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Las “sabias” y las “politiconas”: representaciones de lo femenino y márgenes de acción de

las mujeres de élite en el ámbito de la educación y la política. Tucumán, (1878/1884).

Diana Verónica Ferullo

Introducción

Para fines de la década de 1870 y comienzos de 1880, los discursos y


representaciones elaborados y difundidos por la prensa, pretendían explicar, legitimar,
censurar, interpelar, convencer y movilizar a un público que no sólo se reducía al universo
lector1. En ellos, la figura de la mujer se encontraba presente en editoriales y en notas
pequeñas, en poemas y recomendaciones. Se hacía referencia al deber ser femenino y a sus
contactos con la política, la educación, la higiene, los buenos modales y las fiestas y bailes.
El papel que se asignaba a las mujeres de élite desde estos periódicos, era el de
esposas y madres formadoras de los futuros ciudadanos del país. Su función principal era
“cultivar virtudes republicanas en los integrantes de sus familias”, cuestión que Dora
Barrancos y Gabriela Cano denominan “maternidad patriótica”2. Los méritos de las mujeres
consistían en hacer dichosos a sus maridos, educar a sus hijos y hacerlos hombres de valer.
De esta forma, su misión y educación remitía al ámbito de lo doméstico y de lo familiar.
Recientemente, numerosos trabajos han comenzado a revisar la participación de las
mujeres en relación a la ciudadanía, sus derechos y las asociaciones que integraban. En el
marco de estudios regionales, las mujeres tucumanas en la segunda mitad del siglo XIX
fueron estudiadas desde una perspectiva social por María Celia Bravo y Daniel Campi 3,
quienes centraron su interés en el trabajo femenino dentro de la pujante industria azucarera
de la época. A su vez, Alejandra Landaburu4 analizó el rol de la maternidad y su relación

1
María José Navajas, “Las identidades políticas en la retórica de la prensa tucumana, 1880-1887”, en
Travesía. Revista de Historia Económica y Social, Número 12, Tucumán, 2010, pág. 154/6.
2
Dora Barrancos y Gabriela Cano, “Introducción”, en Morant, Isabel (Dir.), Historia de las mujeres en
España y América, Volumen III, Del siglo XIX a los umbrales del XX, Cátedra, España, 2006, pág. 548.
3
María Celia Bravo y Daniel Campi, “La mujer en Tucumán a fines del siglo XIX. Población, trabajo,
coacción”, en Teruel, Ana (comp.), Población y trabajo en el Noroeste argentino, Universidad Nacional de
Jujuy, 1995.
4
Alejandra Landaburu, Elite y Catolicismo en Tucumán en la década de 1880, 1999, inédito.
con el catolicismo. Cecilia Gargiulo5 abordó el estudio del accionar femenino en el marco
de instituciones como la Sociedad de Beneficencia y la Sociedad de San Vicente de Paul,
destacando las profundas implicancias políticas de dicha participación. Asimismo, Marcela
Vignoli6 se ocupó de la presencia de las mujeres, sobre todo de maestras egresadas de la
Escuela Normal, dentro de la esfera cultural de la Sociedad Sarmiento.
En este trabajo me propongo analizar dos representaciones de lo femenino
difundidas a través de la prensa local, que atentaban contra las concepciones sociales de la
época: las “sabias” y las “politiconas”. Estableceremos un diálogo entre dichas
representaciones y algunos testimonios de mujeres que podrían haber sido encuadradas, por
su accionar, en alguna de esas categorías. Nuestro objetivo es matizar las imágenes vertidas
por los periódicos tucumanos, que giraban en torno a un deber ser femenino, con la
actuación cotidiana de ciertas mujeres inmersas en las redes educativas y políticas.

“Sabias” y maestras.

