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Informes psicológicos, No. 7 p.

29 - 38
Medellín - Colombia. Ene-Dic de 2005, ISSN 0124-4906

MADRES E HIJOS IMPOSIBLES:


el abandono y las instituciones
NÁDIA RODRIGUES DE FIGUEIREDO* E ILKA FRANCO FERRARI**

Abstract
This article works on the question of abandon in Brazil, emphasizing the discussion of a
newly implemented social program called «House-home». These «houses»are shelters
that function with professionals, the «social mothers», who take care of the house as well
as of the children who are sheltered there.The paradoxes of this woman who chooses
to be mother by means of a regulamented profession in a shelter which pretends to be
a home, as well as the implications of this situation in the relations established with the
children are examined through the eyes of psychoanalysis. In the professional choice
made by these women, it is not to be disconsidered the question of the feminine which
is at play, interlaced with the theme of abandonment and deprivation as well as the
enjoyment that it implies.

Key words: Abandon; Social Mothers; House-Home; Social Politics; Psychoanalysis.

Resumen
El artículo trabaja la cuestión del abandono de niños en Brasil y privilegia la discusión de
un programa social vigente, titulado «Casa-Hogar». Esas «Casas» son albergues que
funcionan con profesionales, las madres-sociales, que se encargan del cuidado de la
casa y de los niños allí albergados. Por medio del aporte del psicoanálisis, se examinan las
paradojas de esa mujer que elige ser madre, por el bien de una profesión, reglamentada,
en una institución que se intenta que sea Hogar, así como las implicaciones de esa

*
Psicóloga, por la Pontificia Universidad Católica de Minas (PUC). Actualmente estudiante en
el Master en Psicología de la misma universidad. Dirección del autor: nadiafig@uai.com.br
**
Doctora en Psicología, por la Universidad de Barcelona, España. Actualmente profesora
adjunta de psicología de PUC Minas. Adherente a la Escuela Brasilera de Psicoanálisis Minas
Gerais. Dirección del autor: ilka@pucminas.br
Recibido, Agosto 12/2005. Revisión recibida, Septiembre 16/2005. Aceptado, Septiembre
22/2005

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situación en las relaciones establecidas con los niños. En esa elección profesional, hecha
por esas mujeres, no se puede desestimar la cuestión de lo femenino que está en
juego, enlazado al tema del desamparo y de la privación, así como el goce que entraña.

Palabras clave: Abandono; Madres-sociales; Casa-Hogar; Políticas Sociales; Psicoanálisis.

Este artículo discute, a partir del psicoanálisis, dos aspectos de una única situación
en el escenario brasileño: por una parte, el abandono de niños y, por la otra,
una respuesta de las políticas sociales a la cuestión en las instituciones
denominadas «Casa-Hogar», existentes en la ciudad Belo Horizonte, capital del
Estado de Minas Gerais.

El hecho de oficializar una institución, de parte del estado, supone el


establecimiento de normas de funcionamiento, jerarquía de puestos y funciones,
como sucede en cualquier proyecto que se pueda considerar serio. Entre las
peculiaridades de esas «Casa-Hogar» hay un cargo que llama la atención, y
que es destinado a las mujeres con la función «social» de ser «madres», es decir,
en esos sitios existe la profesión de «madre-social». Nuevo nombre para una
función antigua, como se constatará más adelante, ahora reglamentada, y
para lo cual son convocadas mujeres con la función de cuidar, celar por los
niños cuyos padres, por motivos variados, no han sostenido el vínculo de la
afiliación y han dejado caer la vida de sus hijos. Allí están las profesionales
confrontadas con los niños-desechos, que el Estado protege.

Si la existencia de instituciones de ese porte es necesaria al malestar de la


civilización, y si en ellas hay profesionales madres-sociales, las formalizaciones
de la clínica psicoanalítica son importantes para la comprensión del hecho. El
«deseo de niño», intrínseco al enigma femenino, está en juego en esa profesión.
Indagar sobre ese algo, presente en el enigma femenino más allá del sueldo
que adviene de ese trabajo y que la profesional necesita, es una manera de
contribuir para la aplicación del psicoanálisis en ese campo institucional, donde
la madre, más que parcera del niño, es parcera del dolor que el niño porta y de
los malos tratos que ellos sufren.

