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INTRODUCCIÓN

Los cristianos viven en la sociedad y son parte de ella. Son ciudadanos corrientes,
pero su actuación social, siendo personal y responsable, ha de ser coherente con su
fe y con la recta razón. Los Papas han insistido en ello, especialmente desde finales
del siglo XIX, proporcionando principios morales para el orden social, junio a criterios
de juicio sobre determinados sistemas, estructuras o prácticas vigentes en la vida
social y algunas directrices de acción para contribuir a mejorar la sociedad. Lo han
hecho a través de Encíclicas, Exhortaciones apostólicas, Cartas, Radiomensajes, y
otros documentos. Se trata de un conjunto de textos sustentados en una tradición
vivida por los católicos en las cambiantes circunstancias de la sociedad en la que-se
desenvuelven; están anclados en la fe y contienen un rico humanismo, el cual es
estimado también por muchos no católicos.

Inicialmente se ocuparon de la denominada «cuestión obrera» y de otros aspectos


de la situación social a finales del siglo XIX, pero hoy estas enseñanzas se han
ensanchado considerablemente, llegando a constituir un amplio cuerpo doctrinal de
gran coherencia que suele designarse como «Doctrina social de la Iglesia» Esta
doctrina incluye desde principios básicos del orden social hasta aspectos concretos
de la vida social, como son la dignidad y los derechos de la persona humana, la
concepción de la sociedad civil y las sociedades intermedias; familia, educación y
cultura; trabajo, empresa, mercado y economía; misión y límites del Estado y de los
gobiernos, medios de comunicación social, organización social y política, defensa
del medio ambiente y de la paz, desarrollo de los pueblos, cooperación internacional
y varios otros.

Los Romanos Pontífices han exhortado en numerosas ocasiones a conocer y,


sobre todo, a poner en práctica la doctrina social de la Iglesia. Es una exigencia de
coherencia y de lealtad cristiana. En palabras del Beato Josemaría, «la fidelidad al
Romano Pontífice implica una obligación muy clara y determinada: la de conocer el
pensamiento del Papa, manifestado en Encíclicas y en otros documentos, haciendo
todo cuando esté de nuestra parte para que codos los católicos atiendan el
magisterio del Santo Padre, y acomoden a esas enseñanzas su actuación en la
vida»1
Nuestro propósito al escribir este pequeño libro ha sido precisamente contribuir a
divulgar dichas enseñanzas, con especial énfasis en los desarrollos doctrinales del
Concilio Vaticano II y las enseñanzas de los últimos Papas, muy próximas a la
situación actual. Sin embargo, se ha procurado recoger también los puntos más
significativos del pensamiento social de los Romanos Pontífices, a partir de León
XIII.

El carácter introductorio de este libro, junto con la enorme extensión que han
alcanzado los documentos sociales pontificios, ha hecho necesario centrarse en
algunos temas, dejando otros de lado. Por la misma razón, las cuestiones tratadas
se han limitado a exposiciones elementales, pensando en un tipo de lector de cultura
media, aunque procurando desarrollar los temas con rigor y claridad.

Se incluyen numerosas citas o extractos de documentos pontificios con el objeto


de presentar con la mayor fidelidad posible las enseñanzas de los Papas. El lector
1
San Josemaría Escrivá, Forja, Rialp, Madrid 1986, n. 633.

1
encontrará también una amplia selección de textos del Catecismo de la Iglesia
Católica que permiten exponer, con precisión, concisión y autoridad, síntesis
doctrinales que, de otro modo, podrían resaltar excesivamente largas o complejas.
En cambio, apenas se encontrarán comentarios de teólogos, tratadistas y
pensadores, ya que alargarían la exposición más allá de los límites previstos. La
bibliografía incluida al final del libro es también introductoria. Está limitada a obras en
lengua española y, en la mayoría de casos, se refiere a libros editados con
posterioridad a 1988. Se detallan los que hemos considerado como documentos del
magisterio social de la Iglesia más importantes para nuestro tiempo, junto a
introducciones y manuales de doctrina social de la Iglesia y algunos estudios
específicos que, en su mayoría, recogen comentarios a los últimos documentos
pontificios.

Confiamos que escás páginas puedan abrir horizontes y animen al lector o lectora
a acudir a los documentos pontificios completos que más le interesen por su
temática o contenidos, así como a exposiciones sistemáticas más amplias.

Capítulo I

LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

El cristiano que vive en el mundo debe ser consciente del valor y luz de la fe que
le guía a actuar, ya que le revela la verdad última sobre el hombre y su destino, y en
consecuencia le orienta en sus acciones.

Cristo manifiesta la verdad del hombre y su destino eterno, y esta verdad abarca
al hombre entero, también en su dimensión social. El seguimiento de Cristo no
conduce a un espiritualismo desencarnado, despreocupado de las realidades
humanas. Por el contrario, lleva a buscar la verdad y a trabajar por la verdad,
también en el orden temporal.