En 1881, un editorial periodístico titulado “La ciencia con enaguas” 7, reproducía


las recomendaciones de un padre a sus hijas, afirmando que la sabiduría, al igual que la
política, era cosa de hombres.
…la mujer no está en iguales condiciones con el hombre. Su tiempo pasa
rápidamente. Hoy escuchamos el primer vajido que anuncia su nacimiento
i mañana presenciamos las bodas con que festeja su desposorio. En este
corto intervalo no puede ocuparse sino de adquirir los conocimientos
esencialmente necesarios. Todo lo que pasa de este límite, lejos de
aprovecharla, le hace mal, porque queriendo abarcar un cúmulo de
novedades todas se le escapan i queda siempre en la oscuridad.8
Siguiendo el artículo, la meta de toda jovencita debía ser un buen matrimonio, y la
ciencia entorpecería este camino a manera de distracción inútil. “…teniendo mujeres
sabias, el trabajo sería únicamente para los padres de familia, hasta poder casarlas (…) i es

5
Cecilia Gargiulo, Sociedad de Beneficencia y Estado. Tucumán (1858-1917). El rol de las mujeres en los
albores de la política social, Editorial Académica Española, Alemania, 2012.
6
Marcela Vignoli, Sociabilidad y cultura política en Tucumán, 1880-1916, Tesis de Doctorado en Historia,
Facultad de Filosofía y Letras, U.N.T., 2010. Inédita.
7
El Republicano, 17/07/1881.
8
Ibídem.
mas fácil casar á una coqueta que á una sabia”9. Una “coqueta”, poseyendo el deseo de
agradar y el arte de conseguirlo, era una mejor candidata matrimonial que aquella mujer
interesada, por ejemplo, en estudios superiores.
Benjamín Aráoz escribía a Wellington de la Rosa acerca de su hija:
Merceditas continúa en Colegio y asiste con puntualidad. Ignoro si estudia
mucho; pero aunque no lo hiciera, el hecho mismo de concurrir a un
centro en que se reúnen numerosas niñas distinguidas de esta sociedad le
servirá de un aprendizaje muy provechoso para su futura vida social…10.
Puede observarse nuevamente, que más que los contenidos aprendidos, interesaban
a los hombres cuestiones como el roce social y las redes de amistad.
El editorial antes mencionado continuaba diciendo:
¿Qué beneficios nos reporta la existencia de Doctoras en Medicina ó en
Derecho, cuando esas mujeres no saben ni pueden dirijir los negocios
domésticos? Esas profesiones son propias del hombre, no del sexo
femenino, al cual la naturaleza misma le está marcando sus
ocupaciones.”11 “…si la mujer va a la universidad, al congreso, etc. ¿El
hombre amamantará nuestros hijos, los educará?12
De esta forma, el artículo tenía por objetivo acentuar que ciencia y enaguas se
mostraban inconciliables. Las razones tenían que ver con la naturalización del rol materno a
partir de cuestiones fisiológicas como la lactancia, y con el papel adjudicado a las mujeres
dentro de un esquema republicano cuyos protagonistas políticos eran los ciudadanos. Se
evidenciaba también una tensión entre la tradición y las nuevas prácticas que permitían una
educación más extendida de las mujeres de élite.
Asimismo, se construía una representación de lo femenino en la cual la mujer tenía
inferiores capacidades intelectuales que el hombre. Se llamaba “sabias”, mediante una
expresión irónica, a aquellas mujeres interesadas en cursar estudios superiores. Las mismas
eran ridiculizadas porque asumían roles que tradicionalmente habían sido ejecutados por
hombres. Por este motivo, fueron consideradas una desviación de lo femenino que rayaba
en un proceso de masculinización, dando lugar a un híbrido definido como “mari-macho”.