LA HISTORIA DEL ABANDONO Y SU PRESENCIA EN LA CASA-


HOGAR

El abandono de niños ocurre, en gran escala, desde épocas primordiales de la


historia del hombre, por lo menos en el Occidente. En la Antigüedad, esa
práctica era usual, principalmente en caso de pobreza o deformidad del niño.
El aborto y el infanticidio eran considerados legítimos y plenamente aceptados.

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Solamente a finales de la Antigüedad e inicios de la Edad Media, a partir de la


concepción cristiana de caridad, han sido creados los primeros locales de acogida
a los pobres, enfermos y niños expuestos1, institucionalizándose, en Occidente,
la «asistencia caritativa» a la niñez abandonada. Surge, entonces, en las
instituciones de acogida a los desechados, la llamada «Rueda de los expuestos»2.

La historia de la colonización de Brasil muestra que «ese extraño país en la


periferia del Occidente» (Figueiredo, 1999) heredó ese trazo distintivo, de los
países colonizadores. Aún hoy, hace parte del paisaje cotidiano de las grandes
ciudades brasileñas, cual un rastro de los trazos esbozados en los escenarios de
centenas de años atrás, la chocante y trágica escena de niños desvalidos, que
deambulan desaseados por las calles, sometidos a toda forma de abuso y
sufrimiento, haciéndose necesario recogerlos y encaminarlos a las instituciones.

Ciertos niños son retirados de las familias, a través del accionamiento de los
nombrados «Consejos Tutelares y Juzgados de los Menores», por flagrantes
malos tratos o denuncias de vecinos o parientes. No es raro encontrar niños
encerrados en alguna dependencia de una chabola, solos, en total estado de
desamparo. Algunos de ellos, muchas veces ya enfermos, por largo tiempo sin
agua o comida. Otras veces, además de solos, aturdidos por el absurdo de
haber presenciado el exterminio de uno de los progenitores por el otro. Ciertos
bebés son hallados en la puerta de alguna casa o recogidos del cubo de la
basura y alcantarillas. Otros son dejados en la maternidad, tan pronto vienen
al mundo. En el mejor de los casos, son entregados por uno de los progenitores,
dada la imposibilidad de apencar con los hijos que engendraron.

Ante esta situación, las políticas públicas discuten ampliamente la cuestión de


la convivencia familiar de los niños y adolescentes en situaciones de riesgo y
los distintos problemas por ellos enfrentados, especialmente, cuando el
alejamiento familiar es considerado inevitable. A partir de la «Convención sobre
los Derechos del Niño», adoptada en 1989 por las Naciones Unidas, se resalta
la importancia de la convivencia familiar y comunitaria «para el crecimiento y el
bienestar de todos sus miembros, en particular el de los niños».

1
La expresión «niño expuesto» o «desechado» era usualmente empleada para designar lo que
hoy llamamos «niño abandonado»
2
El nombre «Rueda» se refiere a una plataforma de forma cilíndrica e giratoria, con una
apertura hacia fuera, incrustada en las porterías o muros de las instituciones, donde se
depositaban a los niños desechados. Ése dispositivo facilitaba la exposición de los niños y
evitaba que lo expositor fuera identificado, pues, para recoger a los niños, se hacía necesario
rodar la placa.

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En Brasil, este derecho es expresado por el «Estatuto da Criança e do Adolescente,


ECA-1990», que asevera que «todo niño tiene el derecho de ser criado y educado
en el seno de su familia y, excepcionalmente, en familia substituta» (Art.19).
Ese derecho debe ser garantizado inicialmente, por la familia y, después, por la
sociedad en general y por el Estado. Objetivando su operacionalización, los
programas de protección social han creado el régimen de abrigo que se prevé
en el ECA: «el abrigo es la medida provisional y excepcional, utilizable como
forma de transición para que se lo ubique en familia substituta, no implicando
privación de libertad» (Art.101). Actualmente, esas instituciones de abrigo están
organizadas en torno de la modalidad llamada «Casa-Hogar».

