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Segundo rey de Israel (1000-962 a.C.).

Se menciona unas ochocientas veces en el Antiguo Testamento y sesenta en el


Nuevo Testamento. No se sabe con certeza el significado de su nombre. Hijo menor de Isaí, de la tribu de Judá. En las
Escrituras este nombre se aplica solamente a él, como tipificación del lugar único que ocupa como antepasado, precursor,
y anunciador del Señor Jesucristo, “el gran hijo del gran David”.
Hay 58 referencias a David en el Nuevo Testamento, incluido el tan repetido título acordado a Jesús: “Hijo de David”.
Pablo declara que Jesús es “del linaje de David según la carne” Romanos 1:3, y Juan relata que Jesús mismo dijo “yo soy
la raíz y el linaje de David” Apocalipsis 22:16.
Cuando volvemos al Antiguo Testamento para descubrir quién es este que ocupa un lugar de tanta prominencia en el
linaje de nuestro Señor y los propósitos de Dios, el material disponible es abundante. La historia de David se encuentra
entre 1 Samuel 16 y 1 Reyes 2, y mucho de este material se encuentra paralelamente en 1 Crónicas 2:29.
I. Marco familiar
David era bisnieto de Rut y Booz, y el menor de ocho hermanos 1 Samuel 17:12, y desde niño fue pastor de ovejas.
Ocupado en este trabajo adquirió el coraje que luego supo desplegar en el campo de batalla (1 Samuel 17:34–35) y el
tierno cuidado que tuvo para con su manada, que más tarde habría de ser tema de sus canciones acerca de los atributos de
su Dios. Como José, sufrió la mala disposición de sus hermanos mayores, que le tenían envidia, posiblemente por los
talentos con que Dios lo había favorecido (1 Samuel 17:28).
Aunque fue modesto en cuanto a su ascendencia (1 Samuel 18:18), David había de ser padre de una línea de notables
descendientes, como lo demuestra la genealogía de nuestro Señor en el Evangelio de Mateo (Mateo 1:1–17).
II. Ungimiento y amistad con Saúl
Cuando Dios rechazó a Saúl como rey de Israel, David le fue revelado a Samuel como su sucesor, y por ello el profeta lo
ungió en Belén sin ninguna ostentación (1 Samuel 16:1–13).
Uno de los resultados del rechazo de Saúl fue que el Espíritu de Dios se retiró de él, provocando como consecuencia una
gran depresión en su propio espíritu. Se advierte una impresionante revelación del propósito divino en la providencia por
la cual David, destinado a reemplazar a Saúl en el favor y los planes de Dios, es elegido para socorrer al rey caído en sus
momentos de melancolía (1 Samuel 16:17–21). De esta manera, la vida de estos dos hombres estuvo íntimamente ligada.
Saúl nombró a David como su paje de armas o escudero. Luego el conocido incidente con Goliat, el campeón filisteo, lo
cambió todo (1 Samuel 17).
La agilidad y habilidad de David con la honda le permitió vencer al fuerte y pesado gigante, cuya muerte fue la señal para
la derrota por parte de Israel de las fuerzas filisteas. Quedó abierto el camino para que David hiciera suya la recompensa
prometida por Saúl: la mano de la hija del rey, y liberación de impuestos para toda la familia de su padre. Pero un factor
inesperado cambió el curso de los acontecimientos: los celos que sintió el rey ante el nuevo campeón de Israel. Cuando
David regresaba, después de haber matado a Goliat, las mujeres israelitas le dieron la bienvenida cantando “Saúl hirió a
sus miles, y David a sus diez miles”. Saúl, a diferencia de su hijo *Jonatán en una situación parecida, se sintió herido y, se
nos dice, “desde aquel día no miró con buenos ojos a David” (1 Samuel 18:7, 9).
III. La hostilidad de Saúl
El trato de Saúl para con David comenzó a ser cada vez menos amistoso, y en un momento dado vemos al joven héroe
nacional salvándose de un ataque brutal contra su vida por parte del rey. Sus honores militares le fueron reducidos, fue
defraudado en cuanto a la esposa prometida y unido en matrimonio a la otra hija de Saúl, Mical, después de llegar a un
arreglo que tenía por objeto causarle la muerte (1 Samuel 18:25). Parecería, por lo que se dice en 1 Samuel 24:9, que
había en la corte de Saúl un grupo que fomentaba deliberadamente las desinteligencias entre Saúl y David, y el estado de
cosas entre ellos se fue deteriorando paulatinamente.
Otra tentativa infructuosa de Saúl de matar a David con su lanza fue seguida por un intento de arresto, que se vio frustrado
por una estratagema de Mical, la esposa de David (1 Samuel 19:8–17). Un rasgo notable de este período en la vida de
David es la manera en que los dos hijos de Saúl, Jonatán y Mical, se aliaron con David contra su propio padre.
IV. Huida de delante de Saúl
