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Traductoras
Candy27 NaomiiMora
Krispipe Rimed
Liliana Rose_Poison1324
Mais Vale
Manati5b Wan_TT18
Recopilación y Revisión
Mew Rincone
Diseño
Mew Rincone
Glosario
Este libro está contado sobre el folklore ruso.
SOLOVEY— Ruiseñor.
STARIK—Viejo.
— ¡Finist el Halcón!
— ¡Por supuesto que no, tonto! ¿Es que no ves que estoy a
punto de morir de frío?
La chica gritó:
— ¿Pero qué le paso a Marfa? ¿Se casó con él? ¿El Rey
Frost?
Marina sonrió.
****
*****
****
Vasya no entendió.
—¿Sabes dónde estamos? —dijo ella—. Estoy perdida. Mi
padre es Pyotr Vladimirovich. Si puedes llevarme a casa, te dará
alimento y un lugar junto al horno. Va a nevar.
****
****
1
El sarafán (en ruso: Сарафан) es una prenda femenina rusa tradicional. Se trata de un
vestido sin mangas, generalmente largo, muy amplio y con tirantes.
destacaban contra la nieve. Olga sostuvo hacia adelante su
delantal con ambas manos; dentro había panes apilados,
oscuros y tiernos, calientes por el horno. Kolya y Sasha ya se
estaban reuniendo. Vasya tiró de la capa de su segundo
hermano mientras comía su pan.
—Todos son así, los príncipes que viven —dijo Pyotr. Tomó
una rebanada humeante de pastel—. Todos tienen demasiados
hermanos y todos están ansiosos por la siguiente ciudad, el
premio más suculento. O son buenos jueces de hombres o están
muertos. Ten cuidado con los vivos, synok3, porque son
peligrosos. —Luego prestó toda su atención a la masa.
***
***
—¿Cuáles?
Ivan Krasnii tenía un sólo hijo: el pequeño gato salvaje rubio Dmitrii
Ivanovich. Aleksei, metropolitano de Moscú, el prelado más alto en Rus',
ordenado por el propio Patriarca de Constantinopla, encargado de enseñar
a los niños las letras y el arte de gobernar.
—¿Ha empeorado?
—Organiza que Vladimir sea casado con otra mujer —dijo Aleksei de
inmediato—. No una princesa, sino una de tan baja cuna como para ser
un insulto. Si ella es bella, el niño es lo bastante joven como para no
protestar.
***
Un demonio se sentaba y cosía en la esquina y ella era la única que
lo veía. Anna Ivanovna se agarró a la cruz entre sus pechos. Con los ojos
cerrados, susurró:
Abrió los ojos. El demonio todavía estaba allí, pero ahora dos de sus
mujeres la estaban mirando. Todos los demás miraban con interés
estudiado la costura en sus regazos. Anna trató de no dejar que sus ojos
volvieran a la esquina, pero no pudo evitarlo. El demonio estaba sentado
en su taburete, ajeno. Anna se estremeció. La pesada camisa de lino yacía
en su regazo como una cosa muerta. Metió profundamente sus manos en
sus elegantes pliegues para ocultar su temblor.
Anna había estado mirándose los dedos de los pies como una
doncella bien criada, pero ahora su cabeza se levantó.
Sarai era la sede del Kan. Fue allí donde los grandes mercaderes
fueron a vender sus maravillas ante un tribunal hastiado por trescientos
años de saqueo. Incluso los mercados más al sur, en Vladimir, o al oeste,
En Novgorod, eran más grandes que el de Moscú. Pero los mercaderes
seguían fluyendo hacia el norte desde Bizancio y más al este, tentados por
los precios, su mercadería se vendía entre los barbaros— y tentaban
incluso más por sus precios que los príncipes pagaban en Tsargrad por las
pieles del norte.
Pyotr no podría decir exactamente qué era lo que era extraño de este
hombre, excepto que tenía algo —quietud en medio del bullicio. Sus ropas
eran aptas para un príncipe y sus botas estaban ricamente bordadas. Un
cuchillo colgaba de su cinturón y unas gemas blancas brillaban en la
empuñadura. Sus rizos negros estaba al descubierto, extraño para
cualquier hombre, y más si era invierno blanco —cielo brillante y nieve
gimiendo bajo los pies. Estaba bien afeitado—algo casi inaudito en Rus’ y
Pyotr, desde las distancia, no podría decir si era joven o viejo.
***
—No maúlles —dijo el extraño con frio humor—, y dejaré que por un
tiempo camines libre bajo el sol. Sin embargo —su voz ya de por sí baja
cayó más y la risa se drenó como agua en una taza rota—, estas marcado,
eres mío, y un día te tocaré otra vez. Y morirás. —El ladrón sofocó un
sollozo mientras sentía un fuego punzante en su brazo y garganta.
Aún no.
***
Fue entonces cuando un hombre caminó por el pasillo con sus dos
hijos ya crecidos. Los tres tomaron su lugar en la gran mesa. El hombre
mayor era bastante ordinario, sus ropas de buena calidad. Su hijo mayor
fanfarroneaba y el más joven caminaba suavemente, su mirada fría y seria.
Perfectamente ordinario.
Y aún así.
La mirada del extraño se movió. Con los tres llegó un hilillo de aire
curvilíneo, un viento del norte. En el espacio de una respiración y la
siguiente, el viento le contó una historia: una de vida y muerte, de una
niña nacida en el debilitado año
***
Pyotr había olvidado todo sobre el extraño en el mercado. Pero
cuando llegó esa noche a la mesa del Gran Príncipe, lo recordó
rápidamente, el mismo extraño estaba sentado entre los boyardos, junto a
una de las acompañantes de la princesa. Ella estaba mirándolo, sus
parpados temblaban como pájaros heridos.
Llegó una tos por detrás. Pyotr levantó la vista de esa interesante
escena para encontrar a un sirviente a su costado.
Bueno, era la sobrina de Mariana, una hija del Gran Príncipe, prima
de sus propios niños, y no podía preguntar que estaba mal con ella.
Incluso si ella tenía una enfermedad, era una borracha o una ramera, o—
bueno, aun así, el beneficio de aceptar la pareja seria considerable.
Algunos dijeron que era bonita. Otros dijeron que tenía una verruga
en la barbilla y solo la mitad de los dientes. Dijeron que su padre la
mantenía encerrada, o que se escondía en sus habitaciones y nunca salía.
Dijeron que estaba enferma, o loca, o triste, o simplemente tímida, y por
fin Pyotr decidió que, fuera cual fuera el problema, era peor de lo que
temía.
***
Y entonces se movió.
Había sucedido tan rápido que incluso los caballos no habían tenido
tiempo de asustarse. Pyotr saltó hacia adelante con la mano en su espada,
pero se detuvo cuando el hombre levantó la vista. El extraño tenía los ojos
más extraños que Pyotr hubiera visto alguna vez, de un muy pálido azul,
como un cielo despejado en un día frío. Sus manos eran ágiles y estables.
— ¿Qué servicio?
—¿Tiene hijas?
Pyotr miró a sus hombres. Estaban con los ojos en blanco; incluso
Sasha en su caballo asintió con la cabeza pesada. La sangre de Pyotr se
enfrió. No temía a ningún hombre, pero este misterioso extraño había
embrujado a su gente; incluso sus hijos valientes estaban indefensos. El
collar colgaba helado y pesado en su mano.
—Lo juro —dijo Pyotr a su turno. El hombre asintió una vez, dio
media vuelta y se alejó a zancadas por el patio embarrado. Tan pronto
como estuvo fuera de vista, los hombres de Pyotr se movieron a su
alrededor. Piotr empujó apresuradamente el objeto brillante en su bolsa de
cinturón.
— ¿Padre? —dijo Kolya—. Padre, ¿qué ocurré? Todo está listo; solo
una palabra tuya y nos iremos. —Pyotr, mirando incrédulo a su hijo,
guardó silencio porque las manchas de sangre habían desaparecido y
Kolya parpadeó con una mirada plácida inyectada en sangre, no nublada
por su reciente encuentro.
Pero cruzaron el río por fin. Cuando Pyotr concluyó que el grupo
estaba a menos de un día de Lesnaya Zemlya, colocó los pies de Buran en
la pista nevada y salió a la cabeza con el semental. La mayoría de sus
hombres seguiría con los trineos, pero él y Kolya volaron a casa como
fantasmas azotados por el viento. Fue un alivio inexpresable que Pyotr
saliera de la cobertura de los árboles y viera su propia casa plateada e
ilesa en la clara luz del día de invierno.
***
Cada día des que Pyotr, Sasha y Kolya se habían ido, Vasya se había
escabullido de la casa cada vez que podía hacerlo y corría a escalar su
árbol favorito: el que extendía una gran rama sobre el camino al sur de
Lesnaya Zemlya. Alyosha iba con ella a veces, pero él era más pesado que
ella y un escalador más torpe. Entonces, Vasya estaba sola el día que vio el
parpadeo de cascos y arneses. Se deslizó por su árbol como un gato y cayó
sobre sus cortas piernas. Para cuando llegó a la puerta de la empalizada,
gritaba:
Para entonces no era una gran noticia, ya que los dos jinetes, que
venían mucho más rápido que una niña pequeña, ya estaban cruzando los
campos a gran velocidad, y los aldeanos, desde su pequeña elevación,
podían verlos claramente. La gente se miraba, preguntándose dónde
estaban los demás, temiendo por sus parientes. Y luego Pyotr y Kolya
(Sasha se había quedado con los trineos) entraron en la aldea y
controlaron sus caballos. Dunya intentó agarrar a Vasya, quien le había
robado la ropa a Alyosha para trepar a su árbol y estaba mugrienta para
arrancar, pero Vasya se escabulló y corrió hacia el patio trasero.
—He traído una madre para ti, Vasochka —dijo Pyotr, mirándola con
una ceja levantada. Ella estaba cubierta de pedazos de árbol—. Aunque no
le dije que obtendría un duende de madera en lugar de una niña pequeña.