Esa modalidad de abrigo ofrece una atención personalizada a pequeños grupos


de niños (aproximadamente 13 niños en cada grupo), a semejanza de una
vivienda tradicional, pero se caracteriza como un «hogar de pasaje» cuyo objetivo
principal es la orientación de los niños hacia una familia substituta (adopción)
o el regreso de ellos a la familia de origen.

No obstante, dados diversos motivos, los niños, muchas veces, permanecen


en esas instituciones por un tiempo más largo, aunque la permanencia esté
marcada por el pronóstico de la transitoriedad. Si ésta no llega a realizarse, es
siempre eminente.

Surge, junto a la creación de la «Casa-Hogar», la nueva profesión de «madre-


social», reglamentada por Ley, cuya función es la de cuidar a los niños que
llegan a esos abrigos, de modo que puedan «propiciar las condiciones familiares
ideales a su desarrollo» (Ley, 1987, art.1º). Lo interesante es que ese personaje,
actual, tiene sus precedentes históricos.

Desde el surgimiento de las instituciones que se encargaban de acoger a los


desechados, se hacía necesario contratar personas que pudieran ejercer la
función de cuidar y alimentar a los expuestos. Era, no obstante, práctica usual,
la contratación de las llamadas «amas mercenarias». Estas mujeres, comúnmente,
eran personas atontadas por la miseria, vivían en verdaderos gallineros y
frecuentemente se encontraban enfermas y mal nutridas, sin posibilidades de
proveerse de lo necesario para su propia subsistencia. Otras veces, eran mujeres
que alegaban estar en aquel trabajo para pagar sus promesas. Algunas lo
hacían por generosidad y caridad atribuidas al cristianismo, pues consideraban
el abandono de las criaturas una impiedad. Criarlas era una extraordinaria
demostración de fe.

Cual un calco de esa realidad de otrora, en la actualidad hay «madres-sociales».


Esas mujeres son contratadas por entidades no gubernamentales que
mantienen convenios con el Estado o con el ayuntamiento para la construcción

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de las «Casas-Hogar». Esas ONGs, en su mayor parte, están vinculadas a una


institución religiosa o son mantenidas por intermedio de Entidad filantrópica o
Entidad familiar. El ideal religioso y el trazo de caridad y filantropía están muy
presentes en esas instituciones. Se crea, así, muchas veces, una relación de
complementariedad, un lazo, entre el sufrimiento y la fe que, en ese instante,
es puesta a prueba, evocando un élan místico.

Ese trazo de un ideal del bien que, en muchas ocasiones, lleva la marca del
capricho de una generosidad, que uno no es libre para aceptar, es fuertemente
evidenciado en el propio nombramiento de la institución: «Casa-Hogar». La
adjetivación, puesta en la casa, remite a la acogida calurosa, que aguza
promesas de las dulzuras en la intimidad familiar, con confort y felicidad. Esa
situación, paradójicamente, expone la ruptura de los lazos familiares, exacerba,
la mayoría de las veces, la nostalgia de los niños y reasegura su abandono,
pues transpira, por toda la institución, que el mejor lugar para vivir, sería el
seno de una relación familiar, que ha sido extirpada.

LA MADRE SOCIAL Y SU LAR

De acuerdo con lo expuesto, la institución «Casa-Hogar» ha sido creada como


una casa de pasaje, teniendo como objetivo prioritario reencaminar a los niños
hacia su familia de origen o para adopción. A causa de esa posibilidad, se les
recomienda, explícitamente a las madres contratadas, no crear vínculos con los
niños, de modo que no se comprometa el proceso, ya que en el horizonte de
esas relaciones, existe desde el principio, la perspectiva de una separación.

