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Ejercicios de Epíteto:

En el siguiente listado se esconden tres figuras de Epíteto.

 Cuando quiero llorar no lloro, y a veces, lloro sin querer


 la noche oscura
 dientes de marfil
 ¿por qué este inquieto abrasador deseo?
 la blanca nieve
 de aquella herida fluía la roja sangre que testimoniaba su lucha
 es tan corto el tiempo y tan larga la espera que mientras en ti pienso tú desesperas
 tus labios son pétalos perfumados.
Ejemplos de Símil o Comparación:
 Eres duro como el acero
 Tus ojos son como dos esmeraldas
 Hoy he dormido como un bebé
 Sus mejillas, rugosas como la corteza de una vieja encina (Pío Baroja)
 El árbol es como una casa para los pájaros
 Es manso como un corderillo
 Tus dientes blancos como perlas
 Sus ojos azules como el cielo
Autor: Charles Perrault
Edades A partir de 3 años
Valores obediencia, prudencia

Había una vez una dulce niña que quería mucho a su madre y a su abuela. Les
ayudaba en todo lo que podía y como era tan buena el día de su cumpleaños su abuela
le regaló una caperuza roja. Como le gustaba tanto e iba con ella a todas partes,
pronto todos empezaron a llamarla Caperucita roja.

Un día la abuela de Caperucita, que vivía en el bosque, enfermó y la madre de


Caperucita le pidió que le llevara una cesta con una torta y un tarro de mantequilla.
Caperucita aceptó encantada.

- Ten mucho cuidado Caperucita, y no te entretengas en el bosque.


- ¡Sí mamá!

La niña caminaba tranquilamente por el bosque cuando el lobo la vio y se acercó a


ella.

- ¿Dónde vas Caperucita?


- A casa de mi abuelita a llevarle esta cesta con una torta y mantequilla.
- Yo también quería ir a verla…. así que, ¿por qué no hacemos una carrera? Tú ve por
ese camino de aquí que yo iré por este otro.
- ¡Vale!

El lobo mandó a Caperucita por el camino más largo y llegó antes que ella a casa de la
abuelita. De modo que se hizo pasar por la pequeña y llamó a la puerta. Aunque lo que
no sabía es que un cazador lo había visto llegar.

- ¿Quién es?, contestó la abuelita


- Soy yo, Caperucita - dijo el lobo
- Que bien hija mía. Pasa, pasa

El lobo entró, se abalanzó sobre la abuelita y se la comió de un bocado. Se puso su


camisón y se metió en la cama a esperar a que llegara Caperucita.

La pequeña se entretuvo en el bosque cogiendo avellanas y flores y por eso tardó en


llegar un poco más. Al llegar llamó a la puerta.

- ¿Quién es?, contestó el lobo tratando de afinar su voz


- Soy yo, Caperucita. Te traigo una torta y un tarrito de mantequilla.
- Qué bien hija mía. Pasa, pasa

Cuando Caperucita entró encontró diferente a la abuelita, aunque no supo bien


porqué.

- ¡Abuelita, qué ojos más grandes tienes!


- Sí, son para verte mejor hija mía
- ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
- Claro, son para oírte mejor…
- Pero abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- ¡¡Son para comerte mejor!!

En cuanto dijo esto el lobo se lanzó sobre Caperucita y se la comió también. Su


estómago estaba tan lleno que el lobo se quedó dormido.

En ese momento el cazador que lo había visto entrar en la casa de la abuelita comenzó
a preocuparse. Había pasado mucho rato y tratándose de un lobo…¡Dios sabía que
podía haber pasado! De modo que entró dentro de la casa. Cuando llegó allí y vio al
lobo con la panza hinchada se imaginó lo ocurrido, así que cogió su cuchillo y abrió la
tripa del animal para sacar a Caperucita y su abuelita.

- Hay que darle un buen castigo a este lobo, pensó el cazador.

De modo que le llenó la tripa de piedras y se la volvió a coser. Cuando el lobo despertó
de su siesta tenía mucha sed y al acercarse al río, ¡zas! se cayó dentro y se ahogó.