9
Ibídem.
10
Benjamín Aráoz a Wellington de la Rosa, 20/02/1886. Carta consultada por gentileza de Carlos Páez de la
Torre.
11
El Republicano, 17/07/1881.
12
Vignoli, op. cit., pág. 182.
Esto implicaba un alejamiento perjudicial y peligroso del esquema dominante, en el cual
hombres y mujeres poseían naturalezas y funciones diferentes y complementarias.
Se sostenía que si la mujer intentaba imitar al hombre, sólo alcanzaría a parodiarlo.
Además, las mujeres “mari-machos” terminarían perjudicadas ya que nadie las querría en
matrimonio. La instrucción femenina no debía nunca elevar a la mujer más allá de su nivel
social, o del de su potencial marido, ya que:
“No hay mujer que cause mas empacho
Que mujer convertida en mari-macho”13.
Los anteriores supuestos, sin embargo, no impidieron que la educación, la ciencia o
el conocimiento fueran una opción para ciertas mujeres tucumanas, aún cuando vinieran
acompañadas de restricciones y de altos costos sociales. Estas mujeres, lograron trasvasar
los estrechos márgenes del mundo doméstico para convertirse en alumnas, y luego en
maestras, disponiendo de un capital cultural propio.
Marcela Vignoli demuestra en su tesis doctoral, que aunque las mujeres no pudieron
competir en las elecciones ni ocupar cargos en la Comisión Directiva de la Sociedad
Sarmiento, sí participaron como asiduas lectoras y, más tarde, como socias. De hecho, la
mayor parte de la presencia femenina de dicha institución estaba compuesta por maestras
tucumanas egresadas de la Escuela Normal. Una de ellas se quejaba diciendo: “Cierto que
podemos estudiar, seguir una carrera, pero expuestas continuamente (…) a la murmuración,
á la maledicencia, á las sátiras de los hombres…” 14. Dicha aseveración evidenciaba los
esfuerzos realizados por estudiantes y maestras para contrarrestar prejuicios y burlas
sociales.
En carta al presidente Roca, Dalmira de la Vega de Zabaleta le relataba que su
formación se había iniciado en un colegio inglés de Valparaíso, que luego había sido
profesora de ramos superiores en el Colegio Sarmiento fundado en Tucumán, y finalmente
había seguido su carrera en Buenos Aires. Dalmira exaltaba sus lecturas, su práctica
profesional y su arraigada vocación:
…acostumbrada a estudiar i pensar parece que el estudio fuera una parte
de mi existencia (…). Hace 17 años principié con ardor mi carrera
pedagógica, tocando muchas veces con obstáculos insuperables que sólo

13
“Artículo de Lunes”, El Orden, 18/02/1884.
14
“Palaco”, El Orden, 11/12/1886.
la ambición de madre i el amor al estudio me hacía perseverar en mi
propósito, como también algunas palabras de aliento que merecía de
personas muy competentes; pero realmente hubo momentos terribles de
desmayo…15.
Su testimonio, que estaba lejos de ser un caso aislado, desmentía aquella
incompatibilidad entre mujeres y ciencia, y a su vez, la incompatibilidad entre
conocimiento y posibilidades matrimoniales. Dalmira de la Vega había podido conciliar su
labor docente con sus roles de esposa y madre. Asimismo, en su misiva al presidente,
anteponía su profesión al prestigio de su difunto marido o a las necesidades de sus hijos,
alegando el valor de su antigüedad y sus servicios.
La carrera de Dalmira, rebatía también la irónica categoría de “sabia”, que
presuponía que el conocimiento y la ciencia se oponían a la naturaleza y deberes
femeninos. De la Vega unía, estratégicamente, su condición de maestra con el servicio a la
república: “…tratemos de elevar al magisterio i probar que cuando es la enseñanza una
manifestación del alma, puede como en todas las carreras de la vida realizar hechos dignos
del país nuevo que se forma para el porvenir”16.
Pueden observarse, entonces, indicios de un nuevo obrar en el cual las mujeres
salían del ámbito doméstico en pos de la transmisión de conocimiento. La hija de Dalmira
siguió los pasos de su madre, convirtiéndose también en maestra normal. Estas mujeres
aspiraban a que “ciencia y enaguas” pudieran ser compatibles y toleradas, y lo justificaban
a través de una relación de utilidad dentro del esquema republicano. Esto mostraba que los
márgenes de acción de las mujeres en la educación se podían ir ampliando poco a poco,
frente a mandatos masculinos restrictivos. Desde estos nuevos lugares, y con estos nuevos
saberes algunas pudieron proyectarse dentro del espacio público.