De este modo, una mujer que acepta candidatarse a la función de madre-


social, puede recibir, a la vez, diez o trece niños de orígenes y edades distintas
o de la misma edad. La rotatividad de la gente por las casas es grande y marca
el carácter pasajero y efímero de las relaciones. Lo que hay de común, en esos
niños, son sus historias de devastación y desengaño.

El adjetivo «social», que se atribuye a esas madres, no puede ser ignorado. La


madre, desde hace mucho, recibe adjetivaciones: madre «soltera», madre
«adoptiva», madre «buena», madre «mala», «santa» madre, madre
«desnaturalizada», además de las locuciones adjetivas, «madre de Dios», «madre
de santo», «madre de oro»... ¿Qué particularizaría, entonces, lo «social» que se
atribuye a ésa madre, en ésa casa que se intenta que sea un «hogar»?

Esa adjetivación hace parte de un contexto histórico, donde «lo social», en


forma de sustantivo, es utilizado para designar la parte marginal de la sociedad,
los brasileños pobres.

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Se observa que la cuestión de lo social, de acuerdo con Castel (1998), se


localiza en la toma de conciencia de que la Revolución industrial dejó un resto:
aquéllos que no se encajaban en la sociedad industrial, es decir, los proletarios.
Lo social surge, así, bajo la consigna de la pobreza y porta la idea de una
integración de la sociedad en general, cuyo objetivo es evitar la fractura
evidenciada entre la parte productiva y no productiva de la sociedad. En las
prácticas democráticas, donde la economía es la razón soberana, ocurre, no
obstante, conforme bien demarcó el científico político brasileño, Renato Janine
Ribeiro, que «lo social es aquello que no se puede transformar en sociedad»,
dado que lo «social respecta a lo carente y la sociedad a lo eficiente» (Ribeiro,
2000). Eso implica en prácticas, aunque democráticas, como las observadas
en Brasil pos dictadura militar, que a los carentes son ofrecidos asistencia y
control y a los eficientes la protección social, asociada a la seguridad y derechos.

La madre-social es, en ese sentido, la madre temporaria de una colectividad


pobre, desechada, desvalida, en una práctica que se caracteriza más por el
asistencialismo (la beneficencia), quedando, muchas veces, exilada de sus
relaciones, la particularidad de cada niño. El abandono, lo extraño, la privación,
la situación de abuso, dolor y espanto, parece ser lo que verdaderamente esas
madres acogen como causa.

Todo este contexto se vuelve palco de equívocos y desencuentros, además de


aquellos que son naturales en la vida de cada cual.

La cuestión de la filiación, es decir, de la pertenencia, muchas veces parece


simple y natural, pero, requiere un trabajo tortuoso y complejo que no siempre
ocurre. En el caso de niños que son abandonados, esta cuestión se vuelve aún
más compleja, pues, esos niños, al no tener la suficiente libidinización narcisística
de parte de los padres que los abandonaron, son, como ha dicho Nominé
(2001), dejados al servicio del goce.

Cuando se piensa desde el psicoanálisis acerca del significante «madre», se


puede indagar cuál es la función de un hijo en el deseo femenino, pues como
ya señalaba Lacan en las «Dos notas sobre el niño», no se trata «de un deseo
anónimo» (Lacan, 2003). La criatura humana no tiene posibilidad de alcanzar
la subjetividad –no se humaniza– si no está inscrita en el deseo de alguien. Es
a partir de un deseo decidido que una madre, en su función simbólica, puede
nombrar un grito, transformándolo en demanda articulada al deseo, es decir,
inscribiéndolo en el orden significante. En ese circuito, al ofrecer «objetos-
significantes» a la criatura, hay una pérdida irreductible, hay una diferencia
entre la necesidad y lo que de ella se hace oír, en aquello que retornó como
demanda. Esa operación transforma el objeto de la necesidad en objeto que
falta. La «madre», al ofrecer al niño «objetos significantes», «Don», da algo que
es deseado y no obtenido, pero que es deseado sin referencia alguna a

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cualquier posibilidad de satisfacción o adquisición (Lacan, 1992). La


interpretación de la necesidad, acorde con el deseo de aquella madre específica,
en aquella situación específica, particulariza la marca; particularidad que cada
sujeto porta –«trazo unario»– como marca del lugar que aquél niño ocupó en
el deseo del Otro.