Las etapas siguientes en la historia de David se caracterizan por constantes huidas ante la implacable persecución de Saúl.
No le es posible a David descansar en un solo lugar por mucho tiempo; profeta, sacerdote, enemigo nacional: ninguno
puede ofrecerle refugio, y los que le ofrecen ayuda son cruelmente castigados por un rey enloquecido de rabia (1 Samuel
22:6–19).
Después de escapar apenas de los jefes militares de los filisteos, por fin David logró organizar la banda de Adulam, que al
principio estaba constituida por un grupo heterogéneo de fugitivos, pero que más tarde se transformó en una fuerza
armada que asolaba a los invasores del exterior, protegía las cosechas y el ganado de las comunidades israelitas ubicadas
en lugares remotos, y vivía de la generosidad de estas últimas.
En 1 Samuel 25 se registra la forma miserable en que uno de estos acaudalados hacendados, Nabal,se negó a reconocer su
deuda para con David; este incidente es interesante pues presenta a Abigail, que luego habría de ser una de las mujeres de
David. Los capítulos 24 y 26 del mismo libro registran dos ocasiones en que David le perdonó la vida a Saúl, como
consecuencia de una mezcla de piedad y magnanimidad.
David, ante la imposibilidad de frenar la hostilidad de Saúl, llegó a un acuerdo con el rey filisteo, Aquis de Gat, y le fue
concedida la ciudad fronteriza de Siclag como recompensa por el uso ocasional de su banda de guerreros.
Sin embargo, cuando los filisteos se lanzaron decididamente a pelear contra Saúl, sus jefes militares tuvieron cierto recelo
ante la presencia de las tropas de David en sus filas, temiendo que a última hora pudiera producirse un cambio de lealtad,
motivo por el cual David no tomó parte en la tragedia de Gilboa, tragedia que más tarde lamentó en una de las más
hermosas elegías que se conocen (2 Samuel 1:19–27).
V. Rey en Hebrón
Una vez muerto Saúl, David buscó conocer la voluntad de Dios, quien lo guió a que volviera a Judá, la zona de su propia
tribu, donde sus compatriotas lo ungieron rey. David fijó su residencia real en Hebrón. Tenía ya 30 años de edad, y reinó
en Hebrón durante siete años y medio.
Los primeros dos años fueron ocupados en una guerra civil entre los defensores de David y los antiguos cortesanos de
Saúl, que habían consagrado a Es-baal (Is-boset), hijo de Saúl, como rey en Mahanaim. Es muy probable que Es-baal no
haya sido más que un títere en manos de Abner, el fiel seguidor de Saúl.
Cuando estos fueron asesinados, toda oposición organizada contra David terminó, y fue ungido rey sobre las doce tribus
de Israel en Hebrón. De allí transfirió en seguida la capital de su reino a Jerusalén (2 Samuel 3–5).
VI. Rey en Jerusalén
A partir de este momento comenzó el período más exitoso del largo reinado de David, que habría de prolongarse otros 33
años. Debido a una excelente combinación de coraje personal y hábil conducción militar encaminó a los israelitas hacia
una sistemática y decisiva subyugación de todos sus enemigos (filisteos, cananeos, moabitas, arameos, edomitas, y
amalecitas), de tal manera que su nombre hubiera adquirido fama en la historia independientemente de su significación
para el plan divino de la redención.
La debilidad de las potencias de los valles del Nilo y del Éufrates en ese entonces le permitió, mediante conquistas y
alianzas, extender su esfera de influencia desde la frontera egipcia y el golfo de Ácaba hasta el Éufrates superior.
Después de conquistar la supuestamente inexpugnable ciudadela de los jebuseos, Jerusalén, la transformó en capital de su
reino, desde donde pudo vigilar las dos grandes divisiones de sus dominios, que más tarde se convirtieron en los dos
reinos divididos de Judá e Israel. Se edificó un palacio, se construyeron carreteras, se restauraron las rutas comerciales, se
aseguró la prosperidad material del reino. Sin embargo, esta no podía ser la única, ni siquiera la principal, ambición de un
“varón conforme al corazón de Dios”, y pronto se pone de manifiesto el celo religioso de David. Hizo volver el arca del
pacto desde Quiriat-jearim, y la colocó en un tabernáculo especial construido para ese fin en Jerusalén.
Durante el viaje de retorno del arca ocurrió el incidente que provocó la muerte de Uza (2 Samuel 6:6–8). Gran parte de la
organización religiosa que habría de enriquecer más tarde el culto en el templo debe su origen a los arreglos para el
servicio religioso en el tabernáculo construido por David en esa época. Además de su importancia estratégica y política,
Jerusalén adquirió de esta manera una significación aun mayor desde la perspectiva religiosa, con la cual se ha asociado
