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LA VECINA

Tenía poco tiempo de haberme mudado al barrio cuando se pasó a vivir a la par de mi casa una mujer que alborotó al vecindario entero. Yo tenía
quince años. Mis papás trabajaban todo el día, y por las tardes, al regresar del colegio, me tocaba cuidar a mi hermana de seis años. Yo vi cuando
el camión de mudanzas bajaba las cosas de la vecina una tarde de abril. La primera vez que la vi estaba de espaldas y aproveché para verle el
cuerpazo que se echaba. Cuando se volteó vi a la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Tenía un lindo cabello negro, liso, brillante,
como comercial de shampú de la tele.

Llevaba una tele grandota, muebles grandes y un montón de ropa. Cuando me vio allí parado me pidió que le ayudara a bajar algunas cosas, me
guiñó el ojo y me dijo guapo. Le ayudé a bajar los muebles de sala y comedor. Me dijo que se llamaba Clarissa. Era linda. Yo me enamoré como
un idiota al instante. Al día siguiente de su traslado vi que llegaron varios carros a distinta hora, se estacionaban frente a la casa y luego de una o
dos horas se iban. Cada vez que me la encontraba en la calle, la vecina me saludaba con una hermosa sonrisa que me dejaba babeando.

Después de hacer las tareas a veces me quedaba sin qué hacer. En una de tantas tardes dejé a mi hermanita viendo tele, salí al patio y de
intención tiré una pelota plástica al techo para tener la excusa de subirme. Subí para ver si la vecina andaba por ahí. Hacía una tarde soleada, ella
estaba en el jardín, recostada en una silla de playa con un biquini rojo como única vestimenta. Su bronceado era perfecto. Yo me olvidé de buscar
la pelota y de todo el mundo que me rodeaba. No sé si se dio cuenta de que la estaba viendo, pero en eso sonó su celular y ella corrió adentro a
responder. Sus pechos rebotaban y mis ojos con ellos cuando echó la carrera por el teléfono. Corrí al baño a encerrarme.

De los carros que se estacionaban frente a su casa bajaban sólo hombres, generalmente ejecutivos. Casi siempre llegaban por la tarde, aunque
no era raro que llegaran por la manaña y por la noche. Yo me subía todas las tardes al techo para ver si veía algo. A veces la encontraba barriendo
el patio y me saludaba siempre de buen humor. Por lo regular andaba por la casa con shorts y en sandalias. Siempre era un espectáculo verla y
siempre terminaba yo encerrado en el baño.

A mi mamá le molestaba la presencia de la vecina. Una vez que me sorprendió saludándola en la calle, me prohibió dirigirle la palabra a esa
mujerzuela. Fue la primera vez que escuché esa palabra, hasta me dio risa. Casi me gano una cachetada de mi mamá. Sin embargo, por las
tardes yo siempre subía al techo y si ella andaba por ahí, saludaba a la bella Clarissa. Una vez que fui a la tienda con mi hermanita le compró un
bombón a ella y un tortrix a mí. Se portaba buena onda conmigo.

Cuando Clarissa se paseaba por las calles del barrio no había alma masculina que no la volteara a ver. Pero a todos los tenían sentenciados sus
mujeres y pocos se atrevían a saludarla, por lo menos al principio. En una sesión del comité de vecinos varias mujeres se quejaron de su
presencia, pero Clarissa era de las que siempre pagaba puntual las cuotas del mantenimiento y la vigilancia, y además, los directivos del comité
eran todos hombres. Los directivos, para calmar a las vecinas airadas, prometieron hablar con mi vecina, cosa que por supuesto no hicieron.

Por las tardes yo subía al techo siempre con la esperanza de una sonrisa y su saludo. No siempre tenía suerte porque salía o tenía visitas. Una de
tantas tardes, sin embargo, la vi llorando mientras barría el patio. Al verme, en medio de sus lágrimas, me saludó con una sonrisa.

—¿Por qué no bajás un ratito? —me dijo, de repente.

Mi corazón empezó a latir a toda velocidad y apenas atiné a preguntarle qué le pasaba.

—Bajá y te cuento.

Yo bajé lo más rápido que pude. Muchas veces había visto por dónde me podía bajar si alguna vez se me daba la oportunidad, así que no fue
difícil. Me hizo pasar a su sala y me sirvió una cocacola. Me preguntó por mi hermanita y mis papás, por el colegio. Se sentó a la par mía en el
sofá. Ya entrados un poco en confianza, me contó por qué lloraba.

—Mi novio me dejó, por eso lloro —dijo suspirando—. Como te ví ahí, tan lindo como siempre, pensé en que bajaras un rato para no sentirme
sola.

—Ah —dije yo, apenas con suficiente fuerza para ser escuchado.

—La gente no me quiere porque soy amable con los hombres. Pero vos no sos como la gente, sos lindo.

Se acercó a mí y me repetía sos lindo, muy lindo. Mi corazón latía a mil por hora. Me empezó a besar y a quitarme la ropa.

—Yo, yo…, no tengo condón —dije, casi sin voz, suplicando.

—No tengás pena, yo tengo, corazón.

Al volver a casa yo me sentía supermán. Me conecté a internet y empecé a chatear con el Manolo, el primer cuate que vi conectado. Le conté
todo, aumentando un poco la hazaña. Ya antes les había pasado a mis cuates fotos de Clarissa tomadas con el celular y al contarle todo al
Manolo, prefirió llamarme al teléfono de la casa para que le contara todos los detalles. Sos mi ídolo, me dijo, no lo puedo creer.
Durante las siguientes dos semanas, toda las tardes, sin falta, subí al techo de la casa pero no la ví. Veía los carros de siempre, el movimiento de
siempre. La vi algunas veces por la calle y me saludaba como siempre, pero si intentaba acercarme, me decía ahora no, corazón. Seguí subiendo
al techo, como un ritual religioso, todas las tardes, a la misma hora, mientras mi hermanita veía las caricaturas. Al fin, una tarde se asomó.

—Bajá, corazón.

Fueron el par de palabras que más me habían alegrado en toda la vida. Bajé tan rápido como pude y me puse a las órdenes.

—Me voy de aquí, corazón. Sólo quiero despedirte como se debe.

Fue muy cariñosa conmigo. Cuando me dijo que al otro día se iba del vecindario, yo lloré. Ella lloró. Me dijo que sólo quería que alguien la
extrañara, que alguien la recordara si no para siempre, que por lo menos se recordara de ella de vez en cuando. Me empezó a besar y a decir que
era lindo.

Al otro día llegó el camión de mundanzas. Yo le ayudé a subir los muebles y a dejar limpia la casa. Me dijo que se iba a casar con tipo viejo que
tenía mucho dinero. Que un día de estos pasaría por el vecindario y me invitaría a tomar una cocacola. Me despidió con un beso en los labios y se
subió a su carro. Fue la última vez que la vi. Miré al camión de mudanzas ir tras el carro de ella. Yo me quedé en la calle hasta que dejé de
escuchar el ruido del motor de su carro. Me senté en la acera, cabizbajo, triste. No sentí que estaba lloviendo hasta que mi hermanita salió y me
llamó para adentro.

LOS CAMPEONES

La temporada más feliz de mi vida fue cuando jugaba fútbol en los campos de Montserrat. Con un grupo de cuates armamos un equipo al que
llamamos FC Bárcenas. Le llamamos así porque los dueños del equipo eran de Bárcenas. El Lito y el Cacho, hermanos, no eran tan buenos para
jugar, pero ponían los uniformes y las pelotas para entrenar. Todos teníamos menos de veinte años y empezábamos la universidad, pocos
trabajaban. Entrenábamos casi todos los días, aunque no éramos tan buenos que digamos. Jugamos tres torneos, en el primero empezamos
ganando, contra todo pronóstico. Pero después todo cambió.

Al comenzar la primera temporada armamos un equipo a duras penas. No teníamos entrenador. Yo jugaba de lateral derecho. Siempre corría
mucho, nunca me cansaba, me decían que tenía tres pulmones. En la portería estaba Nixon, uno de los peores porteros con los que he jugado.
De defensas centrales estaban los dos hermanos, el Lito y el Cacho. De lateral izquierdo estaba el Tablas, otro chavo que cómo corría. En la
media estaban el Marcelino, el Juan, el Domitilo y el Vladi. De delanteros el Moisés y el Momos, a quien llamábamos así porque era de
Momostenango.

Éramos un desastre jugando, pero ganamos los tres primeros partidos. En la primera jornada porque el otro equipo iba sólo con siete jugadores;
les ganamos dos a cero. En la segunda, porque yo metí un gol al primer minuto y después nos dedicamos a defender ese golito con todas
nuestras fuerzas. También porque les expulsaron a dos y nos perdonaron un penal. El tercer partido ganamos porque el otro equipo no se
presentó. Al entrenador se la había olvidado que el partido era en sábado y no en domingo. Les avisó a sus jugadores a última hora, pero apenas
llegaron cinco y el árbitro dijo que no eran suficientes para un partido. Íbamos de líderes, era increíble.

Luego, en las siguientes quince jornadas, perdimos todos los partidos, generalmente por goleada. A los últimos tres nos presentamos sólo siete
jugadores, los demás se habían ido a chupar el día anterior o no les importaba. Con el Tablas nos cansamos de correr por las bandas y meter
centros, pero nunca había nadie. En fin, fue un desastre el primer torneo. Quedamos en último lugar. Sin embargo, yo disfrutaba jugar, no eran tan
importantes los resultados. Era el viento en la cara y la lucha eterna por la pelota lo que me motivaba. Y la cerveceada después de los juegos con
el Lito y el Cacho. El Barsa, como le llamábamos al equipo, había sido un desastre en la primera temporada. Sin embargo, acompañados de las
cervezas de la última jornada, nos propusimos que eso cambiaría para el siguiente torneo.

Fue así que para la segunda temporada yo convencí a don Polo para que nos entrenara. Don Polo era un tipo que vivía cerca de mi casa y que
había sido jugador profesional. El Lito y el Cacho convencieron a un par de primos para que integraran el equipo. Yo llevé también a un par de
amigos de la universidad. Hicimos pretemporada, con ejercicio físico y trato de balón. Al iniciar el torneo estábamos en forma. El Tablas y yo
corríamos más que nunca.

Los primos del Lito y el Cacho eran mediocampistas: Andrés y Javier. Muy buenos, algo callados, pero buenos. Mis cuates de la universidad, el
Víctor y el David. Un buen portero y un delantero correlón. En la media completaban el Domitilo y el Vladi. En la delantera seguía el Momos. A
todos los demás los habíamos despachado o ya no se asomaron. Le habíamos cambiado la cara al Barsa y teníamos la esperanza de quedar
entre los tres o cuatro primeros lugares.

Antes de comenzar el torneo tuvimos cuatro partidos amistosos, ganamos dos, empatamos uno y perdimos uno. Era un buen balance. El sistema
que había ideado el profe Polo nos hacía las cosas más fáciles al Tablas y a mí. Al Lito y al Cacho, que no eran tan buenos que digamos, les
enseñó a quitar la bola y a darla a los medios o a los laterales. Se pasó varias tardes con ellos para que también aprendieran a cabecear. Al
Domitilo y al Vladi los presionó para que corrieran más y ayudaran en la defensiva. Al Momos le enseñó a pivotear. Al Tablas y a mí nos dijo que no
corriéramos tan a lo loco y que tapáramos bien las del rival.

Sin embargo, a pesar de que todo pintaba bien, perdimos los primeros dos partidos de la temporada por uno a cero. Cuando íbamos a jugar el
tercer partido de la temporada, el profe Polo llevó a su sobrino, Leonel, un chavito de 17 años, para la banca. Nos propusimos ganar el primer
partido a como de lugar, pero al medio tiempo íbamos perdiendo cinco a cero, dos autogoles y un penal incluidos. Casi dando el partido por
perdido, al segundo tiempo entró Leonel por el Momos y subió como falso delantero Andrés. El profe nos dijo que no pensáramos en el marcador,
sino en meter el primer gol. Si metíamos el primero, que nos enfocáramos en meter el segundo. Pero que nos olvidáramos del marcador.
Al nomás iniciar el segundo tiempo, yo corrí la banda y tiré un centro que Andrés bajó con la cabeza y Leonel, el chavito recién entrado, marcó el
primer gol de zurda. Los defensas del otro equipo se quedaron un poco sorprendidos. El entrenador de ellos cambió de inmediato a uno de los
defensas. Pensando en un gol a la vez, así como nos había dicho el profe al mediotiempo, logramos empatar el partido, cinco minutos antes del
final. Yo anoté uno, David otro y Leonel tres. Leonel, además había dado el pase de mi gol. El entrenador del otro equipo exclamó, medio en
broma, medio enojado: ¡Polo, sacá a ese número 19, pordios!

En el último minuto nos dieron un tiro libre en la media luna del área rival.
El encargado, por supuesto, era Leonel, el nuevo. Con un disparo que hizo un chafle que yo nunca había visto, anotó el 6 a 5. Era increíble. El
entrenador del otro equipo puteaba a todos sus jugadores y brincaba de la cólera. Habíamos ganado nuestro primer partido metiendo seis goles
en un sólo tiempo. Terminamos emborrachándonos en una cevichería que queda enfrente de los campos de Montserrat.

Después de ese partido decidimos darle el número 10 a Leo, como le llamábamos. Tuvimos una racha de seis partidos ganados, todos por
goleada. Nadie creía que en el torneo anterior habíamos quedado de últimos. Así llegamos a la novena jornada, contra el campeón, el Real
Mazate.
Había sido tan buena la racha, que por ese entonces convencí a la Gaby para que fuera mi novia. La había perseguido por meses. Ella siempre
había sido futbolera y nosotros éramos el equipo de moda.

* * *

Los del Real Mazate tenían un delantero, el Rony, que era de los más veloces que yo había visto. No voy a negar que teníamos miedo. Era un
buen equipo. Sin embargo el profe dijo que nos olvidáramos de que era el campeón, porque ganando el partido quedábamos en primer lugar.
Recuerden el primer partido que ganamos, la cosa es meter un gol a la vez.

Cuando nos estábamos cambiando, antes de empezar el partido, el Rony se me acercó y me dijo que si yo lo marcaba y lo golpeaba lo iba a
lamentar. Riéndose, escupió al suelo y regresó a calentar con su equipo. En la primera oportunidad que tuve le metí una su buena patada, que
protestó como niña y me significó una tarjeta amarilla.

Ya en el partido, el Real Mazate pegó primero. Un gol del Rony de cabeza, donde nadie le ganaba, ya casi para finalizar el primer tiempo. Ese gol
nos cayó como balde de agua fría. Al medio tiempo el profe Polo nos pegó una gran puteada, pero nos dijo que nosotros debíamos ganar ese
partido, que debíamos enfocarnos en meter el primer gol y luego el segundo y ganar el partido. Este partido era decisivo para terminar
campeones.

Así que para el segundo tiempo salimos decididos. En la primera jugada, yo corrí lo más que pude toda la banda y centré. No sé bien como le hizo
el Leo, pero la bajó de pecho, se quitó dos defensas y de derecha anotó el gol. Seguimos luchando, pero realmente eran buenos los otros. Nos
estrellaron dos pelotas en los palos. Como al minuto 25 el profe decidió que yo me convirtiera en un delantero más, por izquierda, a pierna
cambiada. Como los rivales me esperaban por derecha, corriendo desde más atrás, era posible sorprenderlos. La Gaby me miraba y gritaba
¡vamos Dani, vos podés, corré, corré! ¡Ese es mi Dani!

La estrategia dio resultado. El lateral derecho de ellos ya estaba cansado y no me podía alcanzar. Tuve una como al minuto 35, pero el portero me
la quitó. El gol llegaría al minuto 40. Ellos adelantaron líneas y en una de esas Leo me sirvió un pase en profundidad, quedando yo solito frente al
portero. Anoté tirando lo más fuerte que pude, en el ángulo superior derecho. La gente que miraba el partido gritó el gol y yo me fui abrazar con la
Gaby. Lo habíamos logrado, éramos líderes y habíamos vencido al campeón. Nos fuimos a la casa del Lito y celebramos con una gran fiesta.

Ganamos los siguientes cinco partidos, todos con tres goles o más. Sin embargo, en la jornada 14 se nos lesionó Leo y tuvimos tres empates
seguidos. Uno de ellos con gol de último minuto, contra el Real Mazate. Para la última jornada, estábamos empatados en puntos con el Real
Mazate y Leo estaba sólo para jugar medio tiempo.

Ese último partido lo jugábamos contra un equipo llamado Flamengo. Eran buenos, pero ganaban partido y perdían dos. No sé que pasó, pero
casi al principio el Lito se desconcentró y cometió penal, que aprovecharon los del Flamengo. Luego yo perdí un balón en salida y en menos de
veinte minutos ya íbamos perdiendo 2 a 0.

El Real, que jugaba al mismo tiempo en la cancha de a la par, iba ganando. Al medio tiempo, nosotros íbamos perdiendo ya 3 a 0 y el Real iba
ganando por dos. El profe Polo nos pegó la más grande puteada que yo tenga memoria. Nos dijo de todo. Pero al final nos dijo que nosotros
éramos el mejor equipo que había entrenado, que éramos los mejores del torneo, que debíamos meter los cuatro goles que se necesitaban para
ser campeones. Que corriéramos más que nunca, que no diéramos una pelota por perdida, que si queríamos llegar a lo más alto debíamos correr
el triple que el rival.

Envalentonados con la charla, y ya con Leo en el campo, emprendimos la remontada. El Momos metió el primer gol, entrando como una tromba
en el área y casi estrellando la pelota contra la cara del portero, que no tuvo más que hacerse a un lado para conservar la cabeza en su lugar. El
mismo Momos fue a la red a traer la pelota y la puso en el mediocampo. El 3 a 2 fue una jugada de Leo que se llevó a cinco jugadores rivales
partiendo del mediocampo y driblando al portero metió la pelota en la portería solitaria. Apenas llevábamos quince minutos del segundo tiempo y el
campeonato empezaba a ser posible. En el campo de a la par, el Real Mazate goleaba ya 5 a 0 al otro equipo, sin piedad.

El empate llegó por medio de Javier, con tiro libre impecable, al minuto 25. Teníamos veinte minutos para lograr el campeonato, sin embargo no
tuvimos otra oportunidad de gol sino hasta dos minutos del final, cuando inexplicablemente Leo falló un penal. En tiempo de reposición, yo salí
casi a la desesperada corriendo por la banda derecha, no miré a nadie, corrí con el balón lo más rápido que pude, llegué a línea final y a partir de
allí todo fue como en cámara lenta. El centro, que pareció caer eternamente, iba dirigido, como me había enseñado el profe, a la altura del punto
penal. Lito había subido desde la defensa viendo mi carrera y no tenía marca. Saltó. Parecía que no iba a llegar nunca, pero llegó al balón. La
pelota siguió viajando a cámara lenta hacia la portería. El portero la rozó con los dedos, pero al final, agónicamente, pegó en la red. Éramos
campeones.

Luego del partido fuimos a la casa del Lito y estuvimos de fiesta hasta el amanecer. Con la Gaby nos escapamos a un motel de la calzada Mateo
Flores como a las diez, y creo que esa vez fue que la embaracé. Yo volví para seguir la celebración como a la una de la mañana. Vimos el
amanecer en la terraza con una cerveza en mano. Hacía un poco de frío, pero todos seguíamos con el uniforme del Barsa. Leo, que era de los
más callados, viendo las primeras luces del día, dijo que nunca había estado tan feliz, y que éramos los mejores cuates del mundo. El profe Polo
nos agradeció con lágrimas por volverlo a meter al fútbol y así volver a creer en sí mismo.

A la siguiente temporada, sin embargo, el equipo se desarmó. El profe se fue a entrenar a un equipo de segunda división, Leo se fue a estudiar
con una beca a México, y yo, con la Gaby embarazada, me casé. Seguimos con el equipo, ganamos algunos partidos, pero quedamos penúltimos.
Cuando llegó el último partido de la temporada, nos visitó el profe Polo. Con las indicaciones que nos dio ganamos tres a cero. Como siempre,
terminamos en la terraza de la casa del Lito, pero ya no me quedé hasta el amanecer porque al otro día tenía que trabajar.

EL SERVICIO

Alfonso llegó retrasado al ensayo de la iglesia. El pastor había citado a los doce pastores auxiliares para el jueves a las seis de la tarde. Todos
varones, como los doce apóstoles. Les había indicado que era muy importante, y que además, no contaran a nadie. Después de disculparse y
recibir la mirada de reproche del pastor, se integró al grupo. Habría un evento especial el sábado. El pastor dijo que los ingresos de la iglesia
habían bajado y que era necesario hacer algo especial para llamar la atención, el nuevo templo lo requería. Cuando Alfonso se enteró de qué iba
la cosa, se rió nerviosamente, pero después de ver la mirada seria del pastor, sintió una mezcla de temor y aberración.

