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MARCELLE PELLISSIER DOMINGO SAVIO: i FORMIDABLE! rd Lie, Oscar As Morel db DIRECTOR \ EDITORIAL CCS ‘Alcalé,-164 7 28028-MAD#ID Titulo original: Dominique Savio, acet as!» Traduccién y adaptacion: Rafael Alfaro © 1987 (edicién espafiola) Editorial CCS, Alcal4, 164 / 28029-MADRID Noch pert le reproduce toto parcial de ate ito, ni su eatamiano inforbice a ‘ranamtinde ninguna forma oor eusgsermele, ya Sa eectancy, por fotacopla, or Tet ‘Tonos maroc ms forms prio parent ontsres el Connie Portada e ilustraciones: José Luis Cortés ISBN: 84-7043.457-8 Depésito Legal M-9872-1987 Imprime: Comercial MALVAR, §.L. - San Leopoldo, 70 / 28029-MADRID. APTO PARA MAYORES Pero es que este libro necesita un prélogo? Si séio basta saber que es de Marcelle Pellissier para recordar aquel «Don Bosco con nosotros», que tuvo tanto éxito. EI mismo sabré presentarse por su cuenta. En ésta como en la obra anterior, la escritora sabe dirigirse a los nifios con maestria. En el libro de san Juan Bosco se trataba de un chico al que su ta le contaba las aventuras del santo de Turin. Después de cada capitulo, fa narracién suscitaba el comentario del oyente, y del lector, co- ‘mo es natural. Ahora, el narrador es el mismo muchacho Juan Mari el que se dirige al lector, amigo y compafiero 0, mejor dicho, colega. ‘No obstante, también después de cada capitulo, interviene la madre de Juan Mari para «poner los detalles» a «los colores» demasiado vives de su hijo. ¢¥ a las chicas?, preguntaréis; zno les interesa a las chicas la vida del joven Domingo Savio? Juan Mari no dice de eso ni media palabra. Sin ‘embargo, para Marcelle Pellssier todo es harina del mismo costal. Antes, Jos chicos decian a sus hermanas despectivamente: «Los nifios con los ni- fros..., las nifias con las nifias...» Ahora tengo la seguridad de que si este fibro cae en manos de una chica, le encantaré tanto 0 més que a un ‘muchacho; iy no s6lo por la curiosided de saber lo que pasa entre los cha- vales.../ 2Y para los adultos? ;Y de todas las edades, por supuesto! Para fos adultos de quince, de veinte y de veinticinco aitos. ¢Y por qué no de cin- ‘cuenta? Claro que los de setenta 0 de noventa, que ya se lo saben todo, también disfrutarén como crios al encontrerse con estes paginas deli- ciosas, que hasta parecen escritas para ellos con exquisita pedagogia Pero Marcelle Pelissier se ha metido, sobre todo, en el alma de los chavales. Un libro que ha tomado de los mismos muchachos las maneras de sentir, de pensar y de reaccionar. Usa su mismo lenguaje, con unos voceblos corrientes muy cercanos a su argot. Juan Mari habla de «em- pollény, de ese «microbio de Domingo» que es «formidable» y «guay», ‘aunque sélo sea «un enano»... Mercelle Pelisier toma a Juan Mari como viste y calza. ES un chico de nuestros dias, de nuestro mundo, de nuestra familia. Lo contempla real, con las imperfecciones de un pequeito cris- tiano que, no obstante, sabe que espera el Reino de Dios y que ha sido amado @ participar de 6! desde su bautismo. Clero que la diferencia entre un chico y un adulto, en este aspecto, es casi nule, y més si uno no ha recibido atin ese golpe de... gracia. Por eso, este libro de Marcelle Pellissier viene también como anilo al dedo de fos aduttos... En él encontrarén, detrés de una apariencia infant, esa reali- dad de un muchacho santo. Que siempre es algo muy serio. Una persona ‘que con apenas quince afios ha sabido responder maravillosamente y con hidalguta a la tamada de Dios. Todos los lectores, pequefios y grandes, sentirén simpatie por este ita- iano menudo pero valiente, ef mayor de nueve hermanos que, a los ‘cuatro afios, ya se sabe de corrida sus oraciones y se esconde en wn rin- , im te simpatico, eno es cierto? Ademés, zno te das cuenta cémo lo queria todo el mundo? —Justamente, jeso es lo que me intriga en este asuntol Esos hechos que uno puede contar, como por ejemplo, esa lista de triunfos por las calles de Turin: jeso si que me gustal Eso es algo que uno ha vivido, vaya, que uno lo siente como suyo. Pero todo lo demas. Vamos, que parece que lo han amafiado un poco para el caso... Puesto que Domingo era un santito, hala, que sea un santo completo: jahi tenéis al modelo de los estudiantes... |Y asf se han inventado una serie de tonterfas y han hecho una corona que ador- ne preciosa la cabeza de Domingo....| —1Qué es lo que estés diciendo, Juan Mari, exclamé mamé al- zando los brazos al cielo. Ti crees que la canonizacién de un san- ‘to —taunque fuese la de un nifio como Domingo! — se consigue a base de «historias bonitas» amafiadas para el caso?... Todo lo que he dicho acerca de su conducta en clase ha sido puesto bajo jura- ‘mento ante un tribunal eclesiéstico por antiguos condiscfpulos y antiguos profesores de Domingo. Seria demasiado aburrido para traer aqui todos esos testimonios... Por eso no quiero insi zcomprendes? Sélo te digo que el joven Bosco di Rufino pudo de- cir: «Cada vez que lo miraba me sentia impulsado a cumplir mis de- beres, y @ escuchar al profesor con mayor atencién...» —iEsté bien, mama; admitémosio! {Todo es perfecto, todo es- 14 bien hecho! Pero eso, ¢qué mérito tiene? Domingo todo lo hacia asi de bien: jLe gustaba ir a clase, le gustaban todas esas cosas que a mi no me gustan...1 — Claro que es demasiado cémodo para nosotros creer que los santos estén prefabricados en un precioso molde muy bien prepa- radol iY que han tenido que estarse toda la vida sin moverse para no romper las costuras...1 Pero mira, este Domingo, geste chico tan de caramelo?... Pues bien, uno de sus antiguos compafieros, Monsefior Vaschetti, con- taba que cuando llegé al Oratorio advirtié en él cierta dureza en las discusiones, aferréndose a sus ideas. Se le notaba que hacia un enorme esfuerzo para ceder a tiempo. El prelado contaba, ademés, que un dia el futuro santo se mostré tan enfadado con él... |que hasta le arafié la caral... Acto del que se arrepintié al punto, por supuesto, pidiendo mil perdones. 4 —|Magnifico! {Estupendo! jqué guay! Un santo que arafia? IEso si que me gustal {Qué dicha tener al fin un santo asi! —Y el Padre Francesia, que fue profesor suyo en cuarto curso, cuenta que un dfa vio a Domingo plantado ante Don Bosco, los brazos en jarra, y exigiéndole con energia: : —|Eso es un escéndalol {Ese muchacho hace dafio a todos! iNo puede tolerarse més en casa...1 fl 'Y el buen padre Francesia afiadia: «jEra la primera vez que es- cuchaba a mi alumno hablar en ese tono a nuestro querido don Boscol» : 1Ya ves que tenia sangre en las venas este Domingo! Y sangre bien caliente, nada de agua azucarada.. _ Si, pero yo voy todos los dias a clase. A él le gustaba eso... —Oyeme todavia une tercera historia. Esta vez la cuenta don Rua, entonces joven maestro de diecisiete afios en el Oratorio. ES- taba todo el mundo en clase y alguien solté una palabrita que hizo relt a todos los alumnos. Ya se habia restablecido el orden cuando..., de repente, una sonora carcajada rompié de nuevo el si- lencio. Era Domingo. Su imaginacién vivisima volvié-a recordar el golpe humoristico y estallé como una bomba retardada... {Pero con don Rua no valian las bromas! Domingo tuvo que ex- piar su relampago de alegria de rodillas, delante de toda la clase. Ya ves, lo mismo que td, Minot tenfa que hacer sus esfuerzos para dominarse. —|Pobre Minot, tan alegrel... |Y qué «camellon ese don Rua! —{Qué ests diciendo, Juan Mari? También don Rua va a ser santo. zNo sabes? Ya ha sido beatificado... —Bueno, entonces, {qué bienaventurado «camellon...! 1Vamos, Juan Marit... Un poco mas de respsto, por favor... /A mi me gustarfa ser la mamé de un hijo bien educado...! Y es que esta breve historia tiene su misterio, ¢sabes?: un santo —el beato don Rua—, formado por otro santo —jel gran san Juan Bosco! — castiga a otro santo —santo Domingo Savio—... B —iPor lo visto, en esa casa todos eran santos! Creo que si me hubieran puesto esta adivinanza: «Quién es el santo formado por Un santo que castig6 a otro santo?»... Desde luego que, en la vida se me hubiera ocurrido decir inmediatamente el nombre de don Rua... Lo que si hubiera respondido a la primera: jEso debe ser cosa de Don Bosco y sus historias! MAR 76 Al bajar de ls diigencia, ‘se de cuenta que lo esté esperando una hermosa Sefiora ue también va a Mondonio. A pesar de su bello aspecto, va a pie como los pobres. Y Domingo hace todo el camino conversando con Marla. VII Donde se narra el fervoroso servicio de un paje a su Dama Se ha dicho que Don Bosco era el «Caballero de la Madonna». Lo cual nos da pie pera llamar a Domingo con el apelativo del «Paje de la Sefiora». Un paje muy respetuoso de su Dama, siempre aten- to a no hacer nada que pudiera entristecerla. Un paje ansioso de encender en los otros la llama que ardia en él para su «soberanay. Pero un paje que, a su vez, era el hijo de la Reina a la que servia. Y a la cual lamaba con el nombre més bello de todos: «/Madre/» Jamés se iba Domingo de una iglesia 0 de una capilla sin buscar al menos con la mirada el altar de la Virgen. Si le era posible, se acercaba a arrodillarse alli unos minutos; sino, le enviaba, siquiera, un «buenos dias» muy sentido, aunque breve, a su «Sefioray. {Lo mismo que esos nifios —los habéis visto muchas veces que desde Iejos te envian encantadores sus besos como soplos de amor! Ade- mas, Domingo ofrecia diariamente una mortificacién en hornor de Maria. Era algo asi como una flor perfumada que cade dia cortaba para ofrecérsela. 79 Durante los recreos, siempre encontraba algin tiempo para es- caparse unos instantes y acercarse a hacerle compafiia a la Sefiora, ‘Adin més, a menudo conseguia llevar consigo a algunos compafie- ros. ZQue se negaban? Ya lo creo que se negaban. Y él también quedaba un poco triste. Para consolarse entonces, pensaba que su entrevista con la Virgen iba a ser més intima y profunda... E18 de diciembre de 1854 fue una gran fiesta en la Iglesia uni- versal: tuvo lugar la solemne proclamacién del dogma de la Inma- culada Concepcién de Maria. En el Oratorio se preparé la solemni- dad con una novena fervorosa. Domingo fue a hablar con Don Bosco: —|Padre, le dice, en esta novena yo quisiera hacer algo «extra- ordinarion! —iMe parece una cosa estupenda, amigo! —Pero, zqué hacer? 2Qué me aconseja usted? —Nada mejor que cumplir con tus deberes. {Pon un esmero es- pecial en tus oraciones! —1Yo quisiera hacer algo més! —Entonces, jcomulga més a menudo! —Eso espero hacerlo todos los dias... ;Pero yo querria algo mas! —gCual es tu idea, Domingo? —Por ejemplo, una confesién general. Después haré una con- sagraci6n total a la Inmaculada. {Si, Padre, una entrega completa, en cuerpo y alma! Que ella me guarde siempre puro. jAntes la muerte que el pecado! En efecto, ese 8 de diciembre fue un gran dia, no sélo para la Iglesia universal, sino también para este pequefio de doce afios. Hesta la fecha, siempre se habfa distinguido entre los mejores. Pe- ro ahora que se acaba de entregar totalmente a Marfa, su ascen- sin va a ser muy répida, y se va a elevar a unas alturas... que a no- sotros nos dan vértigo.. Tal vez me dirs esto: «jYo no entiendo nada en absoluto de tu historia! Porque yo también he hecho mi consagracién a la Virgen Maria. Casi todos los dias le repito lo mismo: «Te entrego mis ojos, mis oidos, mi lengua, mi coraz6n y todo mi ser...» Pero, ni por 80 esas. Lo que es yo, no he cambiado nada. Porque sigo siendo tan haragén y floto como una sopa en leche, y en casa les contesto a mis padres como un gallito...» Si, yalo sé. Nosotros..., uno se entrega todo de una vez. Y uno se cree que eso es suficiente, que ya estuvo... Pero luego, uno ‘vuelve pronto a recuperarse: Primero la mano, después el brazo, y luego el resto... ¢No es asi? Pero Minot, jmenudo! Cuando dice que se entrega, lo hace de verdad, como dice mi hermana. Si, aquella tarde del 8 de diciembre de 1854, libre y consciente- mente, Domingo se entragé de verdad a la Toda’Pura. Desde en- tonces pertenecera totalmente a la Sefiora. Ella lo iba a llevar a la cumbre de la santidad. Y también, ese dia, Don Bosco vislumbré que el pequefio Do- mingo iba a llegar a ser «algo formidable». Por eso se puso a escri- bir dia tras dia todos los detalles de este muchacho. LE| mes de mayo? Se convierte en una fiesta sin tregua para Domingo. Duplica sus oraciones; amplia «su negocioy; cultiva a ‘sus compafieros; los va ganando poco a poco a su gran amor a la Sefiora. Un inmenso entusiasmo se apodera de estos chavales pa- ra honrar a Maria. Se celebran asambleas y academias, se organi- zan debates, se proyectan grandes cosas... {Qué se estara cocien- do en ese ambiente?.. —ajTenemos que hacer un altar a la Virgen Maria, un altar s6lo para nosotros, en nuestro dormitorio... Tiene que ser tan bello co- mo el de la Iglesia... ztan bello? No sefior, todavia més bello: que ‘tenga candelas y cirios y floreros y muchas, muchas flores...!» Todos a una, empiezan a retorcer y a escurrir sus bolsillos: tenfan lo justo para comprar una chocoletina, un tebeo, un scllo de