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LOS PRIMEROS CRISTIANOS | HISTORIA DE LA IDEA DE PROGRESO, R.

NISBET

La religión cristiana y su idea de progreso resultan de la fusión de conceptos de dos fuentes principales. De la judía, heredan la concepción de la
historia como algo sagrado, guiado por Dios y por ende un proceso necesario y la creencia una la futura Edad de Oro en la Tierra -de la que se habla
en el Apocalipsis y a lo largo de la historia cristiana-. De la griega, aprenden ideas como el crecimiento natural, el cambio concebido como el paso
de la potencia al acto, el desarrollo del conocimiento y la situación de la humanidad en etapas y el valor divino que podía atribuírsele a ese
desarrollo.

Vemos esta fusión en San Pablo, que compara el crecimiento de la iglesia con el de un individuo. Dice que ambos son naturales y necesarios, al ser
resultado de la naturaleza de las cosas -como pensaban los griegos- pero también de la voluntad divina -lo que explica su necesidad-, y que así
como el individuo vive una historia predeterminada y tiene múltiples órganos relacionados, también lo hace la Iglesia, teniendo los suyos en
santuarios, profetas, misioneros. La ve como algo que está destinado a ser universal y se va desarrollando en el tiempo inexorablemente hacia una
Edad de Oro, lo que estimula la preocupación por las cosas y acontecimientos de este mundo.

No debemos ver el pensamiento cristiano como cerrado a las ideas, intereses y esperanzas del mundo grecorromano si queremos hacernos una
idea de su filosofía progresista, porque aunque posee creencias religiosas diferentes a los paganos, hubo todo un campo de creencias políticas e
históricas en donde fueron herederos directos de ellos, de su pensamiento y forma de vida. Cuando en el s. III aparece el arte cristiano, más allá del
tema, todo lo demás era greco-romano, y lo mismo puede decirse de su doctrina, filosofía de la historia o política.
*al principio los cristianos se reunían en catacumbas porque su religión estaba prohibida, hasta que en 325 el Edicto de Milán permite la libertad de culto

Puede creerse que los primeros cristianos no tenían ojos más que para el cielo, pero lo cierto es que no olvidaban el espectáculo de la vida romana
-con sus premios, incentivos y estímulos, trampas y tormentos- y estaban tan atentos a lo que pasaba en el cielo como a lo terrenal.

• Tertuliano dijo ‘es cierto porque es imposible’ -creía en lo milagroso y místico- pero tenía más ideales, como el respeto por los logros humanos y
el Imperio. Principal defensor de la cristiandad ante los ataques que la acusaban de poner en marcha la erosión de la romanidad, argumentó que la
destrucción mina la historia, pero siempre le ha seguido la aparición de civilizaciones nuevas más refinadas.
Consideraba cambio, mutación y desarrollo como fundamentales, declarando que la ley del movimiento se manifiesta en los astros y la alternancia
día/noche, que la tierra había experimentado grandes cambios -como haber estado cubierta de agua- y que la ley del cambio físico incide tanto en
animales como hombres. Creía que el número de pobladores ya era un problema para la Tierra, y era conciente de los logros que las reformas del
pasado habían obtenido y obtenían. Aunque constituidas por los conceptos de lo divino, lo espiritual y lo eterno, vemos en sus ideas claros cimientos
grecorromanos, y entre ellos la conciencia del mundo terrenal y la esperanza de mejora progresiva.

• Eusebio es la principal figura en la teología eclesiástica tras Tertuliano. No hay en él ningún principio universal de desarrollo, pero en su opinión
sobre Roma y el Imperio, muestra su fe en el progreso: Convierte a Constantino en ‘el último patriarca’ y a su Imperio en una fuerza de la providencia
que promete un mundo cristiano cada vez mejor; no duda que su era supondría ‘una paz universal y perpetua’.
Podría decirse que no le importaba tanto la Iglesia invisible y eterna como la visible y cada vez más mundana que sirvió como obispo, ya que el
entrelazamiento de fe y su patria en las instituciones es la nota dominante en su visión de la cristiandad y Roma. Para él dependen una de otra,
obteniendo mayor autoridad y significado en su relación mutua: la cristiandad elimina ídolos del pasado y ayuda a Roma a establecer unidad política
y paz, y ésta –gracias a la providencia- le proporciona con su Imperio el campo que necesita para expandirse.