En este proceso, el Magisterio de la Iglesia, al proponer la Revelación cristiana,


defenderla y aplicarla, contribuye a la formación de la conciencia para actuar en la
vida social según el querer de Dios. A este propósito, ha escrito el Papa Juan Pablo
II: «Sentimos profundamente el carácter impulsivo de la verdad que Dios nos ha
revelado. Advertimos en particular el gran sentido de responsabilidad ante esta
verdad. La Iglesia, por institución de Cristo, es su custodia y maestra, estando
precisamente dotada de una singular asistencia del Espíritu Santo para que pueda
custodiarla fielmente y enseñarla en su más exacta integridad (cf. Jn 14, 26)».

Ante las diversas circunstancias humanas los fieles cristianos reflexionan a la luz
de la fe y de la razón, apoyados en las enseñanzas de los Papas y de los demás
obispos en comunión con el Romano Pontífice, quienes en virtud de su
responsabilidad ante la verdad, enseñan como maestros auténticos en materia de fe
y costumbres2.

Naturaleza de la doctrina social de la Iglesia

En este contexto se han desarrollado un conjunto de enseñanzas relativas a la


vida social, presentadas por la Iglesia para iluminar la conducta cristiana de los fieles
2
Cf. LG 25.

2
y de todas las personas de buena voluntad. Estas enseñanzas han llegado a
constituir un coherente cuerpo doctrinal que se conoce como «Doctrina social de la
Iglesia», y se contienen en diversos documentos, entre los que destacan las
encíclicas pontificias, que son cartas-circulares relativamente extensas. Este género
documental ha sido ampliamente empleado por los Papas desde finales del siglo XIX
en su carea de pastores y maestros de la Iglesia universal.

La doctrina social no ha surgido de repente. Por el contrario, se ha gestado


paulatinamente, a partir de sucesivas intervenciones del Magisterio de la Iglesia ante
circunstancias concretas —especialmente desde finales del siglo XIX—, para
iluminar desde la fe cristiana las cuestiones sociales y las crisis planteadas en
diversos momentos históricos. Sin embargo, sus contenidos no sólo tienen interés
histórico. Junto a consideraciones y juicios sobre problemas particulares, los
documentos pontificios presentan también principios y orientaciones morales para la
vida social, económica y política que mantienen; su vigencia a lo largo del tiempo.

A veces, se emplea la expresión «enseñanzas sociales de la Iglesia» con un


significado prácticamente equivalente a «doctrina social de la Iglesia». Habría que
precisar, sin embargo, que al hablar de enseñanzas el énfasis recae más sobre el
aspecto histórico y practico de los contenidos.

La DSI no debe confundirse con el denominado «pensamiento social católico», el


cual comprende un conjunto de aportaciones sobre la vida social procedente de
diversas escuelas de pensamiento católico, que anticipan, desarrollan o incluso van
más allá de los contenidos de los documentos oficiales. El pensamiento social
católico está constituido por una acumulación de estudios, interpretaciones,
sistemática y aplicaciones de la DSI, en muchos casos de gran interés. Sin embargo,
a diferencia de la DSI, tales contenidos no poseen la autoridad del Magisterio de la
Iglesia.

En la doctrina social de la Iglesia se aprecian tres grandes elementos básicos 3:


— Principios de reflexión, que constituyen los elementos fundamentales de la
DSI. Señalan las bases que se han de respetar para construir una
convivencia social según criterios universales que puedan ser aceptados por
todos.
— Criterios de juicio para valorar la realidad social. Esos criterios están
fundamentados sobre los anteriores principios y evalúan o permiten evaluar
sistemas sociales, estructuras sociales (como instituciones y otras
realizaciones prácticas) y situaciones concretas4.
— Directrices de acción para orientar la actividad de los cristianos en la vida
social.

Al analizar los textos pontificios pueden distinguirse con relativa facilidad los que
son principios de reflexión, criterios de juicio y directrices de acción, ya sea por la
propia exposición o por el contexto en los que aparecen.

La misión de la Iglesia en el orden temporal


3
Cf. OA 4; LC 72; SRS 3 y CCE 2423.
4
Cf. LC 74.

3
La primera cuestión que se plantea es si la Iglesia tiene alguna misión en el orden
temporal, es decir, en todo aquello que acompaña el caminar del hombre en la tierra
en su realidad histórica y social. El orden temporal comprende, entre otros
elementos, la vida humana, la familia, el trabajo, la cultura, las comunicaciones
sociales, las instituciones de la comunidad política, las relaciones internacionales, el
progreso científico y técnico, los conflictos humanos, la guerra y la paz... Son
realidades que, en su aspecto moral y religioso, de hecho son objeto de las
enseñanzas sociales de la Iglesia.

La respuesta a esta cuestión hay que encontrarla en la voluntad de Cristo. «Como


el Padre me envió, así os envío yo» 5, dirá Jesús a los Apóstoles después de la
Resurrección. Son palabras que, junto con otras, expresan que la Iglesia ha de
prolongar la misión de Cristo en el mundo.

La misión de Cristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, consistió en


inaugurar el Reino de los cielos, revelarnos el misterio de Dios y de su amor y, con
su obediencia, realizar la Redención del género humano. La Iglesia recibió la misión
de anunciar este Reino, que es también el reino de Cristo y de Dios, e instaurarlo en
todos los pueblos. Ella misma constituye el germen y el principio de ese Reino 6.