correos. Con jdbilo, todos hacen su sacrificio para que sea magnifico el trono que quieren dedicar 4 su Reina. Sélo uno, jayl, no ha podido rebafiar sus bolsillos: jel hijo de! 81 herrero sabe de sobra que no encontraré en ellos la més minima calderillal ¢Ser4 el Gnico que no podra ofrecer un sacrificio en ho- nor a Maria? Una honda tristeza atenaza bruscamente su coraz6n amante... Pero no menos bruscamente surge Ia inspiraci6n. Vuela hacia el armario donde guarda su pobre ajuar. Y alll, entre dos montoncitos de ropa, encuentra su tesoro: un hermoso libro rojo, con cintas doradas. Es el premio ganado el afio anterior. La recom ensa de un afio de esfuerzos. Lo ha recibido de manos del mismo Don Bosco. Recuerda la gran sonrisa del Padre al entregarselo y sus palabras de alabanza.... Domingo no sabe muy bien si va a ser- vir para algo este libro en el altar de Marfa, Sélo sabe que lo que quiere ofrecerlo como sacrificic ‘Vuelve cortiendo, y entrega el libro a sus compafieros. —iTomad, les dice. Ahi lo tenéis. No tengo otra cosa... Emple- adlo en lo mejor: en honor de Maria! iMadre mia! jEso ha sido una idea revolucionarial jNadie hu- biera sofiado en esa loterial El gesto de Domingo enciende la ima- ginacién de los muchachos. Al punto se origina una cadena de desprendimientos. Cada uno se desprende de una cosa: una me- dalla por aqui, una revista por allé, unos cigarrllos que alguien pen- saba fumarse a escondidas, un juguete... jHurral {Hurra a Saviol Si, el altar resulté magnifico. Y se empleé en él tanto tiempo, y tanto amor en adornarlo que se estuvo trabajando durante toda la Noche para que estuviera listo el primero de mes. 2Qué no habria hecho Domingo por la Virgen Maria? Hasta ens6 en ayunar a pan y agua todos los s4bados en su honor. Eso le venia «de perillan a un gordinfién que tenia de compafiero en el comedor, en cuyo plato vertia generosamente el suyo. Pero Don Bosco se enterd del asunto. —iAlto ah, amigol, le dijo. Hazme el favor de dejar esos ayu- nos. No son cosa de tu edad y, menos atin, de tus fuerzas. Tu sa- bes que puedes honrar a Maria comiendo. Toma con el mismo ape- tito lo que te gusta y lo que no te gusta. Entendido? Domingo, naturalmente, obedeci6. Y el mofletudo gordinfl6n quedé al descubierto. MAMA PONE LOS DETALLES iQué crio este Juan Mari! 2No te digo que se olvida de las histo- rias més bonitas?... Pues bien, un dia Don Bosco quedé impresionado del mal as- pecto que tenfa Minot. —iChico, tit necesitas unos dias de vacaciones para respirar un poco de aire puro, le dijo. Anda, ve y toma el coche de Castel- nuovo y mérchate @ descansar, siquiera una semana a Mondonio! Con el corazén apenado, Domingo abandoné por un tiempo sus estudios. Se alejaba de su Don Bosco y de sus compateros. Sin embargo, al mismo tiempo se alegraba pensando en la grata sorpresa que les iba a dar a los de casa al presentarse de improviso. Y de repente, cuando ya estaba en el coche, se acordé: —iVélgame Dios!, si no he avisado a nadie de casa para que salga a recogerme. Pap no habré venido a Castelnuovo, como es su costumbre, a esperarme en el coche del carnicero... iY yo tengo que cargar con este enorme maletén! Qué hacer? Como se da cuenta de sus pocas fuerzas, el muchacho muestra cierta inquietud. ;Pero al punto piensa que es el paje de la Sefioral Conque, ja rezar el rosario por el camino! Rezar el rosario quiere decir hablar con Maria. La ruta se haré més répida en esa conversa- cién filial, y el malet6n se har asimismo menos pesado... A bajar de la diligencia, se da cuenta que lo esté esperando una hermosa Dama que también va a Mondonio. iA pesar de su bello aspecto, va a pie como los pobres! Y Domingo hace todo el cami- no como se lo habia propuesto, conversando con Maria. su llegada, hubo una gran alegrfa y mayor sorpresa en su ca- sa. —2Y has venido solo andando un cai con este bulto? iAh, no; no he venido solo! iUna sefiora muy bella ha querido ‘acompafiarme hasta casa! —Entonces hay que decirle que pase, que descanse un poco y se refresque... 10 tan largo y cargado 83 —Ha desaparecido en la esquina. Yo no la he vuelto a ver més. La sefiora Savio salié inmediatamente y pregunt6 por los alre- dedores: iNadie! Y Domingo tampoco revelé a nadie las cosas que le habia la Sefiora a lo largo del camino a Mondonio. La devocién, yo ditia la intimidad que el muchacho tenia con su Madre del Cielo la conocia don Bosco de tal manera que cuando el Padre tenfa algtin problema gordo, se lo comunicaba a Domingo: —IMira, Domingo, me pasa esto... aquello me preocupal jPre- giintale a la Virgen Maria qué es lo que debo hacer...! Al dia siguiente, Domingo le llevaba la respuesta, sonriendo: —iDon Bosco, la Sefiora quiere que usted haga asi... y asi ‘También has de saber que esta intimidad con la Virgen la habia ‘adquirido Domingo a costa de enormes sacrificios que Juan Mari, asi lo espero, no se olvidaré de contarte. Entre otros, escucha éste: Un dia, al pasar al lado de una caseta de feria, rutilante de luces y tapices, le dice uno de sus compafieros. —iOyel, zhas visto qué cosa més linda? {Qué salones més ma- ravillosos! 2No te parece? —2Qué salones dices? |No los he vistol, le responde Domingo, desconcertante. —Que no los has visto?... {No te mola! Entonces, ¢para qué quieres esos ojos si no ves ni siquiera lo que tienes delante de tus narices? =1Y0 los guardo, respondié al punto, porque quiero estre- narlos para ver a Maria cuando esté en el Cielo! iVaya cortel, zno te parece? Después de su muerte, Domingo se aparecié una noche a Sen Juan Bosco. Hablaron largamente y, entre otras cosas, el Padre le pregunté: a4 —Dime, Domingo, gqué es lo que te produjo mayor consuelo cn la hora de la muerte? —Adivine... —1Tu purezal —Algo mas bello. —iLa paz de tu conciencia. —Algo todavia mas hermoso. —ZLa esperanza de ir al Parafso...? =iNol —Entonces, equé?... iDimelol... Todas las buenas obras que ste? —Tampoco eso... {Fue la asistencia de la todopoderosa Madre de Dios! |Digaselo a sus hijos, para que no dejen de invocarla mientras vivan...! Dime, gverdad que nosotros vamos a aprovecharnos de este mensaje que un muchacho, como ti, nos trae directamente del Cielo?... Y Don Bosco le dio ef secreto de la santidad: «star a las Grdenes de Dios y cumplir fos deberes con muche alegrie.» Ix Donde Domingo, después de una larga busqueda, al fin encuentra «un filén» Domingo llega al Oratorio de san Francisco de Sales —asi es cémo Don Bosco bautiz6 su casa— justo al acabarse la gran epide- mia de célera que asolé la ciudad de Turin. Todo el mundo habla atin del célera y llora los mil cuatrocientos muertos que se llev6 a la tumba. En el Oratorio, estoy seguro, también se habla de lo mismo. En el recreo se forman corrillos en los que se comentan las gestas lle- vadas a cabo por los jovenes héroes de casa. Domingo capta estos aires de leyenda. ZEI célera? Don Bosco lo habia anunciado @ sus muchachos con unos meses de anticipacién. —|No tengais miedo, hijos mios! ;Rezad bien vuestras ora- ciones y llovad sobre ol pecho con mucha fe la medalla bendita de la Virgen que os voy a imponer! 1Y conservaos todos en estado de gracia, Si observéis estos medios, no os pasaré nada. Pero, si por desgracia, cualquiera de vosotros ofende gravemente al Buen Dios, yo no respondo de la vida de nadie! 89 £Y luego?..., pregunta Domingo sin aliento. —éLuego?... Dos meses mas tarde, iahi esta el cbleral Las gen- tes caen como moscas. Familias enteras sufren el. contagio. La poblacién se siente tan horrorizada que se paraliza dentro de los muros de la ciudad. Nadie sabe qué hacer. No se encuentra a nadie que cuide a los enfermos, que recoja a los huérfanos, que entierre a las victimas. En esa situacién, zadivinas lo que hace Don Bosco...? —4Cémo no? jIr él en personal, exclama Domingo, lleno ya de admiracién hacia su maestro. 4 —iSil, pero atin mas. Retine a «los mayores» y les dice: «2 Quién de vosotros quiere ayudarme? Porque no encuentro a na- ie.» Amigo, cadivinas td cuantos se le ofrecen? jCuarenta y cuatro! —10hI... ¥ los ojos de Domingo brillan como ascuas. £4 ves a se? jEs Francesial Una noche esté él solo velando @ Ln enfermo. De repente observa que se le pone livido... {De prisa, de prisa, que venga un sacerdote! Y sale corriendo a llamar Don Bosco. Pero todo el Oratorio esté cerrado. No te preocupes! El muchacho escale la tapia que cerca la casa... |Un enorme muro...! éTe das cuenta?... |Pero el hombre muere con la absolucién! Los comentarios son generales. Todo el mundo quiere decir su palabra. —2Y Miguel Rua? Una noche vuelve a casa a tomarse unas ho- res de descanso. Unos forajidos lo asaltan a pedradas en un calle- Jn. (Es un milagro el que haya escapado con vidal sia ohN ate? LY Anfossi?1Si apenas nen catorcey dec IY cémo trabejaron en el hospital iY Buzzetti! ~i¥ Gasti Uno cuenta una hazafia de gran valentia. Otro le afade un de- talle emocionante. Otro sefiaa con el dedo al héroe. Todos aprox man los ofdos al narrador que comenta en voz baja: «Aquel..., di cen que cuando...» : 90 iHay que ver cémo se sienten orgullosos de sus maestros y de sus jovenes todos estos hijos deDon Bosco! —=.Pues y Mama Margarita? (Asi llama todo el mundo a la madre de Don Bosco). {Ha vaciado todos los armarios del Oratorio! éTe das cuenta? Llegaba Don Bosco 0 uno de los mayores: —|Hay un enfermo que no tiene ropa para cambiarsel... {Ni s&- banas en la cama...! —Ella? jEntonces ella abria sus armarios y lo daba todo! —|Cuando se acabaron las sdbanas, dio los manteles! —Hasta que, un dia, dijo: ino me queda més: éste es el ultimo! —Pero, al dia siguiente, autorizada por Don Bosco, dio un man- tel del altar, unos amitos, un alba... —Y decfa: «jEsto no es un sacrilegio, que es para cubrir los miembros sufrientes de Cristo...!0 Don Bosco, ti sabes? |Recogla a huérfanos por docenas! {Una vez llevé a dieciséis de un golpe!... Todos le decian gy donde van a dormir? «iBah! Siempre habia paja; y nosotros estabamos acostumbrados a compartir nuestras mantas...» Estos relatos elogiosos corren de boca en boca. Una fiebre in- ‘tensa se apodera de todos estos chavales. Por la noche, ya en la ‘cama, se repiten a si mismos esas maravillas buscando un campo de accién para su propia actividad. Y durante el dia les preguntan a los amayores», sus famosos héroes: «ZY nosotros?, 2qué podre- mos hacer nosotros? En este clima de exaltacién, y al oft contar toda esta epopeya, el muchacho callado y meditativo de Mondonio iba transformandose rapidamente. Se iba fraguando en él un carécter nuevo, avido de accién y de expansién... Y miraba aDon Bosco como a un modelo que copiar. Como una obsesién, le rondaba siempre el pensamien- to de que é! tenfa una misién que cumplir... Pero gcudl?.. iHasta que un dia la descubrié! Una vez, después de la oracién de la tarde, Don Bosco les hablo a sus muchachos sobre este pensamiento: «Es voluntad de Dios que yo sea santo. Y no hay nada tan fécil como ser santo.» 31 A Domingo le falt6 tiempo para ir a hablar con don Bosco: —Padre, hoy ha dicho usted que hay que ser santo. En lo mas. hondo de mi mismo siento esta necesidad de ser santo. Digame qué he de hacer: jyo solo no acertaria el camino! Y don Bosco le dio el secreto de la santidad: «Estar a las érde- nes de Dios con mucha serenidad, y con mucha alegria en ef cumplimiento de Jos deberes.» En la alegria, pues, es como el Sefior llegé a Domingo. IY esta alegria de Dios era tan grande que todas las demas alegrfas es como si no existieran! MAMA PONE LOS DETALLES Hay personas, ya lo sabes, que piensan que la oracién consiste ‘en una serie de formulas que recitamos en unas horas més 0 me- nos determinadas. Pero Domingo sabia muy bien que el trabajo y el juego y el descanso pueden ser oracién, un incienso muy grato a Dios. Por eso crefa que la santidad estaba lo mismo en el patio co- mo en el comedor o en la capilla. Me dirés: es que Dios eligid a Domingo Savio... iY a nosotros también nos ha elegido! Sélo que nosotros a lo mejor no lo hemos tomado muy en serio... O, lo que es lo mismo, nos resulta muy dificil corresponder a esta gracia de Dios... Y cuando el Sefior nos presenta sus dones, no tenemos el valor de tenderie la mano para recibirlos. ‘Ahora bien, este esfuerzo lo hizo Domingo Savio todos los dias de su vida. Supo servirse del frio y del calor, del sol y de la luvia pa- ra subir cantando por el sendero de la santidad... Por ese mismo sendero por el que nosotros vamos como arrastréndonos y é rega- fiadientes... —2Sabes una cosa, mamé?, dijo Juan Mari. —Pues que yo s6- lo cuanto lo que he leido. Pero la verdad es que no entiendo muy bien una frase que he repetido como un loro. Es ésta: «En la alegria es como Ilegé el Sefior a Domingo.» — Pero eso es muy sencillo. Don Bosco quiso decir a Domingo que no tenia que hacer nada extraordinario para ser santo. Preci mente en el momento en que todos aquellos muchachos, estimula- dos por el ejemplo de los «mayores», suefian en realizar proezas, Minot, iluminado por don Bosco, capta en seguida que le santidad esté al alcance de la mano, en la vida de cada dia: «Estudiar con to- das sus fuerzas en la clase, rezar con todo el coraz6n en la capilla, ‘comer con apetito en el comedor, jugar con entusiasmo en los recreos... [Dios mio, te amo... Por Ti, este trabajo..., esta comida..., estos juegos...!» Verdad que esto es muy sencillo? —ISi... si... sil [Pero todo eso es amor, no alegrial —Mira, Don Bosco hizo saber a nuestro Domingo que, cuando se ofrece un regalo, hay que hacerlo sonriendo... |Oh, Juan Mari!, ate gustaria a ti que, por ejemplo, después de haberte hecho un jer- sey, te dijese enfadada y de malas maneras: «|Vélgame, y qué tr bajo mas pesado he tenido que soportar! | Qué lana més quebradi- zal |Qué dibujo tan complicado.... No sé la de veces que he tenido que repetir el cuello...!? gY qué dirfa papé si presentaso un postre a la mesa mostrando mi mal humor: «jHe perdido mi tiempo tonta- mente haciendo este pastel! iHe tenido que batir la masa mas de media hora, cosa que me ha hecho polvo... Y, después de todo, la clara de huevo no ha subido, la leche estaba cortada, el horno de- masiado caliente... Y, encima, bastante tengo que aguantar con este oficio de cocinera...? ¢Tomariais con mucho apetito ese «fruto del mal humor»? 