La historia de David la encontramos en los libros de Samuel, que nos narran el advenimiento de la monarquía y de los dos
primeros reyes: Saúl y David. Samuel es el último Juez, por ello es como el anillo de la cadena que une la etapa de los
jueces y la de la monarquía. Los jueces eran figuras dispersas, locales, sin dinastía que les prolongara. Con Samuel se
acaba la era de los jueces. Y él mismo, más que juez-jefe, es un profeta. No empuña nunca la espada ni el bastón de
mando. En realidad es el confidente del Señor; recibe sus oráculos y los transmite a Israel.
Con la entrada en la Tierra prometida Israel comenzó un proceso lento, que le lleva a establecerse en Canaan,
configurándose como "pueblo de Dios" en medio de otros pueblos. La experiencia del largo camino por el desierto, bajo la
guía directa de Dios, le ha enseñado a reconocer la absoluta soberanía de Dios sobre ellos. Dios es su Dios y Señor.
Durante todo el período de los jueces no entra en discusión esta presencia y señoría divina. Pero, a medida que se van
estableciendo, pasando de nómadas a sedentarios, poseyendo campos y ciudades, su vida y fe va cambiando. Las tiendas
se sustituyen por casas, el maná por los frutos de la tierra, la confianza en Dios, que cada día manda su alimento, en
confianza en el trabajo de los propios campos. Israel, establecido en medio de otros pueblos, contempla a esos pueblos y
le nace el deseo de organizarse como ellos. Quiere cambiar sus estatutos políticos, sin darse apenas cuenta que con ello
algo está cambiando en su alma. Pidiendo un rey, "como tienen los otros pueblos", Israel está cambiando sus relaciones
con Dios.
El profeta Samuel
Samuel, el viejo juez, llamado por Dios en tiempos de Elí (1Sam 3), debe retirarse para dejar lugar al rey, que el pueblo
reclama en un deseo incomprensible de autonomía respecto al mismo Señor. "Samuel había adquirido autoridad porque el
Señor estaba con él y no dejó caer en vacío ni una sola de sus palabras. Por eso, todo Israel, desde Dan a Bersabea, sabía
que Samuel había sido constituido profeta por el Señor" (1Sam 3,19-20). Pero ahora el pueblo le pide que se retire y les dé
un rey. Samuel, persuadido por el Señor, cederá ante las pretensiones del pueblo. Pero, antes de desaparecer, se mostrará
como verdadero profeta del Señor, manifestando al pueblo el verdadero significado de lo que está aconteciendo. Con ojos
iluminados penetrará en el presente más allá de las apariencias, descifrando el designio divino de salvación incluso en
medio del pecado del pueblo: 1Sam 12,6-11.
Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de Dios y de gritos de angustia, a los que Dios responde
fielmente con el perdón y la salvación. Pero el pueblo se olvida de la salvación gratuita de Dios y cae continuamente en la
opresión; grita de nuevo, confesando su pecado, y el Señor, incansable en el perdón, les salva de nuevo. El pecado de
Israel hace vana la salvación de Dios siempre que quiere ser como los demás pueblos. Entonces experimenta su pequeñez
y queda a merced de los otros pueblos más fuertes que él. Esta historia, que Samuel recuerda e interpreta al pueblo, se
repite constantemente... hasta el momento presente:
Pero, en cuanto habéis visto que Najás, rey de los ammonitas, venía contra vosotros, me habéis dicho: ¡No! Que reine un
rey sobre nosotros, siendo así que vuestro rey es Yahveh, Dios vuestro. Aquí tenéis ahora el rey que os habéis elegido.
Yahveh ha establecido un rey sobre vosotros. Si teméis a Yahveh y le servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra
las órdenes de Yahveh; si vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a Yahveh, vuestro Dios, está bien. Pero si no
escucháis la voz de Yahveh, si os rebeláis contra las órdenes de Yahveh, entonces la mano de Yahveh pesará sobre
vosotros y sobre vuestro rey.