Alfonso era un hombre en sus cuarentas que había asistido a la iglesia durante los últimos cinco años. El pastor era un tipo agradable y
carismático, y había hecho que gente rica donara mucho dinero. Lo que había atraído mucha gente eran las jornadas de sanación, en la cual
gente que llegaba en silla de ruedas de repente echaba a correr. Habían cánceres y tumores desaparecidos, ciegos que volvían a ver. La mayoría
de sanados eran gente que venía de otros pueblos. Se les instruía y pagaba para que dijeran una historia atractiva, algunas veces debían llorar,
otras desmayarse y sobre todo dar gracias a Dios y al pastor. Nunca hubo un inválido, canceroso o ciego real.

Al principio a Alfonso le chocó la idea de las sanaciones. Pero al llegar a la iglesia ya tenía dos años desempleado, y pensó que el dinero que le
ofrecía el pastor no era despreciable. Le pagaban bien por aprenderse de memoria textos de la biblia, contratar a los que serían sanados y
organizar algunos servicios a la semana. A veces iba a otros poblados a predicar, y las ofrendas no eran despreciables. Cuando miraba cosas que
no parecían muy honradas dentro de la iglesia, pensaba que al fin y al cabo la gente necesita de la religión para creer en algo. El milagro era
hacer que la gente se sintiera bien y que tuviera en qué ocuparse los fines de semana.

El pastor había citado a Alfonso y a los pastores auxiliares para un ensayo el jueves por la noche. El sábado iban a hacer un servicio especial y
debían hablar y pulir detalles. Los ingresos de la iglesia debían subir un poco para el nuevo templo. Cuando Alfonso llegó al ensayo ya habían
hecho la oración del inicio y el pastor se disponía a contarles el plan. Después de escuchar la explicación del pastor, algunos se miraron
extrañados. No iba a ser como las otras veces, gente que camina, ciegos que ven. Iba a ser muy extraño.

En la primera parte del servicio el pastor pondría una biblia al centro del altar principal. La biblia iba a ser como una muralla: nadie podría pasar a
través de ella, por la fuerza de Dios. Es decir, si Dios no quería, nadie podría pasar de la línea en donde estaba la biblia. Luego de explicar a los
asistentes al servicio, el pastor invitaría uno a uno a los pastores auxiliares y a otros miembros de la iglesia a intentar cruzar la línea de la biblia.
Nadie podría cruzarla. Cada uno haría como que quería cruzar, pero unos antes y otros después, iban a caer antes de llegar a la línea imaginaria
delimitada por la biblia. Al caer, debían fingir algo parecido a un ataque epiléptico. Los pastores se miraron extrañados, pero nadie dijo nada. Lo
que vino después fue lo que le hizo pensar a Alfonso que el pastor se había vuelto loco.

Luego de que cayeran, algunos llevarían alkaseltzer en las manos y se lo llevarían a la boca, para fingir que les salía espuma por la boca. Debían
gritar como si fueran endemoniados. Otros debían desnudarse totalmente. El pastor se había encargado de contratar a una mujer para que se
desnudara y se dejara tocar por los pastores. Luego el encargado del sonido haría sonar por las bocinas un trueno a todo volumen. Cuando el
pastor gritara ¡yo te rechazo Satanás!, los pastores debían reaccionar y hacerse los sorprendidos y avergonzados, y recogerían su ropa e irían
hacia atrás del altar, para vestirse. Luego regresarían a dar testimonio.

Los pastores auxiliares no podían creerlo. Era demasiado. Hubo murmullos. Uno de ellos dijo que no lo haría, y que se iba en ese momento de la
iglesia. Lo siguieron la mayoría, incluido Alfonso. Se quedaron cuatro de los pastores. Afuera de la iglesia, discutieron y compartieron indignación.
Alfonso los vio irse uno por uno, pero no se movió. Pensó en lo que les dijo el pastor: si no estaban con él estaban en contra. ¿A dónde iba ir
Alfonso si dejaba su única fuente de ingresos? ¿Cómo iba a alimentar a su familia?

Decidió regresar. El pastor lo recibió con un abrazo. Le explicó que quería ponerlos a prueba, a ver si hacían todo por él, si dejaban todo, incluso
su pudor por él. Le agradeció el regreso. El ensayo se llevó a cabo y fue de las cosas más extrañas en las que Alfonso había tomado parte en su
vida.

Cuando llegó la noche del sábado Alfonso estaba muy nervioso. El viernes había mandado a su familia a otro pueblo, él mismo se encargó de irlos
a dejar personalmente. Hacía calor y la iglesia estaba llena. Alfonso, previendo lo peor, le había pedido adelantado su sueldo al pastor la misma
noche del jueves. Se reprochaba el haber aceptado aquella aberración. Oró, llorando, oculto en el baño de la iglesia, para que sucediera algo y no
se realizara el servicio.
Cuando ya se acercaba la hora, asomaron, temerosos, los otros pastores que habían aceptado participar. Llegó casi al mismo tiempo la mujer
contratada para desnudarse. Sin embargo, el pastor no aparecía. Quizá Dios lo había escuchado, pensó Alfonso. No podía llevarse a cabo algo
tan denigrante.

Se llegó la hora del servicio, pero el pastor no aparecía. Se decidió que Alfonso comenzara el servicio, en espera de que llegara el pastor. Fue
como siempre, algunas sanaciones, alabanza y sermón. Esa noche Alfonso explicó que tenían necesidad de una ofrenda extraordinaria para la
construcción del nuevo templo. Se recaudó mucho más de lo esperado. El pastor nunca apareció.

Al día siguiente se supo por el noticiero que el pastor había muerto en un allanamiento de la policía en un pueblo cercano. El sábado al mediodía
había una fiesta en la casa de un contrabandista muy buscado. Se le acusaba de lavar dinero, de extorsiones y de contrabando de mercadería
robada. Y por supuesto, como a casi todo el mundo que hace dinero de la noche a la mañana, se le acusaba de narcotráfico. El pastor había sido
la única persona muerta. Al escuchar a la policía entrar a la casa, se puso nervioso y salió corriendo directamente hacia los policías, y éstos,
interpretando que los iba a agredir, dispararon. La noticia consternó a la iglesia y los funerales fueron concurridos.

Dos semanas después, la asamblea de la iglesia decidió que el pastor Alfonso debía quedarse a cargo.

EL SICARIO

Pongamos que me llamo Alfredo, para no entrar en detalles. Me dedico a matar gente por dinero, es decir, soy lo que llaman un sicario. Como soy
efectivo y discreto, cobro caro. Así me aseguro de no trabajar demasiado; a veces con tres trabajos al año la paso sin problema. Si me miran por la
calle, nadie me tendría miedo. Soy bajito y flaco y tengo cara de imbécil. La cara de imbécil me la inventé yo mismo, como un disfraz para pasar
inadvertido. Hay que ser un desalmado para hacer este trabajo, sí, pero hay veces que mis trabajos hacen verdadera justicia. Como la vez que
maté al idiota de mi vecino.

En general no siento ninguna simpatía por la gente. Todo mundo te predica cómo has de vivir o pensar o intenta sacarte dinero. Desde pare de
sufrir hasta el último celular inútil con acceso a las redes sociales de vanidad. Le llaman religión o negocios, pero de lo que se trata es de sacarte
el dinero a como de lugar. No tengo ni celular ni correo electrónico. Eso sí, tuve un perfil de facebook falso que usé para rastrear a un par de
encargos. Puse fotos falsas e información falsa, por supuesto. Luego de terminado el trabajo, borré el perfil. En internet soy invisible, como si no
existiera. No le encuentro la gracia a andar por ahí exhibiéndose y publicando todas las estupideces que se te pasan por la mente.

Desde pequeño fui antisocial. No tengo ninguna actividad favorita más que ver películas en la tele y dormir. A veces también leo libros. Me encanta
dormir. Más de algún lector se preguntará cómo puedo dormir teniendo el trabajo que tengo, pero a los que no tenemos conciencia, los que
estamos libres de remordimientos, en realidad no nos importa nada. O casi nada.

El que se encarga de pasarme los trabajos es un tipo que se hace llamar Néstor. La manera en que me contacta para los encargos es que llama a
mi tía Marta y se hace pasar por un amigo mío de la infancia. Le pregunta por mí y le dice que me vio el otro día en tal comercial. Yo ya sé que
entonces espera que yo llegue a almorzar a ese comercial. Mi tía Marta vive a unas cuantas cuadras de mi casa, y yo paso regularmente a cenar
con ella. Creo que la única persona por la cual siento un cariño sincero. Cuando llama Néstor, siempre queda de visitarnos, pero por supuesto
nunca lo hace. El amigo de la infancia por quien se hace pasar fue uno de mis primeros trabajos, encargado por él mismo. En donde tía Marta es
donde tengo mis armas y donde guardo el dinero de los pagos, que poco a poco voy depositando en las cuentas de la tía en donde tengo firma.
Ella no sabe nada, sólo me guarda mi baúl con mis cosas.

Aparte de tía Marta, con las únicas personas que tengo contacto es con las putas. A veces llamo para que lleguen a mi casa, otras veces voy a los
prostíbulos. Siempre pido dos, para un día entero. En una ocasión hasta pedí que me alquilaran un cuarto en un prostíbulo. Me pasé dos semanas
sin salir. Fue divertido.

Los trabajos generalmente son personas que obstaculizan negocios de otros o parejas infieles. En una ocasión me tocó un viejo al que los nietos
querían muerto para cobrar herencia. En otra ocasión era una mujer de la alta sociedad que quería deshacerse de su amante lesbiana para
apropiarse de sus negocios. En ambas ocasiones me pagaron bien. Los clientes ven a mi trabajo como una inversión a la que esperan sacarle
rendimiento. Es cuestión de negocios y ganancias.

Por el último trabajo que hice no cobré. Fue para una mujer, vecina mía, a la que su marido amenazó con matar delante de sus dos hijas. La
verdad, la mujer, su marido y sus hijas me resultaban totalmente indiferentes. La mujer, sin embargo, es una treintañera atractiva. Un día
coincidimos en la tienda con la mujer y una de las niñas y vi que a la mujer se le había olvidado el dinero para pagar los huevos y el pan que
llevaba. La niña, de unos cinco años, iba con ella y le pedía dulces. Como vi a la mujer buscando desesperadamente entre su bolsa y yo no soy
paciente, le dije que le prestaba el dinero y que se fuera. También le compré un dulce a la niña. Yo esperaba deshacerme de la señora y la niña,
pero cuando la niña recibió el dulce, me lanzó una sonrisa tan especial que me dejó desarmado. Yo no estaba siendo amable, sólo quería que se
fueran. Pero la niña decidió lo contrario, y que en recompensa, yo, un infame asesino a sueldo, merecía una sonrisa. Desde entonces saludaba
cordialmente a la señora y a las niñas, cosa que no hacía con mis demás vecinos.

Una noche que regresaba a casa, escuché gritos en la casa de la vecina. Marido y mujer se peleaban. Yo al marido nunca lo traté y poco me
recordaba de su cara. Como una de las ventanas daba a la calle, me acerqué a observar. El imbécil amenazaba a la mujer con una pistola,
mientras las dos niñas lloraban. Yo sé qué cara tiene la gente que puede matar, y el tipo tenía esa determinación, pero todavía no daba el paso
final. Para distraerlo, toqué a la puerta. El tipo maldijo a gritos desde adentro. Le dije que dejara de gritar y que no se atreviera a disparar el arma.
Enfurecido, salió a la puerta. Yo lo esperé y en dos segundos lo sometí y le quité el arma. Siempre he tenido una fuerza que no me explico, dada
lo chaparro y flaco que soy. Le quité la tolva a la pistola. Le di el arma a la mujer, diciéndole que la escondiera y que preparara un té para el tipo.
Luego me fui a casa.
Al día siguiente robé una moto y lo seguí hasta donde trabajaba. Esperé a que saliera de su trabajo por la tarde y lo volví a seguir. Llovía fuerte.
Esperé a que el tipo saliera de la ciudad y lo alcancé en un semáforo en el que yo sabía que no había cámara y donde no circulaban mucho
tráfico. Me puse a la par de su carro, le mostré mi arma, le indiqué que bajara el vidrio y le pedí el celular y la billetera. Me los entregó
mansamente. No me reconoció, o por lo menos eso pensé. Luego apunté con mi arma a su frente y disparé. Luego al pecho, en el tercer botón de
la camisa, y volví a disparar. El último disparo a la sien. Quedó bien muerto. Abrí la puerta de su carro, lo apagué y puse el freno de mano. Luego
me di la vuelta y me fui lo más lejos que pude a tirar la moto y deshacerme del celular y la billtera y de la ropa que llevaba puesta.

Me sentí realmente satisfecho, había librado a las niñas de un padre asesino. La mujer, por su parte, sufriría el impacto de la muerte, pero dadas
la circunstancias, se sentiría aliviada. Esa noche volví algo tarde, y no fue sino hasta el otro día que por la mujer de la tienda me di por enterado
del suceso. Ay, ya no se puede vivir en paz aquí, me dijo. Yo pensaba justamente lo contrario, pero le dije que tenía razón.

Fui hasta la casa de la vecina y toqué a su puerta. La niña del dulce salió a abrirme y me sonrió, pero tenía sus ojitos hinchados. Mi mamá está
triste, me dijo. Decile que venga, le pedí. La mujer salió. Tenía su cara descompuesta, pero se miraba linda. Le di un sobre con dinero. Le dije que
era para los gastos del entierro, que lo sentía mucho. Me dio un abrazo y un beso en la mejilla. Regresé a casa. Me sentí feliz.

EL VIEJO DEL BARRANCO

Todos los viernes a las cinco de la tarde nos íbamos al barranco con el Carlos y el Chejo. Vivíamos en la misma colonia e íbamos al mismo
colegio, a pocas cuadras de nuestras casas. Nos juntábamos en la casa del Chejo y bajábamos hasta la casa del viejo, que nos esperaba sentado
en su mecedora fumando un cigarrillo mentolado. Sonreía al vernos llegar, con los dientes amarillos que tenía. Se acariciaba la barba blanca y nos
daba la bienvenida mientras se seguía meciendo. Le llevábamos la comida que nos pedía: a veces fruta, a veces pan, otras veces pollo o carne.
Mientras observaba lo que habíamos llevado, nos decía, siempre, que si estábamos listos para volar.

El que había descubierto al viejo era el Carlos, un día que se fue solito al barranco. La gente decía que estaba loco y que era brujo. Otros decían
que era un pervertido mañoso. La cosa es que un día llegó el Carlos con la noticia de que había aprendido a volar. A volar barrilete, le dijo el
Chejo. No, a volar en serio, a andar por el aire, dijo Carlos. Nos explicó que había ido con el viejo del barranco y que lo recibió amable y que
platicaron y el viejo le preguntó si quería volar. Yo le dije que ese viejo no me daba confianza, pero el Carlos dijo que fuéramos los tres, que ya le
había hablado de nosotros, que no había nada que temer.

Le preguntamos al Carlos que cómo era eso de volar. Nos dijo que mejor probáramos, que no se podía explicar. Era un día lunes, a la salida del
colegio. A la tarde le pedí permiso a mi mamá para ir donde el Chejo, con la excusa de estudiar, pero no me dio permiso. Vos vas a jugar nintendo,
no a estudiar, me dijo, como si no te conociera. El viernes, podés ir si querés, pero antes tenés que hacer las tareas. Cuando les conté al Chejo y
al Carlos, quedamos en que el viernes era buen día y que nos juntábamos a las cinco de la tarde, ya con las tareas terminadas.

Toda esa semana fue eterna. ¿Cómo sería eso de volar? Yo lo imaginaba muchas maneras. También pensé que a saber con qué cosa nos saldría
el Carlos. Como cuando en los anuncios te pintan la gran hamburguesa y vas y la pedís y es una cosa pequeña y descolorida apenas. En los
recreos nos juntábamos a comer la refacción, pero no le logramos sacar más al Carlos. Tienen que probarlo, contestaba siempre. Así nos tuvo
toda la semana.

Cuando por fin llegó el viernes, yo salí volado del colegio a la casa, almorcé a la carrera e hice las tareas. A las cuatro de la tarde ya estaba listo.
Me puse a ver tele para esperar un poco e ir a la casa del Chejo. Cuando llegué Carlos ya estaba allí y nos fuimos rápido al barranco. Yo nunca
había bajado el barranco. Había árboles y monte, pocas casas. Llegamos rápido a la casa del viejo, que nos invitó a pasar. Le reclamó a Carlos
que no llevábamos nada de lo que había pedido. Carlos respondió que se le había olvidado, pero que a la próxima no íbamos a fallar. Meciéndose
con el cigarro en la mano, el viejo dijo que por esta vez no había problema, que si estábamos listos para volar.

Los tres dijimos entusiasmados que sí, que estábamos listos para volar. El viejo se levantó de la mecedora y nos llevó al fondo del barranco, en
donde pasaba un río de aguas negras. Nos pidió que nos tomáramos de las manos y dijo que debíamos concentrarnos. Nos explicó que para volar
debíamos volvernos tan ligeros como nuestro espíritu, de tal manera que el cuerpo se sujetase a las leyes del espíritu y no al revés como sucede
siempre. Para ello debíamos cerrar los ojos y poner nuestra mente en blanco, sin pensar en nada. Luego de eso debíamos pensar en las personas
que más queríamos, pues sólo la fuerza del amor es la que eleva el espíritu. Yo pensé en mi mamá y en mi hermanita de un año.

Después de unos cinco minutos, para mi gran susto, el que se empezó a elevar fue Carlos. Yo lo tenía tomado de la mano, sentí que temblaba un
poco y de repente, se empezó a elevar. Yo abrí los ojos y vi que sus pies estaban a medio metro del suelo. Grité del susto y Carlos cayó. El viejo
me dijo que debía estar callado y concentrado, que así no iríamos a ningun lado. Nos dijo que nos fuéramos y que la próxima vez volviéramos con
frutas: sandía, melón, papaya, duraznos y piña. Que si no lográbamos volar la próxima vez, que mejor ya no llegáramos.

En el camino de regreso bombardeamos al Carlos con un motón de preguntas, ¿qué se siente? ¿cómo le hiciste? ¿por qué a nosotros no nos
salió? Nos dijo que nos teníamos que concentrar, que el viejo es buena onda, pero si no le hacés caso, ya no te recibe. Le preguntamos de nuevo
qué se siente, pero nos contestó como las otras veces: lo tienen que probar por ustedes mismos.

Esa fue otra semana eterna. Ese viernes teníamos que lograr volar a como de lugar. Yo me encerraba en mi cuarto y trataba de concentrarme,
pero era difícil. Con el Chejo y el Carlos nos juntamos un par de tardes a hacer ejercicios de respiración y practicar para cuando fuéramos con el
viejo. Cuando llegó el viernes, otra vez me fui volado del colegio a la casa, y tuve suerte porque no tenía tareas del colegio. Nos juntamos de
nuevo en la casa del Chejo y fuimos a comprar las frutas del viejo. Nos propusimos que ese viernes teníamos que volar, teníamos que lograrlo.

El viejo nos recibió como la vez anterior y se alegró cuando vio lo que le llevamos. Fuimos otra vez hasta el río de aguas negras y nos tomamos de
la mano. Todos respiramos profundo. Esta vez, yo sólo pensaba en mi hermanita. Sientan como su cuerpo es ahora su espíritu. Sientan cómo son
más livianos que el aire. Yo sentí que Carlos y el viejo se elevaban. Después de concentrarme lo suficiente, yo también flotaba. El último que lo
logró fue el Chejo. Nos soltamos de las manos y el viejo dio un grito y nos asustó. Caímos al suelo. Nos dijo que eso era todo. Salimos corriendo
emocionados, casi que ni nos despedimos del viejo.

Regresé emocionado a la casa, brincando de felicidad. Mi mamá me preguntó que por qué tanta alegría y yo le dije que por nada. Fui a ver a mi
hermanita a su cuna y me sonrió. No podía esperar hasta el otro viernes.

Se convirtió en costumbre de todos los viernes ir a volar con el viejo. La sesión de vuelo duraba media hora y se nos iba rápido. Nos prohibió
hablar con nadie del asunto. Con el tiempo yo volaba a un metro de altura encima del río de aguas negras. Podía durar un minuto volando. Se
sentía bien, como si no pesara, como si no tuviera cuerpo. Para dirigir el vuelo, teníamos que pensar antes hacia dónde queríamos ir, como
planificando el vuelo. Si no lo hacíamos, nos caíamos. El viento en la cara a la hora del vuelo era increíble. El Chejo cayó una vez en una piedra y
casi se quiebra el pie. Yo me di con la cabeza contra un árbol. El viejo se reía de nosotros cuando nos pasaba algo así. Carlos nunca se caía,
siempre era el que mejor se concentraba.

Intentamos muchas veces volar en nuestras casas, cada uno en la suya, pero no lo logramos. Nos juntamos muchas veces en la casa del Chejo
para intentarlo juntos, pero no podíamos. Sólo con el viejo podíamos volar.

Cuando nos fuimos haciendo mejores voladores, nos inventamos algunos juegos con el Chejo y el Carlos. Jugamos flotafútbol, voleyfly,
airbasquet. Nombres así les poníamos. Era genial. En el flotafútbol, mi favorito, podíamos hacer chilenas de vuelta entera. El viejo hacía que la
pelota también flotara. Era como estar en sueños. La canasta del airbasquet la pusimos en un árbol bien alto. Todos hacíamos clavadas como los
basquetbolistas de la NBA. El viejo también se divertía. En el aire no parecía que fuera viejo, jugaba igual que nosotros.