Caperucita volvió a ver a su madre y su abuelita y desde entonces prometió hacer


siempre caso a lo que le dijera su madre.
Autor: Charles Perrault
Edades A partir de 4 años
Valores: ingenio, constancia, valentía, generosidad

Había una vez un molinero pobre que cuando murió sólo pudo dejar a sus hijos por herencia el
molino, un asno y un gato. En el reparto el molino fue para el mayor, el asno para el segundo y el
gato para el más pequeño. Éste último se lamentó de su suerte en cuanto supo cuál era su parte.

- ¿Y ahora qué haré? Mis hermanos trabajarán juntos y harán fortuna, pero yo sólo tengo un pobre
gato.

El gato, que no andaba muy lejos, le contestó:

- No os preocupéis mi señor, estoy seguro de que os seré más valioso de lo que pensáis.

- ¿Ah sí? ¿Cómo?, dijo el amo incrédulo

- Dadme un par de botas y un saco y os lo demostraré.

El amo no acababa de creer del todo en sus palabras, pero como sabía que era un gato astuto le dio
lo que pedía.

El gato fue al monte, llenó el saco de salvado y de trampas y se hizo el muerto junto a él.
Inmediatamente cayó un conejo en el saco y el gato puso rumbo hacia el palacio del Rey.

- Buenos días majestad, os traigo en nombre de mi amo el marqués de Carabás - pues éste fue el
nombre que primero se le ocurrió - este conejo.

- Muchas gracias gato, dadle las gracias también al señor Marqués de mi parte.

Al día siguiente el gato cazó dos perdices y de nuevo fue a ofrecérselas al Rey, quien le dio una
propina en agradecimiento.

Los días fueron pasando y el gato continuó durante meses llevando lo que cazaba al Rey de parte
del Marqués de Carabas.

Un día se enteró de que el monarca iba a salir al río junto con su hija la princesa y le dijo a su amo:

- Haced lo que os digo amo. Acudid al río y bañaos en el lugar que os diga. Yo me encargaré del
resto
El amo le hizo caso y cuando pasó junto al río la carroza del Rey, el gato comenzó a gritar diciendo
que el marqués se ahogaba. Al verlo, el Rey ordenó a sus guardias que lo salvaran y el gato
aprovechó para contarle al Rey que unos forajidos habían robado la ropa del marqués mientras se
bañaba. El Rey, en agradecimiento por los regalos que había recibido de su parte mandó
rápidamente que le llevaran su traje más hermoso. Con él puesto, el marqués resultaba
especialmente hermoso y la princesa no tardó en darse cuenta de ello. De modo que el Rey lo invitó
a subir a su carroza para dar un paseo.

El gato se colocó por delante de ellos y en cuanto vio a un par de campesinos segando corrió hacia
ellos.

- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que el prado que estáis segando pertenece al señor
Marqués de Carabas, os harán picadillo como carne de pastel.

Los campesinos hicieron caso y cuando el Rey pasó junto a ellos y les preguntó de quién era aquél
prado, contestaron que del Marqués de Carabas.

Siguieron camino adelante y se cruzaron con otro par de campesinos a los que se acercó el gato.

- Buenas gentes que segáis, si no decís al Rey que todos estos trigales pertenecen al señor Marqués
de Carabas, os harán picadillo como carne de pastel.

Y en cuanto el Rey preguntó a los segadores, respondieron sin dudar que aquellos campos también
eran del marqués.

Continuaron su paseo y se encontraron con un majestuoso castillo. El gato sabía que su dueño era
un ogro así que fue a hablar con el.

- He oído que tenéis el don de convertiros en cualquier animal que deseéis. ¿Es eso cierto?

- Pues claro. Veréis cómo me convierto en león

Y el ogro lo hizo. El pobre gato se asustó mucho, pero siguió adelante con su hábil plan.

- Ya veo que están en lo cierto. Pero seguro que no sóis capaces de convertiros en un animal muy
pequeño como un ratón.

- ¿Ah no? ¡Mirad esto!

El ogro cumplió su palabra y se convirtió en un ratón, pero entonces el gato fue más rápido, lo cazó
de un zarpazo y se lo comió.