Jesús declara de modo explícito, ante Pilato, que su reino no es de este mundo 7,
lo cual podría interpretarse como que el mensaje cristiano es completamente ajeno
al orden temporal. Pero no es así. Es significativo que inmediatamente después de
que Cristo afirmara que su reino no era de este mundo, añadiera que su misión era
dar testimonio de la verdad; «Para esto he nacido y para esto he venido al mundo,
para dar testimonio de la verdad» 8, y la verdad se extiende cambien al orden
temporal. El orden temporal que conocemos sufre las consecuencias del pecado
original. La Sagrada Escritura expresa la complacencia de Dios tras la creación: «Y
vio Dios todo lo que había hecho y era muy bueno» 9. Pero, posteriormente, el
pecado original introdujo el desorden en el mundo 10. Este desorden sigue
manifestándose hoy en actuaciones humanas, situaciones y estructuras sociales que
no favorecen el desarrollo del hombre, ni la vocación a la santidad con la que han
sido llamadas rodas las personas11.

La obra redentora de Cristo, aunque de suyo se refiere a la salvación de los


hombres, se propone también la restauración de todo el orden temporal: Dios-Padre
ha querido reconciliar en Cristo codas las cosas 12. Por tanto, la misión de la Iglesia,
igual que la de Cristo, es sobrenatural y tiene por fin la salvación de los hombres,
pero incluye también la recta ordenación de las realidades temporales.

En la misión de la Iglesia podemos, pues, distinguir dos aspectos 13:


— En primer lugar, manifestar a todos con palabras y con obras el mensaje de
5
Jn 20, 21.
6
Cf. LG 5.
7
Cf. Jn 18, 36.
8
Jn 18, 37.
9
Gén 1, 31.
10
Cf. Gén 3, 15-19.
11
Cf. LG, cap. V.
12
Cf. Col 1, 20.
13
Cf. AA 6-7.

4
Cristo (apostolado y predicación) y comunicar su gracia (sacramentos).
— Por otra parte, impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el
espíritu evangélico. En este segundo aspecto se inserta la DSI, orientada al
desarrollo auténtico del hombre y de la sociedad para que se respete y promueva
la persona humana en todas sus dimensiones, y se la ponga así en condiciones
más favorables para responder a su vocación a la santidad.

El Magisterio y los fieles laicos en el orden temporal

Impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico, es


tarea de toda la Iglesia, aunque de modos distintos:
— Al Magisterio de la Iglesia compete ser testigo de la verdad divina e iluminar la
actuación de los demás fieles con sus enseñanzas en materia de fe y costumbres
y ateniéndose siempre a la Revelación, también en lo que se refiere al orden
temporal.
— Estas enseñanzas iluminan la actuación de los fieles laicos, que procuran la
santificación de las realidades temporales con iniciativa y responsabilidad
personal, pero guiados siempre por su conciencia cristiana.

Al Papa y demás obispos corresponde la función magisterial: como afirma el


Concilio Vaticano II, «los obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano
Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y
católica»14. Sin embargo, de ordinario, no corresponde a ellos, ni tampoco a los
demás ministros sagrados o a los religiosos la gestión de asuntos seculares.

Son los fieles laicos quienes deben hacer efectivo el mensaje social cristiano en la
ordenación de la sociedad: «A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de
obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según
Dios (...) a ellos corresponde iluminar y ordenar las realidades temporales a las que
están estrechamente vinculados, de (al modo que sin cesar se realicen y progresen
conforme a Cristo y sean para gloria del Creador y del Redentor» 15.

Unidad en la doctrina y pluralidad, en las soluciones

La misión sobrenatural de la Iglesia exige, pues, su intervención en el orden


temporal en aspectos morales o religiosos. Pero sería un abuso pretender que la
Iglesia se comprometiera con ideologías, programas o sistemas, porque iría más allá
de su misión. El Magisterio de la Iglesia no presenta soluciones técnicas para la
resolución de los problemas sociales. Tampoco propone sistemas o programas
económicos o políticos ni manifiesta preferencias partidistas, con tal que la dignidad
humana sea debidamente respetada y promovida y ella pueda ejercer su ministerio
en libertad16. Sin embargo, la Iglesia reivindica su derecho y su deber de juzgar con
autoridad acerca de los aspectos morales y religiosos del orden temporal: «Compete
siempre y en todo lugar a la Iglesia proclamar los principios morales, incluso los
referentes al orden social, así como dar su juicio sobre cualesquiera asuntos
humanos, en la medida en que lo exijan los derechos fundamentales de la persona
humana o la salvación de las almas»17.

14
LG 25.
15
LG 31.
16
CF. SRS 41
17
CIC c. 747,2; CCE 2032.

5
El Magisterio de la Iglesia no se aparra de su misión cuando se pronuncia acerca
de cuestiones relativas a la promoción de la justicia en las sociedades humanas,
pero la Iglesia procura, y ha de procurar, que su misión no quede absorbida por las
preocupaciones de orden temporal, y menos aún que se reduzca a ellas.