El que volaba más alto era el Carlos. Llegaba, yo calculo, a unos diez metros de altura. Era también el que podía durar más tiempo en el vuelo,
podía tardar hasta cinco minutos. Con el Chejo le preguntábamos que cómo le hacía, y él sólo contestaba que se concentraba más. En el colegio
el único tema del Carlos en los recreos era qué nuevos juegos podríamos inventarnos para el vuelo de los viernes. Nos dijo que de grande iba a
ser piloto aviador. Pero si vos vas a volar más alto que los aviones, le dijo el Chejo. Algún día se terminará lo del vuelo con el viejo, respondió.
Nosotros no podemos volar solos.

Al Chejo y a mí nos pareció que el Carlos sabía algo más. O por lo menos que lo presentía.

Después de cinco meses de vuelos todos los viernes, llegaron las vacaciones. Quisimos ir ya no sólo un día, sino toda la semana. Eso no le
pareció al viejo. Dijo que igual, que sólo nos recibiría los viernes. A pesar de que llegamos otros días diferentes al viernes, el viejo nunca nos salió
a abrir. Sólo nos recibía el viernes. Hasta las vacaciones no nos habíamos dado cuenta de varias cosas. La primera era que nadie nos había visto
volar, y la segunda era que no habíamos visto a nadie más visitar al viejo. Tampoco sabíamos su nombre, a pesar de haberle preguntado varias
veces. Siempre cambiaba conversación.

Según el viejo nos había contado, había sido piloto aviador y había tenido una mujer y una hija. Las dos habían muerto en un accidente en una
avioneta, y cuando sucedió eso, el viejo dejó de trabajar y decidió vivir el resto de su vida con los ahorros que había logrado. Como los ahorros no
eran muchos, se había ido a vivir al barranco. El Carlos nos contó que una vez se le salió decir que visitaba ricos a los cuales hacía volar por
dinero. Seguro le pagaban bien.

La casa del viejo eran cuatro paredes de madera vieja y unas láminas de metal también viejas. Una conexión eléctrica clandestina le daba
electricidad para una vieja percoladora, una televisión y una estufa eléctrica. El viejo tenía salud de hierro, nunca se enfermó de nada, según él
mismo nos dijo.

Para ese entonces ya los tres éramos expertos voladores. Hacíamos piruetas en el aire y durábamos más tiempo suspendidos. El más veloz era
siempre Carlos. Hacíamos carreras en el aire. Volar te da sensación de libertad, de que todo es posible. Éramos únicos, nadie en el colegio ni en
la colonia ni en el país, podía volar. Sin embargo el viejo nos advirtió desde el principio que no nos saliéramos de los límites que él nos estableció.
Volábamos en un espacio del tamaño de un campo de fútbol. Varias veces intentamos cruzar el límite y volar más allá, pero nos caíamos. Las
sesiones tampoco duraban más de la media hora establecida al principio. El más temerario era el Chejo. Subía lo más alto que podía y se dejaba
caer en picada gritando en el camino. Justo antes de pegar en el suelo, elevaba el vuelo de nuevo. La pasábamos bien siempre, y creo que nunca
he sido más feliz.

Pero como todo, los vuelos en el barranco llegaron a su fin. El tercer viernes de ese diciembre, como siempre, bajamos a la misma hora, pero no
encontramos al viejo. Sus cosas tampoco estaban. No era que tuviera mucho, pero no estaban. Lo buscamos como locos hasta que oscureció. No
lo hallamos. Volvimos al día siguiente, y al siguiente. Bajamos los siguientes viernes de diciembre y de enero, pero no volvió. Desapareció del
barranco. Intentamos volar solos pero nunca lo logramos.

La teoría del Chejo era que se había ido a la casa de uno de sus clientes ricos. Yo pensaba que a lo mejor se había cansado del olor del río de
aguas negras y se había ido. Carlos, en cambio, pensaba que se había ido a otro barranco, y que ahora todos los viernes, otros niños en ese
barranco volaban junto al viejo.

LA ENTREVISTA

Juventino López, un tipo simpático de menos de treinta años, lleva seis meses sin empleo. Todos los lunes y los jueves revisa minuciosamente los
clasificados de la prensa para seleccionar algunas ofertas, ir a dejar currículums y esperar. Casi todas las semanas ha tenido entrevistas. Siempre
le dicen que lo llamarán si logra pasar la revisión. En ocasiones lo llaman para hacer una segunda prueba. Quedan de llamarlo, pero igual, no
llaman. Un día lee un anuncio y decide llamar. Lo atiende la señorita Lupita, y lo cita para una entrevista por la tarde.
El anuncio dice que el trabajo es de media jornada y que es de trabajos de oficina. No piden más que sexto primaria, lo que a Juventino le va bien
porque no terminó el bachillerato. El anuncio ya lo había visto en otras ocasiones, pero siempre le pareció que no era algo real, que debía haber
trampa. Pero como nadie lo ha llamado para contratarlo, pues no tiene nada que perder, piensa, mientras se arregla para la entrevista.

Cuando no está buscando empleo, Juventino se las arregla como puede. Compra dulces en el supermercado y se sube a los buses a venderlos.
Le hace mandados a sus familiares. Hace limpieza en la iglesia a donde va los domingos. Con esos y otros mil oficios consigue pagarse la comida
y la habitación en donde vive. Muchas veces come en los comedores públicos porque la plata no le rinde.

Juventino vino de Patulul, su pueblo natal, a la capital al nomás cumplir los 18 años. Pensó que lograría dinero y fortuna. Siempre ha trabajado
duro, pero aún así, apenas logra sustentarse. A los 23 años se puso a vivir con una muchacha que trabajaba en una maquila. Fue feliz. Pero a los
dos años ella desapareció de un día para otro. La buscó por todos lados, y al fin, después de un mes de búsqueda, la halló en una morgue. Había
sido violada y asesinada. Estaba embarazada. Fue un gran golpe para Juventino, que se deprimió y por algún tiempo se dio a la bebida. Unas
compañeras de su mujer le contaron, tiempo después, que en el trabajo ella tenía un amante que había sido sicario. Juventino prefirió no creerles.
Después de reponerse del golpe probó suerte con dos mujeres más, pero los celos no lo dejaban tranquilo y al poco tiempo de juntarse lo dejaron.

A pesar de su mala suerte, Juventino no dejó de ser un tipo agradable. Hacía de todo lo que le ofrecieran hacer desde albañilería y policía privada,
hasta instalaciones eléctricas. Lo que le molestaba era estar siempre en la incertidumbre de no tener un empleo fijo, de tener un salario. Por eso
irá a la entrevista con la señorita Lupita, que se escuchaba amable por el teléfono.

Al llegar al lugar indicado pregunta por la señorita Lupita. Una muchacha, que no es Lupita, pero que tampoco le dice su nombre, le pregunta si va
a la entrevista y lo hace pasar. Es en el tercer nivel, le indica. Hace calor. En los descansos de las gradas hay mujeres sentadas en bancos de
plástico. Le indican que debe seguir subiendo. Al llegar al tercer nivel un hombre gordo sudoroso, le indica que entre al salón. Juventino pregunta
por Lupita, pero el hombre le dice que entre, que ahí será la entrevista, que no se preocupe por la señorita Lupita.

En el salón hay unas cincuenta personas sentadas. Un pizarrón verde muestra algunas anotaciones hechas con yeso blanco. Hace calor y se
respira el vaho sudoroso de la gente, a pesar de los ventiladores que tienen funcionando. Juventino busca lugar y espera. Casi todos han llegado
acompañados y aprovechan para platicar. Muchos se abanican con las hojas de la prensa. Casi toda la gente es de la clase de Juventino:
sirvientas, conserjes, vendedoras de jugos, vendedores ambulantes. En las filas de adelante hay un tipo que mira extrañado a todo el mundo.
Viste con un buen traje y parece universitario. Dos filas atrás de Juventino hay un par muchachas que tampoco se parecen a la gente que está en
el salón. Delgadas, bien peinadas, con bonitos vestidos. Ellas también están desconcertadas, así como el tipo del traje.

Minutos después entra al salón un tipo joven que lleva un traje que le queda grande.

—¡Buenas tardes! —dice en voz alta.

La gente responde el saludo con un murmullo.

—¡No les escucho! ¡Dije buenas tardes! —dice el tipo alzando la voz.

—¡Buenas tardes! —responde al unísono toda la gente.

Juventino se da cuenta de que hay mucha gente que ya estuvo antes en esa entrevista. El tipo del traje grande dice que en la empresa todo
mundo será bienvenido, no importa que no tengan dinero y no hayan estudiado. Porque las personas que tienen dinero y son muy estudiadas,
dice el tipo del traje grande, son muy creídas y desprecian a todos los demás que no tienen dinero ni estudios.

—¿No es cierto que los ricos son creídos? —pregunta a la audiencia.

—¡Sí! —responde a coro la gente.

—Pero nosotros no somos creídos —dice el tipo—. En esta empresa todo mundo es bienvenido.

La gente que está en el salón aplaude. El tipo del traje grande sigue con su discurso alabando a la gente humilde y denostando a los ricos y a los
estudiados. Dice que por eso es que no piden que se tenga estudios para lograr un puesto en la empresa, porque confían en la gente. La gente
aplaude. Juventino también termina por aplaudir, emocionado.

El tipo del traje grande les dice que todavía no les va a indicar de qué se trata el trabajo, porque quiere conocerlos antes. Sin embargo, dice, les
voy a adelantar algo. Escribe en el pizarrón lo siguiente, lo que se espera que las personas hagan:

Provocar el desplazamiento de 80 fragancias al mes.

Les indica que sólo eso les adelantará por el momento. Van a hacer una prueba, y van a quedar descartados los que saquen una nota menor a 60,
pero también van a descartar a los que saquen más de 85, porque esos son los creídos. Y no queremos creídos en nuestra empresa, queremos
gente normal, trabajadora, como ustedes. Mientras dice esto, mira de reojo al tipo del traje y a las muchachas bien vestidas. La gente aplaude.
Juventino también.

—Los que no estén de acuerdo con esto, pueden salir en este momento —indica, haciendo una pausa.
Salen del salón el tipo del traje y las muchachas delgadas.

Al cerrar la puerta, el tipo de traje grande pregunta si hay alguien más que quiera irse. No hay nadie más. Le dice al grupo que seguro que esas
personas que salieron eran creídas, y que a ese tipo de gente no las quiere la empresa. Les indica que deberán pasar una prueba de dos
semanas, en las cuales se les dará una capacitación. Como es capacitación, el tiempo no será pagado. Esto no le convence a Juventino. La gente
aplaude.

El tipo del traje grande les dice que ahora procederán a hacer la prueba. Sale del salón para ir por las pruebas. La gente murmura quejándose del
calor y abanicándose con las manos o con el periódico. Unos dicen que esta vez esperan pasar la prueba. Entra el tipo del traje grande, cargado
de cuadernillos de papel. La prueba consiste en una serie de preguntas de selección múltiple. Algunas sumas y restas, preguntas básicas sobre
ciencias naturales o estudios sociales. Juventino sabe algunas respuestas, de lo que se acuerda de sus estudios de primaria. Los resultados
estarán listos mañana por la mañana, los esperamos de nuevo aquí, dice el tipo del traje grande.

Juventino regresa al siguiente día. Obtuvo un 75, pasó la prueba, está feliz. Lo hacen pasar a un salón en donde están los que aprobaron. Ya no
está el tipo del traje grande, ahora hay alguien que se presenta como instructor. El instructor les dice que les va a revelar qué harán para obtener
el empleo. Les dice que recibirán capacitación sobre un gran producto, unos perfumes que la gente se muere por comprar. Sólo tienen que vender
ochenta fragancias en un mes y el puesto es suyo. Deben hacer una inversión y comprar de su propia bolsa las fragancias. Una gran inversión,
porque la gente se muere por comprarlas. Después de lograr las ventas que harán, podrán optar a un empleo de medio tiempo, así como ofrecía
el anuncio, además de ganar dinero. Es una gran oportunidad. Juventino, entusiasmado, hace cálculos. Debe ahorrar para hacer la inversión y
obtener el empleo, pero se decepciona, porque tardaría demasiado en obtener el dinero y no quiere prestarle a nadie. Respira profundo, otro
empleo que no es para él. Mañana buscará de nuevo.

GOTAS DE CHOCOLATE

Marta llega a la escuela y la recibe con un abrazo Miguel, uno de sus alumnos de kinder. El niño le cuenta que ayer fue con su papá al cine y la
pasó bien. Marta sonríe y le dice que se alegra mucho, lo toma de la mano y se encamina al aula. Allí encuentra a sus demás alumnos, que le
dicen buenos días y la rodean, cada uno contando lo que hacen o hicieron. Laura, la más pequeña, está llorando. Juan, el más travieso, está
subido en una silla queriendo alcanzar uno de los dibujos pegados a la pared. En un momento, todos los niños gritan. Marta los llama al silencio y
les dice que hoy va a ser un día muy bonito, van a pintar, a cantar y a jugar. Todo parece normal, hasta que se escuchan unos disparos afuera de
la escuela.

Los disparos son de ametralladora. Provocan un silencio aterrador en el aula. Marta les dice, aguantando el susto, que se tiren al piso, que pongan
su carita en el suelo. Los 15 alumnos hacen caso. Marta siente que le va a estallar el corazón, pero cada vez que les habla a los niños procura
parecer serena. Ellos, al escucharla, mantienen la calma. Afuera suenan más disparos.

Por la mente de Marta pasan muchas cosas. Al observar su celular, se le ocurre grabar en video lo que sucede. Puede servir como evidencia, le
dijeron alguna vez. Activa la grabación de video y continúa dando instrucciones.

—Todos en el piso, chiquitos.

Un niño pregunta si afuera están matando a alguien.

—No, no pasa nada corazón. Nada más pongan su carita en el piso.

Se escuchan ráfagas de ametralladora.

—No pasa nada, aquí no nos va a pasar nada. Nada más no me levanten la cabeza, por favor —dice con aplomo la maestra.

Otra ráfaga de ametralladora parece contestarle. Es posible que sí les pase algo. Laura cierra fuerte sus ojitos y se coloca boca abajo sobre sus
brazos cruzados. Marta, asustada, respira profundo. Piensa que debe distraerlos, que debe mantener la calma a toda costa. Los niños dependen
de ella.

—¡Vamos a cantar una canción! —les dice a los niños, alzando la voz con la esperanza de que se escuche más fuerte que las balas.

Laura la observa, recostando su cabeza en sus manitas. Sonríe cuando su maestra empieza a cantar la canción. Miguel, arrastrándose, se acerca
con los demás niños hacia la maestra para escuchar y cantar la canción.

Si las gotas de lluvia


fueran de chocolate
me encantaría estar ahí

—¿Quién quiere chocolate? —pregunta la maestra.

—¡Yo! —responden a coro los niños.

Abriendo la boca para saborear


No todos los niños cantan la canción, pero la escuchan atentamente. La angustia de la maestra es mantener a los niños en el suelo. Se le ocurre
que los niños se coloquen boca arriba y que se imaginen recibir con la boca las gotas de chocolate.

La idea funciona. Todos los niños están acostados en el piso, boca arriba. Tararean con la maestra la canción, y esperan en su imaginación
saborear las gotas de chocolate que caen del cielo. Marta hace una toma de los niños con el celular.

—¿Están abriendo la boca? —pregunta.

—¡Sí! —responden a coro los niños.

—La boquita hacia arriba, para que caigan las gotitas de lluvia.

Marta apaga la cámara del celular. Afuera de la escuela, el grupo de sicarios ha terminado su labor. Han asesinado a cuatro rivales
narcotraficantes que se movilizaban en taxis pirata. Se habían reunido en las cercanías de la escuela. Un hombre que pasaba por ahí también fue
alcanzado por las balas y murió. Desde hace un par de años los narcos prácticamente han tomado la población en donde está la escuela de
Marta.

Después de que termina la balacera, la calle queda desierta y sólo hay silencio. Marta sigue cantando con sus niños la canción de las gotas de
chocolate. Sus compañeras en la escuela han hecho otro tanto con los demás niños. Los niños siguen tirados en el piso durante unos quince
minutos más, cantando canciones con su maestra.

Marta llama a la directora de la escuela por el celular. La directora le indica que por precaución deben seguir en el suelo unos cuantos minutos. El
vigilante de la escuela saldrá a la calle en algunos minutos más a ver si ya pasó el tiroteo. Los niños siguen cantando, rodeando a la maestra,
asustados, pero confiados en que ella sabe más, que no los va a desproteger.

Finalmente, el conserje de la escuela pasa por el aula avisando que ya pasó el peligro. Los niños se incorporan y vuelven a sus pupitres. Marta les
dice que como se portaron bien e hicieron caso, les va a dar chocolates a todos. Los niños sonríen.

Respira por fin aliviada, el peligro pasó. Por ahora.

EL EXAMEN FINAL

Nora pasó toda la noche estudiando para su examen final de matemáticas. No ha obtenido buenas notas en los exámenes parciales. Nunca ha
entendido bien todo eso del álgebra, las derivadas y las ecuaciones cuadráticas. Siempre han sido una pesadilla. Después de dos horas de sueño
se levanta con pereza e invoca al espíritu santo para que le ilumine y pueda ganar el examen. En el camino a la universidad, sentada en el bus,
repasa con cuaderno en mano los problemas que les dejó estudiar el catedrático. Al llegar al aula ya los pupitres están separados para evitar que
los alumnos se copien. Se empiezan a repartir los cuadernillos con el examen impreso. Nora le da el primer vistazo y quiere llorar, porque de
repente, ya no se acuerda de nada.

Después del primer vistazo, intenta leer con más calma el examen. Se da cuenta de que puede hacer el problema número dos, una simple
factorización de una ecuación cuadrática. Observa a su alrededor a sus compañeros, unos, muy concentrados en el trabajo, escribiendo y
tecleando en la calculadora, otros, con la mirada perdida característica del que no sabe mucho. Nora sigue avanzando en la resolución de los
problemas y en cuestión de media hora, ha logrado resolver un poco menos de la mitad del examen. No es que comprenda todo lo que está
haciendo. Ella memorizó todos los problemas que pudo y sólo cambia números para alcanzar respuestas.

Después de resolver los problemas que pudo recordar llega a otros más complejos, los que tienen que ver con derivadas e identidades
trigonométricas. ¡No se recuerda de nada! Revisa todos los problemas que le falta resolver y se da cuenta de que no los entiende y que los que
memorizó no son exactamente iguales. Resuelve un par de problemas más, un poco adivinando porque no recuerda bien el procedimiento.

Es una mañana soleada y un poco calurosa. Se puede observar por las ventanas la ausencia total de nubes. Por un momento Nora se entretiene
mirando una pareja de novios que están afuera, sentados en una banca. Cómo le gustaría que su novio fuera tan cariñoso como se ve el que está
afuera. El catedrático camina y observa el examen de Nora. Al verlo, nota que los últimos problemas no están bien resueltos, alza las cejas,
resopla y continúa su camino. Esto pone más nerviosa a Nora, que según sus cálculos, tiene que sacar una muy buena nota en el final para ganar
la clase.

Una alumna de minifalda y tacones altos se levanta a buscar al catedrático. Al pasar deja en el aire el olor de su perfume. Sus pasos rítimicos
resuenan en el aula, alertando a los alumnos. Todos los varones interrumpen su examen para ver las piernas bronceadas y perfectamente
depiladas de la coqueta. La muchacha tutea al catedrático y le plantea sus dudas, pero lo que quiere es asegurarse de que ganará el examen. El
catedrático mira el examen de la mujer y observa el bolígrafo que ella tiene entre sus labios. Todo mundo se da cuenta de que entre los dos se
establece una alianza tácita, y que ella ganará el examen. ¡Gracias profe!, dice la muchacha con voz aguda y regresa a su pupitre. Vuelve a dejar
el rastro de perfume a su paso y el ritmo de sus tacones vuelve a llenar el aula.

Avanza el tiempo y los primeros alumnos empiezan a entregar el examen. Los más aplicados han resuelto bien todos los problemas. Algunos se
apresuraron a entregar el examen porque no sabían nada más.
Mientras tanto Nora invoca al espíritu santo para que le ayude a resolver los problemas que le faltan. Trata de concentrarse cerrando los ojos y
tapándose la cara con las manos. Intenta visualizar las páginas de su libro y de su cuaderno de apuntes, pero se ven borrosas. Sabe que ahí
están las respuestas, pero no logra alcanzarlas. Lee y relee los problemas, trata de planteárselos pero no logra concretar nada. Revisa los
problemas que ya resolvió y encuentra un par de errores que corrige. Pero el tiempo sigue avanzando y algunos problemas se resisten a ser
resueltos.

—Quince minutos para que se acabe el examen —anuncia en voz alta el catedrático.

Algunos alumnos exclaman preocupados. Nora trata de resolver los problemas que le faltan con lo que logra ver en sus recuerdos borrosos. Hay
dos problemas que definitivamente no sabe cómo plantear y que decide dejar en blanco. Revisa rápidamente los problemas que resolvió y piensa
que ya es tiempo de entregar el examen.

—Tienen diez minutos para terminar su examen, jóvenes —dice el catedrático.