Así, cuando el Rey y el Marqués llegaron hasta el castillo no había ni rastro del ogro y el gato pudo
decir que se encontraban en el estupendo castillo del Marqués de Carabas.

El Rey quedó fascinado ante tanto esplendor y acabó pensando que se trataba del candidato
perfecto para casarse con su hija.
El Marqués y la princesa se casaron felizmente y el gato sólo volvió a cazar ratones para
entretenerse.

Análisis de sus valores


Este cuento nos demuestra lo lejos que podemos llegar utilizando nuestro ingenio, tal y como hace
el gato, que con su astucia es capaz de conseguir algo que a priori parece imposible como es el
hecho de que el Rey quiera darle a su amo la mano de su hija.

Sus esfuerzos por cumplir su objetivo son también un ejemplo de constancia y paciencia, pero sobre
todo de generosidad, ya que lo hace para ayudar a su amo sin esperar nada a cambio.
El duende de la tienda
[Cuento infantil - Texto completo.]

Hans Christian Andersen

Érase una vez un estudiante, un estudiante de verdad, que vivía en una buhardilla y nada poseía; y érase
también un tendero, un tendero de verdad, que habitaba en la trastienda y era dueño de toda la casa; y en
su habitación moraba un duendecillo, al que todos los años, por Nochebuena, obsequiaba aquél con un
tazón de papas y un buen trozo de mantequilla dentro. Bien podía hacerlo; y el duende continuaba en la
tienda, y esto explica muchas cosas.
Un atardecer entró el estudiante por la puerta trasera, a comprarse una vela y el queso para su cena; no
tenía a quien enviar, por lo que iba él mismo. Le dieron lo que pedía, lo pagó, y el tendero y su mujer le
desearon las buenas noches con un gesto de la cabeza. La mujer sabía hacer algo más que gesticular con
la cabeza; era un pico de oro.
El estudiante les correspondió de la misma manera y luego se quedó parado, leyendo la hoja de papel que
envolvía el queso. Era una hoja arrancada de un libro viejo, que jamás hubiera pensado que lo tratasen así,
pues era un libro de poesía.
-Todavía nos queda más -dijo el tendero-; lo compré a una vieja por unos granos de café; por ocho
chelines se lo cedo entero.
-Muchas gracias -repuso el estudiante-. Démelo a cambio del queso. Puedo comer pan solo; pero sería
pecado destrozar este libro. Es usted un hombre espléndido, un hombre práctico, pero lo que es de poesía,
entiende menos que esa cuba.
La verdad es que fue un tanto descortés al decirlo, especialmente por la cuba; pero tendero y estudiante se
echaron a reír, pues el segundo había hablado en broma. Con todo, el duende se picó al oír semejante
comparación, aplicada a un tendero que era dueño de una casa y encima vendía una mantequilla
excelente.
Cerrado que hubo la noche, y con ella la tienda, y cuando todo el mundo estaba acostado, excepto el
estudiante, entró el duende en busca del pico de la dueña, pues no lo utilizaba mientras dormía; fue
aplicándolo a todos los objetos de la tienda, con lo cual éstos adquirían voz y habla. Y podían expresar
sus pensamientos y sentimientos tan bien como la propia señora de la casa; pero, claro está, sólo podía
aplicarlo a un solo objeto a la vez; y era una suerte, pues de otro modo, ¡menudo barullo!
El duende puso el pico en la cuba que contenía los diarios viejos.
-¿Es verdad que usted no sabe lo que es la poesía?
-Claro que lo sé -respondió la cuba-. Es una cosa que ponen en la parte inferior de los periódicos y que la
gente recorta; tengo motivos para creer que hay más en mí que en el estudiante, y esto que comparado con
el tendero no soy sino una cuba de poco más o menos.
Luego el duende colocó el pico en el molinillo de café. ¡Dios mío, y cómo se soltó éste! Y después lo
aplicó al barrilito de manteca y al cajón del dinero; y todos compartieron la opinión de la cuba. Y cuando
la mayoría coincide en una cosa, no queda más remedio que respetarla y darla por buena.
-¡Y ahora, al estudiante! -pensó; y subió calladito a la buhardilla, por la escalera de la cocina. Había luz
en el cuarto, y el duendecillo miró por el ojo de la cerradura y vio al estudiante que estaba leyendo el libro
roto adquirido en la tienda. Pero, ¡qué claridad irradiaba de él!
De las páginas emergía un vivísimo rayo de luz, que iba transformándose en un tronco, en un poderoso
árbol, que desplegaba sus ramas y cobijaba al estudiante. Cada una de sus hojas era tierna y de un verde
jugoso, y cada flor, una hermosa cabeza de doncella, de ojos ya oscuros y llameantes, ya azules y