2Qué te parece? —IYo creo que te sales del tiesto, mama! No, carifio! Yo bajo el vuelo para-que lo alcances sin dificultad. Comprende que si uno no debe ofrecer regalos a sus amigos con mal humor, {por qué lo vamos a hacer con Dios?... Por eso, cuan- do td le ofreces toda tu vida, quiere decir que tienes que ofrecerle todo sonriendo, o sea, icon alegrial iEntendido? —1Y0 creo que sil... {Pero eso es muy dificill —iClaro que es dificil! Precisamente por eso mismo, Domingo lleg6 a ser un santo. Porque supo descubrir esa grandeza escondi da entre tanta sencillez, y aceptar las dificultades sin rodeos, cara a cara, afronténdolas con serenidad y alegria...» 10h Minot! Pequefio Santo de la alegria... ;Créeme que me entran ganas de «armar jaleo» sélo al oft oir tu nombre, ‘Comunieé la idea a los mejores de sus compaforos, {quienes le escucheron... Y as! es como nacié la Compafla de la Inmaculeda. x Donde vemos a Domingo, hébil comerciante, con numerosa clientela Desde el momento en que Don Bosco le dijo a Domingo «Tt puedes llegar a ser santo haciéndolo todo con alegrian, el pequerio Savio se convirtié en la locomotora de animacién del Oratorio. La sonrisa de Domingo? |Ya es oélebre esa sonrisa cautivadora de un muchacho serio que se empefié en imprimirla en sus labios como sello de su santidad! Durante los recreos, su presencia es el motor de los juegos del patio. Todos lo llaman. {No puede haber un buen partido si falta Savio! —«iSavio...! iEh, Savio...! Savio, por aqut...l» \Veloz como un relémpago, Domingo se multiplica para estar en todas partes al mismo tiempo. Lega de improviso a los corrillos donde hay peleas y pone paz. Sale al encuentro de los timidos y novatos, de los tristes y cabizbajos que se aislan en algéin rincén rumiando su melancolia. Es el angel de la guarda de los revoltosos; sus maestros le encargan que vaya con ellos y que gane su amistad para que cambien de conducta. Es el buen compafiero que acepta 7 las tareas més dificiles, que sacrifica su tiempo para ayudar a los demas, para repetir las lecciones a algdin alumno atrasado. Es el ojo vigilante, que descubre en el patio las tertulias de los sospechosos: © las revistas inmorales que, a veces, se pasan a escondidas... Un dia ve Domingo a la entrada del Oratorio un corro de gente. Rapido, acude a ver lo que suscita el entusiasmo de sus compafie- ros. Es un hombre relativamente joven. Su elegante manera de vestir llama la atencién de estos hijos de pobres obreros de la casa de Don Bosco. El charlatén acaba de contar un chiste muy gra- cioso por las carcajadas que ha provocado. Domingo se aproxima algo més. Después del chiste anterior comienza con otro més malicioso. Empieza a haber caras serias. Varios chicos se retiran del grupo. Pero la mayor parte queda alli pendiente de los labios del rufian. Domingo, entonces, les grita a sus compafieros con seriedad: —IFuera de aqui! {No escuchéis més esta clase de historias! —2Y ati qué te importa, mocoso?, salta el embaucador. |Méte- te en tus asuntos, estdpido! —1Yo me meto en lo que me da la ganal, responde Domingo ccon firmeza. Y usted no tiene ningiin derecho a propalar aqui esas porquerias para hacer dafio a estos muchachos! ;Vamos, lérguese!, |Fueral 1Carambal, ante el tono tan seguro de este minisculo justi- ciero, el charlatén no tiene mas remedio que retirarse con el rabo entre piernas! 2Y si alguno de los mayores lleva al Oratorio una revista algo sospechosa? Otro dia, Domingo ve a uno de ellos rodeado por un grupo que devora con los ojos ciertas ilustraciones groseras. Acu- de répido. Y, de un vistazo, se da cuenta en un momento de la putrefacta mercancia. Cuando le llega su turno, toma la revista y.. frlamente la hace pedazos: —|Cémo! Conque Dios os ha hecho el regalo de un par de ojos; y, en lugar de agradecérselo, zos servis de ellos para mirar estas Porquerfas que ensucian vuestra alma?... {Puafl —iEra sélo para reirnos, exclama uno de los muchachos. —IAh, yal 2Y te parece bien irte al infierno riendo? 98 —IPero, hombre, Se e parece, salta otro. —iPeor ain! Si en ella no ves ningun mal, es sefial de que ya estas acostumbrado a esta clase de literatura... , no hay en ellas tanto mal como @ Y, dando media vuelta, se va. 2Qué te parece?... |Ese microbio de Domingo...! {Qué forr dable! 2¥ nosotros...? En otro rincén del patio hay dos chavales agarrados. Hay pelea. Domingo se acerca cuando oye a uno de los dos, un mocoso de nueve o diez afios, proferir una sarta de blasfemias de esas que le ponen a uno los pelos de punta. Con una enorme dulzura, Domin- go lo toma de la mano: —1Ven conmigol, le dice. {Te aseguro que no te arrepentirés! Lo lleva a la capilla y le indica que se’ arrodille a su lado: —Vamos ahora a rezar juntos el acto de contriccién. Y tit vas a prometerle a la Virgen Maria que vas a frenar tu lengua. Otro dia acepta Domingo jugar con Luis una endiablada partida de canicas. No tiene suerte nuestro Domingo; no acierta ni una: pierde todos los golpes. Su bolsa de canicas va quedando floja, vacfa; mientras que la de Luis se llena triunfal... 2Esas canicas? INadie lo duda: Savio es més listo que el hambre y sabe muy bien aquello de «el que pierde gana». —10ué tio, Luis! {Menuda suerte has tenido hoy! Luis rie de satisfaccién atando su bolsa repleta, a punto de re- ventar, de las canicas que acaba de ganar a Savio: —{Suerte? {Mucha, a la verdad! (Pero, sobre todo, destrezal Luis se siente feliz, contento de si mismo. |Ah-..!, es el momen- to esperado-por el pequefio negociante de almas: —iDime, Luis, el préximo sébado zvamos a confesarnos los dos? EI sdbado? jEs una fecha muy lejana. Hay tiempo de esca- bullirse. Luis, que se ha hecho el longuis muchas veces, le respon- de tan campante: —iSi, hombre!, gpor qué no? Ay, el sébadol Ese dia no hay nadie que encuentre a Luis. Do- mingo, frustrado, se ve solo ante el confesonario. Ya de noche, se queja a Luis: —iMe la has jugado, amigo; ;Toda la mafiana te he estado es- perando! |No tienes palabral, le dice sonriendo. Luis se echa también a reir. — Ya sabes que te equivoces, continiéia Domingo. Me la has ju- gado, es cierto. Pero, ef que te la ha jugado a ties el diablo... jAh, si supieras lo bien que se est cuando uno tiene el alma frescal Luis, vencido, le dice a Doming —iGracias, Savio; tienes razén! siente limpio! : {Uno esté bien cuando se Después de jugar una partida acalorada, invita Domingo a uno de sus compafieros a ir con él a la capilla. Se trata de una visita de cortesia a la Sefiora. —iQuita, hombre! {Déjame de boberfas! Esa capilla es una ne- vera. {Mira, mira qué sabafiones tengo! Fuera, al menos puede uno meterse las manos en los bolsillos. 2Y los guantes? ¢Para qué q —1Yo no tengo guantes! —Pues toma los mics. Y Domingo se priva generosamente de sus hermosos guantes de gruesa lana, hechos por su madre... ih, si ella, si ella se ente- ra. res los guantes? 2¥ ese otro compafiero? Naturalmente que irfa muy a gusto con Savio a rezar el rosario a la capilla. Pero da la casualidad de que no tiene abrigo. Y eso de quedarse quieto, sin moverse para nada en la capilla ee BETTTT iEntonces, Domingo le presta su abrigo! ‘También has de saber que no siempre le salfan bien las cosas al intrépido comerciante: — Déjame en paz, y vete a la porra con tus sermones, majade- rol, le espeta un muchacho al que le recrimina su desobediencia publica. 100 ey Y otro le propina en la cara un tremendo bofetén: —iToma, para que se Io lleves a Don Boscol, '9 dice grosera- mente. Domingo se enciende y se pone roj fuerzo sobrehumano, se serena y sonri —iTe perdonol, le dice. Pero te ruego no hagas esto a los de- mas. Imaginate tW que a tio a mio a cualquiera de nosotros un com- pafiero nos atiza un tortazo, no reponderiamos al momento con una lluvia de coscorrones? rojo... Pero hace un es- Domingo guardaba cuidadosamente todos los pequefios rega- los y premios recibidos: libros, pésters, medallas. Para qué? iPara la clase de catecismo! Era una de las cosas que més le gustaban: ayudar a la catequesis. {Como disfrutaba con los pequefios! Y, un buen dia, sacaba sonriente todas sus riquezas @ manos llena: —iA ver, quién quiere algo de esta chatarral, zquién la quiere? =1Y0...1, IYO. 1¥0. Todos se abalanzaban hacia el amigo generoso. Todos se le echaban encima. —iCalma! |Paciencia! El regalo seré para el que mejor responda a esta pregunta del catecismo. Répidos, los empoliones son los primeros en levantar la mano. Estén seguros de si mismos: todo se lo saben de memoria. Los me- diocres son los menos interesados: sin pizca de ilusién, no les im- portan demasiado esos premios. El magnifico péster no seré para ninguno de ellos, ini hablar! iPor algo estén atrés! iPues, no sefior! Domingo se dirige a ellos en primer lugar: —iEh, té, el de alld! Porque los «ases» en catecismo ya son parte activa del comer- ciante de almas. Es a los otros a los que é! busca... =iSi, ta! {Seguro que lo sabes! ZY ese morenito de ojos burlones? Es uno de los més revoltosos de la pandilla... Pero, a fe mia, contesta veloz a la primera pregunta que le hace Domingo. Suyo es el péster! —iGracias, Saviol Es precioso de veras. Si, el morenito es el que lo ha ganado. Pero Domingo ise ha ganado al morenito! 101 a Hacfa tiempo que Savio acariciaba un proyecto. Le hablo de ello a don Bosco. EI Padre lo animé. Comunicé la idea a los mejo- res de sus compafieros, quienes le escucharon... iY asi es como la COMPANIA DE LA INMACULADA! Esta asociacién agrupaba pues a la élite del Oratorio. Los jéve- nes que la integraban se ponian bajo la proteccién especial de la Virgen. jEsto es algo formidable!, de veras. ¢Ti crees que los jocis- tas 0 la Legién de Maria son un invento de nuestro tiempo? iNo, amigo mio! Domingo Savio los habia inventado muchos afios an- tes. {EI ha sido el creador de todo eso! Los socios de la Inmaculada se reunfan todas las semanas; des- pués de una fervorosa oracién, se repartian el trabajo semanal: mentalmente pasaban lista de todos los més traviesos de casa. Uno 0 dos socios debian mezclarse con ellos, en sus grupos, en la clase, en los juegos del patio, en los paseos. Asi, sin ninguna clase de sermones, sélo con su presencia y su fidelidad al reglamento, estos j6venes cosecharian resultados desiumbrantes, amigo! A la proxima reunién rendian cuentas de sus éxitos y fracasos, con toda sencillez; 0 recibian luego la consigna para la semana siguiente. ‘A mi no me va mucho la politica, ya lo sabes. Pero yo creo que este método de infiltracién es el mismo que los comunistas llaman «noyautage». (No, qué va! Los comunistas no han inventado nada nuevo. Rapida y asombrosa fue la influencia de esta «Compafiian en el Oratorio. Al cabo de pocas semanas, el comulgatorio se vio invadi- do de j6venes. jEse fue precisamente el motivo de la fundacién de esta «sociedad». Un dia, Don Bosco bajé del altar a repartir a co- munién. Se llevé un chasco: el comulgatorio estaba casi vacfo. Su dolor fue visible. Domingo, siempre atento, se habia dado cuenta. Y pensé que eso no podia continuar. Ahora, la mesa eucaristica se llenaba de comensales. Ain ms, los veintidés primeros salesianos ‘que hicieron sus votos en el cuarto de don Bosco, tres afios mas tarde, todos eran socios de la Compaiifa de la Inmaculada. Solo faltaba uno a la llamada: el fundador de la Compafiia que, desde e! cielo, los miraba soriente 102 MAMA PONE LOS DETALLES xdad de Domingo, ¢sabes?, no estaba hecha de agua ben- dita, sino de austera renuncia. Voy a leerte unos articulos del Reglamento que se habian comprometido a observar los socios de la Compafiia de la Inmaculeda, era un reglamento redactado por Domingo: Nosotros nos comprometemos... «A aprovechar exactamente todo el tiempo. «A practicar la més estricta obediencia a nuestros Superiores... «A soportar con paciencia a nuestros compafieros y @ todas las, personas que nos sean importunas... «A recibir de