Nora decide entregar el examen, pero cuando se va a levantar escucha alzar la voz al catedrático.

—¿Qué es esto? —pregunta a un alumno, al descubrir una hoja con todos los problemas del examen resueltos.

El alumno no responde. Resignado, espera sentencia. El catedrático toma el examen y le coloca una nota de cero, y le dice al alumno que se
vaya. Todo mundo mira al alumno tomar su mochila, guardar su bolígrafo y calculadora, y marcharse sin protestar. Después de que el tramposo
descubierto abandona el aula, el catedrático anuncia que quedan sólo cinco minutos más para terminar. Se escuchan expresiones de sorpresa y
angustia.

Nora se levanta y entrega su examen. Al entregarlo, a pesar de no estar segura de que vaya a obtener la nota que necesita, siente un gran alivio.
Toma su mochila y se va caminando hacia la parada de bus. No quiere esperar a ninguno de sus compañeros. Todo mundo comenta después
cuáles eran las respuestas correctas y es frustrante escuchar que no son las que uno obtuvo. En la parada de bus encuentra a la pareja de novios
que había visto cerca del aula. Sube a un bus que tiene pocas personas dentro. El piloto esperará que suban algunas más para arrancar. Sentada
en el bus, observa lo tranquila que se mira la universidad y resopla aliviada. Irá a casa a dormir. Por la tarde tal vez aproveche el buen día que
hace para pasear con su novio. Tendrá que esperar una semana y media para saber su nota final de matemáticas. Piensa en lo feliz que será si
gana la clase y en cómo disfrutará de las vacaciones. Mientras el bus comienza a avanzar hacia la salida de la universidad, a Nora poco a poco la
vence el sueño, y recostando la cabeza en la ventana, se queda dormida.

LA MESERA Y EL OFICINISTA

Convencido de que la mesera del Café París era la mujer ideal, César decidió ir tras la conquista de Anabel, una treintañera guapa y madre soltera
de dos hijos. Lo anunció en la oficina un lunes como a las dos de la tarde, cuando acababa de regresar de almorzar en el París. Anabel había
llegado al Café París hacía seis meses y su belleza, su inagotable energía y su destacado culo, habían hecho que se duplicara la clientela,
mayormente masculina. En contraste, el pobre César no era más que un flacucho de veintidós años sin mucha gracia, de lentes de culo de botella
y mortalmente torpe con las mujeres. Todos en la oficina soltaron la carcajada cuando César dijo que ella terminaría casándose con él.

César no había ido a comer al París hasta ese lunes. Así que para él fue amor a primera vista; para ella no, por supuesto. Pasó toda la tarde
ensoñado y al nomás dar las cinco, se fue a una óptica a hacerse unos lentes de contacto. Al siguiente día se cortó el pelo y se compró ropa
nueva. Por fin su vida tenía un objetivo definido, una meta que alcanzaría sin importar los sacrificios y desventuras que le ocasionara. César
empezó a ir todos los días, religiosamente, a almorzar al París. Antes de su visita al café ejecutaba un ritual diseñado, según él, para el éxito.
Primero iba al baño a lavarse la cara, peinarse y arreglarse la corbata y luego se echaba un perfume caro. Mas de alguna vez lo vi haciendo
muecas frente al espejo; era enternecedor y cómico a la vez. Mary, la secretaria del gerente financiero, solía decir al verlo salir: ¡pobre mi gordo!
Después del acicalamiento César enfilaba hacia el Santuario de Guadalupe a rezarle a la Virgen para que le concediera el milagro. Después
caminaba hacia el mercado central a comprar una rosa, para ir finalmente a los dominios de Anabel. Llegaba casi siempre de primero a la
cafetería para tener la oportunidad de entregar la rosa y decirle a la mujer de sus sueños que hoy, como siempre, estaba hermosa. Ella respondía
con una sonrisa cortés, recibía la rosa y le preguntaba qué quería para almorzar. Un par de veces me fui temprano al almuerzo para ver al romeo
en plena acción. Él se quedaba como idiota viendo a la grácil mujer viajar en medio de las mesas, las miradas lujuriosas, los vasos de refresco, los
platos y cubiertos. ¿Por qué una mujer tan guapa tenía que trabajar tan duro?

César cumplía su rutina diaria de forma meticulosa. Durante semanas enteras la mesera se limitó a recibir con una sonrisa sin emoción las rosas y
las atenciones de su enamorado. Siempre que César quería entablar conversación, ella fingía que tenía que ir a hacer a la cocina, o que tenía que
terminar de limpiar o atender pedidos a domicilio, que más bien eran raros. En la oficina todos lo molestábamos e íbamos a la cafetería sólo para
ver los intentos infructuosos del enamorado. Mano, le decía Edwin, el de costos, la Anabel es mucho culo para vos. César se limitaba a mirarlo
fijamente y decía qué te importa.

Después de casi dos meses de rosa y piropo diario, un día que llegué al París, la mesera me preguntó que cómo era César. Bueno, le dije, parece
un buen tipo, yo lo conozco sólo de la oficina y aparte de ser su enamorado más insistente, no le conozco ninguna otra rareza. Ella me sonrió y me
contó, como en confidencia, bajando la voz un poco: ¿sabe qué hizo ayer? Me pidió en una carta larguísima que saliera con él a tomar un café un
día a la salida de mi trabajo. Cuando vine acá esa carta ya estaba en la cocina junto a un arreglo grandote de flores. Todos ya la habían leído. Me
dio ternura. ¿Y qué le respondió usted?, le pregunté. Que la otra semana, pero sólo para ganar tiempo, porque no estoy segura.

Mejor salga usted conmigo, le propuse entonces. Ella me miró extrañada y se avergonzó un poco; no lo esperaba. Claro que no, me dijo algunos
segundos después. Yo sólo le preguntaba porque usted es su amigo y no sé si César es loco o algo así porque yo no quiero problemas, me
aseguró. Entonces tendré que empezar a traer mi rosa diaria, dije sonriendo. Ella se alejó fingiendo indignación, aunque antes de entrar a la
cocina volteó a verme, con una cara seria que en el fondo reflejaba el brillo inequívoco de la vanidad femenina halagada. Desde esa vez yo
también me empecé a obsesionar con Anabel, la adorable mesera del Café París.

Por aquel entonces yo tenía una novia con la que todo iba bastante bien. Ella estudiaba conmigo en la universidad el último año de administración
de empresas. Yo la quería, no hay duda, pero no estaba tan enamorado que digamos. Ella y su cariño me hacían sentir cómodo, la compañía era
buena, ella era bonita, pero tenía una risa nerviosa muy rara que a veces me hacía desesperar. No tardé en olvidarme de ella y soñar con la
infatigable mesera del prominente trasero. Ahora éramos dos los enamorados obsesos.

Competíamos con César por ser los primeros clientes en llegar. Yo todos los días la invitaba a salir, y él todos lo días le daba sus flores y una
carta, con un poema de Ruben Darío, de Amado Nervo o de Pablo Neruda. Yo de vez en cuando le llevaba una rosa. A Anabel le divertía un poco
nuestra competencia, unas veces saludaba de besito a César y otras a mí, como para provocar más la rivalidad. César me dejó de hablar, y
cuando teníamos que hacerlo por trabajo se limitaba casi a monosílabos. Mientras seguía con su ritual religioso: acicalamiento, compra de flores e
ida a la iglesia. A veces yo le decía por molestar que a mí me iba a hacer caso la Anabelita porque yo le pedía al diablo, que es el príncipe de este
mundo. César me contestaba con una mirada de odio profundo y sincero.

Así fuimos por un par de meses, hasta que un día, cansada del cortejo, Anabel decidió darnos una cita a cada uno. Chicos, dijo, me gusta que me
halaguen, pero ya es hora de terminar con esto. Mañana saldré con César y pasado mañana con Carlos, a ver quién se pone más las pilas y me
sorprende mejor. Yo sonreí y volteé a ver a César, que estaba serio y altivo. Los dos creímos que le íbamos a ganar al otro. El con su
romanticismo soñador y yo con mi mejor trato con las mujeres. Yo estaba seguro que me había puesto de último para quedarse conmigo. Con
César saldría el jueves y conmigo el viernes, algo tenía que significar.

* * *

El jueves, cuando los vi salir de la cafetería París, como a las cinco de la tarde, yo moría de celos. Los vi desde la ventana de la oficina hasta que
se subieron al carro de César. El volteó a mirar hacia la ventana de la oficina, con una sonrisa burlona. Sabía que yo iba a estar ahí, observando
como el romeo se llevaba a la mesera. Era una tarde soleada, bonita, y yo apenas resisití a la tentación de llamarla al celular. Casi no dormí
pensando en qué le diría, en cómo podría romper su resistencia, en cómo venderme como mejor opción. También pensé en que para qué me
metía a luchar por una mujer que ya tenía hijos, que no iba a tener tiempo para mí, que ya estaba muy vivida como para ilusionarse. Hasta que se
pasó la noche y llegó el siguiente día, la hora del almuerzo en el París, y por fin, la hora de salida, las cinco de la tarde tan ansiadas.

Cuando llegó César ese viernes, me miró con sonrisa triunfante y despectiva. Yo no sabía lo que habían hablado, pero era evidente que me habría
mirado de esa manera cualquiera que fuera el resultado de la cita del día anterior. Sin embargo me intimidó un poco. Al fin y al cabo él era más
metódico en su cortejo y sus acercamientos con Anabel tenían más tiempo y más trabajo. El había trabajado en la planificación de esa cita mucho
tiempo más que yo, y era muy probable también que su devoción a la mesera fuera más grande que la mía.

Toda hora se llega, así que me tocó al fin ir a traer a la dama. Para no estar tan nervioso, me tomé un par de tragos después del almuerzo, repasé
mentalmente mis frases matadoras y mi sonrisa de galán frente al espejo y salí decidido a ganarme el corazón de la bella mesera. ¡Hola!, me dijo
al verme. Vestía una blusa celeste, un pantalón de lona algo flojo, y unos zapatos tenis. Se había maquillado con buen gusto. Me tomó del brazo y
dijo que caminara con ella. Me sentí el ganador de la contienda. Me dijo que iríamos a caminar un poco a la sexta avenida, y que después
podríamos ir a donde yo hubiera planificado. Hoy es un día importante, apuntó.

Me contó entonces que era el cumpleaños de su mamá y que desde que había muerto, hace tres años, siempre visitaba algún lugar que se la
recordara. Pasaríamos frente al restaurante Fu Lu Sho, en donde había trabajado su mamá por años. Al contrario que el día anterior, estaba
nublado, gris. Caminamos hasta llegar a la puerta del restaurante y ella señaló el bar desde donde atendía a la clientela. Había tenido una infancia
feliz, y pasar frente a ese restaurante le hacía recordar. Por un momento se le aguaron sus ojos. Se miraba hermosa.

Bueno Carlitos, y entonces, ¿a dónde me vas a llevar?, me dijo después de un nostálgico y profundo suspiro. Le di el nombre del restaurante en
donde quería cenar con ella, pero ella no lo conocía. Yo no me acuerdo del nombre, porque lo había escogido al azar en la guía telefónica, pero
resultó ser un bonito lugar. Anabel era una mujer divertida, así que nos pasamos riendo la mayor parte del tiempo. Como me sentí a gusto, olvidé
todas las palabras que había preparado para hacerla caer. Me la estaba pasando bien, así que decidí ser espontáneo.

Entre risas y comida, me dijo que había aceptado la propuesta de matrimonio de César. Yo me ahogué con la cocacola que estaba tomado y se
me salió un ¡puta! ¿cómo? La damisela se echo a reír con carcajada limpia. Sólo quería verte la cara, me dijo, somatándome la espalda (porque
yo tosía del ahogo), riéndose todavía. No acepté nada. Lo que quiero es que me llevés a un motel porque hace rato que no me cojo. Al punto
pagué la cuenta y nos fuimos al más cercano. No voy a dar detalles, pero nos la pasamos muy bien. La fui a dejar a su casa como a las cuatro de
la mañana, porque ella quería que sus hijos la vieran cuando despertaran. Se había quedado su tía cuidándolos. Me dijo al despedirse que por
favor no la llamara, que nos viéramos hasta el lunes.

Yo no hice caso y la llamé al día siguiente. Le envié mensajes de texto como loco, le dejé grabados mensajes de amor después de tono, pero no
contestó. Desesperado, la fui a buscar a su casa por la noche. Me atendió su tía, y me dijo que no estaba, que había salido con sus hijos, pero yo
sabía que mentía. Creí ver que atrás de la vieja se abría una cortina, pero no vi a nadie. Le insistí a la vieja, le dije que estaba loco por su sobrina,
que sólo quería verla. Ella sólo los vuelve locos y después se hace la loca ella, olvídela mijo, me dijo, casi tirándome la puerta en la cara. Volví a la
casa derrotado, llamé a unos amigos y me fui a emborrachar en el Paseo Aycinena. Salí de ahí cargado por dos de mis mejores cuates, chillando,
diciendo que me quería matar, y maldiciendo a la puta de la Anabel.

Pasé mal el domingo, con resaca y depresión. Pero cuando me levanté el lunes, decidí hacerme el fuerte e ir a decir a la oficina que me había
cogido a la mesera del París. Gritando, para que oyera el César. Cuando llegué a la oficina, sin embargo, todo mundo rodeaba al flacucho que les
mostraba el anillo de compromiso que le iba a entregar a Anabel ese mismo día. Todos estarían invitados a la boda. Al verlo ahí, tan ufano y
sonriente, no supe qué decir. Yo dije que me la había ido a coger el viernes, pero nadie me creyó. Todos fueron al París a almorzar ese lunes,
nadie se quiso perder la entrega del anillo. Yo me escapé de la oficina después y llegué a confrontarla, a pedirle explicaciones. ¿Cómo es eso que
cogés conmigo después de comprometerte en matrimonio? Soltame, me dijo, y te explico.

Un poco temblando la voz, pero bien claro, le escuché que ella estaba segura de que el César iba a quedarse con ella, ella lo que quería era
estabilidad y no sólo alguien que cogiera a la primera oportunidad. Que lo del viernes había cumplido dos propósitos: probar qué era lo que quería
yo y pasar el rato. Pero nada más. Ahí me descontrolé y empecé a insultarla de tal modo que me tuvieron que sacar a la fuerza del restaurante el
cocinero y el dueño. Fue la última vez que fui al París.

La boda se celebró tres meses después. Yo no estaba invitado, pero fui a la boda religiosa, que por supuesto fue en el Santuario de Guadalupe; el
lugar donde el romeo rogaba a Dios y a la Virgen que se le hiciera el milagro. Tenía que verlo con mis propios ojos. No digo que no sentí el orgullo
de macho herido, pero incluso me alegré del suceso. No sé bien por qué. Salí de la iglesia antes de que terminara la misa, mientras una soprano
cantaba el Ave María.

EL CELULAR

Son las siete de la mañana del domingo y Gustavo ya está listo para ir a la iglesia. Sus dos hermanas y sus papás corren por toda la casa
buscando ropa, zapatos, lociones, bolsas, peines y celulares. Luego de algunos minutos, el siguiente en estar listo es su papá. Ambos se sientan
en el sofá de la sala y sonríen cómplices al ver a la hija grande, que se ha puesto un zapato de uno y otro de otro. En un instante el padre mira a
Gustavo y lo siente extraño, hoy no regaña a sus hermanas por la tardanza, no se muestra ansioso y tiene un semblante tranquilo. Recuerda
entonces el porqué. Hoy, después del servicio en la iglesia, Gustavo irá a comprar un celular nuevo.

La familia se encamina a la iglesia. A través de los vidrios del carro se mira una mañana soleada. La hija pequeña comienza a cantar una canción
que le enseñaron en el colegio.

Cinco pececitos nadaban y nadaban,


vino un tiburón y a uno se comió.
cuatro pececitos nadaban y nadaban,
vino un tiburón y a uno se comió.

Al oír a la niña, al padre le entra una extraña sensación de fatalidad. Prefiere pensar en que en un día tan bonito nada puede pasar, quizás sea
cuestión de leer menos periódicos o no ver el noticiero de la noche. Tantas noticias malas le han de haber provocado esa sensación de fatalidad.
Gustavo en el asiento de atrás le hace cosquillas a la hija pequeña, que ríe contenta, mientras la grande intenta aprovechar algunos minutos más
de sueño. Tiene la boca bien abierta de lo dormida que está.

Ya en la iglesia, los padres de Gustavo saludan a las familias amigas y los niños juegan en el patio. Gustavo espera a ver a Sandra, una de las
jóvenes del grupo de los sábados. Le contará a ella que hoy comprará un nuevo celular y le enviará un mensaje nomás lo tenga. No será un
iPhone o una Blackberry, pero tiene una pantalla touch y está chilero. Ese celular es el fruto de su trabajo en las vacaciones, ahorros en su
mesada, y regalos en efectivo para su cumpleaños.

Pero los minutos pasan y Sandra no llega. El servicio va a comenzar y a Gustavo no le queda más que entrar a la iglesia, lamentándose no
haberla visto. La busca en las bancas, voltea a ver pero no la mira, quizás hoy no venga, piensa. Pero por ahí, después de las canciones de
introducción, Sandra llega a la iglesia. Lleva puesto una blusa verde, un pantalón negro. Su pelo suelto brilla puro comercial de la tele. La busca
con la mirada para saludar, y ella lo mira. Le sonríe.

El pastor en su prédica le dice a sus feligreses que Dios quiere que seamos prósperos, que vivamos en abundancia, que seremos bendecidos si
creemos y damos testimonio. Dios quiere que seamos felices. Pero debemos recordarnos de Él y ofrendar para tener una cuenta en el cielo, para
cuando dejemos esta tierra. Gustavo asiente, levanta la mano derecha diciendo amén y piensa en su celular touch y en el primer mensaje de texto
que le enviará a Sandra la bella, como él la llama.

Después del servicio, en la puerta de la iglesia, Gustavo se encuentra con Sandra. Le cuenta de la compra que hará por la tarde, un celular bien
chilero con pantalla touch. Sandra sonríe coqueta y le dice que está bueno, que le envíe el mensaje de texto, ella todavía tiene un poco de saldo
para contestarle. Al darle el beso y abrazo de despedida, Gustavo aprovecha para oler el aroma de su princesa.

Dos pececitos nadaban y nadaban,


vino un tiburón y a uno se comió.
Un pececito nadaba y nadaba,
vino un tiburón y se lo comió.

La familia almuerza en un comercial. La hija mayor quiere pizza, la menor quiere hamburguesa, mamá y papá comerán pollo frito. Gustavo les dice
que prefiere ir a comprar su celular a una de las tiendas, que luego comerá rápido o pedirá para llevar a la casa. Camino a la tienda de celulares,
piensa en que también actualizará ahora su estado de Facebook desde el celular. A veces no entiende por qué a la gente le encanta contar que
está comiendo en tal lado, o que se levantó de malas, o que hay frío o calor, buenos días, buenas noches. Pero él no se quiere quedar afuera. A la
noche, justo antes de dormir, enviará un mensaje para actualizar su Facebook, diciendo buenas nochesss. Con suerte Sandra esté conectada y le
responda con un emoticon sonriente.

Gustavo entra en la tienda y pide directamente, sin ceremonias, el celular que quiere. Un muchacho que se mira buena onda lo atiende, toma el
celular que quiere su cliente, le ingresa saldo y se lo entrega al adolescente impaciente. Prueba a llamar a su papá y le cuenta que ya tiene el
celular nuevo. Luego escribe un mensaje de texto para Sandra: hola! ya tngo el nvo cel stoy n miraflrs . Para su sorpresa, al salir de la tienda,
recibe respuesta de Sandra: k bn! yo stoy n peri, pq no venis? Gustavo casi pega un brinco de alegría, ella está en un comercial cercano y quiere
verlo.

Después de ponerse de acuerdo con sus papás, que harán unas compras, sale caminando al otro comercial, que está al otro lado de la carretera a
algunas cuadras de distancia. Va muy emocionado con su nuevo celular en la mano, tiene una cámara de un montón de pixeles y mp3 y una
memoria de dos gigas. Verá a Sandra además. No se puede pedir mejor domingo. Decide cruzar la carretera sin subir a la pasarela. Cuando
comienza la carrera para llegar al arriate central, de repente escucha que alguien grita ¡cuidado! y voltea ver confundido, mientras una camioneta
agrícola lo golpea y lo envía varios metros por los aires. Antes de caer en el asfalto, Gustavo escucha a su hermana cantar un pececito nadaba y
nadaba, vino un tiburón y se lo comió . El celular sale también volando. Lo recoge un muchacho que se lo mete a la bolsa del pantalón y sigue
caminando, como si no hubiera pasado nada.

LA CITA

Gloria está enamorada. Gilberto es un hombre muy agradable, inteligente, diez años mayor que ella y en buena posición económica. Un buen
partido. No es muy alto ni muy atractivo, pero lo compensa con su buena disposición romántica. El marido de Gloria no sabe nada. Ella todas las
tardes se conecta por horas al chat para hablar con Gilberto. Aún no se conocen en persona, a pesar de la insistencia de él. Pero todo le dice a
Gloria que él es el indicado para vivir ese sueño romántico que con su marido no tiene ni tendrá.