Estamos en el año mil. Los filisteos, que llegaron a Palestina poco después que los israelitas, han convivido codo con codo
junto a Israel unos doscientos años, en intermitentes pero crecientes fricciones durante la época de los Jueces. Pero hacia
el año mil, los filisteos, no muy numerosos pero formidables guerreros, pretendieron la hegemonía sobre Palestina,
hostilizando constantemente a los israelitas. De aquí que fueran una amenaza permanente para Israel. Su monopolio del
hierro les daba una preeminencia militar sobre los israelitas, mal equipados. Para proteger su monopolio del hierro, los
filisteos prohibieron a Israel, sometido a ellos, la industria de los metales, dependiendo, para todos los servicios, de los
artesanos filisteos (1Sam 13,19-22). Además los tiranos filisteos actuaban concertadamente entre ellos. Los israelitas,
divididos en tribus, difícilmente podían hacerles frente.
Las doce tribus de Israel estaban completamente divididas entre sí, con fuertes tensiones entre ellas. En las últimas
páginas del libro de los Jueces se narra que la tribu de Benjamín ha cometido un delito tan grave que las otras tribus
deciden eliminarla. Sólo un resto se salvará refugiándose en los bosques. Estas tensiones internas debilitaban su fuerza
frente a los enemigos externos.
Los israelitas sufrieron un primer duro golpe en el año 1050 cerca de Afeq (1Sam 4). Los israelitas, para frenar el avance
filisteo, llevaron a la batalla desde Silo el Arca de la alianza con la esperanza de que la presencia de Yahveh les diera la
victoria. Pero el ejército fue desbaratado; Jofní y Pinjás, los sacerdotes que llevaban el arca, fueron matados, y el Arca
misma fue capturada por los filisteos. Aunque los filisteos devolvieron pronto el Arca a los israelitas, a causa del terror
que les inspiró una plaga (1Sam 5-7), sin embargo siguieron dominando sobre Israel.
En estas circunstancias Israel eligió a Saúl como primer rey de Israel, una vez vencida la resistencia a la monarquía que
opuso el vidente Samuel, que finalmente fue quien le ungió, primero en privado en Ramá y, luego, públicamente en Mispá
(1Sam 9,1-10.16;10,17-27). La expansión de los filisteos ponía en peligro la existencia misma de Israel e impuso la
monarquía. Saúl es, en un principio, como un continuador de los Jueces, pero su reconocimiento por todas las tribus le
convierte en una autoridad universal y permanente, naciendo así la realeza.
La monarquía es fruto del miedo. A pesar de la larga experiencia de intervenciones salvadoras de Dios, Israel ante la
amenaza olvida su historia y se deja condicionar por el peligro presente. Cancelada la memoria, sólo queda el peligro
presente y la búsqueda angustiosa de una solución inmediata.
El rey Saúl
Esta transición a la monarquía fue fatigosa y dramática. El primer rey, Saúl, caerá muy pronto. Samuel, fiel al Señor,
rompió con Saúl y se convirtió en su enemigo. La elección de Saúl había sido hecha por designación profética y por
aclamación popular (1Sam 10,1ss; 11,14ss). Las primeras empresas de Saúl contra los filisteos fueron tales que
justificaron la confianza depositada en él. Israel respiró de nuevo y cobró nuevas esperanzas. Los filisteos son arrojados
hasta su territorio, quedando liberada la tierra de Israel. En los confines israelitas tendrán lugar los posteriores encuentros,
en el valle del Terebinto y en Gelboé. Pero el respiro fue sólo temporal. Saúl acabó con un triste fracaso, que dejó a Israel
peor que antes. El combate de Gelboé acabó en desastre.
Saúl, con su inestabilidad emocional, cayó en depresiones al borde de la locura. Oscilando como un péndulo entre
momentos de lucidez y disposiciones de ánimo oscuras, queriendo agradar a Dios y a los hombres, sólo lograba
indisponerse con todos. Sus compromisos le enemistaron con Dios, y Samuel rompió con él. Saúl llega a usurpar la
función de sacerdote (1Sam 13,4-15) y viola el anatema (1Sam 15). El "espíritu malo" de Yahveh le invadió hundiéndolo
en la depresión, de la que sólo se libraba con los acordes de la música del joven David, el último de los ocho hijos de Jesé.
