cervantes también habla de esta parado-
ja sin mencionar su nombre en un conocido pasaje de la
segunda parte del Quijote, cuando Sancho es gobernador
de la ínsula Barataria;20 hay allí un río en el cual se exige
que todo aquel que lo cruce debe decir la razón para hacer-
lo; si dice la verdad se le permite pasar, pero si miente es
colgado. Un viajero que pasa por allí dice “Estoy aquí para
ser colgado”, lo que produce una paradoja pues si dice la
verdad se le debe liberar, pero si fuera verdad lo que dice
entonces debe ser colgado; si miente debe ser colgado y
entonces su enunciado sería verdadero.
20 En el capítulo LI de la segunda parte del Quijote, cuando llevan ante el gobernador

el caso, dice: “Señor, un caudaloso río dividía dos términos de un mismo señorío (y
esté vuestra merced atento, porque el caso es de importancia y algo dificultoso). Digo,
pues, que sobre este río estaba una puente, y al cabo della, una horca y una como casa
de audiencia, en la cual de ordinario había cuatro jueces que juzgaban la ley que puso
el dueño del río, de la puente y del señorío, que era en esta forma: ‘Si alguno pasare
por esta puente de una parte a otra, ha de jurar primero adónde y a qué va; y si jurare
verdad, déjenle pasar; y si dijere mentira, muera por ello ahorcado en la horca que allí
se muestra, sin remisión alguna’. Sabida esta ley y la rigurosa condición della, pasaban
muchos, y luego en lo que juraban se echaba de ver que decían verdad, y los jueces los
dejaban pasar libremente. Sucedió, pues, que, tomando juramento a un hombre, juró y
dijo que para el juramento que hacía, que iba a morir en aquella horca que allí estaba,
y no a otra cosa. Repararon los jueces en el juramento y dijeron: ‘Si a este hombre le
dejamos pasar libremente, mintió en su juramento, y, conforme a la ley, debe morir; y
si le ahorcamos, él juró que iba a morir en aquella horca, y, habiendo jurado verdad,
por la misma ley debe ser libre’. Pídese a vuesa merced, señor gobernador, qué harán
los jueces del tal hombre; que aun hasta agora están dudosos y suspensos. Y, habiendo
tenido noticia del agudo y elevado entendimiento de vuestra merced, me enviaron a mí
a que suplicase a vuestra merced de su parte diese su parecer en tan intrincado y dudoso
caso”.

30
Durante el periodo que va de fines del siglo XIX has-
ta la actualidad se han desarrollado muchas elaboraciones
sobre la paradoja del mentiroso. Una de ellas es la de Kurt
Grelling, quien propuso en 1908 una paradoja acerca de
la lengua según la cual algunos adjetivos se describen a sí
mismos y otros no: “corto” es un adjetivo corto pero “lar-
go” no es un adjetivo largo; “polisílabo” es polisílabo pero
el adjetivo “rojo” no es rojo. A los adjetivos que se descri-
ben a sí mismos los llama autológicos mientras que a los
que no lo hacen los llama heterológicos. Si el calificativo
heterológico se describe a sí mismo, entonces es autoló-
gico, de modo que no se describe a sí mismo. En otras
palabras, lo que Grelling realmente propone es llamar he-
terológico a todo predicado si no es verdadero acerca de sí
mismo, esto es, si él mismo no posee la propiedad que ex-
presa. Así, el predicado “alemán” es heterológico puesto
que no es un término de la lengua alemana, pero el pre-
dicado “deutsch” no lo es. La pregunta que conduce a la
paradoja es: ¿Es heterológico “heterológico”? Es fácil ver
que llega a una contradicción independientemente de si la
respuesta a esa pregunta es sí o no; es decir, el argumento
se desarrolla más o menos como en la paradoja del men-
tiroso. La paradoja de Grelling es autorreferencial puesto
que la definición del predicado heterológico se refiere a
todos los predicados, incluyendo allí el predicado hetero-
lógico mismo.
Éste es un buen ejemplo de lo que Poincaré trataba de
evitar cuando hablaba de definiciones impredicativas. El
matemático francés Henri Poincaré acuñó el término de
“impredicativo”, un término técnico con el cual se describe

31
una clase de autorreferencia que se debe evitar, al menos
en matemáticas. Dice que una definición impredicativa es
una definición de un objeto en términos de una clase que
contiene como elemento al objeto que se está definiendo.
Estas definiciones aparecen especialmente en la teoría de
conjuntos puesto que allí es relativamente fácil de tratar la
autorreferencia; aunque Poincaré hablaba no tanto de co-
lecciones sino de definiciones, se puede decir que este ca-
rácter de impredicativo se refiere a que lo que involucre el
todo de una colección no debe ser parte de esa colección.
Si se relaciona esta noción con la paradoja de Grelling, el
conjunto de los adjetivos se divide en dos partes por medio
de una propiedad particular; entonces, para ver en cuál de
las dos partes se sitúa, esa propiedad misma se trata co-
mo un adjetivo. La propuesta de Poincaré sería que, si deja
de hacerse esta operación, la paradoja de Grelling y otras
similares no pueden aparecer. Sin embargo, la aplicación
estricta de la regla de Poincaré a la lengua eliminaría varias
expresiones razonables; por ejemplo, como algunas pala-
bras son onomatopéyicas, sería legítimo preguntarse si el
adjetivo “onomatopéyico” es onomatopéyico.
Otra paradoja basada en una definición impredicativa es
la llamada paradoja de Berry, que consiste en lo siguien-
te. Algunas frases son descripciones de números naturales,
por ejemplo, “la suma de cinco más siete” es una descrip-
ción del número doce. A medida que los números se hacen
mayores, se necesitan cada vez más letras para describir-
los; de hecho, para todo entero positivo n, deben existir
números que no puedan describirse con menos de n letras.
La paradoja de Berry surge cuando se trata de determinar

32
la denotación de la siguiente descripción: “el menor nú-
mero que no puede ser referido por una descripción que
contenga menos de cien caracteres”.
Este enunciado describe un número definido, pero la
contradicción está en que esta descripción que contiene 96
caracteres denota un número que, por definición, no puede
describirse con cualquier descripción que contenga menos
de cien.21 La contradicción surge porque la propia noción
de descripción no está bien definida: se puede hacer una
descripción sólo dentro de un lenguaje formulado precisa-
mente, lo que no es el caso de las lenguas naturales. La
descripción es impredicativa puesto que implícitamente se
refiere a todas las descripciones, incluyendo a ella misma.
Se trata de un problema similar al de la definición de
verdad. Tarski mostró que, para lenguajes suficientemente
poderosos, las verdad de las oraciones no se puede definir
dentro del mismo lenguaje. Para el caso de enunciados en
una lengua, la verdad no puede definirse en esa lengua por-
que entonces se tendría la frase paradójica “Este enunciado
no es verdadero”.
La paradoja de Richard toma en consideración frases de
la lengua para definir números reales en lugar de números
naturales. Por ejemplo, “la razón entre la circunferencia y
el diámetro de un círculo” es una frase que define el núme-
ro Π. Supongamos que se puede dar una enumeración de
todas esas frases (por ejemplo, por orden alfabético). Aho-
ra consideremos la frase siguiente: “el número real cuyo
enésimo lugar decimal es 1 cuando el enésimo lugar deci-
21 Volveré a la paradoja de Berry en páginas posteriores.

33
mal de la enésima frase es cero; en cualquier otro caso es
cero”. Esta frase define un número real, de modo que de-
be estar entre las frases enumeradas, digamos en el lugar
k de esta enumeración. Pero, al mismo tiempo, por defini-
ción, difiere del número denotado por la kaésima frase en
el kaésimo lugar decimal. Entonces se tiene una contradic-
ción. Obviamente, esa frase es impredicativa. La construc-
ción particular empleada en esta paradoja se llama diago-
nalización, que es un método general de construcción y de
prueba inventado por Cantor para demostrar el carácter no
numerable del conjunto potencia de los números naturales
(método que no describiremos aquí); se usó también como
base para la paradoja de Cantor, que se desarrollará más
adelante.
En 1913, el matemático francés P. E. B. Jourdain creó
una versión moderna de la paradoja del mentiroso con una
tarjeta impresa en los dos lados; en el anverso dice: “El
enunciado del otro lado de esta tarjeta es verdadero”, y en
el reverso dice: “El enunciado del otro lado de esta tarjeta
es falso”. Tarski, por su parte, desarrolló una versión más
elaborada, de la que presentamos una versión simplificada.
Se tiene un libro en cuya primera página hay una frase que
dice “La frase de la página dos de este libro es verdadera”;
en la segunda página dice “La frase de la página tres de
este libro es verdadera”; y así continúa de modo que en
la página n dice “la frase de la página n+1 es verdadera”,
excepto en la última página donde se lee: “La frase de la
primera página de este libro es falsa”.22 Tanto ésta como

22 Alfred Tarski, Truth and proof, pp. 65-66.

34
las demás variaciones tienen un aspecto en común y es que
obligan a llegar a conclusiones contradictorias.
Existen muchas explicaciones para estas paradojas, pe-
ro ninguna de ellas es totalmente satisfactoria. La mayoría
de las discusiones involucran la exclusión de los enuncia-
dos que pueden producir esta paradoja, es decir, enuncia-
dos que se aplican a ellos mismos. Esto elimina enunciados
del tipo “esta frase es falsa”, pero casi todos los estudiosos
de la lógica concuerdan en que esta solución no funciona
para todas las versiones de la paradoja del mentiroso. Por
ejemplo, en la de Jourdain, cada frase por sí sola no se re-
fiere a ella misma sino que se deben tomar las dos juntas
para obtener la autorreferencia. Lo mismo para la paradoja
del libro de Tarski, que sólo tomadas todas las frases de
todas las páginas está presente la autorreferencia. Todo es-
to muestra las dificultades para llegar a una definición de
autorreferencia.
Se puede construir una definición de la autorreferencia
usando la paradoja del mentiroso como modelo; por ejem-
plo, se puede decir que una frase es autorreferencial si el
sujeto de la frase es ella misma.23 Con ello se afirmaría
que las frases autorreferenciales no tienen valor de verdad,
y esto permitiría eliminar frases como la del mentiroso. Sin
embargo, esa definición se aplicaría también a otras frases
que parecen ser verdaderas o falsas, como es el caso de las
siguientes:
Esta frase tiene cinco palabras.
Esta frase es autorreferencial.
23 Bryan Bunch, Mathematical fallacies and paradoxes, p. 98.

35
Esta frase está en inglés.
O, peor aún, la definición no podría aplicarse a frases
que dicen lo mismo que las anteriores, que son sus pará-
frasis, como
Cinco palabras son usadas en esta frase.
Por supuesto, en este caso, el valor de verdad (si existe)
cambia en la paráfrasis y no es claro que tales frases refor-
muladas sean autorreferenciales pues, al decir, por ejem-
plo, “cinco palabras son usadas en esta frase”, parece ser
que el sujeto de la frase es “cinco palabras” y en este ca-
so no sabemos más de cuáles cinco palabras se trata. Otra
complicación es que algunas frases consideradas como au-
torreferenciales en una lengua pueden ser verdaderas, pero
son falsas cuando se traducen a otra; es el caso de la que
dice “esta frase está en inglés”, que es falsa, pero traducida
al inglés es verdadera.
En el siguiente apartado veremos algunos aspectos de la
paradoja del mentiroso con la ayuda de herramientas pro-
porcionadas por las nuevas perspectivas de la lógica y las
matemáticas introducidas a finales del siglo XIX y princi-
pios del XX, con las cuales las investigaciones se situaron
en un terreno diferente.

La paradoja del mentiroso desde la teoría de conjuntos


El primer intento moderno de resolver la paradoja es el
de Bertrand Russell, quien dice que la paradoja del men-
tiroso se origina por el círculo vicioso que se produce a
partir del supuesto de que un conjunto puede contener ele-
mentos que sólo se definen a partir del propio conjunto. La

36
llamada paradoja del barbero, de la que hablaremos ense-
guida, fue planteada por Russell en los primeros años del
siglo XX, y tiene una estructura paralela a otra establecida
por él mismo unos años antes, la cual se refiere a los con-
juntos, en especial a los conjuntos que no son miembros de
ellos mismos. La tesis que se establece con esa paradoja es
que, a cada descripción o cualidad específica, corresponde
un conjunto; es decir, que para construir un conjunto se de-
be especificar la condición necesaria y suficiente para que
algo sea un miembro de ese conjunto.
En la teoría de conjuntos propuesta originalmente por
Cantor, la cual como veremos es una teoría ingenua, que no
se sostiene, la paradoja surge al considerar el conjunto de
todos los conjuntos que no son miembros de sí mismos, lo
cual permite llegar a la conclusión de que un conjunto apa-
rece como miembro de sí mismo si y sólo si no es miembro
de sí mismo; de allí la paradoja. Un ejemplo de conjunto
que es miembro de sí mismo es el conjunto de todos los
conjuntos con más de diez miembros; allí se incluyen los
conjuntos de los perros, de las mesas, de los árboles, de
las personas, etc. Es fácil ver que el conjunto de todos los
conjuntos con más de diez miembros contiene más de diez
miembros, por lo cual es miembro de sí mismo. Pero hay
muchos otros conjuntos que no se contienen a sí mismos:
el conjunto de los planetas no es un planeta, por lo cual no
se contiene a sí mismo. Estas ideas hacen plantear la pre-
gunta si es el conjunto de todos los conjuntos que no son
miembros de sí mismos miembro de sí mismo.
Si A es el conjunto de todos los conjuntos que no son
miembros de sí mismo, hay dos posibilidades: si no lo es,

37
entonces está incluido porque es el conjunto que contiene
a todos los que no son miembros de sí mismos; pero si
es miembro de sí mismo, entonces no lo está porque sólo
incluye a los que no lo son. Por tanto, A no puede ser ni no
ser miembro de sí mismo. Es decir, el conjunto de todos
los conjuntos que no son miembros de sí mismos no es
miembro de sí mismo si y sólo si es miembro de sí mismo.
Y esto es una contradicción.
Russell descubrió esta paradoja en 1901. Burali-Forti
había descubierto una paradoja similar en 1897, cuando
observó que, como el conjunto de todos los números ordi-
nales está ordenado, por tanto ese conjunto debe también
tener un ordinal. Sin embargo, este ordinal, que es más
grande que todos los ordinales que forman el conjunto, de-
be ser miembro del conjunto como cualquiera de los de-
más miembros.24 La paradoja de Russell, sin embargo, a
diferencia de la paradoja de Burali-Forti, no involucra ni
números ordinales ni cardinales, sino sólo la noción primi-
tiva de conjunto. La paradoja de Russell se asemeja a otras
como la de Grelling y a la de Richard pero se distingue
de ellas por su sencillez puesto que sólo incluye los con-
ceptos elementales de “ser miembro de” y de “conjunto”,
mientras que aquéllas requieren de un lenguaje ambiguo
y son de naturaleza semántica. Esta paradoja tuvo el gran

24 Los números ordinales (los que dan la posición de los objetos) no pueden formar un

conjunto, a diferencia de los números naturales. Cada número ordinal puede definirse
como el conjunto de todos sus predecesores: n se define como {0, 1, 2, ... n – 1}. Si
los números ordinales formaran un conjunto, éste sería un número ordinal mayor que
cualquier número en el conjunto, y esto contradice la aserción de que el conjunto contie-
ne todos los números ordinales. Aunque los números ordinales no forman un conjunto,
pueden verse como una colección llamada clase.

38
mérito de ejercer una fuerte influencia en el pensamiento
matemático del siglo XX.
Pocos años antes de que Russell postulara su parado-
ja, Cantor había extendido la paradoja de Burali-Forti a
los conjuntos. Como vamos a hablar con cierta extensión
de la teoría de conjuntos, vamos a revisar algunos de los
conceptos principales asociados con ella. En primer lugar,
esta teoría es la ciencia matemática del infinito y estudia
las propiedades de los conjuntos, esos objetos abstractos
que atraviesan todas las matemáticas modernas. El término
“conjunto” se refiere a cualquier colección de objetos de
algún tipo; el principio fundamental es que cualquier obje-
to que pueda ser singularizado por medio de la lengua pue-
de ser reunido en un conjunto. Por ejemplo, el conjunto de
todos los enteros que son divisibles por 3 o el conjunto de
todas las funciones continuas reales de dos variables, etc.25
Con los conjuntos se pueden realizar ciertas operaciones,
como adición y multiplicación. El concepto de conjunto se
ha usado con éxito en muchas ramas de las matemáticas,
por ejemplo, en la geometría; las nociones familiares de
la geometría, como líneas, círculos, triángulos, cubos, etc.,
obtuvieron nuevas definiciones como conjuntos de puntos
que satisfacen varias condiciones. Si un conjunto es una
colección de objetos, los objetos que pertenecen a ella son
sus elementos o miembros; no necesariamente se trata de
colecciones concretas de objetos reales; de hecho, las ma-

25 Estaríamos tentados a decir que dada cualquier propiedad P, existe un conjunto cu-

yos miembros son todos los conjuntos que tienen esa propiedad. Como se verá adelante,
tal suposición es lógicamente inconsistente, y los principios de construcción aceptados
son algo más débiles que los de ese postulado.

39
temáticas se interesan principalmente por conjuntos cuyos
miembros son objetos abstractos, por ejemplo, el conjunto
de todos los números. Cuando se conocen los elementos
de un conjunto, éste se considera conocido. La forma más
simple de especificar un conjunto es por medio de un lis-
tado de todos sus elementos. Dos conjuntos son iguales
si tienen los mismos elementos, aunque el orden sea di-
ferente. Existen muchos tipos de conjuntos, como los que
tienen un número infinito de elementos (por ejemplo, el de
los números naturales), los que poseen un número finito de
elementos, los conjuntos de un solo elemento,26 y los que
no tienen elementos, como el conjunto vacío, que tiene una
existencia real aunque sus elementos no existan.
El lenguaje de la teoría de conjuntos, en su simplici-
dad, es lo suficientemente universal para formalizar todos
los conceptos matemáticos, por lo que se puede decir que,
junto con el cálculo de predicados, constituye el verdadero
fundamento de las matemáticas.27 La teoría de conjuntos
tiene una poderosa estructura interna y sus métodos sir-
26 Estos conjuntos no se confunden con el elemento mismo; es decir, {x} y x no son

iguales.
27 Una explicación no técnica del cálculo de predicados así como de la teoría de con-

juntos se puede encontrar en C. González Ochoa, Prueba, verdad, demostración. Notas


sobre el juego de la lógica. El lenguaje de la teoría de conjuntos se basa en la relación
fundamental de “ser miembro de”. Si dice que A es miembro de B si B contiene a A
como uno de sus elementos. Un conjunto está determinado por sus elementos; por tanto,
dos conjuntos se consideran iguales si tienen exactamente los mismos elementos. Por
medio de esa relación se pueden derivar otros conceptos asociados con conjuntos tales
como los de unión e intersección. Un conjunto C es la intersección de dos conjuntos A y
B si sus miembros son exactamente aquellos objetos que son o miembros de A o miem-
bros de B; y la unión de A y B es un conjunto C cuyos elementos son los de A junto con
los de B; C está determinado porque se han especificado cuáles son sus elementos. Así,
los conjuntos se combinan para producir otros conjuntos, y la unión y la intersección
son dos de esas formas de combinación.

40
ven como herramienta para aplicaciones en muchos cam-
pos matemáticos. Con su énfasis en la consistencia y en la
prueba, tiene la función de evaluar el poder y la consisten-
cia de los postulados matemáticos.

Los conjuntos finitos se especifican haciendo explícita


la lista de sus miembros; los conjuntos infinitos no pueden
definirse de esta manera sino por otros medios; por ejem-
plo, el conjunto infinito de los números naturales pares se
representa como {2, 4, 6,...}; otros conjuntos infinitos a ve-
ces se tienen que describir con palabras, como en el caso
de “el conjunto de todos los números primos”. Hay una re-
lación muy estrecha entre la teoría de conjuntos y la teoría
de los números ya que el número es una propiedad de los
conjuntos; sin embargo, cuando los matemáticos comenza-
ron a pensar sobre su naturaleza, vieron que era más fácil
determinar cuándo dos números son iguales que establecer
qué son. Por ejemplo, no es necesario saber cuántos asien-
tos tiene un auditorio para saber que, si todos están ocupa-
dos por una persona, habrá tantos asientos como personas.
Es decir, que el concepto de “mismo número” no depende
del concepto de número. En general, se puede determinar
más fácilmente cuándo dos objetos dados tienen una pro-
piedad en común que determinar cuál es esa propiedad.

Por la misma época en que se desarrollaba la teoría de


conjuntos, Frege intentaba definir el concepto de número;
su idea central era dividir los grupos en clases de mane-
ra tal que todas tuvieran el mismo número de elementos;
“esas clases –dice– se comportan como números, por lo

41
que se puede decir que son números”.28 Por tanto, dos con-
juntos tienen el mismo número de elementos si y sólo si
existe entre ellos una correspondencia uno a uno, es decir,
biunívoca. De allí el conjunto de clase al cual pertenece
un conjunto dado: dos conjuntos tienen el mismo número
si y sólo si pertenecen a la misma clase; por tanto, si se
conoce la clase, se conocen también los números. A ca-
da conjunto está asociado algo llamado su número; si dos
conjuntos tienen el mismo número es que tienen la misma
cantidad de elementos. Esta propiedad y la que postula la
existencia de los números son los axiomas a partir de los
cuales se define la totalidad de los números, así como toda
la aritmética.
Para comprender qué es el número se parte de que los
números reales se pueden describir en términos de enteros,
y éstos, a su vez, en términos de números naturales;29 fi-
nalmente, los números naturales se definen en términos de
conjuntos. Por medio de la teoría de conjuntos es posible
construir el número infinito de números naturales a partir
de nada, es decir, a partir del conjunto vacío: si el número
0 se define como el conjunto vacío; entonces el número 1
es el conjunto que tiene exactamente un miembro, el nú-
mero 0: {0}. 2 es el conjunto que tiene como miembros 0
y 1: {0, 1}, 3 es el conjunto {0, 1, 2}, etc. Cada vez que se
define un nuevo número se usan los anteriores en su defini-
ción. El número n es el conjunto formado de 0 y de todos
los números naturales menos uno: n = {0, 1, 2, ..., n-1}.
28 Cfr.Gottlob Frege, Conceptografía. Los fundamentos de la aritmética.
29 Los números naturales son los enteros positivos, además del cero (aunque algunos
no lo incluyen).

42
Un conjunto puede contener no sólo miembros como
los mencionados sino también otros elementos que son a
su vez conjuntos; se llaman entonces subconjuntos. Pa-
ra ilustrar esto, pensemos en un conjunto cualquiera, por
ejemplo {a, b, c}, conjunto de tres miembros. Este conjun-
to puede tener ocho subconjuntos: primero los subconjun-
tos que incluyen sólo un elemento: {a}, {b}, {c}; luego a
los que incluye dos: {a, b}, {b, c}, {a, c}; después al que
incluye los tres: {a, b, c}; finalmente el conjunto vacío, que
se simboliza como {Ø}.
Como para cada subconjunto hay dos posibilidades de
que cada miembro sea parte de él, en el caso de este con-
junto de tres miembros, el total de subconjuntos es 23 , es
decir, ocho; en general, para cualquier conjunto finito de
n miembros, el número de subconjuntos es 2n ; como este
número es siempre mayor que n, siempre habrá más sub-
conjuntos que miembros. Para cualquier conjunto, el con-
junto de sus subconjuntos contiene más miembros que el
conjunto mismo. Si tenemos el conjunto A, el conjunto de
todos los subconjuntos de A se denomina el conjunto po-
tencia de A y se representa como P(A), que siempre es
mayor que A. Ahora bien, si pensamos en el conjunto de
todos los conjuntos, aquel que incluye todos los conjuntos
posibles, éste también contiene una cantidad de conjuntos
que es mayor que él mismo; es decir, la suma de todos sus
subconjuntos (que es un conjunto y por tanto está incluido
en aquél) es mayor que él. ¿Cómo puede existir un sub-
conjunto mayor que el conjunto del cual es parte? En estas
ideas están formuladas las bases de las paradojas de Cantor
y de Russell.

43
Si N es el conjunto de los números, P(N) es mayor que
N. A esto a veces se le llama el teorema de Cantor, el cual
tiene como consecuencia que, si N es el conjunto de los
enteros positivos, P(N), el conjunto potencia de N, el que
agrupa todos sus subconjuntos, debe ser mayor que N; co-
mo P(N) es otro conjunto que a su vez tiene como conjunto
potencia P(P(N)) que es mayor que P(N), y así de manera
sucesiva. Por tanto, para cualquier conjunto existe siempre
un conjunto mayor, y los tamaños de los conjuntos no tie-
nen fin. Según este razonamiento, debe haber un número
infinito de infinitos de diferente tamaño: En consecuencia,
Por ello este razonamiento conduce a una paradoja: supon-
gamos que A es el conjunto de todos los conjuntos; por el
teorema de Cantor existe un conjunto mayor que A, pe-
ro ¿cómo puede ser que exista un conjunto mayor que el
conjunto de todos los conjuntos? En este ejemplo, P(A)
sería un subconjunto de A ya que éste contiene todos los
conjuntos, pero ya se ha dicho que el conjunto potencia es
siempre mayor, P(A) es mayor que A; por tanto, se tiene el
caso de que un subconjunto es mayor que el conjunto del
cual es parte. Volveremos a los conjuntos.
La paradoja de Cantor fue reformulada más tarde por
Russell donde se pone de manifiesto la noción básica de
los conjuntos, la de “ser miembro de”, la cual tiene un ca-
rácter intuitivo pero no está definida. Lo común es que un
conjunto no sea miembro de sí mismo; por ejemplo, el con-
junto de los elefantes no es un elefante, el de los números
naturales no es un número natural, por tanto no pertenecen
a sí mismos. Estos conjuntos se pueden denominar nor-
males. Pero existen conjuntos que se contienen ellos mis-

44
mos como miembros; por ejemplo, el conjunto de todos los
conjuntos que tienen más de diez miembros tiene él mismo
más de diez miembros, por tanto está incluido en sí mis-
mo; sólo por hacer un paralelo con el otro grupo, se puede
llamar no normales a estos conjuntos. La paradoja es la si-
guiente: ¿es normal o no normal el conjunto de todos los
conjuntos normales? Si se responde que es no normal, en-
tonces él mismo es uno de sus miembros; pero como tiene
sólo miembros normales se produce una contradicción. Y
si se responde que es normal, no es miembro de sí mismo;
sin embargo, como contiene todos los conjuntos normales,
debe ser miembro de sí mismo, lo que también es contra-
dictorio.
La variante de Russell de esta paradoja se convirtió en
su versión más conocida; es la del barbero de cierto pue-
blo que afeita a todos los habitantes que no se afeitan a
sí mismos y sólo a ellos. El barbero no afeita a nadie que
se afeite a sí mismo, pero cualquiera que no se afeita a sí
mismo es afeitado por el barbero. La pregunta es si el bar-
bero se afeita él mismo; si lo hace, afeita a alguien que
no se afeita a sí mismo, por lo cual viola la regla; si no lo
hace, es uno de los habitantes que no se afeita a sí mis-
mo, y entonces debe afeitarse él mismo, lo que lleva a una
contradicción. El matemático Ian Stewart da otra versión
de esta paradoja:30 en una gran biblioteca se encuentran
algunos libros que son los índices de la totalidad de los li-
bros de la biblioteca o catálogos de referencia. En algunos
de ellos están todos los libros, incluidos ellos mismos; en

30 Ian Stewart, Concepts of modern mathematics, p. 287.

45
otros no están incluidos. Para aclarar esta situación, el bi-
bliotecario hace un catálogo, C, de todos los catálogos que
no se incluyen a sí mismos; aquí el problema es si C se
incluye a sí mismo. Si sí lo hace, entonces está en C, de
modo que está entre los que no se incluyen a sí mismos; si
no lo hace, entonces no se incluye, por lo cual debe estar
en C. En términos generales, si A es el conjunto de todos
los conjuntos que no son miembros de sí mismos, ¿es A
miembro de sí mismo o no lo es? Smullyan menciona otra
variante:31 todo municipio debe tener un alcalde, que pue-
de ser o no residente del municipio del cual es alcalde. El
municipio de Arcadia es exclusivo para alcaldes no resi-
dentes: todos los que no residen en sus municipios deben
vivir allá. Arcadia tiene un alcalde y la cuestión es si és-
te debe residir en Arcadia o no. Esta ley es inconsistente
porque, si vive en Arcadia quebranta la ley, porque sólo
los alcaldes no residentes deben vivir en Arcadia; si vive
fuera, también la quebranta porque sería un alcalde que no
reside en su municipio, por lo que debe vivir en Arcadia.
La solución que Russell propone con su teoría de los
tipos es que se pueden evitar las paradojas si se rechazan
los enunciados que generan el círculo vicioso por carecer
de significado, es decir, por no ser ni verdaderos ni falsos.
Esa teoría distingue distintos tipos de proposiciones: si x y
y son objetos son del tipo 0; si se habla de esos objetos en
términos de sus propiedades, los enunciados son del tipo 1;
pero si se toma como objeto del enunciado a las propieda-
des mismas, esos enunciados son de tipo 2. En general, la

31 Raymond Smullyan, Satan, Cantor and infinity.

46
verdad o falsedad de una proposición de tipo n sólo puede
determinarse mediante una proposición de tipo n+1.
Tarski, en su ensayo “Truth and Proof”, publicado en
1969, va en ese mismo sentido al hacer la distinción for-
mal entre lenguaje objeto y metalenguaje.32 Con esta for-
malización, Tarski mostró que es imposible construir una
definición formal de la verdad o la falsedad cuando el or-
den del metalenguaje equivale al orden del lenguaje. Según
él, el mentiroso puede mentir en el lenguaje L pero no pue-
de determinar el nivel de verdad del enunciado “yo mien-
to” en el lenguaje L; para hacerlo debe hablar en L1 . Si
no se especifican los niveles de lenguaje, el enunciado del
mentiroso se usa y se menciona a la vez, y esa ambigüe-
dad genera la paradoja. Muchos estudiosos han destacado
la relación entre la jerarquía de lenguajes de Tarski y los
trabajos de Gödel, quien demostró que es imposible cons-
truir un sistema de axiomas completo y coherente para la
aritmética; en páginas posteriores revisaremos brevemen-
te el enfoque de Gödel después de ver qué es el método
axiomático.
Russell rechaza la idea de que a cada predicado corres-
ponda un conjunto; es decir, que para cada propiedad o ca-
racterística exista necesariamente un conjunto cuyos ele-
mentos posean esa propiedad o característica. Para él, los
predicados con consecuencias contradictorias no poseen
significado y no pueden generar un conjunto. Por medio
32 En sus palabras: “Debemos hacer una distinción estricta en el lenguaje el cual es el

objeto de nuestra discusión y para el que intentamos en particular construir la definición


de verdad, y el lenguaje en el que se formula la definición y en el cual se van a estu-
diar sus implicaciones. El último se refiere como el metalenguaje y el primero como el
lenguaje objeto”. (Truth and proof, p. 69.)