maravillosamente límpidos. Los frutos eran otras tantas rutilantes estrellas, y un canto y una música
deliciosos resonaban en la destartalada habitación.
Jamás había imaginado el duendecillo una magnificencia como aquélla, jamás había oído hablar de cosa
semejante. Por eso permaneció de puntillas, mirando hasta que se apagó la luz. Seguramente el estudiante
había soplado la vela para acostarse; pero el duende seguía en su sitio, pues continuaba oyéndose el canto,
dulce y solemne, una deliciosa canción de cuna para el estudiante, que se entregaba al descanso.
-¡Asombroso! -se dijo el duende-. ¡Nunca lo hubiera pensado! A lo mejor me quedo con el estudiante… –
Y se lo estuvo rumiando buen rato, hasta que, al fin, venció la sensatez y suspiró. -¡Pero el estudiante no
tiene papillas, ni mantequilla!-. Y se volvió; se volvió abajo, a casa del tendero. Fue una suerte que no
tardase más, pues la cuba había gastado casi todo el pico de la dueña, a fuerza de pregonar todo lo que
encerraba en su interior, echada siempre de un lado; y se disponía justamente a volverse para empezar a
contar por el lado opuesto, cuando entró el duende y le quitó el pico; pero en adelante toda la tienda,
desde el cajón del dinero hasta la leña de abajo, formaron sus opiniones calcándolas sobre las de la cuba;
todos la ponían tan alta y le otorgaban tal confianza, que cuando el tendero leía en el periódico de la tarde
las noticias de arte y teatrales, ellos creían firmemente que procedían de la cuba.
En cambio, el duendecillo ya no podía estarse quieto como antes, escuchando toda aquella erudición y
sabihondura de la planta baja, sino que en cuanto veía brillar la luz en la buhardilla, era como si sus rayos
fuesen unos potentes cables que lo remontaban a las alturas; tenía que subir a mirar por el ojo de la
cerradura, y siempre se sentía rodeado de una grandiosidad como la que experimentamos en el mar
tempestuoso, cuando Dios levanta sus olas; y rompía a llorar, sin saber él mismo por qué, pero las
lágrimas le hacían un gran bien. ¡Qué magnífico debía de ser estarse sentado bajo el árbol, junto al
estudiante! Pero no había que pensar en ello, y se daba por satisfecho contemplándolo desde el ojo de la
cerradura. Y allí seguía, en el frío rellano, cuando ya el viento otoñal se filtraba por los tragaluces, y el
frío iba arreciando. Sólo que el duendecillo no lo notaba hasta que se apagaba la luz de la buhardilla, y los
melodiosos sones eran dominados por el silbar del viento. ¡Ujú, cómo temblaba entonces, y bajaba
corriendo las escaleras para refugiarse en su caliente rincón, donde tan bien se estaba! Y cuando volvió la
Nochebuena, con sus papillas y su buena bola de manteca, se declaró resueltamente en favor del tendero.
Pero a media noche despertó al duendecillo un alboroto horrible, un gran estrépito en los escaparates, y
gentes que iban y venían agitadas, mientras el sereno no cesaba de tocar el pito. Había estallado un
incendio, y toda la calle aparecía iluminada. ¿Sería su casa o la del vecino? ¿Dónde? ¡Había una alarma
espantosa, una confusión terrible! La mujer del tendero estaba tan consternada, que se quitó los
pendientes de oro de las orejas y se los guardó en el bolsillo, para salvar algo. El tendero recogió sus
láminas de fondos públicos, y la criada, su mantilla de seda, que se había podido comprar a fuerza de
ahorros. Cada cual quería salvar lo mejor, y también el duendecillo; y de un salto subió las escaleras y se
metió en la habitación del estudiante, quien, de pie junto a la ventana, contemplaba tranquilamente el
fuego, que ardía en la casa de enfrente. El duendecillo cogió el libro maravilloso que estaba sobre la mesa
y, metiéndoselo en el gorro rojo lo sujetó convulsivamente con ambas manos: el más precioso tesoro de la
casa estaba a salvo. Luego se dirigió, corriendo por el tejado, a la punta de la chimenea, y allí se estuvo,
iluminado por la casa en llamas, apretando con ambas manos el gorro que contenía el tesoro. Sólo
entonces se dio cuenta de dónde tenía puesto su corazón; comprendió a quién pertenecía en realidad. Pero
cuando el incendio estuvo apagado y el duendecillo hubo vuelto a sus ideas normales, dijo:
-Me he de repartir entre los dos. No puedo separarme del todo del tendero, por causa de las papillas.
Y en esto se comportó como un auténtico ser humano. Todos procuramos estar bien con el tendero… por
las papillas.
El cuento de Las Habichuelas Mágicas.
Periquin vivia con su madre, que era viuda, en una cabaña de bosque. Con el tiempo