Los juicios del Magisterio no se refieren, por tanto, a cuestiones técnicas,


económicas o políticas, sino a la dimensión ética de la realidad. Son los laicos, junto
con los demás ciudadanos, quienes han de promover soluciones concretas actuando
con conciencia cristiana y aceptando la responsabilidad inherente a sus decisiones.
La DSI ayuda a actuar bien, pero no sustituye la creatividad ni el esfuerzo personal o
colectivo para encontrar soluciones adecuadas.

La fe cristiana tiene una proyección social por mucho que lo nieguen ciertas
ideologías laicistas que atacan a la Iglesia por proclamar los principios morales o
emitir juicios cuando es conculcada la dignidad humana o se pone en riesgo la
salvación de las almas. Pero tampoco es de recibo un clericalismo que imponga
«soluciones católicas» a los problemas en los que cabe una pluralidad de
soluciones, todas ellas inspiradas en la fe y en las enseñanzas de la Iglesia.

Los cristianos deben llevar a cabo su actuación social en coherencia con las
enseñanzas de Cristo y de su Iglesia. Sin embargo, ame los problemas planteados,
a veces caben soluciones muy diversas todas igualmente cristianas. Hay, pues,
unidad en. la doctrina y pluralidad en las soluciones a los problemas. Esto exige que
cada uno asuma su responsabilidad personal, sin comprometer a la doctrina de la
Iglesia en las opciones personales. En este sentido, el Beato Josemaría Escrivá
exhorta a actuar con «mentalidad laical», apuntando tres manifestaciones prácticas:
ser lo suficientemente honrados para pechar con la propia responsabilidad personal;
ser lo suficientemente cristianos para respetar a los hermanos en la fe, que
proponen —en materias opinables— soluciones diversas a las que cada uno de
nosotros sostiene; y ser lo suficientemente católicos, para no servirse de nuestra
madre la Iglesia, mezclándola en banderías humanas 18.

La doctrina social, en el ámbito de la teología moral

La doctrina social de la Iglesia acoge e investiga la realidad social a la luz de la


divina Revelación, es decir, del conocimiento de Dios que se manifiesta a los
hombres, al tiempo que responde a las exigencias de la razón humana. Su objetivo
principal es interpretar las realidades sociales, examinando su conformidad o
diferencia con lo que el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena
y, a la vez, trascendente, para orientaren consecuencia la conducta cristiana19. Ha
sido elaborada por el Magisterio, a partir de la Revelación, reflexionando sobre los
problemas sociales y bajo la asistencia del Espíritu Santo, contando también con las
aportaciones de las ciencias sociales y con la experiencia de la comunidad cristiana
que coma conciencia de los problemas del mundo en que vive. Por ello puede
considerarse, con toda razón, incluida en el ámbito de la teología y, más
concretamente, de la teología moral20, La DSI va, pues, más allá de la filosofía y de
las ciencias sociales, aunque aprovecha sus aportaciones. Lo que se propone es
18
Cf. Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Rialp, Madrid 1968.
19
Cf. SRS 41.
20
Cf. SRS 41, CA 55

6
ayudar al hombre en el camino de la salvación 21. Por pertenecer al ámbito de la
teología moral, la DSI no es una ideología22. Las ideologías ofrecen un conjunto de
ideas sobre la realidad o proporcionan modelos para la acción social o política.
Surgen de concepciones hipotéticas del mundo, o de intereses particulares o
colectivos, a partir de las cuales se interpreta la realidad social y se promueve la
acción. La DSI, en cambio, busca un conocimiento de la realidad desde la fe y
ayudada por la razón. Este conocimiento se sitúa en el plano ético y no en el
sociológico o en el político. Por ello, y a diferencia de las ideologías, la DSI no
incluye modelos, sistemas ni programas de acción.

Fundamentos antropológicos de la doctrina social

La DSI tiene una fundamentación antropológica en un doble sentido, por su


origen y por su finalidad. Dicho en otras palabras, parte de una concepción del
hombre y se desarrolla con vistas al hombre.

Aleccionada por la Revelación, la Iglesia propone a rodos lo que tiene como


propio: una visión global del hombre y de la humanidad 23. Es una visión de gran
importancia, ya que «solamente la fe le revela plenamente su identidad verdadera
(del hombre), y precisamente de ella arranca la doctrina social de la Iglesia» 24. Al
propio tiempo, presenta principios y criterios necesarios para resolver los problemas
de la convivencia humana.

Sin embargo, algunos proponen prescindir por completo del conocimiento del
hombre que da la fe cristiana para resolver los problemas humanos o sociales,
argumentando que la sociedad actual es pluralista y no todos comparten la misma
fe. Cierto, pero eso no ha de ser óbice para que los creyentes profundicen en las
exigencias morales del orden social desde la fe, las presenten a los demás y las
defiendan cuando están en juego bienes comunes. Lo contrario sería prescindir de la
verdad más profunda del hombre —con codas sus consecuencias, también sociales
— y, sobre todo, no corresponder a la voluntad de Dios.