La popularidad de David acrecentó la ruina de Saúl, a quien le comían las entrañas los celos. Pero David, a quien Saúl
necesitaba y odiaba, se ganó la amistad de Jonatán, hijo de Saúl y la mano de Mikal, hija del mismo Saúl. La fama de
David fue así eclipsando al primer rey de Israel. Obsesionado por perseguir a David, Saúl se olvidó de los filisteos, que
volvieron a someter a Israel. En la batalla de Gelboé las tropas israelitas fueron aniquiladas, los tres hijos de Saúl
murieron y el mismo Saúl, gravemente herido, se suicidó. Saúl lo ha perdido todo y no logra siquiera encontrar uno que lo
mate; se expone en primera fila, pero los enemigos no le matan; no le quiere matar su escudero, pues no desea incurrir en
tal sacrilegio. No le queda a Saúl más que abandonarse él mismo a la espada clavada en tierra.
Orígenes de la monarquía
Hacia el Siglo XI a.C, los hijos de los sacerdotes-Jueces tomaban “lo mejor de las ofrendas para sí mismos”. Se daban a la
avaricia, el soborno y pervirtieron el derecho (1ª Sam 2:14; 8:3). Asimismo Trataban con desprecio la ofrenda del Señor
(1ª Sam 2:17). La cohesión israelí y la protección que Dios brindaba a esa nación dependía de "seguir el camino del
Señor", por lo cual iban camino a la disolución.
Al mismo tiempo la prosperidad volvió a la región al final de la edad de bronce, se recuperó el comercio con Egipto y
Mesopotamia, y se abrieron nuevas rutas comerciales, desde Cadesh-Barnea al sur, de Hebrón, Jerusalén y Lakís en
Samaria, a Siloé, Siquem y a través de Galilea, a Megido y todo el valle de Jezreel. Esta ruta amenazaba el monopolio
comercial de los filisteos, que intentaron dominarla tanto directamente, con una intervención militar contra las tribus de
Israel, como indirectamente, promoviendo a mercenarios a posiciones de poder como los Achish de Gath, posteriores
aliados de David.
Según lo permitido en el capítulo 7 del Deuteronomio, Israel decidió elegir un rey para luchar con eficacia (I Samuel 8:6,
20) contra la amenaza de sus vecinos. Según los libros de Samuel, el último de los jueces, la nación pidió un rey porque
los hijos de Elí (El sumo sacerdote de la época), que habían sido designados como jueces, emplearon mal su cargo.
Aunque él intentó disuadirlos, los israelitas estaban resueltos, por lo que Saúl ben Qish, de la tribu de Benjamín, fue
ungido como rey por Samuel. Desafortunadamente no se ha encontrado ninguna evidencia independiente sobre la
existencia de Saúl, aunque el primer período de la Edad del Hierro era una fase de expansionismo filisteo, lo que está de
acuerdo con el relato bíblico.
Reino de Israel (monarquía unida) en tiempos de Saúl y David, 1020-966 a.C. El territorio continuó unido hasta la muerte
de Salomón en 928 a.C.28
El Reino de Israel (en hebreo: יִ ְׂש ָראֵ ל ממלכת, Mamlejet Yisra'el) abarcaba en la época de máxima expansión una extensión
muy superior a la del actual estado de Israel, ya que se extendía del sur del Líbano a la península del Sinaí y del mar
Mediterráneo al río Jordán, según las descripciones de Samuel.
Las controversias aparecen constantemente: Según Finkelstein y Silberman, en la época de los reinados de David y
Salomón Jerusalén parece estar despoblada o con solo unos cientos de habitantes: insuficientes para gobernar un imperio
que abarcase desde el Éufrates a Eilath. Aseguran que la primera referencia independiente para el Reino de Israel es de
890 a. C., mientras que para el de Judá es aproximadamente 750 a. C. Sugieren que, debido a los prejuicios religiosos, los
historiadores posteriores (es decir, los autores bíblicos) suprimieron los logros de la dinastía de Omrí (que la Biblia
describe como politeístas) achacándolos a una supuesta edad de oro de los gobernantes monoteístas.29
Según las fuentes, David y Saúl se habían convertido en enemigos, por lo menos desde el punto de vista de Saúl. Las
fuentes describen a Jonatán, hijo de Saúl, o bien a Michal, su hija, (fuente anti-monárquica y monárquica respectivamente)
como quien ayudó a David a escapar de Saúl, aunque asumiendo la reconciliación antes de su muerte.