47
de este recurso, Russell consigue eliminar la paradoja, pe-
ro esa restricción tiene graves consecuencias para la teoría
de conjuntos ya que obliga a distinguir diferentes niveles
de lenguaje. La solución de Russell se asemeja a la que da
Tarski a la paradoja del mentiroso en el hecho que conduce
a descartar conceptos muy arraigados en la intuición.
Antes de continuar, vamos a introducir una idea más, la
de conjunto infinito. La noción de infinito siempre perma-
neció un poco confusa fuera del dominio de las matemá-
ticas; incluso dentro de las matemáticas no había mucha
claridad.33 Desde los antiguos griegos, siempre se ha sos-
pechado de su uso; Aristóteles, por ejemplo, nunca habló
de un infinito real sino sólo potencial, y Euclides tuvo mu-
cho cuidado para no hablar de él, como en el caso de lo
que se conoce como su quinto postulado o de las parale-
las, o en la prueba de los números primos, que no dijo que
éstos eran infinitos en número sino que sólo afirmó que
no hay un último número primo. Los filósofos posterio-
res tuvieron también dificultades para hablar del infinito
con relación a los números pues si los números natura-
les son abstracciones de propiedades físicas (como lo es el
color rojo en los objetos de ese color), entonces, ¿dónde
están los objetos (o el conjunto de ellos) de los cuales pue-
de abstraerse el infinito? Por otro lado, si los números son
construcciones de la mente humana, ¿cómo puede un obje-
to finito como la mente construir algo infinito? Un modelo
33 Dentro de la abundante bibliografía sobre el infinito que no tiene un carácter ma-

temático, se destaca el libro de Zellini, Breve historia del infinito. Para mis propósitos,
basta la siguiente frase de Borges: “Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador
de los otros. No hablo del Mal, cuyo limitado imperio es la ética; hablo del infinito”.
(Avatares de la tortuga).

48
de infinito es el número de puntos en una línea; el hecho
es que desde la antigüedad siempre se tuvo conciencia que
la noción de infinito puede producir paradojas, y ése es el
caso de Zenón.
Uno de los principios básicos de la teoría de conjuntos
es la existencia de los conjuntos infinitos, y Cantor mostró
que las leyes que operan para los conjuntos finitos son tam-
bién válidos para los infinitos. El ejemplo primero y más
importante de conjunto infinito es la secuencia de enteros
positivos: 1, 2, 3, 4, ..., n. Un conjunto puede tener un nú-
mero finito o infinito de miembros; los conjuntos infinitos
aparecen en las matemáticas por todas partes puesto que
los objetos con los que trata esta disciplina no se estudian
como individuos sino como elementos de agregados que
contienen varios objetos del mismo tipo, como es el caso
del conjunto de los enteros o el de los números reales.34
Dado un número natural n, decir que un conjunto tiene n
miembros significa que se puede poner ese conjunto en una
correspondencia uno a uno con el conjunto de los enteros
positivos de 1 a n. De hecho, es esto lo que significa con-
tar, porque cuando se cuenta un conjunto finito de objetos,
simplemente se establece una correspondencia biunívoca
entre esos objetos y el conjunto de los números naturales.
Si un conjunto es infinito, entonces si se quitan n elemen-
tos del conjunto, sigue siendo un conjunto infinito.
Un conjunto infinito tiene la propiedad de que se pue-
de poner en correspondencia biunívoca con una parte de él
34 Aunque la noción de infinito no desempeña un papel importante en los desarrollos

de la paradoja del mentiroso, sí lo hace en las paradojas de Zenón, que son el tema de la
segunda parte de este trabajo.

49
mismo. Esta propiedad fue observada por Galileo en 1638
al mostrar que los cuadrados de los números enteros posi-
tivos podían ponerse en correspondencia con los mismos
enteros positivos; es decir,

1 4 9 16 25 n2

l l l l l l
1 2 3 4 5 n

La primera pregunta que debe responderse en la cons-


trucción de una teoría del infinito es si dos conjuntos infi-
nitos cualesquiera son necesariamente del mismo tamaño
o si los conjuntos infinitos tienen diferentes tamaños.
El concepto de infinito puede formularse precisamente
en el lenguaje de la teoría de conjuntos sólo mediante la
relación ya mencionada de “ser miembro de”, y la defini-
ción captura el significado aceptado de “infinito”. Con el
uso de los principios de construcción básicos y al asumir
la existencia de conjuntos infinitos, se pueden definir los
números, incluyendo los enteros, los números reales y los
números complejos, así como funciones, conceptos fun-
cionales, geométricos y topológicos, así como todos los
objetos estudiados en matemáticas. En este sentido, la teo-
ría de conjuntos sirve como fundamento de las matemáti-
cas. Ello significa que todas las cuestiones de verificación
(o no verificación) de los postulados matemáticos en prin-
cipio pueden reducirse a cuestiones formales de derivación

50
de los axiomas generalmente aceptados de la teoría de con-
juntos.
Para comparar la magnitud de dos diferentes conjuntos
se usa la noción de equivalencia: si los elementos de los
conjuntos A y B pueden ponerse en correspondencia uno
a uno de modo que a cada elemento de A corresponda uno
y sólo un elemento de B y viceversa, entonces la corres-
pondencia es biunívoca y se dice que A y B son equiva-
lentes. En conjuntos finitos, ser equivalentes coincide con
la igualdad de número. La idea de Cantor fue extender la
equivalencia a los conjuntos infinitos; así, por ejemplo, el
conjunto de los números naturales y el de los puntos en
una línea son equivalentes.
Según Russell, “si un conjunto es parte de otro, el que
es parte tiene menos términos que aquel del que es par-
te. Este axioma es cierto para números finitos. Los ingle-
ses, por ejemplo, son sólo una parte de los europeos, y hay
menos ingleses que europeos. Pero cuando llegamos a los
números infinitos esto ya no es cierto”.35 En un conjun-
to infinito, si se quitan n elementos, el conjunto resultante
continúa con un número infinito de elementos; de allí la
definición de Russell: “Un conjunto de términos es infini-
to cuando contiene como partes otros conjuntos que tienen
tantos términos como él. Si se puede sacar algunos elemen-
tos sin que disminuya el número de los términos, entonces
estamos antes un conjunto de un número infinito de térmi-
nos”. La propiedad de poner en correspondencia biunívoca
un conjunto con una parte de sí mismo, propiedad que for-
35 BertrandRussell, Los metafísicos y las matemáticas, en J. R. Newman, Sigma. El
mundo de las matemáticas, vol. 4), p. 375.

51
ma parte de la definición de los conjuntos infinitos, puede
verse como paradójica.
Si P es el conjunto de los enteros pares y N el de los
enteros en general, entonces P es un subconjunto de N. Un
subconjunto A del conjunto B se llama subconjunto propio
si A no contiene todos los elementos de B. Si P es el con-
junto de los enteros positivos y el conjunto I es el de los
positivos impares, ambos pueden estar en corresponden-
cia uno a uno y aún así I es un subconjunto propio de P.
Por tanto, un conjunto infinito tiene la propiedad de tener
correspondencia con un subconjunto propio de sí mismo.
En los conjuntos finitos se habla de números ordinales
mientras que en los conjuntos infinitos, de cardinales. Con-
tar es el modo elemental de saber cuántos términos tiene
un conjunto, y la enumeración da el número ordinal de tér-
minos; o sea, la acción de contar organiza los términos en
una serie, pues no se pueden contar objetos sin poner unos
primero y otros después, de manera que la cuenta siempre
tiene un orden. En los conjuntos infinitos, el resultado no
se obtiene por el proceso de contar y enumerar los térmi-
nos sino de un modo que establece si dos conjuntos tienen
el mismo número de términos o cuál es mayor.
No dice cuántos términos tiene el conjunto, pero sí di-
ce si otro conjunto es mayor o menor. El concepto funda-
mental en la teoría del infinito es el de cardinalidad de un
conjunto. Dos conjuntos A y B tienen la misma cardinali-
dad si existe una correspondencia uno a uno del conjunto
A al conjunto B, esto es, que asigna a cada elemento de A
exactamente un elemento de B. Es claro que cuando dos
conjuntos son finitos, entonces tienen la misma cardina-

52
lidad si y sólo si tienen el mismo número de elementos.
Se puede extender el concepto de número de elementos a
conjuntos arbitrarios, incluso infinitos. A primera vista, no
parece que pudiera haber conjuntos infinitos de diferentes
cardinalidades, pero una vez que esto se aclara se sigue
rápidamente que la estructura descrita por la teoría de con-
juntos es realmente de una gran riqueza.
Dos conjunto con la misma cantidad de elementos com-
parten la cardinalidad, que es la característica comparti-
da entre conjuntos equivalentes. Para cualquier conjunto
con un número finito de elementos, su cardinalidad es este
número. Este concepto también se aplica a los conjuntos
infinitos. Cantor desarrolló la noción de conjunto infinito
numerable (o contable). Un conjunto es numerable si pue-
de ponerse en correspondencia uno a uno con el conjunto
de los enteros positivos. Para comparar conjuntos infinitos
usó la correspondencia uno a uno.
Al hecho de que los subconjuntos de los números na-
turales tengan la misma cantidad de elementos que el con-
junto completo lo llamó la cardinalidad del conjunto; por
ejemplo, el conjunto de los números pares tiene la misma
cardinalidad que el de los números naturales pues se pue-
den poner en correspondencia biunívoca; lo mismo ocurre
con los números cuadrados. El conjunto de los enteros po-
sitivos y negativos también tiene igual número de miem-
bros que el de los números naturales, por lo que su cardi-
nalidad es la misma. Cuando examinó el conjunto de los
números racionales, encontró que éstos poseen una pro-
piedad que no comparten con los anteriores y que consis-
te en que entre dos números naturales se puede encontrar

53
una multitud de números racionales, por lo cual parecería
que hay más racionales que naturales, pero Cantor mostró
que entre ambos conjuntos hay también correspondencia
biunívoca.
Todos esos conjuntos parecían como no numerables pe-
ro su examen mostró que sí lo eran, que aunque intuitiva-
mente todos parecen mayores que el conjunto de los núme-
ros naturales, pero en realidad son equivalentes; en otros
términos, son numerables; es también numerable el con-
junto de las fracciones positivas así como el de las fraccio-
nes positivas y negativas. Todos los conjuntos menciona-
dos tienen el mismo cardinal y de allí concluyó que todo
conjunto infinito numerable tiene el mismo número cardi-
nal, al cual llamó ℵ0 . Este cardinal tiene una propiedad
interesante que se ilustra fácilmente sumando dos subcon-
juntos del conjunto de los naturales: sean P e I los conjun-
tos de los números positivos pares e impares. La unión de
ambos da como resultado N, el total de los números posi-
tivos. Por definición de la adición, el cardinal de N sería
la suma de los cardinales de P y de I, pero como N es nu-
merable, su cardinal también es ℵ0 ; es decir, ℵ0 + ℵ0 =
ℵ0 .
De acuerdo con los argumentos anteriores, podría espe-
rarse que cualquier conjunto infinito fuera numerable, pero
Cantor hizo el significativo descubrimiento que el conjun-
to de los números reales (que comprende los irracionales,
los racionales, las fracciones, los negativos, etc.) no es nu-
merable. El método de prueba, que en realidad proporcio-
na una prueba indirecta, es el llamado método diagonal
(que no ilustraremos aquí) pero es un método indirecto

54
pues asume primero que hay correspondencia uno a uno
para después buscar una contradicción. La prueba muestra
que no hay correspondencia, lo que indica que se trata de
un infinito diferente, de un tipo mayor que el de los demás
conjuntos de números. Este resultado conduce de inmedia-
to a la pregunta si se podrán encontrar más infinitos.
Cantor llamó a la cardinalidad del conjunto de los nú-
meros reales la potencia del continuo (el continuo es otro
nombre para los puntos en una línea). Como la potencia
del continuo es el número de puntos de una línea, una idea
es que el número de puntos en un plano podría ser otro tipo
de infinito. Al buscar la prueba, encontró que cada punto
de la línea se corresponde con un solo punto del plano, y
viceversa, lo que es suficiente para establecer que los dos
conjuntos tiene la misma cardinalidad; de allí se puede in-
ferir que ese mismo número de puntos es el que se encuen-
tra en cualquier espacio tridimensional. En resumen, con
estos conjuntos sólo se encuentran dos tipos de infinito;
pero Cantor encontró otros, con diferentes cardinalidades
del infinito numerable o de la potencia del continuo. Ya se
ha hablado de que el número de subconjuntos de un con-
junto es siempre mayor que el número de elementos de ese
conjunto; más concretamente, que para cualquier conjun-
to finito de n miembros, el número de subconjuntos es 2n ;
como este número es siempre mayor que n, siempre habrá
más subconjuntos que miembros. Y ello no sólo es válido
para los conjuntos finitos, sino también para los infinitos.
Como para un conjunto finito con n miembros el núme-
ro de sus subconjuntos es 2n , Cantor denominó la cardina-
lidad del número de subconjuntos de un conjunto infinito

55
de la misma manera. Por ejemplo, la cardinalidad del con-
junto de los números reales se llama c, por lo que 2c es la
cardinalidad del número de sus subconjuntos. Similarmen-
te, si la cardinalidad del conjunto de los números naturales
es ℵ0 , entonces 2ℵ0 será la del conjunto de todos los sub-
conjuntos de los números naturales. Este último número es
también un conjunto del cual el número de sus subconjun-
tos es todavía mayor, y así hasta el infinito.
En 1873, Georg Cantor probó lo que él llamó el carác-
ter no contable o no numerable de la recta. Hasta entonces,
nadie había considerado la posibilidad de que los infinitos
tuvieran diferentes tamaños, además de que para los ma-
temáticos el concepto de “infinito real” no tuviera algún
uso. Los argumentos que usaban el infinito, incluyendo el
cálculo diferencial de Newton y Leibniz, no requerían el
uso de conjuntos infinitos, y el infinito aparecía sólo co-
mo “una manera de hablar”, como decía Gauss. El hecho
de que el conjunto de todos los enteros positivos tuviera
un subconjunto, como el de los números cuadrados {1, 4,
9, 25,...} de la misma cardinalidad (para usar terminología
moderna) se consideraba paradójico (rasgo que había sido
discutido por Galileo entre otros). Tales aparentes parado-
jas impidieron a Bolzano en 1840 desarrollar la teoría de
conjuntos, aunque algunas de sus ideas fueron precursoras
de las de Cantor.
La motivación para el descubrimiento de Cantor de la
teoría de conjuntos vino del trabajo de Fourier acerca de
las series (que lo llevaron a introducir los números ordi-
nales) y sobre los números trascendentales. Los números
reales que son soluciones de ecuaciones polinomiales con

56
coeficientes enteros se llaman números algebraicos, y la
búsqueda era acerca de los números que no son algebrai-
cos. Un puñado de éstos, llamados números trascenden-
tales, se descubrieron en ese tiempo y surgió la pregunta
acerca de qué tan raros son esos números. Lo que Cantor
hizo fue replantear esta pregunta en una forma inesperada
al mostrar que los números trascendentales son de hecho
abundantes. Su famosa prueba es como sigue: llamemos
como contable un conjunto infinito A si sus elementos pue-
den ser enumerados; en otras palabras, dispuestos en una
secuencia indexada por enteros positivos: a(1), a(2), a(3),
... a(n), ... Cantor observó que muchos conjuntos infinitos
de números son contables: el conjunto de los enteros, el
de los números racionales y también el de los números al-
gebraicos. Entonces dio su ingenioso argumento diagonal
que prueba, por contradicción, que el conjunto de todos los
números reales no es contable. Una consecuencia es que
existe una multitud de números transcendentales, aunque
la prueba por contradicción no produce ningún ejemplo
singular específico.
El descubrimiento de Cantor de los conjuntos no conta-
bles o no numerables lo condujo al desarrollo subsecuente
de los números ordinales y cardinales, con su orden subya-
cente y su correspondiente aritmética, así como a un con-
junto de preguntas fundamentales que requerían respuesta
(como la de la hipótesis del continuo). Por ello, después de
Cantor, las matemáticas nunca fueron las mismas.
El cardinal infinito más pequeño es la cardinalidad del
conjunto contable. El conjunto de todos los enteros es con-
table así como el conjunto de los números racionales. Por

57
otro lado, el conjunto de los números reales es no conta-
ble, y su cardinal es mayor que el menor cardinal infini-
to. Surge entonces una pregunta natural: ¿es este cardinal
(el continuo) el siguiente cardinal? En otras palabras, ¿no
hay más cardinales entre el contable y el continuo? Co-
mo Cantor fue incapaz de encontrar cualquier conjunto de
números reales cuyo cardinal estuviera estrictamente en-
tre el contable y el continuo, conjeturó que el continuo es
el siguiente cardinal; es esto lo que llama la hipótesis del
continuo. Cantor trató por el resto de su vida de probar esta
hipótesis, y así también lo hicieron muchos otros matemá-
ticos. Uno de ellos fue David Hilbert quien, en el congreso
mundial de matemáticas en París en 1900 presentó una lis-
ta de los mayores problemas no resueltos en su tiempo y la
hipótesis del continuo fue el primero.
En los años siguientes al descubrimiento de Cantor se
continuó el desarrollo de la teoría de conjuntos sin dema-
siada preocupación de cómo debía ser la definición exacta
de conjunto. La definición “informal” de Cantor era sufi-
ciente para las pruebas y se entendía que la teoría podía
formalizarse al establecer la definición como un sistema
de axiomas. A principios del siglo XX era claro que se te-
nía que establecer precisamente las suposiciones básicas
de la teoría de conjuntos; es decir, surgió la necesidad de
una teoría de conjuntos axiomatizada. Esto fue hecho por
Zermelo, y la razón inmediata para ello fue el descubri-
miento de una paradoja presente en la teoría de conjuntos,
que comenzó a llamarse como la paradoja de Russell y que
establecía que aceptar que existe el conjunto S de todos los
conjuntos que no son elementos de sí mismo conduce a una

58
contradicción pues plantea la pregunta si es el conjunto S
un elemento de sí mismo. En el punto siguiente hablare-
mos más ampliamente de la paradoja de Russell pero aquí
adelantamos que ésta puede evitarse por la cuidadosa elec-
ción de principios de construcción, de manera que se tenga
la potencia expresiva necesaria para los argumentos mate-
máticos usuales mientras que se prevenga la existencia de
conjuntos paradójicos.

Del mentiroso a Gödel


A principios del siglo XX la teoría de conjuntos era ya
el marco general para una gran parte de las matemáticas;
de allí la gran conmoción ocurrida en 1902 cuando se de-
mostró que esa teoría era fundamentalmente inconsistente.
El problema surgió en la axiomatización de la teoría de
conjuntos hecha por Frege en la cual Russell encontró la
inconsistencia con un argumento muy simple. La teoría de
conjuntos de Cantor y Frege tiene como punto de parti-
da el concepto general de conjunto o colección de objetos
definidos por alguna regla que especifica qué objetos per-
tenecen a la colección. De esta manera, para cualquier pro-
piedad P (por ejemplo, la de ser un triángulo), existiría el
conjunto de todos los objetos que tienen esa propiedad P;
el conjunto correspondiente a P sería el conjunto de todos
los triángulos. Pero esta manera de concebir los conjuntos
da origen a la paradoja.
Las paradojas de Cantor y Russell son muy perturbado-
ras pues sugieren que hay algo erróneo en nuestro razona-
miento puesto que parece obvio que, dada cualquier pro-

59
piedad, exista el conjunto de todas las cosas que tienen esa
propiedad. Pero, aunque parezca evidente, esta forma de
razonar es producto de una concepción intuitiva de la no-
ción de conjunto que se modeló según el comportamiento
de colecciones de objetos reales, pero que resulta inconsis-
tente con el mundo de las matemáticas. Supongamos que
fuera verdad que, para cualquier propiedad, existe el con-
junto de todas las cosas que tienen esa propiedad. Si esa
propiedad es ser un conjunto ordinario, debe existir el con-
junto de todos los conjuntos ordinarios, y entonces aparece
la paradoja de Russell pues ese conjunto no puede ser ni
dejar de ser un miembro de sí mismo sin hacer aparecer la
contradicción. Si la propiedad fuera ser el conjunto de to-
dos los conjuntos y, por tanto, el mayor de todos, pero, por
el teorema de Cantor, para cualquier conjunto existe siem-
pre un conjunto mayor, por lo cual aparece la paradoja de
Cantor, pues debe haber un conjunto mayor que el conjun-
to de todos los conjuntos. En consecuencia, la falacia es
que exista algo así como el conjunto de todos los conjun-
tos, y en la paradoja de Russell es que exista el conjunto
de todos los conjuntos normales u ordinarios.
Estas paradojas parecía que mostraban que las matemá-
ticas eran inconsistentes con la lógica; por tanto, se impo-
nía una reconstrucción de los fundamentos de las matemá-
ticas. El sistema de Frege se consideraba el más comple-
to fundamento y su propósito era derivar las matemáticas
de unos pocos principios básicos de la lógica y la teoría
de conjuntos; de esta última tomó precisamente el princi-
pio según el cual toda propiedad determina un conjunto
y todas las cosas de este conjunto tienen esa propiedad. A

60
partir de este axioma, Frege derivó todos los conjuntos. Pa-
ra comenzar, toma la propiedad que no vale para ninguna
cosa, por ejemplo la de algo que no es igual a sí mismo, y
obtiene el conjunto de todas las cosas con esa propiedad: el
conjunto vacío (ya que ninguna cosa tiene esa propiedad).
Después, dadas dos entidades x y y, forma el conjunto de
todas las cosas que tienen la propiedad de ser idénticas a x
o idénticas a y; en este conjunto {x, y} los elementos son
x y y; y esto vale también si x y y son la misma entidad,
en cuyo caso {x, y} es el conjunto {x}, el conjunto cuyo
único elemento es x. En resumen, se tiene ya el conjun-
to vacío Ø y, a partir de él, el conjunto {Ø} cuyo único
miembro es el conjunto vacío. Con {Ø} se puede formar
{{Ø}} y así hasta obtener un número infinito de conjuntos,
que pueden funcionar como los números naturales si se in-
terpreta el cero como el conjunto vacío, el 1 como {Ø},
el 2 como {{Ø}}, etc., hasta llegar al conjunto de todos
los números naturales. También se puede derivar que, da-
do cualquier conjunto A, se pueda hablar de la propiedad
de ser un subconjunto de A y de allí a hablar del conjunto
de todas las cosas que tienen esa propiedad (el conjunto de
todos los subconjuntos de A) y éste es el conjunto poten-
cia de P(A). En síntesis, se podían obtener con elegancia y
simplicidad todos los conjuntos necesarios para las mate-
máticas; el problema es que este sistema es inconsistente
pues conduce al conjunto de todos los conjuntos ordinarios
y al conjunto de todos los conjuntos que siempre tiene un
conjunto mayor.
Russell advirtió esta inconsistencia por medio de la pa-
radoja, pero estaba convencido de que esa inconsistencia

61
podía ser corregida. Su inmensa obra, Principia Mathema-
tica, escrito en colaboración con Whitehead, fue un ejerci-
cio para eliminar la posibilidad de paradojas de la lógica,
la teoría de conjuntos y la teoría del número. La idea que
allí se propone es básicamente una estratificación de los
conjuntos: un conjunto del tipo más bajo puede contener
como miembros sólo objetos, no conjuntos; es el escalón
inferior de la escalera. El conjunto del tipo siguiente (el
escalón siguiente) en la jerarquía puede contener objetos o
conjuntos del nivel inferior; los conjuntos hechos de con-
juntos en el superior, etc.
Un enunciado o un conjunto de un tipo determinado no
puede aplicarse a otro del mismo tipo; por ejemplo, los
números racionales se definen en términos de razones de
números naturales; por tanto, los racionales y los natura-
les son de tipo diferente, por lo que las pruebas en las que
participan deben estar separadas (lo que no siempre se ha-
ce). En general, un conjunto de un tipo dado puede conte-
ner conjuntos de tipos inferiores y objetos, y cada conjun-
to pertenece a un tipo específico. De esta manera, ningún
conjunto puede contenerse a sí mismo porque tendría que
pertenecer a un tipo mayor que su propio tipo. Por tanto,
un conjunto que se contiene a sí mismo no se considera
conjunto porque no pertenece a un tipo. Ésta es la teoría
de los tipos, que, al menos en apariencia sería una teoría
de la abolición de las paradojas, pero a un precio muy alto
que consiste en introducir una jerarquía, por lo cual este
intento de resolver la cuestión de las paradojas se mani-
fiesta como artificial. No es ésta la manera intuitiva como
se nos aparecen los conjuntos. Otra solución fue adoptar

62
una perspectiva intuitiva, según la cual el conjunto de los
conjuntos normales no plantea ningún problema, pues no
puede existir. Sin embargo, los que sostenían esta posición,
que fue llamada intuicionismo, se vieron como incapaces
de reconstruir una buena parte de las matemáticas.
Vamos a retomar la ya discutida paradoja de Berry, que
se refiere a la posibilidad de describir números con pala-
bras; en este caso se trata de ver con cuántas sílabas puede
describirse un número grande.36 El número 144 puede des-
cribirse por medio de ocho sílabas, pero también con seis:
“doce al cuadrado”. Podría pensarse que a mayor tamaño
del número más extensa sería su descripción pero ello de-
pende ya un uno con seis ceros sólo necesita tres sílabas
(“un millón”). La mayoría de los números grandes requie-
ren descripciones largas; por ejemplo, 777 777 necesita 19
sílabas, pero también se puede describir con 13 (“setecien-
tos setenta siete por mil uno”) o con siete (“número con
seis sietes”), y tal vez se puede reducir aún más. Al buscar
descripciones más cortas, Berry se propuso caracterizar al
“entero más pequeño cuya descripción usa al menos trein-
ta sílabas”, el cual debe ser un número muy grande. Pero
se dio cuenta que esa descripción contiene sólo 22 sílabas,
es decir, menos que las que la definición permite, lo cual
indica que ocurre algo muy extraño en este juego pues es
una definición que se destruye a sí misma; de allí su carac-
terización como paradoja.
Muchas palabras y expresiones tienen esa misma ca-
racterística; por ejemplo la palabra “indescriptible”, que,
36 Sigo aquí a Hofstadter en I is a strange loop.

63
aunque en sí misma dice que la cosa a la que se aplica no
se puede imaginar porque no admite descripción, no puede
evitar dar una cierta imagen visual de esa cosa; una frase
que tiene el mismo efecto es aquella que dice “no pue-
do decirte lo mucho que aprecio tu hospitalidad” o la ya
mencionada en las primeras páginas de este escrito: “An-
tes de empezar a hablar hay algo que quiero decir”. Una
versión simplificada de la paradoja de Berry dice que al-
gunos números enteros son interesantes: el cero, porque
todo número, multiplicado por cero es cero; el uno, porque
todo número permanece igual al multiplicarse por uno; el
dos, porque es el número par más pequeño; el tres, porque
es el número de lados del polígono más simple; el cua-
tro, porque es el primer número compuesto; el cinco, etc.
Así visto, podríamos preguntar cuándo se llega al primer
número no interesante, que puede ser cualquiera, pero por
el mismo hecho de ser el primer número no interesante se
convierte en un número interesante. Por tanto, la expresión
“el menor número no interesante” también se autodestru-
ye, como ocurre en la paradoja de Berry.
Es éste el rasgo del lenguaje destacado por Russell; se-
gún él, la paradoja aparece por el uso ingenuo de la palabra
“describir”, la cual requiere ser planteada como una jerar-
quía de tipos diferentes (se trata de su teoría de los tipos,
ya mencionada). Se tendría, por tanto, una descripción de
nivel cero, que podía referirse sólo a nociones aritméticas;
una descripción de nivel 1, que podía usar descripciones
aritméticas pero también las de nivel 0; otra de nivel 2,
que podría usar las dos anteriores y las de nivel 1, etc. Por
tanto, querer describir algo en general, sin especificar el

64
nivel jerárquico, era una ilusión ya que usar frases y pala-
bras de una lengua para describir postulados matemáticos,
como en los casos antes mencionados de Berry y de las
otras paradojas conduce a imprecisiones y vaguedades. La
indefinición es peor todavía en la paradoja de los números
interesantes pues es imposible definir lo interesante; por
tanto, la definición de un entero en términos de elementos
de una lengua es siempre algo confuso.
Pero esto no sólo ocurre cuando se trata de números,
sino también en enunciados comunes, como en una frase
tan inocente como “el número de lenguas que se han habla-
do en el mundo”; en ella hay nociones mal definidas, desde
qué es una lengua, si se trata sólo de las llamadas lenguas
naturales o también de las construidas (el esperanto) o si
se incluyen los lenguajes formales; tampoco está bien de-
finida la distinción clara entre lengua y dialecto. Peor aun
cuando participa la historia; por ejemplo, si se sabe cuántas
lenguas diferentes hubo en el trayecto del latín al español
o cuántas hubo desde el la época del Neanderthal hasta el
indoeuropeo, etc. Incluso si existiera una lista de todas las
expresiones dichas desde la aparición de algún lenguaje
verbal hasta ahora, la idea de asignar a cada una objetiva-
mente su pertenencia a una lengua y así separar todas las
lenguas distintas y contarlas no tiene sentido.
Los intentos de Russell de evitar la construcción de pa-
radojas al instituir la teoría de los tipos, que es un forma-
lismo que prohibía toda expresión verbal autorreferente así
como los conjuntos autocontenidos, fue no sólo muy apre-
surada sino que también estaba fuera de lugar, por lo cual
sus efectos fueron muy escasos.