Por lo demás, los contenidos de las enseñanzas sociales de la Iglesia pueden


explicarse, entenderse y aceptarse como algo coherente y bien estructurado. Sus
afirmaciones sobre el hombre y la sociedad son acordes con la experiencia común y
mucha gente sensata aprecia el valor de sus postulados para hacer más humana la
sociedad y para orientar la conducta hacia la plenitud humana. La Iglesia, según una
feliz expresión de Pablo VI, es «experta en humanidad» y una voz moral
ampliamente reconocida para hacer frente a los problemas del mundo.

Mas aún, «la dimensión teológica se hace necesaria para interpretar y resolver los
actuales problemas de la convivencia humana. Lo cual es válido —hay que
subrayarlo— tanto para la solución «atea», que priva al hombre de una parte
esencial, la espiritual, como para las soluciones permisivas o consumísticas, las
cuales con diversos pretextos traían de convencerlo de su independencia de coda
ley y de Dios mismo, encerrándolo en un egoísmo que termina por perjudicarle a él y

21
Cf. CA 54
22
Cf. SRS 41
23
Cf. PP 13
24
CA 54

7
a los demás»25.

Por otra parte, la única finalidad que guía a la Iglesia es la atención y la


responsabilidad hacia el hombre, confiado a la Iglesia por Cristo mismo: «Ninguna
ambición terrena mueve a la Iglesia, sino que pretende una sola cosa: bajo la guía
del Espíritu Santo, continuar la obra del mismo Cristo, que vino al mundo para dar
testimonio de la verdad (Jn 3,17), para salvar, v no para condenar; para servir, y no
para ser servido (Mt 20,28; Me 10,45)»26.

Presupuestos cristológicos y eclesiológicos

La Iglesia se alimenta del misterio de Cristo. Por ello, la doctrina social de la


Iglesia está en estrecha relación con cuanto se contiene en este misterio, que no es
otro que el del Verbo Encarnado y Redentor. Al tomar la naturaleza humana, el
Verbo de Dios ha entrado en la historia humana y ha devuelto a la descendencia de
Adán la semejanza divina deformada por el primer pecado. «Cristo, el nuevo Adán,
en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al
propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación» 27 .

La misión de Cristo pone de manifiesto que la verdadera dignidad del hombre se


encuentra en un espíritu liberado del mal y renovado por la gracia. Continuar la
misión de Cristo supone trabajar para lograr que el orden social respete la dignidad
de rodos y facilite que cada persona pueda verse libre del mal y cumplir su vocación
como ser humano llamado a ser hijo de Dios.

Junto a estos presupuestos cristológicos, la DSI cuenta también con la tradición


viva de la Iglesia. Una tradición que alienta un orden social justo y de firme
preocupación por las necesidades de todos, y especialmente de los más débiles. A
lo largo de los siglos, la Iglesia ha abrazado a los afligidos por la debilidad humana,
viendo en las personas necesitadas la imagen de Cristo 28. Lo ha realizado a través
de acciones individuales, promoviendo instituciones apropiadas y favoreciendo
determinadas directrices de acción. En los últimos siglos, a través de su doctrina
social, el Magisterio ha insistido en la necesidad de vivir un amor preferencial por los
pobres29 y de participar en la vida social para construir un mundo mejor, más
cristiano y, por ello, también más humano30.

La doctrina social en la misión evangelizadora

La doctrina social es parte del anuncio del mensaje cristiano. La Iglesia anuncia a
Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela
al hombre a sí mismo. La DSI se inserta en la misión evangelizadora de la Iglesia y,
por tanto, es también un aspecto del apostolado de los fieles. La DSI «tiene de por sí
el valor de un instrumento de evangelización» 31. Y es que «para la Iglesia enseñar y
difundir la doctrina social pertenece a su misión evangelizadora y forma parte

25
CA 55.
26
GS 3.
27
GS 22.
28
Cf. Mt 25 40
29
Cf. CCE 2443-2449.
30
Cf. CCE 1888; 1913-1917.
31
CA 54.

8
esencial del mensaje cristiano»32.

El ejercicio del ministerio de evangelización en el campo social es un aspecto de


la función profética de la Iglesia. En ocasiones se ejerce como denuncia de males e
injusticias y muchas otras como un anuncio orientador. En realidad, «el anuncio es
siempre más importante que la denuncia, ya que ésta no puede prescindir de aquél,
que le brinda su verdadera consistencia y la fuerza de su motivación más alta» 33.
Como afirmaba el Papa Juan XXIII, «la doctrina social profesada por la Iglesia
católica es algo inseparable de la doctrina que la misma enseña sobre la vida
humana»34.

El estudio de la doctrina social es un acicate para la acción. "Hoy, más que nunca
—escribe Juan Pablo II—, la Iglesia es consciente de que su mensaje social se hará
creíble por el testimonio de las obras anees que por su coherencia y lógica
interna»35.