—Pero besó su mejilla sucia y ella soltó una risita.
—Toma esto, Dunyashka —dijo Pyotr, y su voz era tan extraña que
la vieja niñera se volvió rápidamente para mirarlo—. Tengo un regalo para
Vasya. —Él ya le había dado un pedazo de tela verde fina, para hacer un
buen sarafan. Dunya frunció el ceño.
Dunya parecía más desconcertada que nunca, pero ella tomó la fría
cosa azul y la miró con los ojos entrecerrados.
—Su padre lo trajo para Vasilisa, pero ella es solo una niña. Lo vi y
supe que era un talismán —balbuceó Dunya—. No lo he robado, no lo
hice... pero temo por la niña. Por favor, ella es demasiado joven, demasiado
joven para la hechicería o el favor de los viejos dioses.
Finalmente, asintió.
—Muy bien, guárdalo para ella entonces, hasta que crezca, pero solo
hasta entonces. Creo que no necesito decirte lo que pasará si juegas
conmigo.
—Es mejor para ella que esté casada antes de viajar —dijo el
mensajero—. No estará tan asustada. — Y, el mensajero podría haber
agregado, Aleksei, Metropolitano de Moscú, quiere que el matrimonio se
llevara a cabo y se consumara antes de que Olga llegase a la ciudad.
***
—Calla, pequeña rana —dijo Olga, como si pensara que Vasya fuera
un bebe—. Todo estará bien.
—Madre está muerta —dijo Olga con una voz plana—. Otra ocupa su
lugar. Y yo me iré para siempre.
Esa noche Vasya fue a la cama con Olga y dijo con urgencia:
Olya la acercó.
—Pero tú también crecerás algún día y no serás más una niña. ¿Y
que uso tendrás entonces para tu frágil hermana mayor?
—Tengo una idea mejor —dijo Olya—. Tú ya eres una gran chica y sé
que no pasaran muchos años más antes de que seas una mujer. Enviaré
por ti desde Moscú cuando hayas crecido. Seremos dos princesas juntas
en un palacio y tú tendrás un príncipe para ti. ¿Te gustaría eso?
***
Sergei rio. —Veré la cara de Dios, y seré cegado por la gloria, antes
de venir a Moscú para tratar de administrar a tus obispos, hermano. Pero
iré al norte con el Príncipe de Serpukhov. He pasado tiempo sin viajar, y
me gustaría ver las grandes montañas de nuevo.
***
—De hecho, así será —dijo Sergei—. Para su propio primo: un chico
que un día tendrá a todo Moscovía a su cargo.
—Lo siento —dijo—. Es algo difícil. Rezaré por ti. —Se escabulló
entre los árboles, el sonido de su marcha fue tragada por la corriente.
***
Debo estar viejo, pensó Pyotr, si mi hijo está siendo amable conmigo.
—No importa —dijo. La luz inclinó el oro entre las esbeltas hayas, y
todas las hojas plateadas se rozaron. El caballo de Sasha se ofendió por el
brillo y se encabritó. Sasha lo miró a mitad de camino y lo colocó en
cuclillas. Buran se acercó a ellos, como mostrándole al potro cómo se
comportaba un caballo de verdad.
—Si te vas, te irás sin nada, Sasha —espetó Pyotr—. Las ropas a tu
espalda, tu espada, y ese salvaje caballo que piensas montar, pero no
serás mi hijo.
Sasha lucía más joven que nunca. Su rostro se puso blanco bajo el
bronceado.
****
—Mysh está triste —dijo Vasya—. Ella quiere ir contigo. —La yegua
marrón tenía la cabeza colgando sobre la puerta de su establo.
—Se está haciendo vieja para los viajes esta yegua —dijo, estirando
una mano para acariciarle la nuca—. Además, hay muy poco uso para una
yegua de cría en un monasterio. Este me servirá bien. —Dio una palmada
al castrado, que sacudió sus orejas puntiagudas.
—Puedo ser un monje —dijo Vasya, y Sasha vio que ella se había
robado las ropas de su hermano de nuevo y se hallaba de pie con una
pequeña bolsa de piel en una mano.
—No tengo duda —dijo Sasha—. Pero los monjes usualmente son
más grande.
Vasya, cuando era más pequeña, no había amado nada más que
montar en su silla de montar, su cara al viento, a salvo en la curva de su
brazo. Su rostro se iluminó y Sasha la puso sobre el castrado. Cuando
entraron en el patio delantero, él saltó hacia atrás. Vasya se inclinó hacia
delante, acelerando la respiración, y luego se marcharon, galopando con
un rápido trueno de cascos.
—Un poco lejos para una noche de galope —dijo Sasha—. Debes ser
valiente, ranita, y escucha a Dunya. Regresare un día.
—No, Dunya, ¿qué más vive en el río? Algo con ojos como una rana y
algas marinas como cabello y barro goteando por su nariz.
***
Kolya resopló.
—No.
Una hora más tarde, Vasya todavía estaba sentada según las
instrucciones, y Kolya tenía seis peces finos en su cesta. Tal vez su esposa
perdonaría su desaparición, pensó, mirando a su hermana y
preguntándose cómo había logrado permanecer sentada durante tanto
tiempo. Ella estaba mirando el agua con una expresión embelesada que lo
hizo sentir incómodo. ¿Qué estaba viendo para que ella lo mirara así? El
agua susurraba sobre su lecho como siempre, con lechos de berro
balanceándose en la corriente de ambas orillas.
— ¡Mis peces se han ido! Algún durak del pueblo debió venir y...
***
El otoño llegó al final para poner sus dedos fríos sobre la hierba seca
del verano; la luz pasó de dorado a gris y las nubes se volvieron húmedas y
suaves. Si Vasya todavía lloraba por su hermano y su hermana, no lo hizo
donde su familia pudiera verla, y dejó de preguntarle a su padre todos los
días si era lo suficientemente grande como para ir a Moscú. Pero comía
sus gachas con una intensidad lobuna y le preguntaba a Dunya a menudo
si había crecido más. Evitaba tanto a su costura como a su madrastra.
Anna daba un pisotón y daba órdenes chillonas, pero Vasya las desafiaba.
Vasya hablaba entre mordiscos, pateba sus pies contra las patas de
su taburete. El domovoi estaba cosiendo; ella le había entregado
furtivamente su reparación. Sus pequeños dedos se movieron rápidamente
como mosquitos en un día de verano. Su conversación fue, como siempre,
más bien unilateral.
—¿De dónde vienes? —le preguntó Vasya con la boca llena. Había
hecho esta pregunta antes, pero a veces su respuesta cambiaba.
—No.
—No.
—Con nadie.
—Sal de aquí —gritó Anna— ¡Vete, fuera! —La última palabra fue un
chillido, y Vasya dio media vuelta y huyó.
***
¿No había tal cosa como un domovoi? Por supuesto que había. Lo
veía todos los días. Él había estado allí.
Pero cuando volvió a mirar, los ojos seguían allí, todavía grandes,
marrones y tranquilos, y pegados a un rostro ancho, una nariz roja y una
barba blanca y ondulante. La criatura era bastante pequeña, no más
grande que Vasya misma, y él se sentaba en una pila de heno, mirándola
con una expresión de curiosa simpatía. A diferencia del domovoi en su
túnica limpia, esta criatura llevaba una colección de rarezas andrajosas, y
sus pies estaban desnudos.
Tanto que Vasya vio antes de cerrar los ojos de nuevo. Pero no podía
quedarse sepultada en el heno para siempre; al final se armó de coraje,
abrió los ojos una vez más y dijo trémulamente:
Vasya reflexionó.
—Una gran criatura negra con una barba de fuego y una cola
bifurcada que desea poseer mi alma y arrastrarme para ser torturada en
un pozo de fuego.
Vasya abrió la boca para preguntar cómo lo hacía. Él no era más alto
que ella, y todos los caballos tenían varios palmos por encima de su
cabeza. Pero en ese momento se dio cuenta de la llamada de alarma de
Dunya. Ella se levantó de un salto.
***
Incluso logró algo, durante casi siete años pasó en paz. Si Vasya
escuchó voces en el viento, o vio caras en las hojas, ella las ignoró.
Principalmente. El vazila se convirtió en la excepción.
Él era una criatura muy simple. Como todos los espíritus del hogar,
dijo, había nacido cuando se construyeron los establos y no recordaba
nada antes. Pero tenía la generosa simplicidad de los caballos, y bajo su
imprudencia, Vasilisa tenía una firmeza que, aunque no lo sabía, atraía al
pequeño espíritu estable.
***
—¿Yvuestra señora?
**+
Era ya entrada la tarde, y la luz de los largos días del norte que
brillaban sobre las dos resaltaban el resplandor en los cabellos de Vasya y
desvanecía a la rusalka en una forma fantasmal de una mujer de color
verdoso. El espíritu del agua era viejo como el lago mismo, y algunas veces
miraba con asombro a Vasya, la niña impetuosa de un mundo más nuevo.
Entonces se escuchó:
—Todo muere.
—Quizás.
— ¿Por qué?
***
Alyosha resopló.
***
—Sí. Algo parecido. Pero debo tener pinturas. Colores. Traje algunas
conmigo, pero…
***
—Te hice una pregunta ayer cuando no debía —dijo Vasya, cuando
la diáfana mostaza verde estaba metida en su bolso—. Pero volveré a
preguntar hoy, y por favor, perdona el anhelo de una niña, Batyushka.
Amo a mi hermano y mi hermana. Ha pasado mucho tiempo desde que
tuvimos noticias de alguno de ellos. Mi hermano se llama Hermano
Aleksandr ahora.
—Mi padre dijo que has estado en los confines de la tierra —dijo
Vasya—. En Tsargrad, y el palacio de mil reyes. En la Iglesia de la Santa
Sabiduría.
—¿Me contarás como son? —dijo ella—. Padre dice que al atardecer
cantan los ángeles. Y que el zar gobierna a todos los hombres de Dios,
como si fuera Dios mismo. Que tiene habitaciones llenas de gemas y mil
sirvientes.