nuestros Superiores todo lo destinado a nuestra all- mentacién, sin quejamos jamés de los platos; y aconsejar a nuestros compafieros a hacer lo mismo.» Como ves, amigo mio, este tltimo punto creo que es totalmen- te heroico. ¢En qué internado no se protesta contra la comida, con razén o sin ella?’La mayoria de las veces es s6lo por seguir la corriente. O sea, que es una especie de tradicién... zNo te parece a ti, Juan Mari? Por lo dems, Juan Mari te ha hablado, y muy bien de todos ‘esos muchachos a los que Domigo llamaba con gracia «Mis clien- tes». A mi me gustaria decirte, siquiera dos palabras de los que, con toda raz6n pudo llamar «Mis amigos». Fueron dos: Camilo Gavio y Juan Massaglia. Minot encontré a Gavio en uno de esos famosos recreos que animaba con extraordinaria fogosidad. Inmediatamente que lo vio, se acercé @ ese «novato» de rasgos estirados y mejillas hundidas: —¢De donde eres? {Como te llamas? Y se entablé la conversacién entre los dos muchachos. Minot, con su intuicién infalible —té dirias «su asunto»—, reconocid al punto la calidad de alma de Gavio. Quiso ahorrarle las indaga- ciones inittiles que lo habian atormentado e él durante tanto tiem- po, y en el primer dia le reveld el secreto que le dio don Bosco: 103 SSeeeeERInarTSeene, = gURSEASSLAEEEE —«Aqui, ¢sabes?, hacemos consistir la santidad en cumplir nuestros deberes con alegrfa.»» «Si, métete bien esto en la cabeza: «Servir al Sefior con alegria.» Por desgracia, las crisis cardiacas que habian minado dolorosa- mente la salud del pequefio Gavio reaparecieron al poco tiempo. Y murié santamente en el Oratorio, rodeado del carifio y delicadeza de Domingo, que consiguié para su amigo los mejores cuidados de la enfermeria. No habia pasado un afio de este doloroso acontecimiento, cuando un nuevo golpe tocé el corazén sensible de Domingo: la muerte de su segundo amigo, Juan Massaglia. Juan era unos cuatro afios mayor que Domingo. Como él, tam- bién estudiaba para ser sacerdote. Era buen mozo y robusto, de complexi6n recia. Todo lo contrario de Domingo. Sin embargo, su buena salud era del todo aparente; porque, al poco tiempo de ves- tir la sotana, le sobrevino una terrible bronquitis que no cedié ante ningin remedio. Sus padres tuvieron que venir a llevarselo y no se ahorraron nada para salvar a su hijo. Nostélgico por la lejanfa de su amigo, Domingo le escribia para darle noticias del querido Oratorio: «@Me dices que no sabes si volverés entre nosotros? Yo tengo miedo de que mi suerte sea semejante... Mi pobre cuerpo esta que no se tiene en pie, y todo me hace pensar que me acerco a grandes pasos hacia el fin de mis estudios y de mi vida. Si te parece, quieres que hagamos asf? Pidamos el uno por el otro para alcanzar la gracia de una buena muerte. El primero de los dos que vaya al Paraiso le prepararé un puesto al otro, y le tenderé la mano para introducirlo en la casa del Padre... Que el buen Dios nos ayude a ser santos. Pero es preciso darse prisa, porque temo que el tiempo os faite... Todos los amigos desean tu retorno y te saludan de to- do coraz6n...» iAy! Nuestro Minot tenia razén: el tiempo iba a faltarle a su amigo Juan. El mayor desaparecié muy pronto, dejando solo al pe- quefio para que continuara la ascensién que habfan empezado jun- tos, 104 Es imposible describirte el dolor que ‘experimenté el pequefio Savio. Se le vio sollozar durante muchos dias: «Por primera vez vi ‘el rostro de Domingo bafiado en lagrimas, —afirma Don Bosco— No sabia qué hacer para reprimirlas.» : Y, por supuesto, debié pensar en el cuadernillo de su Primera Comunién y en la frase que habia escrito: «Mis amigos serén Jestis y Maria...» Pequefio Minot: esos son los amigos que nunca fallan. ¢Lo sabias ti ya a los siete afios...? 105 Les abre on seguida una mujer con el rostro enrojecido @ inflamado por las lggrimas, (que tanza un grito de alegria al ver @ Don Bosco: —/Deprisa, deprisa, Padre. No hay tiempo que perder! 1Mi marido se muere! jEs Dios mismo quien fo envia...! i sacerdote sélo tiene el tiempo preciso para reconcilar al moribundo con Dios antes de expirar Xl Donde Domingo se mete a hacer cosas.. muchas cosas... Hoy me siento feliz porque hemos llegado aun capitulo aluci- nante de la historia de Domingo. Y es normal que nos acaricie una suave brisa de complacencia al contemplar en su vida verdaderas maravillas, aunque sea un muchacho como nosotros. Un dia, nuestro pequefio héroe falta al desayuno, a las clases de la mafiana y hasta a la comida. Van a ver si esté enfermo. jla ca- ma esté vacial Preguntan a todos los maestros si Dorningo ha pedi- do algéin permiso para salir: jrespuesta negatival Ultimo recurso: comunicarle a Don Bosco la alarmante fuga de un alumno, tan dis- ciplinado él, desaparecido sin dejar sefiales. Esté bien, dice Don Bosco. Yo averiguaré. |Quedad tranquilos! El santo no lo duda: va derecho a la iglesia. Sf, Domingo esta alli, en el coro, de pie, inmévil, el rostro blanco como la nieve, los ojos fijos en el sagraric Con la mayor suai —{Do-min-go...! No era una llamada, apenas un murmullo. Més bien, una ora- cién. Como si el santo le suplicara a su alumno: 109 —1Domingo! (Td, que ahora estés viendo lo que ven los énge- les en el Cielol, equisieras tener la bondad de venirte con nosotros...? Pero esta voz humana... Domingo no la oye. Entonces, el santo se acerca respetuosamente al muchacho y, con. mucha dulzura, pone la mano sobre su brazo. Al contacto, Domingo se estremece: —1Cémo, Don Boscol, ¢ha terminado ya la misa? El santo saca su reloj y se lo ensefia. Son las dos de la tarde! [El ‘éxtasis del muchacho ha durado, pues, siete horasl... Entonces, este campeon de la observancia se lamenta: Ha faltado al Regla- ‘mento y pide perdén humildemente... Amigo mio, como ves, jesto es algo re-quete-archi-super- fantastico! Una «superproduccién», como diriamos hoy...-Lo que 8 yo, puedes creértelo, si yo tuviera la suerte de ser agraciado con unos éxtasis que me hicieran perder las clases, jjamas se me pasaria por la cabeza el tener remordimientos! {SI, yo darfa gracias a Dios de todo.coraz6n. jPero luego, sin duda que me darfa un aire de importancia ante los pobres hombres... in embargo, Domingo, nada de eso. No contento con no deslumbrar a su mundo con la exhibicién de esos dones tan extra- ordinarios, todavia encuentra en ellos un medio para humillarse. Y, or lo visto, esa es la verdadera santidad. Y Don Bosco, formidable, le dice muy parternalmente: —Mipequefio, ve ala cocina a pedir tu comida. Y, si alguien te pregunta dénde has estado, dile que has ido a hacer un recado a Don Bosco. IQué bien me cae este san Juan Bosco! Otra mafiana, acaba Don Bosco de celebrar la misa y, antes de salir de la sacristfa, con toda claridad oye en el coro de la iglesia el ruido de una conversacién. 2A quién puede ocuritsele hablar en voz alta en la iglesia? Abre la puerta para sorprender in fraga los culpables... y encuentra a Domingo, el semblante fijo en el sagrario, hablando solo, pardndose de vez en cuando como para ofr una respuesta: 110 i, Di ir6 siempre: «iyo os =iSi, Dios mio!, ya os he dicho y lo repeti ‘amo! jY quiero amaros hasta la muerte. .. Si veis que he de ofende- ros alguna vez, haced que antes muera al momento, si es vuestra voluntad... Si, si, la muerte antes que el pecadol... Don Bosco le pregunta un dia a Domingo qué hace en la iglesia, que se retrasa tanto. El muchacho le responde sencillamente: Padre, es que, por desgracia, me vienen @ veces unas distracciones que me hacen perder el hilo de la oracién. Entonces me parece ver cosas tan bellas que las horas se me hacen minutos. ‘A veces, en pleno recreo, Domingo se detiene de golpe, se ale- ja.a.un rino6n y se alsta. Don Bosco le pregunta un dia el motivo. El muchacho le responde con exquisita humildad: : —|Padre, créame que no es culpa mia! Me vienen unas distrac- ciones invencibles. Siento que el Paraiso se abre sobre mi cabeza. Entonces no tengo més remedio que apartarme de mis compafie- ros. De otra manera, me veria en la necesidad de decir cosas que @ ellos a lo mejor les parecerian ridicules... Estas distracciones le venian a Domingo en todos los sitios: en la iglesia, en clase, en recreo y hasta cuando iba por la calle camino del colegio. Una tarde, ya al anochecer, Domingo, todo sofocado, llama al despacho de Don Bosco: : —iPadre, répido, venga conmigo! {Hay algo muy urgente que hacer! : zAdénde quieres que vayamos, Domingo? —jPadre, por favor, dése pris i : El santo conoce muy bien los favores divinos que inundan el al- ma de su alumno. Asi que, sin més razones, le obedece al punto. Salen ambos del Oratorio, atraviesan plazas y calles. El muchacho guia al sacerdote. Al fin detienen el paso ante un edificio alto. Entra el muchacho, sube hasta el tercer piso, toca el timbre... Les abre en seguida una mujer con el rostro enrojecido ¢ inflamado por las m lagrimas, que lanza un grito de alegria al ver @ Don Bosco.. —1Deprisa, deprisa, Padre; no hay tiempo que perder! ;Mi ma- rido se muere! {Yo no podia dejarlo solo....! jEs Dios mismo quien lo envial El desdichado habia renegado de la fe catélica para abra- zar otra. Ahora pide la gracia de morir como buen catélico... El sacerdote sélo tiene el tiempo preciso para reconeiliar al mo- ribundo con Dios antes de expirer. —Pero, zcémo sabias todo esto y de dénde te venia, mi quefio?, le pregunta Don Bosco a Domingo. Y el muchacho rompe a llorar como respuesta. De ahora en adelante, siempre que Don Bosco le preguntaba acerca del origen de sus revelaciones, el pobre chiquillo ponia un rostro de pena que el santo no insistia més, Pero cuidadosamente iba tomando nota de todas estas cosas admirables. =“ Era la mafiana de un 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de Nuestra Sefiora. Ei Espiritu Santo impuls6 a Domingo a salir del Oratorio. El muchacho llegé 2 una casa de vecinos y llam6 a la puerta. Salié el duefio: —eQué deseas, muchacho? weil Perdén, sefior! No hay aqui una enferma contagiada del cé- lera —eDel célera?... |Por Dios, no tenemos aqui ningin enfermo! No, por dicha no hay nadie. —Y sin embargo, yo le aseguro que, en una de sus habita- ciones, hay un contagiado. —Pues, seguramente te has equivocado de casa, dijo otro entre carcajadas, o de calle. Te vuelvo a repetir que aqui no hay ningun entermo. A hizo el gesto de cerrarle la puerta. Pero, valiente, Domingo in- sistio: —Sefior!, eserfa usted tan gentil de permitirme registrar en su casa? [Yo se lo aseguro: si uno de los dos se equivoca, no seré yo! 112 Menos mal que cedié e! buen hombre. ¢Serfa una conquista de! encanto tan sobrecogedor de nuestro amigo? {Cederia s6lo por librarse de tanta importunidad? ¢O sencillamente para echarle en cara su obstinacién?... Ei caso es que, seguido por el extrario muchacho, el duefio fue abriendo, una por una, todas las habita- ciones de la casa. Hasta que, al fin, al entrar en la ditima buhardilla, descubrieron a una viejecita, hecha un ovillo y retorciéndose entre . Intrigado ante la paciente, se acercé el jo que, al venir de su casa al trabajo, se sintié atacada por el terrible mal. La pobre infeliz se habia retira- do a esa habitaci6n. Ninguno de los moradores de la casa sabia na- da. ‘Avisado con urgencia, el sacerdote pudo llegar a tiempo para asistir a la moribunda. ‘Una mafiana se presenta nuestro Domingo a Don Bosco: —Padre, le dice, zme concede, por favor, un dia de vaca- ciones? Mam se encuentra enferma y me gustaria ir a verla. —ZHas recibido acaso malas noticias?, le pregunta el santo con carifio, dandole el dinero para el vi —No he recibido nada, aftade Domingo con franqueza. Pero tengo la seguridad... jElla esté enferma y la Virgen quiere curarlal Domingo toma, pues, la diligencia y llega al pueblo. Le falta iempo para ir rapido a su casa, Una caterva de comadres, compa- sivas y charlatanas estan alrededor de su madre. El sefior Savio ha ido a la ciudad en busca de un médico. El muchacho se acerca inmediatamente a su madre. La abraza tiernamente y le cuelga sobre el pecho una cinta con un escapula- rio de la Virgen. —Sélo queria abrazarte, mamé, le dice. Ahora mismo regreso de nuevo a Turin, Se va rapido. Cuando papa Savio llega con el médico, éste no hace sino comprobar la perfecta curacién de la enferma. Pero, amigo, ese pequefio escapulario, ¢sabes? En seguida se puso a circular de casa en casa, de enfermo a enfermo... Era como 113 una verdadera proteccién que, desde lejos, el bienaventurado muchacho extendia sobre su pueblo. No te parece estupendo pensar que un chico de nuestra edad fuera ya santo hasta el punto de hacer milagros? ¢No es para tener en él una confianza «locay? Por supuesto que, desde arriba, él debe mirar con predilec los pobres estudiantes. Y eso es muy simptico, gverdad? 4 MAMA PONE LOS DETALLES Yo, por mi parte, no tengo nada que afiadir a lo que ha dicho Juan Mari. Ha narrado, pero que muy bien, esos hechos asombro- sos de nuestro Domingo. Ti mismo observas que éste Domingo vivia de tal manera lo sobrenatural que lo sobrenatural, a su vez, Se aduefiaba de él, podria decirse que brotaba de él hasta desbor- daro. Solamente esta intimidad con Dios, esta vida divina que removia su alma como un oleaje, también la habia pagado muy ca- ra. En el préximo capitulo te diré Juan Mari el precio heroico que ‘tuvo que pagar este muchacho tan admirable. 