“Politiconas”

Para 1884, el diario El Orden publicaba todos los lunes una sección denominada
“Crónica Social”, en la cual se detallaban los principales eventos sociales de los fines de

15
Archivo General de la Nación, Sala VII, Departamento de Documentos Escritos, Fondo Documental Julio
A. Roca, (1833/1915), Correspondencia recibida, legajo 1277.
16
Ibídem.
semana. Firmaba dicha sección “Rosaura”, quien reseñaba los pormenores de los bailes,
fiestas y reuniones de la élite tucumana, haciendo uso de la indiscreción y el chisme. A
continuación analizaremos un editorial firmado por la anterior cronista, que versaba esta
vez sobre un tema al que antes nunca antes había tenido necesidad de referirse: la política.
La razón, como lo anticipábamos al inicio de este trabajo, era que la política no debía ser
cosa de mujeres, sino de hombres.
…nuestros buenos políticos, los que á título de antiguallas pasadas de
moda, como son la federación y la unidad, ó mazorqueros y liberales, han
traido una profunda división en el seno de esta sociedad (…). ¡Cuántas
veces reunida con mis amigas no he tenido ocasión para deplorar este
mal! (…) El simple enunciado de un baile, de una diversión cualquiera,
traía al acto á los labios la palabra exclusión, nó de los malos elementos
que pululan en la sociedad, sino de aquellos á quienes se ha motejado de
mazorqueros…17.
En las divisiones y conflictos de los grupos políticos en Tucumán incidían
tradiciones políticas derivadas de las décadas precedentes. A fines de 1870 y principios de
1880, muchos de aquellos políticos de la provincia señalados como federales o
“mazorqueros” devenían de antepasados que habían colaborado con el gobierno de
Celedonio Gutiérrez en la década de 1840, el cual había adherido al rosismo. Se podía
hablar así de familias “federales” como los Paz, los Gallo, los Colombres y los Terán. Sin
embargo, estos “federales”, en ningún momento se reivindicaron como tales, e intentaron
negar esa filiación. La disputa se generaba en torno a la apropiación de la identidad liberal,
o por los atributos valiosos que se asociaban al término, como la reivindicación de la
Constitución y ser artífices de la organización nacional, que había terminado con la barbarie
y la tiranía rosista.
Los federales fueron también denominados autonomistas o roquistas; mientras que
liberales o nacionalistas eran designaciones con las que se identificaba a los mitristas. Para
1884 cristalizó en Tucumán un elenco político en consonancia con las directivas del Partido
Autonomista Nacional.18 Esto implicó la declinación del grupo mitrista en la provincia, que
se manifestó en su escasa participación en la Legislatura y en la Convención Constituyente
17
“Artículo de Lunes”, El Orden, 18/02/1884.
18
Diana Verónica Ferullo, El entramado roquista. Dinámicas y grupos políticos. Tucumán. (1878-1884),
Tesis de Licenciatura, Inédita, 2011, pág. 46.
de ese mismo año. De esta manera, el grupo político predominante en el poder denostó la
famosa frase: “¡Fuera los mazorqueros!”, y el diario El Orden respondía a estos fines
oficiales.
Rosaura afirmaba que a dicha expresión
…la he oído proferir por mas de un labio sonrosado, lo cual me ha hecho
pensar seriamente en lo poco cautos que son algunos padres, que hasta
ensordecen á sus hijas dentro del hogar con las voces destempladas de sus
rencores políticos, haciéndolas así partícipes de odiosidades y
mezquindades que nunca deben tener cabida en el tierno corazón de la
mujer19.
El rol de las mujeres debía ser el de garantes de la unidad, el orden y la armonía. Se
creía que si los hombres se destruían a través de las armas y la política, cabía a las mujeres
civilizar al país a través de su temple virtuoso.
Los asuntos del Estado no son para tratados ni juzgados por mujeres (…).
Es al hombre solamente á quien Aristóteles llamaba un ser político. No
dudo que hay muchas mujeres mari-machos, (…) y aquellas podrían muy
bien ingresar en el grupo de las politiconas á la par de los hombres; pero
tales séres forman la escepcion y conviene huir siempre de ese
modelo…20.
Las mujeres mari-macho, al igual que las sabias, terminarían perjudicadas ya que
ningún hombre las querría en matrimonio. Las politiconas eran retratadas como mujeres
solteras que adherían a las filiaciones y rencillas políticas paternas. Eran “…víctimas de la
influencia perversora del politiquismo, que no ha respetado aún lo más íntimo en las
relaciones de unas familias con otras…”21.
Es interesante destacar que se mencionaba la entrada de la política en las
conversaciones de estas hijas por la vía paterna, descartándose así otras vías que podían
surgir de iniciativas propias de las jóvenes o de la figura materna. De esta forma, la
combinación mujeres y política no era admisible en el marco del discurso republicano, ni
siquiera a través de sus opiniones, y se intentaba destacar el carácter excepcional de las
muchachas que lo hacían.