Se detuvo abruptamente.
***
***
—¿Por qué?
—¿Pero por qué eso quiere decir que estás loca? La Iglesia enseña
que los demonios caminan entre nosotros. ¿Niegas las enseñanzas de la
Iglesia?
—Pero ellos no son... no pueden ser reales. Nadie más los ve... Estoy
loca; Sé que estoy loca. —Se interrumpió, luego agregó lentamente—.
Excepto que a veces pienso que mi hijastra Vasilisa también los ve. Pero
ella es solo una niña que escucha demasiadas historias.
—¿Ex-exorcizado? —chilló.
—Naturalmente.
—Oh —Anna soltó un respiro—. Oh por favor. Haz que se vaya. Haz
que se vayan.
Ella lo miró con ojos grandes y atónitos, luego giró y se dirigió hacia
la puerta con pies torpes sobre la madera desnuda.
***
*****
—Lo volvería a hacer —espetó Vasya por fin, exasperada más allá de
la cautela—. ¿Dios no hizo todas las criaturas? ¿Por qué deberíamos solo
nosotros poder elevar nuestras voces en alabanza? Los grillos adoran con
sus canciones tanto como nosotros.
Los ojos del vazila brillaron sombríamente, pero Vasya pensó que
veía pesar en ellos así como ira.
—¿Preocupada, hermanita?
—No me gusta esto. ¿Crees que quiero tener que cortarte los dedos
de los pies congelados? ¿O tus dedos de las manos?
Pero, ¿qué fue eso? Parecía un gran árbol: uno que recordaba a
medias, con un extraño recuerdo astuto, que se deslizaba dentro y fuera
de su mente. No, era solo una sombra proyectada por la luna.
No era mucho, solo un trozo de pan seco y una pizca de sal, pero
cuando lo sostuvo, el viento murió.
Esa noche el frío se frenó. Nevó por una semana. Cuando la nieve
finalmente se detuvo, les tomó tres días más desenterrarse. Para entonces,
los lobos habían aprovechado la relativa tibieza para darse un festín con
los conejos fibrosos y adentrarse más en el bosque. Nadie los vio de nuevo.
Solo Alyosha parecía decepcionado.
***
—Debe ser ahora —dijo él—. Ella es una mujer, y más fuerte de lo
que cree. Tal vez pueda evitar el mal de ti, pero debo tener a esa chica.
Anna Ivanovna padeció con los otros ese invierno. Sus manos se
hincharon y se tensaron; le dolían los dientes. Soñaba con queso, huevos y
berros mientras comía col amarga, pan negro y pescado ahumado. Irina,
nunca fuerte, se desvaneció en una sombra apática de sí misma y Anna,
aterrorizada por su hija, hizo una pequeña alianza con Dunya para meter
caldos y miel por la garganta de la niña y mantenerla caliente.
****
—Según como salen tus experimentos, podría haber sido peor —dijo
Alyosha, mirando sus medias ligeramente carbonizadas. Sus ojos estaban
rojos, su voz ronca. Hizo una mueca mientras ponía la lana tibia y húmeda
sobre su pie.
Vasya nunca le contó a nadie dónde había ido esa noche amarga de
enero. Después, pensó a veces que lo había soñado: la voz en el viento y el
caballo blanco. Mientras Konstantin miraba, ella tuvo cuidado de no dirigir
ningún comentario al domovoi. Pero el sacerdote la miraba de todos
modos. Era simplemente, pensó casi desesperada, cuestión de tiempo
antes de que ella se metiera en problemas y él se abalanzara. Pero los días
pasaron, y el sacerdote guardó silencio.
—¿Un regalo?
Sí, dijo la yegua, aunque puede ser una bendición mezclada. Tal
regalo podría apartarte de tu gente.
—Mi gente —dijo Vasya muy bajo. Ellos lloran ante los íconos
mientras el domovoi muere de hambre. Yo no los conozco. Han cambiado y
yo no. En voz alta, dijo—: No tengo miedo.
Mysh resopló.
— ¡Déjalo en paz!
***
Los pies de Konstantin estaban fríos y se sintió extrañamente
perdido. Frío porque estaba a seis pulgadas de agua al borde del lago, pero
se preguntaba por la apuñalante sensación de soledad. Él nunca se había
sentido solo. Una cara estaba entrando en foco. Antes de que pudiera
ponerle un nombre, la persona lo tomó de la mano y lo arrastró hacia
tierra firme. La luz destelló roja en la trenza negra y de inmediato la
reconoció.
—Vasilisa Petrovna.
—Batyushka.
—Demonios...
No. Dios le había dado una tarea. No podía dejarla a un lado sin
terminarla.
Pero sus dedos picaban por madera, cera y pinceles, por capturar el
amor y la soledad, el orgullo y la feminidad medio florecida escrita en las
líneas del cuerpo de la chica. Ella salvó tu vida, Konstantin Nikonovich.
***
El cielo era violeta cuando Vasya entró a la cocina aun sonrojada por
el sol del día. Agarró su tazón y una cuchara clamando una porción para
ella misma, y se lo llevó a la ventana. El crepúsculo eclipsó sus ojos. Cavó
en su comida y se detuvo de vez en cuando para mirar el largo atardecer
de verano. Konstatin se colocó junto a ella con tiesos y deliberados pasos.
Su cabello olía como tierra y sol y agua de lago. Ella no apartó la mirada
de la ventana. El pueblo se hallaba constelado con fuegos bien cuidados y
una media luna débil colgaba en un cielo con nubes. El silencio entre ellos
se extendió en medio del bullicio de la abarrotada cocina. Fue el
predicador quien lo rompió.
—Te doy las gracias por mi vida —prosiguió Konstatin, rigido—. Pero
a Dios no se puede engañar. —Su mano se colocó sobre la de ella de
repente. La sonrisa dejó su rostro—. Recuérdalo —dijo y deslizó un objeto
entre sus dedos. Su áspera mano por la guadaña, frotó sus nudillos. Él no
habló. De repente Vasya entendió por qué todas las mujeres le rogaban
oraciones; entendió también que su cálida mano, los fuertes huesos de su
rostro, eran un arma, para usar cuando el arma del discurso fallaba. Él
logaría que ella obedeciera de esta manera, con su mano áspera, con sus
hermosos ojos.
¿Soy tan tonta como Anna Ivanovna? Vasya echó su cabeza hacia
atrás y se apartó. Él la dejó ir. Ella no vio su mano temblar. Su sombra
ondeó en la pared cuando se marchó.
Vasya no tenía idea, pero alzó la cosa para que su madrasta lo viera.
Era la cruz de madera que él llevaba, con brazos extendidos tallados en
pino sedoso. Vasya lo miró con curiosidad. ¿Qué es esto, sacerdote? ¿Una
advertencia? ¿Una disculpa? ¿Un desafío?
Habían muchas cosas que Vasya podría haber dicho, pero se quedó
con la más segura—: Estoy segura de que eso fue lo que hizo. —Pero no se
fue; llevó su tazón a la chimenea para echarse más estofado de Dunya y
robar un trozo de pan de su incauta hermana. Unos pocos minutos
después, Vasya estaba secando su tazón con la corteza y riéndose de la
cara perpleja de Irina.
Nunca antes, en nueve años, Anna había ido a Pyotr por su propia
voluntad. Pyotr la miró sin interés antes de darse cuenta quien era. El
cabello suelto de Anna, de color marrón grisáceo le caía en la cara, y su
pañuelo colgaba de lado. Sus ojos eran como dos piedras.
—No… no.
—Una mujer —espetó Anna. Eso a Pyotr lo tomó por sorpresa. Ella
nunca lo había contradicho antes—. Una marimacho, todo brazos y
piernas y ojos. Pero tendrá una buen dote. Mejor verla casada ahora,
esposo. Si pierda esa apariencia que tiene, puede que no se case nunca.
—No va a perder su apariencia en el próximo año —dijo Pyotr
cortante—. Y ciertamente no en la próxima hora. ¿Por qué despertarme,
esposa? —Él dejó el cuarto. El olor a pan horneado llenaba la casa, y tenía
hambre.
—Tu hija Olga se casó a los catorce. —Anna lo siguió sin aliento.
Olga había prosperado desde su matrimonio; se había convertido en una
gran dama, una matrona con dos niños. Su esposo se hallaba en buena
estima ante el Gran Príncipe.
—Lo consideraré —lo dijo para silenciarla. Tomo una gran bola de lo
que se cocinaba y se llenó la boca. Sus dientes le dolían algunas veces; la
suavidad era bienvenida. Eres un hombre viejo, pensó Pyotr. Cerró los ojos
y trató de bloquear la voz de su esposa con el sonido de su masticar.
***
—Al fin —dijo. Se llevó dos dedos a la boca. Un largo silbido rompió
la calma. A través del campo, los hombres dejaron de lado sus rastrillos,
se frotaron la hierba de la cara y fueron hacia el rio. Los bancos de color
verde intenso y el agua fluyendo dieron alivio a la camada del calor.
Pero cuan bien llevaba ese caballo. La yegua saltó una zanja y se
adelantó al galope, con el jinete inmóvil a excepción del pelo volando.
Ambos se detuvieron al borde del bosque. Vasya tenía una cesta
balanceada ante ella. En el sol brillante, Pyotr no podía distinguir sus
facciones, pero le sobresaltó cuan alta se había vuelto.
Vasya se sonrojo.
***
Dunya rio.
— ¿El rey de invierno? — dijo Pyotr enojado—. ¿Qué eres, una niña
para creer en cuentos de hadas? No hay ningún rey de invierno.
Dunya asintió.
—Lo he visto —dijo otra vez Dunya—. Y creo que tú también lo has
visto. Tiene el cabello negro, rizado. Ojos pálidos, tan pálidos como el cielo
en a mitad del invierno. No tiene barba, y esta vestido todo de azul.
***
Alyosha no se le unió.
Alyosha resopló.