Gloria lleva 10 años de matrimonio con Juan José, con quien se casó para no estar sola. Ella tenía 27 cuando lo conoció y pensó que ya no
vendría nadie más. Juan José era amable, caballero, con un buen empleo. No la hacía suspirar ni soñar, pero parecía buen hombre. Aceptó la
propuesta de matrimonio sin demasiado entusiasmo. Quizás con el tiempo aparecería el amor, pensó al principio. Nunca se asomó el amor. De
tenerse un cariño amistoso no han pasado.

No tuvieron hijos porque ella es estéril. Si tan sólo hubieran podido tener uno, pensaba muchas veces, sus noches no serían tan largas y sus
desvelos tendrían motivo real. Por esta y por otras razones, el mismo Juan José se había alejado de ella y dormían en cuartos separados. Gloria
le descubrió una amante, pero en lugar de molestarse se alegró por él, aunque lo envidió un poco. Muchas veces sin motivo aparente, ella lloraba
en la cocina o en la sala, mientras escuchaba música romántica.

Gloria lleva un año sin tener trabajo. Ha enviado su hoja de vida a muchas empresas, pero no ha salido ningún empleo real. Cuando se quedó sin
empleo, se convirtió en una vagabunda de internet, saltando de enlace en enlace, aburriéndose cada vez más. No había usado mucho el chat
hasta ahora, y si no fuera por su sobrina que se fue becada a México, no habría abierto su perfil de facebook y no hubiera puesto su foto y no
hubiera conocido a Gilberto.

Todavía recuerda cuando una tarde, como a las tres, miró una solicitud de amistad de un tal Gilberto, vio su foto, le pareció simpático y aceptó la
solicitud. Gilberto siempre dejaba enlaces con videos musicales que a ella le gustaban y empezó a comentar en su perfil. Gilberto después le pidió
su dirección de messenger y ahí empezó todo. Gloria sonríe al recordarlo.

Gilberto está separado de su mujer. Ha viajado y conocido gente, y le dice a ella que siente que ella es especial y diferente, que le gustaría
conocerla. Llevan así tres meses, pero ella no quiere arriesgarse todavía. Además del chat, él la llama por teléfono, le pregunta cómo está, cómo
le fue en la última entrevista de trabajo, cómo siguió de su catarro. La anima, le desea suerte, la hace sentirse importante y querida.

Gloria en realidad no tiene demasiada necesidad de trabajar. De su padre heredó una buena cantidad de dinero que genera todos los meses una
buena cantidad en intereses. Pero estar desocupada no le gusta. Nunca le interesó el arte o la ciencia, nunca tuvo un grupo de amigas con
quienes practicar el chisme. Toda la gente en realidad terminaba por aburrirla. Intentó ir con un sicólogo, pero éste quiso seducirla.

Gilberto, por otra parte, ha tenido las palabras precisas y la actitud necesaria. Ella se siente enamorada, siente que por fin experimentará qué es el
amor verdadero. Aún no se ha atrevido a conocerlo, pero siente que ya es tiempo. Todavía tiene un buen cuerpo y la elegancia que le dejaron las
clases de ballet en la niñez y adolescencia. Quizá Gilberto es el último tren en camino a la felicidad.

Una tarde aparece Gilberto en el chat y le dice que hoy es el día. Deben conocerse. Le dice que si no es así, que mejor se olviden uno del otro,
que no vale la pena seguir así, sin conocerse, sin verse cara a cara. La cita en un centro comercial, a las cinco en punto. Es ahora o nunca, si hay
algo real entre los dos, hoy se sabrá, mañana será demasiado tarde. Debe ser hoy.

Ante el ultimátum de Gilberto, Gloria no tiene más remedio que asistir a la cita. La conversación la emocionó, hasta la hizo sonreír. Por momentos
su corazón se aceleró y sintió otra vez la alegría adolescente del enamoramiento. Se pone bonita y ensaya su mejor sonrisa al espejo. Conocerá a
su enamorado del chat, habrán chispas de amor por todos lados y se sentirá caminando en las nubes.

Ella llega puntual a la cita. Gilberto no ha llegado. No le gusta eso, ella será la que espera. ¿Y si la deja plantada? Será la ridícula enamorada del
tipo del chat. Qué patético. Pero bueno, aún no ha pasado mucho tiempo, no hay que pensar en fatalidades que no han pasado. Mejor respirar
profundo y esperar un tiempo prudencial, no hay que ser tan exigentes.

Quince minutos después de la hora pactada aparece por fin Gilberto. Viste un elegante traje y unas relucientes mocasinas. No se mira mal. Al
saludarlo ella no atina a decir palabra y Gilberto sonríe. Un torpe beso en la mejilla empieza la cita de la tarde. El se disculpa, tuvo que hacer un
trámite de trabajo a última hora y por eso no estuvo puntual. Ella se lo perdona y ya con más confianza le toma el brazo y caminan juntos a la
cafetería del comercial.
Durante la plática, al calor de un café expreso, Gloria nota que Gilberto tiene un tic en la ceja izquierda. Esta se levanta cada dos o tres minutos, a
veces con un espasmo repetitivo que dura unos cuantos segundos. Gilberto es muy amable con ella, pero trata mal al mesero, con cierto
desprecio propio de la clase social alta, prepotente e inculta. Ella empieza a sentirse incómoda.

El le dice que recién viene de tratar con un cliente que invertirá 200.000 dólares en un proyecto inmobiliario nuevo, del que está a cargo. En su
empresa aceptan inversiones de 100.000 dólares para arriba, pero si ella está interesada, por la amistad y confianza que le tiene, podría ver si se
puede entrar con menos. Es una buena oportunidad, el proyecto es magnífico, y seguro generará buenas ganancias a los inversores. Es de
aprovechar.

A Gloria le parece vulgar la manera en que Gilberto habla de negocios y de dinero. Recuerda ahora que le mencionó la herencia de sus padres y
que él nunca había hablado de dinero en sus conversaciones de chat y celular. El tic en la ceja izquierda la empieza a desesperar. Toda la ilusión
de conocer a alguien genial se desvanece y ella comienza a buscar alguna excusa para irse temprano. Gilberto después de un tiempo de plática
se levanta para ir al baño y Gloria aprovecha para pagar la cuenta e irse.

En el camino de regreso a casa Gloria se pregunta cómo puede haber caído de tonta, cómo pudo haber contado toda su vida a un extraño y
creerse enamorada. Recuerda las frases cariñosas, las palabras de aliento, los chistes y ocurrencias. Todo parecía tan real. ¿Y si el tipo realmente
tenía esas inversiones? Pero ese tic, ese molesto tic de la ceja izquierda, y esa rudeza con el mesero. Ese tic que no se le olvida. Es como si el
tipo del chat fuera diferente al de la cita. A mitad del camino a casa Gloria comienza a llorar mientras en la calle llueve en pleno noviembre. Al
llegar a casa, busca la botella de vino y bebe un vaso tras otro hasta acabársela.

EL INCONFORME

Un día de lluvia Gabriel mira desde el segundo piso, por la ventana de su dormitorio, hacia la calle. Un par de muchachas pasan presurosas
mientras se tapan la cabeza con sus bolsas y ríen, un perro soporta estoicamente la lluvia y un carro salpica la puerta de enfrente al pasar por un
charco. Enfermo de gripe, Gabriel no fue al trabajo y está solo en casa. Alicia, su mujer, salió muy temprano con los niños y no volverá con ellos
sino hasta el final de la tarde. Antes de asomarse a la ventana y ver llover, Gabriel sintonizó la tele, la radio, intentó leer el periódico y un libro, pero
nada le logró quitar la angustia que siente, esa sensación de no estar viviendo la vida que quisiera vivir.

Gabriel, un treintañero trabajador y buena gente, tiene serias dudas de si su vida es realmente lo que él quiere y no lo que quieren los demás que
sea. Por fuera todo parece muy bueno: una buena mujer, dos hijos hermosos y un buen empleo. Los amigos y familia que lo conocen admiran sus
logros y no pocos envidian la felicidad que aparenta junto a su mujer. Pero a él le siguen asaltando las dudas siempre, sobre si las decisiones que
tomó realmente eran las correctas, si de haber seguido otro camino sería realmente feliz.

Vuelven, cuando tiene esos episodios de depresión, dos eventos que marcaron su vida. El primero fue cuando a pesar de querer con locura a su
novia de la universidad, decidió dejarla e ir a estudiar a Japón. No creyó en el amor de lejos, y haciéndose el fuerte, le anunció que la dejaba una
tarde de agosto, en un restaurante McDonald’s, cuando afuera había una terrible tempestad. Ella lloró mucho, y le dijo algo que nunca se le
olvidará: “si vos quisieras, siempre habría una manera de que resultara”.

Al regresar del Japón, la vino a encontrar casada y aparentemente, feliz. El se había ido con la idea de que era todavía muy joven y conseguiría
de nuevo a alguien que realmente lo volviera loco. Pero nunca había sido enamoradizo, y confirmó que amar con locura y ser correspondido
sucede muy pocas veces en la vida, y con frecuencia, sólo una vez.

Cada vez que regresaba de los paseos dominicales, al llegar a la casa, tenía una pequeña depresión. Y cuando se quedaba solo, así como ahora
por la gripe, la depresión lo visitaba. A veces era angustia, angustia de haberse metido a vivir una vida que no era lo que realmente quería, de
haber hecho todo racionalmente, casarse con una mujer tranquila, pero sin gracia, tener un buen empleo estable, pero rutinario. A veces la
depresión se atenuaba con películas del cable, con resúmenes deportivos o noticieros, con chats con desconocidos en otros países. Otras veces,
le ayudaba tomar algunos whiskys.

El segundo evento fue cuando decidió dejar la música. De adolescente había sido violinista en una orquesta juvenil. Sus profesores decían que
tenía talento. Ensayaba muy duro todos los días y disfrutaba como nadie los días en que tenía concierto. Ah, esos años, esas visitas al interior del
país y a otros países, las aventuras que se vivían, sonríe al recordar. Por momentos, durante sus depresiones, le entraba la angustia de saber que
esos años nunca volverán. Cuando entró a la universidad, su papá le dio a escoger: la carrera o la música, pero no las dos. Con dolor decidió lo
que le daría un buen futuro, economía. Era bueno en matemáticas y gracias a las conexiones de su papá y sus estudios en Japón, había
conseguido un puesto muy importante en una transnacional. Lo que parecía indicar que había escogido bien.

Otras veces estaba contento, se alegraba de sus logros y pensaba que su mujer no era la octava maravilla, pero era buena. Que muchos
quisieran tener la soltura económica que él tenía. Pero siempre el demonio de la inconformidad lo atrapaba y lo terminaba por amargar.

De las amistades de adolescente había conservado la de Andrés, violinista de la Sinfónica Nacional y hombre de buena charla y gran humor.
Llegaba a su casa de visita con su mujer y pasaban grandes momentos. Andrés se ganaba la vida de músico y siempre dijo que había sido su
mejor elección, que no se miraba haciendo nada más. Cuando su amigo cruzaba la puerta, Gabriel se sentía mal, nunca había pensado que
realmente se pudiera vivir de lo que más le gustara hacer.

Cualquier decepción pequeña o grande desembocaba para Gabriel en uno de estos dos pensamientos. Había intentado encontrar la locura con un
par de amantes, pero sólo hacían que se sintiera más solo, inútilmente había buscado una mujer que lo rescatara del tedio y la inconformidad. No
existía tal mujer.
Cuando estaba con sus hijos, cuando iba a pasear con ellos y reían, cuando hacían las tareas juntos, los pensamientos negativos parecían
desvanecerse y se asomaba algo parecido a la felicidad. Pero cuando los niños dormían o estaban en el colegio, no había con quien jugar, con
quien entretenerse para no pensar en las cosas que lo amargaban.

Muchas veces había decidido que tenía que ser feliz con lo que tenía, que no era poco, si bien se miraba. Que debía dejar atrás el pasado y
concentrarse en vivir el presente y programar el futuro, que no había por qué tener dudas. Sus elecciones estaban hechas, quién sabe si hubiera
sido peor de otra forma, si aunque hubiera elegido con el corazón igual su vida sería aburrida.

Dándole vueltas a estos y a muchos otros pensamientos, después del almuerzo se duerme, acurrucado por lluvia de septiembre. La gripe parece ir
cediendo. Se despierta de mejor ánimo y escucha llegar a su familia aún en la cama. Su hijo menor le trae una tarjeta hecha por él a mano, que le
desea que se ponga mejor, su mujer le trajo antigripales y su mamá llamó para saber cómo había seguido. Durante la cena aparecen las risas y el
buen ambiente, cesa la lluvia y queda fresca la noche. Los niños se van a acostar. Y como muchas otras veces, al verse querido y apreciado,
volvió a proponerse ser feliz, enamorarse al fin de su trabajo y de su mujer y olvidarse de decisiones que no se tomaron, de riesgos que no se
quisieron correr.

LA VENTA

Mauricio va a visitar un poco nervioso a un cliente nuevo que pidió la cotización de un lote de computadoras. El lote es muy voluminoso y por lo
tanto importante para la empresa de Mauricio, que no ha tenido buenos resultados los últimos meses. Esta venta le representaría salvar el año.
Siempre ha sido un hombre muy sereno y buen vendedor, pero con la presión de cerrar un negocio que le implica poder pagar sus deudas y
obligaciones, Mauricio no sabe si le saldrá bien la negociación, si los nervios lo traicionarán. Acude a la cita con el nuevo cliente, un tipo gordo de
traje gris y corbata azul, gerente financiero, que sonríe en su escritorio y lo invita a sentarse.

—Bueno Mauricio, dígame, ¿qué me trae? —interroga el cliente—. Acuérdese que yo tengo a cinco vendedores cotizándome este equipo, si me
trata bien yo me olvido de ellos y hasta lo recomiendo para otras empresas amigas.

—Sí ingeniero, yo lo sé, no se preocupe, yo lo trataré bien —responde Mauricio, iniciando la ofensiva de venta. De su portafolio saca un folder con
la cotización y la coloca sobre el escritorio del cliente, pero éste ni se toma la molestia de verlo.

—Dígame cuánto es en total y cuánto de sus comisiones podemos negociar —propone el cliente, sonriendo—, si usted colabora, todos salimos
ganando.

—Millón y medio de dólares, y mis comisiones son el uno por ciento —contesta Mauricio, seguro y mirando al cliente los ojos.

—Bien, me parece un poco alta la suma y no le creo que sea el uno por ciento su comisión. Yo quiero un descuento del diez por ciento. Pero
además quiero para mí, porque soy quien decide si usted me cae mejor que los demás, la mitad de su comisión en efectivo. Y no me venga con
que usted sólo gana el uno por ciento.

Mauricio respira profundo y dice que verá qué puede hacer, necesita hacer una llamada. Marca de su celular a un número y pide que le
comuniquen al gerente de ventas. Después de contar la situación logra una respuesta afirmativa y sonriendo termina la llamada.

—Le conseguí un doce por ciento de descuento y el dos por ciento en efectivo para usted —le anuncia al cliente.

—Ok, el porcentaje de descuento me parece bien, pero yo quiero para mí el cuatro por ciento.

—Va a estar muy difícil ingeniero, ya estamos casi sobre el costo y así casi no ganamos nada. Verá, a usted lo estoy tratando muy bien, no se
puede quejar. Usted sabe que mi puesto depende de esta venta y que si no la logro, podría quedarme sin empleo. Tengo a dos niños en el colegio
y a mi mujer enferma. Ya no puedo hacer más, usted debe también comprender que me estoy jugando la vida.

El cliente sonríe burlón ante la cara un tanto angustiada de Mauricio. Pero recuerda a sus hijos en el colegio y a su ahora ex mujer y sabe bien
cómo es de difícil llegar a fin de mes, a veces. Intenta una última propuesta.

—Bien Mauricio, no hablemos más. Deme el doce que dijo y tres para mí y todos en paz.

Mauricio no tiene ahora cara de muchos amigos y se le nota en la mirada su decepción. El cliente siempre tiene la razón dice aquel dicho, pero no
siempre es cierto, piensa. Consulta de nuevo con el gerente de ventas y termina por acceder. El cliente entonces manda a imprimir el cheque del
adelanto y lo firma en su escritorio, y acto seguido, se lo entrega a Mauricio para que lo firme de recibido. Lo firma sin mucho convencimiento, da
las gracias, sonríe, y sale de la oficina cabizbajo.

Cuando abre su carro en el estacionamiento, mira fatigadamente a la ventana de la oficina del cliente. Ahí está el ingeniero, parado de brazos
cruzados. Mauricio luce derrotado y apenas hace un respetuoso saludo. El cliente se lo devuelve con una leve inclinación de cabeza.

Ya afuera de la empresa Mauricio cambia su cara y ahora luce un semblante triunfal. Todas sus predicciones se hicieron realidad, la estrategia
funcionó. Un uno por ciento más que la meta que se había propuesto. En un semáforo le envía un mensaje de texto a su mujer, contándole que
hubo negocio. Se felicita de la decisión de haber ido él como vendedor a ofrecer el producto, porque si se hubiera presentado como el dueño de la
empresa, no habría habido venta.
UNA NUEVA OPORTUNIDAD

Es de madrugada y en la garita de vigilancia de la colonia cabecea del sueño el policía privado de turno. El muchacho es mayor de edad, pero
parece un adolescente puberto al que con un grito podés espantar sin mayor problema. Su compañero duerme tranquilo, después de haber hecho
el primer turno de la noche. Como es día lunes, todos los vecinos ya regresaron de sus actividades y no hay movimiento. El vigilante cara de
puberto observa aburrido las calles vacías de la colonia, el sueño lo está venciendo y al fin cede, y sueña con ser el tipo del 4-51 que anda sólo en
buenos carros, arma grandes fiestas y trae todos los fines de semana a una mujer diferente.

Algunos piensan que el hombre del 4-51 es narcotraficante, otros dicen que heredó una gran fortuna y que puede darse esa vida todo el tiempo
que quiera. Lo cierto es que el tipo después de sus grandes y bulliciosas parrandas, arregla una calle, le manda a pintar la fachada a un vecino,
manda una botella de whisky a otro o hace un donativo en la iglesia de la vecina. Así puede continuar con su vida sin que lo molesten.

El vigilante cara de púber sueña que es él al que quieren todas esas mujeres y que es él quien se emborracha entre un montón de amigotes.
¡Qué buena esa vida! Levantarte a la hora que querás, no soportar a un jefe gruñón, no preocuparte porque se terminó el dinero y todavía hay
que pagar los quinientos pesos del cuarto.

Un carro se acerca a la garita, es la señora del 5-25, que vuelve de su turno en el hospital, como es de noche no toca la bocina como lo hace de
día, sólo hace luces altas varias veces, hasta que vigilante cara de puberto reacciona y todavía medio dormido abre la puerta para que pase la
doctora gorda que nunca hace ningún gesto de agradecimiento. El policía vuelve a su puesto, observa de nuevo las calles vacías, oye un perro
ladrar al carro que acaba de llegar, y se vuelve a quedar dormido.

Ahora sueña con la muchacha del 7-27, la que le sonrió cortésmente el otro día. Sueña con que un ladrón quiere robarle y él sale a su rescate,
golpea al ladrón y hace que pida disculpas a la dama. Ella le regalará esa sonrisa tan cautivadora, pensará que es su hombre y se enamorará
perdidamente de él. Se oyen unos tiros que despiertan a nuestro vigilante. Es el viejo del 6-10, un militar retirado que en las noches que no
puede dormir sale a disparar al aire un revólver.

Pronto amanecerá y el policía privado irá al cuarto que alquila y dormirá profundamente, descansará. Su compañero ronca ruidosamente, y en
ocasiones, después de un ronquido profundo, parece que se queda trabado sin respirar, pero siempre vuelve. A las 6:30 de la mañana entregan
turno, las últimas dos horas siempre se tardan mucho en pasar. El vigilante vuelve a cabecear y ahora sueña que está descansando en su cama,
durmiendo rico. Lo despiertan los gritos de un borrachito que pasa por las calles, cantando desafinado y tambaleándose.

El policía cara de puberto observa que se encienden las luces del segundo nivel de la casa que está en la esquina cerca de la garita. De ahí
saldrán cuatro niños hacia el colegio en unos momentos. Después se van encendiendo las luces de las demás casas que se preparan para el día
laboral o escolar. Sólo en la casa del cuate del 4-51 no se observará vida sino hasta media mañana.

A veces el vigilante piensa que es probable que le toque este mismo chance durante toda su vida. En realidad no le importa tanto, al fin y al cabo
es un trabajo honrado y la colonia es tranquila casi siempre. A veces observa a ciertos vecinos que le hacen miradas de compasión, o que lo
saludan hipócritamente efusivos, porque creen que así no se notará el desprecio que sienten por los sirvientes. Pero no todos pueden ser mala
onda, siempre hay alguien con sincera empatía, como la amable señora que a veces les lleva comida o café.

Ahora son las 6:00 de la mañana. Un carro negro polarizado que no es de ningún vecino se asoma a la puerta. Nuestro vigilante sale de la garita,
soñoliento, a preguntarle a quién irá a vistar. Se acerca al automóvil con su tabla de apuntes y una ficha de cartón con el número 3 para pedir al
visitante a cambio de una identificación. Lentamente baja la ventanilla del piloto, al ritmo de un motor eléctrico con algún defecto.