19
“Artículo de Lunes”, El Orden, 18/02/1884.
20
Ibídem.
21
Ibídem.
Entre ellas encontramos a Elvira Molina de Helguera, hija de Ezequiel Molina,
quien fue propietario del ingenio Amalia y diputado provincial entre los años 1850 y 1874.
La muchacha contrajo matrimonio en 1864 con Federico Helguera, quien luego sería dos
veces gobernador de la provincia y diputado en la Legislatura provincial en seis
oportunidades.
Helguera carecía de experiencia en el ejercicio de la función pública y no
provenía de una familia vinculada a los círculos de poder. Ocupó su
primer espacio político _diputado provincial_ a los 44 años, cuatro años
después de su matrimonio (…). Estos datos (…) hacen pensar que su
arribo al a vida pública fue promovido por dos políticos importantes: su
suegro, y su socio Máximo Etchecopar.22
Helguera renunció a su segunda gobernación en 1878, alegando razones de salud, y
partió a Buenos Aires. Fue su esposa la encargada de mantenerlo al tanto de la situación
política tucumana, escribiéndole con una frecuencia de dos o tres días, y trasmitiéndole con
meticulosidad las últimas novedades políticas. Creemos que la figura de Elvira podría haber
sido caracterizada como la de una politicona.
Decía Roca que un político militante “…vive absorbido (…) por el gobierno, la
opinión, (…) el club electoral, la oposición, el diarismo y los diaristas…”23, y el papel que
desempeñaba la mujer de Helguera poseía esas características. Lejos de ser una mera
informante, poseía un conocimiento profundo de los entramados de poder de la política
local y estaba a la expectativa de dicho acontecer político.
Las contiendas que dividían a la política tucumana, tenían repercusiones a nivel
social enemistando a diferentes familias y grupos. Se sentenciaba desde la prensa que las
casas de familia no eran lugar propicio para la política, ya que esto podía traer serias
repercusiones como involucrar el espíritu de las jóvenes hijas en disputas impropias a su
“sexo”. Sin embargo, era difícil evitar que dichas casas dejaran de ser asiduos sitios de
encuentro, novedades y planificación de estrategias políticas, ya que las reuniones
quedaban enmascaradas como visitas sociales. Elvira Molina de Helguera destacaba que

22
Claudia Herrera, “Federico Helguera: negocios, transmisión patrimonial y redes de poder. Un caso de la
élite tucumana en el siglo XIX”, en Travesía. Revista de Historia Económica y social, Núm. 12, Tucumán,
2010, pág. 126.
23
Publicaciones del Museo Roca. Documentos VI. Documentos 1880-1886, Secretaría de Estado de Cultura y
Educación, Buenos Aires, 1967, pág. 67.
había sido en casa de su madre donde había podido encontrarse, sin levantar sospechas, con
Miguel M. Nougués, político clave del momento.
De igual manera, podían también visualizarse los movimientos y relaciones al
interior de las redes parentales. Elvira, era sobrina de Domingo Martínez Muñecas,
gobernador de Tucumán que había sucedido a Helguera luego de su renuncia. En
correspondencia a su marido, no dejaba de compadecer a su “pobre tío” ante la debilidad de
su gestión, lo que demostraba que dichas redes familiares, en ciertas ocasiones, distaron de
explicar las complejas directrices de la política tucumana.
Elvira hacía explícitas sus preferencias en torno a los candidatos que debían acceder
al poder y a su desempeño gubernamental, dando cuenta de las idas y vueltas de la
cotidianeidad política del momento. Cotejaba los hechos a partir de la prensa, pero también
a partir de los testimonios de informantes de primera mano.
En mi anterior te decía, que en política se había arreglado todo
pacíficamente, pero ahora resulta que no es así pues el gobierno ha faltado
a sus compromisos con el otro partido, y estos están furiosos, dicen que
piensan anular la elección en toda la provincia porque no se ha hecho
como habían convenido. (…) anoche (…) casi hubo una desgracia; como
verás en la Razón que te mando…24
El episodio hacía referencia a un enfrentamiento a punta de revolver entre Miguel
Nougués y Benjamín Posse. “Esto que te cuento lo ha referido Emilio Sal, que dice estuvo
allí presenciando todo lo sucedido.”25
Las “politiconas” eran, en realidad, mujeres que no sólo escuchaban de política,
sino que opinaban, leían, mantenían encuentros y transmitían su parecer a otros actores. A
principios de 1879, Molina aconsejó a Helguera no suscribirse a un nuevo diario, ya que lo
estimaba un mero pasquín, y hacía referencia a la prensa política de la época como de poco
fiar, repleta de “cuentos y chismes”.
Elvira hacía uso de un lenguaje coloquial que se asentaba en la burla y la sátira, pero
también poseía un capital cultural derivado de su educación, que le permitía realizar
comparaciones de personajes locales como Benjamín Posse con, por ejemplo, Marat.