116 Mira hacia abajo... All, en ol Oratorio, esté Domingo. Esté escuchando una plética de Don Bosco, que les dice @ sus jévenes: * Confesién frecuemte. + Comunién, a ser posible, daria. * brid vuestro corazén con toda confianza a vuestro confesor... ¥ Domingo se entrega totalmente al Dios «que alegra su javentudh, Xll iDonde el lector contempla a Domingo... desde lo alto de un avién! Quiero decirtelo con franqueza: Yo le habia pedido a mi madre que fuera ella la que contara este capitulo en mi lugar. Y es que a ‘mi me parece que no voy a saber hacerlo. Tengo miedo de enredar- me en Ciertos términos o de usar palabras grandilocuentes o expre- sarme en una forma un poco torpe. Pero mi madre no me ha hecho caso. Dice que debo apafiarme yo solo. Entonces, amigo, peor para ti. Desde luego que, las cosas que voy a decirte, son extraordinariamente bellas. Ahora que, quien las va a contar es un pobre diablo de estudiante... al que, sobre todo, le gusta admirarlas en otros. Hasta aqui hemos seguido a nuestro Domingo un poco por to- das partes: en clase, en recreo, en la calle, También hemos visto ‘e208 dones excepcionales que le han concedido graciosemente Dios y la Virgen Maria. Claro que, todo esto, lo hemos contempla- do por fuera. Casi a nuestro mismo nivel. Viéndolo jugar en el pa- tio, o contemplandolo trabajar con denuedo en su clase o, incluso viéndolo rezar en la capilla no es como podemos penetrar en su 119 fondo intimo. Era un tipo demasiado profundo este Domingo. Y es que no se concedia nada a si mismo. El propio Cielo parece que se abria para contemplar esta profundidad, y hasta el Angel de la Guarda, al que, dicho sea entre nosotros, no le dio mucho que ha- cer, se miraba en él como en un espejo... Entonces, ¢vamos nosotros a quedarnos quietos ante una puerta cerrada? Tenemos que hacer algo para manejar ese resorte secreto que movia con tanta perfeccién todos los elementos de un alma tan admirable. Mira, yo te propongo una cosa: Vamos a imaginarnos que va- mos de vuelo al Paraiso en avién. Desde arriba, junto con los ange- les, nos lanzaremos en vertical sobre el alma de este muchacho. Y, a fe mia, creo que sacaremos muy buenas conclusiones para to- dos. éTe has acomodado bien, amigo? {No tienes ningiin problema? No sufres mareos? Entonces, mira hacia abajo, alli en el Oratorio esté Domingo. Lo ves con los oidos atentisimos. Esté escuchando una plética: —Mis queridos j6venes, les dice Don Bosco, para progresar en la vide del espiritu os recomiendo estas tres cosas: © Contesién frequente; ‘© Comunién, a ser posible, diaria; * Yeleccién de un confesor al que le abréis vuestro corazén con toda confianza, y que no debéis cambiar sin necesidad. Domingo sigue estos consejos al pie de la letra. Elige a Don Bosco como director espiritual. Y, a pesar de las posibles habladurias y risas de muchos de sus compafieros, jamés cambiaré de confesor. 120 —Vosotros, les respondia Domingo, vosotros bien que vais siempre al mismo médico. Y no lo cambidis a no ser que estéis des- contentos de é! porque no puede curaros. Lo mismo sucede con el ‘alma. Y la mia no tiene ninguna herida que él no sepa cuidar mara- villosamente. |Cambio! Viremos un poco por el ala derecha: IContempla ahora, amigo mio, esa devocién tan intensa que tiene Domingo a la Eucaristia! Aquella comunién mensual de Mon- donio la ha cambiado. Ahora comulga todas las semanas. Y, ape- nas puede, lo hace todos los dias. Tiene la conviccién de que éste 8 ol alimento mas natural para los hijos de Dios. Todas las noches, antes de acostarse, piensa en el gran acto que va a realizar a la ma- fana siguiente. Empieza el dia con el «Angelus», le oracién que abre sus labios a le alabanza divina. La Misa es una marcha triunfal, hacia el momento en que el Sefior va a llegar a su corazén y sela va a entregar. La accién de gracias es el instante de su total donacién a Dios, renovada diariamente «al Dios que alegra su juventud». Ya sabes que @ mi no me gusta echar sermones. Demasiado tengo con barrer mi puerta, como suelen decir las mujeres de casa. Pero creo que la verdadera palanca de la santidad de Domingo es- tuvo en fa comunién bien hecha. IAtencién! Viraje sobre ol ala izquierd: Menos mal que /o dirige un santo a ese futuro hombre, ese que aflora en todo adolescente, También él ha decidido tener su propia identidad, a ser él mismo, como ahora se dice. Y quiere hacer las cosas deprisa, muy deprisa. Asi que, forzosamente no le asusta 121 acudir a los grandes medios: ayunos, cil tencias. =No, le dice el médico del alma—. Eso no esté hecho para ti Entonces, el muy astuto, que desea mortificarse, acude a poner debajo de sus sébanas piedras y tacos de madera... —iNol, le repite san Juan Bosco. El muchacho descubre aiin otro género de penitencia: en pleno invierno y en un dormitorio mas que glacial, s6lo cubre su cama con la miseria de una colcha... —iNo, no, y otra vez nol, vuelve a repetirle sin cansancio su prudente director. y toda clase de peni- —Pero, Padre, Nuestro Sefior nos dice: «Si no hacéis peniten- cia, todos pereceréis». — Domingo, oye lo que voy a decirte: Si, todos debemos hacer penitencia. Pero hay muchos modos de hacerla. —¢Cuéles? ;Digame cuéles! Para ti, Ja obediencia perfecta, el trabajo constante y la alegria continue Domingo se siente desi sas grandes. —iCémol, zs6lo eso? —Lo primero, te aconsejo que te esfuerces en soportar con pa- ciencia las injurias y te acostumbres a sufrir por amor el frio y el ca- lor, el viento y la lluvia, el cansancio y la pobreza. —Pero eso hay que sufrirlo por necesidad. Sifrelo por amor. {Eso serd lo més bello! jionado. El quiere ofrecer al Sefior co- ‘Ahora, caigamos en picado para verlo todo, todo hasta el fondo... En efecto, jcudnta hermosural Todo cuanto le ha dicho Don Bosco le va a ser muy istil a Do- mingo que se ha de convertir en un verdadero «fabricante de amor». Llega a adquirir un dominio total no sélo de sus pensamien- tos y de su corazén: se hace el duefio absoluto de su propio cuer- po, de todos sus miembros, del més minimo de sus reflejos. 122 iTiene unos ojos tan vivos este pequefio italiano! Entonces, a controlar sus miradas. Al principio, es algo terrible: «Me costé un trabajo enorme, confiesa él mismo, y me causé indecibles dolores de cabeza.» «Los ojos son las ventanas del alma, expresa. jAtencion, que, @ través de las ventanas, entra todo lo que se deja pasar! Contempla a ese pequefio gran héroe: ha hecho el propésito de no cruzar nunea les piernas durante esas interminables horas de clase 0 de estudio. Si por casualidad se le escapa un cambio de postura, {tan normal, Dios mio!, al momento se reprende a si mis- mo. Miralo caminando bajo ese frio polar de invierno, que le cala los huesos... ¢Por qué crees que va tan despacio, él que no tiene ri- val en los campeonatos del Oratorio? {Lo hace a propésitol (Si, adrede, para dejar que el frio se cebe en la tembladera de su cuerpo! 2Y sus manos? Miralas cuajadas de sabafiones. «|Cuénto més gordas estén, mejor para la salud», dice sonriendo. Observa, sobre todo, ;que nunca se las mete en los bolsillos!, eso que es un gesto tan natural para nosotros. A mi, por ejemplo, me es imposible hil- vanar una frase de dos palabras sin meterme las manos en los bol- los... Pero Domingo ha hecho el propésito de no hacerlo. Todo lo que parece natural, sabe é| depurarlo gozosamente para darle categoria de sobranatural. éPara_qué quiere, pues, sus manos? El, que se precipitaba sobre un libro apenas tenia un minuto libre, he aqui que aparenta hallar un pasatiempo agradable en cepillar el traje de sus compafie- ros y en sacar brillo a sus zapatos. {Ah!, y pide como un privilegio la gracia de cuidar a los enfermos. zAGin mas...? 2Su lengua tan elocuente, siempre lista a responder? Ahi tiene pues una de las mas bellas herramientas para «fabricar amor». Ja- més buscaré Domingo el decir la Ultima palabra; jamés cortaré la conversacién a nadie, ya puede ser uno de sus profesores 0 el més novato de los chicos del Oratorio... ;Y ti sabes, como yo, que hay gente que puede enrollarse y estar hablando horas y horas...! 123 zSu boca? En el comedor comia de todo, principalmente los platos que menos les gustaban a sus compafieros porque estaban ‘Sosos 0 mal presentados.. Sf, visto desde arriba, nuestro Domingo es verdaderamente maravilloso. Tan maravilloso que el mismo Dios, al verlo, el mismo Dios lo aprueba: «jA éste mi predilecto sélo le falta pasar del TIEMPO a la ETERNIDAD!» IUfl, una Gitima toma, amigo... Y vamos a aterrizar répido. Por- que la grandeza de este pequefio me da vértigo. |Y el vértigo es fa- tal para los pilotos! 124 MAMA PONE LOS DETALLES |Mamé no tiene nada que afiadir! Porque Juan Mari lo ha hecho admirablemente... (|Estoy segura que tenfa las dos manos en los bolsillos... Pero, el verdadero motivo es que, en el avidn, ella se mare: 125 ewAdibs, amigos! iAdiés, Don Boscoly Su sonrisa alumbra tan imperturbablemente su semblante ‘que, aunque pilido, nadie sospecha que les esté hablando ye desde los umbrales de la eternidad. Xill Donde Juan Mari habla muy mal de los mé Domingo nunca fue robusto. Pero durante el curso de Humani- dades empez6 a adelgazar de una manera alarmante. Perdié el ape- tito casi por completo, y una tos persistente, a la vez profunda y seca, le hacia sufrir mucho. Por otra parte, el muchacho tenia el preser velacion?, de que su fin estaba cerca. «Me es necesario correr —decia—, si no, me sorprendera en el camino.» imiento, 2tal vez re- Un dia le dijo un amigo en broma: —iSavio, yo creo que ti caminas hacia la perfeccién a pasos agigantados! Dime, 2qué vas a hacer, pues, el afio que viene, si ha- ces todo el trabajo en este afio? A lo que Domingo respondié con una fina sonrisa: —iPrimero, déjame que acabe este afiol Luego, ya te diré lo que todavia me queda por hacer. Todos los meses se hacia en el Oratorio el Ejercicio de la buena 129 muerte. Consistia en confesar y comulger como si fuera la Gltima ‘vez. Luego, todos rezaban por el primero que iba a morir. Un dia de esos, Domingo exclamé: —En vez de decir «por aquel de nosotros que muera primero, digamos simplemente: «Por Domingo Savio, que es el primero que va a morir.» Don Bosco se preocupé mucho de la salud tan precario de Do- mingo. En pleno afio escolar él mismo lo envié a que descansara unos dias en casa, 2No te acuerdas de aquel viaje en que lo acom- pafié la més bella Dama? Pero ahora, una angustia més aguda oprimia el corazén del Padre: «Este Domingo sélo es un manojo de piel y huesos. Su mirada es del todo celestial. Sus distracciones le hacen vivir una atmésfera que ya no es de esta tierra... Qué harfamos para retener aqui abajo, a la fuerza a un angel que no pide -otra cosa que levantar el vuelo...?» Y, sin embargo, jamés podré decir que no se hizo todo lo po- sible para salvar al muchacho. Don Bosco mismo llamé a tres de los mejores médicos de Tur Mira, no te asustes; pero aqui me dan ganas de abrir un parén- tesis para gritar con todas mis fuerzas «ifuera de aquil a todos aquellos medicastros de entonces. Ay, amigo mio, qué asnos més ilustres debian ser! Yo creo que tu tatarabuelo no habra sido médi- co; £0 si? Hoy, ol mas torpe estudiante de primer afio de Bésica ja- més hubiera tenido dudas acerca de un proceso a segui radiografia, andlisis, etc., etc. |Y su enfermo hubiera sanado en se- guida...! En cambio, aquellas tres celebridades... No se les ocurrié otra cosa que menear la cabeza con preocupacién para decir sus «coh» y sus «ah» en todos los tonos. Uno de aquellos ilustres varo- nes deciaré inmediatamente después de la consulta: «El mejor re- medio seria dejario ir al Paraiso, pues se encuentra maravillosa- mente preparado...» {Qué te parece? Fijate, en lo que estaban de acuerdo: «que no haya recaidas 0 posibles complicaciones». ¢Para eso hacia falta estudiar mucho? En dos palabras. De acuerdo con el consejo de estas estrellas 130 de la medicina, se puso en observacién al muchacho: largo reposo en cama, muy poco estudio y una ocupacién facil y agradable. Y, como su gran «hobby» era cuidar a los enfermos, pasé gran parte de su tiempo en la enfermeria. Eso si, jcon qué amor cuidaba a los compafieros enfermos! Cuando éstos sentian repugnancia en tomar algun medicamento, Domingo los animaba: —iVamos, hombrel, los médicos y las medicinas nos los envia el buen Dios, le decia a un chaval que se resistia a tragar la horrible pocién que le daban. {Te aseguro que esto no seré tan amargo co- mo la hiel y vinagre que le dieron a Jesiis en la cruz! El muchacho enfermo injeria entonces el horrendo liquido y dejaba caer su cabe- za sobre la almohada, pensando en la agonia del Salvador... Mientras tanto, la salud de Domingo no mejoraba con el repo- so. Y don Bosco reunié otra vez en asamblea a sus tres astros. Al ‘menos, se pusieron de acuerdo en una cosa: «Sélo el aire del cam- po puede salvar al pequefio, si es que llega a tiempo.» ZEI pequefio? Més listo que los médicos, no’ se hacia ni la més minima ilusién. Pero a esa tos tan pertinaz, cuyos accesos lo deja: ban deshecho, he aqui que se le iba a afiadir un sufrimiento atin més doloros: «jabandonar el Oratorio!, dejar a san Juan Bosco... Esta fue una de las pruebas mas fuertes de su existencia tan breve. Sélo en Dios podia encontrar la fuerza para sobrellevar este sactificio. Don Bosco lo sefialé con precision: «Domingo aceptd este tener que alejarse del Oratorio Gnicamente para ofrecer a Dios un sacrificio mas.» jAyl, a pesar de los esfuerzos que hacia el pe- quefio santo para disimuler su tristeza, slo con’ver su pobre semblante, a la vez doloroso y sonriente, daban ganas de llorar.. —iPero Domingo, si en Mondonio vas a ver a tus padres, le di- ce un compafiero animandolo. —iSI..., pero yo deseaba acabar aqui mis dias! —1Ya verds cémo te vas a reponer en seguida y vendrés de nuevo con nosotros! 