El piloto del auto negro quiere hacerle una broma a nuestro púber vigilante con una pistola de juguete, muy real, lo asustará a muerte. Toda la
vida ha sido así, le gustan las bromas pesadas. Suele llevar la pistola de juguete todo el tiempo, y cuando mira que la persona es débil, gasta la
broma. Lleva puestos unos lentes oscuros y una chumpa de cuero. Cuando termina de bajar la ventanilla sonríe y apunta al vigilante con la
pistola de juguete, dispara y grita ¡BANG!, y de la pistola sale una banderita también diciendo bang.

El vigilante brinca y grita del susto, todo el sueño se le pasa, y en un par de segundos pasa toda su vida y recuerda, sin saber por qué, cuando
aprendió a jugar con bicicleta con su hermano, de cuando se quebró el pie por andar en patines y de cuando en el colegio se peleó con el Chitay.
Quién sabe de dónde salen las últimas imágenes que preceden a la muerte. Después del susto, con la carcajada del bromista de mal gusto,
apenas si atina a pedirle identificación. El piloto se quita los lentes oscuros y le pide disculpas, pero le dice que debe aprender a afrontar las
situaciones, que si le sale un tipo con pistola de a de veras que se tire al suelo, salga corriendo en zig-zag, pero que nunca se quede quieto. Le
entrega su licencia de conducir al vigilante y se vuelve a disculpar, esta vez sonríe sinceramente, parece buen tipo, salvo sus bromitas.

Después de dejar la garita, el piloto del auto negro llega al 4-51 y toca a la puerta. Lo recibe la doméstica y como es viejo conocido, lo deja pasar,
su patrón está dormido, le advierte. Él le da dinero para que vaya por unos huevos y pan a la tienda, y ella sale. Sin prisa pero sin pausa, saca la
pistola de verdad con silenciador y entra en el dormitorio del cuate del 4-51. Éste duerme boca arriba, facilitando las cosas. Un disparo en el
pecho, uno en la frente y el último en la sien. Sale de la casa, toma su auto, pasa por la garita. Cuando el vigilante le da su licencia de conducir,
le desea un buen día y le dice que tome el susto de hace un rato como una señal, como si hubiera sido una nueva oportunidad para comenzar.

POR EL AMOR DE UNA MUJER


Anoche un tipo agobiado por las deudas y los celos fue al edificio en donde trabajaba su esposa, disparó a un guardia y tomó como rehenes a
más de 40 personas de un call center que operaba en el quinto nivel. Pedía hablar con el hombre que andaba con su mujer y una computadora
portátil con conexión a Internet. Cuatro horas y media más tarde, liberó a todos los rehenes y se entregó, después de que su esposa lo hizo entrar
en razón. Imaginemos cómo fue la historia detrás de la noticia.

Imagine el lector a un hombre que lo ha perdido todo, su dinero y su mujer. Hace algunas semanas le llegaron notificaciones de varios juzgados
por deudas que no ha pagado. Su mujer, de la que está separado, según los rumores, anda de amante con otro. Así que, desesperado, decide
que matará a su mujer y a su amante. Pero falta un detalle: no conoce al tipo.

Durante días estuvo contemplando la posibilidad de eliminarlos, así no iría a la cárcel por las deudas, sino por haber salvado su honor. Había que
hacerlo de manera distinta, iría al lugar de trabajo de Beatriz y exigiría que si el otro era tan hombre, que se presentara y le hiciera frente. Armaría
un escándalo y llevaría explosivos para que la policía lo tomara en serio y no se metiera.

Como había prestado servicio militar conocía el explosivo C-4, que es tan estable que incluso se le puede disparar sin que explote, ya que sólo lo
hace con un detonador especial. Mientras planificaba su venganza el agobio desaparecía, ya no temía tener que enfrentar juicios por deudas y se
imaginaba el sufrimiento de su mujer y su amante, suplicando piedad. Se sentía poderoso, y embriagado por ese poder pensaba que era una
especie de justiciero que toma venganza con su acción por todos los hombres ofendidos por la traición de una mujer. Sin duda los traicionados
entenderían bien y hasta aplaudirían su acción cuando vieran la noticia en los periódicos.

La semana anterior a su ataque fue al edificio en donde trabajaba su mujer, quiso darle una última oportunidad. La abordó antes de ingresar a su
trabajo y pidió que le dijera quién era su amante, pero ésta no hizo caso y siguió caminando hasta desaparecer por la puerta de ingreso. El
regresó a su casa y continuó con su plan.

Luis Fernando recordaba que cuando la conoció todo fue muy bien, se habían llevado de maravilla desde el principio. El día más feliz de su vida
había sido cuando se casaron, una fiesta memorable, en donde todo se hizo como ella quería. Si se había metido a deudas, era tan sólo por
complacerla, por darle siempre lo mejor, porque por nadie había sentido él nada parecido. Era un sueño convertido en realidad haberla hecho su
mujer.

Pero Beatriz había cambiado mucho en los últimos tiempos. De la alegre muchacha que había conocido no quedaba mucho, y cuando ella le pidió
la separación, empezó su locura. Había hecho todo para complacerla, la había intentado querer como le salía, pero eso no era suficiente, ella lo
abandonaba. Quizás sus atenciones habían sido demasiadas, tal vez si hubieran tenido hijos, tal vez aquellas parrandas con los cuates, tal vez
fue aquella vez que le pegó sin querer…

A veces Luis Fernando pensaba que si ella tan sólo le dijera que lo había querido de veras y que guardaba un buen recuerdo, sería suficiente para
aliviar su dolor y seguir adelante. Pero no podía soportar la derrota, no podía aceptar la idea de que ella ya estuviera con otro mientras él seguía
queriéndola como un loco. Y entonces continuaba con su plan, ella sería de él o de nadie más, su honor, su orgullo, no serían pisoteados.

Miró el calendario y escogió la fecha: lunes seis de octubre. Seis había sido siempre su número de la suerte, en día seis se había casado, en día
siete caía su cumpleaños. Siendo lunes, la noticia se comentaría durante toda la semana, y más gente alrededor de todo el mundo se enteraría
del agravio del que había sido objeto.

El lunes seis entonces desayunó abundante. Durmió poco la noche anterior, pero durmió bien. Se rasuró con cuidado, se puso su camisa favorita.
Por la mañana visitó a su mamá y por la tarde fue al cementerio a visitar a su papá. Había que despedirse, porque no sabía lo que iba a pasar.
Cuando se miró por última vez al espejo, antes de salir para el lugar de trabajo de su mujer, se miró serio y se dijo para sí mismo que tenía que
hacerlo. Había que hacerlo. Era necesario.

Salió de su casa alrededor de las 5.30 de la tarde y llegó al edificio una hora después. Manos a la obra, se dijo. Ingresó al edificio y cuando el
policía de turno quiso verificar si no llevaba armas y le pidió su identificación, Luis Fernando lo golpeó, lo desarmó y le disparó en una pierna.
Amenazó con matarlo y le pidió que lo llevara al quinto nivel en donde estaba el call center. Cuando llegó al lugar entró gritando que quería ver a
Beatriz y a su amante, que llevaba explosivos y que no se moviera nadie si no querían morir. Todo mundo entró en pánico, las llamadas de clientes
que en ese momento se atendían quedaron interrumpidas por un silencio colectivo desolador. Alguno por ahí le decía que agarrara la onda, pero
Luis Fernando gritaba con más furia que quería ver a su mujer y al amante de ésta. Beatriz sintió una mezcla de miedo y lástima al verlo en ese
estado, al ver a qué extremo había llegado su desesperación. Pensó que sería su fin, el de ambos.

Al principio cualquier cosa que ella dijera era respondida a gritos. Cuando unos bomberos quisieron entrar a hablar con él, disparó al aire para
ahuyentarlos. Quería sí o sí ver de frente al amante de su mujer. Ella le respondía que no lo iba a hacer llegar, que la matara a ella si quería, pero
que nadie más debía pagar. Él reclamaba su infidelidad y le decía que tendría la culpa si todo el mundo moría en el edificio, que lo que quería era
que apareciera el tipo.

Lo que no había calculado bien Luis Fernando es que en esto de los secuestro masivos hay que ocuparse de los secuestrados. Que si van al
baño, que si están enviando mensajes de texto por celular, que si quieren llamar por teléfono a escondidas, que si quieren conectarse a internet.
Empiezan las mujeres a tener desmayos y esas cosas. Así que un par de horas después de su ingreso tuvo que entrar un socorrista para asistir a
alguna por ahí que sufría un ataque de pánico.

Después de las primeras dos horas de secuestro masivo, la tensión bajó y entonces Luis Fernando habló más serenamente con Beatriz. Ella
insistía en que debía dejar salir a toda la gente, el problema es entre vos y yo Luisfer. Él no quería ceder, si cedía era como si ella estuviera
ganando la partida. Algunos hombres empezaron a hacerse señas y a enviarse mensajes de texto por el celular para ponerse de acuerdo y
someter al agresor al menor descuido. Pero Luis Fernando había mostrado que era capaz de disparar y estaba loco, así que había que esperar.
Cuando se llegaron las tres horas de tensión, Luis Fernando ya no miraba todo tan claro. Beatriz le había insistido en la liberación de todo el
mundo, que sólo se quedaban ella y su hermano, que también trabajaba en el lugar. Que no iba a hacer llegar a nadie más. Luis Fernando
empezaba a sentirse cansado, y quería salir de ahí, pero ya estaba en graves problemas.

Beatriz empezó entonces a recordarle sobre los buenos tiempos. ¿Te acordás Luisfer de aquella cena en el restaurante de carne asada?
Estábamos los dos muy contentos y después me contaste que recordabas mi sonrisa cada vez que sonaba una canción que sonó esa noche. Era
la primera vez que salíamos juntos y a pesar de que era invierno (y vaya invierno el de aquel año), esa noche no llovió. El otro día escuché esa
canción y me dio nostalgia. La pasamos muy bien Luisfer, pero las cosas no funcionaron. Yo te quise mucho, fui feliz con vos. Pero ya no se
puede, entendélo.

Luis Fernando se ablandó. Pidió que salieran los rehenes, todos quedaban libres, dijo. Se quedó a solas con Beatriz. Recordaron algunas
anécdotas, como aquella vez que querían ir a pasear y terminaron sólo comiéndose un choripán en una gasolinera, porque el lugar a donde iban
estaba cerrado y no había ninguna película buena en el cine. Cómo estaba de rico ese choripán. En algún momento hasta se rieron de la
situación. Mirá la mulada que hice vos Bea, ahora sí ya me pisé. Nunca quise a nadie como a vos, pero todo lo hice mal, todo lo eché a perder. Y
ahora aquí, haciendo el ridículo a nivel nacional.

Se abrazaron y finalmente salió Beatriz del lugar. Momentos después saldría Luis Fernando con las manos arriba y los policías descubrirían que
no llevaba ningún explosivo. La computadora portátil que había pedido era para enviar un correo electrónico a algún periódico, para que todos
supieran su versión de la historia. La computadora llegó, pero el correo nunca fue enviado.

Cuando Debemos Enfrentar Nuestro Temor


Autor Desconocido
Cuando Krushev pronunció su famosa denuncia de la Era Estalinista, cuentan que uno de los presentes en el Comité Central dijo:
— ¿Dónde estaba usted, Camarada Krushev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?
Krushev se detuvo, miró en torno por toda la sala y dijo:
—Agradecería que quien ha dicho eso tuviera la bondad de ponerse en pie.
La tensión se podía mascar en la sala, pero nadie se levantó.
Entonces, dijo Krushev:
—Muy bien, ya tiene la respuesta, sea quien sea. Me encontraba en el mismo lugar en que usted está ahora.

Las circunstancias en la vida nos ponen en situación difícil. Es importante en esos momentos tener en cuenta los principios y valores que
tenemos, porque de lo contrario, tendremos que prestar cuentas en un futuro sobre nuestra actitud en el momento. El miedo que a veces viene en
estos momentos debe ser superado utilizando el poder de enfrentar, es decir, haciendo que el ser encuentre un método para resolver la situación,
sin poner en riesgo su propia ética.
Ama de Casa
Autor Desconocido
En cierta ocasión, un grupo de mujeres reunidas una tarde tomando café, presumían un poco de sus logros profesionales.

Una hablaba de la maestría que estaba sacando; otra, del puesto en una compañía importante; otra, de su propio negocio y así todas fueron
hablando de sus ascensos y logros.

Entre el grupo había una señora muy callada a la que le preguntaron a qué se dedicaba; ella, con un tono de vergüenza, respondió que se
dedicaba al hogar, era Ama de Casa.

Una psicóloga que estaba presente salió inmediatamente en su defensa y le dijo: "¿Qué sería de este mundo si se hubieran extinguido esas
valientes Madres de Familia?" y le recordó que la empresa de la que ella era presidenta, gerente y operaria jamás se podría igualar.

Una madre en el único lugar que es insustituible es en su propio hogar. Profesión de una Madre: Es la constructora de la base de la sociedad.
Cualquier mujer puede ser sustituida en cualquier cargo laboral, menos en su propio hogar. La sociedad consumista ha hecho que se
menosprecie su labor porque aparentemente no produce ingresos a la familia. No hay nada más equivocado, pues una madre es la cabeza de la
institución que representa la base de la sociedad. La Empresa que dirige se llama FAMILIA y su producción es nada menos que todos los
hombres y mujeres profesionales del futuro... de esta FAMILIA salen los futuros profesionales.

Cuando una madre cura las raspaduras de su hijo en las rodillas o es chofer de ellos en las tardes o va al supermercado para que todos tengan
algo que comer, es, en ese momento, cuando ocupa el cargo de "GERENTE DE SERVICIOS GENERALES".

Cuando la vemos explicando difíciles divisiones con decimales a sus hijos o enseñándoles educación y respeto, ocupa el cargo de "GERENTE DE
RECURSOS HUMANOS".

Cuando se le oye hablar de todas las cualidades de sus hijos, es una "GERENTE DE MERCADEO", pues nadie cree tanto en su producto, como
una madre de sus hijos.

Su horario: ILIMITADO. Su turno laboral puede empezar en la madrugada con el llanto del bebé con hambre, puede seguir el resto del día
encargándose de que todo en la casa funcione bien. Por la tarde es chofer y la profesora de sus hijos. Por la noche, la esposa amorosa que
escucha y atiende a su esposo y ella puede seguir levantada esperando a que su hijo adolescente llegue de la fiesta. Cuando tiene un rato de
descanso, no deja de pensar en sus funciones. No puede delegar su trabajo porque, al imprimirle tanto cariño, es casi imposible encontrar
personal capacitado para igualarla. Ella no puede encargarle a la secretaria la transmisión de valores, de moral, de principios, ni mandar por fax el
beso de las buenas noches.

Su salario: INALCANZABLE. De hecho, ella misma no concibe la idea de recibir nada a cambio porque lo hace por amor. Algún día de las madres
recibe una flor, un dibujo con brillantes crayolas o la estrellita en la frente de su hijo. Con esto siente que le han dado el mejor de los ascensos.

Pensión de Jubilación: Nada de esto recibirá, más bien después de 14 o 18 años de inalcanzable trabajo será aparentemente despachada, sin
prestaciones, cuando le dicen: por favor, mamá, no te metas; es mi vida". Queda supuestamente despedida porque sólo la presencia de una
madre es importante, aunque en esos momentos no se den cuenta.

Monumento o Diploma: ¿Dónde está el monumento o diploma a estas EMPRESARIAS que no se cansan de ejercer su profesión? El médico,
empresario, artista, sacerdote, ingeniero, abogado, doctora, licenciada, arquitecto, etc., que entregan sus vidas a otros han salido de esas
empresas llamadas "FAMILIAS". Esos grandes profesionales son sus logros, honores, trofeos y diplomas.

¡QUE DIOS BENDIGA A LAS EJECUTIVAS DEL HOGAR!


La Pequeña Inteligente
Autor Desconocido
¡¡¡Te vas a sorprender!!! Si un niño puede entender esto, ¿por qué nosotros no?

Un día una niña de 6 años estaba en su salón de clases. La maestra iba a explicar la evolución a los niños. Entonces le preguntó a un niño:
MAESTRA: Tommy, ¿ves ese árbol allá fuera?
TOMMY: Sí.
MAESTRA: Tommy, ¿ves la grama afuera?
TOMMY: Sí.
MAESTRA: Ve afuera, mira hacia arriba y dime si puedes ver el cielo.
TOMMY: Muy bien (Volvió al cabo de unos minutos). Sí, vi el cielo.
MAESTRA: ¿Viste a Dios?
TOMMY: No.
MAESTRA: Ése es mi punto. No podemos ver a Dios porque no está ahí. Él no existe.

Una pequeña niña pidió permiso para hacerle unas preguntas al niño. La maestra aceptó y la niñita preguntó:
NIÑITA: Tommy, ¿ves ese árbol allá fuera?
TOMMY: Sí.
NIÑITA: Tommy, ¿ves la grama afuera?
TOMMY: Síííííííííííí... (Cansado de todas esas preguntas.)
NIÑITA: ¿Ves el cielo?
TOMMY: Síííííííííííí..
NIÑITA: Tommy, ¿ves a la maestra?
TOMMY: Sí...
NIÑITA: ¿Ves su cerebro?
TOMMY: No.
NIÑITA: Entonces, según lo que hemos aprendido hoy con la maestra, ¡ella no tiene cerebro!
El Aprendiz Quejumbroso
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)
Un anciano maestro Hindú se cansó de las quejas de su aprendiz, y así que, una mañana, lo envió por algo de sal. Cuando el aprendiz regresó el
maestro le instruyó al joven infeliz poner una manotada de sal en un vaso de agua y luego beberla.

“¿A qué sabe?” preguntó el maestro.


“Amargo,” escupe el aprendiz.

El maestro rió entre dientes, y entonces le pidió al joven tomar la misma cantidad de sal en la mano y ponerla en el lago. Los dos caminaron en
silencio al lago cercano, y una vez que el aprendiz lanzó al agua su manotada de sal, el viejo dijo, “Ahora bebe del lago.”

En cuanto el agua se escurría por la quijada del joven, el maestro le preguntó, “¿A qué sabe?”
“Fresca,” comentó el aprendiz.
“¿Te supo a sal?”, preguntó el maestro.
“No,” dijo el joven.

En esto el maestro se sentó al lado de este joven serio quien le recordaba de sí mismo y le tomó sus manos, diciendo: “El dolor de la vida es pura
sal; ni más, ni menos. La cantidad de dolor en la vida permanece exactamente la misma. Sin embargo, la cantidad de amargura que probamos
depende del recipiente en que ponemos la pena. Así que cuando estás con dolor, la única cosa que puedes hacer es agrandar tu sentido de las
cosas. Deja de ser un vaso. Conviértete en un lago.”

Luchar Hasta Vencer


Autor Desconocido
En la pequeña escuelita rural había una vieja estufa de carbón muy anticuada. Un chiquito tenía asignada la tarea de llegar al colegio temprano
todos los días para encender el fuego y calentar el aula antes de que llegaran su maestra y sus compañeros.

Una mañana llegaron y encontraron la escuela envuelta en llamas. Sacaron al niño inconsciente más muerto que vivo del edificio. Tenía
quemaduras graves en la mitad inferior de su cuerpo y lo llevaron urgente al hospital del condado.

En su cama el niño horriblemente quemado y semi-inconsciente, oía al médico que hablaba con su madre. Le decía que seguramente su hijo
moriría, que era lo mejor que podía pasar, en realidad, pues el fuego había destruido la parte inferior de su cuerpo.

Pero el valiente niño no quería morir. Decidió que sobreviviría. De alguna manera, para gran sorpresa del médico, sobrevivió.

Una vez superado el peligro de muerte volvió a oír a su madre y al médico hablando despacito. Dado que el fuego había dañado en gran manera
las extremidades inferiores de su cuerpo, le decía el médico a la madre, habría sido mucho mejor que muriera ya que estaba condenado a ser
inválido toda la vida sin la posibilidad de usar sus piernas.

Una vez más el valiente niño tomó una decisión. No sería un inválido. Caminaría. Pero desgraciadamente, de la cintura para abajo, no tenía
capacidad motriz. Sus delgadas piernas colgaban sin vida.

Finalmente, le dieron de alta. Todos los días su madre le masajeaba las piernas pero no había sensación, ni control, nada. No obstante, su
determinación de caminar era más fuerte que nunca.

Cuando no estaba en la cama estaba confinado a una silla de ruedas. Una mañana soleada la madre lo llevó al patio para que tomara aire fresco.
Ese día en lugar de quedarse sentado se tiró de la silla. Se impulsó sobre el césped arrastrando las piernas. Llegó hasta el cerco de postes
blancos que rodeaba el jardín de su casa. Con gran esfuerzo se subió al cerco. Allí, poste por poste, empezó a avanzar por el cerco decidido a
caminar.

Empezó a hacer lo mismo todos los días hasta que hizo una pequeña huella junto al cerco. Nada quería más que darle vida a esas dos piernas.