su nombre desde entonces.
Debe ser motivo de asombro y temor reverencial para el creyente el tener presente que fue durante este período de
prosperidad exterior y de aparente fervor religioso que David cometió el pecado mencionado en las Escrituras como “lo
tocante a Urías heteo” (2 Samuel 11).
La significación y la importancia de este pecado, tanto por su atrocidad como por sus consecuencias en toda la historia
subsiguiente de Israel, no pueden exagerarse. David se arrepintió profundamente, pero el hecho había sido consumado, y
ha quedado como una demostración de cómo el pecado arruina los propósitos de Dios para sus hijos. El patético y
angustioso clamor con que recibió la noticia de la muerte de Absalón no fue sino un débil eco de la agonía de un corazón
que sabía que esa muerte, y muchas más, formaban parte de una cosecha que era fruto de la concupiscencia y el engaño
sembrados por él mismo en años anteriores.
La rebelión de Absalón, en la que el reino del norte permaneció leal a David, pronto fue seguida por una sublevación por
parte del mismo reino del norte organizada por el benjamita Seba. Esta sublevación, como la de Absalón, fue aplastada
por Joab. Los últimos días de David fueron amargados por las maquinaciones de Adonías y Salomón, que aspiraban al
trono, como también porque se daba cuenta de que el legado de luchas intestinas profetizado por Natán todavía tenía que
cumplirse cabalmente.
Además del ejército permanente, comandado por su pariente Joab, David disponía de una guardia personal reclutada
principalmente entre guerreros de origen filisteo, cuya lealtad hacia su persona nunca flaqueó. Hay abundantes pruebas en
los anales históricos, a los cuales ya se ha hecho referencia, de la habilidad de David para componer odas y elegías (2
Samuel 1.19–27; 3:33–34; 22; 23:1–7). Una vieja tradición lo describe como “el dulce cantor de Israel” (2 Samuel 23:1),
mientras que escritos posteriores del Antiguo Testamento se refieren a él como el director del culto musical de Israel,
como el inventor de instrumentos de música que tocaba con habilidad, y como compositor (Nehemías 12:24, 36, 45–46;
Amos 6:5).
En la Biblia hay 73 salmos que se atribuyen a “David”, algunos de ellos presentados de tal manera que no queda duda de
que él fue su autor. Pero lo más convincente a este respecto es que nuestro Señor mismo habló de David como el autor de,
por lo menos, un salmo (Lucas 20.42), utilizando una cita del mismo para aclarar el carácter de su mesianismo.
VII. Carácter
La Biblia nunca intenta encubrir o paliar los pecados o los defectos de carácter de los hijos de Dios. “Las cosas que se
escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron” (Romanos 15:4). Una de las funciones de las Escrituras es la de
advertir por medio del ejemplo, a la vez que servir de aliento. El pecado de David en el caso de Urías heteo constituye un
ejemplo fundamental de lo que se acaba de afirmar. Lo que se busca es que esta mancha se vea tal como es, es decir como
una mácula en la vida de un personaje por lo demás hermoso y maravillosamente dedicado a la gloria de Dios. Es verdad
que existen elementos en la experiencia de David que al que es hijo del nuevo pacto le resultan inverosímiles y hasta
repugnantes. Sin embargo “él… sirvió a su propia generación según la voluntad de Dios” (Hechos 13:36), y en esa
generación se destacó como una luz brillante y reluciente para el Dios de Israel.
Sus éxitos fueron numerosos y variados; fue hombre de acción, poeta, amante tierno, enemigo generoso, firme
dispensador de justicia, amigo leal; era todo lo que los hombres encuentran edificante y admirable en un hombre, y esto
por la voluntad de Dios, que lo creó y lo moldeó para cumplir su destino. Es a David, y no a Saúl, a quien los judíos miran
retrospectivamente con orgullo y afecto como a aquel que estableció su reino, y es en David que los judíos más
perspicaces vieron el ideal de realeza más allá del cual sus mentes no podían proyectarse, y en dicho ideal buscaban al
Mesías que había de venir, el que liberaría a su pueblo y se sentaría sobre el trono de David para siempre. El que todo esto
no constituía un disparate de tipo idealista y mucho menos idolatría, lo demuestra la forma en que el Nuevo Testamento
certifica las excelencias de David, de cuya simiente surgió el Mesías según la carne.
No es el marco lo importante, sino el cuadro. Pero el marco da realce al cuadro. Esto pretenden estas notas: enmarcar la
vida de David en el marco histórico, para realzar la historia del rey según el corazón de Dios.