24
Archivo Privado Helguera, Elvira Molina de Helguera a Federico Helguera, 01/02/1879.
25
Ibídem.
El tío Domingo (…) dicen que ha querido renunciar pero que ha habido
empeños del presidente, Roca y otros para que no lo haga. Ayer aceptó la
renuncia del Ministro y dicen que lo remplaza Luis Aráoz. Me figuro que
este pobre hombre es un títere, que se pone Dn Pepe detrás de él y le tira
el chaguarsito para que haga mil muecas ridículas; antes lo hizo
desconocer la Lejislatura y ayer lo ha hecho hacer lo contrario. Es como
para tener vergüenza de semejante zonzo…26
Lejos quedaba el retrato de mujeres ingenuas y desinteresadas del acontecer de la
política local; lejos estaba, si volvemos al editorial de Rosaura, el retrato de esos labios
femeninos, sonrosados y estupefactos. En las “politiconas” como Elvira se evidenciaba, a
través de sus constantes intentos por dilucidar la dinámica de poder, el protagonismo de
algunas mujeres de élite en el devenir político local.

Conclusiones

Este trabajo revisitó los periódicos tucumanos de fines de la década de 1870 y


principios de la de 1880, con el objetivo de analizar dos representaciones de lo femenino
que atentaban contra las concepciones sociales de la época: las “sabias” y las “politiconas”.
Al referirse a las “sabias” se hacía uso de la ironía, ya que se consideraba que la sabiduría
tenía que ver con capacidades mentales ausentes en la mujer. Se agregaba, además, que los
estudios necesarios para alcanzar dicha sabiduría se mostraban incompatibles con la tarea
“natural” de madre de toda jovencita. El mote de “politiconas”, por su parte, también tenía
una connotación despectiva. La política era concebida como generadora de las pasiones
más ruines del individuo y, por tanto, contaminante del espíritu femenino.
A continuación, establecimos un diálogo entre dichas representaciones y los
testimonios de Dalmira de la Vega de Zabaleta y Elvira Molina de Helguera. Matizamos las
imágenes vertidas por la prensa, para demostrar que estas mujeres supieron conjugar,
respectivamente, sus tradicionales roles de esposas y madres con una actuación enérgica en
las redes educativas y políticas.

26
Ibídem, 13/03/79.
De esta forma, sostenemos que las representaciones de “sabias” y “politiconas”,
evidenciaron márgenes de acción y escollos concretos que algunas mujeres de la élite
lograron atravesar. La autodeterminación de mujeres como Dalmira y Elvira, manifestaron
nuevas aspiraciones de participación pública que trascendían el ámbito domestico, y que
modificaban parámetros de definición de lo masculino y lo femenino.
Fuentes.
 Archivo General de la Nación, Sala VII, Departamento de Documentos Escritos, Fondo
Documental Julio A. Roca, (1833/1915), Correspondencia recibida.
 Archivo Privado Helguera

Diarios
 El Republicano, 1881.
 El Orden, 1884.

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