• San Agustín dedica al progreso el libro 22 de La ciudad de Dios. Bajo una concepción con desarrollo y crecimiento en un papel preponderante, se
fascina con la fecundidad y difusión del hombre, y habla -como cualquier griego- del maravilloso poder de la semilla, pero referido a Dios ya que ‘dio
a los seres la capacidad de propagar su especie sin imponerles la necesidad de hacerlo, y hace que la semilla se desarrolle de unos pliegues
secretos hasta convertirse en formas visibles de belleza’. Y aunque ha sido acusado muchas veces de olvidar las cosas de este mundo, luego se
entusiasma ante los logros del hombre a lo largo de la historia y las maravillas conseguidas por la cultura secular, las artes y las ciencias. Aprecia al
hombre en sus cualidades tanto físicas como psicológicas, conocidas y por conocer, y el mismo arrobo muestra ante la naturaleza. No hay en todo el
pensamiento occidental palabras tan expresivas como las de San Agustín, para quien la voluntad de Dios y su amor por el hombre son la base de la
grandeza y belleza de su raza, y nada hubiera sido posible sin Su intervención.

La idea de reforma o renovación del primer cristianismo -que contiene implícita la noción de mejora tanto espiritual como material, política y
social- traía consigo la de restauración o regreso a una posición original, que surge de considerar el pasado más virtuoso que el presente. Así, puede
creerse que el cristianismo sólo se interesa por lo espiritual y se funda en la fe, la resurrección y la vida de ultratumba, pero Pelagio demuestra que
no era así. Lo conocemos como hereje por los ataques de San Agustín a su doctrina de la consecución de la perfección por medio de la libre
voluntad, que dice que cada uno tiene el poder de reformarse, renovarse y redimirse en ésta vida, y no tiene por qué soportar lo malo de este mundo
confiando en alcanzar la perfección en el otro mundo. Y lo cierto es que muchos campos no hubieran alcanzado la importancia que tuvieron en la
vida monástico-cristiana, si en realidad los hombres de esta época hubieran pensado tanto en la inminencia del fin del mundo: la corriente de
pensamiento que -antes de los monasterios- captó la atención de monjes y demás cristianos, creía que las cosas mundanas también debían ser
cambiadas.

Para San Agustín el monacato de tipo comunitario era una muestra del carácter social del cristianismo, y su interés alcanzaba otras áreas como la
política o la economía. Su admiración por el Imperio Romano recupera ideas de Eusebio. Pero aunque para la idea de progreso es importante su
interés y el de otros por la reforma social, hay otros aspectos del pensamiento de éste que tuvieron incluso mayor influjo:
 Su idea de que era la raza humana toda la que formaba la base del cristianismo

Era frecuente que los autores clásicos se refiriesen al ‘hombre’ en general, pero ni eso ni la conciencia de otros pueblos sobre la Tierra equivale a
la noción de ‘humanidad’ como ente único capaz de progresar en el tiempo. Tal idea no surgió hasta el s. III, cuando para fomentar la universalidad
de la Iglesia, la necesidad de hacerla llegar a todos y postular la soberanía de Dios sobre todos, los teólogos cristianos acabaron cruzando los límites
de la civilización romana para, finalmente, plantear la idea de ‘humanidad’ sistemática y empecinadamente.

Ésta alcanzó su expresión más elocuente en San Agustín: dice que Dios creó un solo hombre, y de él a la mujer, para inculcarles la unidad en
sociedad y el vínculo en concordia, de modo que los hombres estuvieran unidos tanto por su semejanza como por el afecto familiar. Ante los obvios
problemas de incesto, dice que en un principio fue inevitable y no debe condenarse, pero que necesitó ser prohibido después de la tercera
generación, ya que si se seguía cometiendo se hubiera visto amenazada estructura, jerarquía y sistema de autoridad familiar. Pero curiosamente, no
lo dice por un criterio moral ante la unión sexual, sino porque su resultado hubiera sido la pérdida de fuerza en el vínculo social. Y más curiosamente
aún, no atribuye a Dios la prohibición del incesto sino a acciones humanas de la costumbre y moral más elevada. La costumbre ha tenido una
intervención preponderante en lo que San Agustín llama ‘educación de la raza humana’ a lo largo del tiempo. Y para él, el progreso de la humanidad
puede compararse al proceso acumulativo de educación que vive el individuo.