La Iglesia, con su doctrina social, intenta guiar a los hombres para que ellos
mismos, con la ayuda de la propia razón y de las ciencias humanas, den una
respuesta a su vocación de constructores responsables de la sociedad 36. La
actuación social del cristiano ha de ser creativa y responsable. Ante las variadas
situaciones en las que se encuentra el cristiano, la DSI proporciona juicios concretos
y una orientación moral. De este modo, se sitúa en el cruce entre la vida, la
conciencia cristiana y las situaciones del mundo 37.

La actuación social del cristiano ha de respetar también la libertad de los demás,


que Dios mismo ha querido para sus hijos. Este respeto por la libertad ajena no es
opuesto a la búsqueda de la verdad ni a la lucha por la justicia. En su acción
evangelizadora, los cristianos han de armonizar la defensa de la verdad con el
respeto a la libertad. La Iglesia, «al ratificar constantemente la trascendente dignidad
de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad» 38.

Un último aspecto de la evangelización surge al descubrir que la doctrina social


es un lugar de encuentro con otros cristianos y aun con personas no cristianas. La
Iglesia invita a otras confesiones cristianas y a las grandes religiones del mundo a
dar un testimonio unánime de las comunes convicciones acerca de la dignidad de la
persona humana39. En la práctica, la aplicación de la DSI permite diversos modos de
colaboración con personas alejadas de Dios en acciones en favor del bien de las
personas y de la sociedad. Por ello, puede suponer una posibilidad de testimonio y
trato apostólico con personas sin fe.

A la vista de lo que ha sido dicho, se comprende que el estudio y la difusión de la


DSI haya sido recomendado repetidamente por el Magisterio 40. Es una parte
importante de la formación cristiana que los fieles necesitan, tanto para sí mismos
32
CA 5.
33
SRS 41.
34
MM 246.
35
CA 57.
36
Cf. SRS 1.
37
Cf. CA 59.
38
CA 46.
39
Cf. SRS 47; CA 60.
40
Cf. CA 56, SRS 41, MM 246, etc.

9
como para evangelizar. En muchas ocasiones, la falta de estudio o de asimilación de
la doctrina social lleva a una doble vida: la vida de piedad, por una parte, y por otra
la actividad profesional, social o política movida por enfoques ajenos a la moral
cristiana.

En el último Concilio, se constataba «que el divorcio entre la fe y la vida diaria de


muchos debe ser considerada como uno de los más graves errores de nuestra
época»41. Este problema sigue siendo actual y, en muchas ocasiones, es debido a la
ignorancia.

La doctrina social, por otra parte, tiene una importante dimensión interdisciplinar42.
Su estudio facilita el diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre,
incorpora sus aportaciones y les ayuda a abrirse a horizontes más amplios al
servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación»43.

Liberación salvífica y liberación humana

El Evangelio de Jesucristo es mensaje de libertad y fuerza de liberación. Hay,


pues, una auténtica teología de la liberación44. La liberación de Cristo es, ante todo,
liberación de la esclavitud radical del pecado. Su finalidad es la libertad de los hijos
de Dios (liberación salvífica). Sin embargo, la liberación obrada por Cristo reclama
también la liberación de múltiples esclavitudes de orden cultural, económico, social y
político (liberación humana), que, en definitiva, derivan del pecado y constituyen
obstáculos para que el hombre viva según su dignidad 45.

Es importante no confundir liberación salvífica con liberación humana. Por ello,


son inaceptables determinadas «teologías de la liberación», que todavía subsisten
con mayor o menor fuerza en algunos países, basadas en filosofías de corte
marxista, las cuales reducen la liberación cristiana a mera liberación de estructuras
sociales injustas46.

Frente a visiones politizadas de la misión de la Iglesia, que pretenden


comprometerla en opciones políticas, la DSI recalca que ninguna realización
temporal se identifica con el Reino de Dios, aunque también señala que las
realidades temporales reflejan y anticipan la gloria de este Reino 47.

La doctrina social pone de relieve que hay unidad y distinción entre


evangelización y promoción humana. Unidad, porque ambas buscan el bien coral del
hombre, y distinción por que estas dos tareas forman parte, por títulos diversos, de
la misión de la Iglesia48.

Fuentes de la doctrina social

Si la DSI nace de la consideración de la sociedad humana desde la fe, su fuente


41
GS 43.
42
CA 59.
43
CA 59; OA 40.
44
De esta cuestión se ha ocupado por extenso la LN III, 4 y, sobre todo, la LC.
45
Cf. LN 1.
46
Cf. LN, especialmente, cap. IX.
47
Cf. SRS 48; GS 39, 45; PP.
48
Cf. LC 64.0.

10
principal ha de estar en la Revelación. La Revelación, contenida en la Sagrada
Escritura y en la Tradición, es interpretada auténticamente por el Magisterio de la
Iglesia49. La propia fe alumbra con luz nueva todas las cosas y orienta al espíritu a
buscar soluciones plenamente humanas.

Además de la Sagrada Escritura y la Tradición, la DSI cuenta también con el


Magisterio de la Iglesia acumulado a lo largo del tiempo y con el continuo
discernimiento de los nuevos acontecimientos, escrutando los «signos de los
tiempos» que el propio Magisterio realiza juntamente con el pueblo de Dios y guiado
por el Espíritu Santo.