fue empeorando la situacion familiar, la madre determino mandar a Periquin a la

ciudad, para que alli intentase vender la unica vaca que poseian. El niño se puso en camino,

llevando atado con una cuerda al animal, y se encontro con un hombre que llevaba un

saquito de habichuelas. -Son maravillosas -explico aquel hombre-. Si te gustan, te las

dare a cambio de la vaca. Asi lo hizo Periquin, y volvio muy contento a su casa. Pero la

viuda, disgustada al ver la necedad del muchacho, cogio las habichuelas y las arrojo

a la calle. Despues se puso a llorar.

Cuando se levanto Periquin al dia siguiente, fue grande su sorpresa al ver que las

habichuelas habian crecido tanto durante la noche, que las ramas se perdian de vista. Se

puso Periquin a trepar por la planta, y sube que sube, llego a un pais desconocido. Entro

en un castillo y vio a un malvado gigante que tenia una gallina que ponia huevos de oro

cada vez que el se lo mandaba. Espero el niño a que el gigante se durmiera, y tomando la

gallina, escapo con ella. Llego a las ramas de las habichuelas, y descolgandose, toco el

suelo y entro en la cabaña.

La madre se puso muy contenta. Y asi fueron vendiendo los huevos de oro, y con su

producto vivieron tranquilos mucho tiempo, hasta que la gallina se murio y Periquin tuvo

que trepar por la planta otra vez, dirigiendose al castillo del gigante. Se escondio tras una cortina y pudo

observar como el dueño del castillo iba contando monedas de oro que sacaba de un bolson de cuero.

En cuanto se durmio el gigante, salio Periquin y, recogiendo el talego de oro, echo a correr

hacia la planta gigantesca y bajo a su casa.

Asi la viuda y su hijo tuvieron dinero para ir viviendo mucho tiempo. Sin embargo, llego

un dia en que el bolson de cuero del dinero quedo completamente vacio.

Se cogio Periquin por tercera vez a las ramas de la planta, y fue escalandolas hasta llegar a

la cima. Entonces vio al ogro guardar en un cajon una cajita que, cada vez que se
levantaba la tapa, dejaba caer una moneda de oro. Cuando el gigante salio de la estancia,

cogio el niño la cajita prodigiosa y se la guardo. Desde su escondite vio Periquin que

el gigante se tumbaba en un sofa, y un arpa, oh maravilla!, tocaba sola, sin que mano

alguna pulsara sus cuerdas, una delicada musica. El gigante, mientras escuchaba

aquella melodia, fue cayendo en el sueño poco a poco

Apenas le vio asi Periquin, cogio el arpa y echo a correr. Pero el arpa estaba encantada

y, al ser tomada por Periquin, empezo a gritar: -Eh, señor amo, despierte usted, que

me roban! Despertose sobresaltado el gigante y empezaron a llegar de nuevo desde

la calle los gritos acusadores: -Señor amo, que me roban! Viendo lo que ocurria, el

gigante salio en persecucion de Periquin.