La historia de David la encontramos en los libros de Samuel, que nos narran el advenimiento de la monarquía y de los dos
primeros reyes: Saúl y David. Samuel es el último Juez, por ello es como el anillo de la cadena que une la etapa de los
jueces y la de la monarquía. Los jueces eran figuras dispersas, locales, sin dinastía que les prolongara. Con Samuel se
acaba la era de los jueces. Y él mismo, más que juez-jefe, es un profeta. No empuña nunca la espada ni el bastón de
mando. En realidad es el confidente del Señor; recibe sus oráculos y los transmite a Israel.

Con la entrada en la Tierra prometida Israel comenzó un proceso lento, que le lleva a establecerse en Canaan,
configurándose como "pueblo de Dios" en medio de otros pueblos. La experiencia del largo camino por el desierto, bajo la
guía directa de Dios, le ha enseñado a reconocer la absoluta soberanía de Dios sobre ellos. Dios es su Dios y Señor.
Durante todo el período de los jueces no entra en discusión esta presencia y señoría divina. Pero, a medida que se van
estableciendo, pasando de nómadas a sedentarios, poseyendo campos y ciudades, su vida y fe va cambiando. Las tiendas
se sustituyen por casas, el maná por los frutos de la tierra, la confianza en Dios, que cada día manda su alimento, en
confianza en el trabajo de los propios campos. Israel, establecido en medio de otros pueblos, contempla a esos pueblos y
le nace el deseo de organizarse como ellos. Quiere cambiar sus estatutos políticos, sin darse apenas cuenta que con ello
algo está cambiando en su alma. Pidiendo un rey, "como tienen los otros pueblos", Israel está cambiando sus relaciones
con Dios.
El profeta Samuel
Samuel, el viejo juez, llamado por Dios en tiempos de Elí (1Sam 3), debe retirarse para dejar lugar al rey, que el pueblo
reclama en un deseo incomprensible de autonomía respecto al mismo Señor. "Samuel había adquirido autoridad porque el
Señor estaba con él y no dejó caer en vacío ni una sola de sus palabras. Por eso, todo Israel, desde Dan a Bersabea, sabía
que Samuel había sido constituido profeta por el Señor" (1Sam 3,19-20). Pero ahora el pueblo le pide que se retire y les dé
un rey. Samuel, persuadido por el Señor, cederá ante las pretensiones del pueblo. Pero, antes de desaparecer, se mostrará
como verdadero profeta del Señor, manifestando al pueblo el verdadero significado de lo que está aconteciendo. Con ojos
iluminados penetrará en el presente más allá de las apariencias, descifrando el designio divino de salvación incluso en
medio del pecado del pueblo: 1Sam 12,6-11.