65
En esa época, muchos matemáticos estaban en busca de
caminos para liberar a su disciplina de toda contradicción.
En el año 1900, David Hilbert, en una famosa conferen-
cia resumió lo que se esperaba que se resolviera durante el
siglo XX e identificó 23 problemas no resueltos en mate-
máticas. El segundo de ellos era probar la consistencia de
la matemáticas (recordemos que el primero era determinar
si la hipótesis de continuo de Cantor era verdadera o falsa).
Un año más tarde, Russell añadió a la lista la paradoja ya
mencionada, haciendo más grave el problema.
Hilbert se propuso reconstruir las matemáticas de una
forma que se llegara a resultados aceptables con respecto
a la consistencia, y lo hizo separando las matemáticas del
mundo real: como el proceso de razonamiento que se usa
en esta disciplina no depende del tema sobre el que se ra-
zona, se deja éste fuera y sólo se consideran las reglas para
la manipulación de símbolos. Al establecer cuidadosamen-
te las reglas, él pensaba que se podían evitar las paradojas;
pensaba también que si se razonaba acerca del sistema des-
de fuera de él se podría probar la consistencia del mismo.
Finalmente, quería probar que el sistema era completo, es
decir, capaz de demostrar todo lo verdadero del sistema.
El programa de Hilbert, conocido como formalismo,
mostró que la mayor parte de las matemáticas eran tanto
consistentes como completas, pero no consiguió demos-
trarlo para áreas tan importantes como la aritmética (por
ejemplo, no se demostró que ésta fuera consistente y com-
pleta si incluía la multiplicación). Sin embargo, muchos
matemáticos no se adhirieron a esta línea de trabajo pues
encontraban poca utilidad en ella, por lo que asumieron la

66
teoría de conjuntos de Cantor de manera informal o intuiti-
va pues veían que, aunque desembocaba en paradojas, era
un lenguaje útil. Otros matemáticos, como Zermelo y von
Neumann sintieron la necesidad de buscar una versión más
poderosa de la teoría de conjuntos que evitara la paradoja,
lo que los llevó a la búsqueda de una teoría axiomática de
conjuntos.
La contradicción en la teoría de conjuntos que hace apa-
recer la paradoja llevó a la conclusión de que esta teoría te-
nía que modificarse o reemplazarse por completo, sin im-
portar lo simple, intuitiva o elegante que fuera. Se trataba
de contar con una teoría rigurosa de conjuntos que corres-
pondiera con la intuición pero que evitara la paradoja o, lo
que es lo mismo, que hiciera coincidir la intuición con el
razonamiento axiomatizado. Lo que reemplazó la teoría de
Cantor fue una teoría axiomática de conjuntos desarrolla-
das por Zermelo y ampliada por Fraenkel, la cual perma-
nece muy cercana al espíritu de Cantor de noción intuitiva
de conjunto abstracto, aunque sin la elegancia de aquélla.
Los axiomas de Zermelo y el adicional de Fraenkel
describen reglas que dan origen a los varios conjuntos re-
queridos en matemáticas y evitan la dificultad descubierta
por Russell. La solución de Zermelo fue sustituir el prin-
cipio utilizado por Frege que conduce a la inconsistencia,
por otro principio, denominado principio de especificación
o de separación y que consiste en algo muy simple: da-
da cualquier propiedad y dado cualquier conjunto, A por
ejemplo, existe el conjunto de todos los elementos del con-
junto A que tienen esa propiedad; con esta limitación, ya
no es posible hablar del conjunto de todos los x que tienen

67
la propiedad, como lo hizo Frege, pero sí se puede pensar
en el conjunto de todos los x en A que tienen la propiedad.
De allí el nombre de principio de separación, porque, dado
cualquier conjunto A, una propiedad separa los elementos
de A que tienen dicha propiedad de los elementos de A que
no la tienen.
Con la utilización de este principio no se llega a contra-
dicción alguna, pues no permite hablar de todas las cosas
que tienen una determinada propiedad sino sólo de cosas
que pertenecen a algún conjunto cuya existencia ya ha sido
establecida; por ejemplo, el conjunto de todos los números
con una propiedad dada, o el conjunto de todos los puntos
en un plano que tienen una propiedad determinada. Al usar
el principio de separación de Zermelo en lugar del de Fre-
ge, la paradoja de Russell y la de Cantor desaparecen, pues
no permite generar el conjunto de todos los conjuntos or-
dinarios sino sólo, dado un conjunto A, se puede formar el
conjunto B de todos los elementos ordinarios del conjunto
A, lo que no lleva a ninguna paradoja sino a concluir que
B, aunque es un subconjunto de A, no puede ser miembro
de A.
Tampoco existe la posibilidad de la paradoja de Can-
tor ya que no hay ningún modo de probar en esta versión
axiomática de la teoría de conjuntos que existe el conjun-
to de todos los conjuntos: dado cualquier conjunto A, no
contiene al conjunto B de todos los miembros ordinarios
de A pues no todos los conjuntos son miembros de A; por
tanto, ningún conjunto de A es el conjunto de todos los
conjuntos. Establecer que un barbero afeita a todos los ha-
bitantes de M que no se afeitan a sí mismos y que no afeita

68
a ningún habitante que se afeite a sí mismo no conduce a
ninguna contradicción, pues no se establece que el barbe-
ro resida en M. El barbero reside fuera del pueblo pues si
habitara allí no podría afeitarse a sí mismo sin contradecir
las condiciones.
Zermelo aceptó la existencia del conjunto vacío, del
conjunto {x, y}, del conjunto potencia P(A) y del conjunto
unión como axiomas separados, así como la existencia del
axioma de infinito, es decir, la del conjunto de todos los nú-
meros naturales. De modo que los axiomas del sistema de
Zermelo son: el principio de especificación, la existencia
del conjunto vacío, la existencia del conjunto {x, y} cuyos
miembros son sólo x y y, la existencia del conjunto po-
tencia P(A), la existencia del conjunto unión, y el axioma
del infinito. Más tarde Fraenkel agregó otro axioma muy
poderoso, llamado axioma de reemplazo que consiste en
que, dado cualquier conjunto A, se puede formar un nue-
vo conjunto por el reemplazo de cualquier elemento de A.
Con este axioma se completa el llamado sistema ZF, de uso
muy extendido y que consiste en un reducido número de
axiomas de los cuales pueden derivarse todos los compo-
nentes de las matemáticas clásicas (teoría de los números,
álgebra, cálculo, topología, etc.).
La teoría de los tipos propuesta por Russell y Whi-
tehead en Principia Mathematica puede resolver la pa-
radoja de Cantor y las expresadas por el propio Russell
con respecto a los conjuntos; ellos consiguieron evitar las
contradicciones mediante un artificio formal. Las proposi-
ciones gramaticalmente correctas pero contradictorias, se
eliminan por carecer de significado; formularon, además,

69
un principio mediante el cual se especificaba la forma que
debía tener una proposición para tener sentido. Con ello
se resolvía la dificultad, pero no completamente, porque,
aunque se pudieran reconocer las contradicciones, no se
podían invalidar los argumentos que llevaban a la contra-
dicción sin afectar algunas partes aceptadas de las mate-
máticas.37 Esa teoría de los tipos es, pues, aceptable para
intereses que no van más allá de la teoría de los conjuntos.
Pero si se trata de eliminar la paradoja en la lógica y, sobre
todo, en la lengua, la necesidad de aceptar una jerarquiza-
ción donde estaría, primero, el lenguaje objeto, después,
un primer metalenguaje, enseguida un segundo o metame-
talenguaje, etc., entonces aparecen otros problemas. Si en
el lenguaje común se aceptara que cada frase deba perte-
necer a un solo nivel de la jerarquía y que si no encuentra
el nivel para una expresión dada se considere esa frase co-
mo un sinsentido, entonces nuestra capacidad expresiva se
vería muy reducida.
Treinta años después que Russell destruyera la teoría
intuitiva de conjuntos, ocurrió algo similar, con consecuen-
cias igualmente devastadoras; la víctima en esta ocasión
fue el método axiomático mismo. El acercamiento axio-
mático había hecho posible separar los asuntos de proba-
bilidad y verdad. Una proposición matemática era demos-
trable si se podía encontrar un argumento que la dedujera
de los axiomas apropiados, y así, una proposición que se
demostraba como verdadera dejaba ver que los axiomas
supuestos eran verdaderos. Por tanto, ser demostrable se

37 E. Kasner y J. R. Newman, op. cit., p. 339.

70
convirtió en la noción más importante ya que la de ver-
dad involucraba profundas cuestiones filosóficas. Al sepa-
rar las dos nociones, los matemáticos podían dejar de lado
los problemas sobre la naturaleza de la verdad y concen-
trarse en la prueba. Al restringirse a la tarea de propor-
cionar resultados sobre la base de un sistema axiomático
propuesto, se podían ver las matemáticas como un juego
formal, un juego jugado de acuerdo con las reglas de la
lógica, que tenía como inicio un conjunto de axiomas per-
tinentes.
En este punto de la exposición parece pertinente intro-
ducir de manera breve lo que se conoce como el método
axiomático. Los griegos comenzaron a desarrollar este mé-
todo y el mayor ejemplo es la geometría de Euclides, quien
había logrado reducir la geometría a unos pocos enuncia-
dos primarios, los llamados axiomas, que se aceptan sin
demostración. La aplicación del razonamiento deductivo
permite derivar de esos axiomas las proposiciones que son
los teoremas. Si se asume que los axiomas son verdaderos,
se asegura la veracidad y la coherencia de los teoremas de
ellos derivados.
A fines del siglo XIX se empezó a aplicar el método
axiomático a otras áreas, lo que impulsó la formalización;
ésta consiste simplemente en usar signos y fórmulas para
representar axiomas y teoremas. Las fórmulas se derivan
de otras mediante reglas lógicas. Unos años más tarde, el
problema de la coherencia fue la preocupación central en
las matemáticas. Algunos matemáticos formularon crite-
rios de coherencia para ciertas áreas, pero las demostracio-
nes sólo eran relativas a esas áreas. Frege mostró la impor-

71
tancia de establecer un criterio de coherencia absoluto para
la aritmética y esto adquirió mayor importancia cuando se
mostró que otras áreas matemáticas se podían reducir a la
aritmética. Este intento de Frege de encontrar una demos-
tración absoluta para la aritmética resultó frustrado por la
paradoja de los conjuntos de Russell.
Gödel demostró que esa demostración es imposible y
que, para cualquier sistema deductivo S, si es coherente,
existe un enunciado correcto G dentro del mismo que es
imposible demostrar mediante las reglas del sistema S. Es
decir, que existen enunciados aritméticos que son verda-
deros pero cuya veracidad es indemostrable mediante los
axiomas y las reglas lógicas de demostración usados por
la aritmética. En otras palabras, cualquier sistema deducti-
vo de la aritmética contiene el enunciado que afirma “soy
indemostrable”.
Gödel puso de manifiesto que el método axiomático po-
see características intrínsecas que excluyen la posibilidad
de axiomatizar completamente las matemáticas; de hecho
mostró que esto ni siquiera puede lograrse con la aritmé-
tica de los números enteros. Su teorema tiene que ver con
limitaciones inherentes al método axiomático, las cuales
se hacen evidentes sobre todo cuando los sistemas poseen
un nivel elevado de complejidad.38 Gödel mostró que no
es posible probar la consistencia lógica interna (es decir,
la ausencia de contradicción) en una amplia gama de sis-
temas deductivos a menos que se utilicen principios de in-
ferencia tan complejos que su consistencia interna sea tan
38 Ernest
Nagel y James R. Newman, La demostración de Gödel, en James R. New-
man, Sigma. El mundo de las matemáticas (vol. 5), p. 77.

72
dudosa como la de los sistemas mismos. Concluyó tam-
bién que no se puede alcanzar una total sistematización de
muchas de las áreas más importantes de las matemáticas,
y que tampoco hay garantía de que estén libres de toda
contradicción interna.
En este acercamiento, un importante componente era
descubrir los axiomas apropiados; allí estaba implícito el
supuesto que, si se busca lo suficiente, se encontrarán even-
tualmente los axiomas necesarios. Por tanto, la completud
del sistema de axiomas se convierte en un asunto signifi-
cativo: ¿se pueden encontrar los axiomas suficientes pa-
ra responder las preguntas pertinentes? Por ejemplo, en el
caso de los números naturales, Peano había formulado ya
un sistema axiomático;39 ¿era completo ese sistema o se
requerían más axiomas? Una segunda pregunta era si el
sistema de axiomas era consistente. Como mostró la para-
doja de Russell, formular axiomas para describir una pieza
abstracta en matemáticas no es una tarea fácil.
El problema tiene su origen en la antes discutida para-
doja del mentiroso o de Epiménides el cretense, que decía
“todos los cretenses son mentirosos”. Si Epiménides no
hubiera nacido en Creta, no habría problema con la verdad
o falsedad de su enunciado; como él mismo es cretense,
su enunciado debe ser falso, pero si lo es, entonces no to-
39 El sistema de los números naturales 0, 1, 2, 3, 4, ... se basa en el sistema axiomático

de Peano, quien escogió los axiomas en el lenguaje de una función simple, el símbolo S
(por “sucesor”); estos axiomas son: 1. Hay un número natural 0; 2. Cada número natural
a tiene un sucesor, denotado por Sa; 3. No hay ningún número natural cuyo sucesor sea
0; 4. Distintos números naturales tienen distintos sucesores: si a6=b, entonces Sa6=Sb;
5. Si 0 posee alguna propiedad y que también es propiedad del sucesor de cada número
natural, entonces es propiedad de todos los números naturales.

73
dos los cretenses mienten, por lo que el enunciado podría
ser verdadero. Otra manera de expresar esa paradoja es “lo
que estoy diciendo es falso”, o, más simplemente: “estoy
mintiendo”. En todos los casos se viola la dicotomía usual-
mente asumida de los enunciados entre verdadero y falso,
porque si se piensa que es verdadero, inmediatamente se
descubre que es falso, pero si se decide que es falso, debe
ser verdadero.
En páginas anteriores se mencionaron varias versiones
de esta paradoja, desde la de Aristóteles, que discute una
versión que dice “este enunciado es falso”, después la de
Buridan en la Edad Media desarrollada en forma de diálo-
go entre Sócrates y Platón donde el primero dice “lo que
va a decir Platón es falso” y el segundo responde “Sócra-
tes ha dicho la verdad”. Se mencionó también la de Sancho
y, ya en el siglo XX, la de Jourdain, escrita en los dos la-
dos de una tarjeta; en un lado está escrito “el enunciado
del reverso es verdadero” mientras que al otro lado dice
“el enunciado del reverso es falso”. La de Kurt Grelling
es una versión lingüística de la de Russell, y distingue los
adjetivos que se describen a sí mismos (autológicos) de los
que no lo hacen (heterológicos); si se pregunta qué clase
de adjetivo es “heterológico” surge la paradoja pues, si se
describe a sí mismo es autológico, y entonces no se des-
cribe, pero si no se describe es heterológico, de modo que
sí puede describirse. Finalmente, se habló de la versión de
Hofstadter a la paradoja de Grelling, que la plantea en dos
frases: la primera dice: “la siguiente oración es falsa”, y
la segunda: “la oración anterior es verdadera”. Todas ellas,
que tienen como antecedente la del mentiroso, involucran

74
enunciados que se refieren a sí mismos o que son auto-
rreferenciales; de allí que una propuesta de solución sea
eliminar ese tipo de enunciados; sin embargo, si esta so-
lución puede eliminar enunciados del tipo “este enunciado
es falso”, no funciona en todas las paradojas.
Por ejemplo, en la versión de Jourdain o en la de Hofs-
tadter, cada oración tomada por sí sola no se refiere a sí
misma, pero las dos oraciones, tomadas juntas, producen
el mismo efecto que la de Epiménides. Por tanto, decir que
toda oración autorreferencial no debe tener asignado valor
de verdad para efecto de eliminar la paradoja es por lo me-
nos confuso, pues los valores de verdad de las oraciones
autorreferenciales son relativos ya que la verdad o false-
dad dependen de las circunstancias. Si se usa la teoría de
los tipos de Russell en esos enunciados tampoco se resuel-
ve la paradoja pues en ellos la primera frase habla de la
segunda, por lo que es de un nivel superior. Pero por la
misma razón, la segunda debe ser también de nivel supe-
rior a la primera. Como esto es imposible, las dos frases
tendrían que asumirse como sin sentido, como imposibles
de formular en un sistema basado en la jerarquía de len-
guajes. Por tanto, si en la teoría de conjuntos puede ser
aceptable, la estratificación de la teoría de los tipos, en el
lenguaje verbal es absurda, pues cuando hablamos estamos
saltando de arriba a abajo y al contrario en esa jerarquía de
niveles, por lo que se concluye que la teoría de los tipos no
es eficaz. De allí que ese remedio para las paradojas –eli-
minar la autorreferencia– produzca el resultado de enviar
al mundo del sinsentido una gran cantidad de expresiones
que consideramos como bien formadas.

75
Hasta finales del siglo XIX se consideraba que en las
matemáticas se obtenían conclusiones a partir de sus axio-
mas y que la validez de esas conclusiones no dependía de
la interpretación atribuida a esos axiomas. Con ello se re-
conocía el carácter abstracto y formal de esta disciplina,
lo que quiere decir que la preocupación del matemático no
era el carácter de verdad de los postulados utilizados o de
las conclusiones obtenidas a partir de ellos, sino el hecho
que las conclusiones fueran efectivamente consecuencias
lógicamente necesarias de los supuestos iniciales. En otras
palabras, la preocupación pasó a ser la de la consistencia
interna: que a partir de un conjunto de postulados no pudie-
ran surgir teoremas contradictorios. Ello no significa que
las matemáticas estuvieran exentas de contradicción, pues
desde mucho tiempo se conocían las paradojas que pertur-
baban la situación de esta disciplina. Sobre todo después
de la paradoja de Russell se hizo evidente la conciencia de
que los sistemas matemáticos estaban plagados de contra-
dicciones, lo que hizo buscar las demostraciones absolutas,
que requerían formalizar el sistema, o sea, quitar significa-
do a las expresiones.
Este programa de formalización, que es el de Hilbert,
requería, en primer lugar, la construcción de sistemas for-
males completos para las principales teorías de las mate-
máticas y, en segundo, la prueba de consistencia de esos
sistemas. Como se dijo antes, un sistema formal está com-
puesto por un conjunto de signos primitivos que determi-
nan las secuencias, y por reglas que determinan cuáles se-
cuencias son fórmulas. El conjunto de las fórmulas consti-
tuye el lenguaje formal del sistema en cuestión. Hay otro

76
tipo de reglas que establece las fórmulas que son deduccio-
nes. Cuando una fórmula es el último paso de la deducción
y no contiene ya variables libres, se tiene una proposición;
el conjunto de proposiciones deducibles configura una teo-
ría formalizada. Las fórmulas de un sistema formal, dice
Gödel, “son secuencias finitas de signos primitivos [...] y
se puede precisar qué filas de signos primitivos son fórmu-
las y cuáles no”. Análogamente, desde un punto de vista
formal, “las deducciones no son sino secuencias finitas de
fórmulas”.
En su artículo fundamental de 1931,40 Gödel conclu-
yó que el programa de Hilbert no podía realizarse y los
desacuerdos acerca de cómo eliminar las contradicciones
se sustituyeron por discusiones acerca de cómo vivir con
ellas. Los sueños de completar este programa que invo-
lucra la búsqueda de sistemas de axiomas consistentes y
completos terminaron en ese año, cuando Gödel probó un
resultado que cambiaría la visión completa de las mate-
máticas. Russell y Whitehead proponen en su monumental
Principia Mathematica (PM) que todas las nociones arit-
méticas son definibles en términos de nociones lógicas, y
que todos los axiomas se pueden deducir a partir de un
número reducido de proposiciones básicas. Con ello, pa-
recía que daban solución al problema de la consistencia
ya que reducían el problema a la consistencia de lo lógica
formal. La meta de los PM era derivar, sin ninguna contra-
dicción, toda la matemática de la lógica, pero el problema
era que no se tenía certeza de la consistencia de la lógica
40 KurtGödel, “Sobre las proposiciones formalmente indecidibles de Principia Mat-
hematica y sistemas relacionados”.

77
misma. Hilbert se propuso demostrar que el sistema de los
PM estaba libre de contradicciones, es decir, que era con-
sistente y, además, completo. El trabajo de Gödel mostró
que esos esfuerzos estaban destinados a fracasar: todos los
sistemas formales de las matemáticas, incluidos los PM,
son incompletos (es decir, tienen proposiciones indecidi-
bles). Incluso si al conjunto inicial de axiomas se añaden
otros postulados, siempre habrá verdades no derivables del
sistema aumentado. Dice que si se enuncia cualquier siste-
ma de axiomas consistente para alguna porción amplia de
las matemáticas (sistema que debe tener una cierta exten-
sión para evitar los casos triviales), ese sistema siempre es
incompleto pues siempre habrá preguntas que no pueden
responderse sobre la base de esos axiomas.
Para probar el teorema de Gödel se requiere saber qué
incluye el sistema axiomático y si es lo suficientemente
rico para permitir la deducción de todos los axiomas. Aun-
que su desarrollo es muy técnico, la idea de la prueba de
Gödel es simple; se trataba de llevar la paradoja de Epi-
ménides al formalismo del número. Por medio de un ela-
borado sistema de codificación —conocido como numera-
ción de Gödel— transformó la paradoja del mentiroso en
la frase: “este postulado de la teoría del número es falso”;
sin embargo, si pudo traducir esta paradoja en términos
matemáticos fue por medio del reemplazo de la noción de
“verdad” por la de “demostración”,41 por lo que el enun-
ciado final fue: “este postulado de la teoría del número no
tiene ninguna prueba” o “este postulado de teoría del nú-
41 Para una discusión de las diferencias entre las nociones de prueba y de demostra-
ción, cfr. C. González, Prueba, verdad, demostración. Notas sobre el juego de la lógica.

78
mero es indemostrable”. Recordemos que las pruebas son
demostraciones dentro de sistemas fijos de proposiciones;
en este caso, el sistema al que se refiere la prueba es el de
los Principia Mathematica. Su primera jugada fue mostrar
cómo traducir la lógica proposicional a la teoría de los nú-
meros; en este proceso de traducción se incluye la noción
de prueba formal a partir de los axiomas.
Esa proposición (o su expresión formal) debe ser ver-
dadera o falsa (para la estructura matemática bajo consi-
deración, por ejemplo, para la aritmética de los números
naturales, o para la teoría de conjuntos). Si es falsa, debe
ser demostrable, lo que se puede ver por la observación de
su contenido; pero como se asume que el sistema axiomá-
tico es consistente, lo que es demostrable debe ser verda-
dero. Por tanto, si es falsa, entonces es verdadera, lo cual
es imposible. Por tanto, debe ser verdadera. ¿Es demostra-
ble esta proposición? Si lo es, entonces es verdadera para
ese sistema, y esto significa que no es demostrable. Esto
es una contradicción y por tanto, la conclusión es que no
puede probarse en el sistema de axiomas, de modo que la
proposición de Gödel es verdadera para la estructura pero
no demostrable a partir de los axiomas de esa estructura.
Esta manera de hacer matemáticas “introspectivas”,42
es decir, de usar el razonamiento matemático para explo-
rar ese mismo razonamiento, tuvo como consecuencia el
teorema de incompletud de Gödel, que dice que todas las
formulaciones axiomáticas consistentes de la teoría de los
números incluyen proposiciones indecidibles. Si el enun-
42 Según la expresión de Douglas Hofstadter.

79
ciado de Epiménides crea una paradoja puesto que no es ni
verdadero ni falso, la frase de Gödel es indemostrable en el
sistema de los Principia, pero verdadera. La conclusión es
que el sistema de los PM es incompleto pues existen postu-
lados de la teoría del número que no pueden demostrarse.
Principia Mathematica, de Russell y Whitehead, preten-
día ser un sistema completo (es decir, un sistema en el que
toda proposición verdadera pudiera demostrarse) y consis-
tente (es decir, un sistema en el cual no aparecieran con-
tradicciones y ni paradojas) del razonamiento matemático;
de ser así, con él se podría construir cualquier formulación
matemática presente y futura. Se proponía, además, deri-
var todas las matemáticas sin caer en contradicción. Esta
obra pretendía allanar todas las dificultades, pero no garan-
tizaba que aparecieran resultados contradictorios; tampoco
era evidente que fuera un método que pudiera contener la
totalidad del edificio matemático completo.
Hilbert se preguntaba si era posible mostrar tanto la
consistencia de ese sistema (su ausencia de contradicción)
como también su completud, o sea, que cada postulado
verdadero de la teoría del número pudiera derivarse dentro
de ese marco; pero Gödel estaba convencido de que la idea
de Hilbert no era correcta y en su trabajo probó dos cosas:
primero, si la teoría axiomática de conjuntos es consisten-
te, existen en ella teoremas que no pueden ser demostra-
dos ni como verdaderos ni como falsos; se dice que esos
teoremas son indecidibles; y segundo, que no hay proce-
dimiento constructivo que pruebe que la teoría axiomática
de conjuntos es consistente. Gödel se refiere concretamen-
te en su artículo a los Principia y a otros sistemas rela-

80
cionados; por ello, su publicación derrumba el programa
de Hilbert pues reveló la presencia de huecos imposibles
de llenar en el sistema axiomático presente en el libro de
Russell y Whitehead. Esto asume que lo que dice es válido
tanto para la estructura lógica propuesta en ese libro como
para cualquier otro sistema similar o relacionado, y con
esto abarca a todas las construcciones que se basan en un
conjunto de axiomas. Aunque no afirma que sus conclu-
siones sean válidas en general, sí abarca un dominio muy
amplio: para todo sistema que se base en un número finito
de axiomas.
Desde el título de su trabajo se refiere a ciertas proposi-
ciones “formalmente no decidibles”; se llama proposición
decidible a toda aseveración cuya verdad o falsedad pue-
de decidirse o demostrarse dentro del sistema en el que se
trabaja; es decir, a partir de los axiomas del sistema y de
reglas de inferencia se puede llegar a demostrar si la pro-
posición es verdadera o falsa. Por tanto, una proposición
formalmente no decidible será una aseveración que puede
ser verdadera o falsa, pero de la cual no se puede demostrar
que sea verdadera o falsa usando los axiomas y las reglas.
El argumento de Gödel puede aplicarse no sólo al sistema
de Russell y Whitehead sino a cualquier conjunto de axio-
mas de una estructura matemática; todo lo que se requiere
es que los axiomas mismos deban exhibir un patrón bien
definido. Los axiomas de Peano para los números natura-
les y los de Zermelo-Fraenkel para la teoría de conjuntos
configuran sistemas de este tipo.
Por tanto, la proposición VI, conocida como el teorema
de Gödel, puede expresarse como sigue: en cualquier siste-

81
ma basado en axiomas existen proposiciones cuya verdad
o falsedad no se puede demostrar. Hasta principios del si-
glo XX, lo importante de una proposición era demostrar si
era verdadera o si era falsa; con el argumento ahora intro-
ducido se establece una diferencia entre ser verdadero y ser
demostrable: desde dentro del sistema, es imposible deci-
dir la verdad de ciertas aseveraciones. A esto se le conoce
como el teorema de indecidibilidad.
Podría pensarse que la solución está simplemente en
ampliar el sistema lógico en el que se trabaja por medio de
axiomas adicionales que permitan demostrar que esas pro-
posiciones indecidibles son verdaderas o falsas; pero no
es así pues el teorema de indecidibilidad es válido en este
nuevo sistema ampliado: también en él existen otras pro-
posiciones indecidibles. Para aclarar las objeciones ante-
riores, Gödel demostró que en un sistema formal suficien-
temente rico y poderoso para que la verdad o falsedad de
cualquier aseveración siempre pueda decidirse, existirán
proposiciones contradictorias y paradójicas. Esto se cono-
ce como el teorema de la incompletud. Recapitulando, el
teorema de Gödel dice que ningún sistema basado en un
número finito de axiomas está completo, ya que siempre
existirán proposiciones cuya verdad o falsedad será impo-
sible de decidir. Si se requiere que el sistema esté comple-
to, en el sentido de que siempre se pueda decidir sobre la
verdad o falsedad de una proposición, entonces aparecerán
paradojas y el sistema no será consistente.
El descubrimiento de Gödel de que, para importantes
áreas de las matemáticas, como la teoría de los números
o la teoría de conjuntos, ningún conjunto de axiomas con-

82
sistente puede estar completo, hace imposible la meta de
Hilbert. Las consecuencias fueron mayores de las previs-
tas por el mismo Gödel pues cualquier sistema axiomático
suficientemente extenso para permitir formulaciones de la
aritmética sufre del mismo defecto; es decir, lo que falla no
es una axiomatización particular, sino la aritmética misma.
Gödel mostró que en ella existen enunciados P tales que ni
P ni no P pueden demostrarse, o sea, que existen enuncia-
dos indecidibles. Por tanto, ni siquiera existe la esperanza
de probar que los axiomas son consistentes, pues, entre las
proposiciones no demostrables a partir de los axiomas está
la que afirma la consistencia de esos axiomas. En resumen,
en el juego de la axiomatización lo mejor que se puede
hacer es asumir la consistencia de los axiomas y esperar
que sean suficientemente ricos como para poder resolver
los problemas más importantes; además, se debe aceptar
que no se pueden resolver todos los problemas usando esos
axiomas pues siempre habrá proposiciones verdaderas que
no se pueden probar a partir de ellos.
El sistema propuesto en Principia Mathematica inclu-
ye proposiciones indecidibles, por lo cual ese sistema fue
la primera víctima del teorema de Gödel, pero ciertamen-
te no la última. Cuando Gödel habla de sistemas relacio-
nados con el del libro de Russell y Whitehead, incluye a
cualquier sistema axiomático, por lo que su teorema pue-
de formularse de manera más general, lo que hace cimbrar
el edificio completo de las matemáticas puesto que toda
formulación axiomática que sea consistente incluye nece-
sariamente proposiciones indecidibles. Incluso puede de-
cirse que el teorema tiene una amplitud que excede el do-

83
minio de las matemáticas ya que muchas ciencias y otras
construcciones intelectuales humanas se basan en conjun-
tos de leyes o axiomas.
En términos muy generales, el teorema de Gödel dice
que toda formulación axiomática consistente incluye pro-
posiciones indecidibles o, más simplemente, que cualquier
construcción intelectual basada en un conjunto de axio-
mas y que sea internamente consistente (es decir, que no
admita contradicciones internas), nunca está completa ya
que siempre tiene dentro de sí misma proposiciones que
no puede entender, explicar ni decidir si son verdaderas o
falsas. Por tanto, construir un sistema intelectual suficien-
temente poderoso para que sea completo (en el sentido de
siempre poder decidir, explicar y entender cualquier pro-
posición), tiene un muy alto costo ya que en ese sistema
aparecerán irremediablemente contradicciones y paradojas
que lo hacen inconsistente: si un sistema es consistente, en-
tonces es incompleto, y si el sistema es completo, entonces
es inconsistente. Finalmente, en otro artículo dice:
no hay ningún sistema formal con un número finito de
axiomas que sea completo ni siquiera respecto de las sen-
tencias aritméticas [...] Incluso para los sistemas formales
con un número infinito de axiomas hay sentencias aritmé-
ticas indecidibles...43

43 Kurt Gödel, Discusión sobre la fundamentación de la matemática.

84
2. Paradojas de Zenón

Borges no duda en considerar como una legítima joya


la paradoja de Aquiles y la tortuga establecida por Zenón
en el siglo quinto antes de nuestra era; para él, no hay me-
jor calificación para esta paradoja, “tan indiferente a las
decisivas refutaciones que desde hace más de veintitrés si-
glos la derogan”, por lo cual, concluye, “podemos saludar-
la inmortal”.44 Muchos otros escritores se han referido a
esta joya y entre ellos está Lewis Carroll, quien escribió
en 1895 un pequeño diálogo entre los dos personajes de
esta paradoja; en él la tortuga plantea a Aquiles un argu-
mento deductivo simple pero éste falla en la demostración
porque la tortuga lo lleva a una regresión infinita.45 Dou-
glas Hofstadter publicó en 1977 Gödel, Escher, Bach: An
eternal golden braid, un libro de 777 páginas donde el diá-
logo de Carroll y la paradoja de Aquiles desempeñan un
papel fundamental. Muchos filósofos y hombres de cien-
cia se han ocupado de Zenón; desde Aristóteles, Hobbes,
Stuart Mill, Bergson, Russell, hasta nuestros días.
44 Jorge Luis Borges, “La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga”, en Discusión.
45 Lewis Carroll, “Lo que la tortuga le dijo a Aquiles”, en El juego de la lógica, pp.
151-158.