***
—Vas a casarte —le dijo Irina a Vasya con envidia—. Y tendrás una
buena dote, vivirás en una gran casa de madera y tendrás muchos niños.
— Se puso de pie junto a la áspera valla de postes y rieles, pero no se
apoyó en ella para no manchar su sarafan. Su larga trenza castaña estaba
envuelta en un pañuelo brillante y su delicada mano yacía sobre la
madera. Vasya estaba recortando la pezuña de Buran, murmurando
amenazas al semental si decidía moverse. Sin embargo, parecía debatirse
en que parte de ella morder. Irina estaba bastante asustada.
***
—Un día lo haré —dijo ella lentamente—. Algún día. Debo casarme
e ir a la casa de mi esposo. Pero no pensé que sería tan pronto. —Cuan
débil estaba la rusalka. Las crujientes hojas se veían a través de su
demacrada cara.
— ¿Qué oso?
Pero la rusalka solo extendió una mano, con tal fuerza que su
humedad se sintió como turbios dedos de carne cerrados sobre el brazo de
Vasya.
***
Una vez más, Pyotr sintió una punzada. La vio cargada de niños,
inclinada sobre un horno, sentada ante un telar, sin la gracia…
—Olga prometió enviar por mí cuando creciera —dijo ella—. Dijo que
podríamos vivir juntas en el palacio.
***
LA LUNA ERA UN POCO más gruesa que una media luna y la luz un
brillo azul. Vasya corría con un pánico que no podía entender. La vida que
ella dirigía la hacía fuerte. Se escapó y dejo que el frio viento lavara el
sabor del miedo de su boca. Pero no había ido muy lejos; la luz del fuego
del fogón de su familia aún latía sobre su espalda cuando escuchó a
alguien llamarla por su nombre.
—Vasilisa Petrovna.
—Tienes razón —dijo—. Soy una tonta. Nací para una jaula después
de todo: un convento o una casa, ¿Qué otra cosa hay?
Ella apenas podía ver su rostro, pero había una nota en su voz que
no comprendió. Parecía como si estuviera tratando de convencerse a sí
mismo.
—No —dijo Vasya con voz ronca—. Reza por mí si así lo quieres,
Batyushka, pero yo debo…
—Es una pena que seas como un niño, Vasya —dijo Anna, pasando
un peine de madera perfumada a través de los largos rizos castaños de
Irina—. Espero que tu esposo no se decepcione demasiado —Miró de reojo
a su hijastra. Vasya se sonrojó y se mordió la lengua.
Las dos chicas estaban vestidas por fin. La cabeza de Vasya estaba
envuelta en el tocado de una doncella, con el hilo plateado colgando para
enmarcar su rostro. Anna nunca dejaría que Vasya eclipsara a su propia
hija, incluso si Vasya era la que se estaba casando, por lo que el tocado y
las mangas de Irina estaban bordados en perlas de semillas, su pequeño
sarafan de color azul pálido recortado en blanco. Vasya estaba vestida de
verde y azul oscuro, sin perlas y con un ligero toque de bordado blanco. La
sencillez era su propia culpa; ella le había dejado la mayor parte de la
costura a Dunya. Pero la simplicidad se adaptaba a ella. El rostro de Anna
se agrió cuando vio a su hijastra vestida.
—Le dije a papá que esta era una mala idea —dijo Alyosha al oído.
Kyril se volvió hacia Vasya con la sonrisa fácil aún en sus labios. Se
extinguió al momento en que la vio. Vasya pensó que debía estar
disgustado con su apariencia; levantó su barbilla una fracción
desafiante. Tanto mejor. Encuentra otra esposa si te desagrado. Pero
Alyosha entendió muy bien sus ojos oscurecidos. Vasya te miraba directo a
la cara: era más como una guerrera sin sangre que una niña criada en
casa, y Kyril estaba fascinado. Él se inclinó ante ella, la sonrisa una vez
más jugando en sus labios, pero no era la sonrisa que le había dado a
Irina.
—Es un buen hombre —dijo Vasya, pero le pedía a todos los santos
que desapareciera.
Irina se rió.
Vasya no respondió; ella no habló de nuevo. Por fin, Irina se dio por
vencida; se acurrucó contra su hermana y se durmió. Pero Vasya yacio
despierta por mucho tiempo. Él ha hechizado a mi familia, pero su caballo
teme su mano. Cuidado con los muertos Será un invierno difícil. No debes
dejar el bosque. Los pensamientos corrieron como el agua, y fue llevada
por la corriente. Pero era joven y estaba cansada, y finalmente también se
dio la vuelta y se durmió.
***
—Porque debe ser así —espetó Pyotr—. Si quieres ser útil, convence
a tu hermana loca de no castrar a su marido en la noche de bodas.
—Y allí estaba yo solo —le dijo Kyril a Vasya. Volvió a llenar su taza,
chapoteando un poco. Sus labios dejaron un anillo de grasa alrededor del
borde—. Estaba de espaldas a una roca y el jabalí estaba cargando. Mis
hombres se habían dispersado, salvo el muerto, con el gran agujero rojo en
él.
Puso una mano sobre su brazo y lo miró con una expresión que
esperaba fuera lastimosa.
—Dunya tiene nervios mucho más fuertes que los míos —dijo
Vasya—. Creo que deberías terminar la historia en su audiencia —No
había nada de malo en los oídos de Dunya (o en los nervios de Vasya, para
el caso); la anciana miró resignadamente hacia el cielo y le lanzó a Vasya
una mirada de advertencia. Pero Vasya tenía un trozo entre los dientes, e
incluso la mirada de su padre desde la mesa no la haría volverse—. Ahora
—Vasya se levantó con gracia teatral y tomó un pan de la mesa—, ahora,
si me perdonas, debo cumplir un deber piadoso.
Kyril abrió la boca para protestar, pero Vasya hizo una rápida
reverencia, se metió la barra en la manga y salió corriendo. Fuera ya de la
sala abarrotada, la casa estaba fría y silenciosa. Permaneció de pie en el
dvor por un largo momento, respirando.
—Ayuno.
Porque nunca podría mirar su cruz otra vez sin ver su mano a su
alrededor.
— ¿De verdad?
—¿Por qué estás aquí, Vasilisa Petrovna? —Su voz sonó fuerte y
desigual, y estaba enojado consigo mismo.
La tormenta está por llegar, pensó Vasya. Cuidado con los muertos.
Miedo primero, luego fuego, luego hambre. Es tú culpa. Teníamos fe en Dios
antes de que vinieras, y fe en nuestros espíritus de la casa también, y todo
iba bien.
—Dios me dio una tarea —Arrancó cada palabra, casi las escupió.
***
DESPUÉS DE QUE ELLA SE FUE, KONSTANTIN se paseó de un lado
a otro. Su sombra saltó ante él, y la mano que la había golpeado ardía. La
furia cerraba su garganta. Ella se habrá ido antes de la nieve. Ido y
desaparecido: mi vergüenza y mi fracaso. Pero es mejor que tenerla aquí.
—La paz sea contigo —dijo—. Aunque veo que estás preocupado.
Konstantin se detuvo.
—¿Quién es?
El sacerdote comenzó a llorar, con los ojos abiertos, sin sonido. Cayó
de rodillas.
Parecía que las trompetas debían tocar cuando esa voz hablaba.
Konstantin se estremeció de placer, las lágrimas aún caían.
―Tienes malos modales ―le dijo Vasya. ―Pero supongo que Kyril
Artamonovich te arrastra por ahí por la boca.
Vasya sonrió.
―Calla, cosa loca ―dijo. El potro puso los ojos en blanco, pero se
levantó, temblando.
Sonrió.
―Está bien, ―le dijo Vasya a Mysh―. Eso no come caballos. Sólo
viajeros tontos.
Irina estaba callada. Vasya suspiró para sus adentros, Irina le diría
a su madre.
***
―Tu gente llega con clamor para asustar mi bosque y matar mis
criaturas. Una vez, habrían pedido mi permiso.
Bufó.
―No más que tú, Vasilisa Petrovna. Nunca he visto a una chica
caminar tan ligera en el bosque. Pero no deberías ir desprotegida.
No dijo nada.
Kyril la dejó ir. Hubo un destello marrón entre los árboles, y Vasya
salió corriendo, maldiciendo sus faldas. Pero incluso obstaculizada, era
más ligera que el hombre grande detrás de ella. Se lanzó alrededor de un
arbusto de acebo y se detuvo horrorizada.
―Tal vez pueda montar todos tus caballos cuando estemos casados,
―dijo Vasya inocentemente.
Kyril no respondió.
Vasya se encogió de hombros, y solo entonces se dio cuenta de lo
cansada que estaba. Tenía las piernas débiles como tallos de caña, y le
dolía el hombro izquierdo, el brazo que había utilizado para tirar de
Seryozha sobre la espalda de Ogon.
―Sí ―se las arregló Vasya. Se sonrojó. Sus vecinos, todos hombres,
estaban galopando ahora. La miraron fijamente. De repente, Vasya se dio
cuenta, temblorosa, de su cabeza desnuda y faldas rotas, su cara sucia.
Su padre se acercó para murmurar una palabra tranquila a Kolya, que
estaba abrazando a su lloroso hijo.
Pyotr la escuchó.
Vasya miró a su padre, y luego, sin decir palabra, dejó que Alyosha
la empujara hacia la silla. El murmullo aumentó entre sus vecinos. Todos
miraban con avidez.
Vasya apretó los puños y se negó a bajar los ojos.
―No seas idiota ―dijo Alyosha cortante―. Esto pasará al olvido más
rápido si no tienen un vestido roto que mirar.
―Te llevaré con Dunya. Parecías lista para colapsar donde estabas
parada.
Alyosha dudó.
―Vasochka, ¿qué hiciste? Sabía que podías montar, pero... ¿así? ¿En
ese loco potro rojo?
Pyotr negó con la cabeza, pero no habló. Hubo una larga pausa.
Vasya sonrió.
Kyril resopló.