Samuel lee al pueblo toda su historia, jalonada de abandonos de Dios y de gritos de angustia, a los que Dios responde
fielmente con el perdón y la salvación. Pero el pueblo se olvida de la salvación gratuita de Dios y cae continuamente en la
opresión; grita de nuevo, confesando su pecado, y el Señor, incansable en el perdón, les salva de nuevo. El pecado de
Israel hace vana la salvación de Dios siempre que quiere ser como los demás pueblos. Entonces experimenta su pequeñez
y queda a merced de los otros pueblos más fuertes que él. Esta historia, que Samuel recuerda e interpreta al pueblo, se
repite constantemente... hasta el momento presente:

Pero, en cuanto habéis visto que Najás, rey de los ammonitas, venía contra vosotros, me habéis dicho: ¡No! Que reine un
rey sobre nosotros, siendo así que vuestro rey es Yahveh, Dios vuestro. Aquí tenéis ahora el rey que os habéis elegido.
Yahveh ha establecido un rey sobre vosotros. Si teméis a Yahveh y le servís, si escucháis su voz y no os rebeláis contra
las órdenes de Yahveh; si vosotros y el rey que reine sobre vosotros seguís a Yahveh, vuestro Dios, está bien. Pero si no
escucháis la voz de Yahveh, si os rebeláis contra las órdenes de Yahveh, entonces la mano de Yahveh pesará sobre
vosotros y sobre vuestro rey.

Estamos en el año mil. Los filisteos, que llegaron a Palestina poco después que los israelitas, han convivido codo con codo
junto a Israel unos doscientos años, en intermitentes pero crecientes fricciones durante la época de los Jueces. Pero hacia
el año mil, los filisteos, no muy numerosos pero formidables guerreros, pretendieron la hegemonía sobre Palestina,
hostilizando constantemente a los israelitas. De aquí que fueran una amenaza permanente para Israel. Su monopolio del
hierro les daba una preeminencia militar sobre los israelitas, mal equipados. Para proteger su monopolio del hierro, los
filisteos prohibieron a Israel, sometido a ellos, la industria de los metales, dependiendo, para todos los servicios, de los
artesanos filisteos (1Sam 13,19-22). Además los tiranos filisteos actuaban concertadamente entre ellos. Los israelitas,
divididos en tribus, difícilmente podían hacerles frente.

Las doce tribus de Israel estaban completamente divididas entre sí, con fuertes tensiones entre ellas. En las últimas
páginas del libro de los Jueces se narra que la tribu de Benjamín ha cometido un delito tan grave que las otras tribus
deciden eliminarla. Sólo un resto se salvará refugiándose en los bosques. Estas tensiones internas debilitaban su fuerza
frente a los enemigos externos.

Los israelitas sufrieron un primer duro golpe en el año 1050 cerca de Afeq (1Sam 4). Los israelitas, para frenar el avance
filisteo, llevaron a la batalla desde Silo el Arca de la alianza con la esperanza de que la presencia de Yahveh les diera la
victoria. Pero el ejército fue desbaratado; Jofní y Pinjás, los sacerdotes que llevaban el arca, fueron matados, y el Arca
misma fue capturada por los filisteos. Aunque los filisteos devolvieron pronto el Arca a los israelitas, a causa del terror
que les inspiró una plaga (1Sam 5-7), sin embargo siguieron dominando sobre Israel.