85
Estas paradojas, planteadas hace dos y medio milenios,
no solamente tienen un interés en sí mismas sino que es-
tán en el origen de otras paradojas que surgieron en los
siglos siguientes y, sobre todo, íntimamente relacionadas
con el concepto de infinito. En principio, el tema de las
paradojas de Zenón es la imposibilidad del movimiento,
pero también están orientadas de un modo más general ha-
cia la imposibilidad de especificar las unidades o partes
elementales en las que se puede descomponer el espacio y
el tiempo, o, de manera más general, las unidades de cual-
quier continuo.
Antes de exponer los contenidos de sus paradojas y de
analizar sus refutaciones y los argumentos de sus defenso-
res, sería necesario discutir al personaje histórico Zenón;
sin embargo, muy poco se sabe de su vida, aunque parece
no haber duda que era originario de Elea; esta ciudad fue
fundada en la segunda mitad del siglo VI aC y sus ruinas
se ubican al sur de Nápoles, cerca de Paestum.
No se sabe con precisión su fecha de nacimiento aun-
que, de acuerdo con Diógenes Laercio, Zenón tuvo su ac-
mé en la Olimpiada 79, es decir, entre los años 464 y 461;
por tanto, si esa madurez intelectual, ocurría a los cuarenta
años, debió haber nacido entre el 504 y el 501. Por su parte,
en el capítulo sobre Zenón de Los filósofos presocráticos
se considera un periodo mayor pues, al analizar los datos,
se concluye que su acmé estaría entre 468 y 450, por lo que
su nacimiento sería entre 508 y 490.46 Por su lado, Giorgio
Colli argumenta, basado en referencias del Parménides de
46 Los filósofos presocráticos, t. II, p. 25.

86
Platón, que su nacimiento debe haber sido más tarde. Di-
ce en este diálogo47 que Zenón tendría unos cuarenta años
cuando se encontró con un Sócrates muy joven, de 15 o 16
años; como éste nació en 469, ese encuentro habría ocu-
rrido entre 544 y 453; en consecuencia, el nacimiento de
Zenón se ubicaría entre 494 y 493.48
Más allá de estos detalles, lo que se sabe es que fue muy
cercano a Parménides y que escribió un libro para defender
las posiciones filosóficas de éste, libro que no sobrevivió
pero del cual dice el personaje Zenón del mencionado diá-
logo platónico que es una defensa del sistema de Parmé-
nides contra quienes intentaban ridiculizarlo.49 Fuera de
las páginas iniciales del libro de Platón, casi todo lo que
se sabe de su doctrina y de sus argumentos es a través de
otros, principalmente de Aristóteles y sus comentadores,
especialmente Simplicio y Proclo, aunque éstos escribie-
ron casi un milenio después de Zenón; se dice incluso que
Simplicio poseía uno de sus libros.
De acuerdo con Colli, las fuentes para el estudio de la
obra de Zenón se pueden reunir en tres grupos: 1) en pri-
mer lugar, las obras de Aristóteles, especialmente la Física
donde se discuten las aporías, 2) después, los fragmentos
auténticos del propio Zenón, “que son muy pocos, tan só-
lo cinco, en la práctica, tres”, 3) en tercero, el Parménides
de Platón, porque en toda la parte introductoria del diálo-
go la figura de Zenón ocupa el primer plano.50 Otra fuente
47 Platón,Parménides, 127a-b
48 Giogio Colli, Zenón de Elea, p. 34.
49 En páginas posteriores se reproduce la cita completa del Parménides de Platón.
50 G. Colli, op. cit., p. 40.

87
importante, aunque muy tardía, es el ya mencionado co-
mentario de Simplicio a la Física de Aristóteles.
Los contenidos de estas paradojas están relacionados
con el origen de las matemáticas modernas, más precisa-
mente con el concepto de infinito y los intentos de diluci-
dar el concepto en términos finitos, lo cual dio como re-
sultado, entre otras cosas, el descubrimiento por Newton y
Leibniz del cálculo infinitesimal. Ambos hicieron esfuer-
zos por resolver las aporías que Zenón había planteado dos
mil años antes aunque, como dice Colli, la fuerza de éste es
haber apostado en el carácter no cognoscible del infinito, a
diferencia de aquellos pensadores del siglo XVII.
En la Antigüedad se mencionaban varios títulos de li-
bros de Zenón pero no se sabe cuántos escribió o si esos
títulos correspondían sólo a partes de un libro único. Platón
menciona un libro en el cual Zenón defiende a su maestro
de los ataques de sus críticos; ese maestro, Parménides,
decía que la realidad era una unidad inmutable, aunque to-
ma para nosotros una apariencia engañosa que no dice la
verdad acerca del mundo real. Según las apariencias, el
mundo parece en continuo cambio aunque en realidad ese
cambio no existe, sostenía Parménides; lo único verdadero
es lo inmutable, lo uniforme, lo intemporal, y el camino
a la verdad consiste en rechazar la ilusión de realidad y
declarar que sólo existe lo uno.
Parménides rechazaba el pluralismo pues el todo es in-
divisible; al sostener que el cambio no existe, tampoco po-
día existir el movimiento. Toda apariencia es pura ilusión
y debe ser rechazada por la razón. Bajo la influencia de
Platón, los comentaristas dicen que Zenón sostiene los pre-

88
ceptos de Parménides de que todo es uno y que, contrario a
la evidencia de los sentidos, la pluralidad y el cambio son
falsos y el movimiento es sólo una ilusión.
Una consecuencia de lo que dicen Platón y sus comen-
taristas es la postulación de que el objetivo del supuesto
libro de Zenón era responder a los adversarios de Parmé-
nides con las mismas armas de éste (entre las cuales es-
tá la paradoja) y argumentar que asumir la pluralidad era
más absurdo que asumir que sólo lo uno existe.51 Conclu-
yen, por tanto, que Zenón y Parménides argumentaban lo
mismo.
En respuesta a los críticos de Parménides que conti-
nuamente lo ridiculizaban, Zenón intentó (al menos es lo
que sostiene Platón) dar argumentos de apoyo a su maes-
tro para demostrar que los datos del sentido común acerca
de la pluralidad ontológica, del cambio y del movimien-
to, desembocan en conclusiones igualmente absurdas. Con
ello, hizo algo que tuvo un profundo impacto en la filosofía
griega: mostró que de la negación de los puntos de vista de
Parménides se llegaba a posiciones lógicamente absurdas.
Dice en ese diálogo:
[Habla Zenón] Lo que quiere, en verdad, mi libro es de-
fender a su manera la tesis de Parménides contra quienes
intentan ridiculizarlo y, de la unidad por ella afirmada,
51 Dice Sócrates a Parménides en el diálogo: “...no es sólo de toda tu amistad que

Zenón quiere ser inseparable, también de tu obra. De cualquier manera, es tu tesis lo


que él reescribe; pero, por el giro que ha dado, trata de hacernos creer que es otra tesis.
Así, tú, en tu poema, afirmas que el todo es uno, y das de ello bellas pruebas; él, a su vez,
afirma la inexistencia de lo múltiple, de lo que también proporciona un buen número de
pruebas. Cuando el primero afirma el Uno, el segundo niega lo múltiple y hablan cada
uno por su lado de manera que parecen no decir nada igual, aunque dicen en realidad la
misma cosa...” (Platón, Parménides, 128a-b)

89
pretenden sacar a la fuerza consecuencias donde la tesis
se ridiculiza y se contradice. Es una réplica contra los que
afirman lo múltiple y les devuelve las críticas aumentadas,
pues trata de demostrar que, incluso más ridícula que la
de lo Uno, aparece su hipótesis de que lo múltiple existe,
a lo que sería capaz de llegar las consecuencias.52

Los redactores de Los filósofos presocráticos no concuer-


dan completamente con lo que sostiene Platón de que Ze-
nón escribió para apoyar a su maestro, sino que piensan
“que la defensa de su maestro por parte de Zenón es pu-
ramente dialéctica”, es decir, un puro ejercicio mental que
consiste “en afirmar respecto de un mismo elemento su
existencia y su inexistencia, lo cual Zenón acaba de ilustrar
con la hipótesis ‘si existe la pluralidad’, y luego, también,
con la de ‘si no existe la pluralidad’”.53 De hecho, piensan
que la originalidad filosófica de Zenón está en el uso de la
dialéctica, entendida como una técnica de discusión:
52 Ibid., 128c-d.
53 Los filósofos presocráticos, t. II , p. 20. Este planteamiento lo acercaría a los sofistas

pero muy pocos estarían de acuerdo en clasificar a Zenón dentro de este grupo. A la pre-
gunta si se puede considerar a Zenón como un sofista, responde Palmer: “Isócrates [...]
no dudó en poner Gorgias, Zenón y Meliso juntos como entre los demás sofistas que flo-
recieron en la época de Protágoras y que produjeron tediosos tratados que defendían las
afirmaciones más extravagantes [...] Si bien existen dificultades para dar una definición
precisa del término ’sofista’, una característica común a todos los que normalmente se
clasifican como tales, y de lo que Zenón carece, es un interés en interrogar las normas y
valores culturales. La influencia de Zenón, sin embargo, sobre los mayores sofistas que
fueron sus contemporáneos y, más generalmente, sobre las técnicas de argumentación
promulgadas entre los sofistas parece innegable. El desarrollo de las técnicas de anti-
lógica de Protágoras, enraizada en su reclamo de que hay dos argumentos opuestos en
cada asunto, parece probable que haya sido inspirado por las nuevas formas de Zenón de
argumentación, así como por abogar por la más contraintuitiva de las tesis. La influencia
de Zenón es especialmente clara, por otra parte, en el tratado de Gorgias “Sobre la na-
turaleza, o Sobre lo que no es”, tanto en su inclinación por la argumentación a través de
antítesis y reductio y su uso de las premisas tomadas directamente del mismo Zenón”.
(John Palmer, Zeno of Elea)

90
El aporte personal de Zenón a la historia de la filoso-
fía fue, según nuestra interpretación, exclusivamente me-
todológico, pues independizó de su contexto conceptual
ciertos procedimientos formales [como la reductio ad ab-
surdum] y se sirvió de ellos para argumentar en favor y en
contra de determinadas hipótesis.54

La dialéctica, entendida como técnica de argumentar en


favor y en contra de una posición por medio de un cui-
dadoso razonamiento lógico, y en particular el argumento
contra una idea que muestra que conduce a consecuencia
inaceptables, fue una innovación en el mundo griego, y si
casi todos concuerdan en que no fue introducida por Ze-
nón, por lo menos tiene el mérito de haberla difundido y
popularizada.55 Platón y Aristóteles la usaron extensamen-
te y desde entonces ha estado presente en el método de
la filosofía puesto que, sin la dialéctica sólo será posible
defender una posición apelando a cuestiones no raciona-
les. Por tanto, para leer a Zenón y a pensadores posteriores
que usaron esta herramienta, es necesario asumir tempo-
ralmente que sus afirmaciones son verdaderas para des-
pués concluir que, si lo fueran, las consecuencias serían
absurdas; por ello se llama este procedimiento reductio ad
absurdum, el cual muestra que si los argumentos son ló-
gicamente válidos pero la conclusión es inaceptable, los
supuestos deben ser falsos.
Aristóteles y los autores posteriores que lo comentaron
han tratado de localizar cuáles son las posiciones que Ze-
54 Losfilósofos presocráticos, t. II, pp. 21-22.
55 Aunque, al menos según la afirmación de Diógenes Laercio, Aristóteles asegura
que “Zenón fue el inventor de la dialéctica”. Live of eminent philosophers, VIII, 57

91
nón ataca y cuáles son los supuestos que asume. La inter-
pretación de Platón de que la posición de Zenón es contra
una doctrina técnica de los pitagóricos fue aceptada por
Aristóteles y los autores posteriores que lo comentaron,
aunque, a fines del siglo XIX, algunos eruditos decían que
ni Platón ni Aristóteles entendieron el propósito de Zenón,
que, según ellos, no era refutar los argumentos del sentido
común sino que se dirigían contra una doctrina pitagórica
según la cual todo está compuesto de elementos que tie-
nen las propiedades de la unidad, el punto geométrico y
el átomo; esa posición estaría de acuerdo con la idea de
que la realidad es fundamentalmente matemática; por tan-
to, que la intención de Zenón, aseguraban, no era apoyar
directamente a Parménides.
Más tarde, casi todos se adhirieron a la idea de que la
crítica era a la comprensión del sentido común de la plu-
ralidad y el movimiento, que se basaba en nociones geo-
métricas familiares. Las críticas al pluralismo se presentan
de manera directa en la llamada por algunos paradoja de
lo limitado y lo ilimitado, conocida también como de la
densidad, y en otra paradoja que se denomina a veces de
lo grande y lo pequeño. Las dos aparecen más o menos
unidas en el mismo argumento, de allí que las presente-
mos juntas en la misma descripción. Aunque de manera
un poco velada, esas críticas están contenidas en las otras
paradojas, las más conocidas, que aquí discutimos en pri-
mera lugar, las cuales son las del movimiento, la del grano
de mijo y la del estadio. Presentamos a continuación las
paradojas conocidas de Zenón, y, de acuerdo con los co-
nocedores, agrupamos cuatro de ellas en un solo apartado.

92
Paradojas del movimiento
De un modo menos directo, la crítica a la pluralidad
por parte de Zenón también está presente en otro grupo de
paradojas, las del movimiento. En el libro 6 de la Física,
Aristóteles afirma que Zenón sostiene cuatro argumentos
sobre el movimiento que contienen dificultades y hace un
resumen de cada uno para dar su propia solución.56 Co-
mo los autores antiguos siguieron casi al pie de la letra
esos resúmenes, no existe mayor información adicional,
por lo que la reconstrucción de estos famosos argumentos
está casi exclusivamente en esta presentación incomple-
ta de Aristóteles, quien sostiene que “Zenón formuló cua-
tro supuestos sobre el movimiento que han producido gran
perplejidad en cuantos han intentado resolverlos”.57 En es-
tas paradojas y en las que se examinarán posteriormente
no sólo está presente la dimensión espacial, sino también
la temporal; y el concepto donde coexisten el espacio y el
tiempo es el de movimiento.
De esta manera, se denominan paradojas sobre el mo-
vimiento cuatro famosas argumentaciones de Zenón, las
cuales se han conocido a través de la obra de Aristóteles, y
56 La redacción de Aristóteles deja abierta la posibilidad que hayan existido otros

argumentos de Zenón contra el movimiento que no ofrecían dificultad.


57 Física, 239b10-12. Según Colli, el término “movimiento” que aparece en el texto,

traducción de kinesis, no tiene un sentido únicamente espacial por lo que, en su lugar


sería más conveniente traducirlo por “cambio”. (G. Colli, Zenón de Elea, p. 100) Según
Aristóteles, todo movimiento es un cambio (225a33) y hay tres clases de cambios (de
un sujeto a un sujeto, de un sujeto a un no sujeto y de un no sujeto a un sujeto) donde los
dos últimos son cambios según la generación o según la destrucción, los cuales no son
movimientos pues toman en consideración la sustancia. Parece obvio que Aristóteles se
refiere en este capítulo sólo al movimiento en sentido estricto, que es un tipo de cambio,
y no a los otros dos, por lo que la aclaración de Colli pierde pertinencia.

93
que llevan los nombres de la dicotomía, de Aquiles, de la
flecha y del estadio. (Incluimos también otras dos parado-
jas que no son propiamente sobre el movimiento pero que
son cercanas: la del grano de mijo y aquella que argumenta
en contra del espacio).

1. La dicotomía La continuación del fragmento an-


terior de la Física dice: “Según el primero, el movimiento
es imposible porque lo que se moviese tendría que llegar
a la mitad antes de llegar al término final”.58 Este pasaje
se ha interpretado de dos maneras diferentes. Según la pri-
mera, si un corredor tiene que llegar de un punto a otro,
antes de llegar al segundo punto debe alcanzar el punto
medio, la mitad de la distancia total; si se asume una ve-
locidad constante, llegará al punto medio en la mitad del
tiempo, y en la otra mitad del tiempo cubriría la mitad del
camino que falta. Pero, después, debe llegar a la mitad de
esa segunda mitad que le falta; es decir, par entonces ha-
brá alcanzado tres cuartas partes del camino; una vez que
alcanza este punto, todavía faltará una cuarta parte: antes
de llegar al final debe llegar a la mitad de la última cuarta
parte; allí aún le falta una octava parte pues ha recorrido
58 Antes, en ese mismo capítulo, después de argumentar que tanto el tiempo como la

magnitud son continuas, afirma que es falsa “la argumentación de Zenón al suponer que
los infinitos recorridos o que no es posible tocar una a una un número infinito de partes
en un tiempo finito” (233a21-3). Más adelante, en el capítulo 8, plantea de nuevo la
cuestión de cómo responder “a quienes preguntan con el argumento de Zenón y piensan
que si para recorrer una distancia cualquiera antes hay que recorrer siempre la mitad
de la distancia, habrá entonces infinitas mitades, y es imposible recorrer un infinito”
(263a4-6), y ofrecer una solución más adecuada, según él, que la del capítulo 6. El
argumento al que aquí se alude está también en los Tópicos donde habla del “argumento
de Zenón de que no es posible moverse o atravesar el estadio” como ejemplo de un
argumento opuesto a la creencia común, pero difícil de resolver (160b7-9).

94
7/8, y de esa última octava parte, debe primero alcanzar la
mitad, y le faltará 1/16, y así sucesivamente, hasta un nú-
mero infinito de divisiones. En resumen, la carrera consta
de un número infinito de distancias finitas por lo que nun-
ca puede concluir, ya que le tomaría al corredor un tiempo
infinito.
La segunda interpretación dice que, antes de llegar a la
primera mitad, debe alcanzar la mitad de esa mitad, es
decir, un cuarto del camino; pero antes de alcanzar esa
cuarta parte debe llegar a la mitad, o sea, un octavo, y
antes a 1/16, etc. Como esa división por la mitad se rea-
liza un número infinito de veces, el corredor ni siquiera
puede dar un primer paso pues éste se divide en la mi-
tad, un cuarto, etc., de modo que la conclusión es que el
movimiento es imposible. Precisamente, por el hecho de
involucrar repetidas divisiones en mitades de la distancia,
esta paradoja se conoce como de la dicotomía.

En sus intentos de resolver esta paradoja, Aristóteles hizo


notar que, a medida que la distancia disminuye, el tiempo
para recorrerla se hace más pequeño. En su solución pro-
pone distinguir, por un lado, las “cosas infinitas en lo que
toca a la divisibilidad”, como una unidad de espacio que
puede dividirse mentalmente en unidades más pequeñas
mientras que permanece espacialmente como lo mismo, y
por otro, las cosas o distancias que son infinitas en exten-
sión (“infinitas con respecto a sus extremos”). Para él, el
infinito tiene una existencia potencial y no real; dice:
[...] un movimiento continuo es de algo continuo, y en lo
que es continuo hay un infinito número de mitades, no en
actualidad sino potencialmente. Y si tales infinitas mita-

95
des se hicieran actuales, no tendría un movimiento conti-
nuo, sino interrumpido.59

Enseguida dice que la pregunta acerca de si se puede re-


correr algo infinito, sea espacial o temporal, tendría dos
respuestas: “si es un infinito actual, es imposible; pero si
es potencial es posible”. (263b5)
Aristóteles, en una línea de pensamiento que tuvo gran
influencia en los siglos posteriores, hizo la distinción en-
tre una línea continua y una línea dividida en partes; así,
una línea dividida y una línea sin división serían diferentes
pues la primera sólo potencialmente se puede derivar de la
segunda. Cuando considera el tiempo que le toma al co-
rredor llegar al final, también piensa el tiempo como una
línea, por lo que distingue entre una carrera continua de
principio a fin y otra dividida en un número infinito de me-
dias carreras, que sería potencialmente infinita en el tiem-
po, hecha de tiempos distintos; es decir, sería discontinua,
formada por un conjunto infinito de tiempos. Por tanto, la
pregunta anterior se reduce a si es posible pensar una ca-
rrera como una serie infinita de segmentos de carrera, y
responde que sí, si se trata de la serie potencialmente infi-
nita que forma la carrera continua, pero no si se trata del
número infinito real que forma la carrera discontinua.
Desde varios puntos de vista, esta respuesta no es satis-
factoria; en primer lugar, no se puede trazar una distinción
clara entre los infinitos potenciales y los reales, sobre todo
después de los trabajos de Cantor y sus sucesores sobre el
infinito los cuales han prescindido de la noción de infini-
59 Aristóteles, Física, VIII, 263a28-30.

96
to potencial.60 En segundo, cuando Aristóteles dice haber
probado la falsedad de lo que dice Zenón “al suponer que
los infinitos no pueden ser recorridos o que no es posible
tocar una a una un número infinito de partes en un tiem-
po finito”,61 asume que la suma de un número infinito de
cantidades finitas es necesariamente infinita, lo cual no es
aceptable por los argumentos que daremos más adelante,
al revisar la llamada solución estándar, pero ya desde el
siglo III aC., Arquímedes había desarrollado un método
para derivar una respuesta finita para la suma de un nú-
mero infinito de términos progresivamente más pequeños,
y el cálculo moderno llegó al mismo resultado con méto-
dos más rigurosos con ayuda de los conceptos de series
convergentes y series divergentes, a los cuales volveremos
más adelante.

2. Paradoja de Aquiles Inmediatamente después de


su breve presentación de la dicotomía, Aristóteles introdu-
ce la más famosa paradoja del movimiento de Zenón, la de
Aquiles y la tortuga, que enuncia de la siguiente manera:
El segundo argumento, conocido como “Aquiles”, es és-
te: el corredor más lento nunca podrá ser alcanzado por el
más veloz, pues el perseguidor tendría que llegar primero
al punto desde donde partió el perseguido, de tal manera
que el corredor más lento mantendrá siempre la delante-
ra. Este argumento es el mismo que el dicotómico, aunque
con la diferencia de que las magnitudes sucesivamente to-
madas no son divididas en dos. (239b14-20)
60 Se ha discutido antes, en la primera parte, la noción de infinito en relación con la

teoría de conjuntos.
61 Física, 233a22-23.

97
Casi toda la literatura habla de una carrera entre Aquiles y
la tortuga, pero no hay indicios de que Zenón haya usado
este segundo personaje; incluso en Aristóteles no apare-
ce, aunque sí en el comentario de Simplicio, quien cuenta
que Aquiles trata de alcanzar a la tortuga que se desplaza
lentamente delante de él; para sobrepasarla, es necesario
alcanzar primero el punto donde la tortuga inició su carre-
ra. En el tiempo que le toma a Aquiles llegar allí, la tortuga
avanza a un nuevo lugar, por lo que Aquiles tiene ahora que
llegar a ese nuevo lugar, y así en adelante. Aquiles nunca
alcanza a la tortuga porque cada vez que alcanza el punto
donde estaba la tortuga, ésta avanza un poco más y Aqui-
les tiene que hacer otra carrera por lo cual se necesita un
número infinito de alcances antes de igualar a la tortuga;
es decir, la serie de metas no tiene término final.
El propio Aristóteles dice que el argumento de Aquiles
y el de la dicotomía son semejantes y que la diferencia está
en que el espacio no se divide por la mitad sino de manera
distinta; por ello “la refutación tendrá que ser la misma en
ambos casos”:
es falso pensar que el que va delante no puede ser alcanza-
do; ciertamente, no será alcanzado mientras vaya delante,
pero será alcanzado si se admite que la distancia a reco-
rrer es finita. (239b26-29)

3. Paradoja de la flecha La discusión de Aristóteles


de la relación de movimiento y el tiempo prepara el ca-
mino para su objeción a la tercera paradoja de Zenón del
movimiento, el de la flecha en movimiento. Según Zenón,
en un instante dado la flecha no recorre distancia alguna;

98
como el movimiento completo contiene sólo una sucesión
de instantes, todos ellos contienen una flecha en reposo; su
conclusión es que la flecha no está nunca en movimiento.
Esto se puede generalizar: nada se mueve en un instante
puntual, y como el tiempo está formado totalmente de ins-
tantes, no hay movimiento.
La paradoja de la flecha toma un camino diferente pa-
ra refutar las nociones del sentido común de tiempo y de
movimiento. Dice Aristóteles que Zenón razona falazmen-
te (cae en un paralogismo) cuando dice que si todo lo que
está en algún lugar igual a sí mismo está en reposo, y si
lo que se desplaza está siempre en un ahora, entonces la
flecha que vuela está inmóvil.62 Si en cada momento la
flecha ocupa un espacio igual a sí misma, entonces la fle-
cha no puede estar en movimiento en ese momento porque
no hay un tiempo durante el cual se mueva, simplemente
está allí; y lo mismo ocurre en cualquier otro momento.
La falacia, dice Aristóteles, está en que “el tiempo no se
compone de ‘ahoras’ indivisibles, como tampoco ninguna
otra magnitud está compuesta de indivisibles”. El comen-
tario de Simplicio a la Física de Aristóteles restituye un
elemento al fragmento anterior al decir que Zenón afirma:
[...] todo, cuando está en algo igual a sí mismo, está en
movimiento o en reposo, y que nada que esté en el instante
se mueve, y que todo lo que se mueve está siempre, en
cada instante, en algo igual a sí mismo.63
Es decir, no sólo lo que está en reposo, sino también en
movimiento. En su Vida de Pirrón, Diógenes Laercio dice
62 Regresaremos a este argumento más tarde.
63 En Los filósofos presocráticos, t. II, p. 53.