1h, ya no es posible... No, no es posible! {Estoy seguro que ‘me voy para siempre! ;Ya no volveré mas! 131 Llegé la Gitima tarde!... Don Bosco avis6 al sefior Savio @ que viniera mafiana a recoger a su hijo... —1Ah, Dios mio! jLa Gltima vez que hago esto... La dltima vez que veo aquello, la ditima conversacién que tengo con Don Bosco, el guia, el padre, la luz de mi almal Domingo quiere aprovechar hasta el ditimo momento la fel dad de estar con Don Bosco, satisfacer sus deseos, calmer sus an- sias. Desea resolver por adelantado todos los problemas que pu dieran inquietar su alma durante los dias que le restan como pri- sionera de este cuerpo endeble... —Digame, Don Bosco, zqué es lo mejor que puede hacer un enfermo para agradar a Dios? —IOfrecer sus sufrimientos al Sefior, hijo mio! —eNada més? —1Entregar su vidal {Devolvérsela a Qui se la ha dado.. Domingo ya tiene esa seguridad de la que ha de hacer: ofreceré su muerte como habia ofrecido su vida. Ya esté listo para salir... Pero una nueva engustia le hace ir de nuevo a Don Bosco: —2Esta usted seguro de que se me han perdonado todos mis pecados? —iTe lo aseguro en nombre de Di —¢Puedo estar cierto de mi salvacion? =IClaro que sil, afirma solemnemente Don Bosco, iy por la gracia de Dios, que no te faltara jamés! El muchacho parecia quedar tranquilo. Pero de nuevo se siente inmerso en la marea de sus pensamientos: —Perdone, Don Bosco... 2Y si el demonio acude a tentarme? Le dirds sin miedo: «2Y qué has hecho ti por mi alma? iJesis, en cambio, ha derramado toda su sangre para librarla de tu reino tenebroso!» Se encuentra ya totalmente sereno? Parecerla que asl, pues ha hecho el gesto definitive de separarse finalmente de su querido Don Bosco, el maestro que le ha abierto los horizontes de la santi- dad... Pero no; vuelve otra vez a la carga. Este Domingo es insa- ciable: 132 —Se me olvidaba, Don Bosco: a todas las personas que quiero... Padres, maestros, amigos, compafieros... Digame, epodré verlos desde el Cielo? —¢Por qué no, hijo mio? iPodrés verios a todos. Y muchas co- sas més! —{Usted cree que podré también visitarlos? —iClaro que si, siempre que sea para mayor gloria de Dios. Nuestro Minot ya sabe todo lo que queria saber. ;Ahora ya puede partir! Domingo parte para Mondonio el 1 de marzo. En el Oratorio acaba de hacer con el mayor fervor del mundo el Ejercicio de la Buena Muerte. «Ya puedo morir en el miso camino, piensa con alegrfa. {Me he confesado y he comulgado: estoy listo!» Primero, sube tranquilamente al dormitorio. Prepara su maleta con serenidad, como si se tratara de ir de vacaciones. Baja en se- guida al patio y se despide, uno por uno, de todos sus compafie- ros. ZNo eran sus clientes? Como buen comerciante, no tenia al- gin nuevo articulo que proponerles? —«Cuidado con la pereza, amigo mio, le advierte a uno. —«iOyel, un poco mas de cabeza», le aconseja a otro. —«{Qjo con la seleccién de tus amigos!», le dice a un tercero. —«\Todavia te debo unas liras, témalas», le recuerda a un cuarto. Y, como éste las rechazera, afiade: «Tenlas, claro que sf. Es ne- cesario tener las cuentas en orden. Si no, yo también me haré un lio al rendir mis cuentas al Sefior. Ahora le toca déspedirse de su Compafiia de la Inmaculada. No falta ni uno de los socios. Todos se estrechan en torno a Domingo, su fundador. Y, como nunca, sienten que un nudo les ata la gar- ganta: jestén emocionados! El pequefio jefe les habla con voz dé- bil, entrecortada por violentos accesos de tos. Su palabra es el tes- tamento que les entrega... 133 Mas se siente tan duefio de si mismo este muchacho que siempre ha sabido controlar todos sus movimientos... Su sonrisa alumbra tan imperturbablemente su semblante que, aunque p: do, ninguno de aquellos jévenes sospecha que les esté hablando ya desde los umbrales de la eternidad. EI padre de Savio esté profundamente emocionado. Es algo normal, dado el inmenso amor que siempre ha tenido a su Minot. Mas, al ver el carifio que demuestran por él los padres salesianos y todos sus compafieros, presiente en su interior que su hijo es algo mas que un simple aldeano «desbastado» por el estudi iAy, dentro de unos dias va a saber que es un santo! {Te das cuenta? No me gusta nada contar estas cosas. En se- guida se me hace un nudo en la garganta, curiosamente, igual que cuando tiene uno ganas de llorar... |No es eso, te lo asegurol Seria una bobada llorar... Pero yo no sé qué me pasa, que siento algo parecido. Voy a tener que pedir a mamé que me prepare unas gérgaras... 134 MAMA PONE LOS DETALLES Lo que més pena causa a nuestro Minot es, sin duda, la separa- cién de Don Bosco: «Entoncss, le dice, gno quiere usted ya nada de este pobre es- queleto? Le aseguro que no le iba a molestar por mucho tiempo. Esto se acaba répido. jAdiés! Y sea lo que Dios quiera... Pida al Sefior me conceda une santa muerte... jAdiés a todo: Y alza la voz para que sus compafieros lo oigan bien: —Vais a rezar todos por mi, zno es cierto? —iSi, si, sil, gritan por todas partes. —[Halal Hasta vernos todos en el Paraiso! Ahora estén a la puerta de casa. Una vez més se acerca al Padre que lo ha dirigido durante tres afios tan decisivos para su alma: —iPadre, todavia tengo que peditle un regalo! —Dime, hijo mio, equé deseas? ¢Un libro? Algo mejor. eDinero para el viaje? ~ —Si, Padre, para el viaje a la Eternidad... Yo sé que el Papa le ha dado la facultad de conceder indulgen- cias especiales para la hora de la muerte, aunque limitadas para un cierto numero de amigos. ¢Quiere usted contarme entre ellos? —gCémo nol ;Ahora mismo! Inmediatamente mando inscribir tu nombre. Domingo puede partir. Ha puesto en juego todos sus resorte: las oraciones de sus maestros y compafieros, mas esa valiosa in- dulgencia que le va a abrir répidas las puertes del Cielo... Si, ha ju- gado con suerte todas sus cartas. Ahora puede ganar en su juego la Gltima partida: jel Cielo! En su exquisita modestia, él no cuenta ni con sus méritos, ni con sus sactificios, ni con su pobreza, ni con la sobreabundante 135 ‘alegria que ha rebosado en medio de sus dificultades. EI sefior Savio advierte que hay que cortar el adiés, Domingo aprieta fuerte y largamente sus labios contra la mano de san Juan Bosco. Luego se aleja. El buen sastre ha concluido su hermoso traje. Ahora ya puede presentérselo al Sefior... «Adib, mi querido papé...! {Papd.., 10h qué cosas més hermosas veo!» XIV Donde se contempla a Brigida Savio, la mujer fuerte De Castelnuovo a Mondonio, una vez més le tocé a Domingo suftir el traqueteo del carricoche del carnicero. No era un pueblo muy bello que digamos, ese Mondonio. Unas casas bajas, pegadas al suelo, casuchas pobres de un rosa desco- lorido y seco como pétalos de una flor marchita. Parecian estrecharse unas contra otras para ooultar mejor las sombrias grietas de sus decrépitas paredes. Y, en desordenado corro se tam- baleaban alrededor de dos viejos campaniles grises y severos. Pero, amigo, cuando el sol de Italia dice «aqui estoy yo» y se pone a relucir en lo alto, Mondonio adquiere el semblante de una hermosa abuelita sonriente con todas sus arrugas... ‘También le sonrié Mondonio a Domingo en esa radiante mafia- na de marzo. El sol estrenaba la primavera y, glorioso, queria hacer olvidar de golpe todas las asperezas del invierno. ‘Apenas vieron pasar el coche, los aldeanos sacudieron la cabe- za al contemplar a Domingo palido y demacrado. El muchacho los saludaba a todos gentilmente respondiendo a las muestras de afec- to de sus paisanos. Estos casi no se atrevian a mirar al rostro ape- 139 nado del herrero, que también respondia a los saludos, aunque si- lenciosamente para no llorar. Las buenas gentes comentaban luego en sus casas: «Se han traido de Turin a Minot, a Savio. {No duraré mucho...!» Las mujeres se enjugaban los ojos con la punta de su mandil de cocina y murmuraban: —«iPobre Brigida!»n Y los chiquillos abrian como una O el tamafio de sus ojos ante esa cosa tan nueva para ellos y que se llama jdolor! Con el gozo del reencuentro con su pueblo y el aire limpio de! campo, el pequefio Minot parecia que iba recobrando algunas fuer- zas. Sus mejilas adquirian otro color y hasta tomaba con buen apetito los sabrosos platos que le preparaba su madre. Luego, lo pasaba en grande con sus hermanitos y hermanitas que porfiaban “por tener el honor de servirle, No podia faltarle la confesién y la comunién diaria. Sus padres avisaron al parroco, quien se dio prisa en satisfacer sus deseos. Cuatro dias después, el médico le mand6 guardar cama. Este «ga- leno», digno hermano de las «celebridades» turinesas, tuvo la ocurrencia de comenzar al punto un tratamiento del que esperaba maravillas... Sabes qué idea genial se le ocurrié al hombre? Te lo digo en seguida, porque te pasarias toda la vida buscando la solu- ci6n al acertijo. jHela aquil: A un muchacho anémico y casi sin fuerzas, con los huesos a flor de piel y apenas sin sangre en sus ar- terias, se le ocurre al «doctor» hacerle unas sangrias. —«iNo tengas miedol», le dijo el médico a Domingo; «veras como eso no te va a hacer dolor ninguno». — (Bahl, repondié el muchacho, qué es un pequefio pinchazo cuando uno piensa en las manos y en los pies de Jesis, atravesa- dos por gruesos clavos...? Alentado ante esa valentla, el muy barbaro doctor se apro- veché para hacerle al muchacho diez sangrias, idiez!, en menos de una semana. —iEI mal esté vencido!, comunicé triunfante a los padres—. Ahora s6lo hace falta superar con buen pie la convalecencia. 140 Una vez més se eché a reit nuestro Domingo’ —iEI mundo es el que esta vencidol, profetiz6 el muchacho. Ahora sélo hace falta franquear con buen pie los umbrales de la eternidad! Y, como no le quedaba apenas sangre en el cuerpo, Pid! Oleo de los enfermos... Sus padres atin tenian esperanza en el dictamen del médico. No obstante, hicieron caso de que se cumpliera el deseo de Domin- go. |Pues siempre hay que obedecer a los santos! Era el 9 de marzo de 1857... Dentro de un mes, Minot cumpliria iquince afios! Cafa la tarde... Y todo Mondonio era un murmullo: fen una pobre habitacién del pueblo estaba agonizando un SANTO... Fueron muchos los que acompafiaron al sacerdote en esta citi- ma visita. Al entrar a le casa, todos se santiguaban como si pe~ netreran en la capilla de un santo. Torpemente estrechaban la ma- no de sus padres y quedaban en un rincén mudos como estatuas, pero con un rostro en el que asomaba la compasién... Al escucha- ron cémo Domingo iba respondiendo personalmente a todas las oraciones litdirgicas de la Ultima uncién, Luego también pudieron ver como se adormeci H El sefior Savio, destrozado por el sufrimiento, no dejaba de contemplarlo. La pobre Bridiga, muda de dolor, no podia creer que un minuto muy préximo iba a borrar los quince afios de alegrias vi- vidas por su pequefio.. : De pronto, Domingo abrié los ojos: —|Papal, le dijo con voz clara—. |Ya esta todo! —Aqui me tienes, hijo mio, ¢Qué deseas? —jLleg6 la hora, papal {Toma mi misal de la cmoda y Iéeme las oraciones de los agonizantes! Mamé Brigida dio un grito de dolor... Y, al poco tiempo, se 141 —«... Cuando mis pies ya inméviles me adviertan que mi carre- ra en este mundo esté préxima a su fin... —iJestis misericordioso, ten piedad de mil —Cuando mis manos trémulas no pueden ya estrecharte, oh Bien mio crucificado, y te dejen caer sobre el lecho de mi dolor... —iJestis misericordioso, ten piedad de mil —Cuando mis ojos oscurecidos por la cercana muerte fijen en Ti sus miradas languides y moribundas... —iJestis misericordioso, ten piedad de mil Cuando mi alma aparezca ante Ti, acégela en el seno de tu misericordia a fin de que cante eternamente tus alabanza =10h, si, papa, es0 es lo que yo ansiol: |Cantar eternamente las alabanzas del Sefior! Con esta frase, Domingo interrumpié la letani Parecia dormir. Luego, bruscamente, se incorporé en su lecho, transfigurado su rostro por'una alegria misteriosa. Y, por ditima vez, su cuerpo obedecié a su alma, Su voz era ya un canto del-més all —«Adiés, mi querido, mi querido papa... Papa... {Oh, qué co- sas mas bellas veo!» Los dedos entrecruzados sobre el pecho, puso su alma en las, manos de Dios. |. Cerré los ojos. Por supuesto que no he contado la muerte de Domingo como 41 se lo merecia. Pero creo que los dos la entenderemos mejor re- zando. Porque, en el fondo, ti lo sabes: toda nuestra vida es un continuo deslizarse a ese ultimo minuto. Una vida lena de triunfos y de éxitos s6lo tiene sentido si una tarde puede ponerse serena- mente en las manos de Dios... Una tarde como la de este nueve de marzo, en la que Domingo entré en esa paz que ya no terminard nunca... Que no terminard mas... eT te das cuenta, lo hermoso que seré eso, después de nuestra época de «guerra frian? 