En estas circunstancias Israel eligió a Saúl como primer rey de Israel, una vez vencida la resistencia a la monarquía que
opuso el vidente Samuel, que finalmente fue quien le ungió, primero en privado en Ramá y, luego, públicamente en Mispá
(1Sam 9,1-10.16;10,17-27). La expansión de los filisteos ponía en peligro la existencia misma de Israel e impuso la
monarquía. Saúl es, en un principio, como un continuador de los Jueces, pero su reconocimiento por todas las tribus le
convierte en una autoridad universal y permanente, naciendo así la realeza.

La monarquía es fruto del miedo. A pesar de la larga experiencia de intervenciones salvadoras de Dios, Israel ante la
amenaza olvida su historia y se deja condicionar por el peligro presente. Cancelada la memoria, sólo queda el peligro
presente y la búsqueda angustiosa de una solución inmediata.

El rey Saúl

Esta transición a la monarquía fue fatigosa y dramática. El primer rey, Saúl, caerá muy pronto. Samuel, fiel al Señor,
rompió con Saúl y se convirtió en su enemigo. La elección de Saúl había sido hecha por designación profética y por
aclamación popular (1Sam 10,1ss; 11,14ss). Las primeras empresas de Saúl contra los filisteos fueron tales que
justificaron la confianza depositada en él. Israel respiró de nuevo y cobró nuevas esperanzas. Los filisteos son arrojados
hasta su territorio, quedando liberada la tierra de Israel. En los confines israelitas tendrán lugar los posteriores encuentros,
en el valle del Terebinto y en Gelboé. Pero el respiro fue sólo temporal. Saúl acabó con un triste fracaso, que dejó a Israel
peor que antes. El combate de Gelboé acabó en desastre.

Saúl, con su inestabilidad emocional, cayó en depresiones al borde de la locura. Oscilando como un péndulo entre
momentos de lucidez y disposiciones de ánimo oscuras, queriendo agradar a Dios y a los hombres, sólo lograba
indisponerse con todos. Sus compromisos le enemistaron con Dios, y Samuel rompió con él. Saúl llega a usurpar la
función de sacerdote (1Sam 13,4-15) y viola el anatema (1Sam 15). El "espíritu malo" de Yahveh le invadió hundiéndolo
en la depresión, de la que sólo se libraba con los acordes de la música del joven David, el último de los ocho hijos de Jesé.
La popularidad de David acrecentó la ruina de Saúl, a quien le comían las entrañas los celos. Pero David, a quien Saúl
necesitaba y odiaba, se ganó la amistad de Jonatán, hijo de Saúl y la mano de Mikal, hija del mismo Saúl. La fama de
David fue así eclipsando al primer rey de Israel. Obsesionado por perseguir a David, Saúl se olvidó de los filisteos, que
volvieron a someter a Israel. En la batalla de Gelboé las tropas israelitas fueron aniquiladas, los tres hijos de Saúl
murieron y el mismo Saúl, gravemente herido, se suicidó. Saúl lo ha perdido todo y no logra siquiera encontrar uno que lo
mate; se expone en primera fila, pero los enemigos no le matan; no le quiere matar su escudero, pues no desea incurrir en
tal sacrilegio. No le queda a Saúl más que abandonarse él mismo a la espada clavada en tierra.
Orígenes de la monarquía
Hacia el Siglo XI a.C, los hijos de los sacerdotes-Jueces tomaban “lo mejor de las ofrendas para sí mismos”. Se daban a la
avaricia, el soborno y pervirtieron el derecho (1ª Sam 2:14; 8:3). Asimismo Trataban con desprecio la ofrenda del Señor
(1ª Sam 2:17). La cohesión israelí y la protección que Dios brindaba a esa nación dependía de "seguir el camino del
Señor", por lo cual iban camino a la disolución.

Al mismo tiempo la prosperidad volvió a la región al final de la edad de bronce, se recuperó el comercio con Egipto y
Mesopotamia, y se abrieron nuevas rutas comerciales, desde Cadesh-Barnea al sur, de Hebrón, Jerusalén y Lakís en
Samaria, a Siloé, Siquem y a través de Galilea, a Megido y todo el valle de Jezreel. Esta ruta amenazaba el monopolio
comercial de los filisteos, que intentaron dominarla tanto directamente, con una intervención militar contra las tribus de
Israel, como indirectamente, promoviendo a mercenarios a posiciones de poder como los Achish de Gath, posteriores
aliados de David.