Sagrada Escritura y Tradición

La Sagrada Escritura y la Tradición contienen abundantes textos relativos al orden


social. En algunos casos son presentados directamente y en muchos otros se
deducen de la concepción implícita del ser humano que aparece en sus enseñanzas.

En los textos del Antiguo Testamento, que constituyen un anticipo y una


introducción necesaria a los del Nuevo Testamento, aparece un mensaje social
desde la creación del hombre hasta su vida en sociedad y el dominio de la creación
por el trabajo. También se pone de manifiesto en la liberación del pueblo de Dios, en
las diversas instrucciones del pueblo de Israel, en las exhortaciones de los profetas y
en los Salmos.

Las enseñanzas de Jesús, sus dichos y sus hechos, contienen verdades que han
inspirado el pensamiento social de la Iglesia a lo largo de los siglos.

Estas enseñanzas se reafirman y desarrollan en diversos pasajes de las Carras


de los Apóstoles incluidas en el Nuevo Testamento. Por su parte, los Padres de la
Iglesia aplican el mensaje social del Evangelio a los problemas de su época. El valor
de los escritos patrísticos sobre temas sociales se encuentra en los mismos
contenidos formales de esos escritos, pero de modo más profundo, es de gran
interés considerar su modo de afrontar los problemas concretos a la luz de las
enseñanzas evangélicas. Con ello, marcan una pauta que será seguida por los
teólogos y por el propio Magisterio en los siglos venideros.

El Magisterio de la Iglesia

La Iglesia recibió de Cristo la autoridad divina de interpretar auténticamente la


Revelación y la ley moral en su conjunto. En la ley moral se incluye la ley natural,
que es también expresión de la voluntad de Dios 50.

El Magisterio de la Iglesia, cumpliendo este deber, ha desarrollado el cuerpo de


doctrina amplio y coherente, del que venimos hablando, para dar respuesta a los
problemas humanos y sociales planteados en cada momento histórico. En la DSI
hay algunos elementos permanentes, más directamente ligados al mensaje
evangélico, y otros elementos cambiantes, ligados a determinadas descripciones de
la realidad o a circunstancias históricas pasajeras 51. Es, pues, necesario distinguir
49
DV 10.
50
Cf. DV 9-10; HV 4; CA 5; GS 63.
51
Cf. SRS 3; CA 2 in fine.

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los elementos permanentes de los contingentes.

Hay continuidad y, al mismo tiempo, una constante renovación: «continuidad y


renovación son prueba de la perenne validez de la enseñanza de la Iglesia 52». La
repetición y la fuerza con que se presentan las enseñanzas, junto con otros criterios
interpretativos habituales en los textos del Magisterio, ayudan a descubrir los
principios y demás elementos permanentes de la DSI.

El Magisterio pontificio sobre las cuestiones sociales es completado por el


Magisterio episcopal, que intenta llevar las reflexiones y enseñanzas más generales
a la aplicación práctica en una determinada situación histórico-cultural y en una
región geográfica. En ocasiones son los obispos individualmente quienes presentan
sus enseñanzas, mientras que otras veces son las Conferencias Episcopales las que
emiten documentos de doctrina social.

La interpretación cristiana de los signos de los tiempos

Una última fuente de la DSI lo constituye el discernimiento de los denominados


«signos de los tiempos», expresión que tiene un significado muy amplio. Se incluyen
en él acontecimientos históricos, sensibilidades sociales, cambios culturales.

La Iglesia, viviendo en la historia, debe escrutar a fondo los signos de los tiempos
e interpretarlos a la luz del Evangelio 53. Lo hace tratando de discernir los signos
verdaderos de los planes de Dios en los acontecimientos, exigencias y deseos
humanos, en los cuales los cristianos participan con otros cristianos 54.

Para ayudar a escrutar los signos de los tiempos, la DSI se apoya en las
disciplinas que se ocupan del hombre, incorporado críticamente sus aportaciones, y,
sobre todo, en la experiencia común vivida en cada momento histórico. De este
modo, el «corpus» doctrinal renovado de la DSI «se va articulando a medida que la
Iglesia, en la plenitud de la Palabra revelada por Jesucristo y mediante la asistencia
del Espíritu Santo, lee los hechos según se desenvuelven en el curso de la
historia»55.

La innegable importancia de los signos de los tiempos no debe hacer olvidar que
en sí mismos, estos signos no son fuente de la DSI, sino su discernimiento a la luz
de la Revelación cristiana.

No es que la doctrina cambie en lo substancial para adaptarse a los signos de los


tiempos, sino que la doctrina se desarrolla y enriquece para iluminar las nuevas
realidades sociales que aparecen en cada momento histórico, para que se abran a
Cristo. Por ejemplo, la falta de aprecio a la grandeza de la transmisión de la vida en
algunas sociedades es un signo de los tiempos que lleva al Magisterio a profundizar
en su doctrina, recogiendo y respondiendo a las objeciones presentadas y
considerando los datos sociológicos. Pero la doctrina de la Iglesia, sobre el valor de
la vida humana no puede cambiar por estas objeciones ni por las encuestas de
opinión, por muy contrarias que sean a la cultura de la vida.