Por fin, gracias a las oraciones fervientes de su madre y sus masajes diarios, su persistencia férrea y su resuelta determinación, desarrolló la
capacidad, primero de pararse, luego caminar tambaleándose y finalmente caminar solo y después correr.

Empezó a ir caminando al colegio, después corriendo, por el simple placer de correr. Más adelante en la universidad formó parte del equipo de
carrera sobre pista.

Y aún después en el Madison Square Garden este joven que no tenía esperanzas de que sobreviviera, que nunca caminaría, que nunca tendría la
posibilidad de correr, este joven determinado, Glenn Cunningham, llegó a ser el atleta estadounidense que ¡corrió el kilómetro más veloz el
mundo!

Moraleja: Haz lo que puedas y Dios hará lo que no puedas.


La Muerte del Viejo Cura
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)
Un viejo cura se estaba muriendo. Le envió un mensaje a un agente de la Oficina Australiana de Impuestos y a su Abogado para que vinieran a la
Rectoría. Cuando arribaron fueron conducidos arriba a su recámara. En cuanto entraron al cuarto, el cura extendió sus manos y les indicó que se
sentaran a cada lado de la cama. El sacerdote les cogió las manos, suspiró contento, sonrió y miró fijo al techo. Por un tiempo ninguno dijo nada.

Tanto el agente de impuestos como el Abogado estaban conmovidos y alagados de que el viejo cura les pidiera estarse junto a él durante sus
momentos finales. Estaban también perplejos porque el cura nunca les había dado ninguna indicación de que a él en particular les gustara alguno
de ellos.

Finalmente el Abogado preguntó, "Padre, ¿por qué nos pidió a los dos venir?"

El viejo sacerdote reunió alguna fuerza, luego dijo débilmente, "Jesús murió entre dos ladrones, y así es como me quiero ir yo también."
El Árbol de los Deseos
Autor Desconocido
Un viajero muy cansado se sienta bajo la sombra de un árbol sin imaginarse que iba a encontrar un árbol mágico, "El Árbol que convierte en
realidad los deseos".

Sentado sobre la tierra dura él pensaba que sería muy agradable encontrarse una cama mullida. Al momento, esta cama apareció al lado suyo.

Asombrado el hombre se instaló y dijo que el colmo de la dicha sería alcanzado, si una joven viniera y masajeara sus piernas tullidas. La joven
apareció y lo masajeó de una manera muy agradable.
—Tengo hambre —dice el hombre— y comer en este momento sería con seguridad una delicia. Una mesa surgió cargada con alimentos
suculentos. El hombre se alegra. Come y bebe. Su cabeza se inclina un poco. Sus párpados, por la acción del vino y la fatiga, se cierran. Se dejó
caer a lo largo de la cama y pensaba ahora en los maravillosos eventos de este extraordinario día.

—Voy a dormir una hora o dos —se dice él. Lo peor sería que un tigre pasara por aquí mientras duermo.

Un tigre aparece enseguida y lo devora.

Usted tiene en si mismo un Árbol de deseos que espera sus órdenes. Pero cuidado, el también puede realizar sus pensamientos negativos y sus
temores. Puede contaminarse de ellos y bloquearse. Este es el mecanismo de las preocupaciones.

¡No Escriba la Dirección Equivocada de Correo Electrónico!


¡Una lección a ser aprendida al escribir la dirección equivocada de correo electrónico!
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)

Una pareja de Minneapolis decidió irse a la Florida a descongelarse durante un invierno particularmente helado. Planearon estarse en el mismo
hotel en donde pasaron su luna de miel hacía 20 años.

Debido a los agitados itinerarios fue difícil coordinar sus itinerarios de viaje. Así que el esposo salió de Minesota y voló a la Florida el jueves con
su esposa volando al día siguiente.

El esposo chequeó en el hotel. Había un computador en el cuarto, así que decidió enviar un correo electrónico a su esposa. Sin embargo,
accidentalmente dejó por fuera una letra de su dirección de correo electrónico, y sin darse cuenta de su error, envió el correo electrónico.

Mientras tanto, en algún lugar de Houston, una viuda justamente había regresado a casa del funeral de su esposo. Él fue un ministro quien fue
llamado a casa a la gloria en seguida de un ataque al corazón. La viuda decidió chequear su correo electrónico esperando mensajes de parientes
y amigos. Después de leer el primer mensaje gritó y se desvaneció.

El hijo de la viuda entró de prisa al cuarto, encontró a su madre en el piso, y vio la pantalla del computador en la cual se leía:

A: Mi Querida Esposa
Referencia: He Llegado
Fecha: 16 de Octubre del 2.004
Sé que te sorprenderá que escuches de mí. Ellos tienen computadores aquí ahora y te permiten enviar
correos electrónicos a seres queridos. Justo llegué y ya he sido chequeado. Veo que todo ha sido preparado
para tu llegada mañana. ¡Espero con ganas verte entonces!
Espero que tu jornada sea tan sin contratiempos como fue la mía.
P.D. Por seguro que es insólito lo caliente que es aquí abajo.

La Lección de la Mariposa
Autor Desconocido

Un día una pequeña abertura apareció en un capullo. Un hombre se sentó y observó por varias horas cómo la mariposa se esforzaba para que su
cuerpo pasase a través de aquel pequeño agujero.

Entonces pareció que ella ya no lograba ningún progreso. Parecía que ella había ido lo más lejos que podía en su intento y no podía avanzar
más.

Entonces el hombre decidió ayudar a la mariposa: tomó una tijera y cortó el resto del capullo. La mariposa entonces salió fácilmente. Pero su
cuerpo estaba atrofiado, era pequeño y tenía las alas aplastadas. El hombre continuó observándola porque él esperaba que, en cualquier
momento, las alas de ella se abrirían y se agitarían para ser capaces de soportar el cuerpo, el que a su vez, iría tomando forma.

¡Nada ocurrió! En realidad, la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose con un cuerpo deforme y alas atrofiadas. Ella nunca fue capaz de
volar. Lo que el hombre, en su gentileza y voluntad de ayudar, no comprendía era que el capullo apretado y el esfuerzo necesario para que la
mariposa pasara a través de la pequeña abertura era el modo por el cual Dios hacía que el fluido del cuerpo de la mariposa llegar a las alas, de tal
forma que ella estaría pronta para volar una vez que estuviera libre del capullo.

Algunas veces el esfuerzo es justamente lo que precisamos en nuestra vida. Si Dios nos permitiera pasar a través de nuestras vidas sin
obstáculos, Él nos dejaría lisiados. No seríamos tan fuertes como podríamos haber sido y nunca podríamos volar.

Pedí fuerzas... y Dios me dio dificultades para hacerme fuerte . Pedí sabiduría... y Dios me dio problemas para resolver. Pedí prosperidad... y
Dios me dio un cerebro y músculos para trabajar . Pedí coraje... y Dios me dio obstáculos que superar . Pedí amor... y Dios me dio personas para
ayudar. Pedí favores... y Dios me dio oportunidades.
"No recibí nada de lo que pedí... pero recibí todo lo que precisaba."
Despierta, Cariño
Autor Desconocido

¡Despierta, cariño mío que la aurora está asomando!


Mírala qué hermosa llega con su luminoso manto.
¡Sonríe, cariño mío, y abre ya tus ojos claros! que todas las ninfas del bosque alegres te vienen cantando.
Has coronado mi frente de un brillo desconocido.
Dime, tesoro, ¿eres todo mío?, ¿o tan sólo eres un pasajero regalo? ¿Con quién soñaste en la noche, cariño?
Dime, mi niño, ¿a quién besaste en los cielos que hoy te despiertas tan claro?

¡Mami! He jugado con luceros, me hice amigo del Sol, y me enseñó su canción que entonan el mar y el viento.
Pero ya la conocía... Era tu voz, tan querida, la que sonaba en lo alto, la misma que yo escuchara metidito aquí, en tu regazo.

¿Es eso cierto, mi vida? Yo la aprendí en el Silencio, acunándote despacio cuando eras muy pequeñito.
Pero hoy ya has crecido, tu caminar ¡va tan rápido...!
¡Cariño! ¡Mi niño! ¡Cariño mío! Soy mami... así te quise y te quiero. Siénteme siempre a tu lado.
Cinco Lecciones para Hacerlo Pensar
Sobre la Forma en que Tratamos a las Personas
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)

1 – Primera Lección Importante — La Señora de la Limpieza.

Durante mi segundo mes de universidad nuestro profesor no dio una prueba. Yo era una estudiante consciente y había pasado rápido por las
preguntas hasta que leí la última:

"¿Cuál es el nombre de la mujer que limpia la escuela?" De seguro que esto era algún tipo de chiste. Había visto a la mujer de la limpieza varias
veces. Era alta, de pelo oscuro y en sus 50, pero ¿cómo es que yo debería saber su nombre?

Le entregué el papel dejando en blanco la última pregunta. Justo antes de que se terminara la clase, un estudiante preguntó si la última pregunta
contaría para la nota del examen.

"Absolutamente," dijo el profesor. "En sus carreras Uds. conocerán a muchas personas. Todas son significativas. Ellas se merecen de su
atención y cuidado aún si todo lo que Uds. hacen es sonreír y decir "hola."

Nunca he olvidado esa lección. También aprendí que su nombre era Dorothy.

2. – Segunda Lección Importante — Recoger en la Lluvia

Una noche, a las 11:30 p.m., una mujer afro-americana mayor estaba parada al lado de una autopista de Alabama tratando de soportar una
tormenta aguda. Su carro se había descompuesto y desesperadamente necesitaba que alguien la llevara. Empapada decidió hacer señales para
que parara el próximo carro. Un hombre joven blanco paró para ayudarla, lo que no se escuchaba que sucediera generalmente en aquellos 1960
llenos de conflicto. El hombre la llevó a lugar seguro, le ayudó a conseguir ayuda y la puso en un taxi.

Ella parecía estar de mucha prisa pero escribió su dirección y le agradeció. Siete días pasaron y llegó un toque a la puerta del hombre. Para su
sorpresa, un gigante televisor a color de consola le fue entregado a su casa. Una nota especial estaba sujeta a él. Leía:

"Muchas gracias por ayudarme en la autopista la otra noche. La lluvia no sólo empapó mis ropas, sino también mi espíritu. Fue entonces cuando
usted vino. Gracias a usted pude llegar al lecho de mi esposo falleciente justo antes de que él se muriera... Dios lo bendiga por ayudarme y por
servir a otros desinteresadamente."

Siinceramente,
La Señora de Nat King Cole.

3 – Tercera Lección Importante — Siempre Recuerde a Aquéllos a Quienes Sirve.

En los días cuando el helado de crema con chocolate costaba mucho menos, un muchachito de 10 años entró a la cafetería de un hotel y se sentó
a la mesa. Una mesera puso un vaso de agua en frente de él.

"¿Cuánto cuesta el helado con chocolate?" preguntó.


"Cincuenta centavos," replicó la mesera.
El muchachito sacó un manojo de su bolsillo y estudió sus monedas.
"Bueno, ¿cuánto es un plato de sólo helado de crema?" inquirió.
Para este tiempo más gente estaba esperando por mesa y la mesera estaba poniéndose impaciente.
"Treinta y cinco centavos," bruscamente replicó.
El muchachito contó de nuevo sus monedas.
"Déme un helado de crema solo," dijo.

La mesera le trajo su helado de crema, puso el recibo en la mesa y se retiró. El muchachito terminó su helado, pagó en la caja y se fue. Cuando
la mesera regresó empezó a llorar en cuanto limpiaba la mesa. Allí, colocados pulcramente al lado del plato vacío, estaban dos monedas de cinco
centavos y cinco de a centavo.

Vea, no podía comerse el helado con chocolate porque no le quedaba suficiente para dejarle a ella una propina.

4 – Cuarta Lección importante. — El Obstáculo en Nuestro Camino.

En tiempos antiguos un Rey hacía colocar un pedrusco en la vía. Luego él se ocultaba y miraba para ver si alguien removería la inmensa roca.
Algunos de los mercaderes más ricos del rey y los cortesanos venían y simplemente caminaban alrededor de ella. Muchos fuertemente le
echaban la culpa al rey por no mantener limpias las carreteras, pero ninguno hacía nada por quitar la piedra del camino.

Entonces un campesino venía llevando una carga de vegetales. Al acercarse al pedrusco, el campesino descargó su carga y trató de mover la
piedra al lado de la vía. Finalmente tuvo éxito después de mucho empujar y esforzarse. Después de que el campesino recogió su carga de
vegetales, notó una bolsa que yacía en la carretera en donde había estado el pedrusco. La bolsa contenía muchas monedas de oro y una nota
del rey indicando que el oro era para la persona que removiera el pedrusco de la vía. ¡El campesino aprendió lo que muchos de nosotros nunca
entendimos! Cada obstáculo presenta una oportunidad para mejorar nuestra condición.

5 – Quinta Lección Importante — Dando Cuando Cuenta...

Hace muchos años cuando trabajé como voluntaria en el hospital, vine a conocer a una niñita de nombre Liz quien estaba sufriendo de una rara y
seria enfermedad. Su única oportunidad de recuperarse parecía ser una transfusión de sangre de su hermano de cinco años de edad, quien
había milagrosamente sobrevivido a la misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos que se necesitaban para combatir la enfermedad.
El doctor le explicó la situación a su hermanito y le pidió al muchachito si estaría dispuesto a dar su sangre para su hermana.

Lo vi dudar por sólo un momento antes de tomar una profunda respiración y decir, "Sí, la daré si la salva." En cuanto progresaba la transfusión, él
yacía en cama próximo a su hermana y sonreía, como todos lo hicimos, viendo que el color le regresaba a sus mejillas. Entonces su cara se puso
pálida y se desvaneció su sonrisa.

Miró al doctor y le preguntó con una voz temblorosa, "¿Me empezaré a morir de una vez?"

Siendo joven, el muchachito había entendido mal al doctor, pensó que iba a tener que darle a su hermana toda su sangre a fin de salvarla.

Más importante, "Trabaje como si no necesita del dinero, ame como si nunca ha sido lastimado y dance como lo hace cuando nadie lo está
mirando."
El Papel Arrugado
Autor Desconocido

Mi carácter impulsivo me hacía reventar en cólera a la menor provocación. La mayor parte de las veces, después de uno de estos incidentes, me
sentía avergonzado y me esforzaba por consolar a quien había dañado.

Un día un psicólogo, a quien me vi dando excusas después de una explosión de ira, me entregó un papel liso.

Y entonces me dijo: “Estrújalo.” Asombrado, obedecí e hice una bola con el papel.

Luego me dijo: “Ahora déjalo como estaba antes.” Por supuesto que no pude dejarlo como estaba. Por más que traté, el papel quedó lleno de
arrugas.

Entonces el psicólogo dijo: “El corazón de las personas es como ese papel. La impresión que dejas en ese corazón que lastimaste será tan difícil
de borrar como esas arrugas en el papel. Aunque intentemos enmendar el error, ya estará marcado’ ”.

Por impulso no nos controlamos y sin pensar arrojamos palabras llenas de odio y rencor y luego, cuando pensamos en ello, nos arrepentimos.
Pero no podemos dar marcha atrás, no podemos borrar lo que quedó grabado. Y lo más triste es que dejamos “arrugas” en muchos corazones.
Desde hoy sé más compresivo y más paciente. Cuando sientas ganas de estallar recuerda “El papel arrugado.” Es un consejo que te doy.
Niños en la Iglesia
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)
Nota: Dos chistes no se tradujeron porque la gracia está en el juego de palabras en inglés que se pierde con la traducción.
1. El Nombre del Papá de Jesús:
Un maestro de escuela dominical le preguntó a su clase, "¿Cuál es el nombre de la madre de Jesús?" Un niño respondió, "María."
El maestro preguntó luego, "¿Quién sabe cuál fue el nombre del padre de Jesús?" Un pequeñín dijo, "Virgen."
Confundido el maestro le preguntó, "¿De dónde sacó eso?"
El chiquitín dijo, "Bueno, como sabe, siempre están hablando de Virgen y María.''

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2. Se oyó rezando a un niñito: "Señor, si no puedes hacerme un niño mejor, no te preocupes por esto. La estoy pasando muy bien como soy."

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3. Después del bautismo de su hermanito en la iglesia, Juancito sollozaba por todo el camino a casa en el asiento trasero del carro. Su padre le
preguntó tres veces qué era lo malo. Finalmente el muchachito replicó, "Ese predicador dijo que quería que creciéramos en un hogar cristiano, y
yo quiero seguir con Uds."

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4. Estaba enseñándole a mi hija Caterina de tres años de edad el Padre Nuestro por varias noches a la hora de dormir, ella repetía después de mí
las líneas de la oración. Finalmente, decidió hacerlo sola. Escuchaba con orgullo cuando ella enunciaba cuidadosamente cada palabra hasta el
puro final de la plegaria: "No nos dejes caer en tentación," ella rezó, "mas mándanos algún E-mail. Amén."

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5. Un niño de cuatro años de edad rezaba, "Y perdónanos nuestros botes de la basura así como nosotros perdonamos a aquéllos que ponen
basura en nuestros botes."

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6. Un maestro de escuela dominical les preguntó a sus niños cuando iban de camino al servicio de la iglesia, "¿Y por qué es necesario estar
callado en la iglesia?" Una brillante niñita replicó, "Porque la gente está durmiendo."

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7. Una madre está preparando panqueques para sus hijos, Kevin de 5 años y Raúl de 3. Los niños empezaron a argumentar sobre a quién se le
daría el primer panqueque. Su madre vio la oportunidad para una lección moral. "Si Jesús estuviera sentado aquí, Él diría, 'Permitamos que a mi
hermano se le dé el primer panqueque, Yo puedo esperar.' " Kevin se volvió a su hermano menor y dijo, "Raúl, ¡tú eres Jesús!"

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8. Un padre estaba en la playa con sus hijos cuando un hijo de cuatro años corrió hacia él, le agarró la mano, y le condujo a la playa en donde
yacía muerta una gaviota en "Papi, ¿qué le sucedió a ella?” el hijo preguntó."Murió y se fue al Cielo," el papá respondió.
El muchachito pensó por un momento y luego dijo, "Dios la tiró hacia abajo de regreso?"

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9. Una señora invitó a unas personas a una comida. En la mesa se volteó hacia su hija de seis años de edad y le dijo, "¿Te gustaría rezar una
oración de agradecimiento?" "No sabría qué decir," replicó la niña.
"Sólo di lo que escuchas a Mami decir," respondió la señora.
La hija inclinó su cabeza y dijo, "Señor, ¿por qué diablos invité a toda esta gente a cenar?"

Trabajo por Un Dólar


Autor Desconocido
Nota del Editor: En la tecnología electrónica y de computadores es común tener tableros de circuitos impresos que contienen potenciómetros o
resistencias variables que tienen un tornillito que necesita ser ajustado para dar un valor de referencia para que trabaje correctamente el circuito.
Se ajusta en la fábrica pero con el tiempo puede requerir reajuste. El truco es saber qué tornillo ajustar.
Algunas veces es un error juzgar el valor de una actividad simplemente por el tiempo que toma realizarla. Un buen ejemplo es el caso del
ingeniero que fue llamado a arreglar una computadora muy grande, extremadamente compleja, una computadora que valía 12 millones de
dólares.

Sentado frente a la pantalla, oprimió unas cuantas teclas, asintió con la cabeza, murmuró algo para sí mismo y apagó el aparato. Procedió a sacar
un pequeño destornillador de su bolsillo y dio vuelta y media a un minúsculo tornillo. Entonces encendió de nuevo la computadora y comprobó que
estaba trabajando perfectamente.

El presidente de la compañía se mostró encantado y se ofreció a pagar la cuenta en el acto.

— ¿Cuánto le debo? —preguntó.


—Son mil dólares, si me hace el favor.
— ¿Mil dólares? ¿Mil dólares por unos momentos de trabajo? ¿Mil dólares por apretar un simple tornillito? ¡Ya sé que mi computadora cuesta 12
millones de dólares, pero mil dólares es una cantidad disparatada! La pagaré sólo si me manda una factura perfectamente detallada que la
justifique.

El ingeniero asintió con la cabeza y se fue. A la mañana siguiente el presidente recibió la factura, la leyó con cuidado, sacudió la cabeza y procedió
a pagarla en el acto, sin chistar. La factura decía:

Servicios prestados:
Apretar un tornillo ------------------------ 1 dólar
Saber qué tornillo apretar ----------999 dólares

Manda este e-mail a todos aquellos profesionales que día a día se enfrentan con la desconsideración de quienes por su propia ignorancia no
alcanzan a entenderlos y regálales al menos un momento de humor. RECUERDA: "SE GANA POR LO QUE SE SABE, NO POR LO QUE SE
HACE."
Tenga Cuidado con lo que Prueba
Autor Desconocido

El día del maestro los niños le trajeron regalos a la profe. El hijo del panadero le trajo un pastel muy rico; el hijo del dueño del vivero le trajo una
planta hermosa; la hija del dueño de la frutería le trajo una canasta de frutas, entonces llegó el momento de abrir el regalo del hijo del dueño de la
licorera.