David ya había sido "ungido" como rey por Samuel (antes de la muerte de Saúl), pero un heredero, Ishbaal ben Saúl,
asumió el control de Israel. Este gobernó solamente dos años antes de que lo asesinaran.30
Cierto número de críticos y eruditos bíblicos han sugerido que David consiguió esa ansiada unificación de las 12 tribus
con base en su carisma, pero lo que realmente parece legitimarlo es su férrea determinación de hacer cumplir la Ley de
Yahvé (Jehová). [Los líderes de las tribus le dijeron: “hueso y carne tuya somos” (2ª Sam 5:1-3)].
El líder judío sería –con su valentía y piedad- el unificador de las tribus israelitas. Consiguió también hacer de Jerusalén la
capital de la nación y algo largamente añorado por los fieles: recuperar y traer el Arca de la Alianza (cuyo culto había
perdido intensidad en tiempo de los Jueces ) (Jos 7:6; 2ª Sam 6:2) De acuerdo a las Escrituras, en la segunda mitad de su
reinado aparecen desvíos, algunos crímenes y ciertas conjuras que culminan con Absalom, hijo de David, propuesto como
nuevo rey. La Biblia entonces describe como un gran sector del pueblo se rebela y asume el control de Judea, forzando a
David al exilio al este del Jordán.31
Según Samuel, David lanzó un contraataque y triunfó, aunque con la pérdida de Absalom, su hijo. Reconquistada Judea, y
afirmado el control sobre Israel, David regresa al oeste del Jordán, aunque continúa sufriendo rebeliones por parte de
Israel, superando con éxito cada una.
Bajo su gobierno, Israel pasó de reino a imperio, y su esfera de influencia militar y política en el Oriente Medio se amplió,
controlando a estados más débiles como a los filisteos, Moab, Edom, Ammon, y convirtiendo en vasallas a algunas
ciudades-estados arameas (Aram-Zobah y Aram-Damasco). Las fronteras iban del mar Mediterráneo al desierto árabe, del
mar Rojo al río Éufrates.34 Algunos arqueólogos modernos, aunque minoritarios, creen que el área bajo control de Judá e
Israel en esta época, excluyendo los territorios fenicios en la costa mediterránea, no excedía de 34 000 km²; de ellos, el
reino de Israel abarcaba cerca de 24 000 km².nota 235
Sin embargo, La interpretación de la evidencia arqueológica sobre el alcance y la naturaleza de Judá y Jerusalén en el
siglo 10 antes de Cristo es un tema de intenso debate. Israel Finkelstein y Zeev Herzog de Universidad de Tel Aviv piensa
que el registro arqueológico no apoya la opinión de que Israel en ese momento era un estado importante, sino más bien un
pequeño reino tribal.36 Finkelstein dice en La Biblia desenterrada(2001): «[E]n la base de estudios arqueológicos, Judá se
mantuvo relativamente vacía de población permanente, muy aislados y la derecha muy marginal hasta después de la hora
prevista para el David y Salomón, sin grandes centros urbanos y sin jerarquía pronunciada de caseríos, aldeas y
ciudades».37 De acuerdo con Zeev Herzog «la monarquía unida de David y Salomón, que es descrito por la Biblia como
un poder regional, era a lo sumo un pequeño reino tribal».38 En el otro William Dever, en su ¿Qué hicieron los escritores
bíblicos y que sabían?, sostiene que la evidencia arqueológica y antropológica apoya el relato bíblico amplia de un Estado
de Judea en el siglo 10 antes de Cristo.39Encuestas de la superficie se encuentra destinada a la localización y cambios en
los patrones de asentamiento de población han demostrado que entre los siglos 16 y 8 a. C., período que incluye los reinos
bíblicos de David y Salomón, toda la población de la región montañosa de Judá, no era más que unos 5000 personas, la
mayoría de ellos pastores errantes, con una zona urbanizada que constaba de una veintena de pequeños pueblos.40