Según lo permitido en el capítulo 7 del Deuteronomio, Israel decidió elegir un rey para luchar con eficacia (I Samuel 8:6,
20) contra la amenaza de sus vecinos. Según los libros de Samuel, el último de los jueces, la nación pidió un rey porque
los hijos de Elí (El sumo sacerdote de la época), que habían sido designados como jueces, emplearon mal su cargo.
Aunque él intentó disuadirlos, los israelitas estaban resueltos, por lo que Saúl ben Qish, de la tribu de Benjamín, fue
ungido como rey por Samuel. Desafortunadamente no se ha encontrado ninguna evidencia independiente sobre la
existencia de Saúl, aunque el primer período de la Edad del Hierro era una fase de expansionismo filisteo, lo que está de
acuerdo con el relato bíblico.

Véanse también: Vía Maris y Camino de los Reyes.


Reino unido de Israel
Artículo principal: Reino de Israel

Reino de Israel (monarquía unida) en tiempos de Saúl y David, 1020-966 a.C. El territorio continuó unido hasta la muerte
de Salomón en 928 a.C.28
El Reino de Israel (en hebreo: ‫יִ ְׂש ָראֵ ל ממלכת‬, Mamlejet Yisra'el) abarcaba en la época de máxima expansión una extensión
muy superior a la del actual estado de Israel, ya que se extendía del sur del Líbano a la península del Sinaí y del mar
Mediterráneo al río Jordán, según las descripciones de Samuel.

Las controversias aparecen constantemente: Según Finkelstein y Silberman, en la época de los reinados de David y
Salomón Jerusalén parece estar despoblada o con solo unos cientos de habitantes: insuficientes para gobernar un imperio
que abarcase desde el Éufrates a Eilath. Aseguran que la primera referencia independiente para el Reino de Israel es de
890 a. C., mientras que para el de Judá es aproximadamente 750 a. C. Sugieren que, debido a los prejuicios religiosos, los
historiadores posteriores (es decir, los autores bíblicos) suprimieron los logros de la dinastía de Omrí (que la Biblia
describe como politeístas) achacándolos a una supuesta edad de oro de los gobernantes monoteístas.29

1020 a. C.: Israel durante el reinado de Saúl


Artículo principal: Saúl
El reinado de Saúl fue corto, gobernó relativamente pocos años y fue acusado de corrupto, aunque algunos manuscritos
antiguos dan la cifra de 40 años (cf. Nuevo Testamento, que le da un reinado de cuarenta años); aunque basándose en el
número de las batallas que se le atribuyen, es probable que reinase veintidós años. Murió en batalla contra los filisteos;
(combate de Gilboá) batalla en la que David no participa, pues, siendo perseguido, tuvo que refugiarse al lado de un líder
filisteo (Aquis).

Según las fuentes, David y Saúl se habían convertido en enemigos, por lo menos desde el punto de vista de Saúl. Las
fuentes describen a Jonatán, hijo de Saúl, o bien a Michal, su hija, (fuente anti-monárquica y monárquica respectivamente)
como quien ayudó a David a escapar de Saúl, aunque asumiendo la reconciliación antes de su muerte.
David ya había sido "ungido" como rey por Samuel (antes de la muerte de Saúl), pero un heredero, Ishbaal ben Saúl,
asumió el control de Israel. Este gobernó solamente dos años antes de que lo asesinaran.30

1007 a. C.: David reina en Judá


Artículo principal: David
David se convirtió en rey (pero únicamente de la tribu sureña: Judá). Gobernaría desde la ciudad de Hebrón durante siete
años, para recién después ser designado rey de toda la nación (Israel y Judá).

Cierto número de críticos y eruditos bíblicos han sugerido que David consiguió esa ansiada unificación de las 12 tribus
con base en su carisma, pero lo que realmente parece legitimarlo es su férrea determinación de hacer cumplir la Ley de
Yahvé (Jehová). [Los líderes de las tribus le dijeron: “hueso y carne tuya somos” (2ª Sam 5:1-3)].

