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“LAS DOS VERTIENTES DE LAS LECTURAS”

En América Latina se desarrolló su relación con la lectura debido a que el autor ahí pasó
su adolescencia. Su infancia la paso en París rodeada siempre de libros, pero por aquella
época las bibliotecas eras oscuras, los libros no era de libre acceso. En cambio era todo lo
contrario cuando conoció las bibliotecas de América Latina.
En Francia había una preocupación por la juventud. Todo el mundo se esfuerza por “seguir
siendo joven”, hasta los octogenarios. La realidad es que hay menos espacio para los
jóvenes. Siendo víctimas de desempleo.
De manera más trágica, en todos los rincones del mundo hay jóvenes que mueren, son
heridos, lastimados por la violencia, por las drogas, la miseria o la guerra.
La juventud simboliza este mundo nuevo que no dominamos, cuyos contornos no
conocemos bien.
En Francia la lectura hay quienes la mandaron a tiendas de accesorios o en las de
audiovisual, debido a que lo jóvenes lectores han disminuido en los últimos veinte años.
Los jóvenes prefieren el cine o la televisión, que identifican con la modernidad, con la
velocidad, con la facilidad, a los libros; o prefieren la música o el deporte, que son placeres
compartidos. El tiempo del libro habría pasado, no tendría caso lamentarse ante esta
realidad.
Ciertos escritores también temen que, en medio del mundo ruidoso, ya nadie se acuerde
de ese territorio de la intimidad que es la lectura, de esa libertad y de esa soledad que, por
lo demás, siempre han asustado al ser humano.
En mi país. El debate sobre la lectura entre los jóvenes se reduce así, en el terreno de los
medios, a una especie de querella entre los antiguos y los modernos.
La lectura de libros puede ayudar a jóvenes a ser un poco más sujetos de su propia vida, y
no solamente objetos de discurso represivos o paternalistas.
“No te sientes frente a la tele, hay millones como tú que miran la tele. Si tomarás un libro,
serías el único, tal vez serían dos o tres leyendo el mismo libro al mismo tiempo. ¡No me
digas que es otra forma de placer!”
Manejar el lenguaje escrito permite incrementar el prestigio de quien lo hace y su autoridad
frente a sus semejantes.
Nunca es posible controlar realmente la forma en que un texto se leerá, entenderá,
interpretará.
Michael de Certeau tenía una bonita fórmula para calificar esa libertad del lector. Escribía:
“Los lectores son viajeros, circulan sobre las tierras de otra gente, nómadas que cazan
furtivamente en los campos que no han escrito”

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