―La magia negra pudo haber sostenido a esa chica sobre el lomo de
mi caballo, pero ningún arte mortal.
Pyotr rara vez golpeaba a sus hijos. Pero cuando Kyril rompió su
compromiso, azotó a Vasya, principalmente para calmar su propio miedo
por ella. ¿No puede hacer lo que le dicen por una vez en su vida?
Vasya lo aguantó con los ojos secos y le dirigió solo una mirada de
reproche antes de alejarse rígidamente. No la vio llorando después,
acurrucada entre las patas delanteras de Mysh.
Anna apretó la boca. Una vez, hace mucho, había soñado con entrar
en ese convento.
Pyotr vaciló.
—Bien, pensaré en ello —dijo Pyotr desgarrado. Ella podía ir con los
trineos, cuando enviara su tributo. Pero, ¿A qué hombre podría enviar
para advertir de su llegada? Su hija no podía ser entregada como un
paquete no deseado, y era tarde en el año para los mensajeros.
Olya, podía enviarla con Olya, y ella lo manejaría. Pero no…Vasya
debía estar casada o detrás de las paredes de un convento antes del pleno
invierno. A pleno invierno él vendrá por ella.
* * *
***
***
—¿Por qué no deberíamos pelear, padre? —demandó Kolya. De su
puño colgaban por las orejas dos conejos muertos. Padre e hijo
aprovecharon la interrupción de la lluvia para avanzar una línea de
trampas.
—Prefiero a mis hijos vivos y mis hijas a salvo que una oportunidad
de gloria para descendientes que no han nacido. —Al ver la boca de su hijo
abrirse para otra protesta, Pyotr añadió, más gentilmente—. Synok, tu
sabes que Sasha se fue muy en contra de mi voluntad. No me rebajaré a
atar a mi propio hijo al poste de la puerta; si quieres pelear, puedes ir
también, pero no bendeciré una guerra de tontos, y no te daré ni un trozo
de tela, plata o carne de caballo. Sasha, recuerda, puede ser rico en
renombre, pero debe rogar por su pan y cuidar de las hierbas de su propio
jardín.
Lo que sea que Kolya pudo haber replicado fue ahogado por una
exclamación de satisfacción, por otro conejo colgado en una trampa, con
su moteado abrigo de otoño manchado con barro. Mientras su hijo se
inclinaba para liberarlo, Pyotr levantó su cabeza y se quedó
repentinamente quieto. El aire olía a muerte reciente. Pyos, el sabueso de
Pyotr, se encogió contra las piernas de su amo gimiendo como un
cachorro.
Había sido un ciervo. Una pierna yacía casi a los pies de Pyotr, junto
a un rastro de sangre y tendones. La parte principal del cadáver yacía a
poca distancia, las entrañas reventadas y esparcidas, apestaban incluso
en el frío.
—Sin huellas —dijo él. Su largo cuchillo silbó cuando fue liberado de
su vaina—.Ninguna. Y ningún signo de que alguien intentara borrarlas.
—Mira al perro. —dijo Pyotr. Pyos se había levantado de su barriga y
estaba mirando al hueco entre los árboles. Cada cabello en su áspera
columna estaba erizado y estaba gruñendo entre sus dientes. Como uno,
ambos hombres se giraron, el cuchillo de Pyotr se encontró en su mano
casi antes de que así lo quisiera. Brevemente él pensó haber visto
movimiento, una oscura sombra en la oscuridad, pero entonces
desapareció. Pyos ladró una vez, alto y agudo: un sonido de temor
desafiante.
***
—Por qué ella no es una niña hecha para conventos —dijo Rodion—.
Hasta un ciego puede verlo.
Todo eso estaba muy bien. Sin embargo, Rodion tenía remordimiento
de conciencia. La segunda hija de Pyotr le recordaba al Hermano
Aleksandr. A pesar de que Sasha era un monje, el nunca se había quedado
mucho tiempo en el Lavra. Cabalgó la extensión de Rus en su buen caballo
de guerra, engañando, cautivando y luchando por turnos. Llevaba una
espada en su espalda y era consejero del príncipe. Pero tal vida no era
posible para una mujer que llevara el velo.
***
Era una perra alta: de buena cría y sin miedo ante los jabalís, pero
la encontraron cerca de la empalizada, sin cabeza y ensangrentada sobre
la nieve. Las únicas pistas cerca de su cuerpo congelado eran sus propias
huellas.
El padre presionó sus labios. Ante él, San Jorge cabalgaba el mundo
en un panel de roble. Su corcel solo tenía tres patas. La cuarta, todavía sin
pintar, sería elevada en una curva elegante para pisar la cabeza de una
serpiente.
4
Llamado también Jorge de Capadocia, soldado romano de Capadocia y uno de los santos
más venerados del cristianismo.
—Hemos sido verdaderos Cristianos, Batyushka —tartamudeó—.
Tomamos el sacramento y veneramos los íconos. Pero nunca ha sido tan
duro con nosotros. Nuestros jardines se ahogaron en la lluvia del verano;
estaremos hambrientos antes que cambie la estación.
—Por favor —susurró ella. Movió la mano del padre, besó sus dedos
manchados—. ¿Rogarás por el perdón para nosotros entonces? No por mi
propia vida, sino la de mi hijo.
5
Es una deidad eslava, cuyo nombre significa dios negro.
—Sí… sí, Batyushka —dijo, alzando la mirada con un rostro lleno de
gratitud.
—Muy bien. —La voz hizo eco en los huesos de Konstantin. El padre
se congeló, cada nervio vivo—. Por encima de todo, ellos deben de
temerme, así pueden ser salvados.
Pero la voz se rió con dicha encantadora, así que Konstantin pensó
que su alma volaría su cuerpo en felicidad.
—Así será hecho —dijo Konstantin con fervencia—. Se hará así como
lo habeís pedido. Solo nunca vuelva a dejarme.
Al día siguiente el sol se ahogó entre las nubes y envió luz fantasmal
sobre un mundo despojado de color. Comenzó a nevar con el amanecer. La
gente de la casa de Pyotr fue temblando a la pequeña iglesia y se apiñaron
en el interior. La iglesia estaba oscura excepto por las velas. Casi, pensó
Vasya, podía escuchar la nieve fuera, enterrándolas hasta la primavera.
Apagó las luces, pero las velas iluminaban al padre. Los huesos de su
rostro emitían sombras elegantes. Vestía una mirada más remota que sus
íconos, y nunca había sido tan hermoso.
Anna gritó. Su grito hizo eco a lo largo de la pequeña iglesia; sus ojos
hinchados debajo de sus irises azules.
Pero no tuvo tiempo para pensar. La gente a cada lado de apretó sus
manos contra sus orejas, se lanzaron hacia abajo, o hicieron su camino
hacia la seguridad de su antecámara. Anna se quedó de pie a solas. Se rió
y lloró, arañando el aire. Nadie la tocó. Su gritó se repitió en las paredes.
Konstantin hizo su camino hacia su lado y la golpeó en la mejilla. Ella se
hundió, ahogándose, pero el sonido pareció hacer eco una y otra vez, como
si los mismos íconos estuvieran gritando.
—¡Silencio!
La voz de Konstantin corrió como una docena de campanas. Todos
se congelaron. Estaba de pie ante el iconostasio y levantada una mano, un
eco viviente de la imagen de Cristo por encima de su cabeza.
***
—Sí, iré.
***
—Pero yo vi…
—Estás loca —dijo él. Empujó sus manos y se alejó. Ella era suave y
vieja, podrida de miedo y esperanzas decepcionantes—. Estás casada. Yo
me he entregado a Dios.
***
Vasya corrió a través del patio. El patio brillaba con nieve virgen. El
harapiento no había dejado huellas. La nieve era espesa y suave; Las
extremidades de Vasya se sentían pesadas. Aun así corrió, gritando, pero
antes de que pudiera llegar a la casa, el hombre había saltado de nuevo al
patio delantero, aterrizando a cuatro patas con una agilidad animal. Se
burló.
—Vaya, ¿qué es esto? —dijo el hombre. Hizo una pausa. Ella vio el
recuerdo cruzar su rostro—. Recuerdo a una niña pequeña con tus ojos.
Pero ahora eres una mujer. —Su mirada se clavó en la de ella como si
quisiera quitarle un secreto a su alma—Eres la brujita que tienta a mi
sirviente. Pero no había visto... —Se acercó más y más.
Vasya no podía ver nada del orador excepto una línea curva de capa
negra, pero podía ver al otro, el hombre tuerto. Él estaba sonriendo,
encogido y riendo todo de una vez.
—¿Aún no? Pero está hecho, hermano —dijo—. Ya está hecho. —Le
guiñó con su ojo bueno a Vasya y se fue. La capa negra alrededor de Vasya
se convirtió en el mundo entero. Tenía frío y un caballo relinchaba, y muy
lejos alguien gritaba.
—Él vino por mis pecados —ella se ahogó —Él... —tomó aliento.
Un niño pequeño se arrastró entre la multitud.
****
—¿Quién es el enemigo?
****
Y Dunya vio que la parpadeante luz del fuego era su propia aldea
ardiendo. El bosque se llenaba de cosas arrastrándose cuyos rostros
conocía. El más grande de ellos era un hombre tuerto y sonriente, y junto
a él había otra figura, alta y esbelta, pálida como un cadáver, de pelo lacio.
***
Dunya yacía encima del horno, ojos abiertos y sin ver nada, con sus
manos crispadas. Murmuraba para sí misma una y otra vez. Su frágil piel
se extendía sobre sus huesos, tan apretada que Vasya pensó que podía ver
la sangre reducirse. Trepo rápidamente encima del horno.
Los ojos abiertos parpadearon una vez, pero eso fue todo. Vasya
sintió un momento de pánico; lo forzó a menguar. Irina y Anna se
arrodillaron una al lado de la otra delante de la esquina icónica, rezando.
Las lágrimas rodaban por el rostro de Irina; no era bonita cuando lloraba.