Resonaban a espaldas del niño pasos del gigante, cuando, ya cogido a las ramas

empezaba a bajar. Se daba mucha prisa, pero, al mirar hacia la altura, vio que tambien

el gigante descendia hacia el.

No habia tiempo que perder, y asi que grito Periquin a su madre, que estaba en casa

preparando la comida: -Madre, traigame el hacha en seguida, que me persigue el

gigante! Acudio la madre con el hacha, y Periquin, de un certero golpe, corto el tronco

de la tragica habichuela. Al caer, el gigante se estrello, pagando asi sus fechorias, y Periquin

y su madre vivieron felices con el producto de la cajita que, al abrirse, dejaba caer una

moneda de oro.

El cuento del Patito Feo.

Como en cada verano , a la Señora Pata le dio por empollar y todas sus amigas del corral

estaban deseosas de ver a sus patitos, que siempre eran los mas guapos de todos.
Llego el dia en que los patitos comenzaron a abrir los huevos poco a poco y todos se

juntaron ante el nido para verles por primera vez.

Uno a uno fueron saliendo hasta seis preciosos patitos , cada uno acompañado por

los gritos de alegria de la Señora Pata y de sus amigas. Tan contentas estaban que

tardaron un poco en darse cuenta de que un huevo , el mas grande de los siete , aun no se

habia abierto.

Todos concentraron su atencion en el huevo que permanecia intacto , tambien los patitos

recien nacidos, esperando ver algun signo de movimiento.

Al poco, el huevo comenzo a romperse y de el salio un sonriente patito , mas grande que sus

hermanos , pero ¡oh , sorpresa! , muchisimo mas feo y desgarbado que los otros seis...

La Señora Pata se moria de verguenza por haber tenido un patito tan feo y le aparto de ella con el

ala mientras prestaba atencion a los otros seis.

El patito se quedo tristisimo porque se empezo a dar cuenta de que alli no le querian...

Pasaron los dias y su aspecto no mejoraba , al contrario , empeoraba , pues crecia muy rapido y

era flaco y desgarbado, ademas de bastante torpe el pobre..

Sus hermanos le jugaban pesadas bromas y se reian constantemente de el llamandole feo y torpe.

El patito decidio que debia buscar un lugar donde pudiese encontrar amigos que de verdad le

quisieran a pesar de su desastroso aspecto y una mañana muy temprano , antes de que se

levantase el granjero , huyo por un agujero del cercado.

Asi llego a otra granja , donde una anciana le recogio y el patito feo creyo que habia encontrado

un sitio donde por fin le querrian y cuidarian , pero se equivoco tambien , porque la vieja era mala y

solo queria que el pobre patito le sirviera de primer plato. Y tambien se fue de aqui corriendo.

Llego el invierno y el patito feo casi se muere de hambre pues tuvo que buscar comida entre el hielo

y la nieve y tuvo que huir de cazadores que querian dispararle.

Al fin llego la primavera y el patito paso por un estanque donde encontro las aves mas bellas que

jamas habia visto hasta entonces. Eran elegantes , graciles y se movian con tanta distincion que se

sintio totalmente acomplejado porque el era muy torpe. De todas formas, como no tenia nada que

perder se acerco a ellas y les pregunto si podia bañarse tambien.


Los cisnes, pues eran cisnes las aves que el patito vio en el estanque, le respondieron:

- ¡Claro que si , eres uno de los nuestros!

A lo que el patito respondio:

-¡No os burleis de mi!. Ya se que soy feo y flaco , pero no deberiais reir por eso...

- Mira tu reflejo en el estanque -le dijeron ellos- y veras como no te mentimos.

El patito se introdujo incredulo en el agua transparente y lo que vio le dejo maravillado.

¡Durante el largo invierno se habia transformado en un precioso cisne!. Aquel patito feo y desgarbado

era ahora el cisne mas blanco y elegante de todos cuantos habia en el estanque.

Asi fue como el patito feo se unio a los suyos y vivio feliz para siempre

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