 Su interés por el fluir del tiempo dividido en épocas y eras:

El concepto de tiempo obsesionaba a San Agustín. Era notable su conciencia de que pasado y futuro no son más que elaboraciones hechas en el
presente, pero trata a los tres como elementos tan reales y objetivos como cualquier otro elemento del universo creado por Dios. Teniendo presentes
los cómputos de Eusebio que cuentan 6.000 años desde la Creación, declara el tiempo finito. Es fácil criticar su apego por dicha cifra, pero hay que
admitir que las preguntas con que arremetía contra los escépticos -que hablaban del tiempo como si se tratara de la eternidad e insistían que el
pasado era muchísimo más largo- siguen siendo relevantes y polémicas aún en nuestros días: “Aunque el pasado fuera infinito, aún se plantearía la
misma pregunta ¿Por qué no fue hecho el hombre antes?”. Establece el fluir del tiempo como unilineal, pues en este fluir se desarrolla ‘la educación
de la raza humana’, y en defensa de ello arremete contra ‘esos filósofos’ que predican la teoría de que a lo largo del tiempo se van repitiendo unos
ciclos, en los que vuelven a aparecer los mismos hechos, personajes y actos que hubo en el anterior. Desde su concepción del progreso, el tiempo es
irreversible e inseparable del crecimiento y el avance paso a paso.

Si efectivamente hay una única humanidad que con el paso del tiempo va avanzando, éste tiene que poder describirse como una serie de fases
sucesivas, tal como hacemos con el desarrollo de un individuo, donde usamos términos que -sin referir fechas- describen los períodos que atraviesa.
Eso trata de hacer San Agustín: explicar el proceso de ‘educación de la raza humana’ clasificándolo en épocas o eras, las cuales incluso trata de
establecer en relación con pueblos del pasado y hasta fechas concretas. Podemos decirle que no es posible reducir la pluralidad de la historia y el
tiempo a una única serie, pero su idea de unidad de la humanidad y su progreso hacia el bien es tan fuerte, que dicha pluralidad le parecía simple
apariencia. Pero sea o no posible marcar etapas en la historia del progreso humano, lo notable del esfuerzo de San Agustín es que su
encadenamiento de fases se fijó en la concepción occidental del tiempo, la historia y el desarrollo.

Plantea libremente tanto una clasificación de la historia de dos etapas -antes y después de Cristo-, como una de tres –infancia, madurez y
ancianidad, de origen pagano- y otra de seis, la que nos interesa. En ella la primer etapa va de Adán a Noé, donde la humanidad se entregó a
satisfacer sus necesidades primordiales; la segunda de Noé a Abraham, donde nacieron las lenguas y pueblos; la tercera de Abraham a David,
pasando de la ‘infancia’ a la ‘madurez’; la cuarta de David a la cautividad judía en Babilonia; la quinta de la cautividad al nacimiento de Cristo; y la
sexta de Cristo hasta un momento que San Agustín se niega a predecir. Afirma que está transcurriendo en ese mismo momento y es imposible
medirla, y prevé una séptima etapa que marcará la transición de historia a trans-historia con una Edad de Oro en la Tierra y -cuando el mundo
hubiere desaparecido- una octava eterna, curiosamente, cuando dice no tener que ver con los milenaristas. Sea eso acertado o no, había muchos
milenaristas -como Tertuliano- que creían en que Cristo regresaría pronto en una era paradisíaca, y surgiría una nueva Jerusalén antes del Juicio, y
en la combinación con otras ideas, tendría uno de los efectos más profundos en el mundo.

 Su doctrina de la necesidad histórica:

La fuerza de las teorías del progreso modernas está en la idea de que éste no es fortuito ni resultado de la voluntad humana. Fue verlo como fruto
de la necesidad lo que hizo pensar que sus leyes son elementos de la ciencia social. Esa idea de necesidad en la historia de la humanidad surge no
sólo en la razón, sino también en la concepción religiosa de San Agustín: su concepto de necesidad nace de la historia sagrada judía -aparecida en
la Biblia como necesaria, en el sentido de que ocurrió y ocurrirá por voluntad de Dios- y del interés griego por el crecimiento natural, que fusiona en
una visión lineal del tiempo sagrada, natural y necesaria a la vez. Necesaria primero porque ‘la plenitud de la raza humana se encontraba ya en el
primer hombre’ -es decir que el progreso en potencia ya estaba inscripto en Adán, semilla de la humanidad-, y segundo porque éste ‘fue creado en el
tiempo, y no hubo ningún cambio en los planes de Dios’ -es decir que Él puso en marcha un proceso, y dejó que las propias leyes inmutables de la
naturaleza fueran desarrollando y ordenando la cosas por su cuenta-.