52
SRS 3; MM 245.
53
Cf. GS 4; PP 13.
54
Cf. GS 11.
55
SRS 1.

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Desarrollo histórico de la doctrina social

En la Tradición viva de la Iglesia, desde los primeros tiempos ha estado presente


la dimensión social del Evangelio. En los Padres de la Iglesia encontramos
numerosas referencias al sencido social de la virtud de la justicia, y los grandes
Doctores de la Iglesia, como San Agustín y Santo Tomás de Aquino, también se
ocuparon en muchos aspectos de lo que ahora denominamos moral social. Pero fue
a partir del Papa León XIII cuando la doctrina social de la Iglesia adquirió un notable
desarrollo. Surgió del encuentro entre el Evangelio y la sociedad industrial moderna
y tuvo como marco la denominada «cuestión social» 56.

Las intervenciones de León XIII estuvieron precedidas por diversas llamadas de


católicos —clérigos y laicos— a la transformación social. Este Papa nos ha legado
varias encíclicas importantes, entre las que destaca la Rerum novarum (1891) sobre
la situación de los obreros creada por la revolución industrial.

En 1931, tras la gran depresión del 29 y ante profundos cambios en la sociedad,


Pío XI escribe la encíclica Quadragesimo anno, sobre la reconstrucción del orden
social. Pone diversas objeciones al fascismo en la encíclica Non abbiamo bisogno
(U31); condena el nazismo y la forma de estado totalitario erigido en base al
principio racial en la Mit brennender sorge (937) y, en la Divini Redemptoris (1937),
condena igualmente el comunismo ateo como intrínsecamente perverso.

Pío XII pronunció memorables radiomensajes. Entre ellos destacan dos: La


Solennita (1941), con motivo del cincuentenario de la Rerum novarum, que versaba
sobre el orden socioeconómico, y el radiomensaje Benignitas et humanitas (Navidad
1944), donde establece las condiciones para un recto ejercicio de la democracia.

Juan XXIII ha dejado dos importantes encíclicas: la Mater et magistra (1961),


sobre el cristianismo y el progreso social y Pacem in terris (1963), sobre los
derechos humanos, la convivencia social y la paz. Juan XXIII amplía la visión de la
DSI a los problemas sociales mundiales.

La doctrina social del Concilio Vaticano II, que profundiza y amplía las
enseñanzas anteriores, se encuentra principalmente en la Constitución pastoral
Gaudium et spes (1965). También en otros documentos relativos a la libertad
religiosa, a las comunicaciones sociales, a la educación o al apostolado de los laicos
hay abundantes referencias de doctrina social.

Desde el Concilio Vaticano II, la DSI tiene cada vez una mayor amplitud, uniendo
la tradicional preocupación por el orden económico, social y político a una creciente
atención a otros temas, como la cultura, la familia, la educación y los medios de
comunicación social.

El Magisterio social de Pablo VI está contenido, entre Otros documentos, en la


encíclica Populorum progressio (1967), sobre el desarrollo de los pueblos, y en la
carta Octogesima advenme (1971), que es una llamada a la acción ante las

56
Cf. CCE 2421. La denominada “cuestión social” aparece consecuencia de la revolución industrial y de la ideología liberal dando lugar una
tuerte desigualdad social y a situaciones de miseria extrema. Ante estos problemas muchos obispos, sacerdotes y laicos tomaron posturas y
actuaron con la luz del Evangelio.

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ideologías contemporáneas y otros problemas.

Juan Pablo II relanza la DSI, después de varios años en que sufre cierto
retraimiento, con varias encíclicas de gran calado: la Laborem exercens (1981),
sobre el trabajo, la Sollicitudo rei socialis (1987), sobre el desarrollo, y la Centesimus
agnus (1991), sobre el orden económico, la cultura y el Estado. También ha
publicado asimismo otros documentos estrechamente relacionados con la moral
social. Concretamente, las encíclicas Veritatis spiendor ("1993), sobre los
fundamentos de la moral cristiana, y Evangelium vitae (1995), sobre el derecho a la
vida; la Carta a las Familias (1994), las exhortaciones apostólicas Familiaris
consortio (1982), sobre la familia, Christifideles laici (1988), sobre los laicos, y
Mulieris dignitatem (1988), sobre la dignidad de la mujer.

En el pontificado de Juan Pablo II, y bajo su aprobación expresa, se publicaron


dos destacables instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe para
hacer frente a determinadas «teologías de la liberación» que pretendían sustituir la
DSI por la lucha de clases: la Libertatis nuntius (1984) y la Libertatis conscientia
(1986). También la Comisión pontificia s «Justitia et pax» ha publicado importantes
documentos sobre diversos problemas sociales, como la deuda internacional, el
problema de los «sin techo», el comercio internacional de armas, el racismo y el
reparto de la tierra.

El Magisterio episcopal español ha publicado diversos documentos sociales en


época reciente. Entre ellos destacan: Constructores de la paz (1986), Los católicos
en la vida pública.(1986), La verdad os hará libres (1990) y Moral y sociedad
democrática (1996).

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