—Agua caliente —espeto Vasya, dándose la vuelta—, Irina, por Dios
santo, rezar no la mantendrá caliente. Prepara una sopa. —Anna alzó la
vista con ojos venenosos, pero Irina con sorprendente rapidez, se puso de
pie y llenó una olla.
—Él tiene un ojo. No, él tiene ojos azules. Ellos son lo mismo. Son
hermanos. Vasya recuerda… —Y entonces su mano se apartó y se quedó
quieta, murmurando para sí misma.
Konstantin se acercó.
—Tú quieres que mi gente te amé, así que los haces tener miedo. —
Vasya estaba pálida de furia—. No dejaré que Dunya tenga miedo. Largo
de aquí.
La locura. Una línea se formó entre las cejas de Vasya, pero deslizó
la cadena sobre su cabeza. Se balanceó entre sus pechos, invisible debajo
de su ropa. De pronto Dunya se puso rígida, sus secos dedos arañaron el
brazo de Vasya.
* * *
Vasya corrió hacia adelante. El domovoi dijo que no podía entrar. Pero
un golpe fuerte de un puño sin sangre rasgó el hielo de su amarre en el
marco de la puerta. Vasya vio un destello de piel gris a la luz de la luna. La
prenda blanca posterior era una hoja de mortaja, y la criatura estaba
desnuda debajo.
—Vete —le dijo a la cosa muerta, como si siempre hubiera sabido las
palabras—. Por mi sangre, te expulso de este lugar. —Envolvió su mano
alrededor de la mano que sostenía la suya, la sintió resbaladiza con su
sangre. Por un instante, la otra mano se sintió real, fría y dura. Se
estremeció y se volvió para mirar, pero no había nadie allí.
* * *
Entonces Pyotr cerró los postigos y colocó una cuña entre ellos.
* * *
—No harás nada de eso —dijo Vasya. Trató de sonreír a pesar de que
sus ojos se llenaron de lágrimas—. Vas a volver a ponerte bien.
Ante eso, la vieja dama levantó una fría mano, con sorprendente
firmeza, apartando a Vasya.
—Vasya, ella tiene razón —dijo—. Debes dejarla ir. Seré un cruel
invierno, y ella está cansada.
Alyosha frunció el ceño. Vasya estaba blanca hasta en los labios, sus
ojos eran grandes agujeros oscuros.
Había nevado en la hora antes del amanecer. No había nada que ver
en el cementerio salvo vagos montículos debajo de los destellos. Alyosha
miró a su hermana.
—¿Ahora qué?
—Me temo que no corres con suerte, Vasochka —dijo Alyosha con
cierta aspereza—, y ha sido así por algún tiempo. ¿Tenemos que secuestrar
a un niño campesino?
Honestamente, dudaba que la virtud tuviera mucho que ver con eso.
El olor colgaba como lluvia maligna sobre el cementerio, y no pasó mucho
tiempo antes de que Vasya se detuviera, sofocándose, en un rincón
conocido. Ella y Alyosha se miraron el uno al otro, y su hermano comenzó
a cavar. La tierra debería haber estado rígida por la escarcha, pero estaba
húmeda y fresca. Cuando Alyosha despejó la nieve, el olor se activó con tal
fuerza que se tuvo que dar la vuelta y taparse la nariz. Pero, con los labios
apretados, condujo su pala hacia la tierra. En un tiempo
sorprendentemente corto, habían descubierto la cabeza y el torso de una
figura envueltos en una sábana. Vasya sacó un pequeño cuchillo y cortó la
tela.
—Es cierto —dijo Vasya. Le entregó estaca y roca y abrió las fauces
de la cosa. Los dientes, afilados como los de un gato, brillaban como
agujas de hueso.
—Creo haber visto algo —susurró Vasya—. Mira hacia allí. —Ella
estaba de pie. Un caballo blanco y un jinete oscuro se alejaron a galope
tendido, tragado casi instantáneamente en el telar de los árboles. Más allá
de ellos, parecía ver otra figura, como una gran sombra, mirando.
Vasya se sentó allí por un largo tiempo y trató de llorar. Por la cara
de Dunya mientras moría, por la cara sangrienta y deforme de Agafya.
—Lo siento, hija —añadió con más cuidado—. Sé que Dunya fue
como una madre para ti. ¿Te dio algo antes de morir? ¿Una ficha? ¿Una
baratija?
Pyotr lo conocía.
—¿Qué pasa? —Exigió, agachándose y agarrando al hombre
tembloroso por el hombro—. ¿Qué pasó, Nikolai Matfeevich?
—Haz que hable tan pronto como puedas —dijo Pyotr—. Su pueblo
está a dos días de distancia. No puedo pensar en el desastre que lo traería
aquí en pleno invierno.
Vasya e Irina pasaron una hora frotándole las manos y los pies del
hombre y vertiendo caldo caliente en su garganta. Incluso cuando su
fuerza regresó, todo lo que hizo fue acurrucarse junto al fuego, jadeando.
Finalmente, tomó su comida y se la tragó aún hirviendo. Pyotr reprimió su
impaciencia. Finalmente, el mensajero se limpió la boca y miró con temor
a su señor feudal.
Hubo un largo silencio. Él no puede ir, pensó Vasya. Ahora no. Pero
ella sabía lo que diría su padre. Estas eran sus tierras, y él era su señor.
—Mi hijo y yo regresaremos contigo mañana —dijo pesadamente
Pyotr—, con los hombres y bestias que reúna.
***
—Eres solo una niña —dijo Seryozha—. ¿Que sabes tú? Por favor,
papá.
—Debes quedarte —le había dicho Pyotr—. Alguien debe cuidar a tus
hermanas.
—Pero, Padre…
Vasya negó con la cabeza sin poder hacer nada. Ella recordó la
advertencia de rusalka, y la de leshy.
Pero el llanto continuó. Dos veces, y luego tres veces, Alyosha fue
hacia la puerta. Finalmente, Vasya se levantó. Creyó ver un resplandor
blanco revoloteando entre las cabañas de los campesinos. Luego parpadeó,
y ya no había nada.
Por fin se puso la luna, y todos buscaron sus camas. Vasya e Irina
se acurrucaron juntas, envueltas en pieles, respirando la negra oscuridad.
Vasya miró a Irina, que estaba rígida y con los ojos abiertos a su
lado.
—Suena como…
Pero había una cara detrás del hielo. Vasya vio los ojos y la boca,
grandes agujeros oscuros, y una mano huesuda presionó el panel
congelado. La cosa estaba llorando.
—Déjame entrar —se quedó sin aliento. Hubo un débil chirrido de
uñas en el hielo.
Irina gimió.
***
—Dunya —dijo Vasya. Luchó por mantener su voz firme—. Vete. Has
hecho suficiente mal aquí.
Dunya se llevó una mano a la boca. Las lágrimas brotaron a sus ojos
vacíos incluso mientras enseñaba sus dientes. Se tambaleó, se estremeció
y se mordió el labio. Casi parecía que deseaba hablar. Comenzó a avanzar,
gruñendo, y Vasya retrocedió, lista para sentir los dientes en su garganta.
Y entonces el upyr chilló, se echó a hacia atrás y corrió como un perro
hacia el bosque.
Hubo un aliento áspero del caballo a los pies de Vasya. Era el más
joven de Mysh, poco más que un potro. Cayó de rodillas junto a él. La
garganta del potro estaba abierta. Vasya presionó sus manos en el lugar
desgarrado, pero la marea negra corría sin control. Sintió la muerte como
un hundimiento en su vientre. Desde el establo, escuchó el grito
angustiado del vazila.
***
Hacía mucho frío y el dvor olía a sangre. El potro yacía donde había
caído. El cadáver se congelaría en la noche y mañana sería lo bastante
pronto para que los hombres lo hicieran carne. El establo parecía vacío
cuando Alyosha e Irina entraron.
—Aquí, Lyoshka —dijo Vasya. Salió del puesto de Mysh, con los pies
silenciosos como un gato. Irina chilló y casi dejó caer su olla.
Fue solo en el triste crepúsculo, cuando había más sombras que luz
en el suelo de la iglesia, que llegó una voz.
—Deseo con ahínco —dijo la voz—, que ella sea borrada del mundo.
Debe ser antes, no después. Ha traído el mal a esta casa, y no puede haber
remedio mientras ella esté aquí.
—Ella partirá hacia el sur con los trineos —dijo Konstantin—. Se irá
antes del medio invierno. Pyotr Vladimirovich lo dijo.
***
***
—Aquí está la cuerda —dijo Konstantin—. Ata sus manos no sea que
pierda el control de sí misma.
—Oh, sí —dijo Anna—. Serías enviada lejos con los bienes del
tributo. Pero ya hemos tenido suficiente de ti convocando demonios.
Partirás al amanecer. Los hombres están listos, y habrá una mujer que
cuidara tu virtud —Anna sonrió—. Pyotr Vladimirovich estará de acuerdo.
Tal vez las hermanas sagradas puedan obligarte a obedecer donde yo no
he podido.
—Madrastra, no.
—No iré —dijo Vasya, y su voz era tan feroz que incluso el fuego
chisporroteante pareció vacilar.
—¿No lo harás? —dijo Anna. Sus ojos eran salvajes, pero algo en su
porte le recordó a Vasya que su padre era un Gran Príncipe—. Muy bien,
Vasilisa Petrovna. Te daré una elección —Sus ojos recorrieron la
habitación y se pegaron las flores blancas que adornaban el pañuelo de
Irina—. Mi hija, mi verdadera, justa y obediente hija, está cansada de toda
esta nieve que oculta las cosas verdes. Tú, fea niña bruja, le harás un
servicio. Sal al bosque y tráele una cesta de galantos. Si lo haces, serás
libre de hacer lo que quieras a partir de ahora.
— ¿Tú también, hermano? —dijo Vasya con furia—. ¿Soy una niña?
Siempre alguien más debe decidir por mí. Pero esto lo decidiré por mí
misma.
Él sacudió la cabeza.
Su voz se suavizó.