99
que “Zenón suprime el movimiento, diciendo que lo que
se mueve se mueve no en el lugar en que está, ni en un lu-
gar donde no está”. Este fragmento parece dar a entender
cómo el argumento de que la flecha en movimiento está en
reposo puede haber figurado como parte de un argumento
más amplio contra el movimiento. Diógenes, sin embargo,
no es una fuente particularmente confiable para hablar de
los argumentos de Zenón; es probable que lo que dice Dió-
genes no sea más que un intento para mantener la versión
de Aristóteles de las paradojas del movimiento en la for-
ma que Platón dice que era la típica de Zenón. La versión
de Aristóteles dice, más o menos, que la flecha en movi-
miento (A) está realmente inmóvil y el argumento para es-
ta conclusión parece ser el siguiente: lo que se mueve está
siempre, durante toda la duración de su movimiento, en el
ahora, es decir, en un instante de tiempo después de otro.
Así, a lo largo de su vuelo, A está en un instante de tiempo
después de otro. En cualquier instante t particular durante
su vuelo, A ocupa un lugar exactamente equivalente a su
longitud, esto es, A está “contra lo que es igual”. Pero lo
que está contra lo que es igual está en reposo; por tanto,
A está en reposo en t. Pero t no es diferente de los demás
instantes del vuelo de A, de modo que lo es el caso de A
en t es el caso de la A en cada instante de su vuelo. En
conclusión, A está en reposo en cada instante de su vuelo,
y esto equivale a que la flecha en movimiento siempre esté
inmóvil o en reposo.
De acuerdo con Giorgio Colli, el argumento de la flecha
es similar a los dos anteriores, el de la dicotomía y el de
Aquiles; el primero demuestra la imposibilidad de alcanzar

100
un cierto punto y lo hace con el examen de los elementos
del segmento que representa la distancia total que debe ser
recorrida. Sin embargo, el argumento de la dicotomía di-
fiere en el hecho de que no se analiza, como en ese caso, la
distancia total, sino sólo uno de sus elementos, un instante
de la carrera; en aquél, la distancia total es igual a la suma
de puntos atravesados por el corredor.64 Con esto, Aristó-
teles asume que el tiempo también es un continuo, y un
periodo temporal es la suma de sus momentos. De allí que
la diferencia entre ambos argumentos sea que, “en el espa-
cio, la divisibilidad es llevada hasta el final, mientras que
el presente es un indivisible”. Para Zenón, concluye Colli,
el tiempo es considerado de modo distinto que el espacio.
Estas tres paradojas —la dicotomía, la de Aquiles y la
de la flecha— han sido las que han recibido más atención
y tratamiento en los siglos posteriores, aunque habría que
mencionar otras tres que aparecen en la literatura: la del
grano de mijo, la del estadio y una última en la que se
niega la existencia del espacio. Las tres principales han si-
do discutidas y refutadas por muchos filósofos y hombres
de ciencia, Aristóteles el primero de ellos. Para él, Zenón
comete el error de pensar que es imposible recorrer algo
infinito en un tiempo finito, y para evitar el error considera
que la única solución es interpretar el infinito no como Ze-
nón lo piensa, es decir, como un infinito real, sino como un
infinito potencial. Zenón se equivoca, dice, al creer que la
trayectoria continua de Aquiles está formada por un núme-
ro infinito (real) de fragmentos agregados, pero el camino

64 G. Colli, op. cit. pp. 121-122.

101
completo que debe recorrer está todo allí de antemano, y es
el que interpreta, el que lo divide potencialmente en partes,
pero el todo es un continuo y es finito. El potencial infinito
de fragmentos se crean en el tiempo, pero éste sólo está en
la mente del analista. Por tanto, el camino para salir de la
paradoja es rechazar la presencia de infinitos en el mundo
real.
Esta solución por medio del infinito potencial fue con-
siderada como satisfactoria durante dos milenios; de he-
cho grandes pensadores, como Berkeley, Kant, Poincaré,
entre otros, la aceptaron. Sostener la existencia de un in-
finito real era muy difícil pues había que probarlo, y esto
sólo ocurrió hasta el último cuarto del siglo XIX, cuando
Cantor sostuvo que un infinito potencial sólo tenía sentido
como un conjunto predefinido de valores posibles, el cual
es un conjunto realmente infinito. Para probar esta exis-
tencia, usó el axioma de la continuidad propuesto por De-
dekind en 1872 y la definición de éste de números reales
como un subconjunto infinito de los números racionales;
de allí, Cantor dio el paso decisivo de pensar que cual-
quier conjunto de números es un subconjunto (infinito) del
conjunto, también infinito, de los números racionales. Con
ello surge la primera definición rigurosa del infinito real
y, por tanto, queda fuera de toda consideración la noción
aristotélica de infinito potencial.
Dice Aristóteles en el mismo libro: “es imposible que
algo continuo esté hecho de indivisibles, como, por ejem-
plo, que una línea esté hecha de puntos, si damos por su-
puesto que la línea es un continuo y el punto un indivisi-
ble”. (231a23-27) Como se verá enseguida, las matemá-

102
ticas probaron, desde hace finales del siglo XIX, que los
continuos están formados de puntos, un poco a la manera
como Zenón lo entiende, pero Aristóteles no podría acep-
tar esa idea puesto que para él una línea está formada de lí-
neas más pequeñas infinitamente divisibles y no de puntos
sin magnitud. Por tanto, concluye, una distancia no puede
estar hecha de lugares puntuales.
En su análisis y refutación de la paradoja de la flecha,
Aristóteles extiende esta idea al tiempo; dice que Zenón
no está en lo correcto pues el tiempo no está formado de
“ahoras” individuales, es decir, puntos temporales en los
cuales la flecha está inmóvil en cada uno, sino que el mo-
vimiento se divide en un número potencialmente infinito
de intervalos; por tanto, en un momento dado hay un in-
tervalo finito en el cual la flecha está en movimiento, cam-
bia de lugar. Las matemáticas y la física mostraron que el
equivocado es Aristóteles y que Zenón tiene razón al decir
que la distancia está hecha de puntos y el tiempo de ins-
tantes individuales. Vamos a desarrollar este tema después
de presentar las paradojas que nos faltan.

4. El estadio La paradoja del estadio, también llama-


da de las filas en movimiento, es la que recibe el tratamien-
to más extenso por parte de Aristóteles y también de Sim-
plicio, a pesar de que siempre fue considerada una de las
más débiles. Aristóteles la resume de la siguiente manera:
El cuarto argumento supone dos series contrapuestas de
cuerpos de igual número y magnitud, dispuestos desde
uno y otro extremo de un estadio hacia su punto medio, y
que se mueven en dirección contraria a la misma veloci-

103
dad. Este argumento, piensa Zenón, lleva a la conclusión
de que la mitad de un tiempo es igual al doble de ese tiem-
po. (239b34-240a1)

Así planteado, es un fragmento muy abstracto, aunque el


mismo Aristóteles usa letras para nombrar los cuerpos que
se mueven; casi todos los traductores y comentadores han
usado esquemas para explicar el pasaje; el comentario de
Simplicio es especialmente útil para su interpretación. Una
primera dificultad es que el número de series de objetos
varía según la traducción (la que usamos aquí dice dos se-
ries): algunos hablan de varias, otros de dos o de tres. Por
ser la más simple, vamos usar aquí la explicación que men-
ciona tres series de objetos, llamada A, B y C. Con la letra
D se designa un extremo del estadio y con la E el otro. El
esquema (a) es el de la posición inicial:

AAAA AAAA
D BBBB E D BBBB E
CCCC CCCC
(a) (b)

Los objetos llamados A están inmóviles, los B se des-


plazan hacia E y los C hacia D. El esquema (b) muestra las
posiciones al final del movimiento.
El último objeto de la serie B ha sobrepasado los obje-
tos C mientras que sólo sobrepasó la mitad de los A pues-
tos que éstos están inmóviles y los C se mueven en sentido
opuesto a los B. El objeto B de la derecha se movió dos

104
posiciones, digamos una distancia d, mientras que el ob-
jeto C de la izquierda se mueve cuatro posiciones a partir
del B de la derecha pues ese C queda alineado con el B de
la izquierda; por tanto se movió una distancia doble de la
anterior, es decir, 2d. De aquí Zenón concluye que los B se
mueven una distancia dada mientras que los C, a la misma
velocidad, se mueven el doble de esa distancia, y por tanto
necesitarían el doble de tiempo que los B, o estos necesitan
la mitad de tiempo que los C.
No se requiere un gran razonamiento para ver que Ze-
nón no se da cuenta que mide un desplazamiento con res-
pecto a cuerpos en reposo y que mide el otro con respecto
a cuerpos que se mueven en sentido contrario; es decir, que
la diferencia es porque tienen velocidades relativas distin-
tas.65 Por ello Colli tiene cierta razón al decir que “el ar-
gumento es de una banalidad que deja perplejo”, aunque
añade que esa banalidad pueda ser “por defecto del cono-
cimiento que tenemos” de la paradoja original.

5. El grano de mijo Simplicio sitúa este problema en


un supuesto diálogo entre Protágoras y Zenón en el cual
éste pregunta por qué un grano de mijo no produce rui-
do mientras que un medimno66 de mijo sí lo produce, y
concluye que debe existir una relación entre los dos ruidos
producidos, semejante al de los objetos que los producen;
65 G.Colli, op. cit., p. 131.
66 Elmedimno era una unidad de medida de volumen para los áridos, cuyo valor
absoluto variaba de una localidad a otra, como de hecho fue el caso para todas las
unidades del mundo antiguo. Pertenecía al sistema de pesos y medidas de Corinto, que
se usaba en Atenas. Era equivalente a dos pies cúbicos; como el pie ático tenía una
longitud de 0.30825 metros, lo que daba para esa medida un total de 51.84 litros.

105
es decir, que ambos hacen ruido. Este argumentos ha sido
interpretado de dos maneras: como una crítica a la per-
cepción sensible (el conjunto total de granos hace ruido al
caer; el grano aislado también pero no lo detecta el oído).
Es ésta la interpretación de los redactores de Los filósofos
presocráticos. La segunda interpretación es un argumento
más en contra de la pluralidad pues asume que es un error
suponer que el medimno de mijo está compuesto de partes.
La respuesta de Aristóteles a la paradoja del grano de
mijo es que un grano o una parte de éste no mueve el aire
cuando cae como lo hace un medimno de mijo, pero que
debe hacer algún ruido. Una respuesta más general diría
que no toda perturbación del aire es audible para el ser
humano. Cuando Aristóteles discute el hecho de que una
fuerza no sea proporcional a la magnitud del movimiento
que produce, dice que puede ocurrir que una determinada
fuerza produzca un determinado movimiento, pero no ne-
cesariamente que la mitad de esa fuerza origine la mitad
del mismo movimiento.
De allí —dice— que sea falso el argumento de Zenón de
que cada grano de mijo tiene que hacer ruido al caer por-
que nada impide que en ningún tiempo un grano pueda
mover algo de ese aire que la totalidad del medimno ha
movido al caer. (250a20-23)

La síntesis de Aristóteles es una base demasiado ligera pa-


ra la reconstrucción de cómo Zenón puede haber argumen-
tado, por lo que Simplicio parece dar cuenta de algún tra-
bajo posterior. La evidencia sugiere, no obstante, que el ra-
zonamiento de Zenón está relacionado con la sorites, que
al parecer surgió más de un siglo después.

106
6. Contra el espacio Simplicio recoge en sus comen-
tarios a la Física lo que parece ser una cita textual de Ze-
nón. Dice: “Si todo lo que es está en el espacio, es evidente
que existirá también un espacio del espacio, y así seguirá
hasta el infinito”. En el mismo texto, más adelante, Sim-
plicio dice que ese argumento de Zenón “parece suprimir
la existencia del espacio” al decir que si el espacio exis-
te, debe estar en algo y, como todo lo que existe, lo que
está en algo está en un espacio; en otras palabras, el es-
pacio debe estar en un espacio, y así hasta el infinito. Por
tanto, concluye, “el espacio no existe”.67 Si no se resuelve
esta aporía, había escrito un poco antes, “es evidente que
quedaría eliminada la realidad del espacio”.
Aristóteles había formulado este problema al pregun-
tarse qué es el lugar (es decir, el espacio): “si fuese en sí
mismo existente, ¿dónde está? A la aporía de Zenón hay
que buscarle una explicación, porque si toda cosa existente
existe en un lugar, entonces es claro que el lugar tendrá que
tener también un lugar, y así hasta el infinito”. (209a23-25)
Y más adelante señala que ese problema no es de difícil
solución, pues
[...] nada impide que el lugar primario de una cosa es-
té en otra cosa, pero no como en un lugar, sino como la
salud está en las cosas calientes, a saber, como estado, o
como el calor está en un cuerpo, a saber, como afección.
De esta manera no es necesario proceder hasta el infinito.
(210b24-28)
En síntesis, estas paradojas tienen como objeto principal-
mente el movimiento, aunque de modo más general tratan
67 En Los filósofos presocráticos, t. II, p. 44 y 43.

107
sobre la posibilidad de especificar las unidades o partes
atómicas de las cuales se componen el espacio y el tiempo,
lo que se puede extender a cualquier continuo. Zenón ar-
gumentaba que, si existieran tales unidades, éstas podrían
tener tamaño o no tenerlo. Si tuvieran tamaño, sería el caso
de la paradoja del estadio, mientras que si no lo tuvieran,
sería el de la paradoja de la flecha. En el caso del estadio,
donde los grupos de objetos se mueven a una velocidad
unitaria, si las unidades tuvieran tamaño finito, después de
haber transcurrido una unidad de tiempo, cada grupo se
habría desplazado una unidad espacial con respecto al es-
tadio, pero se desplazarían dos unidades uno con respecto
al otro, lo que indica que cuando están separados una uni-
dad espacial también lo están por una unidad de tiempo.
Por tanto, la unidad de tiempo debe ser divisible, después
de todo. Por otro lado, si las unidades no tienen tamaño,
entonces una flecha en vuelo, en cualquier momento de
su vuelo, debe ocupar un espacio igual a sí misma, por lo
cual no puede moverse durante ese tiempo; pero si es así,
entonces está en reposo y la flecha nunca se mueve.
Parecería que el espacio y el tiempo pueden dividirse
ilimitadamente, pero Zenón argumenta que si el espacio y
el tiempo se dividieran de manera ilimitada, entonces sería
el caso de la paradoja de Aquiles, quien nunca podrá al-
canzar a la tortuga en tanto que le haya dado una ventaja.
De la misma manera, en la paradoja de la dicotomía, el co-
rredor debe llegar a la mitad del camino antes de alcanzar
el final y después a la mitad de esa mitad, etc.; y por tanto,
siempre tendrá un poco más para correr y nunca llegará al
final.

108
Aristóteles tenía una manera de resolver las paradojas
con la que convenció a todos durante más de veinte siglos;
para ello distinguió el espacio y el tiempo divididos de ma-
nera ilimitada. Pensaba que ninguna magnitud continua es-
tá compuesta realmente de partes puesto que, aunque sean
divisibles, el continuo está dado previamente a cualquier
división. En particular, negaba que pudiera haber partes no
finitas (de allí que se le haya llamado finitista); éstas no
pueden ser partes del espacio o del tiempo porque ningu-
na magnitud puede estar compuesta de algo que no tiene
extensión. En el siglo XVII esta teoría comienza a ponerse
en cuestión cuando se pensó que algo sólo puede estar en
reposo si permanece en el mismo lugar en dos momentos
diferentes; para Aristóteles, tanto el reposo como el mo-
vimiento se pueden definir sólo en incrementos finitos de
tiempo ya que no existía para él la noción de velocidad ins-
tantánea. De cualquier modo, el finitismo aristotélico per-
maneció vigente hasta finales del siglo xix cuando Cantor
especificó el número de puntos no finitos en un continuo.
Vamos a examinar esa cuestión con respecto a dos para-
dojas que no fueron realmente enunciadas por Zenón sino
que están presupuestas; es decir, son reconstrucciones o
generalizaciones realizadas sobre la base de fragmentos de
las otras paradojas.

Paradojas de la densidad y de la completa divisibilidad


En el Parménides, Platón presenta la discusión en el
momento en el que Sócrates pregunta a Zenón si ha enten-
dido bien la posición de éste: “¿Quieres decir que si los

109
seres son múltiples, no pueden dejar de ser a la vez seme-
jantes y desemejantes, lo que es imposible, porque ni los
desemejantes pueden ser semejantes ni los semejantes de-
semejantes?” Zenón afirma que Sócrates lo ha entendido
bien y éste continúa:
En consecuencia, si es imposible que los desemejantes
sean semejantes y los semejantes desemejantes, ¿es impo-
sible también que lo múltiple exista, porque lo múltiple,
una vez planteado, no puede escapar a esas imposibilida-
des? ¿Es esto lo que pretenden tus argumentos? ¿Es a otra
cosa que a establecer, contra todo lo que suele decirse, la
inexistencia de lo múltiple? (127e)

En este pasaje hay un argumento y una conclusión, la que


dice que los múltiples serían semejantes y desemejantes;
pero falta el desarrollo del argumento inicial. Como la con-
clusión es absurda, por tanto los muchos no existen. Otros
autores proponen un esquema completo con la restitución
hipotética del argumento que falta:
Si existe la multiplicidad, ésta estará integrada por unida-
des que a) posean magnitud, o b) no posean magnitud. Si
(a), cada unidad constará de partes, relacionadas unas con
otras, y nunca podrá decirse que una parte sea la última;
por consiguiente, estas partes serán infinitas y la multipli-
cidad que ellas integren será infinitamente grande. Si (b),
cada unidad no altera aquello a lo cual se agregue o de
lo cual se quita; entonces, no posee realidad alguna y la
multiplicidad integrada por estas partes será, consecuen-
temente, infinitamente pequeña. Vale decir que si existe
la multiplicidad ella será tanto infinitamente grande como
infinitamente pequeña.68
68 Los filósofos presocráticos, p. 38, n. 25.

110
En su comentario al libro 1 de la Física, el neoplatóni-
co Simplicio cita el argumento de Zenón que afirma que si
hay muchas cosas, éstas son limitadas e ilimitadas; su frag-
mento 140.29, donde afirma que cita literalmente a Zenón,
dice: “Si los seres son muchos es necesario que sean tan-
tos cuanto son, ni más ni menos. Pero si son tantos cuantos
son serán limitados. Si son muchos, los seres serán infini-
tos. En medio de esos seres habrá siempre otros y entre
uno y otro de éstos, todavía otros. De modo que los se-
res son infinitos”.69 Zenón quiere demostrar que no puede
haber muchas cosas y, de acuerdo con su método, asume
inicialmente lo contrario, que hay muchas cosas; dice des-
pués que todo conjunto de cosas debe contener un cierto
número de ellas; si ese número es definido, debe ser finito
(limitado). Enseguida asume las dispuestas linealmente de
manera que entre dos de ellas deba haber una tercera, y en-
tre esta tercera y cualquiera de las dos iniciales, deba estar
otra, y así en adelante; por tanto, el conjunto será ilimitado
o infinito, lo cual contradice el supuesto inicial, por lo cual
debe ser falso: no hay muchas cosas.
La reconstrucción del argumento por parte de J. Palmer
es como sigue: si hay muchas cosas, entonces debe haber
un número finito de ellas; y si hay muchas cosas, entonces
deben ser infinitas. El supuesto de que hay muchas cosas es
el supuesto que da lugar a la contradicción, a saber, que las
cosas son a la vez en número finito e infinito. El argumento
concreto para la primera rama de la antinomia es simple:
69 Citada por G, Colli, op. cit., p. 143. La versión del segundo volumen de Los filósofos

presocráticos está incompleta; sólo dice: “Si existe la multiplicidad, es necesario que sus
integrantes sean tantos cuantos son...” (p. 39)

111
si hay muchas cosas, entonces deben ser tantas como son.
Si las muchas cosas son tantas como son, deben ser finitas
en número. Por tanto, si hay muchas cosas, entonces de-
be haber un número finito de ellas.70 Simplicio describe la
segunda rama de la antinomia como una demostración de
la infinidad numérica a través de la dicotomía. De hecho,
el argumento depende de un postulado que especifica más
una condición necesaria sobre dos cosas que son distintas
que sobre la división per se, y que diría que, si hay muchas
cosas, deben ser distintas, es decir, separadas unas de las
otras. Dos cosas cualesquiera serán distintas o separadas
una de la otra sólo si hay alguna otra cosa entre ellas; x1 y
x2 son distintas si hay una cosa x3 entre ellas. A su vez, x1
y x3 son distintas sólo si hay otra cosa x4 entre ellas. Pues-
to que este postulado puede ser aplicado repetidamente de
modo ilimitado, entre dos cosas distintas habrá ilimitada-
mente muchas otras cosas. Por lo tanto, si hay muchas co-
sas, entonces debe haber un número ilimitada de cosas.
Pero aquí podemos preguntarnos por qué Zenón asume
que siempre entre dos cosas una tercera; dicho en términos
más modernos, por qué las cosas deben estar densamen-
te ordenadas. De acuerdo con este razonamiento existirían
dos posibilidades: de acuerdo con la primera, se afirma
que, para que dos cosas se distingan entre sí debe existir
una tercera entre ambas, la cual puede ser incluso un inter-
valo vacío; la segunda se refiere no a dos cosas sino a una
misma cosa, un mismo objeto y a las partes que lo com-
ponen: también allí, entre ellas, debe existir siempre una

70 John Palmer, Zeno of Elea, Stanford Encyclopedia of Philosophy.

112
tercera (es decir, también estas partes son densas como los
puntos de una recta son densos). Así, pues, el pasaje de Ze-
nón dice que es contradictorio asumir que el mundo con-
tiene muchas cosas puesto que todo conjunto de cosas es
finito o infinito: es finito porque es un número definido de
cosas, pero infinito porque las cosas son densas. Para man-
tener dos cosas como cosas distintas, dice, debe haber una
tercera que las separe; una formulación más actual sería
decir que entre dos objetos físicos cualesquiera, separados
en el espacio, hay un lugar entre ellos porque el espacio es
denso; es decir, no es necesario plantear la existencia de
un tercer objeto entre los otros dos.
El pasaje de Zenón que dice que todo objeto formado
de infinitas partes extensas tiene una extensión infinita se
discute con el argumento llamado de la completa divisi-
bilidad. Según Simplicio, esta idea es de Zenón, aunque
Aristóteles no lo diga.71 Dice éste en otro libro: “[...] si
un cuerpo es por naturaleza totalmente divisible, entonces
nada podrá ser imposible si realmente ha sido dividido,
puesto que no hay ninguna imposibilidad de que incluso
se haga una división en innumerables partes innumerables
veces, aunque, acaso, nadie pueda llevar a cabo una divi-
sión tal”. ¿Qué queda al final de este proceso?, se pregunta:
no puede ser una magnitud porque quedaría algo por divi-
dir y el supuesto era que el cuerpo es totalmente divisible.
Pero si, al contrario, no restara ningún cuerpo ni mag-
nitud, y se mantuviera la división, o bien el cuerpo es-
71 “Zenón afirma esto [...] porque cada una de las muchas e infinitas cosas tienen

magnitud por el hecho de que, antes de que se tome, hay siempre algo susceptible de
división hasta el infinito”. (Los filósofos presocráticos, p. 41)

113
tará constituido de puntos y sus componentes carecerán
de magnitud, o bien no quedará absolutamente nada y,
en consecuencia, el cuerpo procedería de nada y estaría
compuesto de nada, y entonces el todo no sería sino una
apariencia. [...] Del mismo modo, si el cuerpo está cons-
tituido de puntos, no habrá cantidad.72

Al término de la completa división se llega a lo que Zenón


denomina “elementos”. De esta manera, se tendrían tres
posibilidades: la primera es que los elementos son nada,
y los objetos una mera apariencia; la segunda es que los
elementos sean algo, pero de tamaño cero, con lo cual el
objeto estaría compuesto de elementos sin tamaño y, como
la suma de ceros (incluso de un número infinito de ceros)
da por resultado cero, el objeto no tendría tamaño; final-
mente, la tercera es que los elementos son algo y de ta-
maño diferente a cero; si es así, no son todavía elementos
pues pueden seguir dividiéndose. En resumen, las tres po-
sibilidades conducen a resultados absurdos y, por tanto, los
objetos no pueden ser totalmente divisibles.
Con respecto al tamaño de esas partes, Zenón tiene tam-
bién algo que decir. Simplicio da numerosos argumentos
de Zenón que muestran que la afirmación de lo múltiple
lleva a una contradicción. Uno de ellos es el argumento en
el que demuestra que la multiplicidad es tanto grande co-
mo pequeña: tan grande que es ilimitada en magnitud, y
tan pequeña que no tiene tamaño. De hecho, en este argu-
mento muestra que lo que no tiene ni magnitud ni grosor ni
volumen ni siquiera existe, porque si se añadiera a otra en-
tidad, no por ello sería más grande; y puesto que no tiene
72 Aristóteles, Acerca de la generación y la corrupción 316a26-30.

114
magnitud, cuando se agrega, no puede haber ningún au-
mento en magnitud; por lo cual se agregara no sería nada.
Lo mismo ocurre cuando se quita algo y no se hace más pe-
queña; por tanto, es evidente que lo que se agrega y lo que
se quita es nada. Después de citar esta parte del argumen-
to, Simplicio continúa: “Zenón dice esto porque cada una
de las muchas cosas tiene magnitud y es ilimitada, habida
cuenta de que algo está siempre delante de lo que se toma,
en virtud de la división infinita; esto lo muestra después de
la primera demostración de que nada tiene magnitud sobre
la base de que cada uno de los muchos es igual a sí mismo
y uno”. Después de mostrar que lo que no tiene magnitud
ni siquiera existiría, dice:
Si [la multiplicidad] existe, es necesario que cada cosa
tenga cierta magnitud y espesor, y que una parte de ella
se separe de la otra. Y el mismo razonamiento se aplica
a esta parte separada, pues también ésta tendrá magnitud
y separará algo de sí . . . Así, si existe la multiplicidad,
es necesario que ésta sea pequeña y grande: pequeña de
modo tal que no tenga magnitud; grande, de modo tal que
sea infinita.73

Aquí se asume una pluralidad de objetos extensos; cada


objeto tiene dos partes separadas, cada una también con
extensión y cada con dos partes extensas distintas, y así
sucesivamente, con lo que se concluye que todo objeto se-
ría infinito en extensión. Si tales partes existen, son exten-
sas, y una suma infinita de partes finitas es infinita. En otro
fragmento del comentario a la Física de Aristóteles, dice
Simplicio que, para que algo exista, debe tener magnitud,
73 Los filósofos presocráticos, t. II, pp. 37-38.

115
espesor o volumen, y añade en una supuesta cita literal de
Zenón:
Si se le agregase a otro ente, no lo haría mayor, pues al
no tener magnitud, aunque se agregue, no sería capaz de
producir una magnitud. Y así, lo que está agregado no
existiría. Pero si se le quitan a algo, no lo haría menor, y
si se le agregase no lo aumentaría; es evidente entonces
que tanto lo que se agrega como lo que se quita no son.74

Este argumento parece estar incompleto pues descansa en


una razonamiento previo, que consistiría en afirmar que, si
existen muchas cosas, no deben tener tamaño; de aquí se
sigue que no pueden existir pues el resultado de añadir o
quitar algo sin tamaño a otra cosa no produce alteración
alguna.

Algunas soluciones propuestas


Vamos a retomar aquí la argumentación que pone en
relación las líneas y los puntos con las paradojas, la que
comenzamos a desarrollar en la discusión de las paradojas
del movimiento. En primer lugar, el concepto de continuo,
el cual, aunque muy intuitivo, requiere una cierta explica-
ción. Ser continuo significa no estar interrumpido, como
sería el caso del cielo o del mar; por eso se llama un conti-
nuo a una entidad que no tiene cortes, aberturas o huecos.
Aunque su rasgo fundamental es no tener divisiones, cual-
quier continuo admite la división repetida o sucesiva o ili-
mitada; esto significa que el proceso de división en partes
cada vez más pequeñas termina en un indivisible, en una
74 Ibid., p. 63.

116
parte que ya no puede dividirse más.75 De allí que se diga
que los continuos sean divisibles sin límite o que sean in-
finitamente divisibles. Por tanto, la unidad de un continuo
esconde una pluralidad infinita.
En la Antigüedad se objetaba que si esta división se
realizaba en una magnitud extensa, como por ejemplo una
línea, ésta quedaría reducida a una multitud de puntos sin
extensión, pero que esos puntos no podrían usarse para la
magnitud original porque una suma, incluso una suma in-
finita, de elementos sin extensión no puede ella misma te-
ner extensión. Dice Aristóteles76 que el argumento de la
indivisibilidad total fue lo que convenció a los atomistas
(Leucipo y Demócrito) de que debe haber partes indivi-
duales en la materia, las más pequeñas; no examinaremos
aquí esas posiciones.
El término “infinito” siempre ha dado lugar a confu-
siones; en primer lugar porque se usa tanto como adjetivo
como sustantivo: como adjetivo, califica algo como que no
tiene final, y como sustantivo se refiere a algo que puede
ser tratado como un número. La noción de infinito se ha
usado desde la antigüedad tanto para lo muy grande como
para lo muy pequeño. Como adjetivo, se aplica a los con-
juntos, que pueden ser finitos o infinitos. Entendida de ma-
75 Dice Aristóteles: “Entiendo por continuo lo que es divisible en divisibles siempre

divisibles; y si se da por sentado que esto es la continuidad, entonces el tiempo tiene


que ser necesariamente continuo”. Física 232b24-25.
76 En sus palabras: “al dividir en partes, la escisión no puede llegar al infinito, ni el

cuerpo puede simultáneamente ser dividido en todos sus puntos (pues es imposible),
sino sólo hasta un determinado límite. Luego es forzoso que existan magnitudes indivi-
sibles que no pueden ser vistas [...] Éste es, pues, el argumento que parece hacer forzo-
sa la existencia de magnitudes indivisibles. (Acerca de la generación y la corrupción,
316b30-36)

117
nera tradicional, una cantidad infinitesimal es aquella que,
mientras que no coincide con cero, es en algún sentido más
pequeña que cualquier cantidad finita. Asociada con la no-
ción de infinito está la de infinitesimal. Los infinitesimales
tienen una larga historia ya que se habla de ellos desde el
siglo V antes de nuestra era (aunque no fueron considera-
dos por la aritmética de los Elementos de Euclides). En la
Edad Media reaparecen con el nombre de “indivisibles” y
van a desempeñar un importante papel en el desarrollo del
cálculo; sin embargo, el hecho de no poseer un estatus ló-
gico claro hizo que se abandonaran en el siglo XIX y que
su lugar fuera ocupado por el concepto de límite, como se
verá más adelante.
Mientras que la naturaleza fundamental de un continuo
es no ser dividido, generalmente se sostiene que cualquier
continuo admite la división repetida o sucesiva sin límite.
Esto quiere decir que el proceso de división en partes ca-
da vez más pequeñas no llega a terminar en un indivisible
o átomo, esto es, en una parte que, al no tener partes, no
puede ser ya dividida. Por tanto, los continuos son divi-
sibles sin límite, que es lo mismo que decir infinitamente
divisibles. De allí que la unidad de un continuo oculte una
pluralidad potencialmente infinita.77 En el mundo antiguo,
esa idea se encontraba con la objeción de que, si se rea-
lizaba completamente el proceso de dividir una magnitud
extensa, como una línea, entonces quedaría reducida a un
montón de átomos, en este caso, de puntos sin extensión, o
tal vez a nada. Entonces, sin importar cuantos puntos, in-
77 John L. Bell, Continuity and Infinitesimals, The Stanford Encyclopedia of Philo-
sophy.