En la época donde la formalización sobre el deseo preocupaba a Lacan, él


enseña que la entrada en el circuito de la demanda es el momento estructural
de la emergencia del sujeto, sujetado al campo del Otro. En la estructura de la
demanda sitúa la dialéctica de la frustración, uno de los tres modos lógicos de
la falta de objeto: privación, frustración y castración. La operación de frustración,
que corresponde a la entrada en la demanda, es lo que posibilita un contorno
simbólico del objeto perdido, diseñando un agujero interior, el lugar vacío
dejado por el objeto inexistente: agujero real–privación.

En la «Casa-Hogar», creada para pequeños carentes, desvalidos y necesitados,


el énfasis recae, prioritariamente, sobre la «necesidad», lugar en el cual la
institución sabe responder. Adviene de ahí toda suerte de malosentendidos.
La institución que da abrigo se organiza a partir de una ética que pretende ser
eficaz en producir satisfacción, en oposición a la privación. Aquí se intenta
remediar la ausencia del amor por intermedio de la supresión de las necesidades.

Lacan, en el Seminario de la Transferencia (1992), alerta sobre el peligro de


responder a la demanda con la intención de callar la necesidad. Decía que es
posible producir todas las especies de equívocos al responder a esa demanda,
pues de aquello que le es respondido resulta la posibilidad de toda sujeción,
es decir, se intenta imponer al sujeto que, al estar satisfecha su necesidad, él
sólo puede contentarse (Lacan, 1961). Si no se tiene una escucha más allá del
objeto de la necesidad, se le quita al sujeto la posibilidad de construir un
contorno simbólico del objeto. De esa forma, cuando se pierde algo, se pierde
todo...

Esta situación posee un agravante representado por la posibilidad de acogida


del niño por las madres sociales que hace surgir en éstos, la esperanza de
reencontrarse en el deseo del Otro primordial: ser abandonado, expulsado, ser
un desecho, un niño imposible... Ellas demandan ocupar el lugar en el deseo
como otrora ocuparon, el único lugar en el cual se reconocen. Repiten, con
sus actos, el gesto que hace coincidir nacimiento y rechazo. Demandan el
amor al revés, pues esos niños fueron deseados, también, al revés.

Hubo un deseo: que ellos no existieran, o si existieran, se marcharan. Repiten


el trazo que las singularizan y provocan respuestas que las destrozan, de la
manera más dolorosa y angustiante posible. Las «madres sociales» entonces,
son expuestas a todo tipo de prueba, son asoladas en sus puntos más

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vulnerables; los niños ponen a prueba, a lo máximo, su capacidad de decisión,


juzgamiento, su paciencia; ellas son el blanco de una invasión de amor y odio
intensos. Niños y madres, más allá del deseo, cohabitan con la pulsión de
muerte y están sujetos a distintos paradigmas de goce.

TRAYECTORIAS PECULIARES

Son diversas y peculiares las trayectorias de vida de cada uno de estos chicos y
chicas, así como de cada madre o cuidadora que decide entrar en ese universo
tan adverso y doloroso. El interés del psicoanálisis, como se sabe, recae en la
singularidad del sujeto y, en este caso, en lo singular de cada uno de esos
personajes, su manera particular de responder e inventar algo mediante la
situación de sufrimiento, algo que los diferencie, uno a uno, como ser aquél
que es lo que los otros no son.

No hay, no obstante, forma de esquivarse de indagaciones respecto a ese


personaje enigmático, la «madre-social».