Alyosha recordó de repente todas las veces que sus ojos se habían
movido, siguiendo cosas que él no podía ver. Sus brazos cayeron. Se
miraron el uno al otro.
Sus ojos verdes volaron hacia él, burlándose ahora. Las lágrimas se
habían secado; estaba fría y estable.
Vasya se rió.
***
La noche clara iluminaba la nieve firme del suelo. Vasya corrió hacia
el bosque, magullada y jadeante. Su capa suelta ondeaba a su alrededor.
Oyó gritos en el pueblo. Sus huellas se veían claras en la nieve virgen, de
modo que su única esperanza era la velocidad. Se lanzó precipitadamente
de sombra en sombra, hasta que los gritos se volvieron más débiles y
finalmente desaparecieron. No se atreverán a seguir, pensó Vasya. Temen
el bosque después del anochecer. Y entonces, más oscuramente: Son
sabios.
Pero se estaba volviendo más débil. Temía su débil fuerza; temía sus
manos endurecidas, sus labios fríos.
Una forma oscura se alzaba ante ella: un árbol, todo retorcido, más
grande que cualquier árbol que Vasya conociera. La memoria se agitó y
rompió la niebla en la que estaba su mente. Recordaba a una niña
perdida, un gran roble, un durmiente con un ojo. Recordó una vieja
pesadilla. El árbol llenó su vista. ¿Acercarse? ¿Huir? Estaba demasiado fría
para regresar.
—¿Dónde estoy?
Él se encogió de hombros.
—Detrás del viento del norte. El fin del mundo. En ninguna parte.
Él se puso de pie.
—¿No lo haría, tonta? —dijo, su voz delgada con ira—. ¿Qué locura
te trajo al bosque esta noche?
—No estoy aquí por elección —La yegua blanca apareció detrás de
ella, sopló un cálido aliento en su mejilla. Vasya enterró sus fríos dedos en
la larga melena—. Mi madrastra iba a enviarme a un convento.
—Al este del sol, al oeste de la luna —dijo Morozko—. Más allá del
próximo árbol.
Unas horas más tarde, Vasya abrió los ojos para encontrarse
tumbada en la cama más hermosa que alguien alguna vez había soñado.
Las colchas eran de lana blanca, pesada y suave como la nieve. Azules
pálidos y amarillos flotaban a través del tejido, como un día soleado de
enero. El marco de la cama y los postes estaban tallados para parecerse a
los troncos de los árboles vivos, y sobre ellos colgaba un gran dosel de
ramas.
Vasya estaba en silencio, absorbiendo esto. Por fin dijo en voz baja,
— ¿Dónde estoy?
Eso no era útil. Vasya reprimió las palabras antes de que pudieran
escapar, pero debieron haber aparecido en su rostro.
— ¿Y qué hago con eso? —siseó Vasya con los dientes apretados,
incapaz de luchar por la cortesía, en otro momento estaría enferma en el
suelo a sus pies.
— ¿Tienes hambre?
No quise decir eso, dijo la yegua. Quise decir que eres una criatura
como lo somos nosotros, formada en carne viva a partir de los poderes del
mundo. Te habrías salvado tú misma. No estas hecha para para conventos,
ni aún menos para vivir como la criatura del Oso.
La yegua raspó un casco contra el suelo. Recuerdo y veo más que tú,
dijo. Y lo haré durante un tiempo considerable. No hablamos a muchos, y el
espíritu de los caballos no se revela a nadie. Hay magia en tus huesos.
Debes contar con eso.
***
Todo ese día una tormenta azotó las tierras heladas del norte de
Rus’. La gente del país corría adentro y cerraba sus puertas. Incluso los
fuegos del horno en el palacio de madera de Dmitrii en Moscú bailaron y se
apagaron. Los viejos y los enfermos sabían que su tiempo había llegado y
se los llevaría con el viento aullador. Los vivos se persignaron cuando
sintieron que la sombra pasaba. Pero al anochecer el aire se aquietó, y el
cielo se llenó con la promesa de nieve. Aquellos que se habían resistido al
llamado sonrieron, porque sabían que vivirían.
***
Pudo haber dicho más, pero fue interrumpido por un ruido. Vasya se
había despertado y se había caído de la cama, sin estar acostumbrada a la
ropa de cama que también era un montón de nieve.
El gran caballo, su pelaje alazán brilló negro a la luz del fuego y alzó
las orejas. Vasya, todavía medio despierta y frotándose un hombro muy
dolorido, alzó la vista para encontrarse cara a cara con un enorme joven
semental. Ella se mantuvo quieta.
La mesa estaba cubierta con dos tazas de plata y una jarra esbelta.
El aroma de cálida miel flotaba por la habitación. Una hogaza de pan
negra, que olía a centeno y anís, yacía junto a un plato de hierbas frescas.
En un lado había un tazón de peras y en el otro un tazón de manzanas.
Más allá de ellos, había una cesta de flores blancas con cabezas
modestamente inclinadas. Podsnezhniki. Galantos.
Su copa era gemela a la de ella, excepto que las piedras a lo largo del
borde eran azules. Vasya no habló mientras bebía. Pero finalmente puso
su taza sobre la mesa y levantó sus ojos a los suyos.
— ¿Puedo?
Ella tragó saliva. Él tomó su barbilla con una mano y giró su rostro
hacia la luz del fuego. Había marcas negras en su mejilla donde la había
tocado en el bosque. Las puntas de sus dedos de las manos y de los pies
estaban blancas. Él examinó sus manos, acarició con la yema de un dedo
la longitud de su pie congelado.
—Como tú digas.
Pero cuando él le tocó los pies, ella no pudo contener las lágrimas de
sus ojos.
— ¿Me darás tus manos? —dijo. Ella vaciló. Las yemas de sus dedos
estaban congeladas, y una mano estaba toscamente envuelta en un trozo
de lino para proteger el orificio en la palma de la mano desde la noche en
que el upyr había venido en busca de Konstantin. El recuerdo del dolor
tronó en ella. Él no esperó a que ella hablara. Tomó toda su fuerza, pero
ella tragó su llanto mientras la carne de sus dedos se volvía cálida y
rosada.
—Así es.
— ¿Por qué?
—Como habéis dicho —dijo en voz alta—. Dios la juzgará. Dios esté
con vosotros. —Hizo la señal de la cruz.
La sombra resopló.
—Una pequeña cosa —dijo la voz—. Sólo una pequeña cosa. La vida
debe pagar por la vida. Quieres que la brujita regrese; debo tener una
bruja para mí. Tráeme una, y te doy la tuya. Y luego te dejaré.
—¿Y cómo te encontraré? —Las palabras eran más suaves que una
nevada; un hombre mortal no las habría escuchado. Pero la sombra
escuchó.
Vasya despertó con el toque de la luz del sol en su rostro. Abrió los
ojos hacia un techo azul claro, no, a una bóveda de cielo abierto. Sus
sentidos estaban borrosos y no podía recordar, entonces lo hizo. Estoy en
la casa en la arboleda de abetos. Una barbilla llena de pelos chocó con la
suya. Ella abrió sus ojos y encontró, nuevamente, que estaba nariz a nariz
con el semental alazán.
Vasya se rió.
Vasya sonrió.
Vasya lo observó.
Al final el gran semental dejo salir un suspiro. Muy bien, dijo él. Al
menos eres pequeña. Pero cuando comenzó a caminar, lo hizo con un paso
remilgado y lateralizado. Cada pocos segundos volteaba su cabeza para
mirar a la chica en su espalda.
***
—Estoy cansada.
***
—De nada.
Él permaneció en silencio mientras ella acicalaba a Solovey. A pesar
de que ella lo sentía observándola. Ella cepilló al caballo y peinó la maraña
de su melena. Cuando ella había lavado su cara y la mesa había sido
puesta, se precipitó a la comida como un joven lobo.
—Más o menos.
—¿Duermes?
Él sacudió su cabeza.
—¿Por qué? —Se las arregló ella—. ¿Por qué salvaste mi vida?
— ¿De verdad?
No dijo nada, pero sus ojos encontraron los suyos más allá del fuego.
Ella tragó.
La sangre fluyó lejos de la piel de Vasya hasta que pudo sentir cada
estímulo del aire.
—No lo tengo.
****
—No entiendo.
— Puedo ayudarte.
***
Bájate, dijo. Hay fuego ahí dentro. Tienes frio, estás cansada y estás
asustada.
Por último, bebió una taza de hidromiel y dormitó con sus pies
helados cerca del horno.
Pero la cara entre sus manos no era el del Padre Kostantine. Los ojos
grises muertos de Alyosha la miraron directamente.
Vasya escuchó un gruñido y se giró. El upyr había regresado, y era
Dunya; Danya muerta, tambaleante, a medio camino a través de la ventana,
su boca abierta, el hueso se asomaba en las puntas de sus dedos. Danya,
quien había sido su madre. Y entonces las sombras en las paredes del cura
se volvieron una sola sombra, una sombra de un solo ojo que se rió de ella.
Una cara sonriente se mostró entre las llamas con motas azules, con
un gran agujero oscuro donde debería estar un ojo.
Pero un fuerte dolor llegó, más afilado que el anterior. Vasya saltó
fuera del sueño, estrangulando un sonido entre un sollozo y un grito.
Solovey estaba embistiéndola ansiosamente con su nariz; había mordido
su antebrazo. Agarró a su cálido semental. Sus manos eran como dos
masas de hielo; sus dientes castañeaban. Enterró su cara en su pelaje. Su
cabeza estaba llena de gritos, y esa voz riéndose. Ven, o nunca los volverás
a ver de nuevo. Entonces escuchó otra voz, sintió una ráfaga de aire
helado.
—No lo parecía —dijo Morozko—. Era más que una pesadilla; ha sido
mi propio error. —Viendo su escalofrío, hizo un sonido de impaciencia—.
Ven aquí conmigo, Vasya.
—Cuéntame tu sueño.
—Muy bien —dijo Morozko. Ella no le estaba mirando, así que no vio
su sombría cara.