El líder judío sería –con su valentía y piedad- el unificador de las tribus israelitas. Consiguió también hacer de Jerusalén la
capital de la nación y algo largamente añorado por los fieles: recuperar y traer el Arca de la Alianza (cuyo culto había
perdido intensidad en tiempo de los Jueces ) (Jos 7:6; 2ª Sam 6:2) De acuerdo a las Escrituras, en la segunda mitad de su
reinado aparecen desvíos, algunos crímenes y ciertas conjuras que culminan con Absalom, hijo de David, propuesto como
nuevo rey. La Biblia entonces describe como un gran sector del pueblo se rebela y asume el control de Judea, forzando a
David al exilio al este del Jordán.31

Según Samuel, David lanzó un contraataque y triunfó, aunque con la pérdida de Absalom, su hijo. Reconquistada Judea, y
afirmado el control sobre Israel, David regresa al oeste del Jordán, aunque continúa sufriendo rebeliones por parte de
Israel, superando con éxito cada una.

1000 a. C.: David reina en Jerusalén

Sistro de los tiempos davídicos.32


"Y David y toda la casa de Israel tocaban [...] sistros y címbalos de dedo (Tanaj, 2 Samuel 6:5).33
Según las escrituras, David emprendió campañas militares contra los enemigos de Judá e Israel, y derrotó a enemigos tales
como los filisteos, amonitas y arameos, consiguiendo así que las fronteras permanecieran seguras, aunque sufrió la
sublevación de su hijo Absalom, erigido como rey en Hebrón, que fue derrotado y muerto por las tropas de David. Tras
arrebatar Jerusalén a los jebuseos, trasladó a esta ciudad fortificada la corte, que estaba en Hebrón, y el Arca de la
Alianza, que se encontraba en Quiryat Yearim.nota 1

Bajo su gobierno, Israel pasó de reino a imperio, y su esfera de influencia militar y política en el Oriente Medio se amplió,
controlando a estados más débiles como a los filisteos, Moab, Edom, Ammon, y convirtiendo en vasallas a algunas
ciudades-estados arameas (Aram-Zobah y Aram-Damasco). Las fronteras iban del mar Mediterráneo al desierto árabe, del
mar Rojo al río Éufrates.34 Algunos arqueólogos modernos, aunque minoritarios, creen que el área bajo control de Judá e
Israel en esta época, excluyendo los territorios fenicios en la costa mediterránea, no excedía de 34 000 km²; de ellos, el
reino de Israel abarcaba cerca de 24 000 km².nota 235

Sin embargo, La interpretación de la evidencia arqueológica sobre el alcance y la naturaleza de Judá y Jerusalén en el
siglo 10 antes de Cristo es un tema de intenso debate. Israel Finkelstein y Zeev Herzog de Universidad de Tel Aviv piensa
que el registro arqueológico no apoya la opinión de que Israel en ese momento era un estado importante, sino más bien un
pequeño reino tribal.36 Finkelstein dice en La Biblia desenterrada(2001): «[E]n la base de estudios arqueológicos, Judá se
mantuvo relativamente vacía de población permanente, muy aislados y la derecha muy marginal hasta después de la hora
prevista para el David y Salomón, sin grandes centros urbanos y sin jerarquía pronunciada de caseríos, aldeas y
ciudades».37 De acuerdo con Zeev Herzog «la monarquía unida de David y Salomón, que es descrito por la Biblia como
un poder regional, era a lo sumo un pequeño reino tribal».38 En el otro William Dever, en su ¿Qué hicieron los escritores
bíblicos y que sabían?, sostiene que la evidencia arqueológica y antropológica apoya el relato bíblico amplia de un Estado
de Judea en el siglo 10 antes de Cristo.39Encuestas de la superficie se encuentra destinada a la localización y cambios en
los patrones de asentamiento de población han demostrado que entre los siglos 16 y 8 a. C., período que incluye los reinos
bíblicos de David y Salomón, toda la población de la región montañosa de Judá, no era más que unos 5000 personas, la
mayoría de ellos pastores errantes, con una zona urbanizada que constaba de una veintena de pequeños pueblos.40

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