142 MAMA PONE LOS DETALLES La sefiora Savio dio un grito de dolor al ofr que su Minot pedia ‘se le rezaran las oraciones de los agonizantes... Dijo un «jay!» muy id de la habitacion. ee mujer que habia dicho «Si» con valentia a todo cuanto le pidiera el Sefior, hoy no es nada mas que una MADRE arrasada en légrimas, apoyada sobre una pobre barandilla de madera... Pequefio, ta nunca podrés comprender lo que es la ternura de una madre. iY lo punzante y desgarrador que es para su corazén tener que entregar a Dios a uno de los hijos que El le habia dado! Brigida no se rebela. Acepta la voluntad divina. Pero la acepta sollozando... {Es tan humano llorar cuando uno siente el dolor! jLas lagrimas, td bien lo sabes, pueden también ser una oracién Pero su pobre mama... ahi esté llorando, apoyada en una ba- randila... Ese mismo dia, el pérroco de Mondonio eseribi6 en su registro arroquial el adiés de la Iglesia a uno de sus hijos: Patt dla nuove del mes de marzo, alas diez horas de la noche, en tori ia, confortado con los Sacramentos de el territorio de esta parroquia, ramentos de cipio de Riva de Chieri, con domi 1 nib, hijo de Savio Carlos, herrero; y de Gajato Brigida, costurera, domiciliados en Mondonio.» Ast, sin més, y sin que mamé lo esperara; de buenas a prime- ras, Juan Mari se arroja a sus brazos. Y sin darle vergiienza de nin- guna clase, rompe el crio a llorar... iY es que queria mucho a Domingo! iY es que también queria mucho a su madre...! 143, Millones de muchachos como nosatros estén legando @ fe misma edad de Domingo, ‘que brila. como un modelo ante nuestros ojos de adolescentes... XV Donde se ve con asombro que todo vuelve a empezar Hay personas de las que se habla mucho en vide: artistas, escri- tores, actores, 0 héroes nacionales, generales o ases deportivos. Pero, zdespués de muertos?... Si, si, claro que se habla ain de ellos: se les dedica plazas y calles que llevan su nombre. Se habla también de ellos en los libros de texto, para tortura de los pobres estudiantes, que han de aprenderlos. Pero, se preocupa la gente de ellos?... jNi TG, por ejemplo, ¢te acuerdas del nombre del célebre portero internacional de la seleccién espafiola de futbol, desaparecido hace unos afios?... 2Y de Napoleén Bonaparte? ¢Y de Migueléngel...? Claro que te ponen furioso las batallas y los tra- tados de paz de Napoleén; y en seguida piensas en el Moisés 0 en la Pieta si alguien pronuncia el nombre de Migueléngel, lo cual no. seré muy frecuente. En el fondo, | eno? ju ni fal, esas historias te traen sin cuidado, Pero lo que es Domingo, icon Domingo pasa todo lo contrario! Ese «microbion, que apenas hizo ruido durante su vida tan breve... 147 Y mira ahora, la importancia extraordinaria que esta adq después de muerto... En la tarde del dia 10 de marzo de 1857, Don Bosco reci noticia de la muerte de Domingo. Le escribia el sefior Savio: Muy Reverendo Padre: Le escribo con lagrimas en los ojos para comunicarle una noti- cia muy triste: mi pequefio y querido Domingo, discipulo suyo, ese litio blanqu(simo, ese otro san Luis Gonzaga, entrego su alma al Sefior el 9 de este mes, después de recibir los ultimos Sacramentos y la Bendicién Papal. Este fue el proceso: el miércoles, dia 4 de marzo, guardé cama y fue asistido por el doctor Cafasso, quien le hizo diez sangtias y, cuando esperébamos se nos comunicara cual era su enfermedad para esoribirle, murié. Tenfa una tos muy profunda. No tengo otra cosa que decitle, sino presentarle mi mas respetuosa admiracion, desearle toda prosperidad y profesarme suyo, obediente servidor. CARLOS SAVIO. Lleno de dolor, Don Bosco comunicé la noticia a sus jévenes esa misma tarde, encomendando a sus oraciones el alma de su compafiero. :Ta crees que lo encomendaron? Si, todos se pu- ron a hacerlo, pero se equivocaban a cada momento. En vez de encomendar a Domingo, se encomendaban 2 Domingo. Y en la oracién se sorprendian repitiendo todos a una con gran fervor: «iDomingo, ruega por nosotros!, jruega por nosotros!» ‘A las pocas semanas de la muerte de Domingo, un joven del Oratorio cayé enfermo de gravedad: Luis Castellano. De repente se vio atacado por una enfermedad misteriosa, que todos los médicos diagnosticaron como incurable. El 4 de julio, Don Bosco estaba consternado viendo cémo el muchacho se iba répidamente. Des- 148 pués de comprobar que todos los remedios humanos eran inittles, exclamé decidido: «jVamos, Domingo, si nos lo curas, sera para nosotros una prueba evidente de tu santidad!» Esa misma tarde, el paciente Luis Castellano era un muchacho alegre que retozaba con sus compafieros por los patios de! Orato- rio. iAh, Domingo no perdia su tiempo en el Cielo! El dia 10 de noviembre de ese mismo afio, Davico, uno de los aprendices de la Zapateria, sufrié un ataque repentino con terribles retortijones de estémago y dolorosos espasmos. A pesar de los re- medios que le prodigaron, se retorcfa a causa del insoportable do- lor. Don Bosco se encontraba fuera, pero a su regreso esa misma noche, se le acercé don Alasonatti alarmado: —«Si quiere ver a Davico por diltima vez, no pierda un segundo. Ya es un milagro el que haya aguantado a que usted vuelva.» Ese famoso Don Bosco se eché a refr: —(Morir? {Davico? De ningtin modo, ino puede irse asi, sin més! |Todavia no’le he dado permiso ni le he sellado el pasaporte! Fue corriendo a la enfermeria donde estaba el pobre Davico. No habia esperanza de salvacién: la nariz afilada, livida la tez con gran- des manchas gangrenosas por muchos sitios, agarrotados los miembros, hechos un ovillo desde el ultimo retortijén... Davico es- taba agonizando. Compafieros y profesores rezaban muchacho... Al fin, Don Bosco sugirié: —Digamos todos un «Padre nuestro, ave Maria y gloria» en ho- nor de Domingo Savio. No te lo creas si no quieres; pero cuando atin no habian termi- nado el «gloria» y Don Bosco levantaba la mano para santiguarse, he aqui que Davico se sacude, se sienta en la cama y dice con la mayor naturalidad del mundo: «jEstoy curado!» Todos se sobresaltaron. Y lo miraron con unos ojos como pla- tos. El pobre muchacho, asustado de si mismo por el efecto que producia, le pidié a Don Bosco: —eQué hago? —iNada, hombre; si te sientes curado, levantate! (Es hora de cenar! in tregua ante el pobre 149 Don Alasonatti querfa ayudar al joven a levantarse y a vestirse Nol, le ordené al punto Don Bosco—. Si esté sano, que se levante 61 mismo! ‘Algunos protestaban: el muchacho estaba empapado de sudor, las noches eran frias... Mejor que esperase al dia siguiente... Que le trajeran a la enfermerfa una cena ligera.. Pero Don Bosco insistié: iDomingo no hace las cosas a medias! jLevantate, Davico, y vente a cenar con nosotros Davico obedect iAh, no; Minot no hace las cosas a medias! Desde entonces, los profesores y alunos del Oratorio, todos, ‘se pusieron a rezarle a Domingo. Nunca habla huelga de brazos caidos. Cada gracia que obtenian aumentaba su confianza y su fer- vor. Se curaron Vaschetti, Matteis y Mazzucco... Los amigos de Don Bosco se pusieron todos a encomendarse a Domingo. Luego, inmediatamente, los amigos de sus amigos. Lle- gaban a montones al Oratorio las cartas que relataban gracias y lagros. Primero, venian firmadas por apellidos comunes en Italia: Bellino, Paira, Panelli, Donato, Gallo... Después vinieron nombres franceses, espafioles, ingleses, flamencos, polacos, checos, ar- gentinos, brasilefios... Porque las cartas llegaban poco a poco de todo el mundo. Lo ‘cual era sefial de que en todos los paises se rezaba a Minot, el Mi not de alma blanca, jel que se habia hecho santo en la alegrial Y Mondonio se convirtié en lugar de peregrinaciones. Sobre la pequefia tumba de Domingo se depositaban los sufrimientos de tantas almas doloridas y de tantos cuerpos enfermos... Y hubo muchas almas que encontraron sus fuerzas y muchos cuerpos que recobraron la salud. | Mondonio sentia el gozo y el orgullo de tener a sus puertas un éngel protector, un verdadero SANTO, que vela- ba por sus habitantes! 150 Pero he aqui que, un dia, empezaron en Roma a pensar en el proceso de Beatificacién del muchacho. Entonces, Maria Teresa Savio, la hermana mas joven del pequefio gran santo, pidié ol traslado del cuerpo de su hermano a la Basilica de Maria Auxiliado- rade Turin. Y el 19 de octubre de 1914 se intenté llevar a cabo el asunto. Los Padres Salesianos, acompafiados del clero y autoridades les, llegaron a Mondonio para llevarse el cuerpo de Domingo. Uovia a mares. El cortejo tuvo que pararse cerca del cementerio, pues las campanas tocaban a rebato, las mujeres cantaban salmos y plegarias que se perdian entre el griterfo de los hombres que blandian gartotes y gesticuleban con sus pufios en una multitud clamorosa de amenazas... —«iFuera de aqui, jfuera de aqui! jLadrones! |No debéis robar- nos nuestro Santo! {No es vuestrol... {ES un regalo que Dios ha dado @ nuestro pueblol... Quién, si no, cuidaré nuestras co- sechas? {Quién protegeré nuestros hogares? ¢Quién velaré por nuestros nifios, si os Io llevais de aqui? ;Fueral |A vuestra casaln ‘A fe mia, que se tuvieron que volver a Turin mas que descon- certados, cteo yo... Claro que, a hurtadillas, y sin armar ruido, regresaron ocho dias después, ja una hora en que todos los alde- anos estaban en sus campos! Asi es como la preciosa reliquia se encaminé a Turin mientras las cam»panas del pueblo mezclaban su llanto con el de unas pocas mujeres... Ahi tienes a Domingo, haciendo siempre algo para que se hable de él, dando siempre que habler, de su santidad, de sus milagros. E15 de marzo de 1950, todo el mundo cristiano estaba pendiente de este chiquillo de quince afios, jque iba a ser elevado alos altares!... En la gran fachada de la Basilica de san Pedro de Roma cuelgan unos inmensos tapices con escenas de los milagros realizados por Domingo. Luago aparece radiante y nimbado de la luz de los bienaventu- rados en la gloria de Bernini. Es el mismo Minot, el muchacho, el estudiante, el pobre hijo del herrero, el lider de los j6venes de Don Bosco, el que ha escalado la montafia de la santidad. Es el Espiritu 151 de Dios el que brilla en su alma beatifica. Es la Iglesia la que lo eleva y la exhibe en el lugar de honor, los brazos tendidos hacia sus com- pafieros llegados a aclamarlo de todas partes del mundo... Alli esté como un héroe, al lado de los valientes. No podia fal tar. Todas las manos lo aplauden crepitantes de entusiasmo, mientras en el coro, los cardenales, obispos y prelados lo aclaman. Las campanas han subido a todos los campaniles del mundo y suenan enloquecidas anunciando a los cuatro vientos la inscripcién de este muchacho en el glorioso catélogo de los Bienaventurados.... No sé sia ti te pasarfa lo que a mi. Cuando me imaginaba esta escena, sentfa como un escalofrio que me subia por la espalda y me ponia los cabellos de punta. Y me prometia a mi mismo: Lo que es a la canonizaci6n de nuestro Domingo... Si sefior, tengo que ira Roma... iNadie podré impedirmelo! Una promesa dificil. Pero empecé @ acumular mis ahorros: cuando me daban dinero para presenciar un partido o para ir al ci ne, yo lo guardaba y lo metia en un sobre muy grande en el que habja escrito con letras versales: R OM A... ‘Sélo con mirarlo me agarraba un temblor de emoci6n... Con temblor o sin temblor, amigo mio, el 12 de junio de 1954... iSi, alli estabal | Alli me tenies, a pesar de las dificultades de un fin de curso cargadisimo! ST, yo, Juan Mari en persona; yo era uno de los més de cien mil jévenes participantes en la Plaza de San Pedro! Cuando llegé el Santo Padre en la silla gestatoria, nosotros lo aclamamos en todas las lenguas. Imaginate, a mi lado habia anti- guos alumnos salesianos llegados de Francia, de Italia, de Espafia, de América... Alli estaban los jévenes lituanos: vivian refugiados en una casa salesiana de Roma. Ahora se encontraban alli ofreciendo al nuevo Santo el doloroso saludo de la Iglesia perseguida. Alll estaban los ucranianos, recogidos hacia tres afios por los hijos de Don Bosco: los acompafiaba el nico obispo que habia logrado escapar de la massacre general de su pobre patria. 