Porque creía en la historia como un proceso necesario, San Agustín despreció ideas tales como el destino, el azar o lo fortuito, y a quienes
atribuían al hombre una voluntad libre de decidir y hacer lo que quiera. Acepta la existencia del libre albedrío porque no impide que el mundo sea el
reino de la necesidad, ya que es por Dios que está inscripto en la naturaleza humana, y por ende es libre desde el punto de vista de cada individuo -
independiente de los demás seres y fuerzas naturales-, pero está sometido a la voluntad de Él, que así lo creó.
* “… si queremos, es; y si no queremos, no es. Porque no querríamos si no quisiéramos.”
San Agustín utiliza el término ‘necesidad’ en otro sentido, relacionado con su visión de la historia como ‘tejido de nacimientos y muertes’, diciendo
que en tanto personas, actos, hechos y escenarios están estrechamente vinculados entre sí en el tiempo, cada persona, acto y hecho tiene por fuerza
que ser en un único lugar y tiempo posible para cada uno de ellos (). Y al indicar que ello podría asumirse resultado de accidentes fortuitos,
razona: ‘Lo que llamamos fortuito no lo es. Llamamos fortuito a aquello cuyas razones y causas se nos escapan”.

 Su idea del conflicto como elemento dinámico para la historia: El conflicto como mecanismo

La idea del conflicto como imprescindible para que se produzcan cambios y avances es muy antigua; fue argumento de Tertuliano ante las críticas
al cristianismo, y el pensamiento de San Agustín sería incomprensible sin una referencia a ella. Para él, así como la Creación es un proceso en el
que se despliegan fuerzas ya contenidas en la semilla original (), lo que acciona dicho proceso es el conflicto que -también depositado ya en el
primer hombre- es fundamento de que la humanidad se divida en dos Ciudades basadas en amores distintos: la terrena del Hombre, en el amor a
uno mismo y el desprecio a Dios; la celestial de Dios, en el amor a Dios y el desprecio a uno mismo. Para San Agustín no puede haber progreso si no
se produce el enfrentamiento entre estas ciudades, aunque también la da importancia en el seno mismo de la Ciudad del Hombre: el conflicto es
algo endémico para la humanidad, hasta que alcance definitivamente la Ciudad de Dios.

 El final y el principio

A partir de San Agustín y su unión de la idea de la necesaria destrucción con la de redención, el mundo se ha preocupado por la posibilidad de
alcanzar la perfección -en este o el otro mundo-, suponiendo que para lograrlo es necesario atravesar un período de destrucción. Con gran influjo del
Apocalipsis, San Agustín plantea: ‘¿Cómo puede alcanzarse el bien o el ideal si no se extermina previamente todo lo que corrompe, todo lo nocivo?’.
Pese a haber negado al milenarismo por prometer bienes carnales además de los espirituales, al referirse a la felicidad en el futuro post-histórico no
hay duda su descripción tiene un sabor decididamente mundano y hasta carnal, ya que menciona valores puramente terrenales, como vida, belleza
física, salud, alimento, o abundancia, gloria, honor y paz.

Trata de solucionar el problema de categoría social, igualdad, envidia, relación necesidad/capacidad, mérito y premio diciendo que al en el final sin
duda habrá grados de gloria según los diversos méritos, pero no envidia, ya que nadie deseará lo que no le fue otorgado y reinará la concordia; y el
problema de la libertad humana cuando no haya tentación, diciendo que cuando el pecado ya no guste a las almas éstas no perderán su libre
albedrío, sino que éste pasará a ser verdaderamente libre al carecer del gusto por pecar, y hallarlo sólo en no hacerlo.

Resumen

En San Agustín, aparecen todos los elementes esenciales de la idea occidental de progreso:
• La humanidad como un ente que engloba a todas las razas humanas;
• El avance gradual y acumulativo de la humanidad -material y espiritualmente- a lo largo del tiempo;
• Un marco temporal único que abarca todas las civilizaciones, culturas y pueblos que han existido y existen;
• La idea del tiempo como un fluir unilineal;
• La concepción de fases o épocas, reflejadas cada una por una o varias civilizaciones históricas, o ciertos niveles de desarrollo cultural;
• La concepción de la reforma social arraigada en la conciencia de la historia;
• La fe en la necesidad que rige los procesos históricos, y la inevitabilidad de un final o un futuro determinados;
• La idea del conflicto como motor que mueve el proceso histórico;
• La visión arrobada del futuro, con tonos psicológicos, culturales y económicos que se repetirán en utopías sociales de siglos posteriores.

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