—No volverá —dijo Morozko. Su voz estaba fija en su oreja. Sintió los
años en él, y la fuerza—. Todo estará bien.
****
— ¿No tendrás nada mío, Vasya? —dijo Morozko, y por primera vez
escuchó una voz humana.
Su capa colgaba al lado del fuego. Se puso sus botas y cogió la cesta
de campanillas de invierno. Parte de ella quería que el objetara, pero no lo
hizo.
Ella es solo una pobre tonta, pensó Konstatin Nikonovich. Él dijo que
no la mataría. Debo conseguir que me deje en paz. Nadie puede saber de
esto.
—Ven —dijo.
—Sí —dijo.
—Bien hecho —dijo la voz. Parecía venir del aire, del agua. Anna dejó
escapar un grito sollozante. Konstanti vio una sombra en la nieve, que
crecía monstruosamente vasta, larga y distorsionada, la sombra más negra
que jamás había visto. Pero Anna no miraba la sombra, sino el aire más
allá. Apuntó con un dedo tembloroso y gritó. Gritó y gritó.
Alyosha jadeó.
Desea por encima de todo las vidas de aquellos que pueden verle.
El Oso tenía a su bruja, y estaba atardeciendo.
—Al roble. Al claro del Oso —dijo Vasya—. Tan rápido como puedas
correr.
No puedes hacerlo sola. Morozko está muy lejos. Dijo que debía
esperar hasta el solsticio de invierno.
****
Pero entonces desde el otro lado del claro vino el rugido resonante de
un semental.
****
Una pequeña sonrisa apareció en eso labios negros cuando los vio, y
la lengua se asomaba roja entre ellos.
Por la esquina del ojo, Vasya vio la yegua blanca entrar en el claro.
—Ah, no, aquí está —dijo el Oso. Pero su voz se había endurecido—.
Hola, hermano, ¿vienes a despedirme?
De repente se dio cuenta de que había otras caras entre los árboles,
en el borde del claro. Habia una mujer desnuda con un cabello largo y
húmedo, y había una criatura parecida a un hombre viejo, con la piel
parecida a la corteza de un árbol. Estaba el vodianoy, el rey del rio, con
sus grandes ojos de pez. El polevik estaba allí, y el bolotnik. Había otros,
docenas. Criaturas parecidas a cuevos y criaturas parecidas a rocas,
champiñones y montones de nieve. Muchas de ellas reptando hacia
delante hacia donde estaba de pie la yegua blanca al lado de Vasya y
Solovey, y se apiñaron a sus pies. Detrás de ella, Alyosha soltó un silbido
de sorpresa.
Pero el Oso estaba también hablando, en una voz que era como la de
un hombre gritando. Y algunos de los chyerti fueron hacia él. El bolotnik,
la malvada criatura del pantano. Y, Vasya sintió como su corazón se
paraba, el rusalka, salvaje, vacio, y anhelante en su extraña y amable
cara.
Los chyerti tomaron sus bandos, y Vasya vio todas sus caras
decididas. Rey de invierno. Medved. Responderemos. Vasya sintió como
todo vibraba en la cúspide de la batalla; su sangre se calentó. Escuchó
muchas voces. Y la yegua blanca también dio un paso adelante, como
Morozko en su espalda. Solovey relinchó y pisoteó la tierra.
—Ve, Vasya —dijo el viento con la voz de Morozko—. Tu madrastra
debería estar viva Dile a tu hermano que su espada no morderá la carne
de la muerte. Y… no mueras.
El upyr alzó la vista y siseó. Anna estaba tirada con la cara gris
debajo de ella, cubierta de barro, sin moverse. Duya estaba cubierta de
sangre y suciedad, su cara manchada de lágrimas.
—Como si fuera a dejarte —dijo. Algunas de las criaturas del Oso los
rodearon. Alyosha soltó un grito de guerra y balanceó su espada. Solovey
bajo la cabeza, como un toro a punto de embestir.
—Claro que sí. Sé que sí. —Esa mirada de terror en la cara del upyr
se enfrentaba ahora con hambre ávida—. Simplemente le diré que no
necesita tener miedo. Dunya… Dunya, por favor. Sé que tienes frio ahí, y
que estás asustada. ¿Pero no puedes acordarte de mí?
Dunya jadeó con toda la luz del infierno en sus ojos.
La lucha había vuelto al claro. Los espíritus del bosque eran como
niños al lado de la mole que era el Oso. Había crecido; sus hombros
parecían separar el cielo. Se abalanzó contra el polevik con grandes garras
y lo arrojó lejos. El rusalka estaba de pie a su lado, aullando con un lloro
sin palabras. El Oso lanzó hacia atrás su gran cabeza peluda.
— Sería mejor…
—No —ladró Vasya—. Llévala lejos ahora. Por favor. Era mi madre.
—Agarró el brazo del demonio helado con ambas manos—. La yegua
blanca dijo que eras un dador de regalos. Haz esto por mi ahora, Morozko.
Te lo suplico.
—Veo a la gente de los bosques. Pero, ¿qué pasa con los domovoi, y
bannik, y vazila? Venid conmigo ahora, hijos de los corazones de mi gente,
mi necesidad es grande. —Arrancó la película de hielo de la herida de su
brazo y su sangre fluyó libre. La joya azul estaba brillando bajo sus ropas.
Todavía allí había silencio. El Oso arañó la tierra con sus grandes
pies delanteros.
Chica tonta, pensó Vasya. ¿Cómo podrían venir los espíritus que
cuidan las casas? Están atados a nuestros corazones. Saboreó la sangre,
amarga y salada en su boca.
El Oso rió.
Pero en ese momento, un gran rugido de rabia provino del otro lado
del claro.
****
El Oso era dos y tres veces más grande que un oso normal. Solo
tenía un ojo; la mitad de su cara era una masa de cicatrices. El ojo bueno
brillaba, del color de las sombras delgadas sobre la nieve. No estaba
adormecido como un oso normal, sino encendido con hambre y lleno de
malicia.
Pero en ese momento, una mujer desnuda, con piel verde, con el
agua brillando en su pelo largo, chilló y saltó sobre la espalda del Oso,
aferrándose a él con manos y dientes. Al siguiente instante, la hija de Pyotr
gritó en alto y el gran caballo cargó, golpeando a la bestia con sus patas
delanteras. Con ellos vino todo tipo de extrañas criaturas, altas y delgadas,
pequeñas y barbudas, machos y hembras. Se lanzaron juntos sobre el
Oso, aullando con sus voces extrañas y altas. La bestia cayó hacia atrás
debajo de ellos.
El semental golpeó con sus patas delanteras una vez más y se echó
hacia atrás, protegiendo al chico y a la chica en el suelo. Alyosha parpadeó
aturdido con ellos.
Los dientes del Oso se cerraron a una pulgada de su cara, aún así
no se movió.
—Vete —dijo Pyotr—. No eres nada; solo eres una historia. Deja mis
tierras en paz.
El Oso resopló.
Pyotr miró hacia Vasya. Sus ojos se encontraron y vio como ella
tragaba duro.
****
El Oso aulló y saltó después de él. Pero Vasya estaba de pie, todo su
miedo estaba olvidado. Gritó en alto con una furia sin palabras y el Oso
giró alrededor de nuevo.
—Oh, sí. —dijo—, ven aquí, pequeña vedma, ven aquí, pequeña
bruja. No eres todavía suficiente fuerte para mí, y nunca lo serás. Ven
conmigo y únete a tu padre.
— ¿Cómo?
Una mano fría con largos dedos cogió sus dos manos, echando el
calor lejos. Vasya intentó tirar de sus manos para liberarlas, pero no pudo.
La voz de Morozko flotó como aire helado contra su mejilla.
****
La quietud era repentina y absoluta. El hombre de un solo ojo se
escabulló bajo tierra, y los chyerti desaparecieron en el bosque invernal. El
rusalka puso una mano goteante sobre el hombro de Vasya mientras
pasaba.
Vasya no contestó.
Vio una sutil cautela en su rostro, y ella soltó una carcajada que fue
medio sollozo.
Su boca se torció.
Vasya guardó silencio por un largo momento. Lo miró con los ojos
entrecerrados, y él encontró su mirada. Finalmente ella asintió.
Entonces:
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TODO HABIA IDO MAL, pensó Konstantin. Pyotr Vladimirovich
estaba muerto, asesinado por una bestia salvaje en el umbral de su propia
aldea. Anna Ivanovna, dijeron, había salido al bosque en un ataque de
locura. Bueno, por supuesto que sí, se dijo a sí mismo. Ella era una loca y
una tonta; todos lo sabíamos. Pero aún podía ver su rostro frenético y sin
sangre. Colgaba ante ojos despiertos.
Pero ella no estaba sola. Cuando se deslizó por la puerta, una figura
con una capa oscura se desplegó desde las sombras en su hombro y se
deslizó a su lado. Konstantin no podía ver nada de la cara, salvo que era
pálido. Las manos eran muy largas y delgadas.
Konstantin no podía ver los ojos del hombre, tan hundidos estaban
en su cráneo. Las manos eran de una delgadez esquelética. El sacerdote se
lamió los labios.
Vasya sonrió.
—Mi tarea…
—Tu tarea está hecha —dijo Vasya. Dio un paso adelante. El hombre
oscuro a su lado parecía crecer; su cabeza era una calavera, y los fuegos
azules ardían en las cuencas de sus ojos hundidos—. Te irás, Konstantin
Nikonovich. O morirás. Y tu muerte no será fácil.
—Sí —dijo Vasya, y ella sonrió, la hija del diablo. La figura oscura a
su lado también sonrió, una lenta sonrisa de calavera.
Pensó que las sombras podrían haber cambiado solo un poco. Pero
solo oyó silencio.
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—Mírame, Irinka —dijo Vasya—. Eres buena. Eres la mejor niña que
conozco. Mucho mejor que yo. Pero, hermanita, no crees que soy una
bruja. Otros lo hacen.
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La puerta se abrió.
Continuará…