152 All estaban también los viejos «sciusciés» 0 limpiabotas, 2no los hasvisto en la pelicula?, convertidos en los estupendos chavales del «Borgo Don Bosco»... All estaban los muchachos de Mondonio. No podian faltar. Unos cincuenta chiquillos que elevaban por encima de todos el or- gullo de su pancarta: «LOS PAISANOS DE DOMINGO SAVIO»... Cuando en la gran plaza aparecié el tapiz de Domingo con las, escenas de los dos milagros requeridos para la canonizacién nuestro Santo eligié esta vez la curacién de dos mamas! —, no te puedes imaginar cémo se multiplicaron nuestros «bravosy. Nuestras manos idespedian humo, més bien fuegol, créetelo. jEra uno de los nuestros, ¢te das cuenta?, al que nosotros aplaudiamos, aun adolescente, casi un nifio, que nos ensefia a todos el camino a seguirl Después de cantar el Veni Creator y la oracién que le sigue, el gran Papa Pio XII declar6 con toda solemnidad: «Por la autoridad de Nuestro Sefior Jesucristo, Ia de los Bienaventurados Apéstoles Pedro y Pablo y la Nuestra... Nos... inscribimos en el catélogo de los Santos... a DOMINGO SAVIO, confesor... en el nombre del Padre y del Hijo y del Espiritu Santo. Amén.» En aquel momento nos agarré a todos un entusiasmo loco. |Yo me atrevo a decir que lloré! ;Si, no me da vergiienza el confesarlo, porque todos los ojos que habia a mi alrededor brillaban de alegria... y de lagrimas! EI Santo Padre pronuncié entonces un breve panegitico de los cinco héroes que acababa de canonizar. Luego, después del Te Deum, el cortejo papal procedié a retirarse en desfile inverso. Los Viva el Papa... subian al azul: se cruzaban, se mezclaban, se repetian en més de diez lenguas diferentes, mientras Pio Xl bendecia incansablemente a la multitud. El Papa habia desaparecido.... £7 te crees que habia terminado todo? 1A mi me parecia que sil Pero, iqué va...! {Uno no se cansaba nunca de ver @ un Padre 153 tan estupendo! Los que tenian experiencia de otras veces se amon- tonaron en torno al Obelisco, en frente de la Unica ventana del pa- lacio pontificio. Empezaron a abrirse los tapaluces. Oia el rumor de la gente: jEs su ventana... Ahora va a aparecer!» En efecto, una mano fue abriendo los batientes. Y el Papa ten- did de nuevo los brazos hacia la muchedumbre. Sonrefa; se inclina- ba como si fuera a abrazar a todo el mundo cristiano. Y su voz pro- nuncié la férmula de la bendici6n. Todos los presentes cayeron de rodillas sobre los adoquines... iAquello era fantéstico! Y la ventana volvié a cerrarse. eT0 te crees que de verdad se acabé todo? iPues ain no! Porque todos aquellos muchachos no se resignaban a separar- se de aquel Papa que acababa de canonizar a uno de ellos... Todos se apretaron al borde de una de esas fuentes tan formi- dables de la plaza de San Pedro. Me arrimé a ellos. Cantamos... Y luego empezamos a corear una frase que repetiamos, siempre la misma, hasta el infinito: «q Viva el Papa de Domingo Savio...1» AIncreible?... {Pues nol... La ventana se abrié una vez més... 1Si, s6lo para nosotros! {Sélo para nosotros, sus muchachos; el Papa lo habia querido asi... Y alli estaba en pie, asomado a la ven- tana. Su frégil silueta se recortaba clarisima sobre la oscuridad que lo rodeaba... ;Contemplaba sonriente nuestra ardorosa juventud, Hacia gestos de amistad... Luego, elevando las manos, nos bent jo una vez més...! Me parecia estar sofiando... Me decia a mi mismo: «Soy yo, Juan Mari... Estoy en Roma... Domingo acaba de ser canonizado... Y es el Papa quien me ha bendecido....» Quieres creértelo? Tenia el rostro inundado de légrimas. Pero no se me ocurtia ocultarlas, ni siquiera enjugarlas... Creia ser otra persona 4 A\ dia siguiente, en la Basilica de San Pedro se celebré la Eucaristia con la asistencia del Papa y en la que tuvo lugar esa cu- riosa ceremonia de la presentacion de las ofrendas rituales, pre- ciosa tradicion de viejos tiempos. Después... Después habia que partir. Y otra vez tuve que entrar en el entra- mado gris de los dias iguales. Y volver de nuevo a la dura tarea, in- terrumpida por esas brevisimas fechas tan gloriosas. Pero ya no me siento més solo. Porque he vivide un codo a codo con tantos compafieros, en una convivencia bienhechora y fraternal en la capital de nuestra cristiandad. Y porque sé que hay millones de jévenes de todas las. lenguas y colores que trabajan como ti y como yo, en esa agobian- te monotonia de libros y cuadernos. Ines de muchachos como nosotros estén llegando a la mis- ma edad de Domingo, de este Domingo que brilla, como un mode- lo, ante nuestros ojos de adolescentes... {Tenemos que seguirlo! 1Seré duro y dificil... Pero hermoso! eVienes...? 155 n MAMA PONE LOS DETALLES [Qué contenta me sentf al descubrir, un buen dia, la causa por la que mi Juan Mari parecia que le importaban muy poco los parti- dos de fitbol y el mismo cine! Sin que él se diera cuenta, fui redon- deando sus ahorros de tres afios para que pudiera ir 2 Roma a la glorificacion de su gran Amigo... Pero oye atin esta histori Pocos afios después de la muerte de Domingo, Don Bosco tu- vo una noche una visi6n. Se encontré en un jardin de una belleza incomparable. Unos cantos maravillosos, acompafiados por una ‘orquesta sublime, marcaba el paso de un ejército de jévenes. Al frente marchaba Domingo Savio. Vestia una tUnica de un resplan- dor deslumbrante, ceftida por un cingulo rojo recamado de diamantes. Domingo salié del grupo y se acercé hacia el padre de su alma: —2Se acuerda usted de nuestras charlas en su despacho?, —le dijo—. Yo deposité en usted toda mi confianza. Todavia la tiene. Por consiguiente, deje ya de temblar... —ITiemblo porque no sé donde estoy! ssté donde los justos reciben su premiol —iDomingo..., qué grande debe ser tu felicidad! Con los ojos radiantes, Domingo le respondié despacio: —iNosotros vivimos en Dios! |Eso es todo! —2Y qué significa esa hermosa tUnica blanca y ese cingulo rojo cuajado de perlas? Domingo call6. Pero, en su lugar, los jovenes que lo acompafia- ban entonaron un canto bellisimo. Don Bosco, aténito de admira- cién, comprendié que la ténica blanca significaba la pureza total ‘que Domingo conservé hasta la muerte. Y el cingulo rojo significa- ba la lucha aspera y tenaz que tuvo que sostener para guardar ‘tacta esa pureza. Inmediatamente presenté Domingo a Don Bosco un maravillo- so ramo de flores que llevaba en la mano. 156 —{Ve usted estas flores?, le pregunt6. —SI, pero no entiendo. —Que cada uno de sus serén felices! —Pero, gqué significa esto? —Representa las virtudes que més agradan a Dios: jla rosa del amor; la violeta de la humildad; el girasol de la obediencia; la amar- ga genciana de la mortificacién; el rio de la pureza; la espiga de tri- go, simbolo de la Eucaristia; y, finaimente, a siempreviva de la per- severancial jjos prepare un ramo igual a éste. iY Te recuerdo también lo que Domingo confié entonces @ san Juan Bosco: lo que més le habla ayudado y més serenidad le habia proporcionado en la hora de la muerte fue la especial asistencia de la Virgen Maria. Asi se lo comunicé al santo, como ya hemos testi- moniado a lo largo de esta bella historia: —IDigaselo de verdad a sus hijos, para que no dejen de invo- carla durante su vida! 10h, qué secretos mas hermosos para nosotros: la Eucaristfa, la Virgen, el amor, la obediencia, la pureza...! |Y qué bueno es Dios, que nos envia del Cielo a este adolescente para decimos estas co- sas! El mismo Papa Pio XII nos las repitié al dirigirse a los centenares is de fieles que acudieron a la canonizacién: «En la escuela de su maestro espiritual, el gran san Juan Bosco, Domingo Savio aprendié que /a alegria de servir a Dios y de hacer que otros le amen puede ser un medio de apostolado.... ‘Asi, 61 reunia a muchos de sus amigos en la Comparila de /a In- ‘maculada Concepcién, cuyo fin era el de avanzar a pasos agiganta- dos en el camino de la santidad y de evitar hasta el menor pecado. Y animaba a sus compafieros en la piedad, en la buena conducta, en la frecuencia de los Sacramentos, en el rezo del Rosario, invi- téndoles a huir del mal y de las ocasiones de pecado. Sin dejarse intimidar por descortesias o respuestas insolentes, intervenia con dulzura, pero con firmeza para que cumplieran con su deber los olvidadizos y viciosos...» de 157 iCémo me gustarfa que le tuvieras confianza en este santo tan simpatico de tu misma edad, que te mira desde el Cielo! Tu misma edad... iLa edad salvaje!, como se define con tanta frecuencia. Pero no: jNo es una edad salvaje! Todo lo contrario: es la edad ‘més importante y decisiva de la vide. Es esa edad espléndida en la que la juventud, loca y atemoriza- da, a la vez timida y audaz, llega al descubrimiento de si misma, Esa edad en la que ese muchacho —que td no eres ya— busca en ti mismo a ese hombre que no eres todavial IEs un alumbramiento doloroso, a veces brutal y molesto, en vosotros los muchachos! Pero de esa inestabilidad penosa, de esa espera conmovedora, puede salir lo mejor de ti mismo... ‘S6lo necesitas un buen jefe de cordada, que sepa dar en la roca inconmovible, esa que no ha de desmoronarse ni ceder... Créeme: toma a Domingo Savio como jefe de cordada. Domingo, el que supo apoyarse sélo en los valores eternos. Domingo, el que supo amar con pasién esas tres cosas blancas: la Eucaristia, la Virgen y el Papa; jesas tres fuentes de fortaleza, de pureza y de amor a Ia Iglesial 'Y marcha sin miedo en pos de este adolescente tan fuerte y tan puro. |TAN FUERTE POR SER TAN PURO! iPues él s6lo quiere ayudarte! 158 JUAN MARI DICE SU AMEN Ya ves, Domingo: he querido contar tu historia y tu vid no sé si habré conseguido apuntarme Ia partida. Yo, al menos, canto victoria: mi nombre, hermano menor, al tuyo unira su glori TG, el santo; iyo, el escritor! iAh, si también fuera santo, mi gloria a otros dejaria! Pero es mi vida un espanto: un récord de cobardia. Soy vanicioso: jel primero, lo mejor de la quincallal Los demés... son como un cero ala izquierda, jla morralla! Soy vago de enciclopedia. Cuando mi madre me llama: «Juan Mari, jlas siete y medial», me estoy tan rico en la cama. £¥ mi genio? Ay, buen Domingo, mi genio no lo conoces! Por cualquier cosa, un respingo, y ahi me tienes dando coces... Con semejante cliente no sé qué milagro harés: con esta clase de gente, chapucer as. 153 160 2Y mis grandes ideales de virtud y santidad? 1Son fuegos artificiales que estallan de vanidad. iDomingo, dame la mano, vente a caminar conmigo de compafiero y hermano, pues deseo ser tu amigo! +++ Dile por mi a la Sefiora que perdone tanto agravio, que quiero ser desde ahora como ti, Domingo Savio. AMEN. MAMA DESEA DECIR LA ULTIMA PALABRA 10h Domingo, oh Virgen pura: a mi Juan Mari os consagro! ‘Que no manche su blancura. Hoy 08 pido este milagro. Que, al fin, cuando se presente a la mesa celestial, lleve puro y reluciente su vestido bautismal. AMEN. 161 INDICE APTO PARA MAYORES PROLOGO. *; Donde se presente Juan Meri . {1 Donde Juan Mari comprueba que @ Domingo «le gus- tan las cosas de Dios» Ill, Donde se habla de uno de los dias més bellos y de tun viejo cuadernillo IV. Donde el pobre Minot sufre un castigo injusto V) Donde se ve cémo Dios pone une buens tela en ma- nos de un buen sastre Vi. Donde se cuenta cémo Domingo va @ Turin a estu- diar... ly se decide a abrir un negocio! VII. Donde seguimos @ nuestro Domingo por las calles de Turin Villi Donde se narra el fervoroso servicio de un paje a su dema IX Donde Domingo, despues de una larga busquede, el fin encuentra «un filén> XX. Donde vemos @ Domingo, hébil comerciante, con nu- merosa clientela XL Donde Domingo se mete a hacer cosas... muchas cosas. Xi Donde e! lector contempla a Domingo... desde lo alto de un avidnl Xi, Donde Juan Meri habla muy mal de los médicos XIV; Donde se contempla a Brigida Savio, la mujer fuerte XV. Donde se ve con asombro que todo vuelve @ empezar. Juan Meri dice su amén Mamé desea decir la éltima palabra a 29 37 49 59 67 79 7 109 119 129 139 147 159 161 163 DOBLE INVITACION Poquefios y grandes, nifios de todas las edades: El presente libro nos hace una doble invitacion, @ fa Jactura y @ la santided. Su autora, Marcolle Pelsser, nos ofrece otra obra genial, pare- ida ala de su otro libro gemelo «Dan Bosco con nosotros. En es- te DOMINGO SAVIO, FORMIDABLE es Juan Mar, el mismo crio lleno de ternura de la obra anterior, ol que nos cuenta la historia de Domingo. La madre de Juan Mari es la que pone los detalles en Lunas paginas que nes harén sone y, si nos descuidamos, treerén la emocién hasta nuestros ojos. Porque estén escrtas con sabiduria psicologica y belleza literaria, en un género y en un estilo ‘muy nuevos en nuestro idioma. Todo ello reseltado mediante esos ibujos también inofables de José Luis Cortés. Pero sobre todo, en estas paginas nos encontramos con una in- vitacién a la santidad. Como Domingo Savio, nos hacemos diselpulos en la escuela do san Juan Bosco. Si, es posible que en «este libro experimentemos una llamada ala santidad por un itinera- rio sencilsimo, pero profundo, sintetizado en esta frase: «Hacerlo todo por amor y con alagris.» ‘Esto es formidable», diia Juan Mari. Tan «Formidable» como el Domingo de esta historia que se abre en nuestras manos. RA. Hz] eens 2552000 et 164 78028, MAC ISBN 84-7049-457.8

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