De acuerdo con el psicoanálisis, toda elección implica una posición delante


del goce. No cabe duda, entonces, que en la elección de esas mujeres de
ocupar el lugar de madre que no puede establecer vinculación con los niños,
en una relación clara con la situación de abandono y malos tratos de ésos
niños, hay algo de la posición de cada cual en el goce que le es propio.

Madre, mujer, femenino, son términos que poseen formalizaciones puntuales


en el psicoanálisis, que enseña, por ejemplo, que no toda madre es mujer, a
despecho de las evidencias de género. Acerca de lo que es un hijo, la cuestión
también no es nada sencilla, porque implica, más que el biológico de los
padres, una filiación simbólica, de acuerdo con lo que ya se mencionó.

Lacan, en «Dos notas sobre el niño» (2003), ya había alertado sobre el hecho
de que el niño puede volverse «el objeto de la madre» y tener, como función,
«develar la verdad de ese objeto». La función y el lugar que un niño ocupa en
el fantasma de una madre son consecuencias de los recursos que una mujer
porta, para trajinar con su falta fálica, la castración. La incidencia de la función
paterna es lo que asegurará (o no) que un niño pueda ocupar un lugar en el
deseo de una madre y no ser tomado como su objeto de goce. Se puede
preguntar entonces, acerca de cómo quedan esas cuestiones cuando se trata
de una «madre» cuya adjetivación apunta a lo «social» y no a lo particular, a
una madre por profesión, lo que conlleva al derecho laboral de descanso en
fines de semana, vacaciones, suspensión de trabajo por maternidad, aparte de
poder ser considerada innecesaria para el desempeño de la actividad.

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Miller (2001) afirma que una verdadera mujer no es una madre, dado que la
madre en el psicoanálisis es la que tiene, es decir, es siempre abundante. Una
verdadera mujer, por otra parte, «tal y como Lacan hace brillar su eventual ex-
sistencia, es la que no tiene y hace algo con ese no tener» (Miller, 2001).
Volverse madre o mujer no se corresponde y, por esto, todas quieren parir,
asegura Miller, refiriéndose a constataciones de Lacan.

El historiador Renato Pinto Venâncio (2004) empieza, así su texto «A


maternidade negada»: «No es exagerado asegurar que la historia del abandono
de niños es la historia secreta del dolor femenino». No llega a ser sorprendente
y, tampoco nuevo, la aproximación del abandono, del dolor y del secreto a lo
femenino.

El campo de lo femenino es lo que porta la marca de algo extraño, de horror,


dado que la subjetividad de hombres y mujeres se basa en el referencial fálico.
Ese campo, que es exterior al fálico, que no se articula en la existencia, que es
del orden de lo real, que es enlazado al tema del desamparo fundamental, del
exceso y de la vacancia, se exterioriza en la situación de abandono, y quizá sea
a lo que apunta el goce implicado en esa elección de ser madre-social. Parece
que esas mujeres se lanzan al encuentro con el vértigo de lo irremediable,
pretendiendo con su gesto, tocar lo imponderable, recomponer lo irreparable
y ahí, lo femenino, hace su aparición, frecuentemente, bajo el velo de lo sagrado.

Como se observa, hay muchas posibilidades de trabajo en esas instituciones.


Los analistas empiezan a ser convocados para estar en ellas. Hay apertura para
tanto y, por lo que se nota, el psicoanálisis aplicado tiene, en esas instituciones,
mucho que contribuir. Hay posibilidades para el analista sin el saber, para el
analista con el saber explícito del caso clínico, del control que enseña, que
transmite un saber. Hay mucho por aprender en ésas instituciones: las reglas
que el sujeto deconstruye y también acerca de lo femenino y de lo real. Si la
clínica es la formalización de la experiencia analítica, ahí está una oportunidad
para hacerla.

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Referencias

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1990.
Castel, R. (1998). As metamorfoses da questão social: uma crônica do salário. Petrópolis: Vozes.
Figueiredo, L. C. (1999). Psicanálise e Brasil – Considerações acerca do sintoma social brasileiro.
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