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Lino Enea Spilimbergo “Niños”

Biografía:
Lino Enea Spilimbergo (Buenos Aires, 1896 - Unquillo, 1964) fue dibujante, pintor,
grabador, ilustrador y muralista.
"A partir de 1910 comienza a trabajar para mantenerse, fue cadete y telefonista, en 1912
ingresa a la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos, puesto que mantendrá
paralelamente con su trabajo como artista hasta 1924, este trabajo en el correo era
considerado como esclavizante en extremo por el artista."
En el año 1915 comenzó sus estudios en la Academia Nacional de Bellas Artes y egresó en
1917 con el título de Profesor Nacional de Dibujo. En el año 1925 envió al Salón Nacional
los óleos Vieja Puyutana, El ciego y Paisaje andino, por los cuales obtuvo el Premio Único
al Mejor Conjunto -el primero de muchos otros premios y menciones- que le permitió
realizar un viaje de estudio y perfeccionamiento en Europa.
En el año 1930 regresó a Buenos Aires y tres años después, junto con Antonio Sibellino y
Luis Falcini, fundó el Sindicato de Artistas Plásticos. En esa misma década, comenzó su
carrera docente en el Instituto Argentino de Artes Gráficas y en la Escuela Nacional de
Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón” de Buenos Aires. Años después, fue docente en la
Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata y en el Instituto Superior de
Arte de la Universidad Nacional de Tucumán.
“En 1933 junto al mexicano David Alfaro Siqueiros y los argentinos Antonio Berni y Lozano
concreta el mural Ejercicio plástico. En 1946 junto a Berni, Juan Carlos Castagnino,
Manuel Colmeiro Guimarás y Demetrio Urruchúa es uno de los realizadores de los murales
que exornan la cúpula de las Galerías Pacífico (ciudad de Buenos Aires).”

1927 Primer Premio Adquisición de Pintura del IV Salón Anual de Santa Fe, por su óleo
Descanso

“se radica en París en 1960 con su mujer Germaine (inspiradora de los grandes ojos)”
Lectura de la obra:
La obra “Niños” es una pintura al óleo que, a pesar de tener una dimensión considerable
con respecto a las demás que la rodean en el montaje de “Museo tomado” no resulta
imponente, sino que me genera una sensación de cercanía y complicidad. Esta sensación,
de naturaleza totalmente personal y corporal, me recorre el cuerpo desde la superficie de la
córnea, pasando por la espalda y detrás de las rodillas hasta la punta del talón, como si
cada vez que la miro no existiera otra cosa más que ella.
En la tela hay dos sujetos que, si no conociera el nombre que lleva la obra, tranquilamente
podría creer que, más que niños, son dos figuras de hombrecitos de unos 12 a 14 años
aproximadamente. Lo primero que me llama la atención del cuadro es la mirada
penetrante de uno de esos supuestos niños, el que podría ser el más grande de edad. Los
ojos gigantes y marrones se posan directo sobre mí y me interpelan intensamente. Siento
que hay algún secreto a develar en esos ojos que me involucra cada vez que me dirijo hacia
esa pintura. No puedo dejar de recordar, cuando la veo, que en realidad ya la había
conocido en una muestra anterior del museo que agrupaba las obras a partir de la temática
de la infancia. Estaba en esta misma sala, pero en otra pared. Al estar sola, o al menos
tener un espacio destinado solamente a ella, sentí que la obra me devoraba. Ahora que se
encuentra embebida con otras entiendo que no era la obra, sino esos ojos penetrantes. Sin
embargo, la serenidad del resto del cuerpo, sobre todo de la postura y el modo en que los
brazos se relajan sobre las piernas, contrastan con la mirada. ¿Qué me quieren decir esos
ojos? ¿Hacia dónde realmente me interpelan a mirar?
El otro niño podría ser más pequeño de edad, no sólo por su tamaño, sino por la diferencia
en el peinado, mucho menos cuidado que en el otro, como si le hubieran desordenado el
cabello, consecuencia de haberle tocado la cabeza de manera amistosa y efusiva. Este niño
rubio y de ojos celestes, rodea con su brazo los hombros del otro, como descansando sobre
el que se encuentra sentado. Pero sus expresiones faciales y corporales son completamente
disímiles de la serenidad que transmite el otro. Más bien, me permiten hacer una conexión
entre la mirada cómplice y algo más que, en este caso, atraviesa al niño más pequeño desde
los ojos hasta la mano que toca el hombro de su compañero. Quizás más que un descanso
es un refugio e intenta empaparse de la serenidad del otro.
Pero hay algo hacia dónde se dirigen esos pequeños ojos celestes. ¿Será que simplemente
están como perdidos, divagando en un espacio alterno? ¿O están mirando algo que no
puedo reconstruir? Ese algo que excede y que no puedo ver, porque no hay más que ellos
dos en la pintura: difícilmente podría decir que la pared está cerca o lejos, porque lo único
que puedo focalizar son esos dos cuerpos en un primer plano. Ese algo excede los bordes
de la escena y me hace pensar si esta obra es un retrato o si lo que más interpela de ella es
aquello que no está.

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