118
cluso si fuera un número infinito, éstos no podían volver a
formar la magnitud original ya que una suma de elementos
sin extensión, sin importar su tamaño, no puede tener ex-
tensión. Además, si hay un número infinito de puntos des-
pués de la división, de acuerdo con Zenón, y si la magnitud
es un movimiento finito, esto lleva a la conclusión absurda
de que pueden tocarse un número infinito de puntos en un
tiempo finito.
Los atomistas Leucipo y Demócrito en el siglo V aC,
sostenían que la materia y la extensión no eran infinita-
mente divisibles; no se trataba sólo que la división sucesi-
va de la materia desembocara en los átomos, en partículas
discretas incapaces de más división, sino que la materia te-
nía que entenderse como compuestas de átomos. Con ese
rechazo a la divisibilidad infinita, los atomistas sostenían
que todo lo continuo se puede reducir a lo discreto.
La noción de infinitesimal está asociada con la de conti-
nuo ya que una magnitud infinitesimal sería algo así como
la unidad mínima de un continuo. Así como una unidad
discreta está formada de unidades individuales, sus indivi-
sibles, así un continuo está compuesto de partes últimas,
que son magnitudes infinitesimales. De allí que los mate-
máticos del siglo XVII pensaran que toda curva continua
está formada de rectas infinitesimales. Pero los puntos, al
ser indivisibles, no pueden ser parte de un continuo; las
magnitudes infinitesimales, como partes de los continuos,
no pueden ser puntos. Magnitudes como masa y volumen,
que se definen sobre regiones extensas del espacio, son
cantidades extensivas, mientras que las infinitesimales son
magnitudes intensivas. Cuando un continuo es la huella

119
de un movimiento, las magnitudes infinitesimales asocia-
das son magnitudes potenciales, entidades que, al no po-
seer una verdadera magnitud, tienen la tendencia a generar
magnitud a través del movimiento; es decir, manifiestan
un devenir, opuesto al ser. Por ello había que separar el in-
divisible del infinitesimal: un indivisible es por definición
algo que ya no puede dividirse o que no tiene partes, pe-
ro ello no quiere decir que sea infinitesimal: el alma, la
conciencia individual, las mónadas de Leibniz, todas su-
puestamente carecen de partes pero no son infinitesimales,
pero tienen en común ser inextensas. Las cantidades ex-
tensas tales como líneas, superficies y volúmenes son ricas
fuentes de indivisibles.
Si el proceso de dividir esas entidades tuviera fin, co-
mo querían los atomistas, éstas serían indivisibles de natu-
raleza cualitativamente diferente: en el caso de una recta,
serían puntos; en el caso de una curva, serían líneas rectas.
De allí que se usaran los indivisibles para calcular áreas y
volúmenes de figuras curvilíneas, y que se pensara que una
superficie o un volumen como una colección o como una
suma de indivisibles lineales o planas.
Con el descubrimiento del cálculo por Newton y Leib-
niz, el concepto de infinitesimal cayó en desuso, aunque
aparece posteriormente pero siempre modificado y no ya
pensado en un sentido absoluto. Newton conocía las para-
dojas de Zenón y sus respuestas a las dos primeras para-
dojas (la dicotomía y la de Aquiles) tienen qué ver con las
series infinitas. Éstas, igual que el cálculo descubierto por
él mismo y por Leibniz, de algún modo descansan en la
noción de límite, que dice que una variable puede situarse

120
tan cerca como se desee de un determinado valor pero sin
llegar a alcanzarlo. Así, una serie infinita es un conjunto
de números que aumenta hasta llegar lo más cerca posi-
ble de un cierto valor, en este caso, el infinito. La paradoja
de la dicotomía se representa por una serie que comien-
za con 1/2 y donde cada término subsecuente es la mitad
del término previo; de esta manera, la serie presente en el
argumento de la dicotomía es: 1/2 + 1/4 + 1/8 +...
Zenón había asumido de manera incorrecta que la suma
es un número infinito; sin embargo, en este caso el resulta-
do es la unidad. En realidad, como la serie no tiene fin, la
suma nunca alcanza la unidad, pero lo importante es com-
prender que una serie puede tener infinitos componentes
pero que la suma de ellos puede ser finita (estas series se
denominan series convergentes); por tanto, las paradojas
de Aquiles y la dicotomía tal como Zenón las plantea es-
tán equivocadas. El primer problema de Zenón es el que
corresponde a la serie 1/2 + 1/4 + 1/8 + 1/16 +...+ 1/2n ,
que converge hacia la unidad, de modo que no se justifi-
ca la conclusión de Zenón de que el corredor nunca podrá
llegar del punto A al punto B. La paradoja de Aquiles, el
segundo argumento, corresponde a la serie 1/10 + 1/100 +
1/1000 + ... + 1/10n , que también es convergente y conver-
ge de manera más rápida que la anterior.
Newton también estudio el problema del movimiento,
noción también presente de manera notoria en las parado-
jas; Newton basó su enfoque en una visión del espacio y
del tiempo como absolutos y desde allí trató de responder
el argumento de la flecha. La solución del argumento de
la flecha requiere de una nueva herramienta desarrollada

121
precisamente por Newton y Leibniz, el cálculo diferencial.
Uno de los conceptos importantes con respecto al movi-
miento es el de velocidad, es decir, la razón o tasa de cam-
bio de la posición de un cuerpo en el tiempo. Una hazaña
de Newton fue usar las reglas del cálculo para descubrir
los procesos físicos, como es el caso del movimiento. La
velocidad de un objeto podía ser calculada tomando su po-
sición –definida por una función matemática– y encontrar
la derivada de ésta; de esa manera podía determinarse la
velocidad del objeto en cualquier instante.
Como la velocidad de un objeto determinada por este
procedimiento se llama velocidad instantánea o diferen-
cial, ello dio lugar a que los críticos de Newton pensaran
que con ello no se resolvía la paradoja pues, al ser la velo-
cidad un cambio con respecto al tiempo, y al ser instantá-
nea, o sea con el tiempo igual a cero, el resultado era una
indeterminación. De allí el uso del concepto de límite; con
él se ve la velocidad instantánea como la razón de cam-
bio de posición cuando el tiempo se aproxima a cero. Para
cualquier instante durante un intervalo, la flecha está en
movimiento; es verdad que la flecha está en un solo lugar
en cualquier instante dado, pero ello no significa que esté
en reposo en ese instante.
Newton y Leibniz definieron lo que significa que un
cuerpo esté en movimiento en un instante determinado y
qué quiere decir que su velocidad es tiene una magnitud
dada en ese instante. La afirmación de que un cuerpo tiene
una cierta velocidad en un instante no se refiere a de ese
instante preciso sino a la de intervalos temporales progre-
sivamente más pequeños centrados alrededor del instante.

122
Bertrand Russell había establecido en 1914 que los ar-
gumentos de Zenón, en alguna manera, establecieron las
bases de casi todas las teorías del espacio, del tiempo y del
infinito construidas desde su época hasta ahora. Al anali-
zarlos, encuentra
[. . . ] que todos sus argumentos son válidos (bajo ciertas
hipótesis razonables) sobre el supuesto de que los espa-
cios y los tiempos finitos consisten de un número finito
de puntos y de instantes, y que el tercero y cuarto, casi
con toda seguridad, de hecho, se siguen de este supuesto,
mientras que el primero y el segundo, que tenían por obje-
to tal vez refutar las asunciones opuestas, son falaces. Por
lo tanto, se puede escapar de sus paradojas ya sea mante-
niendo que, aunque espacio y tiempo consisten de puntos
e instantes, el número de ellos en cualquier intervalo finito
es infinito, o negando que el espacio y el tiempo consistan
de puntos e instantes, o, finalmente, negando la realidad
del espacio y el tiempo.78

Russell añade que Zenón propuso la tercera de estas hipó-


tesis, especialmente en relación con el tiempo, y que mu-
chos filósofos asumieron esa propuesta. Otros, sin embar-
go, como es el caso de Bergson, niegan que espacio y el
tiempo estén formados por puntos e instantes. Una visión
moderna de las paradojas que asuma la perspectiva ori-
ginal de Zenón sería muy difícil de sostener. Pero, como
hemos visto, las dificultades también se pueden encontrar
si se admiten los números infinitos, los cuales deben admi-
tirse sobre bases independientes del espacio y del tiempo,
de la misma manera que las series en las que no hay dos
78 Bertrand Russell, Our knowledge of the external world, p. 183.

123
términos consecutivos. Es el caso de todas las fracciones
menores que uno, dispuestas en orden de magnitud: entre
dos de ellas cualesquiera, hay otras, por ejemplo, la media
aritmética de las dos. Por lo tanto no hay dos fracciones
que sean consecutivas y el número total de ellas es infini-
to. Por tanto:
Se encuentra que gran parte de lo que dice Zenón en cuan-
to a la serie de puntos en una recta puede ser igualmente
bien aplicado a la serie de fracciones. Y no podemos ne-
gar la existencia de fracciones, de modo que dos de las
anteriores vías de escape están cerradas. De ello se dedu-
ce que, si queremos resolver toda la clase de dificultades
derivable de Zenón por analogía, debemos descubrir al-
guna teoría sustentable de los números infinitos. ¿Cuáles,
entonces, son los dificultades que, hasta los últimos trein-
ta años, llevaron a los filósofos a creer que los números
infinitos son imposibles?79

Ya hemos mencionado a qué se refieren los matemáticos


cuando hablan de los continuos; pero es más usual hablar
en singular, del continuo; con este término designan la lí-
nea, que tiene la misma estructura que los números reales
en su orden natural: los puntos en una línea y los núme-
ros reales pueden ponerse en correspondencia uno a uno, o
biunívoca. La línea o el continuo, desde la perspectiva de
Zenón, tendría las siguientes características: 1) es infinita-
mente divisible; 2) está compuesta de puntos; 3) su medida
o longitud no es el resultado de la suma de sus puntos; 4)
ningún punto tiene otro punto junto a él sino que siempre
existe una distancia finita entre ellos; y 5) la distancia re-
79 Ibid., p. 184.

124
corrida que toca todos los puntos de la serie se define por
una serie infinita.
Aristóteles no aceptaría estos argumentos pues, como
se ha dicho, para él no existen los infinitos reales, sólo los
potenciales, y por tanto las distancias y las duraciones tem-
porales se dividen en intervalos pero nunca en puntos o en
instantes indivisibles; con estas ideas fundamentales lle-
gó a una solución para las paradojas de Zenón, la cual se
mantuvo vigente hasta el siglo XIX, cuando se comenzó
a cuestionar la validez de muchas tesis consideradas co-
mo verdaderas tanto en física como en matemáticas y se
descubrieron nuevas herramientas teóricas, como el de la
teoría de conjuntos y el desarrollo de teorías como la de
los números, que trata de cuestiones relativas al infinito.
En 1874, Cantor publicó un trabajo del cual surgió la mo-
derna teoría de conjuntos; allí se describe la naturaleza de
las colecciones de objetos abstractos y las relaciones en-
tre ellos. Esta teoría tuvo muchas implicaciones para la
comprensión del infinito y para el estudio de las relaciones
entre conjuntos infinitos, como el conjunto de los núme-
ros naturales, según se expuso en el paréntesis del capítulo
primero. Veremos enseguida algunas respuestas dadas por
los desarrollos entre fines del siglo XIX e inicios del XX.
A partir del último cuarto del siglo XIX, cuando entra en
el campo de las matemáticas el concepto moderno de infi-
nito sustentado a partir de la teoría de conjuntos de Cantor,
se optó por una solución a las paradojas planteadas por
Zenón, solución que, aunque fue no aceptada de manera
unánime, sí por una mayoría, la cual hace uso del cálculo
moderno y de otras herramientas de las ciencias actuales.

125
Se acostumbra llamar solución estándar y tiene como ba-
se la idea que el espacio, el tiempo y el movimiento son
continuos; otros supuestos de esta solución son que las po-
siciones, distancias, tiempos, duraciones y velocidades de-
ben ser tratados como variables cuyos valores son números
reales; también, que un objeto puede tener una velocidad
positiva y un lugar puntual; finalmente, que algunas series
infinitas de términos positivos pueden tener sumas finitas.
La solución estándar no fue establecida por un solo fi-
lósofo o un solo matemático sino que es producto de si-
glos de desarrollo y tiene como base, en primer lugar, la
voluntad de reemplazar teorías y conceptos antiguos con
otros más acordes con los cambios en el mundo; pero so-
bre todo se basa en la voluntad de sobrepasar los supuestos
del sentido común. Debemos tener en mente, sin embargo,
que aunque las matemáticas han mostrado ser fundamen-
tales para resolver las paradojas, una solución puramente
matemática no basta, pues las paradojas no sólo cuestionan
las matemáticas sino también la naturaleza de la realidad
física. Las matemáticas modernas y la mecánica clásica,
especialmente las ideas de que todo proceso físico es un
conjunto de hechos puntuales, de que movimientos, du-
raciones y distancias son continuos lineales formados por
puntos, todo ello forma parte de la solución estándar, pero
que ésta no tiene como meta, como era el caso de la solu-
ción de Aristotéles, destruir los razonamientos de Zenón,
sino hacer avanzar el conocimiento, desarrollar un siste-
ma coherente en las matemáticas y en las ciencias físicas.
La solución estándar sustituye las nociones del sentido co-
mún con conceptos matemáticos y físicos, y este proceso

126
de sustitución paulatina ha sido un elemento fundamental
en el desarrollo mismo de las ciencias modernas.
Las críticas de Berkeley al uso de infinitesimales en el
cálculo de Newton y Leibniz por su inconsistencia sólo se
resolvieron con el desarrollo de la teoría de conjuntos. La
idea clave era trabajar con las condiciones necesarias y su-
ficientes para que algo se considerara como un continuo, y
éstas debían ser estrictamente aritméticas y no dependien-
tes de nuestras intuiciones acerca del espacio, del tiempo
y del movimiento. Con ello se tuvo certeza de que el con-
junto de los números reales es infinito, no potencial como
quería Aristóteles, sino real, y que no sólo cualquier inter-
valo de números reales es un conjunto lineal, sino también
lo son las trayectorias espaciales, las duraciones tempora-
les y los movimientos, elementos todos ellos presentes en
las paradojas de Zenón. Además, era necesario saber có-
mo calcular la suma de una serie infinita y cómo definir el
movimiento en términos del cálculo, lo cual requería con-
ceptos matemáticos nuevos y mejor definidos. Al mismo
tiempo se desarrollaron con mayor rigor los conceptos de
la física tales como el de lugar, instante, duración, distan-
cia y velocidad instantánea.
Newton había definido la velocidad instantánea como
la razón de una distancia infinitamente pequeña y una du-
ración de la misma magnitud; junto con Leibniz, llegó a
postular un sistema para calcular velocidades variables que
llegó a ser muy eficaz y productivo, pero nadie podía en
esa época explicar qué era un infinitesimal y su uso era
muy asistemático: a veces se trataban como iguales a cero,
pero otras veces no se podía hacer esto por las dificultades

127
de la división por cero. El problema comenzó a resolverse
cuando Cauchy, en 1821, sustituyó esa noción con la de
límite. Con los desarrollos de esta idea por Weierstrass se
dieron las bases firmes a las teorías de Newton. Los esfuer-
zos posteriores de Peano, Frege, Hilbert y Russell intenta-
ron axiomatizar el análisis y, con ello, dar sustento firme al
conjunto de las matemáticas, hasta llegar a la teoría axio-
mática de conjuntos de Zermelo y Fraenkel que bloquea la
aparición de paradojas y legitima la teoría de Cantor.
De acuerdo con la solución estándar, es necesario re-
plantear varios supuestos presentes en las soluciones ante-
riores; entre ellos los siguientes: 1) que el continuo no es
divisible en elementos puntuales; 2) que la suma de una
serie infinita de términos es siempre infinita; 3) que para
cada instante hay un instante siguiente, y que para cada lu-
gar a lo largo de una línea hay un lugar siguiente; 4) que
una distancia finita a lo largo de una línea no puede con-
tener un número infinito de puntos; 5) que una línea corta
tiene menos puntos que una línea larga; 6) que un todo es
siempre mayor que cualquiera de sus partes. El análisis de
los continuos, entendidos éstos como conjuntos de puntos,
rechaza todos esos postulados y demuestra su validez en
las matemáticas y en la física. En consecuencia, la solu-
ción estándar rechaza los seis supuestos mencionados (y
otros más) y afirma que a veces se requiere aceptar ideas
contrarias a la intuición, como la de la divisibilidad de los
continuos o la de que los conjuntos infinitos puedan tener
diferentes tamaños.
Una de las exposiciones más elaboradas de la solución
estándar es la que hace Grünbaum, quien se ocupa, en pri-

128
mer lugar, del hecho común en la geometría del espacio
físico y del tiempo que un segmento de línea recta con ex-
tensión, es decir, con longitud positiva, se trate como algo
formado por puntos sin extensión, cada uno de ellos con
longitud cero.80 De forma análoga, los intervalos de tiempo
de duración positiva se postulan como agregados de instan-
tes, instantes estos también con duración cero. Desde los
griegos se define el punto como “lo que no tiene partes”,
según aparece su definición en los Elementos de Euclides;
desde entonces, los filósofos y los matemáticos han habla-
do de la inconsistencia que surge cuando se entiende un
continuo extenso como un agregado de elementos inexten-
sos. Esta idea no ha dejado de suscitar críticas desde la
época de Aristóteles hasta nuestros días; sin embargo, en
pleno siglo XX, William James sigue sosteniendo esa pos-
tura cuando dice:
Si tomamos el tiempo y el espacio como conceptos, no
como datos de la percepción, no vemos bien cómo pue-
den tener esta constitución atomista. Porque si las gotas
o átomos son ellos mismos sin duración o extensión, es
inconcebible que por la adición de cualquier número de
ellos, los tiempos o espacios crezcan. [...] ses ser debería
identificarse con la consumación de una cadena sin fin de
unidades (tales como los ’puntos’), ninguna de las cuales
contiene cantidad alguna del ser (tal como el ’espacio’),
[...] esto es algo que nuestro intelecto no sólo no puede
entender, sino que lo encuentra absurdo.81
Grünbaum se interesa por los rasgos de la teoría matemá-
tica actual que eliminan la inconsistencia de postular que
80 Ibid., p. 184.
81 William James, Some problems of philosophy, p. 155 y 186.

129
intervalos lineales positivos sean agregados de elementos
puntuales sin extensión;82 con ello, “entonces estará claro
qué clase de teoría matemática y filosófica logra evitar la
paradoja matemática (métrica) de la pluralidad”.
Zenón asume dos condiciones en sus paradojas de la
pluralidad al dividir toda magnitud en magnitudes inexten-
sas: primero, que la suma de un número infinito de magni-
tudes positivas iguales debe ser necesariamente infinita, y
segundo, que la suma de cualquier número, finito o infini-
to, de magnitudes sin dimensión, debe ser necesariamente
cero. Desde estas condiciones llega el siguiente dilema: si
se postula que un segmento de línea es un agregado de un
número infinito de elementos, entonces sólo son posibles
dos casos: o que estos elementos sean de longitud positiva
igual y el agregado de ellos tenga una longitud infinita, o
que los elementos sean de longitud cero y su agregado sea
también de longitud cero. La primera parte es válida, pero
no tiene pertinencia para la moderna geometría del espa-
cio y del tiempo; pero si se quiere resolver el problema
es necesario refutar la segunda parte, y para ello se deben
examinar las relaciones lógicas entre los conceptos de mé-
trica, longitud, medida y cardinalidad, cuando se aplican a
conjuntos infinitos.
El sentido tradicional del concepto de dimensionalidad
se identifica con longitud o con medida; sin embargo, des-
de el advenimiento de la topología ese concepto ha varia-
do; se asume que cualquier intervalo positivo de una línea,
es decir, un segmento, en el espacio cartesiano se llama
82 A. Grünbaum, op. cit., p. 123.

130
unidimensional; las superficies, por su parte, son bidimen-
sionales y los volúmenes tienen tres dimensiones. Por otro
lado, los puntos no poseen dimensión pero un conjunto de
puntos de un intervalo finito es unidimensional a pesar de
ser la suma de conjuntos de dimensión cero. Además de
los puntos, es decir, las unidades del conjunto de puntos,
también tienen dimensión cero cualquier colección finita
de uno o más puntos, cualquier conjunto numerable83 (en
particular, el conjunto de los racionales), y, finalmente, el
conjunto de puntos reales irracionales, que es un infinito no
numerable. Aquí se presenta el problema de cómo pueden
tener longitud cero los conjuntos de unidades de puntos o
los puntos individuales si las sumas de estos conjuntos de
puntos que constituyen intervalos finitos tienen longitudes
positivas finitas. Para responder esta pregunta se requiere
precisamente refutar la segunda parte del anterior dilema.
La respuesta va en el sentido de que el punto no tie-
ne longitud pues ésta, así como la extensión o la medida,
se define como una propiedad de los conjuntos de puntos,
no de los puntos individuales. Por tanto, aunque sea lógi-
camente correcto tratar un intervalo como un conjunto de
elementos puntuales,
la definición de longitud hace que sea incorrecto referir-
se a él como un agregado de puntos inextensos porque
la propiedad de ser extenso o inextenso caracteriza a los
conjuntos de puntos, así como la temperatura es propie-
dad de un conjunto de moléculas, no de las moléculas in-
dividuales.84
83 Para la comprensión del concepto de conjunto numerable, cfr., la primera parte de

este trabajo.
84 Adolf Grünbaum, op. cit., p. 125.

131
Un intervalo finito de una recta, es decir, un segmento de
recta es el conjunto ordenado de todos los puntos entre dos
puntos que son los extremos de ese intervalo; la distancia
entre los puntos extremos de un intervalo puede ser deter-
minada; así, si a y b son los puntos extremos, la longitud
del intervalo finito (a, b) se define como la cantidad no ne-
gativa b–a. El caso cuando a es igual a b es un caso límite
que da por resultado lo que se acostumbra llamar un inter-
valo degenerado, que es un conjunto que contiene un solo
punto. Lo longitud de ese intervalo es cero. La adición o
la sustracción de un punto a un intervalo determinado no
produce ningún efecto en la longitud de éste.
Dice Grünbaum que lo que intenta hacer Zenón con sus
paradojas es un desafío con el propósito de obtener un re-
sultado diferente de cero cuando se suman las longitudes
para determinar el tamaño de un intervalo finito; los in-
tervalos que se suman son intervalos degenerados, de lon-
gitud cero, es decir, cada uno con un punto como único
miembro.85 Pero como cada intervalo positivo contiene un
número infinito no numerable de intervalos degenerados,
entonces el resultado de determinar la longitud de éste por
medio de la composición de sus intervalos degenerados,
todos con longitud cero, es menos obvia de lo que le pa-
recía a Zenón, pues éste no podía distinguir entre los con-
juntos infinitos numerables y los no numerables.
La noción clave es que la longitud, de la misma manera
que la cardinalidad es una propiedad de los conjuntos y no
de los elementos de estos conjuntos, o, dicho en términos
85 Ibid., p. 127.

132
más actuales, la longitud es una propiedad emergente. Si
la cardinalidad y la longitud de los intervalos son indepen-
dientes una de la otra, esto le permite a Grünbaum eliminar
las confusiones que han surgido de ciertas maneras de en-
tender la divisibilidad infinita de los intervalos. Entonces,
la teoría dice que se tienen dos proposiciones: que la lon-
gitud de un intervalo degenerado es cero, y que cualquier
intervalo positivo o no degenerado es la unión de un con-
tinuo de intervalos degenerados; pero el resultado al que
llega Zenón, es decir, la paradoja, de que la longitud de un
intervalo positivo dado (a,b) es cero, no se deduce de las
dos proposiciones anteriores.
Vamos a comentar algunas respuestas de la solución es-
tándar a las paradojas de Zenón. Sin embargo, lo que pa-
rece más interesante de la solución estándar no es tanto
que pueda o no resolver las paradojas, sino que deja ver
que éstas plantean problemas filosóficos y que este tipo
de problemas no se resuelven de una vez y para siempre:
desde fines del siglo XIX y principios del siglo XX se han
producido nuevas controversias filosóficas y las alternati-
vas contienen tratamientos diferentes a los hechos; saber
en este momento si las paradojas tienen múltiples solucio-
nes es todavía una cuestión abierta.
Con respecto a la paradoja de Aquiles, la solución es-
tándar dice que la trayectoria de éste es un continuo lineal
formado por infinitos puntos; Aquiles quiere alcanzar a la
tortuga, la que comienza con una ventaja inicial; como de-
be haber una correspondencia biunívoca entre la distancia
inicial que tiene que recorrer, entendida como conjunto de
puntos, y la distancia recorrida por la tortuga; y como esa

133
correspondencia debe ser tal que el tiempo que le toma a
Aquiles llegar a ese punto es el mismo que le toma a la tor-
tuga llegar al punto correspondiente. Ésta es una manera de
expresar lo que dice la teoría de conjuntos cuando señala
que dos conjuntos infinitos pueden tener la misma cardi-
nalidad siempre que uno de ellos sea un subconjunto del
otro. En este caso, la distancia recorrida por la tortuga es
un subconjunto propio86 de la distancia recorrida por Aqui-
les. Aquiles recorre una distancia d1 para llegar al punto
x1 , que es donde la tortuga inicia su carrera; pero cuando
aquél llega a x1 , la tortuga se ha movido al punto x2 . Cuan-
do Aquiles llega a x2 , o sea, ha recorrido una distancia d2 ,
la tortuga ya está en x3 , y así. Esta secuencia de distancias
es infinita, pero la suma de los términos d1 +d2 +d3 +... es
una distancia finita que Aquiles puede recorrer si se mue-
ve a una velocidad constante porque la serie de segmentos
es convergente.
En la paradoja de la dicotomía, Zenón argumenta que
un corredor nunca llegará a la meta; ese argumento ha sido
considerado desde dos puntos de vista, y, como se esta-
bleció antes, de acuerdo con la segunda interpretación el
corredor ni siquiera puede dar el primer paso. De la misma
manera que la de Aquiles, esta paradoja dice que cualquier
movimiento es imposible. La primera interpretación dice
que el corredor tiene que llegar primero a la mitad, des-
pués a tres cuartos del camino, después a siete octavos,
etc., pero la teoría de conjuntos establece que un conjunto
de puntos no se considera como potencialmente infinito a
86 Los conceptos de cardinalidad y subconjunto propio se describen en la exposición
sobre la teoría de conjuntos.

134
la manera de Aristóteles, sino como realmente infinito. Por
tanto, la antigua idea de que la serie, 1/2, 3/4, 7/8, ... nunca
converge tiene qué ser rechazada: esa serie es convergente
y su término final es la unidad, la distancia total de la ca-
rrera. Aquí se asume que la posición inicial del corredor es
un lugar puntual.
El espacio físico no es un continuo lineal puesto que es
tridimensional, pero algunas de sus partes son unidimen-
sionales, como por ejemplo las órbitas de los planetas o la
trayectoria de los participantes de la carrera de Zenón; és-
tas son continuos lineales. Si se toma en consideración el
tiempo, a cada instante puntual se asigna un número real
como su tiempo, y la duración de cada instante es cero. A
los acontecimientos que no son instantáneos se les asig-
na un intervalo de números reales en lugar de un número
único; por tanto, el tiempo que le toma a Aquiles alcanzar
el lugar inicial de la tortuga es un intervalo, un continuo
lineal de instantes.
La solución estándar de la paradoja de la flecha pone
en acción la concepción del movimiento que dice que re-
poso y movimiento son equivalentes pues en ambos casos
un punto particular en un tiempo particular está fijo. La di-
ferencia entre los dos estados, movimiento y reposo, tiene
relación con lo que pasa en los momentos cercanos. Zenón
asume que la flecha está en reposo durante cualquier ins-
tante; si todo instante tiene duración de cero para cualquier
velocidad de la flecha, ésta no llega a ningún lugar ya que
no hay tiempo. Pero si se sostiene que las más pequeñas
partes del tiempo son finitas, entonces la flecha puede mo-
verse durante ese tiempo, por más pequeño que sea. Así, la

135
flecha se movería, estaría en un lugar diferente al final del
instante, lo que quiere decir que ese instante tiene princi-
pio y fin y que, por tanto, es divisible. Por ello el instante
no podría ser la más pequeña parte pues es divisible.
De allí que Zenón postule que nada se mueve en un ins-
tante y, como el tiempo está formado de instantes, enton-
ces no puede haber movimiento. La velocidad de la flecha
está dada por el cociente de la distancia recorrida durante
un tiempo y la longitud de ese tiempo. Como viaja cero
metros en cero segundos y la división de cero por cero es
indeterminada, no produce alguna cantidad como resulta-
do, entonces es falso concluir que no recorre distancia al-
guna en el instante que está en reposo: si se mueve o no
en un instante dado, ello dependerá de si recorre alguna
distancia en el intervalo finito que incluye ese instante. Es-
ta respuesta parece contraria a la intuición pues dice que
el movimiento no ocurre en instantes sino en intervalos fi-
nitos de tiempo: la flecha va de un punto a otro por estar
en puntos sucesivos en tiempos sucesivos; cambia de posi-
ción sólo en intervalos por ocupar posiciones diferentes en
tiempos diferentes.
Un objeto no puede estar en movimiento en un instan-
te sino durante un instante, en el cual tiene una velocidad
y el objeto que se mueve ocupa posiciones diferentes en
el tiempo anterior y posterior al instante, de modo que el
instante es parte de un periodo en el cual la flecha está con-
tinuamente en movimiento. Aristóteles se habría opuesto a
esta explicación pues creía que todo movimiento ocurre
sólo en una duración de tiempo, y que las duraciones se
dividen en intervalos pero nunca en instantes indivisibles.