La maestra alzó la caja tan pesada y notó que algo se había derramado. Lo probó y dijo..."¿será vino?" y el niño contesto "no". Entonces la
maestra probó otra vez y dijo "¿será champaña?" y el niño dijo "no". Entonces la maestra dijo: "Me doy por vencida, ¿qué es?" Y el niño contesto:
"es un perrito".

Y la moraleja es: Mucho cuidado con lo que prueban.

Soy un Hijo de Dios


Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)

Un profesor de seminario estaba de vacaciones con su esposa en Gatlinburg, Tennessee. Una mañana estaban desayunando en un pequeño
restaurante esperando gozar de una comida tranquila y familiar. Mientras que esperaban su comida, notaron a un hombre de semblante
distinguido, de cabello blanco, que iba de mesa en mesa visitando a los clientes. El profesor se inclinó hacia su esposa y le susurró, “Espero que
se nos venga para acá.”

Pero de seguro, el hombre sí se vino a su mesa.

— ¿De dónde vienen, señores?, preguntó con voz amistosa.


—Oklahoma, ellos respondieron.
—Bueno tenerlos aquí en Tennessee, dijo el extraño, ¿en qué trabaja?
—Enseño en un seminario, replicó.
—Oh, así que Ud. le enseña a los predicadores cómo predicar, ¿no es verdad? Bien, tengo una historia verdaderamente buena para Uds.
Y con eso, el caballero acercó una silla y se sentó a la mesa con la pareja. El profesor refunfuñó y pensó para sí mismo, "Fenomenal. Justo lo que
necesitaba ... ¡otra historia de predicador!"

El hombre empezó:
— ¿Ven esa montaña allá? (Señaló a la ventana del restaurante). No distante de la base de esa montaña había nacido un muchacho de una
madre soltera. Tuvo dificultades en su crecimiento porque a cada lugar que iba siempre le hacían la misma pregunta, “Hola muchacho, ¿Quién es
su papá?” Si estaba en la escuela, en la tienda de abarrotes o en la droguería, la gente le hacía la misma pregunta, “¿Quién es su papá?”
—Se escondía de los otros estudiantes en el recreo y a la hora del almuerzo. Evitaba ir a las tiendas porque esa pregunta le hería muy fuerte.
Cuando rayaba en los doce años de edad un nuevo predicador vino a su iglesia. Siempre llegaba tarde y se escabullía temprano para evitar oír la
pregunta, “¿Quién es su papi?”
—Pero un día el nuevo predicador dio la bendición tan rápido que quedó atrapado y tuvo que salir con la multitud. Casi al tiempo que llegaba a la
puerta trasera el nuevo predicador, sin saber nada acerca de él, puso su mano en su hombro y le preguntó, “Hijo, ¿quién es tu papi?”
— ¡Toda la iglesia hizo un silencio de muerte! Él lo podía sentir en cada ojo en la iglesia que lo miraba. Ahora todos finalmente sabrían la
respuesta a la pregunta, “¿Quién es su papá?” Este nuevo predicador, no obstante, sintió la situación alrededor suyo y usando el discernimiento
que sólo el Espíritu Santo puede dar, dijo lo siguiente a ese muchachito asustado:
—"¡Espera un momento! ¡Sé quién eres! Veo la semejanza familiar ahora. Eres un hijo de Dios." Con eso le dio unas palmaditas en su hombro y
dijo: “Muchacho, has tenido una gran herencia. Ve y reclámala.”
—Con eso el muchacho sonrió por primera vez en largo tiempo y salió por esa puerta como una persona cambiada. No era de nuevo el mismo.
Siempre que alguno le preguntara, “¿Quién es su papá?”, solamente le respondería, “Soy un Hijo de Dios.‘‘

El caballero distinguido se levantó de la mesa y dijo,


—¿No es una gran historia?
El profesor respondió que realmente ¡era una gran historia!
En cuanto el hombre se volteó para salir, dijo,
—Saben, si ese nuevo predicador no me hubiera dicho que yo era uno de los hijos de Dios, ¡probablemente nunca habría llegado a ser alguien! Y
se alejó.

El profesor del seminario y su esposa estaban atónitos. Él llamó a la mesera y le preguntó,


— ¿Sabe quién era ese hombre, el que justo salió que estaba sentado a nuestra mesa?'
La mesera sonrió de oreja a oreja y dijo:
—Por supuesto. Todos aquí lo conocen. Es Ben Hooper. ¡Es el anterior gobernador de Tennessee!
El Juez, el Ladrón, el Rico y el Rey
Autor Desconocido
Sucedió hace algún tiempo en cualquier lugar. Un rey nombro juez a un hombre sabio. Era un taoísta. El rey confiaba en que el sabio resolvería
con justicia muchos problemas.

El primer caso del juez parecía muy simple. Se trataba de un ladrón que había confesado y fue agarrado “con las manos en la masa”. Así que el
sabio condenó a un año de cárcel al ladrón. Pero también condenó al rico.

— ¿Cómo es esto? —dijo el rico. Yo he sido el damnificado, ¿y me arrestas?


—Sí, respondió el juez. Tú eres tan responsable como él, si no hubieras acumulado tantas riquezas, él no te habría robado, toda tu acumulación
es responsable de su hambre.

Cuando se enteró de esto el rey, inmediatamente destituyó al juez porque pensó así: “Si este hombre continúa su razonamiento llegará hasta mí.”

Ésta es una historia muy actual.

Son incompatibles los principios de esta civilización con el amor que es la única fuerza capaz de traernos la felicidad. El sistema alienta la
rapidez, la competencia, el consumo de lo artificial y superfluo. El amor necesita paciencia, solidaridad, unión y el cultivo de lo natural y esencial.
El valor económico está siempre primero que el valor humano.

Como en el caso del juez, el desequilibrio social que se multiplica engendra violencia, la solución se encuentra en redistribuir. La economía está
en ruinas por acumulación del libre flujo del dinero. Es que confundimos los medios con los fines: el dinero es un medio, sólo compra lo barato, no
compra el amor, ni la sonrisa de un niño, ni el aire puro, ni la vida. Puede pagar la obra social pero no la salud.
Las Pequeñas Cosas
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)

Como podrían saber, el líder de una compañía sobrevivió al 11/9 porque su hijo empezó el kindergarten. Otro tipo quedó vivo porque era su turno
de traer donuts. Una mujer estaba tarde porque su reloj de alarma no sonó a tiempo. Uno estuvo tarde porque quedó atascado en el Turnpike de
Nueva Yérsey por un accidente de auto. Uno de ellos perdió el bus. Una regó comida en el vestido y tuvo que gastar tiempo cambiándose. El
coche de uno no arrancaba. Uno se regresó a responder al teléfono. Una tenía a un niñito que perdía tiempo y no se alistaba tan pronto como
debiera. Uno no podía coger un taxi.

El que me dejó atónito fue el hombre que se puso un nuevo par de zapatos esa mañana, tomó varios medios para llegar al trabajo pero antes de
que llegara allí, se le creó una ampolla en su pie. Paró en una droguería para comprar una curita. Es por eso que está vivo hoy.
Ahora cuando estoy atascado en tráfico, pierdo el ascensor, me devuelvo a responder al teléfono que suena... todas las cositas que me molestan,
me digo a mí mismo, esto es exactamente en donde se supone debo estar en este preciso momento.

La próxima vez que su mañana parezca que va equivocada, los niños están lentos en vestirse, Ud. no parece encontrar las llaves de su auto, llega
a cada semáforo en rojo, no se enoje o se frustre. Alguien está trabajando para protegerlo/a. Que continúe siendo bendecido/a con todos esas
cosillas molestas y que recuerde su posible propósito. Pase esto a alguien, si lo quiere hacer. No hay BUENA SUERTE adjunta. Si lo borra, está
bien. ¡¡El amor y la buena suerte No dependen de los correos electrónicos!! (Ésa es la parte chévere.)
La Leyenda del Amor Eterno
Historia Indígena
Autor Desconocido

Varias veces en la vida, en el amor, surgen conflictos a causa de la poca libertad de los amantes. Esta historia nos enseña muchas verdades que
ante nuestros ojos no podemos ver.

Un día el hijo de un bravo guerrero se enamoró de una joven muy bella y ambos decidieron casarse tras lograr el permiso de sus padres.

Como se amaban tanto, y sabiendo de los peligros de la convivencia, decidieron visitar al brujo de la tribu para que les preparase un conjuro que
hiciese su amor y su alianza realmente eternos.

El brujo le dijo al guerrero:


—Ve a las Montañas del Norte y sube a la más alta que encuentres y cuando estés en su cima busca el halcón más vigoroso, el más fuerte y más
valiente de todos. Debes cazarlo y traerlo vivo aquí.

Luego dirigiéndose a la hermosa muchacha le dijo:


—Tú ve a las Montañas del Sur y busca en la cordillera el águila más cazadora, la que vuele más alto y de mirada más profunda. Tú solita debes
cazarla y traerla viva aquí.

Tras varios días de andar por las montañas, el guerrero y la muchacha consiguieron sus objetivos y volvieron muy satisfechos con las hermosas
aves junto al brujo.

— ¿Qué debemos hacer con ellas? —le preguntaron.


— Son hermosas y fuertes estas aves, ¿verdad? —les preguntó el brujo.
— Sí, respondieron ellos. Son las mejores que hay y nos costó mucho capturarlas.
— ¿Las visteis volar muy alto y muy veloces? —les preguntó el brujo de nuevo.
— Sí. Volaban más alto y más rápido que ninguna —respondieron los dos.
— Muy bien. Ahora quiero que las atéis la una a la otra por las patas.

Los dos jóvenes así lo hicieron y, siguiendo las instrucciones del brujo, después las soltaron. Las pobres aves intentaron echar a volar pero como
estaban atadas la una a la otra se estorbaban y no pudieron hacerlo. Lo único que conseguían era tropezarse la una con la otra y haciéndose
daño se revolcaban por el suelo.

— ¿Veis lo que les sucede a estas aves? —les dijo brujo— Atadas la una a la otra ninguna es capaz de volar mientras que solas lo hacían muy
alto. Éste es el conjuro que os doy para que vuestro amor sea eterno:

Que vuestra alianza no sea atadura para ninguno sino fuerza y aliento para crecer y mejorar como personas.
Que vuestro amor no os cree dependencias sino que manifieste el cariño y la solidaridad de quienes comparten el mismo pan.
Respetaos como personas y dejad que cada uno pueda volar libremente para ir aprendiendo a volar juntos por el ancho cielo.
Si actuáis así vuestro amor podrá ser realmente eterno porque nunca será una limitación sino un estímulo para que cada uno pueda crecer.
Cierto es que todo lo que limita al alma muere tarde o temprano en esta vida porque nuestra ley suprema es la del crecer y evolucionar como
personas.
Muere un amor desgraciado que atenaza a los amantes y los oprime como personas. Muere con la alegría como quien de repente sale libre de
una cárcel donde prisionera estaba su alma.
Pero también muere un amor feliz aunque muera con pena. Muere cuando reblandece a los amantes y los hace más vulnerables y
dependientes como personas.
El único amor que nunca muere, el único amor que supera incluso a la muerte es ese pacto sagrado de las almas por el que ambas se ayudan
en su evolución, por el que ambas se respetan para que puedan ser libres y a la vez solidarias entre sí.
Si quieres que tu amor sea realmente inmortal, no ahogues con tu abrazo la libertad de tu amante y que vuestro pacto sea siempre el del
mutuo crecimiento.
Que vuestro amor os de fuerzas para volar muy alto como las águilas en el cielo, para volar juntos trazando círculos en el cielo y también para
saber volar en solitario sin apegos y sin miedos.
Sólo así vuestro amor podrá ser realmente eterno porque no sólo será alimento y gozo para el cuerpo, sino fuerza para el espíritu.
Chistes
Autor Desconocido
NIÑO GOLPEADO POR VECINA
Un niño fue golpeado por la vecina y la madre furiosa fue a pedirle explicaciones:
— ¿Por qué le pegó a mi hijo?
—Por maleducado, me llamó gorda.
— ¿Y cree que pegándole va a adelgazar?

DIVISION DE BIENES
Dos amigos se reencuentran después de muchos años.
—Me casé, me divorcié y ya hicimos la repartición de los bienes.
— ¿Y los niños?
—El juez decidió que se quedaran con quien más bienes recibió.
— ¿Entonces se quedarán con la madre?
—No, se quedarán con nuestro abogado.

DIETA PARA ADELGAZAR


—Doctor, ¿cómo hago para adelgazar?
—Basta con mover la cabeza de izquierda a derecha y de derecha a izquierda.
— ¿Cuántas veces doctor?
—Todas las veces que le ofrezcan comida.

EMERGENCIA
El electricista va a la sala de Unidad de Tratamientos Intensivos de un hospital, mira a los pacientes conectados a diversos tipos de aparatos y les
dice:
—Respiren profundo: voy a cambiar un fusible…

CONFESIÓN
El condenado a muerte espera la hora de ejecución, cuando llega el Padre:
—Hijo, traigo la palabra de Dios para ti.
—Pierde el tiempo, Padre. Dentro de poco voy a hablar con él personalmente. ¿Algún encargo?

VELORIO
El viejo acaba de morir.
El Padre en la ceremonia se pasa de elogios:
—El finado era un buen marido, excelente cristiano, ¡¡un padre ejemplar!!...
La viuda voltea hacia uno de sus hijos y le dice al oído:
—Anda al cajón y mira si es tu papá el que está adentro…

PADRE POLÍTICO
Un burro muere frente a una iglesia. Como una semana después el cuerpo seguía allí, el Padre se decidió llamar al Prefecto.
—Prefecto, tengo un burro muerto hace una semana ¡frente a la iglesia!
El Prefecto, gran adversario político del Padre, contesta:
—Pero, Padre, ¿no es el Señor quien tiene la obligación de cuidar de los muertos?
— ¡Así es! Pero también es mi obligación ¡de avisar a los parientes!

EL GENIO
Un árabe caminaba por el desierto cuando encontró una lámpara.
Al abrirla, ¡sorpresa!, apareció un genio:
—Hola! Soy un genio de un solo deseo, a tus órdenes.
—Entonces quiero la paz en el Oriente Medio. Vea este mapa: ¡que estos países vivan en paz!

El genio mira el mapa y dice:


—Caiga en la realidad, amigo. Esos países se hacen la guerra ¡desde hace 5 mil años! Y para decirle la verdad, soy bueno, pero no tanto como
para eso. Pida otra cosa.
—Bueno…Yo nunca encontré la mujer ideal. Usted sabe… me gustaría una mujer que tenga sentido del humor, le guste limpiar la casa, lavar,
planchar, que no sea habladora, que le guste el fútbol, que aprecie una cerveza, fiel, gustosa, bonita, joven, cariñosa y que no le importe que yo no
tenga dinero.

El genio suspira profundamente y dice:


—¡¡¡Déjame ver ese mapa de nuevo…!!!
Por Qué Lloran las Mujeres
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)

Un muchachito le preguntó a su madre, “¿Por qué estás llorando?”

“Porque soy mujer,” le dijo ella.


“No entiendo,” dijo él.

Su mamá lo abrazó y le dijo, “Y nunca lo entenderás.”

Más tarde el niñito le preguntó a su padre, “¿Por qué mi madre parece llorar sin ninguna razón?”

“Todas las mujeres lloran sin ninguna razón,” fue todo lo que su papá le pudo decir.

El muchachito creció y se conviertió en hombre, aún preguntándose por qué lloran las mujeres.

Finalmente hizo una llamada a Dios. Cuando Dios le contestó, le preguntó, “Dios, ¿por qué lloran las mujeres tan facilmente?”

Dios dijo: “Cuando hice a la mujer ella tenía que ser especial. Hice sus hombros suficientemente fuertes paa llevar el peso del mundo, no obstante
suficientemente delicados para dar consuelo.

“Le di una fortaleza interior para soportar el parto y el rechazo que muchas veces les llega a sus hijos.

“Le di una dureza para permitir mantenerse continuando cuando alguien abandona, y cuidar de su familia a través de la enfermedad y la fatiga sin
quejarse.

“Le di la sensibilidad para amar a sus hijos bajo cualesquiera circunstancias, aún cuando su hijo la ha lastimado gravemente.

“Le di fortaleza para llevar a su marido a través de sus faltas y la creé de su costilla para proteger el corazón de él.

“Le di la sabiduría para saber que un buen esposo nunca hiere a su esposa, pero que algunas veces prueba sus fortalezas y su resolución para
apoyarlo sin flaquear.

“Y finalmente, le di una lágrima para derramar. Ésta es de ella exclusivamente para usarla siempre que se necesite.”

“'Ves, hijo mío, ” dijo Dios, “la belleza de una mujer no está en los trajes que usa, la figura que lleva, o la forma en que se peina el cabello.

“La belleza de una mujer debe verse en sus ojos, porque es ésa la puerta a su corazón —el lugar en donde reside el amor.”

Por favor envía esto hoy a cualquier hermosa mujer que conozcas. Si lo haces, algo bueno sucederá. ¡Levantarás la autoestima de otra mujer!
La Niñita de Vestido Rosado
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)

No deje que pase su día sin leer esto primero, ¡¡¡no importa qué tan ocupado pueda estar!!! Había una niñita sentada en el parque sola. Todos
pasaban por su lado y nunca paraban a ver por qué se veía tan triste. Ataviada de vestido rosado gastado, descalza y sucia, la niña solamente se
sentaba y observaba a la gente que pasaba. Nunca trataba de hablar. Nunca decía una palabra.

Mucha gente pasaba por su lado, pero ningua paraba.

El día siguiente decidí regresar al parque por curiosidad para ver si la niñita estuviera aún allí. Sí, ella estaba allí, justamente en el mismo lugar en
donde estaba ayer, y aún con la misma mirada en sus ojos. Hoy fui a acercarme y caminé hacia la niñita.

Porque como todos sabemos, un parque lleno de gente extraña no es lugar para que los niñitos jueguen solos. En cuanto me acercaba podía ver
la espalda del vestido de la niñita. Tenía forma grotesca. Pensé que ésa era la razón de que la gente solamente pasara de lado y no hiciera
esfuerzo de hablar con ella.

Las deformidades son un golpe bajo a nuestra sociedad y, que perdone el cielo si da un paso a atender a alguien quien es diferente.

En cuanto me acercaba más, la niñita bajó sus ojos ligeramente para evitar mi intencional mirada fija. En cuanto me aproximaba a ella, podía ver
la forma de su espalda más claramente. Ella tenía una forma grotescamente jorobada.

Sonreí para darle a entender a ella que estaba bien; estaba allí para ayudar, para hablar. Me senté al lado de ella y abrí la conversación con un
simple, 'Hola'. La niñita actuó estupefacta, y tartamudeó un 'hola '; después de una larga mirada fija a mis ojos. Me sonreí y tímidamente ella me
sonrió de regreso.

Hablamos hasta que cayó la oscuridad y el parque estaba completamente vacío. Le pregunté a la niña por qué estaba tan triste. La niñita me miró
con cara triste y dijo, 'Porque soy Diferente...'
Inmediatamente dije, 'Eso eres!' y sonreí. La niñita actuó aún más triste y dijo, 'Lo sé.'

'Niñita,' dije, 'me recuerdas a un ángel, dulce e inocente.' Ella me miró y sonrió, entonces lentamente se paró y dijo, '¿De verdad?'

'Sí, eres como un Angelito de la Guarda enviado a observar a toda la gente que pasa.' Ella sacudió su cabeza afirmativamente, y sonrió.

Con eso abrió la parte posterior de su vestido rosado y permitió que sus alas se extendieran, entonces dijo, 'Lo soy.' 'Soy tu Ángel de la Guarda,'
con un guiño en sus ojos.

Yo estaba sin palabras, seguro que estaba viendo cosas.

Ella dijo, 'Porque una vez que pensaste de alguien diferente a ti, mi trabajo aquí está hecho'.

Me paré y dije, 'espera, ¿por qué nadie para a ayudar a un Ángel?'

Me miró, sonrió y dijo, 'Tú eras el único que me podías ver,' y luego se fue.

Y con eso mi vida fue cambiada dramáticamente. Así que, cuando pienses que eres todo lo que tienes, recuerda, tu ángel está Siempre guardando
de ti.
Las Lecciones del Fabricante de Lápices
Autor Desconocido
(Original en Inglés, traducción)

Un fabricante de lápices le dijo al lápiz 5 lecciones importantes justo antes de ponerlo en la caja:

1. Todo lo que hagas siempre dejará una marca.

2. Puedes siempre corregir los errores que hagas.

3. Lo que es importante es lo que está dentro de ti.

4. En la vida sufrirás penosas sacadas de punta que solamente te harán mejor.

5. Para ser el mejor lápiz, debes permitirte ser sostenido y guiado por la mano que te sostiene.

Las letras del alfabeto de la imagen de la derecha son tallas de la punta del lápiz. El arte de Dalton Ghetti

Todos necesitamos ser afilados constantemente. Esta parábola puede alentarte a saber que eres una persona especial, con talentos y habilidades
únicos dados por Dios. Solamente puedes llevar a cabo el propósito para el cual naciste. Nunca te permitas desanimarte y pensar que tu vida es
insignificante y que no puede ser cambiada y, como el lápiz, siempre recuerda que la parte más importante de lo que eres es lo que está dentro de
ti y entonces permítete ser guiado por la mano de Dios.

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