136
A partir de Newton, el cálculo dice que la velocidad de
la flecha, o, en términos del cálculo diferencial, la deriva-
da de la posición x con respecto al tiempo t, dx/dt, tiene
valores diferentes a cero en lugares específicos y en ins-
tantes específicos durante el vuelo. Ante esos argumentos
proporcionados por el cálculo diferencial, la suposición de
Zenón, de que la velocidad de la flecha en todo instante es
cero, queda destruida.
De acuerdo con la solución estándar, Zenón comete un
error con respecto a la paradoja de lo grande y lo pequeño,
y ese error consiste en pensar que “si hay una pluralidad,
debe estar compuesta de partes que no son ellas mismas
pluralidades”. Pero lo que se considera un todo sin partes
y lo que se considera una pluralidad depende de los propó-
sitos del analista. Otro error es argumentar que cada parte
de la pluralidad debe tener un tamaño diferente de cero.
Con respecto a la paradoja de la divisibilidad infinita, la
solución estándar dice que se debe preguntar qué es lo que
se pretende dividir, si es concreto o abstracto. Si se divide
un pedazo de madera se puede llegar a sus componentes
últimos, como electrones y quarks, que son indivisibles.
Estos tienen un tamaño cero pero de allí no se concluye
que el pedazo de madera no tenga dimensión.
Varios filósofos del siglo XX, entre ellos Bergson, Ja-
mes y Whitehead, no concordaban con las posiciones de
los matemáticos, sobre todo con lo que se definía como la
teoría estándar, y argumentan que las paradojas de Zenón
muestran que el espacio y el tiempo no están estructurados
como un continuo matemático; insisten en que la mane-
ra de preservar la realidad del movimiento es negar que

137
el espacio y el tiempo se componen de puntos e instantes.
Esas conclusiones, sin embargo, han sido desmentidas por
las matemáticas modernas. De una manera más específi-
ca, algunos matemáticos estaban también en oposición a
la solución estándar y sugerían otras alternativas, como las
que más adelante enumeramos, aunque no entraremos en
la discusión.
El desarrollo de las paradojas en el mundo moderno,
tanto las propuestas por Zenón como las revisadas en el
capítulo anterior relativas a la paradoja del mentiroso, re-
quiere conocimientos relativos a algunas de las áreas de las
matemáticas y de las ciencias físicas modernas, que van
mucho más allá de los propósitos de este escrito. Lo que
sería importante concluir aquí antes de dar paso a esa sec-
ción del trabajo es que Zenón, un filósofo que vivió hace
25 siglos, mostró que los conceptos clásicos de espacio,
tiempo y movimiento y la manera como se combinaban no
funcionan desde el punto de vista lógico; gracias a ello,
anticipó las principales teorías científicas de la física y las
matemáticas; a los científicos y filósofos les tomó esos dos
milenios y medio casi en su totalidad, una eternidad, res-
ponder las preguntas de Zenón. Dice Borges en su escrito
“La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga” que es im-
posible impugnar a Zenón, “salvo que confesemos la idea-
lidad del espacio y del tiempo. Aceptemos el idealismo,
aceptemos el crecimiento concreto de lo percibido, y elu-
diremos la pululación de abismos de la paradoja”.
Todas las explicaciones, objeciones, refutaciones y pro-
puestas de solución de las paradojas de Zenón desde Aris-
tóteles hasta las de los matemáticos modernos, dejan en

138
el fondo una cierta sensación de insatisfacción por el he-
cho de tratar cuestiones planteadas hace dos mil quinien-
tos años de una manera anacrónica, con herramientas que
no pertenecen a la misma época, sobre todo las soluciones
dadas a veinticinco siglos de distancia. De allí que parezca
interesante una breve discusión a otra cosa que a las pala-
bras de Zenón, aunque sea a través de comentarios hechos
casi un milenio después, como los Simplicio. La siguiente
sección es una revisión de algunos problemas e implica-
ciones de las paradojas sin la intervención de cuestiones
relativas a las matemáticas o a las ciencias.

Los límites y lo ilimitado


Vamos a revisar en primer lugar el argumento de la fle-
cha de acuerdo con la versión de Aristóteles, que es la úni-
ca fuente. El texto griego del parágrafo 239b5-7 de la Fí-
sica dice:

Ζήνων δὲ παραλογίζεται· εἰ γὰρ αἰεί, φησvίν, ἠρεμεῖ πᾶν ἢ


κινεῖται ὅταν ᾖ κατὰ τὸ ἴσvον, ἔσvτιν δ’ αἰεί τὸ φερόμενον
ἐν τῷ νῦν, ἀκίνητον τὴν φερομένην εἶναι ὀı̈σvτόν.

La traducción al francés de la edición de Belles Lettres


dice lo siguiente:

Or Zénon commet un paralogisme: si toute chose, dit-il,


est à quelque instant donné en repos ou en mouvement,
et, si elle est en repos quand est dans un espace égal à
elle même, comme d’autre part ce qui est transporté est
toujours dans l’instant, la flèche transportée est toujours
immobile.

139
La traducción al inglés que propone Hasper en su tesis de
doctorado es la siguiente:
And Zeno argues fallaciously. For if everything is always
at rest or in motion when it is over against what is equal,
and the thing flying is always in the now, the flying arrow
is, he claims, motionless.87

Una traducción literal de esta última versión sería: “Y Ze-


nón argumenta falazmente. Porque si todo está siempre en
reposo o en movimiento cuando está contra lo que es igual,
y lo que vuela está siempre en el ahora, la flecha en vuelo
está, dice, inmóvil”.
En este pasaje parece haber dos premisas y una conclu-
sión, que son las siguientes:
(1) Lo que está contra lo que es igual está en reposo o en movi-
miento
(2) La flecha en vuelo está siempre en el ahora.
Conclusión (c) La flecha en vuelo está inmóvil.
La idea general presente en el argumento parece clara
si se hacen dos precisiones: la primera es que “estar contra
lo que es igual” se entienda como “ocupar un lugar igual
a su propio tamaño”, y la segunda es optar por una de las
dos alternativas de la primera premisa; es decir, que dijera
“lo que está contra lo que es igual está en reposo”. En este
caso, si combina con la segunda premisa se obtiene otra
proposición:
(3) Lo que está contra lo que es igual está en el ahora.
La última vincula las dos primeras para producir (4):
(4) La flecha en vuelo está en reposo o en movimiento en el ahora.
87 P. S. Hasper, The Metaphysics of Continuity: Zeno, Democritus and Aristotle, p.

140
Esta proposición contiene la etapa necesaria para la con-
clusión:
(5) La flecha en vuelo está en reposo en el ahora.
El problema aquí es cómo eliminar la disyunción de
(4) para llegar a (5). Se podría decir que, de acuerdo con
(3), no hay movimiento en el ahora, por lo que la mitad de
la disyunción de (4) se elimina y se llega directamente a
(5); sin embargo, esto sería un razonamiento artificioso ya
que iría de (1) a (3) y de (3) a (4) para regresar después
a (3) y llegar a (5). En realidad, el problema está en la
proposición (1), que parece mal formada pues se puede
aceptar que cuando algo está contra lo que es igual está
en reposo, pero no se acepta fácilmente eso mismo cuando
está en movimiento.
De allí la propuesta de W. D. Ross de 1936 de modifi-
car el texto original de Aristóteles de modo que se elimine
lo referente al movimiento, ἢ κινεῖται, de modo que (1) se
convierta en “Lo que está contra lo que es igual está en re-
poso”. A partir de allí es fácil llegar a la conclusión puesto
que (2) dice que la flecha está siempre en el ahora y (5)
dice que entonces está en reposo, por lo cual se concluye
que la flecha en vuelo está siempre en reposo.
Las dos más conocidas traducciones al español siguen
la sugerencia de Ross y se leen de la siguiente manera:
Zenón cae en un paralogismo cuando dice: si siempre to-
do lo que está en algún lugar igual a sí mismo está en
reposo, y si lo que se desplaza está siempre en un ahora,
entonces la flecha que vuela está inmóvil.
El razonamiento de Zenón es falaz, pues si, como él dice,
todo está en reposo cuando coincide exactamente con una

141
parte igual –y lo que se mueve siempre está en el ahora–
la flecha que se mueve estará inmóvil.88

Optar por la solución de Ross significaría declarar que Aris-


tóteles (o algún escriba posterior) se equivocó o que se tra-
ta simplemente de una errata. Aceptarla es optar por un ca-
mino fácil por medio de una simplificación más o menos
artificial. Para dejar los dos términos de esa disyunción y
resolver el enigma que introduce, un buen punto de parti-
da sería discutir la noción de “ahora”; como en todos los
casos, para entender una noción se requiere encontrar otra,
a la cual se opone; en este caso, “ahora” como elemento
puntual se opone a la de “periodo de tiempo”. El mismo
Aristóteles habló sobre esta distinción unas líneas antes
del pasaje de la flecha, en 239a35-b4, donde dice que en el
ahora algo no puede estar ni en movimiento ni en reposo;
por tanto, que no se puede inferir ausencia de movimiento
en el ahora sino que sólo puede decirse que algo en el aho-
ra está contra otra cosa. Para que algo esté en movimiento
(o en reposo), ese algo tiene que recorrer (o no) una dis-
tancia en un periodo de tiempo. Es esto lo que había dicho
un poco antes: “Estar en reposo es estar en el mismo lugar
durante un periodo”. (239a26)
Por tanto, si “estar en reposo” significa “no recorrer una
distancia”, entonces Aristóteles aceptaría que la flecha en
vuelo está en reposo en el ahora, es decir (5), si acepta que
88 La primera es la de Guillermo Echandía, de la Biblioteca Clásica Gredos y la se-

gunda de J. L. Calvo Martínez, de la Colección de autores griegos y latinos del CSIC.


Una tercera traducción, la de Ute Schmidt de la Bibliotheca Scriptorum Romanorum y
Graecorum Mexicana, opta por dejar la primera parte de la disyunción, el reposo, pero
deja el término “movimiento” entre corchetes.

142
(5a): la flecha en vuelo no recorre ninguna distancia en el ahora,
pero no lo aceptaría en el caso de
(5b): la flecha en vuelo no recorre una distancia en un periodo.
Por lo tanto, la conclusión (c) de que la flecha en vuelo
está inmóvil se puede leer de dos maneras distintas:
(c1 ): La flecha en vuelo no recorre distancia alguna en el ahora
(c2 ): La flecha en vuelo no recorre distancia alguna en un periodo.
Como la primera de las dos conclusiones no parece ge-
nerar ninguna paradoja, lo que hace Zenón es tomar (c2 )
como conclusión. De allí que el enigma se reduzca a ex-
plicar cómo Zenón puede llegar a (c2 ) a partir de 5a; para
ello tomamos la idea de Hasper de plantear lo que él de-
nomina como “principio del ahora”, que establece que lo
que es verdadero para la flecha en cada ahora, es verdade-
ro para todo el periodo. Como las propiedades de la flecha
en cada ahora y en todo el periodo, que sólo pueden ser
“estar en movimiento” y “estar en reposo”, son contradic-
torias, como lo son también “recorrer una distancia” y “no
recorrer una distancia”, se puede establecer ese principio
de una manera más general: Para toda propiedad P,
Pa: En todo ahora a en un periodo t, x es p en a si y sólo si x es p
en t.
Este principio dice que lo que ocurre en cada uno de
los ahoras y en los periodos es un reflejo uno del otro; por
tanto, la idea que está subyacente para que Pa sea verda-
dero ( y ésa parece ser la concepción de Zenón) es que los
ahoras son las unidades básicas y que los periodos están
formados de ahoras. Si regresamos a la segunda premisa
(que la flecha en vuelo está siempre en el ahora), allí se

143
pone de manifiesto que para Zenón la realidad existe en el
ahora porque es en el ahora cuando las cosas son. En esa
premisa está presente también por qué el ahora es la ba-
se puesto que hay una concepción tensa del tiempo, que
consiste de pasado, presente y futuro; el pasado ya no es,
pero es real porque se convierte en presente, y el futuro
aún no es, pero es real por haber sido presente. Por tanto,
el tiempo consiste sólo de ahoras: los pasados, los futuros
y el presente.
De acuerdo con esta concepción del tiempo hecho de
ahoras, Zenón aplica el principio del ahora al hecho de re-
correr una distancia: la flecha sólo se podría mover en el
ahora, pero no puede hacerlo durante un periodo porque
entonces el movimiento no sería real (puesto que, como
antes se dijo, la realidad está en el ahora, en cada ahora).
Pero si la flecha no se mueve en el ahora, tampoco podría
hacerlo durante un periodo. Es decir, si un periodo consiste
de ahoras, un fenómeno presente en un periodo debe estar
presente en cada uno de sus ahoras, si es que ese fenó-
meno es real. Así, si el movimiento y el reposo son reales,
deben ambos existir en el ahora. Se puede ya resumir el
argumento de Zenón:
(2) La flecha está siempre en el ahora;
(5) La flecha está en reposo en el ahora;
por tanto, (c) La flecha está siempre en reposo.
En este argumento, dispuesto en una especie de modus
ponens,89 queda implícita la cadena que lleva a generalizar
89 Modus ponens es una regla lógica de inferencia que tiene la forma Si A, entonces

B; A; por tanto, B. Es decir, que si se ha demostrado A y se ha probado también que A


implica B, si A es verdadero, entonces B también es verdadero.

144
desde el reposo en el ahora al reposo en todo el periodo,
ya que lo real sólo es posible en el ahora; como el periodo
está formado de ahoras, lo que es verdad para el periodo
está basado en lo que es verdad para cada ahora; y como no
hay movimiento en el ahora, tampoco lo hay en el periodo.
Regresemos al argumento original de Zenón, según la
versión de Aristóteles:
(1) Cuando algo está contra lo que es igual, está en reposo o en
movimiento;
(2) La flecha en vuelo está siempre en el ahora;
(3) En el ahora, todo está contra lo que es igual.
De allí que, a partir de (3) y (1):
(4) La flecha en vuelo está en reposo o en movimiento en el ahora.
Pero a partir de (3) y (4):
(5) La flecha en vuelo está en reposo en el ahora.
Por lo que, de (5) y (2) se llega a la conclusión:
(c) La flecha en vuelo está inmóvil.
Es éste un argumento de una complejidad innecesaria,
y puede ser la razón por la cual Ross propuso suprimir el
fragmento antes mencionado puesto que con ello la pre-
misa (1) podría explicarse. Esta corrección, sin embargo,
es problemática, sobre todo por entrar en conflicto con la
premisa (3) que dice que la flecha en el ahora está contra
lo que es igual. Sólo se puede entender el predicado “estar
contra lo que es igual” si implica una oposición con “estar
contra lo que no es igual”, oposición que tiene sentido sólo
si se considera como la misma que existe entre presencia
y ausencia de movimiento; es decir, que (3) ya expresa la
ausencia de movimiento en el ahora. Por tanto, pasar de

145
(3) a (5) es un pasaje inútil puesto que (3) dice lo mismo
que (5).
Hasper insiste en que la corrección de Ross no es nece-
saria y postula la hipótesis de que (1) no forma parte de la
formulación original de Zenón sino que es la manera co-
mo Aristóteles representa dos proposiciones que atribuye
a Zenón pero que él mismo no acepta. Para analizar esta si-
tuación con mayor detalle es necesario regresar a (1), que
dice que el hecho de que algo está contra lo que es igual
no determina si está en reposo o en movimiento; es decir,
que la flecha en vuelo está contra lo que es igual tanto si
está en movimiento como si está inmóvil. Pero (3) introdu-
ce una determinación temporal, pues sólo en el ahora algo
está contra lo que es igual, en oposición a lo que ocurre
durante un periodo, puesto que si algo está contra lo que
es igual durante un periodo sólo puede estar en reposo.
En un comentario de Aristóteles que se encuentra antes
de introducir el argumento de la flecha (239a35-b4), dice
que en el ahora algo que se mueve está siempre contra al-
go (κατά τι), “porque no es posible que en el ahora esté
en movimiento o esté en reposo”. El resto del fragmento
se parece mucho a (3) pero con la diferencia de que, al
sustituir la frase “estar contra lo que es igual” con la frase
“estar contra algo” se aleja la referencia implícita a la idea
de que el movimiento hace que algo pueda “estar contra lo
que no es igual”.
Parece ser, añade Hasper, que Aristóteles combina (3)
y (4) para formar (1) con el propósito de que su solución
al problema de la flecha no esté en conexión con su recha-
zo previo a la inferencia de (5) a partir de (3). Con ello

146
establece que “estar en reposo” se aplique solamente a los
periodos. (239a26-29) Con estas consideraciones es posi-
ble eliminar (1) del argumento de Zenón y que, por tanto,
la corrección de Ross no sea necesaria. Así, el argumento
completo de Zenón sería:
(2) La flecha en vuelo está siempre en el ahora.
(4) La flecha en el ahora sólo puede estar en movimiento o en
reposo.
(3) Pero en el ahora está contra lo que es igual.
(5) Por tanto, en el ahora no está en movimiento sino en reposo.
Y la conclusión es:
La flecha está inmóvil durante todo su vuelo.
En este argumento de la flecha es posible reconocer una
idea más general en el razonamiento de Zenón que se refie-
re a las partes y al todo. Antes se habló de un principio, el
principio del ahora, según el cual, lo que es verdadero para
cada ahora que es parte de un periodo, es verdadero para
todo el periodo, y viceversa. Ésta sería la versión temporal
de un principio más general, también asumido por Zenón,
que podría denominarse el principio parte-todo y dice:
Ppt: Lo que es verdadero para un todo también lo es para cada una
de sus partes, y viceversa.
Expresado de una manera más formal:
Ppt: Para todo x, x es P si y sólo si para cada parte y de x, y es P.
Este principio es válido sólo para cierto tipo de propie-
dades puesto que una cantidad de agua, por ejemplo, pue-
de verse como un todo formado de unidades más pequeñas
que también son cantidades de agua; sin embargo, si el ta-
maño de las partes se hace aún menor, llega el momento

147
en que esas partes ya no se comportan como agua; es de-
cir, llegamos aquí al problema de encontrar cuáles son las
entidades límite. Si se analiza el caso del movimiento, se
puede decir que una flecha se mueve durante un periodo
o durante la mitad o la cuarta parte de éste; pero Zenón
mismo dice que la flecha deja de estar en movimiento en
el ahora, por lo que el movimiento tiene entidades límite
antes de alcanzar el ahora.
Frente a los problemas provocados por el principio todo-
parte se podría optar por descartar esas entidades límite
como partes en sentido estricto, algo que Zenón no hace
en el caso del argumento de la flecha. Y la razón es que,
aunque el principio del ahora en sí mismo no se pronun-
cia acerca de la cuestión de la prioridad ontológica, que
dice que el ahora es primario con respecto al periodo, en la
flecha esa prioridad se deriva de la concepción que Zenón
tiene del tiempo, no de las relaciones entre todos y partes
en general.
Otro argumento de Zenón que tiene una conclusión pa-
radójica sin necesidad de apelar a entidades límite es el
conocido como del grano de mijo. En el reporte de Aris-
tóteles se dice que “nada impide que en ningún tiempo un
grano pueda mover algo de ese aire que la totalidad del
medimno ha movido al caer”. (250a19-22)
Según parece, Zenón basó su conclusión en ese hecho,
de que la caída de un medimno hace ruido, pero no hay ra-
zón para atribuir a Zenón algo acerca de ruidos, los cuales
consisten en aire en movimiento; toda esa línea de pensa-
miento parece ser más bien del propio Aristóteles. Simpli-
cio proporciona una versión más completa en su comen-

148
tario a ese pasaje de la Física; en ella Zenón pregunta si
un grano de mijo hace algún ruido al caer, o si lo hace una
diezmilésima parte de un grano; a la respuesta negativa del
interlocutor, pregunta entonces si un medimno de mijo ha-
ce ruido y la respuesta es afirmativa. Vuelve a preguntar:
¿por qué no hay relación entre un medimno de mijo, un
grano y una diezmilésima parte de grano?
¿Acaso no habría también una relación entre los dos so-
nidos, semejante a la que hay entre los objetos que los
producen? Si es así, y si el medimno de mijo produce un
sonido, también lo producirá un grano de mijo, o la milé-
sima parte de un grano.90

Como es evidente, en esta versión de Simplicio se apela


al concepto de proporcionalidad, un concepto matemático
que no es de la época de Zenón y que, como es lógico, no
usa en los demás argumentos. A pesar de este anacronis-
mo, lo importante es que aquí está la idea de una relación
proporcional entre los sonidos y las partes que caen y que,
por tanto, para cada parte hay un sonido correspondiente.
Esa relación es una versión del principio todo-parte expre-
sada en términos matemáticos.
Estas consideraciones permiten ver la paradoja del grano
de mijo de una manera distinta pues normalmente se cali-
fica como banal o relacionada con las sensaciones. Ahora
puede verse que con este argumento el principio todo-parte
–que establece que las partes son anteriores al todo, por lo
cual la propiedad del todo se debe a que las partes tienen
esa propiedad– se aplica también a los sonidos.
90 En Los filósofos presocráticos, t. II, p. 45.

149
Según Aristóteles, la proporción es la razón por la cual
Zenón concluye que cada grano de mijo o cada parte de él,
por más pequeña que sea, debe hacer algún ruido al caer.
Pero él mismo piensa, por el contrario, que una pequeña
parte de un grano no mueve el aire y, por tanto, no hace
ruido pues piensa que nada existe en el todo, excepto en
potencia: “Tomada en sí misma, esa parte de mijo no puede
mover tal cantidad de aire si no está en el todo; pues un
grano no es más que una parte potencial del todo” (250a24-
25) Y también ésta sería la razón de por qué en algunos
casos la proporción entre la fuerza que mueve una cosa, la
cosa que se mueve, la distancia que recorre y el tiempo que
le lleva recorrerla, no se mantienen. Sólo si se trata de una
pluralidad de partes, y no de un todo formado de partes, se
mantiene la proporción. (Cfr., 250a25-27)
Por qué en un caso se mantiene y en el otro no, es algo
que Aristóteles no responde. Lo que sí es posible plan-
tear es que la paradoja del grano de mijo es un argumento
en favor del principio todo-parte, aunque postulado de una
manera paradójica, de la misma manera que la flecha. En
el argumento del grano de mijo, Zenón establece que cada
parte de un todo debe tener la propiedad de ese todo. En
una de las paradojas de la pluralidad sostiene que lo que
no tiene la propiedad del todo no puede ser parte de ese
todo. La conclusión de esa paradoja es que, “si hay mu-
chas cosas, éstas son grandes y pequeñas; tan grandes que
son ilimitadas en magnitud, y tan pequeñas que no tienen
magnitud”. De acuerdo con Simplicio, Zenón muestra en
esa paradoja de la pluralidad que, como se ha dicho an-
tes, lo que no tiene magnitud o masa o volumen no existe;

150
al no tener magnitud, no puede aportar nada a otra enti-
dad al añadirse, ni la hace más pequeña cuando se le quita;
por tanto, lo que no tiene magnitud no es nada. En los tér-
minos originales, lo que no tiene magnitud, ni espesor ni
volumen, no existe en absoluto. “Si se le agregase a otro
ente, no lo haría mayor ... si se le quitase no lo haría me-
nor ... es evidente que tanto lo que se quita como lo que se
agrega no son”. (p. 41) Este fragmento se puede separar en
varias proposiciones:
(1) Lo que no tiene magnitud no puede existir.
(2) Si se añadiera a otra cosa no la haría mayor.
(3) Si no tiene magnitud, no incrementa otra magnitud al añadirse
a ella.
(4) Por tanto, lo que se añade es nada.
(5) La otra cosa a la que se añade o se quita no se hace mayor ni
menor.
Según este argumento, que Aristóteles llamó “axioma
de Zenón” (Metafísica B4, 1001b7-10), la proposición (3)
presupone (2) y ésta, junto con (5), presupone (4), la cual
se afirma como (1). El argumento completo depende de la
solidez de (5), la cual se basa en el supuesto aristotélico
de que “lo que es, es una magnitud” (1001b10). Pero si así
fuera, el argumento de Zenón sería circular pues este su-
puesto es lógicamente equivalente a (1). De allí que haya
que buscar por qué (5) le parece a Zenón más convincente
que (1); es decir, cómo establecer que lo que no tiene mag-
nitud o existe, a través de un argumento basado en lo que
se añade o se quita. Una posible respuesta estaría dada por
la introducción de la noción de “ser parte de” como una
vía para llegar a (5), con lo cual se tendría:

151
(a) Lo que es, es parte del todo de la realidad.
(b) Este todo tiene tamaño.
(c) Añadir o suprimir una parte altera el tamaño del todo del cual
es parte-todo.
(d) De allí que si no altera el tamaño del todo no es parte de la
realidad y por tanto no existe.
En esta cadena, la premisa fundamental es (c), que se
compone de dos ideas; la primera dice que el todo sólo es
por las partes que lo componen; es decir, el todo es ontoló-
gicamente secundario respecto a las partes. La segunda es
que las entidades básicas no pueden dejar de tener magni-
tud, masa y volumen. Lo importante aquí es que esas enti-
dades básicas no pueden tener partes ellas mismas porque
entonces ya no serían básicas sino dependientes ontológi-
camente de esas partes. Es éste un nuevo apoyo al principio
todo-parte que se basa en la prioridad de las partes sobre
el todo.
Todo conduce a indicar que el aspecto central de los ar-
gumentos de Zenón está relacionado con la oposición entre
unidad y pluralidad, entre el uno y los muchos; la idea es
que un todo, que es ontológicamente secundario con res-
pecto a sus partes es una mera pluralidad y no puede con-
siderarse como una unidad. Por otro lado, que un todo que
es más que sus partes sí posee unidad y no es, por tanto,
una mera pluralidad. Por tanto, expresado en términos de
unidad y pluralidad, un todo formado de partes no es más
que estas partes, por lo que para poder decir algo acerca de
un todo de esta naturaleza, es decir, de una pluralidad, es
necesario saber acerca de los unos de que se compone esa
pluralidad.

152
Es evidente que el todo hecho de partes no tiene inde-
pendencia, pero su mera existencia hace posible que haya
todos que son más que una pluralidad. Filópono atribuye a
Zenón el siguiente fragmento:

Pues si lo continuo es uno, como lo continuo es siempre


divisible, es posible dividir siempre lo dividido en varias
partes. Si esto es así, lo continuo es múltiple, Entonces
lo mismo será uno y múltiple, lo cual es imposible. Vale
decir que no será uno. Pero si nada continuo es uno, y si es
necesario que la multiplicidad surja a partir de unidades,
entonces [...] la multiplicidad no existirá.91

En resumen, una unidad que se puede dividir en varias par-


tes es muchos y por tanto no es uno. Filópono no sólo le
atribuye a Zenón la proposición de que lo que es uno no
tiene partes, sino también que lo uno no ha tenido y nunca
tendrá partes. Sólo lo que es divisible tiene partes.
Recordemos la frase de Zenón de que cada uno de los
muchos es tan pequeño que no tiene tamaño. Respecto a
esto, dice Simplicio que “nada de lo que integra la mul-
tiplicidad posee magnitud en razón de que cada cosa es
idéntica a sí misma y una”.92 Con estos datos nuevos se
puede reconstruir el argumento de la siguiente manera:
(1) Cada uno de los muchos es idéntico a sí mismo y uno.
(2) Lo que es idéntico a sí mismo y uno, tiene partes.
(3) Todo lo que tiene tamaño tiene partes.
(4) Por tanto, cada uno de los muchos no tiene tamaño.
91 Ibid., p. 35.
92 Ibid., p. 41.

153
La premisa (2) sólo puede ser posible con la concepción
de que un todo formado de partes es sólo una pluralidad.
Si el todo es ese conjunto de partes, será ontológicamente
secundario respecto a las partes. De allí que cada uno de
los muchos de la proposición (1) se refiera a las unidades
básicas, las cuales no tienen partes. Por otro lado, ser idén-
tico a sí mismo se relaciona con la inmutabilidad. Para una
unidad, ser idéntica a sí misma significa que es un uno, que
siempre lo ha sido y siempre lo será; también quiere decir
que una pluralidad nunca podrá ser una unidad.
La premisa (3), que dice que lo que tiene tamaño tiene
partes, parece obvia puesto que algo, por el solo hecho de
tener extensión, es suficiente para que se pueda marcar en
él un punto y eso llevaría a distinguir dos partes, una a ca-
da lado del punto. La cuestión crucial es saber de qué tipos
de partes se trata, si son partes separables o inseparables;
en el segundo caso se trataría de partes que sólo se distin-
guen conceptualmente, es decir, por el hecho de otorgarles
límites. Que tengan límites no quiere decir que las partes
puedan separarse; por eso se definen como conceptuales.
Ahora podemos preguntarnos si (2) es verdadera para
los dos tipos de partes, las físicas y las conceptuales; es
claro que los es para las partes físicas, que pueden estar
separadas por un espacio, pero en el caso de un todo de par-
tes conceptuales es legítimo preguntar si ese todo es uno e
idéntico a sí mismo. Si ser idéntico a sí mismo se interpre-
ta como que permanece sin cambios, como ser inmutable,
entonces se puede cuestionar la validez de (2) en el caso
de que las partes sean conceptuales que se distinguen sólo
por poseer límites pero no por ser inseparables. Un todo

154
formado de este tipo de partes permanecería sin cambios.
Con estas distinciones, la conclusión (4) se vuelve conflic-
tiva puesto que (2) sólo es verdadera para las partes físicas,
mientras que (3) es verdadera para partes conceptuales. De
aquí la posibilidad de que Zenón no haya hecho ninguna
distinción entre los tipos de partes.
Si una porción de algo material se descompone en par-
tes separadas, y éstas a su vez en partes más pequeñas, el
proceso se detendría al llegar a las unidades básicas. Pare-
ce, no obstante, haber algo arbitrario en este razonamiento
pues es legítimo preguntar por qué no se puede continuar
tal división; es la duda que Simplicio plantea cuando dice:

Si la divisibilidad pertenece a un todo, está en todo lugar y


el todo será divisible en todas partes por igual, y no divisi-
ble aquí pero no allá. Pero si se divide completamente, es
claro que no quedará nada y se habría desvanecido; si se
compone nuevamente, se debe componer desde la nada.
Porque si algo permanece, no puede ser divisible total-
mente. De aquí se desprende que lo que es, es indivisible
y uno, sin partes.
[Filópono dice que Zenón] supone que lo que es, es nece-
sariamente uno e inmóvil, y lo supone sobre la base de la
dicotomía hasta el infinito propia de lo continuo, pues si
lo que es no fuese uno e indivisible, sino múltiple y divi-
sible, nada sería exactamente uno (pues si lo continuo se
dividiese sería divisible hasta el infinito), y si nada fuera
exactamente uno, sino múltiple, lo múltiple consistiría en
una pluralidad de unidades. Por consiguiente, es imposi-
ble que lo que es sea divisible. Entonces es únicamente
uno.93
93 Ibid., p. 36.

155
El razonamiento de Zenón para llegar a concluir que, si hay
muchos, son tan grandes que llegan a ser ilimitados, tiene
dos partes; la segunda se describe por Simplicio en dos
pasajes. En el primero, cita a Zenón acerca de que lo que
no tiene magnitud, ni masa ni volumen, no puede existir;
esto lo dice para demostrar que “cada una de las muchas
e infinitas cosas tiene magnitud por el hecho de que, antes
de lo que se tome, hay siempre algo susceptible de división
hasta el infinito”.94 El segundo dice que
Si lo que es no tuviese magnitud, no existiría... Si (la mul-
tiplicidad) existe, es necesario que cada cosa tenga magni-
tud y espesor, y que una (parte) de ella se separe de la otra.
Y el mismo razonamiento se aplica a esta parte separada,
pues también ésta tendrá magnitud y separará algo de sí.
Es lo mismo decir esto una sola vez y enunciarlo siempre:
nada de ella será esto último, ni alguna (parte) dejará de
estar en relación con otra. Así, si existe la multiplicidad,
es necesario que ésta sea pequeña y grande; pequeña, de
modo tal que no tenga magnitud; grande, de modo tal que
sea infinita.95
Aquí Zenón parece describir un procedimiento de división
que genera una serie de partes que no tiene un último tér-
mino, donde cada parte se divide recursivamente en dos.
Parece que la conclusión a la que llega Zenón de que los
muchos son “tan grandes que son ilimitados” proviene de
postular la existencia de esa serie infinita de partes. Sin
embargo, no es obvio el proceso por el cual llegó a esta
idea. Según Hasper, Vlastos reconstruye el razonamiento
de Zenón en esta paradoja de la siguiente manera:
94 Ibid., p. 41.
95 Ibid., pp. 61-62.

156
1. Hay una serie de partes en la que no hay una parte final;
2. Por ello, el número de partes es infinito.
3. Cada una de esas partes tiene tamaño;
4. Por tanto, el todo que forman tiene un tamaño infinito.
De acuerdo con esta interpretación, Zenón comete el
error de pensar que una serie infinita produce una suma
infinita. Esa interpretación conduce a un absurdo, que es
que para Zenón existe la parte más pequeña sin que hay
un término último de la serie decreciente. Se puede argu-
mentar que Zenón razonó como se establece de (2) a (4),
pero que (2) no se basa en (1), sino que asume que hay un
procedimiento de división que produce un número infini-
to de partes iguales; si todas éstas tienen tamaño –como
se establece en (3)– el todo formado por las partes es in-
finito. Y la única manera de llegar a ese infinito es sólo si
Zenón habla de una división total; es decir, en la que las
dos partes que resultan de la división se dividen a su vez
recursivamente.
Pero, si se vuelve a examinar el fragmento de Simplicio
(140.1-6), resulta que (3) (que cada una de las partes tiene
tamaño) no está allí puesto que sólo dice que el todo es
divisible en todos partes, es decir, que se divide completa-
mente, pero no se les asigna tamaño a las infinitas partes.
Esto fundamenta la idea de la continua divisibilidad pero
no que la división conduzca a partes sin tamaño, o sea, a la
no existencia de partes.
Tal interpretación asume que el fragmento de Simplicio
que afirma que lo que no tiene magnitud, espesor o volu-
men no existe; y que “si se le agregase a otro ente, no lo

157
haría mayor; si se le quitase, no lo haría menor. Es evidente
que tanto lo que se quita como lo que se agrega no son”, ya
citado, es la base para el razonamiento que va de (2) a (4)
como la única lectura posible si se acepta que las muchas
cosas carecen de límite en un sentido numérico o espacial.
Pero no necesariamente es así puesto que el número de los
muchos se especifica después como ilimitado; entonces,
los muchos sólo podrían ser partes obtenidas por el men-
cionado procedimiento de división. Pero Zenón dice luego
que, si es así, “cada uno debe tener una cierta magnitud”,
es decir, cada uno de los muchos (y no cada una de las infi-
nitas partes). Y en la conclusión se afirma que las muchas
cosas son tan grandes que son ilimitadas, lo cual no se jus-
tifica si esas muchas cosas son las partes generadas por la
división, puesto que son los todos de partes, no las partes
mismas, las que son tan grandes que son ilimitadas.
No hay por qué pensar, sin embargo, que “ilimitado”
(ápeiron) se refiera a las partes, y entonces (4) no puede
ser una interpretación adecuada de la conclusión de Zenón,
sino otra, que tal vez sería: “los muchos son tan grandes
que carecen de límite”: si un todo no es otra cosa que sus
partes, si lo que puede decirse de un todo se reduce a lo que
se puede decir de sus partes; si Zenón muestra que el todo
se divide en partes que forman una secuencia infinita, y si
las partes agotan el todo ya que una parte sin tamaño no
existe, entonces el todo debe carecer de algo normalmente
presente en toda entidad; un límite, porque el límite no
es una parte, ni pertenece a alguna parte, ya que la única
parte a la que podría pertenecer es a la parte última, y ésta
no existe.

158
Simplicio, entre otros comentaristas, dice que según Ze-
nón cada uno de los muchos es infinitamente grande, y esto
es más o menos lógico ya que aparece como equivalente el
hecho de no tener un límite y el de ser infinito. Aristóte-
les dijo también que, “si la definición de cuerpo es ’lo que
está limitado por una superficie’, entonces no puede haber
un cuerpo infinito”.96 Es decir, que el carácter finito de un
cuerpo se debe a la presencia de límites, por lo que se con-
cluye que lo infinito lo es por no estar limitado por alguna
superficie.
De hecho, el problema en Zenón es que no distingue
entre que un cuerpo tenga un límite en general y que tenga
un límite como una parte separada de él mismo; es decir, si
el límite es parte del cuerpo o está separado del cuerpo. En
líneas anteriores, se ha visto que, para Zenón, las propie-
dades de un todo se pueden reducir a las propiedades de las
partes, ya sea que se tomen por separado o en su conjunto.
Ahora bien, tener límite es una propiedad del todo, por lo
cual esa propiedad se puede reducir a las partes; por tanto,
todas y cada una de las partes tendrían límite. Lo que está
pendiente es una discusión acerca de la noción misma de
límite.
Se podrían proponer dos concepciones alternas de lími-
te; según la primera, un límite es un lugar donde ocurre
algo, por ejemplo, donde dos entidades se tocan, o donde
alguna cosa se detiene. De esta manera, un límite puede
ser un plano o una superficie que tiene a cada lado dos co-
sas diferentes, pero que no es parte de estas cosas, que no
96 Física204b5-6. El traductor, Echandía, traduce la expresión σvῶμα ἄπειρον como
“cuerpo infinito” y no como “cuerpo sin límite o ilimitado”.

159
pertenece a ninguna de las dos sino que es otra cosa in-
dependiente. Así entendido, un límite es más conceptual
que físico. A un todo formado por una serie de partes se le
puede asignar un límite de acuerdo con esta primera con-
cepción, por ejemplo cuando hay una línea y a un lado de
ella están las partes mientras que al otro lado no hay nada.
Tal parece que Zenón no adopta esta primera concep-
ción de límite puesto que, en la paradoja del lugar dice:
Si [el lugar] fuese en sí mismo algo existente, ¿dónde es-
tá? A la aporía de Zenón hay que buscarle una explica-
ción, porque si toda cosa existente existe en un lugar, en-
tonces es claro que el lugar tendrá que tener también un
lugar, y así hasta el infinito.97

Todo el fragmento de Aristóteles depende del hecho de que


cualquier cosa tiene que estar en un lugar; desde esta pers-
pectiva, Zenón no admitiría que el límite es un lugar donde
algo ocurre a las entidades y que tiene una existencia inde-
pendiente de esas entidades, que no forma parte de ellas.
Por tanto, si se quiere escapar de la conclusión de que ca-
da uno de los muchos es tan grande que es ilimitado, se
requiere otra concepción de límite en la cuál éste sea parte
de la entidad o del cuerpo.
Para llegar a esta segunda concepción se requiere un
proceso pues el límite de un todo se piensa como una se-
rie de partes que converge infinitamente, algo así como lo
que propone Zenón en la paradoja de la pluralidad. Y pa-
ra convertir el límite en objeto abstracto que pertenece al
todo y que es dependiente de él, debe identificarse como
97 Ibid., 209a23-25.

160
elemento del todo de la serie convergente, por lo cual no
es una entidad al final de la serie que tiene una existencia
independiente. Así vista, parte de la serie es previa a otra
y el límite es la última parte, pero ésta, la parte última, es
una parte separada e independiente; de allí que el límite no
pueda ser para Zenón una parte dependiente del todo.
Con estas dos concepciones de límite se puede tener
una idea de cómo llegó Zenón a la conclusión de que, co-
mo no hay una parte final de la serie, el todo formado por
las partes de esa serie no tiene límite; es decir, es un todo
ilimitado. Zenón no opta por ninguna de estas alternativas
sino que deja ver que entender el límite como una parte
separada del todo conduce a conclusiones paradójicas.
Parecería que se puede escapar a la paradoja con la in-
troducción de la idea de límite entendido de manera inde-
pendiente de los cuerpos, pero, aunque parezca una intui-
ción razonable, es posible replantear el argumento de mo-
do que, incluso pensando el límite como parte dependien-
te, se tendría la conclusión paradójica. Hausber propone el
ejemplo de un cubo formado de capas de dos colores, azul
y amarillo: primero, una capa azul con un espesor de la mi-
tad del cubo, después una amarilla de un cuarto, luego una
azul de un octavo, etc. Al terminar la construcción podría
preguntarse cuál es el color de la última capa, la que limita
el cubo con el exterior, pero esa pregunta sólo podría res-
ponderse asumiendo que ese límite es una parte separada
del cubo. Pero, incluso en esas circunstancias, parece que
es posible recorrer todo el cubo, rodearlo, verlo desde sus
distintos lados. Esta imagen de un cuerpo finito como algo
que se puede recorrer o ver sus superficies puede haber es-

161
tado en Zenón para hacerlo producir la conclusión de que,
si no es posible ver todas sus superficies, el cuerpo debe
ser infinito.
Un argumento similar en estructura a éste de la para-
doja de la pluralidad está en el de la dicotomía, que como
podemos recordar es una de las paradojas del movimiento;
su similitud se debe a que también usa un procedimiento
de división recursiva que genera una serie interminable de
entidades. El argumento ya fue descrito y se encuentra en
la Física 239b9-14. En un pasaje anterior a éste, dice:
De allí que sea falsa la argumentación de Zenón al supo-
ner que los infinitos no pueden ser recorridos o que no es
posible tocar una a una un número infinito de partes en un
tiempo finito. Porque tanto la longitud como el tiempo,
y en general todo continuo, se dice que son infinitos de
dos maneras: o por división o por sus extremos. Cierta-
mente, no es posible durante un tiempo finito tocar cosas
que sean infinitas por su cantidad, pero se las puede tocar
si son infinitas por su división, porque en este sentido el
tiempo mismo es infinito. Así, el tiempo en el que es reco-
rrida una magnitud no es finito sino infinito, y las infinitas
cosas no son tocadas en un tiempo finito sino en infinitos
intervalos de tiempo.98
No es muy claro lo que Aristóteles entiende; si el corre-
dor debe recorrer la primera mitad de la distancia, pero
antes debe cruzar la mitad de esa primera mitad, etc., o si
primero debe recorrer la mitad completamente la primera
mitad y luego la mitad de la distancia restante, etc., y esa
indefinición hizo que Simplicio y otros comentaristas op-
taran por la primera alternativa. En otro pasaje de la Física
98 Ibid., 233a22-31.

162
parece que el propio Aristóteles se decide por la segunda,
cuando habla del argumento de Aquiles:

El segundo argumento, conocido como “Aquiles”, es és-


te: el corredor más lento nunca podrá ser alcanzado por el
más veloz, pues el perseguidor tendría que llegar primero
al punto donde partió el perseguido, de tal manera que el
corredor más lento mantendrá siempre la delantera. Este
argumento es el mismo que el dicotómico, aunque con la
diferencia de que las magnitudes sucesivamente tomadas
no son divididas en dos. La conclusión es que el corredor
más lento nunca será alcanzado y el procedimiento es el
mismo que el del argumento por dicotomía (pues en am-
bos casos se concluye que no se puede llegar al límite si
se divide la magnitud de cierta manera, aunque en éste se
añade que incluso el corredor más veloz según la tradi-
ción tiene que fracasar en su persecución del que es más
lento); por tanto la refutación tendrá que ser la misma en
ambos casos.

La afirmación de que la diferencia entre los dos argumen-


tos, “que las magnitudes sucesivamente tomadas no son
divididas en dos”, necesita que también en el caso del co-
rredor en la dicotomía existan magnitudes que se tomen
sucesivamente.

Hay otra versión del argumento del corredor en el capítu-


lo ocho de la Física: Tenemos que responder de la misma
manera 1) a quienes preguntan con el argumento de Ze-
nón y piensan que si para recorrer una distancia cualquie-
ra antes hay que recorrer siempre la mitad de la distancia,
habrá entonces infinitas mitades, y es imposible recorrer
un infinito, o 2) a quienes sobre la base del mismo argu-
mento plantean el problema de otra manera, y pretenden

163
que, para que hubiese movimiento sobre la mitad del re-
corrido, habría que numerar antes la mitad que resulta de
cada mitad, de manera que cuando la distancia total fue-
ra recorrida se habría numerado un número infinito; pero
todos reconocen que esto es imposible.99

Aristóteles la presenta como si fuera sólo otra versión del


mismo argumento pero, si así fuera, la original no tendría
la construcción regresiva de la que ya hemos hablado pues-
to que allí la noción de movimiento total que aparece en
ésta no tendría sentido.
En la versión primera que está en el capítulo seis (233a22-
31), Aristóteles piensa que Zenón habla de un corredor
que, desde el inicio hasta el final de la carrera, debe pa-
sar por un número ilimitado de segmentos y que para ello
necesita de una cantidad ilimitada de tiempo. Sin embar-
go, hay allí algunos puntos oscuros. En primer lugar, tanto
las “cosas infinitas por su cantidad” como “las que son in-
finitas por su división” se refieren ambas a la pluralidad de
las cosas, cada una ilimitada de una de estas dos maneras;
pero las cosas recorridas o tocadas del principio del pasa-
je deben ser las partes ilimitadas en número de cada una
de ellas, de esas cosas ilimitadas en el sentido antes dicho.
Pero este sentido de las cosas ilimitadas no aparece en este
capítulo.
La segunda dificultad es la distinción entre “recorrer”
cosas ilimitadas y “tocar” cosas ilimitadas, entre las cua-
les parece no haber ninguna diferencia real. Esto está en
conexión con una tercera dificultad: cuando dice que “las
infinitas cosas no son tocadas en un tiempo finito sino en
99 Ibid., 263a5-11.

164
infinitos intervalos de tiempo”; es decir, tocar cosas ilimi-
tadas con lo ilimitado, no con cosas limitadas, donde las
cosas con las cuales esas cosas ilimitadas se tocan son tal
vez los periodos ilimitados de tiempo que se requieren para
terminar la carrera.
El problema es mayor aún por el desplazamiento que
existe entre lo abstracto de “los infinitos no pueden ser re-
corridos” y lo más concreto “tocar una a una un número
infinito de partes”, o sea, “entre recorrer lo ilimitado” y
“tocar cosas ilimitadas”. Una lectura plausible es que esas
cosas ilimitadas que se tocan son las que forman la serie
ilimitada de partes de cada carrera completa, y que las co-
sas ilimitadas con las cuales éstas se tocan son las partes de
tiempo que comprende el periodo requerido para la carre-
ra. Este desplazamiento léxico entre recorrer y tocar, uni-
do a la presencia de la misma frase del singular abstracto
“lo ilimitado” y el plural concreto “cosas ilimitadas” hacen
ambigua la interpretación de Aristóteles.
Zenón, por tanto, diría que, para terminar la carrera, el
corredor debe tocar un número ilimitado de cosas, pero
como es imposible hacerlo en un número ilimitado de pe-
riodos de tiempo, el corredor debe tocarlas en un número
finito de periodos, cada uno de longitud finita, aunque real-
mente necesite un número ilimitado de periodos, cada uno
correspondiente a cada segmento de la carrera. Esta lectu-
ra es diferente de la de Aristóteles porque no es lo mismo
el requisito de una cantidad ilimitada de tiempo y el de
un número ilimitado de periodos. Según Aristóteles, Ze-
nón equiparó lo ilimitado del número de periodos con lo
ilimitado del conjunto total. Dice:

165
Ahora bien, en nuestras anteriores exposiciones sobre el
movimiento dimos una solución a esta dificultad mostran-
do que el tiempo ocupado en recorrer una distancia tiene
en sí mismo un infinito número de partes, y que no hay
ningún absurdo en suponer que se recorra algo infinito
en un tiempo infinito, pues el infinito se presenta tanto
en la longitud como en el tiempo. Pero aunque esa solu-
ción era suficiente para responder a aquella objeción (la
cuestión planteada era si es posible en un tiempo finito
recorrer o numerar una infinitud de cosas), sin embargo
no es suficiente con respecto a la cosa misma y su verdad.
Porque si, dejando de lado la distancia y la pregunta de si
es posible recorrer una infinitud en un tiempo finito, nos
hacemos la pregunta con respecto al tiempo tomado en sí
mismo (pues el tiempo es susceptible de infinitas divisio-
nes), entonces esa solución no será ya suficiente, sino que
tendremos que apelar a la verdad que enunciamos ante-
riormente.100
Como esas “anteriores exposiciones” son inequívocamen-
te las ya citadas del capítulo seis (233a22-31), Aristóteles
piensa que Zenón confundió las dos formas en que algo
puede ser ilimitado; es decir, que tocar con una serie ili-
mitada de periodos de tiempo implica tocar con un tiempo
ilimitado.
El argumento de Aquiles es, según Aristóteles, igual al
del corredor pues la conclusión de que el más rápido no al-
canza al más lento parece derivarse del hecho de que, para
cada segmento de carrera (o subcarrera) completado por el
más rápido, hay otro en el cual el más lento va adelante.
En realidad son diferentes: en el del corredor hay una dis-
tancia determinada, que se divide, y las partes que resultan
100 Ibid., 263a11-23.

166
se correlacionan con periodos de tiempo, cuyo número es
ilimitado. En el de Aquiles no hay una distancia sino que
los segmentos se producen uno por uno, sin relación con
el todo. Por ello Zenón no establece una correspondencia
entre segmentos y periodos de tiempo.
A partir de esa correspondencia entre distancia y tiem-
po se tiene una serie interminable de carreras y periodos
(es decir, subcarreras y subperiodos). La conclusión, según
lo que Aristóteles reporta, es que el más lento está siempre
adelante; pero esta conclusión es ambigua pues da lugar a
dos interpretaciones:
a) En cada periodo de una serie ilimitada, el más lento está adelan-
te.
b) Durante todo el tiempo de la carrera, el más lento está adelante.
En la primera paradoja de la pluralidad Zenón argu-
menta que, como no existen entidades sin tamaño, lo que
hay son las partes del todo, generadas por un procedimien-
to recursivo de división, las cuales agotan el todo; como
no hay una última parte, la serie es ilimitada. Por tanto,
el todo es ilimitado en tamaño. En la paradoja del corre-
dor (de la dicotomía) aparece también un procedimiento
recursivo de división, tampoco hay una última parte y el
todo es ilimitado; aquí también se puede asumir que las
partes agotan el todo. Lo que no está en esta paradoja es
el primer supuesto, que no hay entidades sin tamaño, pe-
ro esto estaría sobreentendido al tener la certeza de que la
división no produce dos partes una de las cuales es un pun-
to, como ocurre en la dicotomía porque se asume que cada
una de las mitades sucesivas se divide en partes iguales.

167
La diferencia entre las dos paradojas es que en esta úl-
tima, para pasar del hecho de haber parte final a la conclu-
sión de que el todo es ilimitado en tamaño no es posible
hacerlo por medio de la discusión de los límites de una
entidad. Es claro que en la serie de segmentos de carrera
no existe el último, por lo que no puede existir un lími-
te como parte independiente; por tanto, el conjunto de los
periodos temporales no puede tener como límite una parte
dependiente.
No obstante, es algo confuso asumir que el total de los
periodos de tiempo no pueda tener un límite independien-
te, que sería abstracto. Sin embargo, para el caso del tiem-
po y sus divisiones no se puede hacer la distinción como
la que hay entre cuerpo concreto y lugar abstracto, por lo
cual el límite de un periodo es el lugar donde algo ocu-
rre y es independiente de ese periodo. Con esta precisión,
el argumento de Zenón se hace más complejo pues, si se
asume que las “cosas ilimitadas” con las que se tocan las
otras cosas no son los elementos de la serie ilimitada de
periodos sino la serie, también ilimitada, de segmentos de
carrera, entonces no podría haber un límite independiente
abstracto, como un momento o un instante. Es decir, Zenón
sí reconoce estas unidades temporales al hablar del ahora.
La pregunta es si la serie de segmentos de carrera está en
el pasado y si el ahora es el límite de la carrera total.
Desde el punto de vista de Zenón, la respuesta sería
negativa puesto que, para él, el pasado y el presente son
periodos diferentes y en el ahora no puede ocurrir ningún
movimiento puesto que no tiene duración. Una razón para
atribuir esta idea a Zenón está en el Parménides de Platón,

168
donde se caracterizan de esa manera presente, pasado y
futuro:
[...] en ese paso del antes al después no se puede saltar por
encima del ahora. ¿No es, entonces, un alto en su devenir
más viejo este encuentro con el ahora? [...] Si su progre-
sión fuera continua, el ahora nunca lo afectaría. Lo que
progresa toca, naturalmente, en los dos extremos: al aho-
ra, por un lado; al después, por el otro. No deja el ahora
más que para tomar el después; y es en el intervalo donde
se hace su devenir, entre el después y el ahora.101

En este pasaje aparecen cuestiones similares a las de la


flecha y la dicotomía, lo cual no es extraño puesto que son
refundiciones de los argumentos de Zenón. Parece que Pla-
tón ve el ahora como un momento independiente, entre el
pasado y el futuro. Que el pasado, presente y futuro se lo-
calicen una al lado del otro es una idea presente en la pa-
radoja de la flecha, lo mismo que la idea de que es en el
ahora cuando las cosas suceden. Por tanto, si el ahora fuera
un límite entre el pasado y el futuro, entonces sería falso
decir que el todo está siempre en el ahora.
Sin embargo, que el ahora no sea un límite no signifi-
ca que no pueda ser una entidad al final de una división
ilimitada, Si hay tres periodos que están juntos –pasado,
presente y futuro– y si se aplica de manera recursiva la
idea de que parte del presente no es presente sino que es-
tá en el pasado o en el futuro, entonces el ahora se hace
paulatinamente más pequeño; a pesar de esto, siguen exis-
tiendo los tres periodos. Por tanto, al final del proceso se
tiene un ahora sin duración, que no es parte ni del pasado
101 Platón, Parménides, 152b6-c7.

169
ni del futuro sino una entidad independiente unida a am-
bos. Como no es parte de ninguno, no es un límite, ya que
no es un lugar donde el pasado y el futuro terminan sino
que está junto a ambos.
El núcleo de la posición de Zenón es que no acepta la
existencia del continuo, ni desde el punto del espacio ni
desde el tiempo. Si la pluralidad existe, entonces hay en el
tiempo periodos separados (pasado, presente, futuro), así
como en el espacio hay objetos separados. Estas entida-
des están limitadas por sí mismas, no por algo externo a
ellas. En el mismo libro Platón se refiere a la manera de
razonar de Zenón, cuando el personaje Parménides hace la
distinción:
[...] el comienzo aparece siempre precedido de otro co-
mienzo, el final prolongado en otro final, el medio ocu-
pado por algo más mediano que el medio mismo y más
pequeño, porque no se podrían aprehender tales límites
en esos bloques, tomados uno por uno. [...] es necesario
que los otros aparezcan, cada uno ilimitado y limitado,
uno y múltiple.102

Desde esa perspectiva, el límite no puede ser parte de la


carrera en su totalidad, o de un periodo completo o de un
objeto entero, ya que no hay límite de un continuo. Lo que
establece en ambas paradojas (la de la pluralidad y la di-
cotomía) es que una parte tal no existe.
Sin embargo, cuando Zenón concluye que no hay una
parte de un todo que pueda servir como su límite, esto se
aplica solamente a las partes que él acepta como partes,
102 Ibid., 165a3-b3, c3-5.

170
es decir, partes separadas, que obedecen al principio antes
señalado que dice que las partes son anteriores al todo del
que son partes. Este principio está expresado cuando dice
que sólo puede entender la pluralidad de las cosas si sabe
lo que es la unidad.103 Es claro que se puede escapar a la
paradoja al rechazar la exigencia de que el límite sea una
parte separada.
La idea de que la serie ilimitada de partes de tamaño
cada vez menor agota el todo es crucial para el argumento
de Zenón; de hecho, el paso de lo limitado de la serie a
lo ilimitado del tamaño del todo no se sostiene si esa idea
no se acepta. Pero hacen falta razones que sustenten este
supuesto. Lo que está detrás es que, para Zenón, el concep-
to de ilimitado se refiere no a una propiedad numérica de
un conjunto de entidades o al tamaño de una entidad, sino
sobre todo a una serie que no tiene un término último. Por
extensión, esta noción de ilimitado puede referirse a núme-
ro o tamaño, pero no deja de estar referida a una serie. Ese
concepto de serie está en la concepción que tiene Zenón
de ápeiron como “sin límite”, que se refiere primero a la
serie y luego al todo formado por la serie. La misma idea
también está presente en la segunda paradoja de la plura-
lidad, donde lo ilimitado de las muchas cosas se muestra
por su carácter iterativo. Recordemos el argumento: si hay
muchas cosas es necesario que sean tan numerosas como
son, ni más de lo que son ellas mismas ni menos. Pero si
son tan numerosos como son, serán ilimitadas.
103 Dice Eudemo en el fragmento 37, citado por Simplicio: “Dicen que también Zenón

decía que si alguien le explicara qué es el uno, sería capaz de dar razón de las cosas que
son”. (Los filósofos presocráticos, II, p. 40).

171
Es decir, no pueden ser ni más ni menos: si fueran me-
nos, nos haría pensar en una entidad final que puede estar
ausente; si fueran más, pensaríamos en otras entidades que
podrían estar presentes. Por tanto, decir que no son ni más
ni menos introduce la idea de un límite interno a las cosas.
Pero, ¿por qué no podría decirse que la serie ilimitada no
contiene ni más ni menos que ella misma? Pues es posible
imaginar una serie ilimitada tan numerosa como ella mis-
ma que no tenga más que un número ilimitado de partes.
Sin embargo, en apoyo a Zenón habría dos cuestiones.
La primera tiene que ver con el concepto de número
en el mundo griego de su tiempo: el número no es algo
abstracto, el aspecto numérico de una multitud, sino una
multitud de unidades; es decir, no hay números ilimitados.
En apoyo a esto está la concepción del contar que refie-
re Platón en el Teeteto (198c). Un número, arithmos, es
siempre algo que se puede contar; dice Aristóteles104 que
“si la definición de cuerpo es lo que está limitado por una
superficie, entonces no puede haber un cuerpo infinito, ni
inteligible ni sensible. Tampoco puede haber un número
infinito separado, pues un número, o lo que tiene número,
es numerable”. El mismo autor a veces (como en la Metafí-
sica 1020a13) define explícitamente como limitado, como
“multiplicidad limitada”.
La segunda cuestión se relaciona con la primera. El he-
cho de ser un número y de ser contable (o numerable) están
relacionados. Ya se ha dicho que para Zenón un todo no es
otra cosa que sus partes tomadas en conjunto. En el caso
104 Física 204b7-9.

172
de las paradojas, el problema es cómo hablar de una multi-
tud sin conocer las unidades por separado, ya que entender
una multitud como un todo es captar las unidades en con-
junto. Y esto es posible hacerlo en el caso de una multitud
limitada, pero no en el caso de una ilimitada, pues ésta no
es un todo: entender el todo es entender las unidades que
lo forman.
En consecuencia, una multitud ilimitada no es un todo
pues no hay todos ilimitados. Pero la multitud de las cosas
que son, que son tantas como son, se presenta como un
todo, como dice el citado fragmento de Zenón. Es también
lo que dice Parménides en el diálogo de Platón, después de
argumentar que el uno es ilimitado:
[...] es de un todo que las partes son partes, y el Uno, en
tanto que todo, será entonces limitado; así, ¿admites que
el todo engloba las partes? Lo englobante es limitado. Así,
el Uno que es será, podemos decir, uno y múltiple, todo y
partes, finito e infinito en cantidad.105

Así, la multitud de cosas que son es una colección de uni-


dades limitada. Que existe una multitud ilimitada quiere
decir que en ella, para cada unidad, hay otra que le sigue,
por lo cual no hay una unidad última o final. Esto lleva a
que las dos paradojas de la pluralidad sean similares a la de
la dicotomía: en ninguna de ellas hay una parte final; en la
primera de la pluralidad y en la dicotomía no hay explíci-
tamente una parte última que sirva de límite, mientras que
en la segunda de la pluralidad se asume que hay un todo, y
como no hay todos ilimitados, éste tiene parte final.
105 Platón, Parménides, 145a.

173
En síntesis, todo lo dicho acerca de los argumentos de
Zenón se basa en dos principios fundamentales. El prime-
ro es que las partes son ontológicamente anteriores al todo
que forman. Este principio explica por qué Zenón asumió
que las propiedades del todo se reducen a las propiedades
de las partes; es lo que está en la base del grano de mijo
donde la paradoja se basa en el hecho de que en la natura-
leza no es posible oír todo. En el argumento de la flecha lo
paradójico está en la naturaleza de las partes involucradas,
que son entidades límite: si hay movimiento en un perio-
do, debe haber en el ahora, que está en el presente, cuando
las cosas ocurren. Pero como el ahora es infinitamente pe-
queño, no hay lugar para el movimiento; por tanto, no hay
movimiento en el periodo pues consiste de presentes ins-
tantáneos. Si algo es parte de un todo debe contribuir en
algo a ese todo, pero algo sin tamaño no puede contribuir
al todo, por tanto, no puede ser parte de él.
Las entidades límite están también en la primera para-
doja de la pluralidad y en la dicotomía: un objeto no pue-
de ser un límite independiente del todo (ésta es la única
manera de ser parte de un todo), pues entonces esa par-
te independiente debe también tener un límite. En estos
argumentos en que aparecen entidades límite se asume la
divisibilidad ilimitada, de modo que para escapar a la para-
doja se tendría que limitar la divisibilidad; pero Zenón no
toma ese camino pues para él sólo hay dos posiciones: que
el todo es en todas partes divisible, o es indivisible a causa
de la homogeneidad de las entidades. Dos objetos separa-
dos forman una entidad (un tramo homogéneo de materia)
y, si es divisible en algún lugar, lo debe ser en todas partes.

174
Sobre una consideración similar, se podría inferir que
entre dos objetos independientes hay un tercero, que rom-
pería la homogeneidad, y esto podría repetirse de modo
que el número de objetos llegaría a ser ilimitado. Esto es
inaceptable para Zenón pues, al concebir la realidad como
un todo determinado, sólo podría pensarse como limita-
do en número puesto que una serie ilimitada de partes no
puede formar un todo determinado.

175
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